Robo de las joyas de la corona de Irlanda.-a
Soledad Garcia Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes
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Las Joyas de la Corona irlandesa fueron preciadas insignias de la Más Ilustre Orden de San Patricio. Estas joyas eran usadas por el soberano en la sede de los caballeros de la orden, el equivalente Irlandés de la Orden de la Jarretera Inglesa y de la Orden del Cardo Escocesa. Su robo del Castillo de Dublín en 1907 permanece sin resolver.
Historia
En el año 1783 el rey británico Jorge III, en calidad de rey de Irlanda, creaba la Ilustrísima Orden de San Patricio, una orden de caballería a semejanza de las ya existentes en Inglaterra, como forma de distinguir y recompensar a aquellos nobles irlandeses que habían apoyado a la corona británica. Quedó establecido que el rey del Reino Unido fuese el Soberano de la orden, y el Lord Teniente de Irlanda (su representante en la isla y jefe del gobierno irlandés) ejerciese como Gran Maestro. Se escogió como lema de la Orden Quis separabit? (en latín, ¿Quién nos separará?), una cita tomada de la Carta de San Pablo a los Romanos, y como símbolo la cruz de San Patricio (un aspa roja sobre fondo blanco). En la actualidad, la Orden, pese a existir todavía sobre el papel, lleva décadas inactiva. Tras la independencia irlandesa en 1922 ya no se nombraron más caballeros irlandeses. La última persona en ser nombrada miembro de la Orden fue el príncipe Alberto, Duque de York (quien luego subiría al trono como Jorge VI), en 1936, y el último miembro superviviente, el príncipe Enrique de Gloucester (hermano menor de Eduardo VIII y Jorge VI), falleció en 1974.
En las ceremonias señaladas los caballeros de la Orden usaban la vestimenta de gala: traje blanco, manto de seda azul celeste con la insignia de la Orden bordada, y un sombrero de terciopelo negro con tres plumas caídas (una roja, una azul y una blanca). Y lucían además las insignias que les identificaban como miembros: un collar de oro, formado por rosas Tudor y arpas, y una medalla con la cruz de San Patricio (que podía colgar del collar o ir prendida a la ropa). Pero las posesiones más valiosas de la Orden eran las llamadas Joyas de la Corona irlandesa: dos preciadas y valiosísimas joyas, una estrella y una medalla, cuajadas de piedras preciosas y entregadas a la Orden en 1831 por Guillermo IV como iura regalia (símbolos de poder), y era costumbre que fueran lucidas por el Soberano en las ceremonias de ingreso de nuevos miembros, y por el Gran Maestro en otras celebraciones importantes. Ambas joyas habían sido confeccionadas con piedras del tesoro real británico, procedentes de joyas que habían pertenecido a la reina Charlotte (esposa de Jorge III). La estrella, de ocho puntas (cuatro grandes y cuatro pequeñas), tenía en su centro una cruz de rubíes y un trébol de esmeraldas, rodeados por un círculo de esmalte azul cielo con la inscripción Quis Separabit MDCCLXXXIII escrita con diamantes rosa. El resto de la estrella estaba cubierta con diamantes brasileños de la mayor pureza. En cuanto a la medalla, sus motivos eran muy parecidos: un trébol de esmeraldas sobre una cruz de rubíes, rodeados de un círculo de esmalte azul con la misma inscripción, rodeado a su vez por un círculo de diamantes brasileños de gran tamaño y pureza, y rematada con un arpa coronada y un lazo también con diamantes. Ambas joyas tenían en total casi 400 gemas engastadas y su valor conjunto se estimaba en 30000 libras de la época; hoy seguramente no valdrían menos de 15 millones de euros.
Las joyas robadas
Cuando las joyas no eran utilizadas, quedaban bajo la custodia del Rey de Armas del Ulster, el oficial de armas (algo así como un oficial encargado de asuntos de heráldica y ceremonias) de mayor rango de Irlanda, quien las guardaba en la cámara acorazada de un banco. Hasta que en 1903 se decidió que fueran trasladadas al Castillo de Dublín, sede del gobierno británico de Irlanda, donde acababa de construirse una cámara acorazada. Se adquirió una caja fuerte especialmente para guardar las joyas... pero cuando llegó el momento de instalarla resultó que era demasiado grande y no cabía por la puerta de la cámara, así que el entonces Rey de Armas del Ulster, sir Arthur Vicars, decidió que la caja fuerte con las joyas fuese llevada a su despacho. De la puerta del despacho de Vicars existían siete llaves, que estaban en poder de él y de sus ayudantes, pero de la caja fuerte sólo había dos, ambas en poder del Rey de Armas: una la llevaba encima siempre y otra permanecía en su casa, guardaba bajo llave en un escritorio.
Sir Arthur Vicars (1862-1921)
Vicars, nombrado Rey de Armas en 1893, era un experto en heráldica y genealogía, procedente de una familia ilustre (su padre era coronel del ejército). No obstante, su papel como guardián de las joyas fue cuestionado en más de una ocasión por su carácter un tanto descuidado y negligente, además de su excesivo amor por la botella. En una ocasión, tras una de sus grandes borracheras, se despertó en su despacho llevando puestas las joyas. Y en otra ocasión, inadvertidamente dejó la llave de la caja fuerte abandonada junto a las de su oficina en un llavero que luego encontró una criada. El 28 de junio de 1907 Vicars informó de que había perdido su llave de la entrada principal de la Torre Bedford, en la que se hallaba su despacho, pero nadie pareció darle importancia.
La mañana del 6 de julio de 1907 una limpiadora del castillo encontró la puerta del despacho de Vicars abierta de par en par, con una llave todavía en la cerradura, lo que le pareció extraño, pero a Vicars no le preocupó demasiado. Esa misma tarde, Vicars entregó la llave de la caja fuerte a un empleado del castillo, un portero apellidado Stivey, encargándole que guardara en ella uno de los collares de la Orden, perteneciente a un miembro recién fallecido, que Vicars y su ayudante personal, su sobrino Pierce O'Mahony, habían estado examinando. Poco después, Stivey regresaba muy alarmado para informar a Vicars de que la caja fuerte no estaba cerrada con llave. Vicars acudió de inmediato a su despacho y descubrió que las Joyas de la Corona, así como los collares de cinco de los miembros de la Orden, que también se custodiaban allí, habían desaparecido.
El Castillo de Dublín
El robo había tenido lugar en un momento un tanto inoportuno. Solo cuatro días después, el rey Eduardo VII y su esposa la reina Alexandra tenían previsto visitar Dublín para visitar la Exposición Internacional Irlandesa, que se estaba celebrando allí, y de paso el rey presidiría una reunión de la Orden en la que se admitirían nuevos miembros. Eduardo VII montó en cólera cuando supo del robo, pero mantuvo su visita, aunque los actos de la Orden de San Patricio fueron cancelados.
Se inició de inmediato una gran investigación, para la cual el Detective Jefe de Scotland Yard, John Kane, se desplazó a Dublín para colaborar con su Policía Metropolitana. La opinión de los agentes que investigaban el caso era que se había tratado de un trabajo desde dentro; alguien del castillo, muy posiblemente del entorno del Rey de Armas, había sido el autor del robo, dadas las dificultades que entrañaba para un extraño estar al tanto de la situación de las joyas y de las llaves necesarias para llegar a ellas. Las joyas habían sido utilizadas por última vez el 17 de marzo, durante la fiesta de San Patricio, y la última vez que se comprobó que estaban en la caja fue el 11 de junio, cuando Vicars se las mostró a un visitante. Se inició una exhaustiva investigación de todas las personas que habían podido tener acceso a las joyas, sin éxito. Después de muchas pesquisas, la Comisión formada para la investigación no pudo señalar al culpable; aunque se dijo que Kane había hecho su propio informe, en el que señalaba a un posible responsable, que entregó a la Real Policía Irlandesa, pero que dicho informe fue desestimado, y Kane reclamado de vuelta a Londres.
Eso si, la Comisión encontró que el proceder de Vicars había sido "impropio e inadecuado" a la hora de custodiar las joyas, y fue forzado a renunciar a su cargo, lo mismo que todos los demás miembros de su equipo. Las investigaciones policiales continuaron durante algún tiempo hasta que fueron suspendidas bruscamente, según algunos por orden directa de Eduardo VII. El rumor que circuló con insistencia era que las indagaciones habían descubierto una gran cantidad de comportamientos inadecuados entre los empleados y funcionarios del Castillo de Dublín (que incluían alcoholismo, orgías y relaciones homosexuales) y el rey Eduardo temió que si llegaran a ser de dominio público el escándalo resultante sería mayor que el que había provocado el robo.
La lista de sospechosos no es muy larga. El primero y más obvio, el propio Vicars. No sólo tenía acceso a las joyas, también resultaba sospechoso su negligente proceder y el hecho de que se hubiese negado a comparecer ante la Comisión. No obstante, dicha Comisión no halló indicios de su culpabilidad y él negó su implicación en el robo hasta el día de su muerte, sucedida en 1921 a manos del IRA, que lo consideraba un informador. En 1912, el Daily Mail publicó un artículo en el que acusaba a Vicars de haber cometido el robo en complicidad con una mujer desconocida de la que sería amante y que había huido con las joyas a París. Vicars demandó al periódico, que hubo de reconocer que la noticia era falsa y tuvo que indemnizarlo con 5000 libras.
Otro nombre sospechoso fue el del ayudante y sobrino de Vicars, Pierce O'Mahony, que también tenía acceso al despacho de Vicars y cuyo padre era un notorio simpatizante del nacionalismo irlandés. Tampoco se hallaron pruebas contra él antes de su muerte en 1914, en un accidente mientras practicaba tiro.
Un tercer sospechoso que sonó con mucha fuerza fue el del segundo ayudante de Vicars, Francis Shakleton, hermano del legendario explorador sir Ernest Shackleton. Varias personas, incluido el propio Vicars, le señalaron como el principal sospechoso, pero el detective Kane negó su implicación ante la Comisión y ésta exoneró a Shackleton. Posteriormente, en 1913 Francis fue arrestado y condenado por fraude bancario al cobrar un cheque robado. Cuando fue puesto en libertad se cambió el nombre y no se supo más de él.
Un cuarto nombre que no salió a la luz hasta años después fue el de Francis Bennet-Goldney, nombrado Pursuivant de Athlone (un oficial de armas de bajo rango) unos meses antes del robo. Tras su muerte en 1918 en un accidente de tráfico en Francia, en los estertores de la Primera Guerra Mundial, se descubrieron en su casa numerosos objetos sustraídos del Castillo de Dublín y de otros edificios públicos donde había prestado servicio, aunque no se halló prueba alguna que lo vinculara directamente con el robo de las Joyas.
Tampoco faltaron otras teorías más sensacionalistas sobre la autoría del robo, surgidas en su mayor parte de las especulaciones de la prensa. Se acusó tanto a sociedades nacionalistas irlandesas como la Hermandad Republicana Irlandesa, como a grupos unionistas (leales a la Corona británica) que querían debilitar al gobierno liberal presidido por sir Henry Campbell-Bannerman y que luego habrían devuelto las joyas en secreto a la familia real. Algunos periódicos consideraron sospechoso a George Gordon, lord Haddo, hijo del entonces Lord Teniente, John Hamilton-Gordon, pero que en el momento del robo se encontraba en Inglaterra.
Las Joyas de la Corona irlandesa jamás se hallaron. Su destino permanece envuelto en la bruma de lo desconocido.
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