Robo a los archivos del FBI.-a
Soledad Garcia Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes
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Cuatro décadas antes de que Edward Snowden aireara los trapos sucios de la CIA y la NSA, existió un grupo de jóvenes estadounidenses ligados con la contracultura que consiguió dejar al descubierto las vergüenzas del FBI, robando unos delatadores documentos y enviándolos a algunos de los periódicos más importantes de Estados Unidos en una pequeña operación cuyas consecuencias aún siguen notándose hoy en día.
La Comisión de los Ciudadanos para Investigar al FBI, que así se llamaba la organización, consiguió lo que antes nadie había conseguido: acceder a una oficina del FBI por la fuerza y obtener más de 1.000 documentos clasificados. 43 años después de dichos acontecimientos, Johanna Hamilton y la productora Laura Poitras han trasladado la historia a la gran pantalla en el documental 1971, estrenado esta misma semana en el Festival de Tribeca. Buena ocasión para recuperar la historia de John Raines, Bonnie Raines, Keith Forsyth, Robert Williamson, William C. Davidson y los otros tres miembros del grupo, cuya identidad aún no se conoce.
“Cuando hablabas a la gente de fuera del movimiento lo que estaba haciendo el FBI, nadie quería creerlo. Sólo había una manera de convencer a la gente que era verdad, y era consiguiendo entrar en sus archivos”.
Con esas palabras desvela Keith Forsyth, décadas después, la motivación que los puso en marcha esa noche del 8 de marzo de 1971, mientras Mohamed Alí y Joe Frazier se enfrentaban en “el combate del siglo”. Debido a que el delito ha prescrito, algunos de los ocho miembros de la organización han querido contar con su propio nombre lo ocurrido, y han aceptado ser entrevistados por Betty Medser para su libro The Burglary. The Discovery of J. Edgar Hoover Secret FBI, que fue publicado el pasado enero.
La cabeza pensante de la operación fue William C. Davidson, profesor de física en el Haverford College, y líder de un gran número de protestas contra la guerra en la ciudad de Filadelfia, donde se encontraba la sede del FBI que fue asaltada en 1971. Las preparaciones comenzaron en el verano de 1970, y pronto el grupo decidió que era demasiado peligroso entrar en la sede principal del Bureau en la ciudad, así que se decantó por una pequeña oficina en la localidad de Media. Los activistas actuaron como lo haría cualquier banda de ladrones: vigilaron el local durante meses y apuntaron los horarios de todos sus trabajadores.
Los ladrones han escapado del FBI durante más de 40 años “Sabíamos cuándo la gente entraba a trabajar, cuándo apagaban las luces, cuándo se iban a la cama, cuándo se levantaban”, explicó John Raines, que por aquel entonces era profesor de religión, en una entrevista publicada este mismo año en The New York Times.
“¡Era mucho más fácil que aprender a tocar la guitarra!”, explica Forsyth en referencia a sus notables habilidades manuales, que le permitieron acceder al edificio sin grandes problemas.
El alunizaje fue, efectivamente, bastante sencillo. El único contratiempo que sufrió la operación se produjo cuando Forsyth se dio cuenta de que el FBI había instalado un nuevo cerrojo en la puerta frontal, lo que le obligó a buscar una entrada alternativa: le bastó con una barra de hierro para acceder a los codiciados secretos de la organización que aún comandaba J. Edgar Hoover, que moriría apenas un año después.
Los ocho ladrones habían diseñado bien su huida. Metieron los 1.000 documentos en maletas, se montaron en los automóviles y acudieron a la granja que servía de campamento base. Aunque se separarían poco después bajo la premisa de no encontrarse nunca más (una medida que hizo que escapasen al FBI durante más de 40 años) encontraron en los papeles todo aquello que esperaban… y un poco más.
Unos reveladores documentos.
“Según el análisis de los documentos encontrados, un 1% estaba dedicado al crimen organizado, en su mayor parte, el juego; el 30% eran manuales, rutinas y otros asuntos de procedimiento; el 40% estaba dedicados a la vigilancia política, incluyendo dos casos que estaban relacionados con grupos de extrema derecha, diez relacionados con inmigrantes, y más de 200 con grupos de izquierda o liberales. El 14% restante se centraba en la resistencia al reclutamiento y a las deserciones del ejército”, escribió Noam Chomsky en su revisión del caso publicada en 1999 en New Political Science.
Los interrogatorios provocarán que aumente su paranoia endémica y les hará sentir que hay un agente del FBI detrás de cada buzón. Los papeles desvelaban, entre otras cosas, que el FBI tenía infiltrados en grupos feministas, en los Panteras Negras y en la izquierda estudiantil que protestaba contra la guerra de Vietnam, así como en el Ku Klux Klan. Muchos de estos papeles fueron enviados a algunos importantes medios, que en su mayoría decidieron no publicar nada. Fue precisamente Betty Medsger la autora del primero de los artículos que utilizaban como fuente los documentos obtenidos por los activistas, en las páginas de The Washington Post.
Su texto citaba un memorando publicado en 1970 en el que se descubría la obsesión de Hoover con los disidentes, al conminar a sus agentes a intensificar las entrevistas a pacifistas.
“Eso provocará que aumente su paranoia endémica y les hará sentir que hay un agente del FBI detrás de cada buzón”.
Pero no era el más revelador de los documentos encontrados; simplemente, aún no eran conscientes de ellos.
COINTELPRO y el primer espionaje masivo.
Si algo resultaba particularmente revelador en los documentos encontrados era la operación COINTELPRO, el proyecto del FBI que persiguió a celebridades como Jean Seberg o Ernest Hemingway y todos aquellos grupos que la organización etiquetaba bajo el nombre de “subversivos”. Hoover había dado la orden de “exponer, interrumpir, desviar, desacreditar, neutralizar o eliminar” a dichos movimientos y sus líderes. Para cumplir dichos objetivos, cualquier método (la violencia o el espionaje) era aceptable.
Sin embargo, el nombre de COINTELPRO no significaba nada para aquellos que leyeron los papeles por primera vez. No fue hasta el 8 de diciembre de 1973 que el periodista de la NBC Carl Stern explicó por primera vez en Nightly News en qué consistía el programa, gracias a una circular interna que figuraba entre los documentos robados por los ocho activistas.
“La primera pregunta que me hice fue ‘¿por qué envía el FBI cartas anónimas?’”, declaró el periodista, que se lanzó rápidamente a investigar.
Stern no obtuvo ninguna respuesta por parte del Bureau hasta que consiguió concertar una comida con L. Patrick Gray, director de operaciones del FBI después de la muerte de Hoover, que le comunicó que se trataba de una operación muy sensible cuya exposición podía poner en riesgo a toda la organización.
Puede parecer que éramos personas terriblemente irresponsables, pero no había absolutamente nadie en Washington que se atreviese a pedirle cuentas a Hoover. Algo olía a podrido en Dinamarca, por lo que Stern se amparó en la FOIA (Freedom of Information Act) para tener acceso a los documentos que desvelaban todo lo que se ocultaba tras el misterioso acrónimo. Finalmente, el periodista explicó a la población americana un año después del Watergate y ocho meses antes de la dimisión de Nixon, de qué manera estaba siendo espiada por la organización del ya fallecido Hoover desde el año 1956.
40 años después, Forsyth cree que aquel robo que tuvo lugar en una pequeña oficina de Filadelfia cambió para siempre la historia, dio la puntilla a Nixon, acabó con la omnipotencia del FBI y dio lugar al Comité Church, que desde 1976 se encargó de investigar todas las irregularidades cometidas por el FBI, la CIA y la NSA.
“Puede parecer que éramos personas terriblemente irresponsables, pero no había absolutamente nadie en Washington (senadores, congresistas, incluso el presidente) que se atreviese a pedirle cuentas a Hoover”, ha señalado este mismo año John Raines. “Era muy obvio para nosotros que, si no lo hacíamos, nadie más se encargaría de ello”.
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