Las 7 virtudes del bushido.-a
Estatua de Kusunoki Masashige en Tokio, un samurái ícono del bushidō. |
El bushido (en japonés, «la vía del guerrero»), es un código ético que muchos samuráis seguían como seña de identidad de su compromiso como guerreros. Más que un conjunto de reglas o deberes, el bushido era una forma de vida en la que el guerrero demostraba su compromiso con el honor, la lealtad o la justicia, llegando a entregarse a la muerte si éstos se veían en peligro.
En las raíces del bushido se hallan corrientes religiosas y filosóficas como el Budismo, el Confucionismo o el Zen, de cuya combinación surgieron los siete preceptos que guían el código del samurái. En este sentido, uno de los principales textos dedicados a la «vía del guerrero», en donde encontramos estas virtudes descritas, es El libro de los cinco anillos (Go rin no sho) de Miyamoto Musashi (1582-1645), un samurái, pintor y calígrafo considerado como uno de los más célebres guerreros de su disciplina y el principal autor que plasmó el bushido en papel junto a Yamamoto Tsenetomo, autor de Hagakure. El camino del samurái.
A continuación recogemos los siete principios o virtudes del bushido que todo buen samurái debía seguir. Como sucede con el famoso texto El arte de la guerra de Sun Tsu, hoy en día muchas de sus recomendaciones y reflexiones pueden ser aplicadas en nuestro día a día.
El bushido y las 7 virtudes del guerrero
1. Gi (justicia)
Sé honrado en tus tratos con todo el mundo. Cree en la justicia, pero no en la que emana de los demás, sino en la tuya propia. Para un auténtico samurái no existen las tonalidades de gris en lo que se refiere a honradez y justicia. Sólo existe lo correcto y lo incorrecto.
2. Rei (respeto, cortesía)
Los samuráis no tienen motivos para ser crueles. No necesitan demostrar su fuerza. Un samurái es cortés incluso con sus enemigos. Sin esta muestra directa de respeto no somos mejores que los animales. Un samurái recibe respeto no sólo por su fiereza en la batalla, sino también por su manera de tratar a los demás. La auténtica fuerza interior del samurái se vuelve evidente en tiempos de apuros.
3. Yu (coraje)
Álzate sobre las masas de gente que temen actuar. Ocultarse como una tortuga en su caparazón no es vivir. Un samurái debe tener valor heroico. Es absolutamente arriesgado. Es peligroso. Es vivir la vida de forma plena, completa, maravillosa. El coraje heroico no es ciego. Es inteligente y fuerte. Reemplaza el miedo por el respeto y la precaución.
4. Meiyo (honor)
El auténtico samurái solo tiene un juez de su propio honor, y es él mismo. Las decisiones que tomas y cómo las llevas a cabo son un reflejo de quien eres en realidad. No puedes ocultarte de ti mismo.
5. Jin (benevolencia)
Mediante el entrenamiento intenso el samurái se convierte en rápido y fuerte. No es como el resto de los hombres. Desarrolla un poder que debe ser usado en bien de todos. Tiene compasión. Ayuda a sus compañeros en cualquier oportunidad. Si la oportunidad no surge, se sale de su camino para encontrarla.
6. Makoto (honestidad)
Cuando un samurái dice que hará algo, es como si ya estuviera hecho. Nada en esta tierra lo detendrá en la realización de lo que ha dicho que hará. No ha de «dar su palabra.» No ha de «prometer.» El simple hecho de hablar ha puesto en movimiento el acto de hacer. Hablar y hacer son la misma acción.
7. Chuugi (lealtad)
Para el samurái, haber hecho o dicho «algo», significa que ese «algo» le pertenece. Es responsable de ello y de todas las consecuencias que le sigan. Un samurái es intensamente leal a aquellos bajo su cuidado. Para aquellos de los que es responsable, permanece fieramente fiel.
Las palabras de un hombre son como sus huellas; puedes seguirlas donde quiera que él vaya. Cuidado con el camino que sigues.
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El doctor en historia y experto en la cultura nipona Marcos Sala Ivars destruye en ABC los mitos que la «cultura pop» ha extendido sobre estos soldados. ¿Quiénes eran realmente?
Debo confesar que jamás he sido un forofo de las películas ambientadas en el Japón medieval. Quizá porque nunca me había adentrado lo suficiente en la cultura nipona como para saber discernir si lo que mostraban era veraz a nivel histórico o una mera exageración esgrimida para atrapar al telespectador durante los noventa minutos de rigor. Eso, sin embargo, no me ha impedido conocer la imagen idílica que se ha extendido de dos de los guerreros más populares de la historia: los samuráis y los ninjas. A los primeros los vemos como la reencarnación de los caballeros andantes; hombres honorables dispuestos a suicidarse por lealtad y a combatir hasta la extenuación para defender a su señor. Los segundos son (si cabe) más interesantes, pues han sido esbozados como unos asesinos y unos maestros del disfraz sin honra alguna. ¿Quién podría resistirse a su atractivo?
Pero la realidad es muy diferente a la que nos ha narrado la gran y la pequeña pantalla. Poco hay de verdad en esa imagen de un ninja escalando una pared vertical sin más ayuda que unos zapatos o escabulléndose del enemigo a golpe de bomba de humo. Otro tanto pasa con los samuráis, quienes, si así lo dictaba su señor, perpetraban sin dudar actos moralmente reprochables como asesinar a mujeres y niños. Y es que, como bien explica a ABC el doctor en Historia del Arte y experto en el mundo asiático Marcos Sala Ivars (miembro de la Asociación de Estudios Japoneses de España y cuya tesis versa sobre los sables del país del sol naciente), estas ideas han sido transmitidas por una «cultura pop» ávida de atraer el interés extranjero. «No me parece mal porque ayuda a que la sociedad se acerque a la cultura nipona, pero debemos aprender a diferenciar la realidad histórica de lo que no lo es», explica el experto a este diario.
¿Qué era en realidad un samurái?
Las novelas y el cine han ayudado a popularizar la imagen del samurái. De él ha perdurado una instantánea que nos muestra a un guerrero con dos vertientes: la de soldado versado y la de leal súbdito cuyo mundo giraba en torno a su señor. En este sentido no han fallado, pues siempre se destacaron por su fidelidad. «Samurái, en cuanto al vocablo, significa “el que sirve”. Es una definición que implica una actitud de servidumbre hacia una tercera persona, una de mayor importancia. Aunque la idea fue cambiando a lo largo de los años, una posible definición de estos soldados sería la de “nobleza guerrera japonesa”», explica Sala. La propia leyenda narra que nuestros protagonistas nacieron para proteger las islas niponas después de que estas brotaran de las lágrimas de una bella joven enferma de amor.
Más allá de las narraciones milenarias, la realidad es que los samuráis arribaron a Japón en el siglo VIII. Según desvela Carlos Javier Taranilla en «Enigmas y misterios de la historia» (Almuzara, 2017), «su presencia se remonta hasta el período Nara (entre los años 710 y 794), pero su mayor apogeo tuvo lugar a partir del período Heian (794-1185), perdurando hasta la época Meiji (1868-1912)». Aunque, en sus palabras, su origen no está claro. Para algunos historiadores «su lugar de procedencia fue la Península de Corea» mientras que, para otros tantos, su pasado más remoto se halla en «los primitivos grupos de cazadores autóctonos». En todo caso, y tal y como explican Carol Gaskin y Vince Hawkins en «The ways of samurais», en su origen eran «soldados que servían a la corte imperial», «protegían a las familias de los nobles» y «eran absolutamente leales al Emperador».
Sala es de la misma opinión: «El samurái surgió entre los siglos VIII y XIX. Pero, en ese momento, era un guerrero asalariado conocido como “bushi”. Por entonces actuaban como mercenarios en templos budistas o santuarios sionistas, entre otros». No obstante, el que es a día de hoy uno de los pocos expertos españoles en esta parcela histórica afirma también que, con el paso del tiempo, estos soldados fueron ganando más y más presencia en palacio. «En el siglo XII hubo un cambio radical en la política: se acabó con el sistema imperial y el control pasó a los samuráis. Se eliminó de facto la corte imperial, que pasó a tener una función protocolaria, y el gobierno lo tomaron los samuráis. Esa “nobleza guerrera” se había empezado a estructurar en el siglo XII. A partir de entonces, y hasta el XIX, el samurái tenía ese carácter de nobleza y su título era hereditario», completa.
Este cambio de combatientes a casta gobernante ha hecho que algunos autores los hayan comparado con los caballeros medievales europeos. Aunque la realidad es que, fuera de los campos de batalla, llevaban una vida mucho más estricta que ellos. Su decadencia llegó cuando el gobierno les quitó el derecho a portar armas en 1876, después de que se sublevaran contra los nuevos movimientos burgueses y liberales nipones. En la práctica, aquella decisión significó su abolición y su reintegración en la vida civil. Su legado siguió latente en la sociedad hasta la llegada de la Segunda Guerra Mundial, cuando Japón modificó el antiguo código samurái para convencer a sus hombres de que debían combatir hasta la muerte por el Emperador contra los Aliados.
La verdad tras el Bushido
La historia más extendida afirma que, durante más de diez siglos, los samuráis basaron su vida en el Bushido (de forma literal, el «camino del guerrero»). Ideado presuntamente entre las eras Heian y Tokugawa, la tradición afirma que era un código de conducta que regía la vida de estos guerreros dentro y fuera del campo de batalla. Sus principios eran la lealtad, el deber y el valor. A su vez, hacía hincapié en que nuestros protagonistas debían ser valerosos a la hora de enfrentarse al contrario, mostrarse siempre humildes y tener un concepto alto del deber. «A nivel práctico, el Bushido se centraba en siete valores: la justicia, el valor, la compasión, la cortesía, la sinceridad, el honor y la lealtad», añaden los expertos anglosajones en su obra.
Con todo, la tradición afirma que, si había algo en lo que hacía especial hincapié el Bushido, era en la lealtad hacia su señor. «La lucha era hasta vencer o morir por su jefe, el daimio, en cumplimiento de la lealtad que informaba su código de valores», explica, en este caso, Taranella en su obra. De hecho, combatir y morir por su superior era un orgullo y un honor al que todos los samuráis aspiraban. «Si su señor moría en la batalla, los samuráis tenían tres opciones: hacerse el hara kiri (“corte del vientre”), permanecer como guerreros sin amo (“ronin”) hasta que encontrasen un nuevo señor a quien servir o, bien, convertirse -reciclarse, diríamos hoy- en ninjas o espías», desvela el mismo autor.
Hasta aquí la creencia más extendida. No obstante, Sala afirma que este código fue ideado hace apenas un siglo y que no rigió la vida de los samuráis desde el siglo VIII. «El Bushido solo tiene cien años. El problema fue que, a principios del siglo XX, en 1901, el diplomático japonés Inazo Nitobe lo escribió para dar a conocer la cultura japonesa y publicitar Japón en el extranjero. No en vano lo hizo directamente en inglés. Así surgió la idea del Bushido que tenemos en la actualidad. A mis alumnos siempre les digo que, si cogiéramos un DeLorean, viajásemos al siglo XIII y le preguntásemos por el Bushido a un samurái, nos diría que no sabe lo que es», desvela le doctor en historia a ABC.
Sala no niega que los samuráis siguieran un código de conducta. Todo lo contrario. Defiende que se regían por unas reglas, pero que estas variaban según su señor. «No existieron como tal unas normas únicas durante toda la historia de Japón. La realidad es que en cada época se instauraban una serie de leyes que debían seguir. Cada gobierno y cada facción imponían lo que los samuráis podían llevar a cabo y lo que no», confirma. En sus palabras, el Bushido se basó en «dos códigos que escribió un tratadista japonés en el siglo XVIII». Uno hablaba de la guerra; otro, del protocolo. «La unión de ambos articuló el texto de Nitobe. Pero hay que tener en cuenta que se hicieron para un clan concreto, por lo que no se les puede atribuir un carácter nacional», finaliza.
En la actualidad, y gracias al Bushido, el aura que rodea a los samuráis es la de unos guerreros que centraban su vida en el honor. Pero Sala considera esto un error. «Ese concepto es muy moderno. Si leemos historias de los samuráis del siglo XII descubriremos que llevaban a cabo prácticas reprochables como cualquier persona. Cuando recibían una orden la acataban sin rechistar independientemente de sus implicaciones morales. Por ejemplo, asesinar a mujeres y niños. Su máxima era servir de la mejor manera posible a su señor», señala.
Como ejemplo, el experto recuerda que los samuráis tenían una prebenda, llamada el «perdón por corte», que les permitía matar a cualquier animal o persona que quisieran para probar el filo de su espada. «Es cierto que no la ejercían tanto porque luego tenían que pasar por un juicio para determinar si era asesinato o no, pero existía».
Educación y entrenamiento
La educación y el entrenamiento al que eran sometidos los samuráis eran tan duros como su supuesto código de conducta. Según Taranilla comenzaba a los cinco años, cuando recibían su primer sable. Un arma de juguete que les servía únicamente para familiarizarse con el manejo de la espada. Apenas dos veranos después empezaban a versarse en el campo de la caligrafía (a la que deban mucha importancia) y en el manejo del arco.
Durante su primera década de vida también avanzaban en las artes marciales y la caza. «A los 15 años entraban ya de pleno en el mundo de los guerreros adultos y recibían, pues, su segundo sable, el de verdad, con el que comenzaban a adiestrarse en el arte de la guerra», incide el autor hispano.
Por su parte, Gaskin y Hawkins añaden que los niños samuráis «estaban rodeados de los símbolos de su clase guerrera desde el momento de su nacimiento». Según desvelan, cuando nacían un sacerdote hacía sonar la cuerda de un arco para ahuyentar a los malos espíritus. Era una suerte de ritual de iniciación. A su vez, son partidarios de que recibían una pequeña espada del tamaño de un llavero que sus padres le colgaban a la cintura. «A la edad de cinco años, se le cortaba el pelo por primera vez y a los siete recibía sus primeros pantalones o hakama», completan.
No obstante, el ritual más destacado se sucedía cuando llegaban a las quince primaveras. Era entonces cuando se convertían en hombres. «Recibía su nombre de adulto, un corte de pelo de adulto y lo mejor de todo, su primera espada de verdad y su armadura», completan. También inciden en que los pequeños disfrutaban de entrenamiento en artes marciales y en el manejo de armas desde su infancia.
Katana, verdades y falacias
La leyenda nos dice que el arma más utilizada por los samuráis era la espada, la cual era también su posesión más preciada. A lo largo de su vida siempre la llevaban consigo y la mantenían cerca de su almohada al dormir. Un ejemplo de su importancia sería que, durante el siglo XVI, estos guerreros eran los únicos que podían portar dos. La más larga (unos 120 centímetros, aunque varió mucho a lo largo de los años) es también la más conocida: la katana. «La más corta, la wakizashi, se usaba también en combate y, de ser preciso, en el suicidio ritual», desvelan los autores anglosajones. Estas eran siempre tratadas con respeto y pasaban de generación en generación.
Sala no niega esta idea, aunque afirma que es necesario matizarla. Para empezar, apunta que estos guerreros no llevaban siempre dos sables. «El conjunto de las dos espadas que portaban (una corta y una larga) se llamaba daisho. No obstante, empezó a ser una seña de identidad samurái a partir del siglo XVII, en el periodo Edo (1603-1868). Antes podían llevar una amplia variedad de armas que incluían desde alabardas hasta sables pasando por lanzas», desvela.
En lo que sí incide es en la importancia de la espada como elemento sagrado en la cultura samurái. «La espada tiene un triple componente para los japoneses. El primero es el mitológico. Hay muchas leyendas de forjadores a los que se les aparecieron divinidades y duendes para dirigir o inspirar su trabajo. El segundo es el artístico. Desde el siglo VIII, el sable siempre ha sido considerado en el país una obra de arte. Finalmente, también tiene un componente bélico. Es una herramienta para matar. Si no cumple estas tres premisas no debe ser considerada una espada nipona», completa.
Arcos y arcubes muy dignos
Pero la espada no era el único arma de los samuráis. Estos guerreros completaban su arsenal con una lanza o yari o, entre otras, el controvertido arco. «Se ha extendido que odiaban usarlo porque preferían el combate cuerpo a cuerpo, mucho más honorable, pero eso no es cierto. Hasta los siglos XII y XIII, el arma principal del samurái en el campo de batalla era el arco. La katana, o más bien el tachi (entonces no existía todavía la katana), tenía un papel protocolario», señala Sala a ABC. En sus palabras, los guerreros debían afinar su puntería para la guerra, la cacería y el disparo protocolario. «Se entrenaban desde pequeños, y lo siguieron haciendo hasta el siglo XIX».
Con el arcabuz sucede algo parecido. «La gente piensa que el arma de fuego no era honorable y que los samuráis la rechazaban, pero nada más lejos. La realidad es que era un arma noble que el gobierno no dejaba que la usara todo el mundo. Solo la podían disparar los samuráis bajo supervisión», incide.
De hecho, el experto español es partidario de que, en el siglo XVII, el control de los polvorines era muy riguroso y de que solo se permitía acceder a ellos a los señores y guerreros más cercanos a la causa gubernamental. «Así, se buscaba que un arma con tanto poder destructivo no cayera en poder de cualquiera», explica. De hecho, a partir del siglo XIX se convirtieron en un elemento «cool» que nuestros protagonistas adoraban. «Para ellos era un orgullo poseer un revólver Colt y posar con él en las fotografías junto a su katana», sentencia.
¿Por qué se ha extendido este error? Quizá por una mezcla de los principios del posterior Bushido y por la idea de que, en un duelo, se deben equiparar las armas para no tener ventaja sobre el contrario. «También es cierto que, durante años, en Japón se buscó crear una historia nacional propia al margen de los extranjeros. Y las armas de fuego fueron introducidas por los españoles, los portugueses y los norteamericanos», añade Sala.
Ninjas: realidad y mito
Pero, aunque el Bushido sea anacrónico y el honor un concepto moderno, hay un concepto que ha sido todavía más tergiversado: el de los ninjas. En la actualidad, las películas nos han transmitido que estos guerreros eran asesinos y espías que, ataviados con su característica vestimenta negra, eran capaces de acabar con su presa y escapar sin ser vistos. Todo exageraciones. «La visión que tenemos actualmente de los ninjas es la que se extendió en el teatro y las novelillas por entregas japonesas del siglo XIX. Es una mentira fomentada a mediados del siglo XX por ciertas personalidades que crearon escuelas de ninjutsu y empezaron a reescribir la historia en base a estos mitos», desvela Sala.
Los más parecidos, según el doctor en historia, fueron los Shinobi (también llamados Shinobi-no-mono). «Eran samuráis a los que el gobierno les encargaba labores de espionaje. Su tarea comenzaba cuando el estado imponía, por ejemplo, una vestimenta concreta a un grupo social. Ellos eran los encargados de acudir a los pueblos para cerciorarse de que ese mandato se cumplía. También corroboraban que las ciudades pagaban los impuestos. Eran los vigías del poder. Pero no eran asesinos a sueldo que escapaban de sus enemigos tirando bombas de humo», desvela.
«Los verdaderos ninjas eran los Shinobi y se encargaban de hacer labores de espionaje para el gobierno»
A su vez, no tenían ninguna prenda propia, sino que se vestían exactamente como los samuráis para pasar desapercibidos. Algo parecido sucedió con sus armas, la mayoría de las cuales fueron inventadas en el siglo XX. «Salvo excepciones como los shuriken, no existen registros de ninguna antes de esa fecha. El Shinobi no tenía ningún arma propia. El supuesto ninjato no apareció hasta hace cien años, y los zuecos que les permitían flotar sobre el agua eran usados de forma habitual por los samuráis como salvavidas por si se caían al mar durante una batalla naval», sentencia Sala.
¿En qué se basan, entonces, los ninjas que vemos en las películas? Al parecer, en un minúsculo grupo de élite que se creó dentro de los Shinobi durante el siglo XVI y que se especializó en el espionaje bélico y en los asesinatos. «Las suyas fueron labores accesorias y que se dieron durante un período muy corto antes de desaparecer. Posteriormente lo que quedó fue la función del espía gubernamental y asesor», señala el español. Aunque sí es cierto que aprendían técnicas de escapismo y sabían preparar algunos brebajes muy útiles. «Se dislocaban las articulaciones y aprendían a fabricar venenos o medicamentos para sanar heridas. Pero no era algo único que solo hicieran ellos», completa.
Con todo, Sala llama a la cautela: «La mitificación de la cultura de los ninjas está fomentada por Japón para dar publicidad y favorecer el turismo de algunas zonas. Hacer una suerte de Disneylandia. El gobierno japonés vende una imagen pop y popular de los ninjas que está basada en los Shinobi. No me parece mal porque, de esta forma, acercan su cultura al extranjero, pero debemos entender que este grupo especializado tuvo una duración muy limitada en el tiempo y desaparecieron».
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