General Vicente Rojo Lluch ; Vicente Guarner Vivancos.-a
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Soledad Garcia Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes
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General Vicente Rojo Lluch
Vicente Rojo Lluch (Fuente la Higuera, Valencia; 8 de octubre de 1894 - Madrid, 14 de octubre de 1966) fue un militar español, jefe de Estado Mayor del Ejército republicano durante la Guerra Civil Española. Es conocido por su participación al frente de las fuerzas del bando republicano durante la Guerra Civil Española en la defensa de Madrid, así como en la planificación operativa de la Batalla del Ebro, (ocupando ya el puesto de General del Estado Mayor), la Batalla de Brunete, y finalmente el Plan P.1 A pesar de estar en el bando republicano, él mismo se definió como católico, apostólico y romano. Al finalizar la Guerra estuvo exiliado en diversos países: Francia, Argentina y Bolivia. En el año 1957 logra regresar de nuevo a España y es juzgado por "auxilio a la rebelión" y perdió el cargo militar. Fue autor de diversos libros relativos a la narración histórica de la Guerra Civil Española, así como del entorno social que rodeó al conflicto. Durante su vida, pre y posbélica, ejerció de profesor y publicó diversos libros especializados en diversos campos de la ciencia militar. En febrero de 1938, cuando la ofensiva franquista sobre Teruel puso a la República al borde de la derrota, el doctor Negrín, jefe del Gobierno republicano, remitió una carta privada a su abatido jefe del Estado Mayor Central, general Vicente Rojo Lluch: "No vislumbro ningún valor que pueda aproximarse a usted por su pericia profesional, serenidad, clara visión -exenta de optimismos fáciles y de pesimismos más fáciles aún-". El testimonio, que no fue el único tributo de admiración cosechado por el general, se recoge en la densa semblanza escrita por uno de sus nietos, el periodista José Andrés Rojo, que ha recibido por su obra el XVIII Premio Comillas de Biografía en el año 2005. Es un galardón merecido porque el retrato cumple con creces las exigencias historiográficas de exhaustiva apoyatura documental, distancia crítica en la interpretación y carencia de encono partidista en la exposición. Y cumplir esas exigencias no era tarea fácil. Primero, porque abordar la vida de Rojo significa tratar del antagonista principal del general Francisco Franco en el campo de batalla durante la Guerra Civil, con todas las implicaciones inherentes a ese duelo. Y, segundo, porque la documentación disponible es ingente: desde las numerosas obras publicadas por Rojo hasta la oceánica literatura secundaria sobre el conflicto pasando por el crucial archivo particular del general, depositado en el Archivo Histórico Nacional. Decía José Ortega y Gasset que una biografía debe atender a tres dimensiones de una vida: vocación, circunstancia y azar. Es una gran virtud de esta obra haber conseguido un retrato del general Rojo que articula con acierto la atención a los azares que afectaron tanto a su vocación permanente, la de ser un buen militar, como a sus circunstancias históricas, desde la orfandad inicial al drama de la contienda bélica, la amargura del exilio y el dolor del retorno a la patria como vencido. Porque Rojo, nacido en el pequeño pueblo valenciano de Fuente La Higuera en 1894, dos años después que Franco, fue ante todo un militar. No sólo por ser hijo huérfano de militar, sino porque, fallecida su madre cuando contaba trece años, su vida transcurrió en un internado para huérfanos de la Infantería y, posteriormente, en la Academia de Infantería de Toledo. De allí salió en 1914 como número 2 de una promoción de 390 alumnos, para prestar servicio durante casi cinco años en la guerra colonial en Marruecos, donde encontraría al gran amor de su vida, su esposa, una ferviente católica, hija y hermana de militares africanistas. Como la aventura colonial no colmaba las inquietudes de un oficial serio, católico y estudioso, Rojo optó por seguir la "vía del conocimiento" y en 1922 se convirtió en profesor de la Academia de Infantería. Allí permanecería diez años, hasta su traslado a Madrid, durante la República, para cursar estudios de Estado Mayor. En 1936, ya comandante, fue destinado al Estado Mayor Central. El azar y la circunstancia se combinaron en julio de 1936 para dar un vuelco total a la vida del joven militar y de su extensa familia. Iniciada la insurrección militar contra el Gobierno republicano, Rojo permaneció en su puesto sin asomo de duda. Lo hizo por respeto al principio de obediencia y disciplina, al margen de simpatías políticas o ideológicas. Esa decisión de un militar católico y demócrata, imitada por algo menos de la cuarta parte de la oficialidad, fue el factor clave que posibilitó el fracaso del golpe en la mitad de España. La resultante guerra civil alinearía a esos militares leales con unas milicias sindicales en una combinación forzada e inestable. Rojo destacaría desde muy pronto en las filas militares republicanas por su lealtad, energía y eficacia. Por eso, en noviembre de 1936, el Gobierno le encomendó una tarea hercúlea: la Jefatura de Estado Mayor que había de defender Madrid del asalto franquista. El inesperado éxito cosechado le catapultó a la Jefatura del Estado Mayor Central en mayo de 1937, tras la formación del Gobierno presidido por Negrín. Y desde ese cargo, Rojo se convirtió en el máximo artífice de la estrategia defensiva practicada por la República durante la contienda. Asumiendo la evidente superioridad material del enemigo y las dificultades de aprovisionamiento propio, Rojo trató de conjurar la inminencia de la derrota mediante una serie de inesperadas ofensivas de distracción en frentes secundarios (Brunete, Belchite, Teruel, Ebro), siempre encaminadas a aliviar la continua presión del avance franquista en el frente principal de sus ataques. Su brillantez estratégica acabó tropezando con la cruda realidad de la inferioridad material de sus tropas, del agotamiento moral de la población civil y de la desesperanza causada por la falta de apoyo de las grandes democracias. El colapso militar, en febrero de 1939, convirtió a Rojo en uno más del medio millón de exiliados llegados a Francia desde Cataluña. No terminaría allí su amargo periplo. Tras partir de inmediato a Argentina, el general se trasladó a Bolivia en 1942 para convertirse en profesor de la Escuela de Guerra del Ejército boliviano. Permaneció en Bolivia durante quince años, hasta que la enfermedad, un enfisema pulmonar que afectaba el corazón, y la nostalgia le inclinaron a regresar a España para morir en su patria. Franco aceptó su retorno pero insistió en que penara por sus faltas. Fue sometido a juicio militar en diciembre de 1957 y condenado a "reclusión perpetua" por delito de "auxilio a la rebelión". Indultada la condena, quedó reducido a la condición de "muerto civil", vigilado en todos sus actos sociales. Y aunque había vuelto a España para morir, todavía vivió en Madrid hasta el 15 de junio de 1966. Fue enterrado, como buen católico, en el cementerio de San Justo. Unas trescientas personas acudieron a decirle el último adiós bajo un discreto control policial. No en vano, como recuerda su nieto, se estaba enterrando a "un militar leal a la República, católico y demócrata". Todo un símbolo y un modelo que el franquismo y su Caudillo no podían tolerar ni perdonar. Es posible que no pueda encontrarse mejor tributo que ése para su imponente y conmovedora figura histórica. Rojo Lluch, Vicente. Fuente la Higuera (Valencia), 8.X.1894 – Madrid, 15.VI.1966. Teniente general, jefe del Estado Mayor Central del Ministerio de Defensa Nacional durante la Guerra Civil, placa laureada de Madrid. Hijo póstumo de Isaac Rojo González, 2.º teniente de Infantería de la Escala de Reserva, y de Dolores Lluch y Doménech. Al morir el padre, aquejado de una enfermedad infecciosa contraída en Cuba, la viuda y sus siete hijos quedaron en situación económica muy precaria, por lo que en 1901 los dos varones, Francisco y Vicente, respectivamente de diez y de siete años de edad, fueron internados en el Colegio de María Cristina para Huérfanos de Oficiales de Infantería, establecido en Toledo. Terminados los estudios primarios, Francisco abandonó el colegio y Vicente continuó cursando el bachillerato y preparó la oposición de ingreso en la Academia de Infantería. En esa época, una grave enfermedad le afectó gravemente la visión, viéndose obligado de por vida a utilizar unas gruesas lentes. También, cuando tenía trece años falleció su madre, a cuyo entierro no pudo asistir. El 9 de agosto de 1911, tras superar con muy buena calificación la citada oposición, fue nombrado alumno de la XVIII Promoción de la Academia de Infantería, de la que también formaban parte Emilio Alamán Ortega, Carlos Asensio Cabanillas, Luis Barceló Jover, Ramón Franco Bahamonde, Blas Piñar Arnedo y Juan Bautista Sánchez González. El 27 de junio de 1914, tras obtener de nuevo excelentes calificaciones en sus estudios, fue promovido a 2.º teniente, con el 4.º puesto de una promoción de 390 alumnos, siendo destinado al Regimiento de Infantería Vergara n.º 57, de guarnición en Barcelona, donde residía su hermano Francisco. En diciembre, descontento con la rutinaria vida de guarnición, solicitó incorporarse al Ejército de Operaciones del Protectorado de Marruecos, llegando a Ceuta a primeros de enero de 1915 y quedando en comisión de servicios en el Regimiento de Infantería Córdoba n.º 10. En febrero, fue destinado al Batallón de Cazadores de Arapiles n.º 9, con el que participó en diversas operaciones contra las cabilas que hostigaban las comunicaciones entre Ceuta y Tetuán. En este destino, comenzó a manifestarse su vocación docente, al prestarse a preparar para el ascenso a cabo a los soldados de su unidad. El 27 de junio de 1917 ascendió a 1.er teniente por antigüedad. Confirmado en su anterior destino, continuó combatiendo en la misma zona hasta que, en octubre, pasó destinado al Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Ceuta n.º 3, que entonces mandaba el coronel Sanjurjo, a cuyas órdenes participó en diversas acciones ofensivas y defensivas en las inmediaciones de la citada ciudad y donde volvió a encargarse de la academia de cabos. Tras permanecer dos años en Marruecos, solicitó reincorporarse al Regimiento Vergara n.º 57, llegando a primeros de julio de 1919 a Barcelona, en aquellos momentos en estado de guerra a causa de la huelga general declarada por la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), violentamente reprimida por el capitán general Joaquín Miláns del Bosch. En febrero de 1920, apenas levantado el estado de guerra, ascendió a capitán por antigüedad, pasando a la situación de disponible forzoso en Madrid, donde el 20 de abril, pocos días después de haber sido destinado al Batallón de Cazadores de Alfonso XII n.º 15, de guarnición en Vic, contrajo matrimonio con Teresa Fernández Muñoz, hija de un militar a la que había conocido en Ceuta y con la que tuvo siete hijos. En Vic volvió a hacerse cargo de la academia de cabos y sargentos durante los dos años que permaneció allí. El 20 de abril de 1922 su vocación docente se colmó con el destino a la Academia de Infantería, ubicada en el Alcázar de Toledo y de la que era jefe de Estudios y posteriormente director el coronel Mariano Gamir Ulibarri. Durante los diez años que fue profesor de este centro de enseñanza impartió diversas asignaturas de carácter técnico y profesional de 2.º y 3.er curso, y fue elegido en numerosas ocasiones miembro del tribunal de oposiciones de ingreso, así como secretario de Estudios y vocal de la Junta Facultativa. En 1927, al reorganizarse la enseñanza superior militar y crearse la Academia General Militar de Zaragoza, formó parte de la comisión encargada de acoplar el plan de estudios de la Academia de Infantería a la citada reorganización y de redactar los manuales requeridos a consecuencia de ella. En 1928, junto con otro profesor de la Academia, su compañero de promoción el capitán Emilio Alamán, decidió crear la Colección Bibliográfica Militar, un ambicioso proyecto de carácter personal e inicialmente sin apoyo económico alguno por parte del Ejército, que pretendía elevar la cultura profesional de los militares españoles para que pudieran ejercer con mayor eficacia las funciones del mando. Rojo y Alamán asumieron, con la única ayuda de sus esposas e hijos, la ímproba tarea de maquetar, editar, publicar y distribuir, mes a mes y durante casi nueve años, hasta julio de 1936, los 95 tomos que integran la citada Colección, los cuales incluyeron un total de 107 obras, inéditas en su mayoría y muchas de ellas relacionadas con las enseñanzas de la Gran Guerra, de las que 78 eran de autor español y 29 de otras nacionalidades. El primer volumen de la Colección se imprimió en septiembre de 1928 y, como todos los demás, fue remitido por correo postal a los cerca de 2.000 suscriptores que llegaría a haber. En diciembre de 1935, tras varias e infructuosas gestiones con Primo de Rivera y con Azaña, Gil Robles reconoció la utilidad de la ya longeva Colección y le concedió una subvención de 5.000 pesetas anuales, que vinieron a sumarse a los pingües beneficios que ya venía proporcionando la exitosa empresa editorial a sus promotores, que llegaron a doblar su sueldo con las ganancias. Volviendo a la trayectoria profesional de Rojo, en 1929, a consecuencia de la antes citada reorganización de la enseñanza superior militar, fue confirmado como profesor de la Academia Especial de Infantería, haciéndose cargo de las mismas asignaturas que venía impartiendo y también de las de Geografía Militar de España e Historia Militar. El 26 de abril de 1931 prometió por su honor ser leal a la recién proclamada República, obedecer sus leyes y defenderla con las armas, promesa a la que se mantendría fiel en julio de 1936. Y en julio de 1931 fue confirmado como profesor de la Academia de Infantería, Caballería e Intendencia, con sede en el Alcázar de Toledo, conforme a lo decretado por Azaña tras la disolución de la Academia General Militar, en cuyo renovado plan de estudios se hizo cargo de las asignaturas de Organización del Ejército y de la Marina de Guerra, Estrategia y Logística. A comienzos de 1932, enfrentado con el director de la Academia por haber tratado injustamente a un alumno y beneficiado a otro, consideró necesario partir de Toledo. Por ello, al acabar el curso, se presentó a la oposición de ingreso en la Escuela Superior de Guerra para obtener el diploma de Estado Mayor. En abril de 1936, tras superar brillantemente el plan de estudios y los preceptivos periodos de prácticas en grandes unidades, cuyos jefes le conceptuaron como distinguidísimo, laborioso y competente, el Ministerio de la Guerra le reconoció la aptitud para desempeñar destinos del Servicio de Estado Mayor. Simultáneamente, le correspondió el ascenso por antigüedad al empleo de comandante y fue destinado al Estado Mayor de la XVI Brigada de Infantería, por lo que hubo de trasladarse a León. Al haber dejado a su familia en Madrid, en junio logró ser nombrado ayudante de campo de un general destinado en el Estado Mayor Central (EMC). En marzo de 1936, un mes antes de diplomarse, conscientes sus compañeros de su conservadurismo y religiosidad, le instaron a unirse a la conspiración que se estaba fraguando para derrocar al gobierno presidido por Azaña, salido de las elecciones que habían dado el triunfo a la coalición del Frente Popular en febrero. Rojo se opuso, argumentando que sería un error tomar una senda que dividiría al Ejército y lo enfrentaría con buena parte de la sociedad. Al ser tachado de izquierdista, replicó que él solo se consideraba militar y, al intentar convencerle de que solo se pretendía poner coto al desorden, contestó con rotundidad: «La ley es el orden». No es extraño, por tanto, que no se sorprendiera cuando el 17 de julio se conoció en el EMC que las unidades del Protectorado se habían alzado en armas. Leal a la promesa prestada en 1931, se puso a disposición del jefe del EMC, quien el día 20 le ordenó incorporarse a la 2.ª Sección (Información). Cuatro días después, el teniente coronel Hernández Saravia, que en aquel caos actuaba de facto como ministro de la Guerra, echó mano de él para que se constituyera en jefe de Estado Mayor de una de las columnas de milicianos destacadas en Somosierra para hacer frente a las rebeldes procedentes de Burgos. Su principal tarea durante el mes que pasó en aquella zona fue intentar que los indisciplinados y bisoños hombres puestos bajo su mando superasen la desconfianza que sentían hacia los militares profesionales, lo que aparentemente logró. El 28 de agosto, Hernández Saravia, nombrado ministro de la Guerra por Giral, le reincorporó al EMC, puesto en el que permanecía cuando el 3 de septiembre Azaña puso el gobierno en manos de Largo Caballero. Este, a instancias del teniente coronel Barceló ¾jefe de las milicias cenetistas que infructuosamente asediaban el Alcázar de Toledo desde hacía más de un mes, compañero de promoción de Rojo y perfecto conocedor de su trayectoria¾, le encomendó la tarea de conminar a Moscardó a capitular o a permitir la salida de los cientos de mujeres y niños allí enclaustrados. El día 8 por la tarde Rojo partió hacia Toledo, donde asistió a una tumultuaria reunión con los cenetistas para redactar la nota que debía entregar. A la mañana siguiente, Moscardó autorizó su entrada, dio lectura a la nota, a la que respondió negativamente, y se entabló una cordial conversación con quienes habían sido sus compañeros durante diez años. Dos de ellos, los comandantes Emilio Alamán y Manuel Tuero, le rogaron que intercediera por sus esposas, encarceladas en Toledo, y Moscardó le pidió que se les enviara un sacerdote. Barceló, muy sorprendido al verle regresar, trasladó ambos encargos al ministro, quien autorizó la entrada del sacerdote y ordenó liberar a las esposas, que fueron conducidas con sus hijos al domicilio madrileño de Rojo al día siguiente. Este episodio confirmó que Rojo era totalmente leal a la República, por lo que el teniente coronel Manuel Estrada, a quien Largo había nombrado jefe del EMC, le ascendió a teniente coronel y le puso al frente del Estado Mayor de las columnas que, al mando del general Asensio Torrado, intentaban infructuosamente impedir que legionarios y regulares ocuparan Illescas. Al aproximarse el enemigo a Madrid, Asensio, nombrado subsecretario del Ministerio de la Guerra, le confió la Sección de Organización y Movilización, puesto que desempeñaba cuando el gobierno se trasladó a Valencia el 6 de noviembre y la defensa de la capital quedó en manos de Miaja, con orden expresa de nombrar a Rojo jefe de Estado Mayor de las fuerzas encargadas de su defensa. Al anochecer del día 7, cayó accidentalmente en manos de Miaja la orden de operaciones del enemigo y Rojo, mediante un eficaz despliegue de las escasas fuerzas disponibles, logró detener la contundente acción ofensiva prevista para la mañana siguiente por el sector de la Casa de Campo. Durante los siguientes quince días, Madrid resistió contra todo pronóstico los reiterados embates de las tropas franquistas gracias a la labor realizada por el Estado Mayor dirigido por Rojo y el esfuerzo y valor de unos hombres que iban transformándose en soldados. Al verse obligado Franco a renunciar a tomar Madrid mediante un ataque frontal, puso en marcha tres sucesivas operaciones de envolvimiento al mismo objeto. La primera por el noroeste entre diciembre de 1936 y enero de 1937 (batalla de la carretera de La Coruña); la segunda por el sudeste en febrero (batalla del Jarama), y la tercera por el noreste en marzo (batalla de Guadalajara). El papel de Rojo, recompensado con el ascenso a coronel por méritos de guerra, fue determinante en los tres casos para evitar que la capital cayera en manos de los rebeldes: creación y encuadramiento de las milicias en brigadas mixtas, selección de sus mandos, despliegue y apoyo logístico de las unidades, fortificación, comunicaciones, etc. Esta sucesión de fracasos obligó a Franco a cambiar de estrategia: Madrid quedó relegado en sus planes y trasladó el teatro de operaciones a la cornisa cantábrica. A partir de ese momento, Rojo comenzó a planificar sucesivas operaciones de distracción con las unidades que guarnecían la capital con el objetivo de atraer parte o la totalidad de la masa de maniobra que progresaba victoriosamente a orillas del Cantábrico. La planificación de cada una de ellas fue teórica y doctrinalmente modélica, pero todas se saldaron con rotundas derrotas, pues los recursos humanos puestos en liza carecían de la formación necesaria para implementar con éxito la idea de maniobra plasmada en la orden de operaciones, a menudo demasiado compleja desde el punto de vista táctico, y el balance de medios era netamente inferior al del adversario. Por otra parte, la capacidad logística de este para movilizar y desplazar unidades, sin necesidad de echar mano del núcleo de su principal masa de maniobra, le permitió lanzar contundentes contraataques que desbarataron las inicialmente brillantes ofensivas republicanas. La primera de las citadas operaciones de distracción se desarrolló en la Casa de Campo en abril de 1937 con el objetivo de detraer fuerzas de Vizcaya. La segunda, a finales de mayo en Huesca y en La Granja de San Ildefonso, cuando las Brigadas Navarras estaban a punto de romper el Cinturón de Hierro de Bilbao. La tercera, a primeros de julio para impedir la pérdida de Cantabria: una compleja operación de envolvimiento de las fuerzas rebeldes que asediaban Madrid que ha pasado a la historia con el nombre de batalla de Brunete, complementada con sendas acciones secundarias en Extremadura y Aragón. Y la cuarta, la más ambiciosa de todas y llamada después por los franquistas batalla de Belchite, a finales de agosto con la mirada puesta en evitar la invasión de Asturias y el objetivo de recuperar Zaragoza mediante tres acciones convergentes desde el norte, desde el este y desde el sur. La planificación de la operación de la Casa de Campo fue todavía diseñada por Rojo en su condición de jefe de Estado Mayor del Ejército del Centro, mandado por Miaja. Sin embargo, las otras tres eran ya obra del jefe del EMC, es decir, la cúspide militar de la República, cargo al que le había catapultado Indalecio Prieto, nombrado ministro de Defensa Nacional cuando, a mediados de mayo, Azaña depuso a Largo Caballero y le sustituyó por Negrín en la Presidencia del Consejo de Ministros. Su nombramiento como jefe del EMC, aparte del obligado traslado de su despacho a Valencia y la instalación de su familia en una casa de campo al norte de Sagunto, le puso bajo la dependencia directa de Prieto, responsable último de la conducción de la guerra, y le situó en el centro de los conflictos que enfrentaban a los miembros del gobierno. Muy celoso Prieto de sus atribuciones, relegó a Rojo a una función meramente asesora, sin intervención alguna en el mando de las unidades. En sus memorias, se queja de que sus concienzudos informes fueran frecuentemente desestimados, y se lamentaba de la oposición de Prieto a declarar el estado de guerra y de su afición a tomar decisiones demagógicas, contradictorias y poco congruentes. Ante el revés de Belchite y la consecuente pérdida de Asturias, que ponía término a la campaña del Norte, Rojo solicitó ser relevado. Ni Negrín ni Prieto estaban dispuestos a prescindir de él y no solo le confirmaron en su cargo sino que le recompensaron con el ascenso a general. En noviembre, una vez liquidada la campaña del Norte, Franco se dispuso a lanzar su muy considerable masa de maniobra contra Madrid, en lugar de hacerlo contra Cataluña como creía Rojo, quien propuso poner en marcha el llamado Plan P de Largo Caballero, consistente en actuar en Extremadura para dividir en dos el territorio rebelde. Al confirmarse que el ejército franquista estaba desplegando al sur de Soria, Rojo optó por emprender una operación de alcance limitado en Teruel, mientras se aprestaban las tropas necesarias para poner en marcha el Plan P. Su propuesta fue aceptada por el Consejo de Guerra, a consecuencia de lo cual la guerra se trasladó definitivamente a la vertiente mediterránea desde finales de diciembre. Ante la humillación que supuso la pérdida de la primera capital de provincia, Franco, obsesionado por la territorialidad, renunció a sus planes y volcó todo su potencial en Teruel. Tras algunos reveses iniciales, ocasionados en parte por las adversas condiciones climáticas, sus tropas realizaron una amplia maniobra de envolvimiento, que ha pasado a la historia con el nombre de batalla del Alfambra, y lograron recuperar Teruel a finales de febrero de 1938. Rojo, convertido en una celebridad tras la toma de la ciudad y recompensado con la placa laureada de Madrid, la mayor condecoración concedida por la República, volvió a presentar la dimisión tras su caída, que Negrín rechazó diciéndole que confiaba plenamente en su criterio, rigor profesional y sentido del deber y comprometiéndose a resolver con prontitud las carencias de todo orden que el jefe del EMC le venía planteando a Prieto en el orden militar. Franco, no obstante, actuó mucho más expeditivamente y se apresuró a explotar el éxito alcanzado en Teruel mediante una colosal operación ofensiva en el amplísimo frente aragonés, por el norte y por el sur del Ebro. El empuje y decisión de sus bien mandadas y pertrechadas tropas barrieron al «esqueleto de ejército» que, en palabras de Rojo, defendía aquel frente. El resultado final de la ofensiva fue que, en apenas dos meses, los franquistas se pusieron a orillas del Mediterráneo y a las puertas de Cataluña, resultando escindido el territorio leal a la República. Tras la pérdida del Norte y la de Aragón, la guerra había quedado sentenciada y todo lo que vino después estuvo dirigido a intentar resistir a toda costa hasta que las democracias europeas se decidieran a poner coto a los desmanes de Hitler. La primera postura era preconizada por el desmoralizado Prieto, por el cada vez más distante Azaña, por los republicanos, por los socialistas y por los nacionalistas vascos y catalanes; la segunda, solo por Negrín y por los comunistas, con el pleno respaldo de Rojo, que aplaudió el cese de Prieto y que Negrín asumiese la cartera de Defensa Nacional. De nuevo contra todo pronóstico, Franco decidió no penetrar en la desguarnecida Cataluña y ordenó a sus tropas encaminarse hacia Valencia. El abrupto terreno del Maestrazgo y la colosal obra defensiva erigida en las sierras de Javalambre y de Almenara impidieron que las mismas unidades que habían avanzado victoriosa y rápidamente por Aragón se aproximaran a su objetivo. Y mientras tanto, en Cataluña, Rojo logró que renacieran de sus cenizas los restos del desmoralizado ejército derrotado en Aragón y planificó una audaz y sofisticada operación de cruce de río para atacar de revés al que avanzaba hacia Valencia. La después llamada batalla del Ebro, de patentes connotaciones políticas ¾reunificar la zona republicana y demostrar a Europa que la República no estaba vencida¾, se inició el 25 de julio de 1938 de forma tan brillante como la de Brunete y se saldó con una derrota similar a la de Teruel. En su compulsiva obsesión por no aceptar pérdidas territoriales, Franco detuvo la ofensiva sobre Valencia y trasladó su masa de maniobra, junto con toda su potente artillería y aviación, al sector de Gandesa al objeto de recuperar una pequeña zona de terreno carente de valor estratégico. A lo largo de cien días se libraron allí cruentos combates hasta lograr la casi total destrucción de las unidades que habían cruzado el Ebro, que volvieron a traspasarlo en sentido contrario a mediados de noviembre, desmoralizadas y carentes de cualquier capacidad de reacción. Y Franco se dispuso a invadir Cataluña. Para evitarlo, Rojo ordenó a las tropas de Modesto defender a ultranza las líneas fortificadas que estaban en vías de construcción en Cataluña y concibió una operación de gran alcance estratégico y propagandístico, cuyo principal componente era la definitiva puesta en marcha del tan traído y llevado Plan P. Como paso previo, se realizaría un desembarco en Motril para fijar las unidades del frente andaluz, un ataque en Peñarroya para atraer reservas del extremeño y otro en Brunete para impedir el envío de refuerzos desde Madrid a Mérida. El desembarco no llegó a realizarse por la oposición de Miaja y del jefe de la flota. En Peñarroya se logró romper el frente, pero Queipo de Llano logró estrangular la línea de ruptura y embolsar a los atacantes. Y la ofensiva contra Brunete se frustró al haberse filtrado al enemigo la orden de operaciones. En la Navidad de 1938, las tropas franquistas rompieron el frente catalán por diversos sectores y, sin encontrar apenas resistencia, entraron en Barcelona a finales de enero y se posicionaron en la frontera francesa a comienzos de febrero de 1939. Solo unos días antes se decidió por fin Negrín a declarar el estado de guerra. Los más de 200.000 soldados que no habían sido capaces de detener al adversario, pero que tampoco estaban dispuestos a rendirse, junto con otros tantos civiles presos de pánico, se amontonaron en los pasos fronterizos. Aquella avalancha cogió por sorpresa al gobierno francés, cuyas previsiones eran que Negrín capitulara. Como primera medida, alrededor de 170.000 mujeres, niños y hombres de avanzada edad fueron embarcados en trenes y dispersados por distintos departamentos, y unos 45.000 hombres en edad militar, internados en un campo de concentración improvisado en la playa de Argelés, distante 30 kilómetros de la frontera. Seguidamente, el general Fagalde, jefe de la 16.ª Región Militar, entró en contacto con Rojo para coordinar el plan de evacuación de las tropas. Convencido este de que el gobierno francés conduciría a los combatientes a Marsella para trasladarlos por mar a la zona que aún permanecía bajo control republicano, dispuso que cada división cruzase la frontera en perfecta formación con sus jefes a la cabeza. Sin embargo, las órdenes de Fagalde eran muy distintas y, bajo la supervisión de la Gendarmería, las unidades fueron desarticuladas y desarmadas al entrar en Francia. Desaparecido cualquier atisbo de organización jerárquica, mandos y soldados, bajo la estrecha vigilancia de unos 50.000 soldados senegaleses, fueron siendo hacinados a la intemperie en campos de concentración improvisados: dos en playas cercanas al paso de La Junquera y nueve en collados pirenaicos al norte de Puigcerdá. Simultáneamente, los presidentes de la República y de las Cortes, Azaña y Martínez Barrio, y los de Euskadi y Cataluña, Aguirre y Companys, cruzaron también la frontera y se dirigieron a París. Tras despedir a la comitiva presidencial, Negrín reunió a la cúpula militar en Agullana. Rojo, en la línea de Azaña, encabezó el grupo mayoritario que daba la guerra por perdida y consideraba llegada la hora de capitular. Modesto, en cambio, se mostró partidario de continuar la lucha en la zona central. Negrín se alineó con Modesto y cerró la reunión ordenando el traslado de las tropas que estaban internándose en Francia a Cartagena y Valencia. Seguidamente, convocó un Consejo de Ministros en Toulouse, en el que, tras exponer Rojo la situación de forma bastante edulcorada, anunció su intención de continuar combatiendo y regresó a España. A Rojo, en cambio, le recomendó permanecer al lado de sus tropas en Francia, al objeto de socorrerlas económicamente e intentar mejorar sus condiciones de vida en los inhóspitos e improvisados campos de concentración. Acompañado por Jurado, se trasladó a París para instar al embajador de España que mediara con el gobierno francés para resolver los problemas que afectaban a los concentrados. En la Embajada coincidió con Azaña, a quien informó de que consideraba inútil continuar la lucha y de que era partidario de negociar una capitulación honrosa. De regreso en Perpiñán, siguió porfiando por mejorar la situación de las tropas y quejándose reiterada y amargamente ante Negrín del total abandono en que se encontraban. Sus cartas, a veces excesivamente duras y cáusticas, terminaron enfrentándole con el presidente del gobierno y con la mayor parte de la clase política, incluido Azaña. El 3 de marzo, tras la dimisión del presidente de la República, su sucesor, Martínez Barrios, entregó en mano a Rojo un telegrama de Negrín en el que le ordenaba regresar a España. Dos días después, cuando ya se preparaba para partir, la toma del poder por Casado y la marcha hacia el exilio de Negrín a consecuencia de ello, impidieron el viaje. El 11, Azaña, con el preceptivo refrendo de Negrín, le ascendió a teniente general, empleo restaurado en octubre de 1938, y el 12, el mismo día que apareció en la Gaceta de Madrid su ascenso, se puso en contacto con Miaja y con Matallana para ofrecer sus servicios y trasladarse a España si consideraban su presencia necesaria o conveniente, pero no recibió respuesta alguna. Una vez acabada la guerra, se estableció con su familia en Vernet-les-Bains una pequeña localidad al oeste de Perpiñán, en donde redactó ¡Alerta los pueblos de España!, un lúcido análisis de la debacle republicana en Cataluña, y comenzó a hacer gestiones para embarcar hacia Buenos Aires, donde residía la hermana de su suegra, perteneciente a la comunidad religiosa que atendía el sanatorio Calcagno. A finales de julio, tras escribir a Negrín para despedirse y enviarle una meticulosa liquidación de los fondos que le había confiado para atender a las necesidades de los oficiales exiliados, viajó a París junto con su mujer y seis de sus hijos y el 11 de agosto zarparon de Cherburgo en el paquebote británico Alcántara, en el que también viajaba Ortega y Gasset. El día 29 arribaron a Buenos Aires. Inicialmente, las monjas les acomodaron en el sanatorio y pronto alquilaron un modesto apartamento en el barrio de La Floresta. El estallido de la Segunda Guerra Mundial vino en su ayuda y despejó el negro panorama económico de la familia, pues dio pie a que el director del diario Crítica, uno de los más leídos en Buenos Aires, contratara al afamado general para que comentara la evolución del conflicto que asolaba Europa. Desde el 4 de septiembre de 1939 al 22 de enero de 1943 y a través de 527 artículos, Rojo informó a los argentinos de lo que estaba sucediendo al otro lado del Atlántico, con todo lujo de detalles sobre aspectos geográficos, históricos, militares, etc. Pronto también fue invitado para pronunciar conferencias en diversas ciudades argentinas, uruguayas y bolivianas para hablar de la guerra española y de la mundial, lo que fue otra importante fuente de ingresos para la familia, a la que en el verano de 1941 se había incorporado su hijo Francisco, a quien no veían desde 1936 por encontrarse de vacaciones en Galicia al producirse el golpe de Estado. Unos meses antes, en abril, un grupo de exiliados bonaerenses, entre los que se encontraban los generales Rojo y Jurado y el escritor Francisco Ayala, decidió fundar una revista mensual con el objetivo de intentar aglutinar a los republicanos españoles, a menudo enfrentados y muy divididos en facciones. En Pensamiento Español, nombre dado a la revista codirigida por Rojo, dos políticos gallegos y uno catalán, escribieron Rafael Alberti, Alejandro Casona, Juan Ramón Jiménez e incluso Negrín, reconciliado ya con su antiguo jefe de Estado Mayor. Durante este periodo también escribió España Heroica, con sus recuerdos de algunos episodios de la Guerra Civil. En mayo de 1942, debido a los ataques recibidos de la prensa nacionalista vasca por su defensa de la nación española tal como la concebían los militares, Jurado y Rojo abandonaron la revista. Harto de disputas y cada vez más aislado, recibió alborozado la oferta que le hizo el gobierno boliviano para dirigir la cátedra de Historia Militar y Arte de la Guerra en la Escuela de Comando y Estado Mayor, ubicada en Cochabamba, la tercera ciudad más poblada de Bolivia y a unos 200 kilómetros de La Paz. En enero de 1943 la familia partió de Buenos Aires y permaneció allí durante catorce años; allí se casaron sus hijos, allí nacieron sus nietos y allí escribió buena parte de sus libros, entre ellos Tríptico de la guerra, sin duda su obra más ambiciosa desde el punto de vista teórico, publicada en La Paz en 1953, y el amargo alegato titulado Momento español, todavía inédito y conservado entre los miles de documentos depositados por su familia en el Archivo Histórico Nacional. En octubre de 1955, agravado el enfisema pulmonar que le producía su adicción al tabaco y tras debatirlo mucho consigo mismo, el general Rojo solicitó al embajador de España en Bolivia el preceptivo visado para regresar a Madrid. Al recibir la callada por respuesta, un año después se dirigió directamente a Martín Artajo, ministro de Asuntos Exteriores. La gestión tampoco tuvo éxito y, a comienzos de 1957, un hermano de su mujer expuso su situación a Muñoz Grandes, por entonces todavía ministro del Ejército. Su intercesión, junto con las procedentes del gobierno boliviano y del obispo de Cochabamba, tuvo éxito y el 1 de marzo, previo acuerdo favorable del Consejo de Ministros, la Embajada expidió el visado para él y su familia. Aquel mismo mes, el general, su mujer y la menor de sus hijas embarcaron en Buenos Aires con destino a Barcelona. Apenas instalados en el domicilio madrileño de su suegro, el coronel Enrique Eymar, titular del Juzgado Militar Especial de Espionaje y Comunismo, abrió un expediente informativo para depurar la conducta del «excomandante Rojo» durante la Guerra Civil y le tomó declaración. En la carátula del expediente, que debió de ser remitido a El Pardo, Franco escribió de su puño y letra: «Negarle el pan y la sal». A consecuencia de ello, en julio, Eymar dictó auto de procesamiento en su contra por el delito de rebelión militar, penado por el Código de Justicia Militar con la pena de muerte. A finales de octubre, se designó al teniente Juan Besteiro como defensor de oficio, quien le comunicó que el fiscal militar solicitaba una pena de treinta años de reclusión. Elevada la causa a plenario, el consejo de guerra se celebró el 5 de diciembre y fue condenado a reclusión perpetua por el delito de auxilio a la rebelión. El 18 de enero de 1958 el general auditor de la I Región Militar le comunicó que el gobierno le había indultado del cumplimiento de la pena principal, pero no de las accesorias de interdicción civil e inhabilitación absoluta, con la advertencia de que el indulto sería revocado en caso de reincidencia. Privado de todos sus derechos civiles y prácticamente enclaustrado en su domicilio, volvió a refugiarse en la escritura, tarea solo interrumpida por algún esporádico contacto con antiguos compañeros de armas del bando republicano. En 1961, privado de pensión alguna de retiro, trató de conseguir algún ingreso mediante la publicación del libro que estaba preparando bajo el título Historia de la guerra de España, y efectivamente la editorial Ariel se mostró interesada e incluso parece que llegó a firmarse un contrato, pero al año siguiente se desentendió del proyecto (lo poco que llegó a escribir fue publicado por la editorial RBA en 2010, con un estudio introductorio de Jorge Martínez Reverte). Y en 1963, Carles Barral realizó una gestión para que la editorial Mondadori adquiriera los derechos universales de otro de los libros que escribió en aquellos años, el titulado Así fue la defensa de Madrid, que finalmente fue publicado en México después de su muerte. Muchos otros libros salieron de su pluma en este periodo, pero todos permanecen todavía inéditos en poder de su familia o en el Archivo Histórico Nacional. Finalmente, el 15 de junio de 1966, Vicente Rojo falleció en su casa de la calle de Ríos Rosas y fue amortajado con el mismo crucifijo que le acompañó durante toda la guerra. Aunque la prensa apenas se hizo eco de la noticia, a la conducción de su cadáver a la Sacramental de San Justo asistieron centenares de personas, deseosas de rendir un último tributo al general que logró impedir que Madrid cayera en manos de Franco en noviembre de 1936. Y durante los días siguientes, miles de cartas y telegramas, llegados desde los más dispares puntos del globo, dieron el pésame a su esposa, recordando que había desaparecido un hombre bueno y leal a sus principios. Obras de ~: con A. Lodo, Problemas de tiro, Toledo, Colegio de María Cristina, 1928; Orientaciones y datos de organización, logística, topografía, telemetría, fortificación, armamento, tiro y táctica, Toledo, Colegio de María Cristina, 1928; Orientaciones y datos, de organización, logística, topografía, telemetría, fortificación, armamento, tiro y táctica de utilidad para la resolución de ejercicios sobre plano, con juego de la guerra y en el terreno, Toledo, Colegio de María Cristina, 1929; J. B. Montaigne, La guerra en su esencia, trad. de ~, Toledo, Rodríguez y Comp.ª, 1930; Los ejercicios sobre el plano. (Segunda parte). Aplicación a casos concretos, Toledo, Rodríguez y Comp.ª, 1932; “Prólogo”, en F. Halcón, Descripción, funcionamiento, desarme y armado del mortero Valero M. L. I. C. de 50 mm, modelo 1932, y su granada, Toledo, Imp. de la Asociación de Huérfanos de Infantería, 1933; con I. Moyano, El enlace Infantería-Artillería en la defensiva, Toledo, Rodríguez y Comp.ª, 1933; Pourquoi se bat l'armée espagnole: un discours, París, s. n., 1937; ¡Alerta los pueblos de España! Estudio político-militar del periodo final de la guerra española, Buenos Aires, Aniceto López, 1939 (reed. Barcelona, Ariel, 1974; Barcelona, Planeta, 2005); España heroica (diez bocetos de la guerra española), Buenos Aires, Americalee, 1942 (reed. México D. F., Era, 1961; Barcelona, Ariel, 1975); “Prólogo”, en J. Henríquez Caubín, La batalla del Ebro: maniobra de una división, México D. F., Unda y García, 1944; Tríptico de la guerra, La Paz, Talleres Gráficos Bolivianos, 1953, 3 vols.; Culminación y crisis del imperialismo, Buenos Aires, Periplo, 1954; Así fue la defensa de Madrid: aportación a la historia de la Guerra de España, 1936-39, México D. F., Era, 1967 (reed. Madrid, Comunidad de Madrid, 1987; Madrid, Asociación de Libreros de Lance, 2006); El ejército como institución social, Madrid, ZYX, 1968; Elementos del arte de la guerra, Madrid, Ministerio de Defensa, 1988; Historia de la Guerra Civil española; Barcelona, RBA, 2010. Bibl.: H. González, Resumen histórico de la Academia de Infantería, Toledo, Colegio de María Cristina, 1925; J. Villalba, La Colección Bibliográfica Militar, Toledo, TEA, 1929; A. López Fernández, Defensa de Madrid: relato histórico, México, A. P. Márquez, 1945; F. de Salas López, Militares escritores contemporáneos, Madrid, Servicio Geográfico del Ejército, 1967; M. Alpert, El ejército republicano en la Guerra Civil, Barcelona, Ibérica de Ediciones y Publicaciones, 1977; M. T. Suero Roca, Militares republicanos de la guerra de España, Barcelona, Península, 1981; J. M. Martínez Bande, La marcha sobre Madrid, Madrid, San Martín, 1982; C. Zaragoza, Ejército Popular y militares de la República (1936-1939), Barcelona, Planeta, 1983; J. I. Martínez Paricio et al., Los papeles del general Vicente Rojo: un militar de la generación rota, Madrid, Espasa Calpe, 1989; C. Blanco Escolá, Franco y Rojo: dos generales para dos Españas, Barcelona, Labor, 1993; R. Casas de la Vega, Seis generales de la Guerra Civil (Vidas paralelas y desconocidas), Madrid, Fénix, 1998; J. V. Gimeno Graullera (coord.), Homenaje al general Vicente Rojo en el primer centenario de su nacimiento, Sagunto, Fundación Municipal de Cultura, 1998; J. Blázquez Miguel, “Vicente Rojo: la decisión de un general”, en Historia 16, 288 (2000), págs. 100-110; J. Zugazagoitia, Guerra y vicisitudes de los españoles, Barcelona, Tusquets, 2001; C. Blanco Escolá, Vicente Rojo, el general que humilló a Franco, Barcelona, Planeta, 2003; J. Fernández López, General Vicente Rojo: mi verdad, Zaragoza, Mira, 2004; G. Cox, La defensa de Madrid, Madrid, Oberon, 2005; F. Puell de la Villa, Historia del ejército en España, 2.ª ed., Madrid, Alianza, 2005; G. Cardona, Historia militar de una guerra civil: estrategia y tácticas de la guerra en España, Barcelona, Flor del Viento, 2006; J. A. Rojo, Vicente Rojo: retrato de un general republicano, Barcelona, Tusquets, 2006; R. Salas Larrazábal, Historia del Ejército Popular de la República, Madrid, La Esfera de los Libros, 2006; F. Puell de la Villa y J. A. Huerta Barajas, Atlas de la Guerra Civil española; antecedentes, operaciones y secuelas militares (1931-1945), Madrid, Síntesis, 2007; Vicente Rojo, Osuna, Ayuntamiento de Osuna, 2010; J. Fernández López, “Vicente Rojo Lluch. Teniente General”, en J. García Fernández (coord.), 25 militares de la República, Madrid, Ministerio de Defensa, 2011, págs. 817-849; C. Navajas Zubeldia, Leales y rebeldes. La tragedia de los militares republicanos españoles, Madrid, Síntesis, 2011; F. Puell de la Villa, “Julio de 1936: ¿un Ejército dividido?”, en J. Martínez Reverte (coord.), Los militares españoles en la Segunda República, Madrid, Fundación Pablo Iglesias, 2012, págs. 77-98; A. Guerrero Martín, Análisis y trascendencia de la Colección Bibliográfica Militar, Tesis doctoral inédita, UNED, 2015; O. Cabezas Moro, Indalecio Prieto en la Guerra Civil, Madrid, Ministerio de Defensa, 2017. |
Vicente Guarner Vivancos
Vicente Guarner Vivancos (Mahón, Menorca, 11 de septiembre de 1893 - Ciudad de México, 23 de enero de 1981) fue un militar español que tuvo una destacada participación en la Guerra Civil Española. Hombre de convicciones antimilitaristas y antibelicistas, fue miembro de la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA) antes de la guerra, siendo uno de sus dirigentes en Cataluña. Entre sus amistades más cercanas destacan su excelente relación con Antoine de Saint-Exupéry, así como con Federico García Lorca y con quien fuera presidente de la República, Manuel Azaña. Tras la derrota republicana pasaría al exilio en el Marruecos francés y más tarde a México donde llegaría a ocupar puestos en el Ejército mexicano. Nacido en Mahón (Menorca) en 1893. Entre 1908 y 1911 realizó sus estudios militares en la Academia de Infantería de Toledo y más tarde recibió formación de Estado Mayor en Madrid. Por estos años ascendió rápidamente y obtuvo los grados de Teniente (1911) y Capitán (1917).2 Destinado al norte de África, tomó parte en numerosas operaciones y campañas en el territorio, y entre 1918 y 1925 participó en la Guerra del Rif como jefe de tanques en la región de Alhucemas. Fue profesor de la Academia de Toledo y lo destinaron al territorio del Sáhara, como subjefe de la zona de Cabo Juby, entre 1927 y 1930, donde profundizó en la lengua y la cultura árabes, cuyos conocimientos ya había adquirido en Marruecos. Una vez proclamada la II República Española se estableció en Cataluña, concretamente en Barcelona, donde coincidió con Ramón Franco, hermano a su vez de Francisco Franco.3 En una conversación, Guarner preguntó a Ramón la opinión de su hermano respecto al nuevo régimen republicano, a lo que este respondió: Mira, Guarner, Paco por ambición sería capaz de asesinar a nuestra madre y por presunción mataría a nuestro padre. En 1933, hizo cursos para oficiales en el ejército francés y participó en las maniobras militares de Salisbury (primeras maniobras mundiales de tanques a gran escala). En 1935 fue nombrado profesor de táctica en la Escuela Superior de Guerra de Madrid,1 puesto que no desempeñó ya que posteriormente sería designado por el presidente de la Generalidad, Luis Companys, Jefe superior de los servicios de orden público de la Generalidad de Cataluña, y reorganizó las fuerzas de seguridad, de Asalto y de policía. Por esta época estuvo relacionado de la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA), surgida como respuesta de la derechista Unión Militar Española (UME); durante su estancia en Cataluña estuvo organizando la estructura de la UMRA en territorio catalán. Días antes de la sublevación militar, durante un registro en el domicilio de uno de los conspiradores, las fuerzas policiales de Guarner encontraron el bando de declaración del estado de guerra e instrucciones para el día del golpe (entre las que figuraba emborrachar a la tropa y hacerles creer que se trataba de un movimiento republicano, según testimonio del propio Guarner). Inmediatamente informó del hallazgo al presidente Companys y éste al presidente del gobierno, Casares Quiroga, hecho que contribuyó decisivamente al fracaso del pronunciamiento en Barcelona. Durante el Golpe de Estado de 1936 que provocó la guerra civil española se mantuvo fiel a la República en la ciudad donde estaba destinado, Barcelona; el 19 de julio de 1936 se destacó por la represión del movimiento subversivo de los militares rebeldes. También formó parte del Comité de Milicias Antifascistas de Cataluña como asesor militar.6 Fue nombrado subsecretario de la Consejería de Defensa de la Generalidad en agosto de 1936, cargo desde el que se ocupó de organizar columnas para el frente, de establecer industrias de guerra, escuelas de oficiales y fortificaciones. A comienzos de 1937 fue nombrado Comandante del Frente de Aragón y participó en multitud de golpes de mano y de acciones victoriosas sobre Belchite y Codo. Después de los Sucesos de mayo de 1937 fue nombrado jefe de Estado Mayor del Ejército del Este, comandado por el general Sebastián Pozas, y tiempo más tarde tomaría parte en operaciones militares en los frentes de Córdoba y Extremadura. En 1938 fue nombrado Director de la Escuela Popular de Estado Mayor, y a finales de año, Agregado militar en la legación española en la Zona Internacional de Tánger. Allí organizó sabotajes y una red de espionaje sobre el Protectorado español de Marruecos hasta febrero de 1939, cuando Francia y el Reino Unido dejaron de reconocer a la República como gobierno legítimo. En marzo de 1939, con la derrota republicana, se fue al Protectorado francés de Marruecos, permaneciendo en Casablanca durante algún tiempo. Más adelante, tras la rendición francesa ante los alemanes en 1940, fue detenido por la Gestapo y se salvó por poco de la deportación a España gracias al general francés Vergès, antiguo profesor suyo. Entonces se exilió en México, donde se nacionalizó mexicano y se incorporó al ejército mexicano como coronel. Fue agregado militar de la embajada de la Segunda República Española de 1945 a 1949. También colaboró en la revista Quaderns de l'exili. Falleció en la ciudad de México el 23 de enero de 1981. Vida masónica Además de su carrera militar, Vicente Guarner fue un ferviente masón iniciado en los primeros días de la guerra civil en una logia perteneciente a la Gran Logia Española. Durante su exilio en México desarrolló un intenso trabajo masónico. El 1957, durante su estancia en México, fue elegido Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo del Grado 33 para España del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, cargo que desempeñó hasta el año 1969. Publicó diversos ensayos periodísticos y el folleto titulado Historia del Supremo Consejo del Grado 33º para España y sus Dependencias y de la Masonería española, en 1961. Archivo Su fondo personal se encuentra depositado en el CRAI Biblioteca Pavelló de la República de la Universidad de Barcelona. Consta de correspondencia recibida y/o escrita por Vicente Guarner, documentación personal, documentación sobre el ejército republicano, sobre el régimen franquista, España, así como un conjunto de documentos personales elaborado por él mismo. Obras Entre sus obras de carácter militar cabe destacar las siguientes: Carros de combate Empleo de los carros de combate por el Alto Mando El Sahara y el sur Marroquí españoles Técnica del arte militar El arte militar moderno Además de en su faceta militar, Vicente Guarner también destacó en su actividad como escritor de la que sobresalen algunas obras: El analfabeto que conquistó un reino (1954) El divino equivocado descubridor de un mundo (1954) El asesinato del general Humberto Delgado (1966) Cataluña en la guerra de España (1975) L'aixecament militar i la guerra civil a Catalunya (1980) |
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