Pedro Urraca, el hombre de Franco en Francia.-a
Soledad Garcia Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes
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Biografía
Pedro Urraca Rendueles (Valladolid, 22 de enero de 1904-Madrid, 14 de septiembre de 1989) fue un policía español, conocido por ser el jefe de operación de la represión organizada gobierno de Francisco Franco para eliminar a las principales autoridades de la Segunda República en el exilio.
ació en Valladolid.2 Poco se sabe de su juventud. Durante el periodo republicano se integró en la policía gubernamental, y tras el comienzo de la Guerra Civil Española pasó a la zona controlada por Franco y comenzó a colaborar con las fuerzas sublevadas.
Ya iniciada la Segunda Guerra Mundial, en 1940 se produjo la ocupación de Francia por las fuerzas del Eje. Con ello, miles de republicanos españoles quedaron a merced de la Gestapo. Tras esto, Urraca comenzó a dirigir una red de agentes secretos distribuidos por el país galo dedicada al espionaje y la detención de dirigentes republicanos para conducirlos a la frontera española. La lista de perseguidos es muy extensa: Julián Zugazagoitia (ministro de la Gobernación con Negrín, detenido en París, entregado y fusilado en Madrid), Manuel Portela (expresidente del Consejo de Ministros), Josep Tarradellas, Juan Morata (subsecretario de Gobernación) o Mariano Ansó (ministro de Justicia) y otros muchos. Fue el autor, el 13 de agosto de 1940, de la detención de Lluís Companys y ejecutó su entrega en Irún a las autoridades españolas, que lo fusilaron semanas después, el 15 de octubre.
A su vuelta a España pasó a trabajar para el Cuerpo General de Policía, llegando a Comisario principal. Jubilado en 1969. Regresó a España en 1986. Falleció en Madrid en 1989.
Nota periodística
ació en Valladolid.2 Poco se sabe de su juventud. Durante el periodo republicano se integró en la policía gubernamental, y tras el comienzo de la Guerra Civil Española pasó a la zona controlada por Franco y comenzó a colaborar con las fuerzas sublevadas.
Ya iniciada la Segunda Guerra Mundial, en 1940 se produjo la ocupación de Francia por las fuerzas del Eje. Con ello, miles de republicanos españoles quedaron a merced de la Gestapo. Tras esto, Urraca comenzó a dirigir una red de agentes secretos distribuidos por el país galo dedicada al espionaje y la detención de dirigentes republicanos para conducirlos a la frontera española. La lista de perseguidos es muy extensa: Julián Zugazagoitia (ministro de la Gobernación con Negrín, detenido en París, entregado y fusilado en Madrid), Manuel Portela (expresidente del Consejo de Ministros), Josep Tarradellas, Juan Morata (subsecretario de Gobernación) o Mariano Ansó (ministro de Justicia) y otros muchos. Fue el autor, el 13 de agosto de 1940, de la detención de Lluís Companys y ejecutó su entrega en Irún a las autoridades españolas, que lo fusilaron semanas después, el 15 de octubre.
A su vuelta a España pasó a trabajar para el Cuerpo General de Policía, llegando a Comisario principal. Jubilado en 1969. Regresó a España en 1986. Falleció en Madrid en 1989.
Nota periodística
La nieta del policía franquista Pedro Urraca Rendueles novela la vida de su abuelo, que entregó a Lluís Companys y colaboró con la Gestapo en la detención de Jean Moulin, el líder de la resistencia
El próximo mes de junio se cumplen 75 años de la captura de Jean Moulin, el líder de la resistencia francesa. Pero todavía quedan algunos detalles por esclarecer sobre su muerte. Uno de ellos, no menor, es si en su detención, la Gestapo recibió la ayuda de Pedro Urraca, una de las figuras más oscuras del espionaje español. Su nieta, Loreto Urraca, así lo cree y reconstruye aquellos hechos en Entre hienas (Funambulista), una apasionante novela que sigue a Urraca desde el final de la Guerra Civil a la liberación de París por los aliados, sus movimientos en suelo francés.
Uno de los periodos más oscuros de Francia en el que el colaboracionismo y la persecución de los judíos se entremezclan con la caza de los rojos españoles que habian huído a Francia escapando de la guerra y Franco para encontrarse, poco después, con otro horror: el nazi. Urraca fue también el hombre que llevó a España al president Lluís Companys. La entrega se produjo en Hendaya. Urraca disparó una fotografía de él, la última que existe de Companys con vida. También le regaló una postal que había comprado en Biarritz para que pudiera despedirse de su mujer con unas líneas. Poco después de su entrega, Companys sería fusilado en Montjuïc.
La historia familiar de Loreto y cómo acabó escribiendo Entre hienas también daría para una novela. «Mi padre nos abandonó cuando yo tenía cuatro años y reapareció con una llamada por teléfono desde Francia cuando cumplí 18 años, en 1982. Le conocí a él y a sus padres unos meses después. En los siguientes años y hasta que mi abuelo Pedro Urraca cayó enfermo hacia 1987 nos vimos en algunas ocasiones, pero yo intentaba espaciarlas lo más posible, porque no me era agradable su compañía».
Antes de morir en 1989, Urraca intentó recuperar el tiempo perdido y acercarse a su nieta. Quiso dictarle sus memorias. Ella se negó. «Le fui dando largas hasta que cayó en coma. Cuando murió, yo ya ni siquiera vivía en España», recuerda.
Todo dio un vuelco hace diez años. Concretamente, en septiembre de 2008, cuando aparece en El País un artículo sobre el abuelo de Loreto. «Le reconocí en la foto, aparecía su nombre completo y cuál había sido su actividad. Fue un shock», confiesa. Urraca llevaba casi dos décadas muerto, Loreto tenía 43 años, había vuelto a España, formado una familia y, de pronto, aquel artículo lo trastocó todo. El artículo era una reseña sobre una tesis doctoral de Jordi Guixé, que más tarde se publicó como libro. El tema: la persecución hispano-francesa del exilio republicano. La Francia de Franco. «No entendía por qué su figura despertaba tanto interés, hasta que leyendo lo que había hecho, supe que era el rostro de la represión», recuerda. Después de aquello, Loreto entró en fase de negación. No quiso saber más de su abuelo, intentó pasar página y olvidarse del tema.
«Me dio rabia llevar este apellido por el que era fácil relacionarnos. Y así ocurrió, ya que Gemna Aguilera me localizó dos años más tarde». Aguilera indagó en las investigaciones de Guixé y contactó con Loreto con motivo del 70 aniversario del fusilamiento de Companys. Acabó escribiendo una novela sobre Pedro Urraca, Agente 447 (RBA).Poco a poco, Loreto empezó a comprender que los descendientes de las víctimas del régimen franquista «estaban ávidos de información».
«Sentí la necesidad de saber realmente quién había sido y qué había hecho y me decidí a investigar todo lo que pudiera sobre ese abuelo desconocido». Una curiosidad por esclarecer sus raíces que entraba en contradicción con el rechazo que le provocaba (y le sigue provocando) su abuelo.
«Al mismo tiempo necesitaba desafiliarme, dejar constancia pública de que, a pesar del parentesco, yo no tenía nada que ver con él, que no me había educado, ni influido en mi personalidad». Así nació Entre hienas, donde la realidad, como siempre, supera la ficción. Loreto ha tardado cinco años en novelar la historia de su abuelo, un policía que se movía con total impunidad en la Francia nazi, donde tejió una red de informantes que localizaban para él a los refugiados españoles que trataban de pasar desapercibidos, que se habían unido a la resistencia contra los nazis o que intentaban huir a Méjico.
Urraca perfeccionó durante aquellos años una maquinaria de persecución y captura de republicanos. Fue mano derecha de Serrano Sunyer, enlace de España con el gobierno de Pétain y cuando la represión nazi se recrudeció, estrecho aliado del SS Sturmbannführer Karl Bömelburg, jefe de la Gestapo en París, para quien trabajó bajo el alias Unamuno. Urraca estaba casado con una francesa a la que había conocido en Biarritz, Hélène, que fue compañera de pupitre de Simone de Beauvoir (y que mantuvo un affaire con un militar nazi durante la ocupación, a cambio de privilegios). La madre de Hélène era propietaria de un apartamento que había alquilado Antoniette Sachs, una pintora y militante socialista de origen judío que mantuvo un idilio con Jean Moulin. Todos -Pedro, Hélène, Antoinne, Jean- se conocían de trato más o menos superficial, hasta que la política y la guerra se metió en sus vidas. Cuando Sachs pasó a la clandestinidad -pasó a gestionar una galería de arte en Niza que era una tapadera de la resistencia, Sachs pintaba cuadros que escondían cartas y mapas cifrados en el bastidor- , el apartamento de París, abandonado, se convirtió en motivo de disputa.
Hélène lo quería recuperar para mudarse allí con Urraca, pero las cosas de Antoniette, huída, seguían allí y el contrato estaba a su nombre. ¿Quiso la casualidad que una disputa doméstica acercara a Urraca al jefe de la resistencia? ¿Fue Antoniette, inquilina de la suegra de Urraca, el cebo para atrapar a Moulin?
«La colaboración entre la policía franquista y la Gestapo está demostrada. Si añades unas relaciones personales entre los personajes, también verificadas, y un interés real en localizar a Antoinette... una cosa lleva a la otra. Antoinette, al menos, estaba convencida de la implicación de Pedro Urraca en la captura del grupo de resistentes y así lo escribe en sus notas. Esa es la pista que yo quisiera que se investigara en Francia», afirma la autora. La Gestapo arrestó a Moulin en junio de 1943 en Caluire, a las afueras de Lyon, en una reunión de la resistencia que el servicio de inteligencia alemán interceptó. Fue torturado durante dos semanas y murió en un tren hacia la deportación.
Cuando los aliados recuperaron París, Urraca huyó a Bélgica. No se retiró hasta 1982. La justicia nunca le pidió rendir cuentas: Urraca disfrutó de la misma impunidad en la Francia nazi que en la España democrática. "La transición impuso un pacto de silencio que os cubrió de impunidad, y el olvido colectivo os libró de la obligación de pedir perdón", le dice Loreto en una carta dirigida a su abuelo que abre la novela. Escribirla ha supuesto una «catarsis». «Me he reconciliado con mi apellido, porque he conseguido despegarlo de la influencia de mi abuelo», reconoce. «Seguirá siendo feo y sonoro, pero ahora, es más mío».
Uno de los periodos más oscuros de Francia en el que el colaboracionismo y la persecución de los judíos se entremezclan con la caza de los rojos españoles que habian huído a Francia escapando de la guerra y Franco para encontrarse, poco después, con otro horror: el nazi. Urraca fue también el hombre que llevó a España al president Lluís Companys. La entrega se produjo en Hendaya. Urraca disparó una fotografía de él, la última que existe de Companys con vida. También le regaló una postal que había comprado en Biarritz para que pudiera despedirse de su mujer con unas líneas. Poco después de su entrega, Companys sería fusilado en Montjuïc.
La historia familiar de Loreto y cómo acabó escribiendo Entre hienas también daría para una novela. «Mi padre nos abandonó cuando yo tenía cuatro años y reapareció con una llamada por teléfono desde Francia cuando cumplí 18 años, en 1982. Le conocí a él y a sus padres unos meses después. En los siguientes años y hasta que mi abuelo Pedro Urraca cayó enfermo hacia 1987 nos vimos en algunas ocasiones, pero yo intentaba espaciarlas lo más posible, porque no me era agradable su compañía».
Antes de morir en 1989, Urraca intentó recuperar el tiempo perdido y acercarse a su nieta. Quiso dictarle sus memorias. Ella se negó. «Le fui dando largas hasta que cayó en coma. Cuando murió, yo ya ni siquiera vivía en España», recuerda.
Todo dio un vuelco hace diez años. Concretamente, en septiembre de 2008, cuando aparece en El País un artículo sobre el abuelo de Loreto. «Le reconocí en la foto, aparecía su nombre completo y cuál había sido su actividad. Fue un shock», confiesa. Urraca llevaba casi dos décadas muerto, Loreto tenía 43 años, había vuelto a España, formado una familia y, de pronto, aquel artículo lo trastocó todo. El artículo era una reseña sobre una tesis doctoral de Jordi Guixé, que más tarde se publicó como libro. El tema: la persecución hispano-francesa del exilio republicano. La Francia de Franco. «No entendía por qué su figura despertaba tanto interés, hasta que leyendo lo que había hecho, supe que era el rostro de la represión», recuerda. Después de aquello, Loreto entró en fase de negación. No quiso saber más de su abuelo, intentó pasar página y olvidarse del tema.
«Me dio rabia llevar este apellido por el que era fácil relacionarnos. Y así ocurrió, ya que Gemna Aguilera me localizó dos años más tarde». Aguilera indagó en las investigaciones de Guixé y contactó con Loreto con motivo del 70 aniversario del fusilamiento de Companys. Acabó escribiendo una novela sobre Pedro Urraca, Agente 447 (RBA).Poco a poco, Loreto empezó a comprender que los descendientes de las víctimas del régimen franquista «estaban ávidos de información».
«Sentí la necesidad de saber realmente quién había sido y qué había hecho y me decidí a investigar todo lo que pudiera sobre ese abuelo desconocido». Una curiosidad por esclarecer sus raíces que entraba en contradicción con el rechazo que le provocaba (y le sigue provocando) su abuelo.
«Al mismo tiempo necesitaba desafiliarme, dejar constancia pública de que, a pesar del parentesco, yo no tenía nada que ver con él, que no me había educado, ni influido en mi personalidad». Así nació Entre hienas, donde la realidad, como siempre, supera la ficción. Loreto ha tardado cinco años en novelar la historia de su abuelo, un policía que se movía con total impunidad en la Francia nazi, donde tejió una red de informantes que localizaban para él a los refugiados españoles que trataban de pasar desapercibidos, que se habían unido a la resistencia contra los nazis o que intentaban huir a Méjico.
Urraca perfeccionó durante aquellos años una maquinaria de persecución y captura de republicanos. Fue mano derecha de Serrano Sunyer, enlace de España con el gobierno de Pétain y cuando la represión nazi se recrudeció, estrecho aliado del SS Sturmbannführer Karl Bömelburg, jefe de la Gestapo en París, para quien trabajó bajo el alias Unamuno. Urraca estaba casado con una francesa a la que había conocido en Biarritz, Hélène, que fue compañera de pupitre de Simone de Beauvoir (y que mantuvo un affaire con un militar nazi durante la ocupación, a cambio de privilegios). La madre de Hélène era propietaria de un apartamento que había alquilado Antoniette Sachs, una pintora y militante socialista de origen judío que mantuvo un idilio con Jean Moulin. Todos -Pedro, Hélène, Antoinne, Jean- se conocían de trato más o menos superficial, hasta que la política y la guerra se metió en sus vidas. Cuando Sachs pasó a la clandestinidad -pasó a gestionar una galería de arte en Niza que era una tapadera de la resistencia, Sachs pintaba cuadros que escondían cartas y mapas cifrados en el bastidor- , el apartamento de París, abandonado, se convirtió en motivo de disputa.
Hélène lo quería recuperar para mudarse allí con Urraca, pero las cosas de Antoniette, huída, seguían allí y el contrato estaba a su nombre. ¿Quiso la casualidad que una disputa doméstica acercara a Urraca al jefe de la resistencia? ¿Fue Antoniette, inquilina de la suegra de Urraca, el cebo para atrapar a Moulin?
«La colaboración entre la policía franquista y la Gestapo está demostrada. Si añades unas relaciones personales entre los personajes, también verificadas, y un interés real en localizar a Antoinette... una cosa lleva a la otra. Antoinette, al menos, estaba convencida de la implicación de Pedro Urraca en la captura del grupo de resistentes y así lo escribe en sus notas. Esa es la pista que yo quisiera que se investigara en Francia», afirma la autora. La Gestapo arrestó a Moulin en junio de 1943 en Caluire, a las afueras de Lyon, en una reunión de la resistencia que el servicio de inteligencia alemán interceptó. Fue torturado durante dos semanas y murió en un tren hacia la deportación.
Cuando los aliados recuperaron París, Urraca huyó a Bélgica. No se retiró hasta 1982. La justicia nunca le pidió rendir cuentas: Urraca disfrutó de la misma impunidad en la Francia nazi que en la España democrática. "La transición impuso un pacto de silencio que os cubrió de impunidad, y el olvido colectivo os libró de la obligación de pedir perdón", le dice Loreto en una carta dirigida a su abuelo que abre la novela. Escribirla ha supuesto una «catarsis». «Me he reconciliado con mi apellido, porque he conseguido despegarlo de la influencia de mi abuelo», reconoce. «Seguirá siendo feo y sonoro, pero ahora, es más mío».
un agente de la policía franquista
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