Teniente General Severiano Martínez Anido.-a



Scherezada Jacqueline Alvear Godoy

Soledad  Garcia  Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes


Retrato

Hombre cruel y violento,​ es principalmente conocido por su papel en la dura represión policial del pistolerismo anarquista en Barcelona a comienzos de la década de 1920. Durante la Dictadura de Primo de Rivera fue una de las principales figuras del gabinete, desempeñando los puestos de ministro de la Gobernación y vicepresidente del Consejo de ministros. Más adelante sería ministro de Orden Público del primer gobierno del general Franco, ya durante la Guerra civil española.

(El Ferrol, 1862 - Valladolid, 1938) Militar español. Estudió en la Academia de Infantería de Toledo, siendo promovido a alférez en 1884. Participó en las campañas de Filipinas y de África, ascendiendo a capitán y comandante por méritos de guerra.
 En 1909 ascendió a teniente coronel, volviendo a Marruecos al mando del batallón de Cazadores de Cataluña. En 1911 fue nombrado ayudante honorario de Alfonso XIII y, un año después, director de la Academia de Infantería. Ascendió al rango de general de división en 1918 y, posteriormente, a teniente general.

Gobernador militar y civil de Barcelona

Como gobernador civil de Barcelona (1919-1922), Martínez Anido reprimió con extrema dureza los movimientos anarcosindicalistas, aplicando la denominada "ley de fugas" y logrando sofocar la huelga general de 1919. Durante la dictadura del general Miguel Primo de Rivera (1923-1929) fue director general de Seguridad y ministro de Gobernación.

II República

Con el advenimiento de la II República (1931), hubo de exiliarse a Francia, en virtud de la “Ley de Retiro” promulgada por el gobierno republicano. Expulsado del ejército sin ningún derecho, con el triunfo de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) recuperó la percepción de sus derechos pasivos.

Ministro de orden publico.

Al estallar la Guerra Civil Española (1936-1939), regresó a España para prestar sus servicios en el bando sublevado, y fue designado presidente del Patronato Nacional Antituberculoso. En octubre de 1937 fue nombrado jefe de los Servicios de Seguridad Interior, Orden Público y Fronteras, dependientes de la jefatura del Estado.
En enero de 1938, con la conformación del primer gobierno de Francisco Franco, fue nombrado ministro de Orden Público. Tal y como ha señalado el historiador ingles Hugh Thomas, su nombramiento «fue calculado con el fin de sembrar pánico entre los republicanos».​ 
El nuevo ministro de Orden Público no tardó en aplicar su política de control y represión. El embajador alemán en la España franquista, Eberhard von Stohrer, llegó a enviar un informe a Berlín en el que señalaba que la política represiva practicada por Martínez Anido «resultaba inadmisible, aun a los ojos de la propia Falange»


Falleció el 24 de diciembre de 1938. Enterrado en el cementerio del Carmen de Valladolid, sus restos mortales fueron trasladados diez años después, en 1949, a un fastuoso panteón costeado por el ayuntamiento de la ciudad, en el mismo camposanto.

Familia

Dolores Baldrich Folchs, su cónyuge.

 Roberto Martínez Baldrich (1895-1959). Dibujante e ilustrador

Rafael  Martínez-Anido Baldrich, (1903-1978) siguió la tradición familiar e ingresa en el ejército, ocupando desde muy joven diversos destinos en África donde prestó servicios distinguidos, formando parte de las Fuerzas Regulares y ejerciendo el cargo de Capitán durante la Guerra. Participa activamente en el frente de Madrid y después de la Guerra Civil vuelve a ocupar cargos en Marruecos, como el de interventor del Zaio. En octubre de 1963 fue nombrado General Jefe de la Legión puesto que ocupa hasta febrero de 1965. En 1974 es ascendido a General de División. Entre sus condecoraciones destacan el distintivo de la Cruz de primera clase del Mérito Militar (con distintivo rojo), la Cruz Laureada de San Fernando Colectiva, Orden Mehdauia, en el grado de Comendador Ordinario en el empleo de Teniente Coronel, la Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, la Cruz de primera clase del Mérito Militar (con distintivo blanco de segunda clase), etc... Falleció en Madrid.)

María Teresa Martínez Baldrich

Ramiro Martínez Baldrich (periodista)  Vivió en A Coruña, donde fue durante muchos años jefe de programación de Radio Nacional de España.


Condecoraciones 

Españolas.

Cruz de Maria Cristina de 2º clase
Gran Cruz (con distintivo rojo) del Mérito Militar (1915)
Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo (1922)
Gran Cruz (con distintivo blanco) de la Orden del Mérito Naval (1929)
Gran Cruz (con distintivo blanco) de la Orden Civil de Beneficencia (1929)

Extranjera

Comendador de la Orden de San Mauricio y San Lázaro.
Orden de Victoriana de Reino Unido. 
Legión  de honor de Francia

Martínez Anido en la historia de España.

Tumba

El teniente general Martínez Anido constituye una de las figuras más interesantes y controvertidas del siglo XX español. Y lo es porque su presencia en la historia fue producto de dos de los principales hechos que marcan la historia de España desde la abdicación de Isabel II (1868) hasta el comienzo de la Guerra Civil (1936): las guerras coloniales y la conversión del Ejército en guardián del orden público. 
Fueron estos factores los que convirtieron a un oscuro militar de guarnición en figura pública de primer orden, y fue como figura pública donde Martínez Anido pudo desarrollar el pensamiento político forjado en su hogar, por influencia de su padre también militar, y en la academia militar, y que se basaba en una visión simplista de la realidad española, articulada en torno a tres ideas claves: el régimen de la Restauración, cuya cabeza era el rey, era sinónimo de paz y estabilidad para España; sus enemigos eran rebeldes, similares a los de Cuba, Filipinas o Marruecos, y el Ejército tenía como misión mantener la Monarquía, y por tanto, acabar con esos rebeldes, fueran cuales fueran sus orígenes.

 Así actuó en Filipinas, Marruecos y Barcelona, así como en Valladolid durante la Guerra Civil: aplicando soluciones militares para problemas políticos. 

El resultado de esta acción fue el reguero de sangre que acompañó toda su trayectoria profesional desde el momento en que en 1919 se convirtió en gobernador militar de Barcelona hasta su muerte en 1938. Pero más importante es el hecho de que Martínez Anido, no constituyó una excepción dentro del Ejército, sino que por el contrario fue el producto, aunque tal vez en su expresión más maximalista, del tipo de militar creado por Canovas del Castillo a partir de 1874, pero que adquirió verdadera conciencia de su importancia por las campañas de 1898, el inicio de la guerra de África y de la crisis definitiva del sis-tema de la Restauración en 1909, y sobre todo durante la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). Serían militares de esta mentalidad los que culmina-rían su evolución el 17 de julio de 1936, al participar en una sublevación cuyo objetivo era acabar mediante la fuerza de las armas con todos los supuestos enemigos de España, estableciendo un régimen que garantizase la paz y el orden público.
 Para la mayoría de esos militares sublevados, Martínez Anido fue un modelo.




EL NUEVO COMANDANTE GENERAL DE MELILLA SEVERIANO MARTINEZ ANIDO
 HOJA DE REVISTA MUNDO GRAFICO 1923 



Origen y formación profesional.


El primero es su fecha de nacimiento, el 21 de mayo de 1862, es decir, en una de las épocas más traumáticas de la historia del Ejército español; marcada por la Revolución de 1868, que terminó con la monarquía de Isabel II, y que dio paso al inestable Sexenio Revolucionario, donde se sucedieron distintos regímenes políticos: la monarquía democrática de Amadeo I de Saboya, la I República, y, finalmente, la dictadura militar del teniente general Francisco Serrano, a lo que hay que añadir la III Guerra Carlista (1872-1876) y la sublevación cantonalista (1873-1874). 

Esta inestabilidad política, mezclada con los conatos revolucionarios cantonalistas, marcaron profundamente al Ejército español, como años después explicaría otro teniente general, Carlos Martínez Campos y Serrano, convirtiéndolo en una corporación profundamente conservadora y con una clara vocación “interior”; pues sus integrantes consideraban que su función fundamental, además de la defensa contra los enemigos exteriores, era el man-tenimiento del orden público y el régimen monárquico en España.
 Funciones que les había reservado Antonio Canovas del Castillo, artífice fundamental de la Restauración (1874-1931). Severiano Martínez Anido asumiría estos principios sin discusión y los mantendría durante toda su vida.

El segundo son sus orígenes familiares. Martínez Anido era hijo del capitán de Infantería Ramiro Martínez Crais y de Isabel Anido Churruca. Por tanto, desde su tierna infancia, por la profesión de su padre, fue testigo de los traumas sufridos por el Ejército entre 1868 y 1874, y de la transformación que tuvo lugar en el mismo debido a la política de Canovas del Castillo.

El tercero sería su lugar de nacimiento, El Ferrol (La Coruña), una ciudad profundamente conservadora y marcada por la fuerte presencia de las Fuerzas Armadas, aunque el Ejército tenía una posición secundaria frente a la Armada, siempre dotada de un mayor prestigio profesional. Fue durante su infancia cuando Martínez Anido, marcado por su entorno tanto familiar como local, adquirió ese amor por la profesión de las armas y esa mentalidad de superioridad de lo militar sobre lo civil, aunque más vinculada con la Armada que con el Ejército −a semejanza de Francisco Franco Bahamonde−, ya que su primera intención fue entrar en la Escuela Naval de San Fernando (Cádiz), cosa que no logró.

El cuarto factor fue su fecha de ingreso en el Ejército, más concretamente en la Academia Militar de Infantería (Toledo), el 1 de septiembre de 1880. Por tanto, pertenecía a la menos importante de las generaciones militares españolas que se suceden entre la segunda mitad del siglo XIX y el primer tercio del XX: la de 1886. Y fue la menos importante porque sus integrantes se vieron superados por la del “74”, que hizo una brillante carrera aprovechando los numerosos conflictos que se sucedieron a partir de 1868, y por la del “98”, cuyos miembros participa-ron muy jóvenes en las campañas del Cuba y Filipinas y posteriormente en las de Marruecos, lo que les hizo alcanzar el generalato a edades tempranas. 
Por el contrario, los del 86 ya superaban la treintena cuando comenzaron las campañas de ultramar, y estaban cerca de los cincuenta cuando empezaron las marroquíes, haciendo que la riada de ascensos por méritos de guerra que se produjeron como consecuencia de esas guerras les llegara a una edad avanzada. 
De hecho, Martínez Anido fue uno de los pocos militares de su generación que alcanzó el generalato; ya que la mayoría se quedó en el grado de coronel y fue la artífice del movimiento corporativo militar de las Juntas de Defensa, contrario a los ascensos por méritos de guerra. No obstante, a pesar de esa posición profesional, los militares de la generación de 1886 también se caracterizaron por posiciones ideológicas muy conservadoras, cuasi reaccionarias, siendo partidarios del uso de la fuerza para acabar con los problemas sociales que afectaban a España en ese periodo. En este sentido, Martínez Anido fue probablemente su producto más acabado.

Los inicios de una carrera militar brillante: Melilla, Filipinas y primera estancia en Cataluña (1880-1909)

En la Academia de Infantería de Toledo estaría Martínez Anido cuatro años, saliendo el 9 de julio de 1884 como segundo teniente y siendo destinado al Regimiento de Infantería Navarra n.º 25 (Gerona). Con esta unidad, se trasladó a Melilla, el 6 de febrero de 1886, para guarnecer esta plaza de soberanía española, permaneciendo destinado en dicha ciudad hasta el 7 de junio, cuando su unidad regresó a su acuartelamiento peninsular. Fue la primera expedi-ción exterior en la que participó el entonces joven alférez. 

El 29 de marzo de 1888 ascendió a primer teniente; pasando al Batallón de Depósitos de Vich n.º 81, y el 13 de junio de 1889 al Regimiento de Reserva n.º 13, y el 18 de agosto del mismo año, al Albuela n.º 26, de guarnición en Tarragona. Cuatro años después, se produjo la llamada “Campaña de Melilla de 1893”, y este regimiento fue trasladado a dicha ciudad, el 29 de noviembre de 1893, para formar parte del Ejército Expedicionario, que estaba a las órdenes del teniente general Arsenio Martínez Campos. Destinado al servicio personal del coronel del Regimiento, pocos meses después, y finalizada ya la campaña, su unidad regresaría a la Península, el 18 de marzo de 1894. 
La participación en este conato de guerra no le produjo ningún pre-mio, limitándose el Gobierno a darle las gracias por Real Orden el 28 de marzo de 1894, “por su valor, abnegación y disciplina demostrado durante las operaciones realizadas en aquel territorio contra las kabilas fronterizas a dicha plaza que ultrajaron la bandera nacional”.

Poco después, tras obtener la debida licencia, contrajo matrimonio con una mujer de la burguesía catalana, Dolores Baldrich Folchs, el 1 de mayo de 1894, en Tarragona. El año 1895 fue tranquilo para Martínez Anido, ya que permaneció de guarnición en Tarragona. Sin embargo, poco después su situación militar iba a cambiar. El 3 de junio de 1896 asciendió a capitán, a los treinta y cuatro años de edad, y pidió destino voluntario a Filipinas, entonces en plena guerra. 
En esa decisión incluyó sin duda su carácter de militar patriota, pero también la necesidad de dar cierto lustre a una carrera militar que empezaba a anquilosarse. Destinado al Batallón de Cazadores Expedicionario n.º 12, el 9 de diciembre de 1896, llegó a Manila el 16 de enero de 1897. Nada más desembarcar, se unió a la brigada de Infantería del general Pedro Cornel, que formaba parte de la columna del general de división José Lachambre, y participó en las acciones libradas en el camino de Santo Domingo a Silang (17/19-I-1897), la conquista de Pérez Dasmariñas (25-I-1897) y el combate de Salistrán (26-I-1897), que le valieron el ascenso a comandante, el 27 de febrero de 1897, y dos cruces rojas del Mérito Militar. 
En los meses siguientes, continúo participando activamente en los combates que se libraban en Luzón, destacando el combate de Noveleta y el reconocimiento sobre San Francisco de Malabón (4/5-IV-1897), por los que obtuvo otra cruz roja del Mérito Militar, hasta que, el 5 de agosto, embarcó enfermo para España.

Una vez recuperado, fue agregado al Regimiento Reserva de Gravelinas, n.º 41, el 20 de enero de 1898, pero pidió destino de nuevo a Filipinas, siendo destinado al Batallón Expedicionario de Barcelona n.º 4, el 14 de mayo de 1898. Sin embargo, nunca volvería a Manila, ya que la guerra con Estados Unidos lo impidió. Pero sí sería trasladado al Campo de Gibraltar, el 2 de mayo de 1898 –se temía un ataque estadounidense contra el litoral español–, permaneciendo en Andalucía hasta su traslado a Miranda de Duero (Burgos), el 15 de diciembre 1898, donde permanecería hasta el 14 de enero de 1899, cuando regresó a Cataluña, quedando de guarnición en Barcelona.
La participación de Martínez Anido en la campaña de Filipinas, aunque corta, fue muy fructífera para su carrera militar; ya que pasó de ser un veterano capitán de treinta y cuatro años a un joven comandante de treinta y cinco. En términos de tiempo, este ascenso por méritos de guerra le permitió ahorrarse los diez años que, como mínimo, hubiera permanecido en el empleo de capitán hasta su ascenso por antigüedad.

En los años siguientes, Martínez Anido llevó una vida de guarnición en el Regimiento de Infantería Albuera, n.º 26 (Tarragona), desde el 14 de enero de 1899 hasta el 18 de octubre de 1901, y en el de Infantería Almansa, n.º 18 (también tarraconense), desde esa fecha. Estando en dicha unidad, participó, como jefe accidental del primer batallón, en la represión de la huelga desencadenada en la Ciudad Condal el 19 de febrero de 1902. Fue su primer contacto con el movimiento obrero, que posteriormente habría de marcar de forma indeleble su carrera y su vida.
 El 25 de noviembre de 1905, fue elegido ayudante del general de brigada de Infantería Ricardo Nicolau y San Bartolomé, jefe de la 1ª Brigada de la 8ª División, sita en la IV Región Militar (Catalu-ña), permaneciendo en dicho destino hasta el 28 de junio de 1909, en que ya teniente coronel –había ascendido el 9 de marzo de dicho año, doce años después de haber alcanzado el empleo de comandante–, regresó al Regimiento Almansa, y, poco después, el 29 de julio de 1909, se le confió el mando del Batallón de Cazadores de Cataluña n.º 1.

Marruecos y Alfonso XIII: El ascenso al generalato (1909-1919)

En 1909, una serie de incidentes en la zona de Melilla, que desde el tratado secreto hispano-francés de París (3-X-1904), se consideraba zona de influencia española, dentro del reparto que ambos países, con el beneplácito británico, habían hecho de Marruecos, culminaron con un ataque de los rifeños a los obreros españoles que construían un puente sobre el barranco de Beni Ensar (9-VII-1909).
 El comandante general de Melilla, el general de división José Marina Vega, no sólo rechazó el ataque, sino que solicitó refuerzos a la Península para poner en marcha una serie de operaciones que fortalecerían la posición española en el campo exterior de Melilla, y que serían conocidas como la Campaña de Melilla de 1909. 
El Gobierno, así como el rey Alfonso XIII y el Ejército, que deseaban restablecer el prestigio exterior de España, deteriorado desde la derrota de 1898, y que consideraban Marruecos como el terreno ideal para hacerlo, se volcaron en apoyo de Marina, enviándole hombres y recursos; mientras que buena parte de la población española, que recordaba el desastre de Cuba, desde el primer momento se mostró contraria a cualquier intervención bélica en Marruecos, lo que provocaría importantes incidentes.

Entre las unidades enviadas a la plaza de soberanía española se encontraba el Batallón de Cazadores de Cataluña nº 1, que llegó a Melilla el 3 de agosto. Al frente de este batallón, el entonces teniente coronel destacaría en el combate de Taxdirt (20-IX-1909), donde, formando la vanguardia de la 2.ª Brigada de Cazadores, al mando del general Ricardo Morales y Pla, sostuvo el empuje de los rifeños, que, en gran número, trataron primero de cercar a la caballería y más tarde a los batallones de cazadores de Cataluña y Tarifa, n.º 5. Martínez Anido, con la ayuda de otro teniente coronel que luego sería famoso y colaboraría también con la dictadura de Primo de Rivera, José Cavalcanti de Alburquerque y Pardiñas, lograron sostener las líneas españolas e infligir una fuerte derrota a los rifeños. 

Por esta acción, a Cavalcanti se le concedió la Cruz Laureada de San Fernando de 2ª clase, y a Martínez Anido, la Cruz de Maria Cristina de 2º clase, la segunda condecoración más importante del Ejército español, tras la otorgada a su compañero en la acción. Igualmente, participó en las acciones de las lomas de Hidum (22-IX-1909), en la ocupación de Nador (25-IX-1909) y en el combate del zoco el Jermís de Beni-bu-Ifrur (30-VIII-1909), donde formando de nuevo la vanguardia de la brigada del general Morales, realizó un asalto a bayoneta, que permitió conquistar las lomas de dicho zoco. Por esta acción recibiría como recompensa el ascenso a coronel por méritos de guerra (30-IX-1909).
 Era su segundo ascenso por méritos de guerra, y de nuevo semejante premio le permitió ganar otros diez años en su carrera militar. Es más, este ascenso le convirtió en un joven coronel de cuarenta y siete años, con un camino despejado hacía el generalato a una edad relativamente temprana.

Martínez Anido siguió combatiendo en Melilla en los meses siguientes, hasta que la campaña finalizó el 27 de octubre. El prestigio que le proporcionó esta campaña fue enorme, hasta el extremo de que fue considerado por el coronel de Estado Mayor Francisco Gómez Jordana, jefe del Estado Mayor del teniente general José Marina Vega, como “el mejor jefe de batallón del ejército de operaciones”. En términos militares, esta frase significaba que Martínez Anido era un excelente conductor de hombres en batalla. 
 Tal vez por eso, tras el final de la campaña, no regresó a la Península, sino que permaneció en Melilla, realizando acciones de vigilancia hasta que el 21 de marzo de 1910, cuando se confirmó su ascenso a coronel, cesando en el mando del Batallón de Cazadores Cataluña. 

Fue entonces cuando se produjo un acontecimiento que habría de marcar para siempre la vida de este militar. El 25 de marzo embarcó hacía la Península, llegando a Málaga ese mismo día. Seis días después, recibió un nuevo destino, la Zona de Reclutamiento n.º 32 (Tarragona). Era un premio del Gobierno para que pudiera descansar junto a su familia. Sin embargo, nunca se haría cargo de aquel mando. En el tren que debería trasladarle desde Sevilla a Madrid, para luego partir hacia Cataluña, coincidió con Alfonso XIII y el monarca, que conocía sus grandes hazañas en África, decidió invitarlo a cenar, arrmado, ante sus acompañantes: 
“Aquí tienen ustedes un jefe que no tiene más recomendación que su persona, y que, tanto en Filipinas como en esta campaña, ha tenido que luchar con batallones casi desmoralizados, y vean ustedes cómo se ha portado”. 

Pero no se detuvo ahí, sino que, ese mismo día, le invito a convertirse en su ayudante militar, tras conversar con él, ya que el entonces coronel mostró el encanto y la amabilidad del que siempre hizo gala en el trato personal; tal como han reconocido personalidades tan distintas como el teniente general Dámaso Berenguer y Fusté, o los políticos José Calvo Sotelo o Pedro Sainz Rodríguez. Martínez Anido, como monárquico de corazón, aceptó el ofrecimiento del monarca, considerándolo un gran honor. Así, en menos de dos años, el desconocido teniente coronel pasaba a ser ayudante de S. M. el Rey, el 1 de abril de 1910.

En su nuevo destino, Martínez Anido no sólo accedió a la Corte española, sino que trató con la élite de España y de Europa, pues por iniciativa del monarca, el rey de Italia le nombró comendador de la Orden de San Mauricio y San Lázaro, y el de Gran Bretaña, de la Orden de Victoriana. El entonces coronel jamás olvidaría estos favores y otros muchos  que Alfonso XIII le haría, manteniendo hasta el final de sus días una devoción ciega por él.

El rey le mantuvo a su lado hasta el 16 de febrero de 1912, cuando decidió que debía continuar su carrera militar, otorgándole un destino de particular importancia: la Dirección de la Academia de Infantería de Toledo, para la que había sido nombrado el 20 de enero de 1912. En este centro docente destacó por la intensidad de la disciplina y por el fuerte monarquismo que inculcó a los jóvenes cadetes, lo que motivo varias felicitaciones de Alfonso XIII. 
Además, recibió la Medalla de la Campaña de Melilla, con los pasadores Gurugu, Taxdirt, Hidum, Zoco el Had, Nador, Zeluan, Zoco el Jermís de Beni-bu-Ifrur y Atlaten (12-II-1914). Dos días después, re-cibió en visita oficial a Alfonso XIII y al presidente de la República francesa, Raymond Poincarè, siendo condecorado por el último con la encomienda de la Legión de Honor –nuevo favor del monarca–, y días después, ascendió a general de brigada de Infantería (22-II-1914), cesando en su destino como director de la Academia de Infantería.

Martínez Anido había alcanzado el generalato a la temprana edad, entonces, de 52 años. El Gobier-no, recordando su brillante actuación en la campaña de Melilla, decidió destinarle de nuevo a Marrue-cos, como jefe de la 1ª Brigada de Cazadores (5-VI-1914), que tenía su acuartelamiento en Tetúan, y con ella participó en todas las acciones que en la zona de Tetúan-Ceuta tuvieron lugar entre 1914 y 1917, ocupando los altos de Izarduy (30-IX-1914), y participando en los combates del Fondak de Ain Medina (24-V-1916) y del Buit (29-VI-1916). 
Además, fue comisionado el 21 de diciembre de 1916 para visitar el frente británico en Francia, durante la Primera Guerra Mundial que había estallado dos antes, bajo la dirección de un militar con el que luego mantendría una estrecha relación: el entonces general de división Miguel Primo de Rivera y Orbaneja. Martínez Anido y sus acompañantes llegaron a París el 2 de enero de 1917, y hasta el 30 de ese mismo mes visitaron no sólo el frente británico, sino también el francés, donde fueron recibidos ambos por el mariscal de Francia Phillipe Pétain, así como diversas fábricas de guerra –Schneider-Creusot, Citroën, y la Hispano-Suiza–, regresando a Ceuta el 2 de febrero.

Poco después, sería disuelta la Brigada de Cazadores (23-III-1917), cesando de su mando, y siendo nombrado gobernador militar de San Sebastián, el 24 de febrero de 1917, ciudad con la que a partir de entonces mantendría una estrecha relación. Pero, antes de hacerse cargo de este nuevo destino, recibiría un nuevo premio: la gran cruz roja pensionada de la Orden del Mérito Militar “en consideración a las circunstancias que concurren en este general y a sus extraordinarios servicios que ha prestado con motivo de nuestra acción en el Protectorado de Marruecos” (25-III-1917). 
El 13 de abril llegó a la capital de Guipúzcoa, y durante cerca de un año permanecería en la misma, disfrutando de un destino tranquilo, hasta que el 31 de agosto de 1918 cesó del mismo, como consecuencia de una nueva reorganización del Ejército, quedando en situación de disponible. Así permaneció tras su ascenso a general de división el 18 de noviembre de 1918, hasta que el 12 de febrero de 1919, paso a ser gobernador militar de Barcelona.

Bastión del orden en Cataluña (1919-1922)

Su nuevo destino demostraba el enorme aprecio y confianza de Alfonso XIII, ya que Barcelona era en esos momentos el destino más complicado, desde el punto de vista político, que podría existir para un general.
 Tres problemas se concentraban entonces en la Ciudad Condal: el primero era de carácter militar, manifestado por las Juntas de Defensa, organizadas desde noviembre de 1916 y cuyo objetivo era, como ya se ha indicado, revisar los ascensos por méritos de guerra que según los “junteros”, dirigidos por el coronel de Infantería Benito Márquez –de la misma generación militar de Martínez Anido, pero con dos empleos menos en su carrera militar–, perjudicaba a los oficiales “peninsulares”, quebrando así la unidad del Ejército. El segundo era el problema nacionalista, auspiciado por la Lliga, partido catalanista de carácter conservador, fundado en 1901, liderado por Francisco Cambó, y cuyo objetivo era la autonomía para Cataluña.

 Y, finalmente, existía el problema obrero, consecuencia de las pésimas condiciones de vida en las que vivían los trabajadores, de la intensa represión que habían sufrido los elementos sindicales –a modo de ejemplo, el 26 de agosto de 1918, durante la huelga en la fábrica Cros de Badalona, la Guardia Civil cargó contra los manifestantes, provocando la muerte de cuatro obreros y heridas de consideración a otros– y del poder acumulado por el Sindicato Único, la Confederación General de Trabajadores (CNT), de tendencia anarquista y con un núcleo terrorista en su interior, que aspiraba a realizar la revolución social mediante la “propaganda por el hecho” –eufemismo con el que definían los atentados que realizaban–. La situación había explotado en el verano de 1917, cuando lo tres movimientos –nacionalista, militar y obrero– construyeron en la llamada “Crisis de 1917” (14-VI/17-VIII-1917), que signicó el principio del fin del sistema de la Restauración y que causó setenta muertos como conse-cuencia de la represión de los huelguistas obreros por el Ejército. 

Ahora, dos años después, la situación se había degradado completamente como consecuencia del inicio de una guerra social –que se conoció como la Época del Pistolerismo y se prolongó entre 1917 y 1923– entre los sectores más radicales de la CNT y los “pistoleros” de la patronal, dirigidos primero por el comisario de policía Manuel Bravo Portillo hasta su asesinato el 5 de septiembre de 1919, y después por un turbio personaje de origen austriaco, el barón de König, hasta que el Gobierno ordenara su expulsión de España el 18 de mayo de 1920

Martínez Anido llegó con la intención de hacer sentir el peso del Ejército en el mantenimiento el orden público y de la unidad de España. Su política, simplista y conservadora, estaba en clara sintonía con la del capitán general de la IV Región Militar, el teniente general Joaquín Miláns del Bosch y Carrio. El primer conflicto con el que tuvieron que enfrentarse fue la huelga de la Compañía de Electricidad “La Canadiense”, desencadenado por los anarquistas entre el 6 de febrero y el 18 de marzo, y que paralizó el suministro eléctrico a la ciudad. El gobernador civil de la Ciudad Condal, Carlos Montañés, se avi-no a pactar con los huelguistas, dirigidos por uno de los dirigentes más moderados de la CNT, Salvador Seguí, el Noi del Sucre (‘el Niño del Azúcar’), pero fracasó en su intento y el movimiento huelguístico

tomó entonces un giro radical, que se prolongaría entre el 24 de marzo y el 7 de abril, y en el que la dirección de los acontecimientos pasó a manos de los militares, que forzaron la dimisión del goberna-dor civil y de su jefe de policía, Gerardo Doval. A partir de ese momento, Miláns del Bosch y Martínez Anido se hicieron con el control de la ciudad, apoyando el lock out (cierre patronal) decretado entre el 3 de noviembre de 1919 y el 20 de enero de 1920. Además, se procedió a disolver la CNT –aplicando de manera restrictiva la Ley de Asociaciones– y se produjo la detención de sus principales líderes, la militarización del orden público y la organización de una milicia ciudadana, el Somatén, con el objetivo de implicar a los sectores más conservadores de la sociedad civil en el mantenimiento del orden públi-co.
 El Gobierno respondió a estas medidas cesando a Miláns del Bosch el 1 febrero de 1920, que fue sus-tituido por el viejo capitán general Valeriano Weyler, un hombre muy bien visto por la burguesía catalana, pasando Miláns del Bosch al puesto de jefe del Cuarto Militar de Alfonso XIII, en tanto que Martínez Anido continuaba como gobernador militar.Sin embargo, las medidas tomadas por los milita-res no devolvieron el orden a la ciudad de Barcelona. Por el contrario, en los meses siguientes se produjo una escalada de la violencia que causó decenas de muertos entre ambos bandos.

 Dada la gravedad de estos hechos, el alcalde de Barcelona, Antonio Martínez Domingo, convocó el 5 de noviembre de 1920 una reunión en el consistorio para tratar la situación. Los empresarios catalanes, agrupados en la organización Fomento del Trabajo Nacional, culpa-ron al gobernador civil, Federico Carlos Bas, de ser el responsable de lo que estaba ocurriendo, por su política conciliadora con los anarquistas, y pidieron su destitución. Martínez Anido, que era de la misma opinión, amenazó al gobernador civil con ocupar su cargo por la fuerza, para poner orden en la ciudad, si no dimitía. Tres días después, Bas fue cesado por el presidente del Consejo de Ministros, Eduardo Dato Iradier, y el gobernador militar pasó a encargarse del Gobierno Civil, recibiendo el siguiente mandato del propio Dato: “obrar con entera libertad; pues el Go-bierno no le creará dificultad alguna en sus iniciativas

Con el beneplácito del Gobierno, Martínez Anido, apoyado del general de brigada de la Guardia Civil Miguel Arlegui Bayones, a quien nombró jefe de policía, procedió a aplicar una política muy dura contra la CNT, inspirada en la que había desarrollado el teniente general Miláns del Bosch, y que se apoyó en tres bastiones: los Sindicatos Libres, creados el 19 de octubre de 1919, bajo la presidencia de Ramón Sales, de tendencia “carlista”, y cuyos mili-tantes fueron utilizados como “pistoleros” en la guerra contra los anarquistas; la burguesía catalana, que le apoyó siempre, y la “Ley de Fugas”, firmada por Dato el 20 de enero de 1921, que permitió disparar a los detenidos, con la justificación de que habían tratado de escapar. 
El resultado fue la práctica eliminación de la CNT, especialmente de sus sectores más radicales, aunque a cambio de más de 200 muertos, entre los que se encontraban el dirigente anarquista moderado Francisco Layret (30 de septiembre de 1920), pero también el propio Dato (que sería asesinado en Madrid por un anarquista el 8 de marzo de 1921)

Martínez Anido justificaría esta política, afirmando que “lo que hice fue que se levantara el espíritu ciudadano […] recomendado a los obreros libres que por cada uno que cayera deberían matar a diez sindicalistas”.
Sin embargo, su actitud le convirtió en un personaje siniestro no sólo a ojos de la mayor parte de la opinión pública, sino de su propia familia, ya que tanto su esposa, como su hijo, el famoso dibujante Roberto Baldrich, decidieron alejarse de él, y el segundo omitir su apellido para que no se le relacionara con su padre. Si bien, por el contrario, otro de sus hijos, Rafael, que continuó la carrera militar, siempre se sintió orgulloso de la política de su padre.

Las denuncias por lo que estaba ocurriendo en Barcelona llegaron al Congreso de los Diputados, de la mano del diputado del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), Indalecio Prieto Tuero, y fueron quebrando la posición del general, especialmente tras su negativa a proteger al dirigente de la CNT, Ángel Pestaña, herido en atentado el 25 de agosto de 1922. El conservador José Sánchez Guerra, que presidía el Consejo de Ministros, decidió cesar a Martínez Anido –a pesar del apoyo que tenía de  Alfonso XIII–, que se produjo el 24 de octubre de 1922, aunque oficialmente se trató de una dimisión, según afirma Martorell Linares. 
Sin embargo, la causa, según José Andrés Gallego no fue su dura política represora, sino su enemistad con la Lliga, que había vinculado su apoyo al Gobierno con el cese del general y de Arlegui, cuya política no compartía. Por el contrario, su destitución fue muy mal recibida por los empresarios y grupos conservadores de la Ciudad Condal, que tres días después entregaron una carta de protesta al teniente general Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, capitán general de la IV Región Militar, quien se mostró favorable a trasmitirla al Gobierno, aunque dicha responsabilidad estaba fuera de sus atribuciones. 
Y el 31 del mismo mes, Martínez Anido y Arlegui recibieron un banquete de homenaje en el Hotel Ritz de Barcelona, organizado por las citadas fuerzas, donde recibieron una placa de plata de agradecimiento, firmadas por los organizadores del acto.

La actuación de Martínez Anido en Barcelona fue muy criticada, tanto en su tiempo como poste-riormente. Así, un político conservador como Ángel Ossorio y Gallardo, no dudó en escribir que “Martínez Anido había inspirado en Barcelona la política de asesinatos oficiales perpetrados por el sindicato libre”, y de la misma opinión eran el general liberal Eduardo López Ochoa y Portuondo, o el dirigente cenetista Ángel Pestaña. Entre los historiadores que han trabajado este periodo, tanto conservadores –Andrés Gallego, Seco Serrano o Jesús Pabón– como progresistas –González Calleja– han sido muy críticos con su actuación. 

Esta crítica no se centra en el hecho de que la violencia que se desató en Barcelona fuera causada única y exclusivamente por Martínez Anido, ya que como dice Meaker:

“…la violencia se había vuelto organizada y endémica en la provincia, representando una deformación del impulso revolucionario de los obreros catalanes y en parte una especie de ciega reacción en cadena alimentada insensatamente a sí misma proporcionaba satis-facción psíquica y/o provecho a los terroristas, pero no cumplía nada de valor para la clase trabajadora”; sino porque el general, como representante del Gobierno, debería haber velado por el mantenimiento del orden público, y no haber apoyado a uno de los bandos en lucha, creando una espiral de asesinato que asoló Barcelona en este periodo. Espiral que no puede desvincularse del concepto que tenía del Ejército como bastión fundamental del orden público y del sistema de la Restauración, no sólo en su ámbito político sino también socio-económico.

Hombre de confianza de Primo de Rivera (1923-1930)

En los meses siguientes a su salida del Gobierno Civil de Barcelona, Martínez Anido permaneció en situación de disponible forzoso, viviendo en Barcelona y temiendo por su vida, pues los anarquistas habían puesto precio a su cabeza, hasta que el 12 de abril de 1923, fue nombrado gobernador militar de Cartagena. 
Al mes siguiente recibió el mando de la 15ª División, y el 6 de junio, se le designó comandante general de Melilla, cesando el 21 de agosto. Durante los pocos meses que permaneció en esta plaza africana, el general tuvo que soportar una gran pasividad en el desarrollo de los asuntos de Marruecos, influida por el desastre de Annual, lo que le llevó a enfrentarse con el ministro de Estado, Santiago Alba. 
Tras su cese, pasó a residir en San Sebastián, hasta que el 13 de septiembre de 1923, su amigo, el teniente general Miguel Primo de Rivera se pronunció en Barcelona, apoyado por las mismas fuerzas que poco tiempo antes habían homenajeado a Martínez Anido, convirtiéndose en dictador. El antiguo gobernador civil de Barcelona, que estaba al tanto de la conspiración y la apoyaba con todas sus fuerzas, fue nombrado subsecretario de la Gobernación el 22 de septiembre de 1923. 
Poco después, el 7 de diciembre, ascendía a teniente general, convirtiéndose a partir de entonces en uno de los hombres fuertes del dictador, que le  nombró delegado del Directorio Militar y presidente de la Junta Central de Abastos (11-VII-1924), y vicepresidente del Consejo de Ministros y ministro de la Gobernación el 3 de diciembre de 1925.Durante sus años en dicho Ministerio, Martínez Anido se ocupó de cuatro grandes campos: la Ad-ministración local y provincial, las organizaciones de izquierda, los partidos nacionalistas y la salud pública. En el primero, puso en práctica las ideas que había interiorizado desde sus tiempos de la Academia, procediendo a militarizar la administración española en materia de seguridad y orden público. Así, con pleno acuerdo de Primo de Rivera, procedió a situar militares en los gobiernos civiles (14/15-IX-1923 y 2/4-IV-1924), y a crear los delegados gubernativos, uno por cada cabeza de partido judicial, sumando 523 (6/7-XII-1923).

 La misión de estos funcionarios -jefes y oficiales del Ejército en su totalidad-, era el control de la Administración local, la salvaguarda del orden público, la salubridad e higiene públicas, la urbanidad y la inspección diaria de los mercados, a fin de evitar fraudes en los pesos, medidas y precios. 

En el relación con las organizaciones de izquierdas, Martínez Anido, con Arlegui como su mano derecha, ya que le había nombrado director general de Seguridad, desarrolló una auténtica guerra contra las que él consideraba enemigas de España: la CNT y el Partido Comunista de España (PCE, fundado el 15 de abril de 1920 y partidario también de la revolución social), pero a la vez, respeto a la que consideraba útil, el PSOE. Así, contra los anarquistas, Martínez Anido aplicó una política de represión implacable en la que se unieron el empleo de la legislación vigente y una interpretación restrictiva de la Ley de Asociaciones como la que realizó en su época de gobernador civil de Barcelona.
 El resultado de esta política fue la práctica destrucción de la CNT, no sólo por las medidas llevada a cabo por el Gobierno, sino también porque los obreros empezaron a desmarcarse de las prácticas terroristas de los sectores más radicales del anarquismo, especialmente la Federación Anarquista Ibérica (FAI), que se convirtió en una organización minoritaria pero sumamente violenta. 
En relación con el PCE, Martínez Anido participó de la obsesión de Primo de Rivera por la conspiración comunista que le llevó al dictador a entrar en contacto, como indica González Calleja, con la Entente Internationale contre la III Internationale, un grupo de extrema derecha con sede en la ciudad suiza de Ginebra, nombrando al entonces teniente coronel de Estado Mayor José Ungría Jiménez –futuro organizador de los servicios de inteligencia franquistas durante la Guerra Civil–, y suscribió al boletín que editaba, con fondos del Ministerio del Ejército, a algunos de los oficiales más relevantes del Ejército –como los generales de brigada de Infantería Emilio Mola Vidal y Francisco Franco Bahamonde, hecho que tanto influiría en la ideología de ambos. 
Por su parte, Martínez Anido estableció convenios de cooperación anticomunista con las policías de Francia, Italia y Alemania. En este último caso, el acuerdo se firmó con un personaje de gran importancia histórica, el entonces capitán de navío Wilhelm Canaris, posterior jefe de la Abwehr, el servio de inteligencia nazi. Si con el PCE y la CNT, la política del general fue de dura represión, con el PSOE y su sindicato, la Unión General de Trabajadores (UGT), su actitud, como la del propio Primo de Rivera, fue de plena colaboración, llegando a nombrar consejero de Estado al líder de la UGT, Francisco Largo Caballero.
Los partidos nacionalistas también sufrieron la política represiva de Martínez Anido. En Cataluña, se produjo un caso paradójico. La Lliga había apoya-do el golpe de Estado de Primo de Rivera, esperan-do no sólo que restableciese el orden público sino que también respetase las tradiciones e instituciones catalanas. Sin embargo, tanto el dictador como Martínez Anido y el capitán general de la IV Región Militar, el teniente general Emilio Barrera Luyando, respondieron a este apoyo con una campaña en con-tra del idioma catalán y otras manifestaciones culturales de esta región, como el baile de la sardana, y, lo que fue más doloroso, suprimieron la Mancomunidad, institución que agrupaba las diputaciones provinciales de las cuatro provincias catalanas (21-III-1925). 

El resultado no fue sólo que Primo de Rivera perdiera el apoyo de los regionalistas catalanes, sino que este partido se hundió, reforzándose por el contrario, las organizaciones más nacionalistas, Acció Catalana y Estat Català (EC), que, desde el primer momento, se habían mostrado contrarias a la Dictadura. El primero de los dos partidos se vio obligado a pasar a la clandestinidad, mientras que el segundo, dirigido por un antiguo militar, el coronel de Ingenieros Francisco Macià, se orientó hacia la acción revolucionaria, que terminó en un intento de invasión, denominado “Complot de Perpignan” (30-X-1926), finalizado con un sonoro fracaso. 
En las provincias vascas, Martínez Anido también optó por la represión, cerrando el periódico del Partido Nacionalista Vasco (PNV) –entonces llamado Comunión Nacionalista Vasca (CNV)–, Aberri (23-IX-1927), y procediendo a enviar a la policía para registrase sus batzokis (sedes) de este partido. El resultado fue similar al de Cataluña: Primo de Rivera perdió el posible apoyo de los sectores más moderados del nacionalismo vasco, pero, a cambio, la CNV fue momentáneamente desarticulada. Algo similar ocurrió en Galicia, donde el regionalismo, dirigido por Manuel Portela Valladares, desapareció como fuer-za política, aunque no en su vertiente cultural. Por tanto, al igual que en su enfrentamiento con las organizaciones revolucionarias, Martínez Anido logró acabar, a corto plazo, con el poder de los partidos nacionalistas.
Según su ayudante el coronel Juan Oller Piñol, la preocupación por la salud pública fue tal vez la labor más gratificante para el teniente general de todas las que desarrolló en este periodo. Martínez Anido tuvo especial cuidado en que se mejorara el tratamiento de la tuberculosis, preocupación que le iba a acompañar el resto de su vida, como luego se verá, y se preocupó también por los invidentes, para los que creó la Organización Nacional de Ciegos (ONCE), el 15 de enero de 1930, que no pudo entrar todavía en funcionamiento, al caer la Dictadura poco después.
 Por estas acciones en favor de enfermos y minusválidos, el Gobierno le premió con la medalla de oro del Trabajo (28-IX-1929).Pero, a la vez que servía al dictador, Martínez Anido fue convenciéndose de que era preciso volver a un régimen parlamentario, superando así el carácter interino del régimen primorriverista. Y esa postura chocaba con el hecho de que determinados sectores sociales que apoyaban a la Dictadura pensaron en él, dada su gran cercanía con Alfonso XIII, como el continuador del régimen, tal como ha demostrado el historiador Julio Gil Pecharromán. 

Sin embargo, Martínez Anido no entró en ese juego, y en numerosas ocasiones, expuso a su amigo y presidente la necesidad de volver a la normalidad constitucional, como afirmó Dámaso Berenguer. Pero no pudo lograrlo, y la Dictadura entró en una crisis definitiva el 27 de enero de 1930, cuando los capitanes generales del Ejército se negaron a apoyar a Primo de Rivera, tal como éste les había pedido mediante una misiva. Alfonso XIII, que consideraba que el dictador le había “puenteado” con esta acción, le pidió la dimisión, y el dictador no tuvo más remedio que entregársela, aunque acompañada de una nota donde señalaba a sus posibles sucesores: los tenientes generales Barrera, Martínez Anido y Berenguer. 

El monarca optó por el tercero, dada la estrecha relación de los dos primeros con el dictador, convirtiéndole en presidente del Consejo de Ministros al día siguiente (28 de enero de 1930).Martínez Anido, demostrando de nuevo el carácter agradable y encantador del que hacía gala en sus relaciones personales, colaboró activamente en el traspaso de poderes, facilitando la labor a Berenguer. 
De hecho, así lo reconoce este teniente general en sus memorias. Cuando su labor estuvo conclui-da, Martínez Anido procedió a dimitir (30-I-1930), siendo sustituido por otro “africanista”, el general de división Enrique Marzo Balaguer, en el Ministerio de la Gobernación. Martínez Anido estableció su residencia (1-I-1931), aunque trasladándose conti-nuamente a Barcelona, donde corrieron rumores de que conspiraba con el jefe superior de Policía de esta ciudad, el coronel de la Guardia Civil Juan Tenorio, y con los tenientes generales Barrera, capitán general de la IV Región Militar, y Miláns del Bosch, gobernador civil de la Ciudad Condal durante la Dictadu-ra, para establecer un nuevo régimen autoritario. De hecho, Salvador de Madariaga escribió un artículo en  de Observer (9-III-1930), titulado “fie situation of Spain”, donde advertía al rey Alfonso XIII de que si reproducía un nuevo golpe militar, él sería el máximo responsable, ya que los tres citados generales eran monárquicos fervorosos. 

Además de sus reuniones con otros compañeros de armas, Martínez Anido se encargó de decir a Ramón Sales, jefe de los Sindicatos Libres, que contaba con todo su apoyo. No obstante, y a pesar de que los rumores pare-cían afirmar que el teniente general estaba conspi-rando para establecer una nueva dictadura, el general Emilio Mola Vidal, entonces director general de Seguridad, afirmó respecto a esto que “el teniente general Martínez Anido –hay que decirlo en honor a la verdad– recomendó mucho que no provocasen conflictos [a Ramón Sales] al Gobierno del Conde de Xauen”. 

Y puede decirse que el futuro director de la conspiración de 1936 tenía razón, ya que bajo ningún concepto Martínez Anido hubiera conspirado contra los deseos de Alfonso XIII, quien, en ese momento, deseaba que Berenguer restableciese el régimen constitucional, suspendido desde 1923. Además, el teniente general era un hombre demasiado mayor para involucrarse en nuevas aventuras militares, pasando a la reserva poco después (22-V-1930), al cumplir los sesenta y ocho años de edad. 
De hecho, y como resultado de la influencia directa del monarca, el Gobierno de Berenguer le otorgó una licencia de un año para viajar por Francia, Italia y las repúblicas americanas (19-IX-1931). Aprovechando esta licencia, Martínez Anido se trasladó a Francia el 1 de enero de 1931. 

 Un largo invierno en la vida del general: la II República (1931-1936)

Su situación se complicó enormemente con la proclamación de la II República el 14 de abril de 1931, ya que como afirma el general y especialista en estos temas Miguel Ángel Alonso Baquer, era “la nítida encarnación de la ojeriza del republicanismo al militar que había ejercido funciones de Orden Público a las órdenes de Primo de Rivera”. 
Tal vez por eso, Martínez Anido decidió adelantarse a los acontecimientos y afrmó en Marsella una declaración jurada, fechada el 27 de abril de ese mismo año, cuyo contenido era: “Don Severiano Martínez Anido, teniente general del Ejército en Primera Reserva y en uso de un año de licencia en el extranjero. Prometo por mi honor servir bien y fielmente a la República, obedecer sus leyes y defenderla con las armas”

Esta declaración, que implicaba que Martínez Anido deseaba continuar en el Ejército, y sobre todo de evitar un proceso judicial, por su actuación en Barcelona y su apoyo a la dictadura, fue contestado por el Gobierno Provisional, y más concretamente por su ministro de la Guerra, Manuel Azaña y Díaz, el 5 de junio de 1931, en el Diario Oficial del Ministerio, con la Or-den n.º 123, que disponía que el teniente general se presentara al ministro en el plazo máximo de cinco días para recibir órdenes. Martínez Anido alegó estar delicado de salud para poder incumplirla, y permaneció en Francia, salvándose así de ser seguramente detenido y encausado.

Poco tiempo después, el 4 de septiembre, Azaña le dio de baja en el Ejército, tal como indica en sus Diarios, perdiendo grado, sueldo, pensiones, honores y derechos militares, por haber desobedecido la orden anterior. A continuación, se nombró a un juez especial, el general de brigada de Infantería Ángel García Benítez, el 15 de enero de 1932, para que iniciara un procedimiento contra él por abandono de servicio. 
El recurso interpuesto por el abogado Vicente Caballer Blasco, anuló la sanción, ya que el ministro no podía desposeer de su grado a un militar, facultad privativa de los tribunales de justicia. No obstante, el 8 de diciembre de 1932, el tribunal instaurado para juzgar las responsabilidades derivadas de la Dictadura, le condenó a veinticuatro años de prisión por dos delitos de auxilio a la Dictadura, como ejecutor del golpe de Estado por un lado, y como ministro de Gobernación por otro, así como a la pérdida de su pensión de retiro. El confinamiento debería cumplirlo en Mahón (Menorca). 
 No hay duda de que en esta sentencia influyó el fracasado golpe de Estado del 10 de agosto de 1932, en el que estaban involucrados un grupo de militares liderados por los tenientes generales Barrera o José Sanjurjo Sacanell, con los que se asociaba a Martínez Anido, aunque éste no parece que participase. Pero, tras su fracaso, los monárquicos “alfonsinos” –seguidores de Alfonso XIII– pusieron en marcha una organización conspirativa, formada por algu-nos militares que luego serían claves en el devenir de España, como el teniente coronel de Estado Mayor Valentín Galarza, cuya jefatura se ofreció a Martínez Anido, que se hallaba entonces viviendo de manera clandestina en la ciudad francesa de Niza. José Antonio Ansaldo, famoso piloto y miembro activo del grupo, fue comisionado para entrevistarse con el teniente general y exponerle sus planes. Sin embargo, Martínez Anido, como indica Eugenio Vegas Lata-pié, “se negó a entablar siquiera diálogo respecto a nuestras pretensiones. Deseaba pasar por completo desapercibido y disfrutar de un bien merecido des-canso, después de tantos años de intensa agitación”. 
La misma opinión manifiesta el propio Ansaldo en sus memorias.Su situación penal pareció cambiar con las elecciones del 19 de noviembre de 1933, que arrojaron el triunfo de la derecha. 

El Partido Republicano Radical, de Alejandro Lerroux obtuvo 102 diputados, y la Confederación de Derechas Autónomas (CEDA), liderada por José María Gil-Robles, 115. El nuevo Gobierno, presidido por el primero, promulgó una Ley de Amnistía, el 24 de abril de 1934, que anulaba los cargos por los que había sido condenado. Martínez Anido quiso volver entonces a España, el 6 de julio. Sin embargo, el Gobierno Lerroux le negó la entrada. El teniente general se trasladó a Behovia (Francia), en espera de un permiso que nunca llegó. A partir de ese momento, y hasta el comienzo de la Guerra Civil, estableció su residencia en París, aunque mostrando cada vez más interés por los asuntos españoles. 
Así, según afirma el historiador Enrique Sacanell Ruiz de Apodaca, Martínez Anido insistió ante Sanjurjo, líder moral de los enemigos de la II República y su amigo desde los tiempos de las campañas marroquíes y la Dictadura –donde ambos habían sido activos colaboradores de Primo de Rivera–, para que se pusiese al frente de una nueva sublevación, y mantuvo una estrecha correspondencia con el hijo del dictador, José Antonio Primo de Rivera, jefe del partido fascista Falange Española y de las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindica-lista), tal como declaró éste el 16 noviembre de 1936 durante su proceso, celebrado en Alicante, donde no dudó en definirlo como “perfecto amigo de su padre y colaborador”.

 Es más, en diciembre de 1935, y a pesar de su negativa anterior a liderar una conspira-ción contra el régimen republicano, los monárquicos “alfonsinos” intentaron que se pusiese al frente de su organización, recibiendo la misma respuesta que la vez anterior.

Un último servicio: De caritativo presidente del Patronato Nacional Antituberculoso a duro represor al frente del Ministerio de Orden Publico (1936-1938)

El 17 de julio de 1936 comenzó la sublevación soñada por Martínez Anido. Sublevación en la que no había tenido ninguna intervención, aunque sí estaba informado de ella. Sin embargo, no regresó de manera inmediata a España, sino que esperó a que se consolidase geográficamente la zona sublevada, para pasar a la misma el 22 de agosto de 1936. Pero la Junta de Defensa Nacional, máxima institución de los sublevados, presidida por el general de división Miguel Cabanellas Ferrer, republicano y masón, no consideró acertado, dada su trayectoria anterior, dar-le ningún encargo importante. 

No ocurrió lo mismo con el general de división Francisco Franco, quien desde el 1 de octubre de 1936 se convirtió en líder político y militar de los sublevados. El nuevo jefe del Estado (y del Gobierno) de la zona rebelde sentía una gran admiración por el veterano militar, y de-cidió nombrarle presidente del Patronato Nacional Antituberculoso (20-XII-1936). Tal nombramiento daba especiales facultades al teniente general en su lucha contra esta enfermedad, dependiendo única-mente del mismísimo jefe del Estado. Con doce mi-llones de pesetas de presupuesto, y la experiencia de sus años como ministro de la Gobernación, Martínez Anido inició un ambicioso proyecto que incluía la asignación de diez pesetas diarias a cada tuberculoso para manutención y asistencia, y la construcción de varios hospitales especializados, el primero de los cuales, el del Prado de la Magdalena (Valladolid), se inauguró el 1 de diciembre de 1937.
Pero este cargo lo iba a complementar con otro destino, en el campo en el que era un gran especia-lista: por Decreto del 31 de octubre de 1937 fue nombrado jefe de Seguridad Interior, Orden Público e Inspección de Fronteras, y pocos meses después, ministro de Orden Público, en el primer Gobierno del generalísimo Franco (31-I-1938). 
A partir de su nombramiento, Martínez Anido decidió poner en marcha la misma política que había caracterizado su labor ministerial durante la dictadura primorriverista. Desde Valladolid, donde se estableció la sede del departamento de Orden Público de la zona sublevada, y con el apoyo del teniente coronel de Estado Mayor José Medina Santamaría, nombrado comisario general, el fiamante ministro, que no había pe-dido nada de su vitalidad a pesar de sus setenta y cinco años de edad, procedió al nombramiento de los llamados “delegados provinciales de Orden Público”, en un número de 40, todos ellos militares –13 tenientes coroneles, 19 comandantes y 9 capitanes–. Los puestos no se correspondían exactamente con las demarcaciones provinciales, pues algunos fueron situados en zonas fronterizas –Irún (Guipúzcoa), Ciudad Rodrigo (Salamanca) o el Campo de Gibraltar (Cádiz) – e, incluso hubo dos en alguna provincia de clara significación izquierdista, como Málaga.

Con el apoyo de estos nuevos funcionarios –dependientes directamente de él, y no de los gobernadores civiles–, el teniente general puso en marcha una muy dura política represiva que afectó a dos sectores fundamentalmente: los partidarios del Gobierno republicano y los nacionalistas. 
Los prime-ros, a los que Martínez Anido responsabilizaba de su sufrimiento durante el periodo de la II República, fueron reprimidos de manera muy violenta, hasta el punto de que el embajador de Hitler, Eberhardt von Storher, se mostró horrorizado y preocupado por el sistema de terror que había instituido el viejo teniente general, tal como indican los informes que envío a Berlín. De hecho, y tal como declaró por escrito, se sintió aliviado cuando murió Martínez Anido, ya que esperaba que se suavizará así la política ha-cía los republicanos detenidos.
 Sin embargo, otros funcionarios nazis tenían una buena opinión de él. Así, el reichsführer de las (SS), Heinrich Himmler, afirrmó un pacto con Martínez Anido, el 31 de agosto de 1938, por el que la policía española y la  Geheime Staatspolizei (Gestapo) –policía secreta alemana– podían intercambiarse prisioneros sin in-tervención judicial.  
 A los nacionalistas, y dado que Cataluña se encontraba en la zona gubernamental y que el PNV pactó con los sublevados su salida del conflicto, Martínez Anido no pudo perseguirlos en masa, pero sí tuvo enfrentamientos puntuales con ellos. Así fue el caso de Eugenio D’Ors, antiguo militante del nacionalismo catalán, al que el ministro de Educación Nacional, el monárquico “alfonsino” Pedro Sainz Rodríguez quiso designar director de Bellas Artes.

 El teniente general se negó, recordando la trayectoria anterior del famoso intelectual –de hecho, Martínez Anido había querido fusilarlo o, en su defecto, asesinarlo en 1920–, pero, al final, se impuso el criterio de Sainz Rodríguez, y D’Ors fue designado para el cargo, aceptando el teniente general su derrota con la simpatía que le caracterizaba, como indica en sus memorias el entonces ministros de Educación Nacional. 
El segundo enfrentamiento de este tipo lo tuvo con un conjunto de sacerdotes de la diócesis de Vitoria, que pronunciaban sus homilías en vascuence. El teniente general exigió al obispo Mateo Múgica (1-III-1938), que había sido exiliado por el general Cabanellas a causa de su actitud pasiva hacia el nacionalismo vasco, que cesara esa práctica.Junto a la militarización del orden público y la represión de los elementos disidentes, el otro aspecto que caracterizó la actividad de Martínez Anido en este periodo fue, paradójicamente, su enfrentamiento con el generalísimo Franco.
 El veterano teniente general, hombre de otra época, no podía entender que el jefe de los sublevados, un militar como él, confiase en un civil, Ramón Serrano Suñer, para que articulase el Nuevo Estado. Para él, Franco debería limitarse a repetir, mejorándolo, el esquema de gobierno que había creado su querido amigo, Miguel Primo de Rivera, cuyo puntal fundamental había sido el Ejército, y no un partido político, como Falange Española Tradicionalista y de las JONS (FET y de las J.ON.S). Al no inclinarse por esta opción, Martínez Anido no dudó en armar sobre Franco:

 “Este hombre no tiene condiciones y es un desastre”, y sobre Serrano Suñer que era “malicioso, soberbio, absorbente, desatento hasta con sus compañeros de Gobierno”. Es más, a tal extremo llegó su enfrentamiento con este último que, en agosto de 1938, hizo un intento de dimitir, y lo que es más grave, un colaborador suyo entregó al cónsul italiano en Va-lladolid un “Informe confidencial” que rápidamente fue enviado a Roma, y que contenía una agria critica sobre el Gobierno, teniendo como objetivos funda-mentales Serrano Suñer y FET y de las J.O.N.S., pero también otros ministros como el de Justicia, el carlista Tomás Domínguez de Arévalo, conde de Rodezno; el de Agricultura el falangista Raimundo Fernández Cuesta, o el de Organización y Acción Sindical, el también falangista Pedro González Bueno.
 Sólo se libraban de los ataques los ministros de Asuntos Exteriores, de Defensa Nacional y  de Ha-cienda, cargos desempeñados por viejos amigos: el teniente general Francisco Gómez Jordana y Souza, el general de división Fidel Dávila Arrondo y el político “alfonsino” Andrés Amado. 

El acontecimiento que se acaba de relatar demuestra que la situación de Martínez Anido era insostenible en el Gobierno, no quedándole más opciones que dimitir o ser cesado. Pero no ocurrió ninguna de las dos cosas. 
En el otoño de 1938, el teniente general comenzó a faltar a su despacho. Por Valladolid comenzaron a circular rumores de que se encontraba conspirando. No se trataba de eso: la causa real era la enfermedad que le iba a llevar a la muerte. Martínez Anido falleció el 24 de diciembre de 1938. Franco, olvidando los anteriores enfrentamientos con él, decretó que se le rindieran honores de capitán general con mando en plaza. Pero, de forma paradójica, su funeral no fue militar, sino clara-mente fascista, donde no faltó ni siquiera el título de “camarada” para referirse al fallecido.




libro


 05/06/2010 

La confianza es una cuestión de propaganda. Basta con que los enemigos hablen mal de alguien, para ver refrendada la lealtad de sus compañeros. El odio que se sea capaz de despertar también es una forma de definirse. A Severiano Martínez Anido la propaganda le reportó grandes aliados durante su carrera como militar represor. El general fue uno de los cargos más crueles de la dictadura de Miguel Primo de Rivera y un estorbo en puestos claves con la de Francisco Franco. 
Las crónicas en la prensa conservadora el día después de su muerte, en la víspera de la Navidad de 1938, hablaron de él como 'un excelente militar, gran patriota, político enérgico y austero'; ensalzaron su 'lealtad, su honradez, su valía'. 'Todas sus imponderables virtudes cívicas estaban avaladas por la inquina desesperada, por el odio obsesionante, por los violentos ataques que mereció de todos los enemigos de España', se puede leer en la edición de Sevilla del ABC.

Los herederos han vendido los documentos al Estado por 15.000 euros

En los próximos días llegará al Centro Documental de la Memoria Histórica en Salamanca el archivo personal de la familia Martínez Anido, desde principios de siglo XX hasta nuestros días. La Junta de Calificación del Ministerio de Cultura ha comprado por 15.000 euros a los herederos los documentos, entre los que se encuentra la copia de la carta que Unamuno mandó a Severiano en septiembre de 1936 pidiéndole disculpas por un artículo escrito diez años atrás sobre su proceder como gobernador civil; los mensajes en los que el abogado republicano Alejandro Lerroux, ya exiliado en Portugal, le expresa su 'absoluta confianza en el triunfo de la causa nacional'; el borrador de renuncia como ministro de Orden Público de Franco; la correspondencia con Pepe Quiñones de León, diplomático retirado en París, en las que le cuenta los preparativos de la sublevación del ejército; una carta de 1931 en la que su secretario le anima a quedarse con unos fondos sin destino por valor de medio millón de pesetas; y el archivo fotográfico y militar de su hijo, Rafael Martínez Anido, capitán de la Legión durante la guerra civil, entre otros objetos.
Según fuentes del ministerio, se trata de un archivo excepcional porque no es habitual que el bando sublevado entregue sus papeles. Entre los que se conservan destaca el borrador de renuncia que Severiano Martínez Anido preparaba, unos meses antes de morir, para entregar a Franco. En el escrito demuestra el ocaso de sus días de honores. Por primera vez, como él mismo escribe al generalísimo, ve sus 'facultades mediatizadas y sin disponer de la libertad de acción que tanto se necesita'. El problema era la nula división y separación de tareas entre los ministerios de Orden Público e Interior, dos órganos con las mismas funciones, enfrentados y carentes de 'un margen material que limite las acciones policíacas y administrativas'.

El archivo incluye cartas temerosas de Unamuno y Lerroux al general

Arranca la carta con un 'mi querido y respetado general: Constituye para mí un verdadero dolor tener que interrumpir con una preocupación más su cotidiana y gloriosa labor guerrera al frente de nuestras tropas'. La retórica de la sumisión, la amenaza y el miedo es otro de los atractivos de este archivo, en los que la trayectoria familiar de los Martínez Anido, como protagonistas de una España golpista y fascista, les hace bailar de un lado a otro del poder, arrastrando rencores y revanchas que se consuman cuando ocupan posiciones desahogadas tanto con Primo de Rivera como con Franco. 

El general, anciano y menospreciado, no soporta que ministros más jóvenes no se sometan a sus exigencias. Lo achaca a una falta de 'respeto por la edad y el empleo'. Incluso se diría que aquel sanguinario militar se vuelve hasta escrupuloso con los métodos del órgano represor rival: 'Llegando a castigar en su actuación al extremo de detener a personas respetabilísimas, castigar de una manera cruenta en mi jurisdicción a detenidos para lograr declaraciones y otros excesos, que dejan en muy mal lugar a la policía en general, por ser una de sus funciones el evitarlo y garantizar el amparo y respeto de las personas', escribe sin cinismo. 
Aquel Martínez Anido que al caer la Segunda República regresó corriendo de su exilio en Francia para 'poner su espada al servicio de la patria', llegó con todos los galones por delante, dispuesto a sembrar orden entre quienes se habían atrevido a cuestionar sus funciones y servicios junto a Primo de Rivera. Fue el caso de Miguel de Unamuno, que escribe una carta llena de disculpas al tiránico personaje, en la que se arrepiente de sus 'adjetivas locuciones y 
excesos de lenguaje' de unas palabras dichas por el viejo filósofo hacía más de diez años.

Es un caso excepcional: no es habitual que el bando sublevado entregue sus papeles

Unamuno le demuestra su sometimiento lamentándose por haberle herido con aquellos términos 'tan en lo vivo'. Dubitativo, amenazado, de un lado a otro, desestimando sus adjetivos, pero confirmando sus juicios, redacta un sobrecogedor pasaje para librarse de la muerte por represalia:

 'No me doy clara cuenta de que al cabo de este tiempo y de lo que en él ha pasado, y sobre todo lo que está pasando ahora, pueda nadie resucitar viejos agravios casi enterrados, ni con qué fines', escribe.
'Más de todos modos, me siento en el deber de decirle', continúa Unamuno, 'y en medio del actual desenfreno patológico de pasiones políticas, que si en aquellos días, mucho más serenos que estos, me pude exceder en la dureza y la rudeza, a las veces cruel, de expresiones en mis juicios, no creo que a la actuación gubernativa y policíaca de ustedes entonces, por perjudicial que me hubiera parecido, le llevó egoísta móvil de lucro personal y que trató usted de dejar a salvo su estricta honradez'.

El pánico que revelan las cartas refleja el odio sobre el que se levantó el orden franquista

El militar de méritos en Filipinas y Marruecos, ayudante honorario de Alfonso XIII y director de la Academia de Infantería, se ganó las glorias en 1917 aplicando mano dura como gobernador militar en Barcelona durante las primeras manifestaciones obreras.
'Y allí, en Barcelona, en medio de la gran marea, un hombre mantenía firmemente el timón. Acababa de llegar con la misión de volver las aguas a sus cauces y mantener a toda costa la normalidad', Severiano tenía 55 años y una reputación por delante que adornar con un sinfín de atentados, extorsiones y asesinatos.
 En el primer mes que estuvo al frente del puesto, murieron 22 personas en las represalias. Creó con la ley de fugas una de las páginas más sucias de la historia, y fundó el sindicato libre, que junto con los servicios de la policía, trituraron a la CNT. 
Martínez Anido era un peso pesado dentro y fuera de España. Las misivas que le envió el diplomático y golpista Pepe Quiñones de León confirmaban que no había desaparecido ni en el exilio:
'La situación militar buena, pero falta de aviones. Se trata por todos los medios de remediar. Situación militar embrollada, pero confío que no irá a mayores. El hecho de que Italia y Alemania hayan admitido acudir a la Conferencia de los Cinco, es decir, con Inglaterra, Francia y Bélgica, me da cierta esperanza', le escribe el antiguo embajador español el 2 de julio de 1936.
Incluso llega a proponerle formar parte de la futura Junta Nacional de Defensa.
Notable también es la carta de agradecimiento que el 23 de septiembre de 1938 le escribe Alfonso XIII desde Lausana.
 'He recibido tu amable carta y muy de corazón te agradezco la parte que tomas en mi inmenso dolor por la muerte de mi hijo Alfonso ocurrida en las tristes circunstancias que tú conoces. Recibe un fuerte abrazo de tu antiguo y buen amigo'.
La palabra se hace de nuevo amenaza con los aterrorizados escritos del cordobés Lerroux, quien, a salvo en Portugal, pretendía garantizarse un retorno a España sin consecuencias, después de haber sido presidente de la República. En una carta con el membrete de su despacho madrileño en O'Donnell, el abogado, en un bochornoso tono, le pide disculpas por no haberle contestado a dos cartas y un telégrafo que Severiano le mandó cuando estaba al frente del Gobierno.

La lectura del archivo permite rememorar la retórica de la sumisión y el miedo. El general le ha hecho llegar su enfado por un tercero, años después. Lerroux, muerto de miedo, le explica: 
'Mi cortesía no le hubiese dado por respuesta la grosería del silencio y mucho menos aún mi gratitud, porque si usted en cumplimiento de su deber ordenó dos veces mi prisión -como en su caso hubiese hecho yo- no puedo olvidar, ni olvido, ni olvidaré la atención, benevolencia y caballerosidad con que trató a mi mujer y a mi hijo'.

El pánico que se cuela entre las líneas de las cartas de este archivo recuperado para la memoria es la prueba del odio y el rencor con el que se levantó el orden y la tranquilidad que demandaba la familia franquista.

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