Comunidad cubano estadounidense de Miami.-a

Soledad  Garcia  Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes



Bandera del condado de  Miami-Dade, Florida


Durante mucho tiempo se ha venido describiendo la inmigración cubana al sur de la Florida con tintas muy extremas e irreales, sobre todo cuando se la compara con otras, concretamente con la mexicana y, en menor proporción, con la puertorriqueña.
De la cubana se ha dicho que no es una inmigración impulsada por factores económicos sino políticos, y que está integrada por una elite profesional y culta. La primera de estas premisas dio lugar a una política de recepción de brazos abiertos y de ayudas de todo tipo, como pruebas de la admiración de los anfitriones por quienes abandonaban una vida de bienestar por rechazar principios políticos inadmisibles para la democracia. Estas ventajas, unidas a la formación alta, moderna y especializada de los inmigrantes, fueron responsables de su éxito económico inmediato.
Tal concepción fue sin duda inspirada por la situación reinante hasta mediados de la década de 1970, cuando todavía era posible hablar, aunque con las precisiones de rigor, de un «exilio dorado». A partir de estos años, y aun de antes, aunque en proporciones más modestas, las cosas empezaron a cambiar. A medida que aumentaban los índices de depauperación de la isla, proceso galopante bien estudiado, no eran únicamente motivos políticos, sino también económicos (a veces, fundamentalmente económicos) los que impulsaban a los cubanos al éxodo. El perfil de los inmigrantes más recientes se acercaba al de los demás hispanos.

Es verdad que, a pesar de ciertas inyecciones desestabilizadoras, como la llegada de los marielitos, la economía cubana de Miami se mantuvo en alza. Pero ello fue debido a factores muy específicos que solo en cierta medida estaban influidos por las primeras etapas. Al margen del aprovechamiento de las viejas ventajas adquiridas en la época dorada, que permitía la obtención intragrupal de empleo, el lento y trabajoso éxito se debió a varios factores: la estructura familiar trigeneracional, el control de la natalidad, la incorporación masiva de la mujer a la fuerza laboral, y el aprovechamiento de las oportunidades brindadas para reincorporarse a la vida profesional y para la fundación de negocios.
La presencia de los abuelos en los núcleos familiares, que aparte de colaborar con sus cheques de asistencia social, se dedicaban al cuidado de los niños y a las tareas domésticas, permitía a la mujer entrar de lleno en el mundo del empleo, a veces hombro con hombro con sus maridos, lo que posibilitó, en el más modesto de los casos, redondear la economía del hogar, esto sin contar con firmas comerciales familiares, en las que la mujer desempeñaba con frecuencia el papel protagonista12.
Los profesionales fundaron firmas de trabajo y consultoría, las más notables, las clínicas médicas y odontológicas, muchas de las cuales recordaban las estructuras que las sostenían en Cuba. Los que se dedicaron a los negocios pudieron adquirir préstamos de pequeños bancos de dueños cubanos o hispanos, apoyados principalmente en una firme historia empresarial de los tiempos de Cuba. En general, se fundaron empresas modestas: restaurantes, tiendas de comestibles, estaciones de gasolina, farmacias, estudios fotográficos, tiendas y bares, y no tan modestas: tiendas por departamentos, fábricas, cines y salas de fiesta. En ambos extremos de este espectro estaban los vendedores callejeros —guarapo, jugo de caña y granizados— y los muy ricos, que entraron directamente en las industrias bancaria y bursátil, y en otras grandes empresas.

Muy importante dentro del mundo del empleo ha sido la presencia de las estrechas redes sociales que los cubanos han ido construyendo y fortaleciendo en Miami a lo largo de estas últimas décadas. En contraste con otros inmigrantes que tienen ante sí fundamentalmente un mercado de trabajo abierto en sectores periféricos de la economía, los cubanos encontraron trabajo con facilidad en los negocios, también cubanos, cuyos dueños o administradores habían llegado de la isla en situación parecida a la de ellos, solo que antes. Puede que en estos casos, la compensación económica que recibían por su labor no haya sido muy alta, al menos en los inicios, pero esto quedaba compensado por el hecho de que, gracias a los lazos étnicos existentes, el proceso de aprendizaje de nuevas destrezas se hizo mucho más fácil, a la par que se borraban o difuminaban las rígidas estructuras jerárquicas en los puestos de trabajo.
Los negocios propiedad de hispanos —cubanos en una gran proporción— se han multiplicado casi por ocho en quince años: de 3.447 en 1969 a 24.898 en 1982 (Cuban American Policy Center, 1988), y estos no están circunscritos a los típicos «negocitos» étnicos, sino que muchos constituyen hoy, después de muchos años de trabajo, grandes empresas de manufactura, construcción, seguros, bienes raíces, banca, publicidad y exportación-importación (Portes y Bach, 1985). Consecuencia de ello es que el Gran Miami sea una de las zonas de los Estados Unidos que más ha crecido económicamente, y con mayor rapidez.
Todo esto ha dado por resultado que la posición económica de los cubanos sea la mejor de entre los grupos de inmigrantes hispanos: la media de ingresos familiares (Gráfico 3), que está a punto de alcanzar los 50.000 dólares anuales, por una parte, y los 2,5 miles de millones que estos pagan al año en impuestos en el condado de Dade, por otra, así lo demuestran13.

Aunque otros éxitos económicos no son atribuibles a los cubanos en exclusiva, no cabe duda de que, constituyendo ellos la amplia mayoría de los hispanos del lugar, tienen una buena parte de la responsabilidad: Miami es la zona metropolitana de Estados Unidos con el más alto índice per cápita de negocios hispanos (O’Hare, 1987: 33); a partir de 1980, trece grandes bancos y más de cien corporaciones nacionales y multinacionales abrieron sucursales en la ciudad; para ese mismo año, el puerto de Miami había desplazado al de Nueva Orleans en el comercio con Hispanoamérica; por esas fechas, el tránsito de pasajeros aumentó en un cien por cien en el aeropuerto internacional de Miami, y las cargas, en un 250 %, cifras que lo han convertido en el noveno aeropuerto del mundo; las importaciones y las exportaciones han crecido en un 150 %. Añádase, como colofón a este pequeño muestrario, que el Senado de  Estados Unidos acaba de votar por unanimidad que sea Miami, desbancando a Chicago y a San Antonio, la futura sede del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). La ciudad misma ha experimentado en su urbanismo y sus servicios públicos un cambio sin precedentes.
Junto al poder económico se desarrolló el político. Aunque los cubanos no se consideraban a sí mismos inmigrantes, sino refugiados políticos, pronto se dieron cuenta de que nunca ejercerían una verdadera influencia política si no disponían de un arma importante: el voto. Pero para ello se necesitaba la ciudadanía estadounidense.
En 1974 solo 200.000 cubanos eran ciudadanos de Estados Unidos. Entonces, a dos años de las festividades del bicentenario de su independencia, dio inicio la campaña Cubans for American Citizenship, que se proponía conseguir 10.000 nuevas «naturalizaciones». Se obtuvo un éxito rotundo: solo en un día, el 4 de julio de 1976, 6.500 cubanos se convirtieron en ciudadanos; al final de ese año la cifra subió a 26.275. A pesar de los reparos de muchos a adquirir la ciudadanía estadounidense, para 1980 un 55 % de todos los exiliados había jurado la nueva nacionalidad (Arboleya, 1985); en tan solo una década, las proporciones se habían más que duplicado. A pesar de su nuevo estatus, continuaban considerándose «cubanos».
Las consecuencias fueron casi inmediatas: el crecimiento de cubanos en los puestos políticos a todos los niveles de gobierno. Llegaron a ser cubanos los alcaldes de las principales ciudades del Gran Miami: Miami, Hialeah, West Miami y Hialeah Gardens, además de ser mayoría en los concejos y comisiones de estas ciudades. A principios de la década de los noventa, 10 de los 28 puestos de la delegación del condado de Dade en la legislatura del estado de la Florida eran cubanos, siete en la Cámara y tres en el Senado. Pronto llegó la representación a la Cámara Nacional en Washington.

La cohesión sociocultural

Esta comunidad, de unos tres cuartos de millón de personas, se muestra muy fuertemente cohesionada en aspectos socioculturales. Se parte de la base de que los cubanos son parte integrante, y así se sienten, de la tradición cultural hispánica, muy reconocida en todos sitios; el hispanismo estadounidense mismo es, desde principios del siglo XX, de los más sólidos que existen. Ahí están los centros universitarios, las revistas científicas especializadas, los centenares de libros impresos, los congresos, simposios y otros encuentros de gran relieve (Anaya-Las Américas, 1974). Hay que reconocer, sin embargo, que esta incuestionable marca de estatus cultural no suele descender al hombre de la calle.
Las manifestaciones socioculturales más visibles en la comunidad son de tres tipos: a) la importancia que los estudios oficiales preuniversitarios conceden, a través de programas bilingües, a la lengua de los inmigrantes; b) el despliegue de toda una serie de actividades públicas de tipo cultural, en las que el español actúa de protagonista: teatro, conferencias, certámenes literarios, mesas redondas, etc., actividades a las que es preciso añadir la publicación de libros, con el natural desarrollo de firmas editoriales, y c) la más importante de todas, el intenso uso de la lengua emigrada en los medios de comunicación pública (Fishman y otros, 1985).
En 1963 Miami creó su programa de educación bilingüe. Es muy significativo que aunque en Nueva York, California y el Suroeste existían grandes concentraciones hispánicas desde hacía ya bastante tiempo, el condado de Dade fue pionero en este tipo de actividad educativa: Coral Way Elementary School enseñó inglés y español a los hispanohablantes y español a los anglos. Este magnífico sistema de enseñanza bilingüe, que no perseguía solo conseguir la transición de los inmigrados hacia el inglés, sino también el fortalecimiento de su lengua materna, y que también se enseñaba a los alumnos anglohablantes, fue extendido pronto a otras escuelas del sistema del condado. La gran cantidad de maestros cubanos que se hallaban en el exilio miamense contribuyó en gran medida a facilitar las cosas. Más tarde, sirvió de modelo a otros estados de la Unión.
Ana Karina González Huenchuñir
En cuanto a las manifestaciones culturales, debe anotarse que las representaciones teatrales son constantes, incluyendo la puesta en escena de zarzuelas, una tradición muy arraigada en Cuba. Los festivales de teatro que se celebran año tras año alcanzan notables cotas de éxito. Se anuncian con alta frecuencia conferencias y mesas redondas, en las que participan intelectuales prestigiosos, muchos de los cuales intervienen en peñas literarias y en tertulias, y se realizan presentaciones de libros con asombrosa asiduidad. Instituciones como la Sociedad Pro-Arte Grateli y locales como el Teatro de Bellas Artes se ocupan de excelentes actividades musicales, y son varios los museos y salones que acogen exposiciones de arte. Incluso centros ajenos a la cultura cubana, como el Koubek Memorial Center de la Universidad de Miami, el Miami-Dade Community College y la Florida International University, organizan seminarios de música, literatura, historia y folclore, y exposiciones varias. De todo ello quedan pruebas abundantes en la rica colección de carteles que ha inventariado Varona (1993).
Por otro lado, la otrora incipiente industria editorial va en aumento y el consumo de libros en español supera fácilmente las cotas del año anterior14. Un ejemplo sobresaliente es el de la Enciclopedia de Cuba, que a principios de los años setenta contaba con ocho volúmenes y que hoy consta de catorce. El sorprendente éxito de las últimas ediciones de la Feria del Libro es un buen índice de esta realidad. La comunidad de Miami, que desde muy pronto se unió a la producción creativa y crítica de los cubanos en el exilio (Lindstron, 1982; Fernández y Fernández, 1983; Hospital, 1988; Kanellos, 1989, García, 1996: 171-207), ha comenzado a aportar nombres a las nóminas de importantes premios literarios españoles: Matías Montes Huidobro, premio Café Gijón de novela 1997, y Daína Chaviano, premio Azorín 1998.

Los medios de comunicación, por su parte, sin olvidar la faceta publicitaria (Jong Davis, 1988; Soruco, 1996) han presenciado un auge realmente espectacular. En 1959 solo existía el Diario las Américas, de propiedad nicaragüense; diez años después, se publicaban muchos periódicos, periodiquitos ‘tabloides’, revistas y boletines. Es verdad que algunos llegaron solamente a publicar un número, pero otros, en cambio, han vivido durante veinte años15.  Algunas de estas publicaciones tenían su historia cubana (Alerta, El Mundo, Bohemia, El Avance Criollo, El Imparcial, Isla, Occidente) y renacían ahora en el exilio, mientras que las demás nacían de nuevo cuño. El Diario las Américas amplió considerablemente su estructura y, en consecuencia, su plantilla en 1960; muchos de los nuevos periodistas eran cubanos, y cubanos eran los temas a los que más atención se dedicaba, en especial los relativos al exilio. La recién fundada versión española del Miami Herald llegaba a 36.000 hogares en 1979. En 1987 se reorganizó del todo, convirtiéndose en un periódico independiente; en 1990 vendía 102.289 ejemplares de la edición diaria, y 118.799 de la dominical. Sus directores y una gran parte de sus profesionales eran cubanos. Entre tanto, se fundaba el Colegio de Periodistas.

Algo similar sucedió con la radio y la televisión. En 1963, tres estaciones locales transmitían algunas horas diarias en español. Muy poco después se inauguraba WQBM, La Cubanísima, y en 1965, WFAB, La Fabulosa, con transmisión completa en español. En 1973 nace la primera estación radial de propiedad cubana, WRHC Cadena Azul, con 24 horas de constante programación. Ya para 1980 había diez emisoras. En 1998 se traslada por completo a Miami, desde Washington, Radio Martí. Las encuestas ponen de manifiesto que la WQBM es la más escuchada en todo el sur de la Florida.
La primera cadena de televisión en fundarse es WLTV, Canal 23, asociada a Univisión, que comenzaba y cerraba su programación con el himno nacional cubano y vistas de la añorada isla. En 1980 consiguió los índices más altos de audiencia de todas las cadenas que operaban en la Florida, sobrepasando ampliamente a la ABC, la NBC y la CBS; en 1986 recibió 23 nominaciones del premio Emmy, más del doble que ninguna otra cadena de la zona. Al Canal 23 se le unieron más tarde otras dos cadenas que también transmitían exclusivamente en español, el Canal 51, asociado a Telemundo, y el Canal 40, conocido como TeleMiami.

Tampoco puede desconocerse la fundamental actividad de los «municipios». En principio son organizaciones sociales de ayuda mutua, pero también llevan a cabo actividades culturales y recreativas. De los 126 que existían en Cuba, 114 están representados en Miami. Su principal misión es ayudar, incluso económicamente, a los amigos y vecinos que los conforman, fomentando y conservando entre sus asociados, en su mayoría de la clase obrera, una camaradería especial. Algunos de ellos son famosos por sus programas musicales e históricos, también por sus tertulias, sus ferias y sus fiestas; son varios los que publican sus propios periodiquitos. Todos tienen en común un objetivo básico: recordar a todos que son cubanos, no «americanos».
Por otra parte, la Miami hispánica muestra orgullosa sus museos y sus monumentos: el Museo de Bahía de Cochinos, el Museo Cubano de Arte y Cultura, el Monumento a la Herencia Cultural Cubana, el Cuban Memorial Boulevard, el Club de Dominó, situado en el parque Máximo Gómez, la torre de la Libertad, el parque José Martí, la Casa del Beisbol Cubano, la plaza de la Cubanidad, la ermita de la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba y, por supuesto, la Pequeña Habana, que se extiende a ambos lados de la calle 8, y en la que destaca su paseo de la Fama.

Sin embargo, con excepción de los medios de comunicación, todo lo anotado hasta aquí no puede compararse, en cuanto a medios de fomentar la cohesión sociocultural, con las actividades populares. El calendario es muy denso, pero entusiasma y hermana a una notable cantidad de asistentes y participantes. Hay conmemoraciones patrióticas (parada del aniversario [del nacimiento] de José Martí, héroe nacional por antonomasia, celebración del «Grito de Baire», ceremonia de aniversario de bahía de Cochinos, celebración del 20 de mayo, día de la independencia, y celebración del «Grito de Yara»), religioso-festivas (parada de los Reyes Magos, televisada a todo el país), festivas (la Gran Romería Hispano-Americana y, sobre todo, el gran carnaval de Miami, junto a sus famosas comparsas y otras muchas actividades, que atraen a miles de visitantes y que también se televisa de costa a costa) y culturales (Festival Ernesto Lecuona y el Hispano Heritage Festival); los cubanos participan también, muy activamente, en el Hispanic Festival of the Americas, en el Inter-American Festival y en el Miami Film Festival, que incluye muchas películas en español (Cuban Heritage Trail, 1994).

English only?

Una serie de razones importantes llevaron al grupo entonces dominante, los anglos blancos, a votar a favor de una medida que suprimía el carácter bilingüe y bicultural del condado. En 1980, cuando se llevó a cabo el referéndum, era ya evidente que se estaba incumpliendo la expectativa, muy asentada tradicionalmente, de la subordinación sociocultural de la inmigración, y la mayoría nativa veía peligrar su identidad y su poder en todo el sur de la Florida y, en particular, en Miami. La reacción que esto produjo desembocó en una contienda que pronto alcanzó tintes etnocéntricos y hasta xenófobos. La lengua española fue la protagonista indiscutible.

Castro (1992), que ha estudiado con detenimiento este asunto, ha señalado los factores que desencadenaron el triunfo del «English only» en el condado de Dade, el primero de una serie de episodios similares producidos en otros lugares del país.
Entre 1960 y 1980 el crecimiento de la población hispana, cubana esencialmente, fue excepcional: de un 5,3 % a un 35,7. Ya en 1970 los hispanos se habían convertido en la primera minoría de Miami, al superar a los anglos negros, que no pasaban de un 15 %. La tendencia de este perfil demográfico parecía hacer evidente que en la década de 1990 llegarían a ser el factor predominante de la zona metropolitana16. Se trataba de una población que aumentaba de forma continua, aunque a diferentes tempos, gracias a inmigraciones sucesivas, lo que ayudaba a mantener las costumbres, las lealtades y los rasgos culturales del lugar de origen, entre ellos y de los más importantes, la lengua.

Una situación tan particular ofrecía un formidable reto al principio de «americanización» que ese país había visto cumplirse una y otra vez. Desde los primeros momentos en Miami se hablaba más español que en otras ciudades estadounidenses en las que también existía una gran cantidad de inmigrantes hispanos. Lo común era que la lengua materna se hablara en casa, y así ocurría también con los cubanos: un 91,9 % hablaba solo español, y un 4 % más, lo usaba mayoritariamente (Cuban American Policy Center, 1977). Lo extraordinario era que allí el español se oía también en el mundo de los negocios y en todo tipo de actividades sociales (Strategy Research Corporation, 1984). El español era, por lo tanto, una lengua pública; la ciudad se había convertido de facto en una comunidad bilingüe.

Lo chocante de este continuo oír hablar español no era tanto su frecuencia como las características de quienes lo hablaban. Didion (1987: 63) resume la cuestión en unas pocas palabras: «En Los Ángeles, por contraste, el español era una lengua apenas sentida por los anglos, solo formaba parte del ruido ambiental: la lengua hablada por la gente que trabajaba limpiando automóviles, podando árboles o recogiendo mesas de restaurantes. En Miami, el español era hablado por la gente que comía en los restaurantes y que eran los dueños de los automóviles y de los árboles». En la escala socioauditiva, el contraste ofrecía una diferencia muy considerable.
El poder económico de la comunidad, además de ser fuerte y diverso, estaba integrado. Las empresas cubanas eran una fuente de trabajo y de consumo para los negocios anglos, trataban comercialmente con ellos y, en ocasiones, mantenían con estos una fuerte competencia, de la que a menudo resultaban vencedores (Wilson y Martin, 1982). El reflejo de todo esto en las esferas política y cultural era palpable.Otros hechos contribuyeron también a crear el ambiente de inconformidad que dio paso a la decisión favorable al «English only». Además del establecimiento del Programa de Educación Bilingüe en 1963, influyeron fundamentalmente dos factores: la declaración del condado de Dade, diez años después, en la que reconocía oficialmente su carácter bilingüe y bicultural, por un lado, y por otro, la creación, en 1976, de la edición española del poderoso e influyente rotativo Miami Herald.

La mencionada legislación de 1973 afirmaba como consideración básica que «un largo y creciente porcentaje del condado de Dade es de origen hispano [...] muchos de los cuales han mantenido la cultura y la lengua de sus tierras nativas [y por lo tanto] se enfrentan a especiales dificultades en comunicarse con departamentos gubernamentales y oficiales». La resolución concluía que «nuestra población hispanohablante se había ganado, a través de su siempre creciente participación en el pago de impuestos y de su participación activa en los asuntos comunitarios, el derecho a ser servida y oída en todos los niveles del gobierno» (Metro-Dade County, Board of County Commissioners, 1973).
La fundación de El Herald constituyó el único caso en que un gran periódico estadounidense lanzara una tirada diaria en español, sorprendente, sobre todo en Miami, siendo esta no la primera, sino la tercera ciudad de la Unión —tras Los Ángeles y Nueva York— en cuanto a la proporción del mercado hispano (Strategy Research Corporation, 1984). En la toma de esta decisión no fueron ajenos dos factores contundentes: los bajos índices de suscripción hispana del periódico y el poder consumidor de los hispanos del condado. Pero lo cierto fue que El Herald, que nació como un encarte ofrecido gratis al solicitarlo, que disponía de un presupuesto y un personal muy limitados, y que carecía de independencia editorial, se convirtió con el tiempo en lo que es hoy: un poderoso miembro de las empresas Herald, una institución periodística de primer orden, un actor cívico sobresaliente y la voz editorial más influyente del Miami latino.

Estos tres notables sucesos, educativo (1963), político (1973) y periodístico (1976), fueron para algunos pruebas innegables de la «invasión» hispana de la comunidad. Si ya los ánimos de muchos nativos estaban algo exacerbados, estos acontecimientos provocaron mayor malestar aún. Si bien no entre la elite.
Castro (1992, 117-118) subraya el hecho de que los cubanos, a diferencia de otros grupos de inmigrantes hispanos, eran mayormente blancos, de procedencia urbana, de clase media, relativamente educados, que en la década de los sesenta habían sabido incorporarse a los mecanismos económicos del poder. Además, no causaban conflicto de clase ni mostraban diferencias relevantes de cosmovisión con las elites del país. Con mucha frecuencia, estos recién llegados eran de la misma clase y de las mismas profesiones que ellas y manejaban el mismo lenguaje social y profesional.
La creciente presencia de los cubanos se hizo cada vez más influyente. Los cubanos se convirtieron en excelentes interlocutores de los poderosos anglos, con los que mejor que nadie «negociaban» la conservación de su herencia lingüística y cultural. Los éxitos se iban consiguiendo paso a paso. En definitiva, estos recién llegados, con los que se podía convivir socialmente, eran una buena clientela política y consumidora: se habían ganado el «derecho» a ser servidos y escuchados en su propia lengua.

Si no la elite, una parte importante de la población nativa aumentó su resentimiento ante la nueva situación: en lugar de asimilarse con rapidez a la cultura dominante, o al menos, mostrar su subordinación a ella, estos cubanos recién llegados parecían adueñarse de todo. Algunos anglos decidieron abandonar el campo de batalla17; otros, por el contrario, iniciaron la lucha: dio entonces comienzo el movimiento antibilingüismo.
En noviembre de 1980 se sometió a referéndum la medida que revocaba la política oficial de bilingüismo y biculturalismo aprobada en 1973 por el condado metropolitano de Dade, al tiempo que se declaraba el inglés como única lengua del gobierno. La medida fue aprobada por una gran mayoría, dando vida al movimiento conocido como «English only»18. Un 71 por ciento de los anglos blancos dio su aprobación al proyecto, siguiendo las pautas del «Citizens of Dade United», nombre del grupo de acción política inscrito oficialmente para este propósito. En contra, un 56 % de los negros19 y un 85 % de los hispanos. La elite anglo, que no se sentía amenazada por el avance de los inmigrantes, también se opuso.
La medida prohibía (Sección 1) «la asignación de fondos del Condado para el propósito de utilizar alguna otra lengua que no fuera el inglés o alguna otra cultura que no fuera la de Estados Unidos», y ordenaba (Sección 2) que «todas las reuniones gubernamentales del Condado, audiencias y publicaciones deberían ser en la lengua inglesa únicamente» (Metro-Dade County, Board of County Commissioners, 1980).

No cabe duda de que detrás de estos votos positivos había también razones económicas: la terrible competencia que ofrecían los negocios hispanos, sobre todo los pequeños y medianos, por una parte, y por otra, las dificultades que entrañaba para muchos el tener que manejar una lengua extranjera, el español, para poder conseguir un trabajo, por modesto que fuera. Esta especie de inversión de papeles (eran los extranjeros los que tenían que saber inglés) resultó ser, además, particularmente irritante para muchos, como también lo eran los carteles de «English spoken here» que mostraban algunos establecimientos hispanos.
La realidad es que la lucha contra el bilingüismo en Estados Unidos nació precisamente en Miami porque la ciudad había sido pionera en su reconocimiento y porque los hispanos constituían allí un grupo numeroso y de gran éxito. La lengua resultó ser el caballo de batalla, pero la guerra era por el dominio étnico y la supremacía cultural. La lengua era, desde luego, el constituyente axial de la cultura, la identidad y la nacionalidad20.

El triunfo del «English only» en el condado (y también en otros lugares) hacía imposible la traducción al español de documentos públicos y la continuación de una amplia gama de servicios bilingües. Los que se veían más afectados por estas consecuencias, sobre todo por la última, era la parte más débil de los inmigrantes: los viejos, los pobres, los recién llegados y los individuos sin educación. Se perjudicaban también, pero en menor grado, algunas actividades culturales, que no podían conseguir financiamiento oficial.
En 1984, George Valdés, entonces el único comisionado hispano del Board condal, consiguió que la medida excluyera los servicios hospitalarios y otras prestaciones médicas, servicios especiales para ancianos y minusválidos, la promoción turística, la policía de urgencia, bomberos y ambulancias, rescates y servicios preparatorios antihuracanes, todo a cambio de aceptar que el inglés era la única lengua oficial del condado. A partir de aquí, sin embargo, el «English only» perdió considerable poder e importancia. Pero los hispanos, con los cubanos al frente, no estaban decididos a quedar como perdedores. Todo era cuestión de esperar la ocasión propicia. Entre tanto, el avance económico continuaba y los hispanos iban alcanzando puestos administrativos de relieve: a sus manos pasó la superintendencia del Sistema Escolar Público del condado, la presidencia de la Florida International University, la presidencia de la South Florida ALFCIO, la alcaldía de la ciudad de Miami y la gerencia del condado metropolitano de Dade.

Desde principios y mediados de 1980 los cubanos empezaron a ganar un número cada vez más alto de cargos públicos en municipalidades de gran población hispana, incluyendo la alcaldía de las dos mayores ciudades del Gran Miami, y en distritos legislativos estatales. En la Metro Commission y en el Dade County School Board, dos importantes cuerpos gubernamentales del condado, había ahora hispanos, y también en la Greater Miami Chamber of Commerce, en la Dade Comunity Foundation y en el Dade Public Education Fund. La primera mujer hispanocubana llega al Congreso de Estados Unidos en 1988 (Malone, 1988).
La suerte estaba echada. En 1993 se revoca la medida de 1980 del «English only», y se vuelve a la situación de 1973: un condado oficialmente bilingüe y bicultural21.

Presente y futuro del español en Miami

El español es hoy lengua pública importante en Miami y su crecimiento y expansión parece imparable. Según un estudio de la Strategy Research Corporation (1989), en la ciudad se hablaba más español en ese año que en 1980, y la investigación no se refiere solo al ámbito doméstico, sino al del trabajo y al de las relaciones sociales22.
No causa mucha sorpresa el que esto sea así, primero porque, en general, se trata de una inmigración reciente, de la que casi un 70 % ha nacido en la isla, y segundo, porque las sucesivas olas inmigratorias han contribuido a reforzar los lazos lingüísticos y culturales con la hispanidad. Por otra parte, el enclave es muy poderoso y está muy cohesionado socioculturalmente, factores estos que también contribuyen a reforzar la lengua y las costumbres patrias.
Pérez (1992: 93) subraya el hecho de que «los cubanos en Miami pueden comprar una casa o un automóvil, obtener un tratamiento médico especializado o consultar a un abogado o a un contable, todo, utilizando únicamente el español». No debe olvidarse que muchos cubanos piensan regresar algún día a su país, por lo que sienten que su estancia en Miami es provisional, y que necesitan mantener muy viva su «cubanidad» para cuando vuelvan «a casa». A lo largo de estos últimos cuarenta años de historia, los cubanos han insistido —quizás ahora menos que antes—23en que no se los clasifique como inmigrantes, sino como exiliados políticos.
Sin embargo, esta situación de que goza hoy el español podría cambiar a medida que se vayan sucediendo las nuevas generaciones, nacidas ya en suelo floridano, con bastantes menos lazos afectivos con la patria de sus padres y sus abuelos. Es lo que ha ocurrido con otras inmigraciones hispanas de más antiguo asentamiento. Se trata de un complejo proceso con dimensiones que desbordan lo propiamente lingüístico y que se mueve en un parámetro que va desde el nacionalismo de la primera generación hasta la posible «desetnización» de sus descendientes, pasando por etapas intermedias como el biculturalismo y la transculturación. Es muy ilustrativo que estudiosos de múltiples disciplinas (antropólogos, sociólogos, psicólogos, lingüistas, historiadores, educadores, etc.) vengan ocupándose de estos asuntos desde hace ya algún tiempo.

Desde el punto de vista lingüístico, las hipótesis generales que se manejan pueden resumirse de la siguiente manera: los núcleos de inmigrantes van perdiendo su lengua materna paulatinamente, a medida que crecen las nuevas generaciones; un alto índice de lealtad lingüística sería, sin embargo, un importante elemento retardatario en este proceso, que incluso podría paralizarlo24. Para que se cumplan estas predicciones, tantas veces corroboradas por la historia, se necesita, sin embargo, contar con ciertas circunstancias favorables, de las cuales, una de las más notables es el crecimiento de los índices de deslealtad lingüística.
Las marcas que llevan a este crecimiento nos son bien conocidas: a) las características sociales que adquiere el contacto entre ambos grupos; b) las marcas de estatus cultural de la inmigración, presentes en la nueva comunidad; c) las actitudes lingüísticas de los inmigrados; d) sus índices de inseguridad lingüística, y por último, e) la fluidez del proceso migratorio (López Morales, 1998). No cabe ninguna duda de que si el contacto nace con tintas negativas (como la ilegalidad de la inmigración misma) o la adquieren con el tiempo; si no existen o no se ven marcas de estatus de la cultura inmigrada en el nuevo contexto; si las actitudes hacia la lengua materna son negativas (no existe autoestima lingüística) y, en cambio, la inseguridad lingüística es alta, las condiciones resultan muy favorables para el nacimiento de la deslealtad. Si, además, se interrumpe la inmigración, el consecuente aislamiento de estos núcleos es otro factor propiciatorio.

Cuando se revisa el caso cubano de Miami, se observa que entre el grueso de la población existe una sólida autoestima cultural y lingüística, ninguna inseguridad, en general, buenas condiciones del contacto (debido principalmente al éxito económico), notables índices de estatus del español y la cultura hispánica, y procesos migratorios fluidos. Todo ello debe llevar a altos índices de lealtad lingüística.
Una de las investigaciones de Solé (1979: 8) dejó ver en su momento que la actitud hacia el español entre los jóvenes de quince a dieciocho años de edad, estudiantes de escuela secundaria, primera generación entonces de cubanos criados y educados en Estados Unidos, era muy positiva, al extremo de confesar que su desplazamiento progresivo por el inglés «representaría una pérdida lamentable». El autor, tras subrayar que el español constituía para ellos un referente positivo, sustentado este en motivos afectivos y pragmáticos, explica que «conscientes de las circunstancias que los llevaron al exilio y conscientes también del fuerte sentimiento de lealtad a las tradiciones e instituciones de sus antecesores, no es de extrañar, entonces, que para ellos el español sea símbolo y vehículo integral de su herencia hispánica».

En un trabajo posterior, el mismo autor (Solé, 1982), trabajando también con adolescentes y jóvenes, indica que un 96 % pensaba que el mantenimiento del español era necesario, puesto que se trataba de un componente importante de su herencia cultural; un 75 % creía que el español debería ser fortalecido en la comunidad, y un 72 % no veía ninguna desventaja en utilizarlo. Un 55 % de esa misma muestra señalaba que los más jóvenes estaban olvidando su lengua materna y usando demasiado el inglés, y que eso les preocupaba. Otras estadísticas interesantes observadas en este estudio nos dicen que un 75 % de estos jóvenes aseguraba hablar tanto español entonces como lo hacían cinco años antes, y lo que es muy interesante: en materia de preferencia idiomática, un 25 % prefería el inglés al español, un 30 %, el español al inglés, y un 42 % estimaba ambas lenguas en igual grado; en este último caso, la elección de una u otra estaba determinada por la lengua del interlocutor, por el tema de la conversación o por el contexto comunicativo. Del 30 % que favorecía sobre todo el español, la mayoría lo hacía basándose en factores afectivos. En general, un importante número de estos sujetos veía el bilingüismo como una situación ideal: un 91% confesaba que el inglés era indispensable, y un 81 % respondía que no sentía ninguna molestia social al hablar español. El bilingüismo es, sin duda, enriquecedor (25 %); el inglés debe manejarse porque es la lengua oficial, el español también, pues si no, se perdería una señal sobresaliente de identidad y de orgullo étnico (32 %), y porque podría correrse el riesgo de que esta lengua llegara a desaparecer (16 %).

Con respecto, no a las actitudes lingüísticas, sino a la selección de ambas lenguas en la comunicación habitual, Solé (1979) había encontrado que en los diálogos de estos jóvenes (entre quince y dieciocho años) con sus abuelos, un 92 % de aquellos usaban español; los abuelos utilizaban con ellos igualmente español, un 90 % de los hombres y un 98 % de las mujeres. Cuando los jóvenes hablaban con miembros de la segunda generación —padres y tíos— el uso del español disminuía: un 62 % usaba exclusivamente la lengua materna, un 21 % la empleaba «casi siempre» y un 12 %, la alternaba con el inglés. En el trato recíproco, lo utilizaban en exclusiva un 73 % de los padres (un 74 % en el caso de las madres) y un 21 %, «casi siempre».

Los usos lingüísticos entre jóvenes muestran otros patrones: entre hermanos, el español se maneja en un 25 %, un 41 % usa ambas lenguas y un 38 %, prefiere «casi siempre» el inglés. Al hablar con niños, un 43 % emplea ambas lenguas, un 30 % usa con preferencia el inglés y un 62 %, exclusivamente el español. De estos datos principales se pueden sacar varias conclusiones: no cabe duda de que ya existía un cierto grado de desplazamiento del español por el inglés entre los miembros de la generación más joven, en el uso que de él hacen, no en la competencia que puedan tener de aquel idioma. El hecho que demuestra que preferencia de uso y competencia lingüística no siempre van de la mano se deja ver en las comunicaciones efectuadas en el ámbito familiar.

Sin embargo, a pesar de que para un 75 % de los sujetos de esta muestra el español fue lengua aprendida desde la infancia, tan solo un 26 % de los entrevistados afirma que tiene un mayor dominio del español que del inglés, un 39 % confiesa lo contrario, y un 35 % indica que posee igual competencia en ambas. El 25 % restante aprendió español conjuntamente con el inglés. Esto se explica porque un 12 % de los entrevistados nació ya en Estados Unidos y porque del 88 % de los nacidos en Cuba, un 48 % salió de la isla con edades comprendidas entre uno y tres años. En cuanto a la competencia lingüística en español, un 90 % de estos jóvenes confiesa que entiende español perfectamente, y el 10 % que queda asegura que lo entiende «bastante bien»; un 68 % lo habla con «completa fluidez», un 30 %, con «bastante fluidez». Un 56 % lo escribe con facilidad, mientras que para un 32%, en cambio, la escritura ofrece dificultades.

Años más tarde, Ramírez (1992) vuelve sobre el tema. Se trata de una investigación muy amplia realizada con adolescentes de diez ciudades norteamericanas con altos índices de población hispana; junto a Carlson y Chico, en California; Albuquerque, en Nuevo México; San Antonio y Laredo, en Texas; Amsterdam y Bronx, en Nueva York, y Perth Amboy, en Nueva Jersey, se encontraba también Miami. El autor buscaba saber las causas que impulsaban a estos sujetos a cambiar al uso del inglés. Tres fueron los factores tomados en consideración: a) la localidad a la que pertenecieran,b) el lugar de nacimiento (fuera o dentro de los Estados Unidos) y c) el grupo étnico lingüístico. La variable «género», que también formó parte del estudio, quedó neutralizada, en especial, cuando la comunicación se establecía entre miembros de la familia, amigos o vecinos. Las cinco respuestas posibles eran; «solamente en español», «mayormente en español», «en ambas lenguas», «mayormente en inglés» y «solamente en inglés».

En el caso de la submuestra miamense, todos respondieron «mayormente en español» cuando se trataba de hablar con sus abuelos y sus padres, incluso con sus hermanos, aunque la media es aquí algo menor. Para comunicarse en distintos contextos lingüísticos (vecindad, escuela, iglesia, recreo), los datos son más heterogéneos: «mayormente en español» en la iglesia y «en ambos idiomas», al hablar con los vecinos; en la escuela y en el recreo, «mayormente en inglés». En todos los casos, los mensajes recibidos a través de los medios de comunicación fueron «mayormente en inglés», situación que coincide con la encontrada por Solé varios años antes.

Ambos conjuntos de datos —los de actitudes y los de selección idiomática en la comunicación— no son enteramente comparables, pero, con todo, existen unas coincidencias notables. Recuérdese que en la investigación de Solé, los jóvenes veían en el bilingüismo una situación ideal y que un 42 por ciento confesaba que prefería usar ambas lenguas en igual grado, dependiendo del interlocutor y de ciertas condiciones del acto comunicativo. Resulta coherente que los adolescentes de Miami hablen español o inglés con los individuos de su vecindario, según quienes sean, y que usen mayoritariamente el inglés en la escuela, puesto que se trata de un ámbito que así lo requiere, a menos de que se trate de programas bilingües, que ya son minoritarios.

El que prefieran los medios de comunicación en inglés tampoco tiene por qué ser un dato contradictorio, pues los medios en esa lengua sonmucho más numerosos y variados. Este asunto requiere un mayor estudio, pero es posible que tanto la radio como la televisión en español ofrezcan programaciones algo alejadas del gusto del adolescente y del joven.

Existen datos elocuentes más cercanos a nosotros. De 1998 es la información sobre aculturación lingüística que trae el informe de la Strategy Research Corporation (Cuadro 2).

Se observará que Miami ofrece los índices más bajos de aculturación alta y parcial; en cambio, los más altos en la aculturación escasa. Ese mismo año, la consulta hecha a una muestra adulta, integrada por hispanos y por anglos, se expresaba en abierto contraste (Gráfico 4).
Mientras que para los anglos era «muy importante» que los niños leyeran y escribieran perfectamente en inglés, pero mucho menos en español, para los hispanos era igualmente importante que lo hicieran en ambos idiomas.
Dos años después, una investigación realizada por Castellanos (1990) sobre el uso de las dos lenguas por los cubanos de Miami concluye que el español seguirá siendo tan importante como el inglés en el condado de Dade porque continuará el flujo migratorio y porque va en aumento el volumen de turistas hispanoamericanos. Esto, desde luego, es una buena parte de la verdad25.
Las razones más importantes para que el español se siga hablando en Miami en el futuro son emotivas y prácticas. De una parte, el mantenimiento de la cubanidad, una demostración del orgullo étnico y cultural de quienes tienen una alta autoestima, auxiliada por el éxito económico; de otra, los beneficios materiales que trae el poder hablar español en la zona.

El mantenimiento de la cubanidad ha sido una preocupación constante desde los primeros tiempos del exilio. No solo las organizaciones culturales estables se dedicaban a la labor, sino también los programas de acción que se diseñaron y se llevaron a cabo con jóvenes y adultos: la Cruzada Educativa Cubana y sus enseñanzas de historia y cultura «patrias» son el mejor ejemplo de ello. La gestión no terminó aquí, sino que se transmitió a los niños cubanos en las escuelas, e incluso en iglesias, a través de programas especiales realizados después del horario oficial. En 1967 surgió un experimento en la iglesia de san Juan Bosco, más ambicioso, que ofrecía cursos de historia, de geografía y de cultura cubanas a niños y adolescentes. A todo esto hay que añadir la creación de las escuelitas cubanas, en las que, además de la enseñanza reglada, se dictaban enseñanzas patrias, se recitaban poemas y se hacían discursos junto al busto de Martí, se cantaba el himno y se izaba la bandera. En 1990 funcionaban unas 30 de ellas. Muchas de las grandes escuelas privadas de Cuba, tanto religiosas como laicas, refundadas en Miami, también «recordaban» asiduamente los valores de la cubanidad.
Por otro lado, el español, aparte de ser un medio de comunicación internacional, en Miami es un idioma de una indiscutible utilidad económica (Resnick, 1988). Miami, como gran centro comercial que es, como núcleo importante de inversiones y de actividades bancarias, como nueva meca de servicios médicos y estéticos muy refinados, ofrece al visitante mucho más que playas soleadas y hoteles suntuosos. Es un destino, y no solo turístico, que entusiasma, sobre todo, en Hispanoamérica. En esa ciudad el español sirve para bastante más que para hablar con familiares y amigos del entorno. Saber español es, entre otras cosas, un negocio y una fuente de trabajo.
Pero esta, desde luego, es una hipótesis, fundamentada, pero hipótesis. Deberemos esperar unos años más para verla confirmada o arrumbada.

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Notas del artículo

12.- Muchas trabajaron en guarderías, tiendas de vestidos, peluquerías y autoescuelas, negocios de los que algunas eran dueñas; otras improvisaron talleres de costura en su propia casa. La más rentable de sus actividades fue, sin duda, la preparación de comidas para entrega a domicilio, las llamadas cantinas, que ayudaban, y mucho, a otras mujeres trabajadoras. Ferree (1979) y Prieto (1987) han estudiado con detalle este importante cambio en la tradicional
sex role orientation de los patrones sociales anteriores.

13.-También se explica el que sólo en el primer año del período en que el gobierno cubano abrió las puertas a los exiliados para visitas de una semana, éstos dejaran unos cien millones de dólares en las arcas de la isla, en primer lugar, por las cuantiosas compras de alimentos, medicinas, ropa, electrodomésticos y muchas cosas más de las que tenían necesidad sus familiares.

14.-El Catálogo general de libros publicados de 1977 de Ediciones Universal, por ejemplo, lista en sus 48 páginas títulos correspondientes a 22 colecciones (más otras obras sobre varios temas): Arte, Antologías, Clásicos Cubanos, Alacrán Azul, Caniqui (novelas y cuentos), Narrativa, Hispánica Literaria, Espejo de Paciencia (poesía), Teatro, Polymita (crítica literaria), Juvenil, Estudios Hispánicos, Cuba y sus jueces, Temas Históricos, Formación Martiana, Félix Varela, Cuba: economía y sociedad, Chicherekú (Lydia Cabrera), Ébano y Canela, Cultura Afrocubana, Textos y la Colección Aprender. Se ofrecen también muestras escogidas de discografía de música cubana y litografías a todo color con vistas de la Cuba colonial (1830). Existen otras siete editoriales cubanas.

15.-Entre los periódicos, los tabloides y las revistas cubanas publicadas en el exilio estadounidense, García (1996: 260-262) cita 61 títulos originados en el sur de la Florida, la gran mayoría, en Miami. A esta lista hay que añadir otros ocho periódicos y revistas de carácter literario, entre ellas la famosa Revista Mariel, fundada en 1983 por Reinaldo Arenas. Las publicaciones más tempranas son de 1960, y aunque es verdad que muchas de ellas han existido durante unos pocos años, también lo es que se trata de unos esfuerzos que no han cesado nunca. Véase también Varona (1987).

16.-Se estaba ante una situación del todo novedosa. En 1950 los hispanos constituían apenas un 4 % de la población del Gran Miami (unos 20.000). El sector anglo era absolutamente dominante. Mientras el número de hispanos crecía de 30.000 a 50.000 entre 1950 y 1960, la población blanca nativa, un 80 % de todo el censo, aumentaba de 337. 548 a 747. 748.

17.-De hecho, la población anglo blanca de Miami se ha ido reduciendo considerablemente desde 1970. En 1990 este sector había decrecido en un 21 %  (161.748). Sin embargo, el total de la población de la zona se duplicó: los negros triplicaron su número en esos 20 años, y los hispanos lo multiplicaron 19 veces (Wallace, 1991). En torno a 1980 era frecuente ver pegatinas en los automóviles (de anglos blancos) que decían: «Will the last American out of south Florida please bring the flag?» [El último «americano» que salga del sur de la Florida, por favor, ¿traerá la bandera?]

18.-La campaña a favor del English only coincidió con la llegada de los marielitos a Miami, que trajo consigo una gran publicidad negativa. A pesar de lo injusto de las generalizaciones que entonces se hicieron, la consideración de los cubanos como «minoría modélica» se debilitó, con lo que se desatendió a la realidad, que contaba otra historia: la mayoría de los cubanos eran individuos de medianos ingresos, conservadores y blancos, con muy bajos índices de criminalidad y de dependencia de la asistencia pública, y un alto porcentaje de participación en la fuerza laboral y en la política (Castro, 1992: 122).

19.-Castro (1992: 121) indica que el voto negro no se movió sólo por razones económicas. Si así hubiese sido, una cantidad superior de votantes habría apoyado la medida,  siendo como son los mayores candidatos a los trabajos de más bajo nivel. Pero a los negros no les había ido mal: entre 1977 y 1985 su índice de empleo creció en un 25 %, mientras que el de los anglos blancos se redujo en un 36 %. En ese mismo período, el número de empleados negros clasificados como «oficiales», «administradores» y «profesionales» se triplicó. Hay que añadir que muchos en esta colectividad debieron de haber entendido el English only como una campaña racista, prejuiciada y discriminatoria. Una pesquisa llevada a cabo por Miami Herald puso de manifiesto que casi la mitad de los negros que votaron en contra de la medida pensaba que su aprobación «sería un insulto para los hispanos» y que dañaría las relaciones entre «latinos» y «no latinos». En contraste, sólo un 1 % de blancos pensó que el voto positivo podría ser entendido como un insulto.

20.-Varias encuestas de opinión habían dejado saber que, mayoritariamente, los estadounidenses creían que para ser un «verdadero americano» había que saber inglés. Pero en Miami ya pocos se oponían a la necesidad y conveniencia de aprender inglés; rechazaban, eso sí, el monolingüismo inglés, que es como el asunto era interpretado con frecuencia, al punto de que se pensaba que el hecho de que el gobierno aceptara el bilingüismo era una claudicación ante influencias extranjeras. Los cubanos nunca pudieron entender que los «americanos» pensaran que era posible que ellos abandonaran «su» lengua.

21.-Hace ya más de una década que los candidatos presidenciales del país no sólo rechazan que en sus programas de gobierno el inglés aparezca como lengua exclusiva, sino que ellos mismos o algún familiar cercano ofrecen en español -además de la publicidad, claro- parte de sus discursos: Tempora mutantur!

22.-En el caso de los cubanos, se trata de una variante dialectal muy próxima, naturalmente, a la de Cuba, con algunos anglicismos léxicos y semánticos añadidos, calcos y casos, frecuentemente entre la población educada, de cambios de código, en su mayoría de tipo «etiqueta» o muy cercanos a él (cf. López Morales, 1993: 173). Son raros los ejemplos del llamado spanglish. El español de Miami, al menos parcialmente, ha sido estudiado por Hammond (1978, 1979a, 1979b, 1980), Über (1986, 1989), Varela (1974, 1981, 1983, 1992), Staczek (1983) y Roca (1991).

23.-Las intenciones de regresar a Cuba tan pronto como cambiara la situación política han ido disminuyendo paulatinamente: en 1972, un 79 por ciento de los cubanos exiliados deseaba volver, pero tan sólo dos años después, los partidarios del regreso eran menos de la mitad (Clark y Mendoza, 1974; apud García, 1996: 238); otro estudio ofrece resultados similares: en 1973, un 60 % de los entrevistados estaba decidido a abandonar Estados Unidos; en 1979, los decididos eran menos de la cuarta parte (Portes y Mozo, 1985). Véase también Pérez Firmat (1995).

24.-El concepto de «lealtad lingüística» [language loyalty] —y el de su opuesto, «deslealtad»— fue presentado con éxito por Fishman en una importante obra de 1964 (véase además 1965 y Fishman y otros, 1968, 1985). Se acuñaron estos términos para hacer referencia específica a situaciones de bilingüismo en núcleos de inmigrantes, en los que el grupo o parte de él se mantenía fiel a su lengua materna o, por el contrario, la olvidaba para abrazar la de la nueva comunidad. Junto a estos términos, la bibliografía especializada utiliza también como sinónimos language maintenance [conservación lingüística] y language shift [cambio lingüístico].

25.-Por supuesto, existe también la hipótesis contraria, por ejemplo, la de Castro (1992: 126), quien piensa que el inglés tiende a reemplazar al español como lengua dominante intergeneracionalmente. No ofrece datos, pero parece apoyarse en López (1982) y su conclusión de que un 80 por ciento de los cubanos nacidos en los Estados Unidos tenían al inglés como lengua principal; sus datos corresponden a todo el país, pero Castro supone que Miami pudiera ofrecer un paralelo a estas proporciones. Sin embargo, la investigación de López presenta algunas deficiencias metodológicas que obligan a tomar sus cifras con extrema precaución. Con todo, la suposición de que Miami constituyese un reflejo de la situación lingüística nacional habría que comprobarla con una investigación in situ.

Comentarios

  1. miami es una ciudad que hay una gran cantidad de habitantes de origen cubano que hablan español.

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El imperio colonial portugués.-a

Isla de Long Island (Nueva york).-a