La Revolución de los Claveles y el fin Imperio colonial portugués.-a
Memoria de las guerras coloniales africanas en Portugal y España
El pasado colonial africano del siglo XX fue muy importante en la historia CONTEMPORÁNEA de España y Portugal.
Imperio portugués.
Portugal contó en África con unos extensos territorios, acumulando una superficie comparable a la de otras potencias coloniales como Italia, Alemania o Bélgica; aunque muy lejos de los grandes imperios británico y francés. Por el contrario España, solo pudo ejercer su soberanía en unos pocos territorios de escasas dimensiones y entidad, haciéndose cargo de algunos de ellos más por respetar acuerdos internacionales que por un verdadero afán colonizador (Bachoud 1988, 54).
En el gran reparto colonial áfrica que se reguló en la Conferencia de Berlín de 1884-1885 los portugueses afirmaron su dominio sobre Angola y Mozambique, a lo que se sumaban las pequeñas colonias de Santo Tomé y Príncipe, Guinea-Bissau y Cabo Verde (Pélissier 2006).
Los españoles, por su parte, se limitaron en la Conferencia de Berlín a afirmar su dominio sobre Guinea Ecuatorial, donde la presencia española databa de 1778, y actual Sahara Occidental. Este último fue incorporado sobre la marcha gracias a una expedición ad hoc del militar y arabista español Emilio Bonelli (Zaragoza, 7 de noviembre de 1854-Madrid, 1926, fue un militar, autor y africanista español).
Similitudes y diferencias entre los colonialismos ibéricos en África.
La primera diferencia importante, como ya se señaló en la introducción, fue de magnitud. Los territorios portugueses tenían más de 10 millones de habitantes a mediados del siglo XX, mientras que los españoles apenas superaban el millón, cifra que quedó reducida a unos 400.000 tras la independencia de Marruecos en 1956. Además, la importancia social y económica de los territorios portugueses fue considerablemente mayor, en buena medida por la existencia de una verdadera colonización, mientras que en los territorios españoles primó claramente la ocupación militar y la presencia de colonos fue muy reducida (Albet i Mas 1999).
Dentro de los dominios españoles en África el que tuvo una situación más similar a la portuguesa fue el de Guinea Ecuatorial, bastante desconocido por su escaso tamaño y relevancia, predominando más en la sociedad española el olvido que la memoria histórica colonial, a diferencia de Indias orientales y occidentales españoles. (Nerín 1997).
Otro aspecto que marca una diferencia clave es la importancia simbólica del imperio colonial en cada caso. Para el régimen de Salazar fue un elemento absolutamente central, hasta el punto de que estaba indisolublemente ligado a él. En el caso del FRANQUISMO, el papel de las colonias fue más secundario, y desapareció después de que Marruecos se independizase en 1956. No obstante, el que los principales líderes del régimen franquista hubiesen alcanzado fama y prestigio como oficiales coloniales fue un elemento que amplificó su vertiente colonial, y llevó a que se utilizase mucho propaganda.
Estado Novo
Algunos autores han llegado a definir al Estado Novo como una “dictadura colonial” (Loff 2007; Pimenta 2013), al haber nacido con el objetivo de conservar el patrimonio colonial portugués frente a los deseos extranjeros, y de convertirlo en un gran imperio. El control metropolitano fue tan absoluto que nunca se procedió a integrar en el poder las poblaciones ocupadas, como hicieron franceses o británicos, y también fue evidente la marginación de las élites criollas respecto al poder (Alexandre 2006, 11).
La ideología del régimen fue colonialista hasta sus últimas consecuencias, y la dictadura no podía sobrevivir al imperio portugués. Al contrario, en el caso español el abandono de Marruecos en 1956 no supuso mayores problemas políticos, económicos o prestigio nacional.
El nacionalismo colonialista portugués en el que se basó el Estado Novo no era nuevo, pues hundía sus raíces en el siglo XIX, aunque nunca se había potenciado tanto. El colonialismo se consideraba en la esencia misma de la nación portuguesa, con un acto colonial de 1930 que afirmaba que era parte “da essência orgânica da nação portuguesa desempenhar a função histórica de possuir e colonizar domínios ultramarinos e de civilizar as populações indígenas que neles se comprendem”.
Con estos planteamientos, era lógico que el Estado Novo intentase desde el primer momento producir una imagen positiva sobre el imperio, capaz de movilizar a la sociedad.
En Portugal, la doctrina integracionista de colonias a Portugal, surgió en la década de 1950, y tuvo un fuerte peso hasta 1974, aunque no era compartida por importantes figuras del régimen como Armindo Monteiro, Adriano Moreira o Marcelo Caetano. En 1951 Salazar integró constitucionalmente en la nación las colonias con la denominación de provincias ultramarinas, revocando el Acto Colonial de 1930 (Silva 2019, 159 ss.).
Se defendía que la nación portuguesa era una del río Miño hasta Timor, y que la colonización portuguesa era propensa al mestizaje y a la mezcla de culturas. Portugal era definido como un territorio pluricontinental y plurirracial, y se integraron las teorías del luso-tropicalismo formulado por el brasileño Gilberto Freyre.
La imagen idílica de unos territorios ultramarinos que eran parte del Estado y en los que no había trazas de racismo fue un escudo frente a las presiones internacionales, aunque poco eficaz (Pimenta 2013, 192).
Final del imperio.
En solo dos años, 1974 y 1975, coincidieron los finales de sus territorios coloniales. Pese a la casualidad cronológica, apenas existe vinculación entre ambos procesos, que siguieron caminos muy separados. Mientras en el caso portugués fue el conflicto colonial el que provocó el fin de la dictadura.
España, la escasa población española de los territorios coloniales limitó mucho el impacto a diferencia del caso portugués, el puente aéreo de 1975, especialmente con Angola y Mozambique, fue un éxodo con ciertas semejanzas al de los franceses en Argelia (Ribeiro 2018, 334), y que tuvo un considerable impacto en la memoria colectiva portuguesa.
Dos historias de las guerras coloniales
La colonización de África durante el siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX se topó con la resistencia de los pueblos nativos, provocando constantes conflictos militares. España y Portugal participaron de este proceso y la presencia de ambos Estados en el continente estuvo lleno de episodios bélicos. España apenas desarrolló un colonialismo efectivo en el siglo XIX, y tanto Guinea Ecuatorial como el Sahara Occidental fueron territorios relativamente pacíficos.
No obstante, se enfrentó a un destacado conflicto en Marruecos, la conocida como Guerra de África de 1859-1860. Fue una contienda que duró alrededor de cuatro meses y de consecuencias limitadas, entre las que destacó la ocupación de Tetuán durante dos años. Aunque la victoria española no supuso avances territoriales, el conflicto se recordó sobre todo por la oleada de patriotismo generada a su alrededor, y caracterizada por una ausencia de oposición visible que no se volverá a producir en guerras posteriores. Lo sucedido en 1893, por su parte, no pasó de un incidente fronterizo que apenas puede ser calificado como guerra, pero que devolvió la atención de la opinión pública española a los asuntos de Marruecos, que tenía muy olvidados.
En Portugal las campañas africanas del XIX adquirieron una notable relevancia a partir de 1895, cuando se apostó por una mayor agresividad y una conquista más directa del territorio. Se extendieron por diversas áreas de Angola y Mozambique, y en ellas se hicieron populares militares como Mouzinho de Albuquerque, Paiva Couceiro o Caldas Xavier, que consiguieron acabar con múltiples revueltas tribales y derrotar al Imperio de Gaza (Pélissier 2006).
La caída de este último en 1895, con la captura de su líder Gungunhana, es uno de los momentos más recordados del colonialismo portugués decimonónico.
Guerra del Riff
Con Portugal todavía consolidando sus grandes colonias africanas, en 1909 comenzaba para España su principal conflicto colonial en África, una campaña en Marruecos que, en varias fases, mantendría el territorio en una guerra casi continua hasta 1927, y que supone un elemento clave para entender el siglo XX español. La caída del régimen de la Restauración en 1923 o la propia Guerra Civil no se explican sin la influencia de la presencia militar en Marruecos (Nerín 2005).
Además, episodios bélicos como el desastre de Annual (1921) o el desembarco de Alhucemas (1925) se hicieron un hueco muy marcado en una sociedad española que había tenido que hacer una sustanciosa “contribución de sangre” a través del servicio militar obligatorio. En esa etapa, el conflicto más destacado en el África portuguesa no fue colonial, sino imperialista, al combatir contra Alemania en el marco de la Gran Guerra (Barroso 2018).
Guerra independencia
Desde mediados del siglo XX las guerras de colonización de España y Portugal dejaron paso a guerras de liberación. El proceso descolonizador de los territorios españoles fue infinitamente más pacífico que el de los portugueses. El único conflicto destacado al que se tuvo que enfrentar el régimen franquista fue la conocida como Guerra de Sahara-Ifni, que tuvo lugar en 1957 y 1958.
Mientras tanto, para Portugal la guerra colonial desde 1961 hasta 1974 se saldó con unos 8.300 muertos y cerca de 28.000 heridos y mutilados (Pinto 1999, 75-78). Son unas cifras moderadas si tenemos en cuenta la duración del conflicto y su dureza, pero su impacto sobre la sociedad portuguesa fue enorme.
Especialmente por el volumen del contingente movilizado. Portugal hizo proporcionalmente cinco veces más esfuerzo que Estados Unidos en Vietnam (Cann 1997, 106), llegando a participar en la guerra entre el 7 y el 10% de la población portuguesa. La ausencia de una colonización efectiva en el caso español fue sin duda un factor que limitó notablemente los efectos de la independencia de sus territorios. Dejar desvalidos a los colonos fue una de las grandes problemáticas de los procesos descolonizadores, y esfuerzos como los de Francia en Argelia o Portugal en Angola se entienden mejor teniendo en cuenta la presión que suponían para la metrópolis sus ciudadanos allí asentados.
Si en el caso español la guerra se circunscribió a un marco geográfico y temporal muy concreto,y pequeño, en caso portugués fue al contrario, con trece años en los que se vieron afectados todos los principales territorios coloniales portugueses. En Angola destacaron las guerrillas del FNLA, el MPLA y la UNITA, que atravesaron distintas crisis pero consiguieron mantener el esfuerzo militar desde una posición casi siempre precaria. En Mozambique las milicias más relevantes fueron las de la FRELIMO, especialmente desde 1972-1973, cuando mejoraron enormemente su capacidad militar y lograron realizar incursiones en áreas de colonos blancos, que incrementaron mucho las repercusiones internacionales.
En Guinea Bissau el PAIGC de Amílcar Cabral comenzó la lucha en 1962, convirtiéndose en uno de los movimientos más eficaces y estables de lucha contra el colonialismo portugués, logrando una declaración unilateral de independencia en 1973 reconocida por más de 70 Estados (Pereira 2002).
En estos reconocimientos se percibe uno de los grandes problemas de Portugal, apenas perceptible en el caso español, que fue el del descrédito internacional de los años setenta, patente en hechos de tanto impacto como la recepción del papa Pablo VI a miembros de la FRELIMO, el MPLA o el PAIGC; las denuncias de misioneros o el impacto que tuvo en la prensa británica la masacre de Wiriyamu, en Mozambique (Dhada 2018).
La comunidad internacional se fue poniendo cada vez más del lado de los movimientos de liberación, haciendo más insostenible la situación de Portugal.
Memorias de guerras pasadas
En Portugal el ejército se había preocupado desde finales del XIX por fortalecer su memoria colectiva en sociedad. Era una época revolucionaria y buscaba reforzar su papel, centrándose en sus glorias para ofrecer, tanto hacia sí mismo como hacia fuera, una imagen de elemento central de la patria. Con el Estado Novo, objetivos como estos se buscaron más que nunca desde el poder, y así por ejemplo se publicaron diversos libros que ensalzaban las acciones militares portuguesas, con objetivos claramente nacionalistas.
Obras como Portugal Militar, de Carlos Selvagem, o História do Exército Português, de Ferreira Martins, son buenos ejemplos. En este tipo de trabajos centrados en lo militar el elemento colonial solía estar presente, aunque a menudo de forma secundaria. No obstante, se promocionaron obras más específicas sobre esta temática, como la colección Pelo império, de la Agência Geral das Colónias, que centrándose en biografías de las grandes figuras de la colonización trataba de reforzar la sensibilidad de la sociedad hacia la misma (Léonard 1999, 24-26).
Además, el Estado Novo usó los mecanismos propagandísticos a su disposición para reforzar ciertos nombres, lugares y momentos en la memoria colectiva. El “glorioso” pasado colonial serviría como elemento de identidad nacional. A través de libros como los anteriormente citados, manuales escolares, congresos de temática colonial, exposiciones, películas, documentales, programas de radio, concursos literarios e incluso cruceros de estudiantes a las colonias se potenció ese pasado colonial y se ligó con el presente (Neto 2018; Pimenta 2013).
Las figuras de las guerras coloniales de finales del XIX, que ya ocupaban un lugar destacado en la historia portuguesa, como Mouzinho de Albuquerque o Caldas Xavier, se convirtieron en grandes héroes. Especialmente Mouzinho de Albuquerque fue reivindicado como una gran figura patria, destacándose aspectos como su coraje, inteligencia o linaje (puesto que ser de una familia antigua y noble parecía explicar en parte sus virtudes).
En 1955, coincidiendo con el centenario de su nacimiento, se hicieron muchas conmemoraciones y publicaciones, en las que se destacaba su liderazgo, el ser un orgullo por su misión colonizadora y su papel en el imperio. Para darse una idea de su trascendental papel en el Estado Novo basta con decir que se publicaron 29 obras sobre él entre 1893 y 1909, únicamente 8 entre 1910 y 1925, y nada menos que 118 entre 1926 y 1974, la mayoría de ellas entre 1930 y 1958.
Además en 1967, en plena guerra colonial, fue designado patrón de la caballería portuguesa, lo que demostraba el interés por usar los referentes del colonialismo pasado en el actual. Otros nombres destacados fueron Teixeira Pinto, Artur de Paiva, Alves Roçadas, Pereira de Eça, Paiva Couceiro, Freire de Andrade o el teniente Aragão. Sus nombres se pusieron muy en contacto con la sociedad civil de diversas formas, incluyendo topónimos (fue muy habitual darles sus nombres a calles), estatuas y conmemoraciones.
En el caso de España, aunque las guerras no suponían el mejor aval para las teorías de la colonización ejemplar o del hermanamiento entre españoles y marroquíes, fueron fundamentales para ensalzar al ejército y legitimar la presencia española en Marruecos.
Por ejemplo, en los manuales escolares del franquismo de los primeros años las campañas en Marruecos del XIX y XX se catalogaron como “muy populares”, justificándolas en aspectos como los ataques sufridos al honor y la bandera, demostración de nacionalismo exacerbado, o los ataques a obreros, demostración de solidaridad vertical (Castillejo Cambra 2008, 375).
Se consideraba que estas campañas habían servido para mostrar la vitalidad del ejército, mientras que los políticos liberales y marxistas habían sido los responsables de los desastres, los primeros por incompetencia y los segundos por “envenenar” a soldados y población civil para ponerlos en contra de la lucha. La situación fue cambiando progresivamente, y con posterioridad a 1956 ya fue habitual encontrar referencias al de Marruecos como un “asunto desgraciado” o un “gasto de vidas y dinero”.
Alrededor del colonialismo español en general y de las guerras en particular el régimen creó su propio discurso, caracterizado por ideas como la misión civilizadora, la ética europea considerada de validez universal, el heroico honor nacional y la encomienda divina. Este último, a pesar de la orientación fuertemente católica del Franquismo, estuvo poco ligado a la idea de evangelizar, que se había ido perdiendo en el XIX y que está casi ausente en el XX (salvo respecto a Guinea Ecuatorial), lo que supone una notable diferencia con el caso portugués, ya que el Estado Novo recuperó con mucha intensidad la vocación cristiana de los portugueses a la hora de civilizar y evangelizar.
Otra diferencia notable es la intensidad del militarismo en el caso español, no solo relacionada con el mayor peso del ejército en la dictadura, sino también con un colonialismo castrense. Se puede afirmar que en Marruecos el ejército “era el mismo Estado” (Losada Málvarez 1990, 186), y consideraron el Protectorado una obra suya, tanto por haber conseguido su “pacificación” como por dotarlo de una estructura eficaz.
La principal campaña del XIX, la Guerra de África de 1859-60, se ensalzó notablemente, y en el discurso militar ritualizado de la época nombres centrales como los del general Prim, las batallas de los Castillejos y Wad-Ras o los Voluntarios Catalanes ocupaban un lugar comparable al de glorias de la época de esplendor del imperio como Hernán Cortés, Lepanto o los Tercios de Flandes (Álvarez Junco 2001, 512).
Juan Prim y Mouzinho de Albuquerque fueron las principales figuras en cada país de las guerras del XIX, mientras que de las del XX para la dictadura española el general Franco será absolutamente indiscutible. En el caso portugués, la ausencia de conflictos coloniales de verdadera entidad entre 1905 y 1961 propició que entre los principales militares del régimen no hubiese muchos curtidos en la guerra colonial, y además el perfil más burocrático del régimen salazarista hacía mucho menos habitual la presencia de militares en el Gobierno que en el caso español, donde fueron los claros dominadores, especialmente durante sus primeros años.
La carrera militar de Franco se forjó en Marruecos, pero también la de la mayoría de los mandos más destacados de su ejército en la Guerra Civil, así como cuerpos de gran importancia militar y simbólica como la Legión y los Regulares.
Por ello, es comprensible que la larga guerra del Rif (1909-1927) se convirtiese en el conflicto más importante en la memoria del franquismo por su importancia en el apuntalamiento mitológico e ideológico del régimen (Balfour 2022, 15). Dentro de esta guerra se recordaron sobre todo el terrible desastre de Annual de 1921 y el victorioso desembarco de Alhucemas de 1925.
Mientras el primero sirvió a la dictadura para poner de relieve los problemas de la política liberal española, el segundo se utilizó para ensalzar la dictadura de Primo de Rivera y a su líder, por haber logrado restablecer el “orden social” y vencer una guerra contra la que los gobiernos de la Restauración habían sido ineficaces. La labor propagandística se combinó con una censura que permitió sepultar perspectivas que no eran del gusto del régimen.
Así sucedió en literatura con referentes como El blocao (1927), de José Díaz Fernández, Imán (1930), de Ramón Sender o La forja de un rebelde (1941-1944), de Arturo Barea.
En su lugar se promocionaron lecturas afines al franquismo y a sus postulados, como Annual (1946), de Francisco Camba, militarista y de exaltación patriótica; o Diario de una Bandera (1922), escrito por el propio Franco, que sirvió para fomentar la imagen del Caudillo como soldado-escritor-salvador de la patria, un hombre completo física, mental y espiritualmente (Viscarri 2004, 77).
Otro aspecto muy interesante de la memoria de estas guerras es la visión del enemigo, cuyo análisis era comprometido, pues había motivos para no demonizarlo como la defensa de la obra protectora y de la presunta harmonía entre colonizadores y colonizados. En el caso español también se sumaba el apoyo que los marroquíes habían prestado durante la Guerra Civil, y que hacía conveniente un mayor respeto que el de las tradicionales versiones peyorativas del moro.
En el caso portugués la visión del negro como incivilizado fue omnipresente, compartida en España, pero escasa por el reducido peso de Guinea Ecuatorial. Naturalmente, elementos peyorativos asociados a la incultura y salvajismo estuvieron también muy presentes en relación a la imagen del moro, pero ésta no era tan intensa.
Guerra colonial portugués.
Aunque durante años las guerras coloniales fueron cosa del pasado para la dictadura portuguesa, en 1961 la cuestión colonial volvió a tornarse violenta, y pusieron en funcionamiento sus maquinarias generadoras de discurso, intentando así controlar una memoria colectiva que se iba formando y que a veces escapaba de los deseos oficiales. Para el Estado Novo, pues su conflicto ponía en cuestión al propio sistema, aunque no llegó a haber una conciencia colectiva de crisis.
La labor de la dictadura en educación y propaganda había dado frutos enraizando la mística imperial, que permitía entender la necesidad de luchar y ensalzar la labor del ejército. De hecho, en 1961 había un cierto consenso social sobre la necesidad de defender el imperio. No obstante, había focos de oposición, destacando los comunistas e incluso sectores del ejército, como demostró la Abrilada (intento de golpe de Estado dirigido en 1961 por el entonces ministro de Defensa, el general Botelho Moniz), claramente opuesta a una guerra colonial que comenzaba en un año en el que se habían independizado 17 países africanos.
Aun así, esta perspectiva fue minoritaria y hasta 1972 no se aprecia un claro descontento en el seno del ejército, algo extrapolable al resto de la sociedad portuguesa, para la cual las contradicciones de la lucha por el imperio no se hicieron visibles hasta después de muchos años de guerra.
Se considera el comienzo de la guerra la revuelta en el norte de Angola en febrero-marzo de 1961, que incluyó matanzas de blancos con las que el Estado Novo llevó a cabo la mayor operación de propaganda de toda la guerra, aprovechando el impacto de las fotografías para enardecer a la sociedad portuguesa contra los rebeldes y justificar el esfuerzo militar. El discurso de Salazar en abril, “Para Angola, rapidamente e em força”, fue otro referente simbólico importante, que caló en esa sociedad moldeada por los valores del régimen, y que aceptaba el sacrificio para defender la integridad de la nación. No obstante, esta propaganda tenía problemas por su incompatibilidad con las versiones idílicas del colonialismo portugués, aunque ello no impidió que la concepción del excepcionalismo se mantuviese e incluso creciese durante los años de la guerra.
Entre 1972 y 1974 Portugal fue viendo como crecía su aislamiento internacional, con más países reconociendo la independencia de sus colonias, lo que repercutió en el interior, donde la imagen de la guerra era cada vez más negativa. Un buen ejemplo fue el impacto de la masacre de Wiriyamu (Mozambique), que el régimen no logró ocultar, especialmente tras la detallada crónica del sacerdote jesuita Adrian Hastings, publicada en The Times justo antes de la visita de Marcelo Caetano a Londres para celebrar los 600 años de alianza anglo-portuguesa (MacQueen y Oliveira 2010).
Pese a todo, Portugal nunca asumió la responsabilidad por la masacre en que un grupo de comandos arrasó un poblado causando entre 150 y 300 muertos.
Esto fue algo común a los conflictos de ambos países, como se desprende fácilmente de muchas de las memorias publicadas, pero este tipo de testimonios no pudieron ser difundidos hasta la caída de Estado Novo.
Las guerras coloniales portuguesas desde 1961, como afirmó René Pélissier (2003, 157), no tuvieron “batallas decisivas” ni “oficiales victoriosos”. Por eso no se proyectaron hacia el futuro nombres y vivencias de grandes hombres. En la memoria colectiva portuguesa que se va forjando de esas guerras no aparecieron grandes héroes nacionales. No hay figuras comparables a los generales Francisco Silveira o Bernardo de Sepúlveda, de la guerra contra los franceses; o a los ya señalados protagonistas de las guerras coloniales de finales del XIX.
Incluso la Primera Guerra Mundial, de infausto recuerdo en Portugal por la destrucción de una división en la batalla de La Lys, dejó para la memoria un gran héroe nacional como el soldado Milhões. Lo que sí hay es una cierta mitificación del Regimiento de Comandos, una unidad fundamental en la memoria de la guerra colonial, que recuerda en muchos aspectos lo que sucedió con la Legión Española durante la Guerra del Rif (símbolos propios, ultranacionalismo, masculinidad, valor del grupo por encima del individuo, etc.).
El fin de la guerra para Portugal, todo terminó: guerra, imperio y dictadura. En este contexto se publicaron muchos ensayos analizando el proceso, la mayoría muy políticos y con deseos de dar una determinada visión, a menudo legitimando lo que había sucedido. Por otra parte, la literatura memorialística comenzó más lentamente, siendo habitualmente muy personal y con frecuencia también politizada.
En general, las visiones más críticas tardaron en aparecer, aunque hubo excepciones como Ribeiro (1973), Almeida (1974) o Ferrão (1974). También destaca en 1977 la publicación del impactante Tortura na Colónia de Moçambique, 1963-1974, con testimonios de presos políticos del Estado Novo.
A pesar de estas publicaciones, se puede hablar de un notable silencio y olvido de la guerra colonial en la memoria pública, algo contradictorio con los cientos de miles de testimonios de los que habían vivido el conflicto, que hicieron que la memoria social fuese mucho más rica.
Aquí hay una gran diferencia con las guerras coloniales del XIX, en las que el Estado y el ejército habían fomentado una memoria pública de la guerra colonial con más repercusión que la memoria social.
El colonialismo español en África no terminó con una guerra, si no con La Marcha Verde de 1975 supuso la entrada “pacífica” de más de 300.000 marroquíes en territorio del Sahara Occidental, marcando el inicio de su anexión por Marruecos. Sahara era desierto y no era un territorio valiosos, era mas carga que un beneficio para España. Por eso, la conciencia colectiva española el abandono del Sahara Occidental sea un episodio relativamente olvidado en su historia.
Para Portugal, el final, del imperio, generó un impacto en la población, porque las consecuencias fueron mucho más palpables, como los cientos de miles de veteranos de guerra o de colonos retornados (Ribeiro 2018), la propia renuncia a un imperio que se había intentado atar con tanta fuerza a la metrópolis, o el alto nivel de violencia ejercida en la lucha colonial, que se convertiría en un pasado incómodo que todavía hoy no ha dejado de serlo.
Para Portugal el fin del imperio fue tragedia nacional, que no sea recuperado del todo, de gran potencia colonial se trasformo en país pequeño, en extremo de Europa, dependiente de dinero que subvenciona la unión europea.
Para terminar, una curiosa paradoja. En Portugal, la liberación de la dictadura “vino de África” en 1974, mientras que en España, fue la propia dictadura la que “vino de África” en 1936. Desde luego, es imposible entender el siglo XX de ambos países sin volver la vista al inmenso continente que siempre tuvieron al sur.
En cuanto a los conflictos, los de España se concentraron en la zona norte de Marruecos, destacando los periodos 1859-1860, 1893, 1909-1927 y 1957-1958, siendo en este último la zona afectada la del Sahara Occidental y también el pequeño enclave de Ifni, en la costa marroquí. En el caso portugués, destacan sobre todo los años finales del siglo XIX y primer tercio del XX, especialmente la etapa 1895-1910, así como la larga y dura guerra entre 1961 y 1974, que afectó a prácticamente todo el imperio colonial portugués en África y terminó por acabar con él.
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