Standartenführer de SS Walter Rauff; y los Klarsfeld.-a


Hermann Julius Walter Rauff



Walter Rauff, también escrito Walther (Köthen, Alemania; 19 de junio de 1906-Santiago de Chile, 14 de mayo de 1984), fue Standartenführer de SS (equivalente al grado de coronel de Ejercito), jefe del departamento técnico de las SS en 1942 . Como oficial nazi se le responsabilizó por la muerte de medio millón de personas en Auschwitz.

Biografía


Rauff ingresó en la Reichsmarine (la antigua Marina de Guerra de Alemania) en 1924, lo que le permitió conocer prácticamente toda América Latina. En 1938, fue contratado por Reinhard Heydrich, el jefe del SD (y luego la Oficina Central de Seguridad del Reich o RSHA, el sistema de inteligencia de las SS), llegando a ser jefe de la sección II (dedicada a asuntos técnicos). Allí —como escribe Carlos Basso en su crónica sobre este criminal de guerra, basada en documentos desclasificados— buscó formas eficientes de eliminación de personas; fue así que entre 1939 y 1941 se mató a 200.000 enfermos mentales (la mayoría, alemanes) en cámaras donde eran gaseados con monóxido de carbono. Rauff propuso después crear cámaras móviles de gas, con las que se calcula que 97.000 prisioneros fueron asesinados.

Enviado a Túnez en 1942, al año siguiente fue nombrado jefe del Grupo de Italia Norte (GOW), donde junto al general Karl Wolff inició una serie de contactos clandestinos con la Santa Sede y la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) de Estados Unidos, con base en Suiza, que derivaron en la rendición del ejército alemán acantonado en Italia en abril de 1945.


Vida después de la Segunda Guerra Mundial

Soledad  Garcia  Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes

Buscado por los Aliados por crímenes de guerra, fue capturado el 30 de abril de 1945. Rauff fue internado con otros oficiales nazis en el campo de detención de Rimini, desde el cual se fugó en diciembre de 1946. En cierta ocasión Rauff dijo que fue ayudado por un sacerdote de Nápoles, gracias al cual llegó a Roma, donde el obispo pronazi Alois Hudal lo escondió por casi dos años y, como sostiene el periodista y escritor chileno Carlos Basso, desde allí organizaron la transferencias de nazis a América Latina, a través de organizaciones como la Cruz Roja y Caritas.

En julio de 1948, el jefe del estado mayor del ejército de Siria Husni al-Za'im envió a un capitán a la capital italiana para contratar especialistas en inteligencia. Fue así como en noviembre Rauff llegó con su familia a Damasco, donde fue asesor de Al-Za'im y, al mismo tiempo, trabajó para el MI6, el servicio secreto del Reino Unido. Al-Za'im dio al año siguiente un golpe de Estado en su país, pero a los pocos meses fue derrocado; deportado al Líbano, después de unos meses regresó a Roma donde paradójicamente Shalhevet Freier, el entonces director del departamento político de la cancillería de Israel y agente del Mossad, lo contrató para que redactara un informe sobre de las fuerzas armadas sirias y los esfuerzos de Damasco para construir una central nuclear.

El mismo año de 1949 Rauff pasó a Sudamérica vivió en Quito (Ecuador) —donde trabajó en compañías alemanas como Mercedes Benz y Opel, y también en una farmacéutica estadounidense—, y finalmente se radicó en Chile, país este último adonde llegó en octubre de 1958 y donde, además de sus trabajos oficiales, sería agente de los servicios secretos alemanes (BND) durante cinco años.


En 1957, según el escritor estadounidense y periodista de investigación Gerald Posner, Rauff viajó a Santiago por una semana, donde se habría reunido con Joseph Mengele y Hans Ulrich Rudel; sus dos hijos mayores se encontraban en Chile desde 1954, adonde los había enviado con el fin de que obtuvieran una buena educación: Alfred había ingresado en la Escuela de Oficiales de la Armada y Walter en la de Oficiales del Ejército. ​

Ya en Chile, en Punta Arenas fue encargado de la oficina local de la importadora Goldmann y Janssen de la que se retiró en 1960, cuando ya lo habían trasladado a Santiago y su mujer, que perecería poco después, estaba muy enferma. En los años 1970 se instaló en Porvenir (Tierra del Fuego),​ donde fue administrador de estancias y trabajó las pesqueras Rosario y Pirata, de la que llegaría a ser gerente.

El 5 de diciembre de 1962 Rauff, que nunca en Chile había escondido su identidad, fue detenido, pero la Corte Suprema negó su extradición en 1963 porque en la legislación chilena de la época no existía la jurisprudencia de la insprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad y los delitos prescribían a los 15 años. El 19 de diciembre de 1962 Rauff fue detenido en Chile después de que Alemania Occidental pidiera su extradición. La Corte Suprema rechazó la demanda y Rauff fue liberado. El presidente Salvador Allende no pudo modificar la situación, en una carta amistosa dirigida a Simon Wiesenthal, le dijo que no estaba dentro de sus posibilidades remover la decisión tomada por la Corte en 1962


Tanto el gobierno alemán como el famoso cazador de nazis Simon Wiesenthal intentaron su extradición sin éxito. Este último logró entrevistarse personalmente con el presidente de Chile en 1971 para lograr su cometido, pero Salvador Allende le señaló la imposibilidad de extraditarlo ya que los tribunales superiores ya habían rechazado esa vía.

El periódico francés Le Monde publicó en 1974 que Rauff estaría trabajando en los servicios secretos del régimen del general Augusto Pinochet; el nazi habría estado involucrado en torturas y asesinatos de opositores de la dictadura y un informe de la CIA lo insinúa también al decir Rauff habría trabajado en Ministerio del Interior de Chile;​ por último, los colonos Franz Bäar y su esposa Ingrid Szurgelies aseguran que era un asiduo visitante de Colonia Dignidad​ Pinochet también adujo que Rauff no podía ser extraditado debido al rechazo de la Corte Suprema en 1963. Según el portal Memoria Viva, "torturó en Punta Arenas, Estadio Nacional y Colonia Dignidad. Supervigiló y confeccionó el campo de concentración Río Chico en Isla Dawson"

​En los archivos desclasificados de Colonia Dignidad existen ocho fichas sobre él y otros nazis que habrían estado a cargo de un grupo paramilitar que habría operado en Concepción después del golpe de Estado 11 de septiembre de 1973, según las mismas fichas.

Rauff, que estaba con cáncer de pulmón, murió en su casa de la calle Los Pozos, en Las Condes, Santiago, el 14 de mayo de 1984 debido a un ataque cardíaco. Al día siguiente hubo un servicio litúrgico en la iglesia luterana; a su funeral en el Cementerio General de la capital chilena asistieron a rendirle honores, entre otros, Miguel Serrano, reconocido escritor neonazi y Erwin Robertson, catedrático de Historia Antigua de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación.



“América Nazi”

Esta crónica es un extracto del Capítulo 10 del libro “América Nazi”, coescrito con Jorge Camarasa, y que acaba de publicarse en Chile y Argentina (y prontamente en México), y que narra la forma en que los criminales nazis se asentaron en América Latina con la connivencia de distintos gobiernos. Walther Rauff fue uno de los más importantes. 
Cuesta creerlo, pero allí está la documentación de respaldo: Heinrich Himmler, el jefe supremo de las SS hitlerianas, tuvo inversiones en Chile hacia 1939, cuando aún no se iniciaba la Segunda Guerra Mundial. Klaus Barbie, el asesino de Jean Moulin, líder de la Gestapo en Lyon y autor de una deportación de niños a Auschwitz, fue captado como agente para la inteligencia alemana en Chile, lo mismo que su gran amigo Walther Rauff.
Sigamos. El creador del “Círculo de amigos de Colonia Dignidad” fue el ex oficial de las SS Gerhard Mertins, propietario de la compañía de armamentos Merex, la misma que poseía negocios con distintas ramas de las Fuerzas Armadas chilenas y que entre sus representantes en América Latina tenía a Barbie, Rauff y también a Friedrich Schwend, un nombre menos conocido pero igualmente mefistofélico. Residente en Lima, Schwend fue el responsable de la “Operación Bernhard”, por medio de la cual los nazis intentaron liquidar la economía británica durante la Segunda Guerra Mundial, inundándola con libras esterlinas falsificadas, muchas de las cuales eran enviadas a Londres por medio de las valijas diplomáticas de la embajada chilena en Londres.
Y hay mucho más. Por ejemplo, tenemos los documentos de la inteligencia norteamericana que relatan con lujo de detalles la forma en que operaban los anillos de inteligencia nazi en Chile. Dos de ellos fueron desbaratados a tiempo por el Departamento 50, la unidad de inteligencia creada por la PDI para tales efectos. Cuando cayó el tercer anillo, los detectives detuvieron en Valparaíso al hombre más importante del aparataje de sabotajes nazis en América Latina, Albert Von Appen, quien luego de tres años de internación en Estados Unidos (país que lo reclamó) regresó sin problemas a Chile, fundando el imperio marítimo que hoy gira en torno a la naviera Ultramar.
Y hay mucho, mucho más, respecto de la forma en que los nazis –nazis en serio, no imbéciles de cabeza rapada– se asentaron en países como Chile y Argentina, pero quizá el ejemplo más impresionante es el de Walther Rauff, un hombre que a la luz de los antecedentes que hoy se conocen, gracias a los documentos desclasificados por la CIA y el BND (el Servicio de Inteligencia alemán), fue, sin dudas, el nazi más importante de cuantos llegaron al continente (más que Barbie, Mengele o Eichmann, incluso), tanto por lo que hizo en la guerra, como por sus vínculos transversales de postguerra con todo tipo de agencias de inteligencia, incluyendo a la DINA chilena, nexo que antes solo se rumoreaba pero que, ahora, y en función de un documento de la CIA que descubrimos en medio de una montaña de documentación desclasificada hace solo un par de años, es posible entrever con mayor claridad.

 Un simple marino

Nacido en 1906, Rauff se unió en 1924 a la antigua Reichsmarine (la Armada alemana), gracias a lo cual conoció toda América Latina. En 1938 Reynhard Heydrich, el todopoderoso jefe del RSHA, el sistema de inteligencia de las SS, lo contrató en su equipo, llegando a ser jefe de la sección II (dedicada a asuntos técnicos), en la cual Rauff no escatimó esfuerzos para buscar una forma más eficiente de matar personas en masa.

Según detalla un reporte realizado por el servicio de inteligencia interior británico, el famoso MI5, para ello Rauff tomó como modelo el sistema de “eutanasia” Tiergartenstrasse-4, que se utilizó entre 1939 y 1941 para matar a más de 200 mil enfermos mentales (la mayoría de ellos alemanes) introduciéndolos en cámaras donde eran gaseados con monóxido de carbono. Rauff propuso crear cámaras móviles de gas, con las que se calcula que 97 mil prisioneros judíos fueron asesinados.
En julio de 1942 Rauff fue enviado a Túnez, como jefe de un equipo de comandos que se estima quitó la vida a cerca de dos mil personas y a mediados de 1943 recibió una nueva destinación, como jefe del Gruppe Oberitalien Westen (GOW); es decir, el Grupo de Italia Norte, donde junto al general Karl Wolff inició una serie de contactos clandestinos con obispos y cardenales del Vaticano, así como con la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) de Estados Unidos, la antecesora de la CIA, a fin de rendir el ejército alemán acantonado en Italia, lo que hicieron un par de días antes de la caída de Hitler.

Luego de que se conociera la muerte de Hitler, Rauff estuvo a punto de ser linchado por una turbamulta, pero curiosamente fue rescatado en la madrugada por las tropas estadounidenses. Allí quedó en manos de las “Fuerza S”, un equipo conjunto formado por la OSS y el Servicio Secreto Británico.
Luego de ello fue internado junto a varios otros oficiales nazis en el campo de detención de Rimini (Italia), desde el cual se fugó en diciembre de 1946. Respecto de su escape, lo único que Rauff mencionó alguna vez es que fue ayudado por un sacerdote de Nápoles, gracias al cual llegó a Roma.
Una vez en la capital del antiguo imperio, los amigos católicos de Rauff le tendieron la mano una vez más y así fue como el obispo pro nazi Alois Hudal lo escondió por casi dos años. Juntos, montaron todos el aparataje de transferencia de nazis a América Latina, utilizando para ello documentación de organizaciones respetables, como la Cruz Roja y Caritas.

Viaje a Siria

En julio de 1948 el Jefe del Ejército sirio, Hosni Al-Zaim, envió a un capitán a Roma, con el fin de reclutar especialistas en inteligencia para reorganizar dicho servicio en sus filas. Rauff fue contratado y en noviembre de ese año partió junto a toda su familia a Medio Oriente, instalándose como asesor de Al-Zaim en materias de inteligencia, período en el cual no sólo trabajó para sus mandantes, sino también para el MI6, el servicio de inteligencia exterior británico.
En agosto de 1949, Al-Zaim fue derrocado y Rauff consiguió ser deportado a El Líbano, donde permaneció algunos meses, hasta que retornó a Roma, lugar en que se produjo quizá el episodio más insólito de su carrera. En 1993, el ex presidente de la Comisión de energía nuclear de Israel, Shalhevet Freier, relató que a fines de 1949, cuando era director del departamento político de la cancillería de su país (aunque en realidad pertenecía al Mossad, el servicio de Inteligencia exterior de Israel), fue enviado a Italia, donde contrató a Rauff para que escribiera un informe respecto de las Fuerzas Armadas sirias y los esfuerzos de ese país por construir una central nuclear. Tres documentos de la CIA indican, también, que Rauff mantuvo –por antinatura que parezca– relaciones con el Mossad a principios de los años 50.
En 1949 Rauff se fue a Quito y en 1957, según el escritor Gerald Posner, viajó a Santiago por una semana, ocasión en la cual se habría reunido con otros dos connotados nazis: Joseph Mengele y Hans Ulrich Rudel, con los cuales permaneció una semana en la capital chilena. Sus dos hijos mayores ya se encontraban en el país desde 1954, cuando Alfred ingresó a la escuela de Oficiales de la Armada y su hijo Walther (posteriormente) a la Escuela de Oficiales del Ejército.




Los documentos del BND

De acuerdo a la documentación desclasificada por los alemanes, en Ecuador Rauff se desempeñó en diversos oficios, habitualmente en compañías de capitales alemanes, como Mercedes Benz y Opel. En el documento 7 del set liberado por los germanos, él mismo dice que mandó a sus hijos a Chile “para asegurarles una educación decente” y agrega que “por razones familiares decidí mover mi residencia a Santiago en octubre de 1958”, aunque dos meses antes ya había iniciado las negociaciones con el BND, cuando Rauff fue propuesto como “fuente política” para el BND, servicio de inteligencia que era conocido como “La Organización Gehlen” o “Gehlen Org”, por el nombre de su creador, el general nazi Reinhard Gehlen. De acuerdo al documento 1, quien propuso su nombre fue un agente sólo identificado como “V-7318”.

Y hay mucho, mucho más, respecto de la forma en que los nazis –nazis en serio, no imbéciles de cabeza rapada– se asentaron en países como Chile y Argentina, pero quizá el ejemplo más impresionante es el de Walther Rauff, un hombre que a la luz de los antecedentes que hoy se conocen, gracias a los documentos desclasificados por la CIA y el BND (el Servicio de Inteligencia alemán), fue, sin dudas, el nazi más importante de cuantos llegaron al continente (más que Barbie, Mengele o Eichmann, incluso), tanto por lo que hizo en la guerra, como por sus vínculos transversales de postguerra con todo tipo de agencias de inteligencia, incluyendo a la DINA chilena, nexo que antes solo se rumoreaba pero que, ahora, y en función de un documento de la CIA que descubrimos en medio de una montaña de documentación desclasificada hace solo un par de años, es posible entrever con mayor claridad.
El documento 13 (quizá el más interesante de todos, confeccionado en 1984, tras la muerte de Rauff) relata que “V-7318” era nada menos que el traficante de armas Wilhelm Beissner, un ex oficial de la RSHA que, al igual que Rauff, había escapado de una prisión norteamericana, luego de lo cual había huido a El Cairo, donde comenzó su carrera de traficante, aunque no se aclara si estaba relacionado con Mertins, pero es lo más posible, dado que este tenía a su vez relaciones con la Gehlen Org.

Espía anticomunista

Tras su captación formal, y a lo largo de los casi cinco años en que fue espía de los alemanes desde Punta Arenas y luego Santiago, Rauff recibió diversos nombres en clave, propios de una novela de John Le Carré o Frederick Forsyth:

 “V-12 052/DN REINHARD”, “V-12 023/DN KRAMER”, “V-11 996/DN UNGER”, y “V-7390/DN RENNER”, aunque su identificación más habitual, que es la que sale en todos los documentos, era simplemente “V-7410”.


De hecho, el documento 5 señala que “V-7410 ha iniciado el viaje planificado el 20.10.1960”, aludiendo a un plan presentado por Rauff en agosto o septiembre de ese año, en el cual le decía que viajaría “desde Santiago a Caracas, entonces posiblemente Habana-Quito-Guayaquil-Cuenca-Lima”. Cabe mencionar que en este mensaje los nombres de las ciudades están repetidos (cada una se nombra dos veces), por lo cual es evidente que se trata de un mensaje radiofónico que fue transcrito para el archivo.
La intención del viaje era “comprender la situación política en el Caribe”, así como ver “las conexiones de Cuba con Venezuela y Centroamérica, por la sovietización del régimen de Castro” y, adicionalmente, “clarificar la situación política externa e interna de República Dominicana”, para lo cual viajaría fingiendo ser un hombre de negocios.
El texto no agrega más detalles, pues al final del mismo se señala que lo que sigue “continúa en micropunto”. Ello significa que había enviado detalles más reservados a través de alguna carta que, seguramente en algún lugar imperceptible, llevaba pegado un “micropunto”, una reducción fotográfica de algo (un documento, un informe, etc.) al tamaño de un punto o menos.
Los documentos indican que el 11 de noviembre Rauff llegó a Caracas y allí pidió una visa para Cuba, pero esta le fue denegada, por lo cual regresó a Cuenca y luego a Lima. “V-7410 ha enviado nueve reportes en el curso del viaje”, escribiría su agente de control.

Vida chilena

Rauff vivió algunos meses en Punta Arenas, como encargado de la oficina local de la importadora Goldmann y Janssen (muy vinculada al nazismo) y luego lo trasladaron a Santiago, donde se retiró de la firma (sin explicar por qué) en 1960, cuando su mujer, que perecería poco después, cayó muy enferma, tanto que en mayo de 1961, señala el documento 8, pidió una ayuda de mil marcos al BND para pagar los gastos médicos, dinero que el organismo era renuente a entregar, pero el peticionario (alguien que intermediaba a nombre de Rauff) decía que era factible hacerlo como excepción, a pesar de que el personal tipo “2”, como Rauff, no tenía esos beneficios.
En julio de ese año se discutió la posibilidad de instalar una base de radio para las comunicaciones de Rauff y su central en Alemania, teniendo en cuenta (dice el documento 9) que “en Chile hay muy buenas fuentes que pueden entregar material interesante”, y que la calidad de los informes de Rauff mejoraría “cualitativa y cuantitativamente con el establecimiento de comunicaciones inalámbricas”, pero evidentemente a esas alturas ya estaba rondando la vida de Rauff como oficial nazi, pues se desechaba la idea porque “el pasado de 7410 no es presentable”.
En efecto, apenas llegó a Chile, Rauff escribió a la Armada alemana solicitando su pensión, tras lo cual, en 1960 se dictó una orden de aprehensión en su contra, luego que su nombre saliera a luz en el juicio contra Adolf Eichmann, pese a lo cual ese año el ex Gestapo viajó sin problemas a Alemania. Durante mucho tiempo nadie se explicaba por qué no lo habían detenido, pero la razón parece bastante clara. Según el documento 13, estuvo en su país natal entre julio y agosto de 1960 y entre enero y febrero de 1962, para “entrenamiento” con el BND.
El 05 de diciembre de 1962 fue detenido en Chile, pero la Corte Suprema se negó a extraditarlo, argumentando que el delito del que se le acusaba (genocidio) estaba prescrito, pues en Chile los delitos prescriben a los 15 años, razón por la cual nunca fue extraditado (pese a la insistencia de Alemania y varios “cazanazis”), gracias a lo cual Rauff pudo morir tranquilamente en Santiago, en 1984.

A “retiro”

Mientras estuvo preso por el juicio de extradición (hasta abril de 1963) el BND decidió pasarlo a “retiro”, argumentando “falta de visión política”. En la ficha se señala además que los pocos documentos que poseía Rauff fueron destruidos y que “no se le pudo tomar el juramento de secreto, porque vive en Chile”.
El documento 12 (del 06 de marzo de 1963) abunda en lo anterior y critica la personalidad de Rauff, aseverando que era muy obediente y que eso lo explotó Heydrich “al involucrarlo en materias extremadamente sensibles (en este caso, cámaras de gas)”. Asimismo, se asegura que “falló por completo en Siria” e incluso dicen que “durante las fases críticas de la tarea que le fue confiada estaba ebrio y conspirando para todos lados”, en una velada referencia a su nexo con el Mossad y con el MI-6.
Asimismo, el redactor del informe aseguraba que tras su regreso a Roma, se jactaba de que recibiría protección del BND y que “es notable que en ese tiempo tuviere un maletín con oro y joyería, cuyo origen se desconoce”.
El documento 13, en tanto, afirma que el viaje de 1960 “no satisfizo las expectativas”, por lo cual en febrero de 1962 habrían reducido su sueldo mensual de dos mil a mil marcos. Según el servicio, en total recibió más de 70 mil marcos, y se señala también que el BND apoyó a sus hijos cuando Rauff estuvo preso, y que en 1963 escribió pidiendo ayuda, pues señaló estar “económicamente desesperado”.

Los papeles de la CIA

Sin embargo, y pese a la información oficial, todo indica que Rauff no cortó sus vínculos con la inteligencia alemana y que, además, sus pasos eran de algún modo seguidos por la CIA, lo que comprueba un curioso incidente relatado en clave casi humorística en un librillo titulado Yo no asesiné a Jimmy Carter, publicado por el primer rector de la Universidad Diego Portales, Manuel Montt Balmaceda.
En dicho texto, Montt relataba cómo cierto día de fines de los 70 fue notificado por agentes del Servicio Secreto de los Estados Unidos de que era sospechoso de urdir un plan para asesinar al entonces presidente de ese país, James Carter, lo que le significó, en lo sucesivo, estar –en Santiago– varios meses bajo vigilancia y ser sometido a interrogatorios bastante surrealistas.
Pues bien, ¿quién lo había acusado de ser la mente criminal detrás del plan magnicida? Con toda probabilidad Walther Rauff, según la CIA. En un documento del 8 de julio de 1977, la agencia decía que el antecedente de que Montt planeaba asesinar a Carter les había llegado desde el BND. La CIA sospechaba que podía haber dos subfuentes que habían dicho eso a sus pares alemanes:

 “Ambos individuos han aparecido en nuestras revisiones como asesores de la DINA. Los dos son ex oficiales militares alemanes y uno es un criminal de guerra nazi”.

Más adelante, el reporte precisaba que se trataba de Rauff, en el caso en que aludían a un criminal nazi, y a Enrique Pschold Reschenback, un ex piloto de la Luftwaffe, sobre el cual no había mayores antecedentes. El archivo de la CIA sobre Rauff detallaba que si bien no se tenía información oficial sobre su calidad como asesor de la DINA, una fuente chilena les había dicho que el alemán trabajaba para el Ministerio del Interior. Agregaban que todo indicaba que era un asesor “no oficial”.

Si bien había otras posibilidades sobre el origen de la información, todo apuntaba a Rauff, pues según el BND su informante era un alemán retirado de los negocios y de bastante edad. Otro hecho que reforzaba la idea era la reluctancia del BND a entregar más detalles acerca de su fuente, lo cual llevaba a la CIA a razonar que ciertamente no querían dejar al descubierto que seguían manteniendo relaciones con alguien del pasado de Rauff.


13 OCT 2019 -Los Klarsfeld: el matrimonio que lleva medio siglo cazando nazis


Desde que un flechazo unió sus vidas en el metro de París una tarde de 1960, Serge y Beate Klarsfeld se han dedicado a tres cosas: amarse, discutir y seguir el rastro de los peores criminales nazis huidos u ocultos tras la II Guerra Mundial. Llevaron al banquillo a verdugos como Klaus Barbie, Kurt Lischka o Herbert Hagen. Se les escapó Alois Brunner: es su única espina clavada.

SEGURO QUE Klaus Barbie, El carnicero de Lyon, se pasó el resto de su vida maldiciendo contra aquel inútil miembro de las SS que no supo mirar tras el falso fondo del armario. Del armario en el piso de Niza donde se ocultaban el pequeño Serge Klarsfeld, su hermana Geor­gette y su madre, Raïssa. El padre de familia, Arno Klarsfeld, judío y miembro de la Resistencia, que había instalado la trampilla salvavidas, acababa de ser detenido por la escuadrilla que lideraba el siniestro Alois Brunner aquel 30 de septiembre de 1943. La de Niza fue una de las peores redadas antijudías de la historia. Arno Klarsfeld terminaría siendo deportado y posteriormente asesinado en Ausch­witz. Y el pequeño Serge acabaría convirtiéndose años después, junto con su esposa, Beate, en el mayor cazanazis de la historia con permiso de Simon Wiesenthal, el otro gran depredador de las ruinas del III Reich.

Entre sus trofeos de guerra siempre sobresaldrá la mirada pequeña y muerta de Klaus Barbie. Lo detectaron en Bolivia en 1971. Atendía al nombre de Klaus Altmann y era un próspero hombre de negocios protegido, sucesivamente, por las dictaduras de Barrientos (que le nombró administrador de la Transmarítima Boliviana y asesor de los servicios secretos bolivianos), Banzer y García Meza. Durante años, Barbie se creyó a salvo de todo peligro. Pero Serge y Beate Klarsfeld lograron, tras un tortuoso proceso de documentación, búsqueda, acoso y derribo de más de 15 años —incluyendo varios viajes de Beate a La Paz con pasaporte falso y disfrazada y durísimos encontronazos con las autoridades del país—, que en 1983 el Gobierno boliviano extraditara a Francia al antiguo jefe de la Gestapo de Lyon.

"Lo que pasó con los nazis puede repetirse. Los extremos se movilizan fácil; la gente moderada, no. Hay que estar vigilantes” (Beate Klarsfeld)

No lo habrían conseguido sin la colaboración del periodista de la televisión pública francesa Ladislas de Hoyos, que logró entrevistar a Barbie en La Paz. En el transcurso de la charla, De Hoyos mostró a Klaus Barbie una foto de Jean Moulin, cabeza visible de la Resistencia francesa frente a la ocupación nazi, y a quien Barbie había torturado hasta la muerte. El carnicero de Lyon cogió la fotografía y dijo que no conocía a aquel personaje. Pero dejó sus huellas dactilares en la imagen. Fue su perdición.

Pese a todos los obstáculos y todas las amenazas —­los Klarsfeld escaparon a dos atentados, uno con coche bomba y otro con paquete explosivo, ambos probablemente perpetrados por la organización criminal Odessa—, Barbie fue juzgado en Lyon en 1987 y condenado a cadena perpetua. Era el principio del fin para el temible Sturmführer. Para el verdugo de los 44 niños judíos de la colonia de vacaciones de Izieu, a quienes en 1944 envió al campo de concentración de Drancy para, pocos días después, ser gaseados en Auschwitz, en lo que supuso uno de los episodios más siniestros en el genocidio perpetrado por el III Reich. Así que a Klaus Barbie, la idea de que aquel niño, su futuro cazador, estaba escondido en aquel armario de Niza y que no fue detectado por los hombres de Brunner, debió de perseguirle hasta su muerte por leucemia, en 1991 en la cárcel de Lyon.

El abogado, historiador y escritor Serge Klarsfeld, judío francés de origen rumano, toma asiento en su despacho, una caótica leonera de carpetas llenas de recortes de prensa, fotografías y libros viejos incrustada en un patio interior del distrito VIII de París. A sus 84 años mantiene un discurso que parece en todo momento un alegato jurídico, mezcla de dato, expresividad y autoridad: “Barbie fue soberano en sus decisiones. Era el jefe de la Gestapo en Lyon, un personaje terrorífico que no tuvo que pedir permiso a nadie de arriba para las fechorías que cometió. Él y solo él dio la orden de detener y de deportar a los niños judíos de la residencia de Izieu. Era culpable, por eso lo acorralamos y lo perseguimos hasta que pudo ser juzgado en Francia. Otros nazis, en la guerra, cumplían órdenes militares, su culpabilidad puede discutirse. La de Barbie es indiscutible”.

Su esposa, Beate Klarsfeld, 80 años recién cumplidos, se incorpora a la charla. Alemana hija de un soldado de la Wehrmacht, su vida cambió aquella tarde de 1960 en la estación de metro Porte de Saint-Cloud, de París. El joven estudiante de Derecho y la joven estudiante alemana que trabajaba como chica au pair se miraron, empezaron a hablar y ya no se separaron. Él le contó su experiencia personal con el nazismo y el asesinato de su padre. Ella atravesó la raya que separa la indiferencia del compromiso y, de la mano de su pareja, se convirtió en la más dura de las activistas contra la impunidad de los excolaboradores de Hitler. Desde entonces, en la actividad del matrimonio Klarsfeld como sabuesos cazanazis, ella ha sido siempre la mano dura, la persona de acción, la fuerza de choque, frente a la reflexión, la serenidad, el estudio de las leyes y la paciencia de su esposo. Un tándem engrasado, preciso, implacable.


“El caso de los niños de Izieu”, explica Beate Klarsfeld, “fue dantesco, pero aún fue peor la redada del Vél d’Hiv en París [velódromo de invierno] por parte de la policía francesa en 1942, con 4.000 niños judíos detenidos, separados de sus padres y deportados a Auschwitz, donde fueron todos asesinados. Aquellas madres estaban convencidas de que, al ser franceses, aquellos niños no serían molestados por la policía francesa, pero… Fue un crimen horrible, y el principal argumento contra todos aquellos que, como Marine Le Pen, reclaman hoy que el mariscal Pétain sea rehabilitado”.


Capítulos como el de Barbie e Izieu, o como el del pasado nazi del ex secretario general de Naciones Unidas Kurt Waldheim, o como los relativos a la localización, persecución y juicio a exnazis como Kurt Lischka, Herbert Hagen o Ernst Heinrichsohn, o como el que evoca el fracaso en la caza de Alois Brunner —el siniestro lugarteniente de Adolf Eichmann, el teniente coronel de las SS—, salpican las páginas de Mémoires (Memorias), el libro publicado por los Klarsfeld en 2015 y que se lee como un auténtico thriller. Una nueva edición española de este libro sobrecogedor verá la luz el año próximo, con prólogo de Antonio Muñoz Molina, a cargo del Berg Institute de Derechos Humanos.

Sin duda el momento de la verdad en la vida de Beate Klarsfeld llegó una tarde de 1968 en Berlín. Se celebraba el congreso de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) bajo el liderazgo del entonces canciller alemán, Kurt Georg Kiesinger. Beate Klarsfeld había escrito ya varios artículos contra el pasado nazi de Kiesinger, ex subdirector del departamento de Radiodifusión del Ministerio de Asuntos Exteriores de Hitler. Como tantos otros antiguos responsables del aparato nacionalsocialista, Kiesinger vivía apaciblemente y respetado en Alemania, donde se había extendido un manto de blanqueo y olvido sobre los crímenes nazis contra el pueblo judío. El último de aquellos artículos le costó a la ferviente activista su empleo en la Oficina Franco-Alemana de la Juventud, una honorable tapadera que buscaba lavar la mala imagen de Alemania tras la derrota del nazismo y que estaba dirigida por otro exfuncionario nazi de pro, Walter Hailer.

En su oficina, los Klarsfeld muestran los dosieres de Barbie, de Mengele, de Brunner, pasaportes falsos, fotos de sus detenciones…

Beate Klarsfeld se coló en el congreso de la CDU con una acreditación falsa, logró subir al estrado, se colocó detrás de Kiesinger y le dio una sonora bofetada que acabó haciendo historia.


 “Fue una bofetada simbólica”, recuerda Beate Klarsfeld, “primero, una bofetada de una joven alemana contra su padre nazi; luego, de la juventud alemana contra el nazismo en su conjunto. Simbolizó la rebelión de la juventud de mi país contra el hecho de que hubiera antiguos criminales nazis viviendo tranquilamente en Alemania y ocupando cargos en la política, en la universidad, en la empresa, en la abogacía… Cuando le di la bofetada a Kiesinger, en el Parlamento de Berlín había 123 antiguos nazis en puestos de responsabilidad. Muchos alemanes defendían la tesis de que había que perdonar, olvidar y contar con aquellos criminales porque, al fin y al cabo, tenían experiencia”.

En ese sentido, recuerda el episodio del acoso al que sometieron ella y su esposo a Kurt Lischka, antiguo jefe de la Gestapo en París durante la ocupación. Tanto él como Herbert Hagen —exjefe del Estado Mayor de la dirección de la policía alemana— y Ernst Heinrichsohn —exsubteniente de las SS— sufrieron el zarpazo del matrimonio Klarsfeld. Los tres, responsables de la deportación y muerte de miles y miles de judíos franceses, fueron juzgados y condenados a penas de entre 7 y 10 años de cárcel. La Operación Lischka fue la más complicada. Serge y Beate Klarsfeld, que habían dado con él a través de la guía telefónica, idearon un plan para secuestrarlo a la salida de su domicilio de Colonia. La idea era copiar la acción llevada a cabo el 11 de mayo de 1960 en Buenos Aires por el Mossad, los servicios secretos israelíes, que neutralizaron allí a Adolf Eichmann. El responsable de la solución final contra el pueblo judío había sido detectado allí por el cazanazis Simon Wiesenthal. Eich­mann fue secuestrado, drogado e introducido en un avión rumbo a Jerusalén, donde fue juzgado, condenado a muerte y ejecutado. Pero los Klars­feld no tenían los medios del Mossad. Y el metro noventa de estatura de Kurt Lischka no facilitó las cosas. Tuvieron que desistir y limitarse a acosarle y grabarle con una cámara varias veces a la salida de su casa. Pero la estrategia sirvió: el antiguo teniente coronel de la Gestapo parisiense acabaría en el banquillo de los acusados. “Muy pocos de aquellos monstruos fueron conducidos ante un tribunal. Figuraban tranquilamente con sus nombres en la guía telefónica. Para quienes habían perdido a sus padres o hermanos en los campos de concentración aquello era insoportable…, pero para muchos alemanes era lo normal”, recuerda Beate Klarsfeld.


"Barbie fue jefe de la Gestapo en Lyon. No pidió permiso para sus fechorías. Lo perseguimos hasta juzgarlo en Francia” (Serge Klarsfeld)


Pero no todo fueron éxitos. Su objetivo frustrado lleva el nombre de Alois Brunner. Localizaron al oficial de la siniestra sección IVB4 de la Gestapo y comandante del campo de concentración de Drancy en 1982. Supieron que se encontraba en Damasco, donde vivía protegido por el régimen de Hafez el Asad desde 1954 bajo el nombre de Aboud Hossein. Viajaron a Siria para pedir su extradición, pero nada más conocer su presencia en el país, los servicios secretos sirios —para quien Brunner había trabajado— lo condujeron al sótano de una vivienda privada. Allí pasaría 20 años escondido. En 2017, la revista francesa XXI publicó que Alois Brunner había fallecido en 2001 en aquel sótano de Damasco.


“No haber logrado detener a Alois Brunner es una espina que tenemos clavada, claro”, lamenta Serge ­Klars­feld. “Sin embargo, tenemos el consuelo de saber que tuvo una existencia desdichada durante los 10 últimos años de su vida. Desde 1992, cuando la policía lo detuvo en su apartamento, hasta 2001, cuando murió, estuvo viviendo en una bodega húmeda, casi sin alimentarse. Había perdido los dedos de una mano en un atentado con paquete bomba que el Mosad cometió contra él cuando vivía en Damasco, y había perdido un ojo en otro atentado…, yo creo que esos fueron los servicios secretos franceses. ¡Desde luego, le quedó claro que había gente que no se había olvidado de él!”.


Pese a la evidencia de sus obras y de su currículo, a Serge y a Beate Klarsfeld les incomoda, por reduccionista, la palabra “cazanazis”. “Lo hemos sido, desde luego, pero nos gusta más presentarnos como defensores de las almas judías perseguidas”, explica el autor del libro Vichy/Auschwitz, caballero de la Legión de Honor y que mantiene hoy vivas instituciones como el Centro de Documentación sobre la Deportación de Niños Judíos y la Fundación por la Memoria del Holocausto. Considera que su labor ha ido y va más allá del mero activismo: una labor de divulgación y toma de conciencia: desde su faceta científica de estudioso de la historia del judaísmo, Serge Klarsfeld ahonda en los factores de fondo que pueden explicar lo que considera el odio al judío:


 “Durante mucho tiempo el motor de ese odio no fue otro que el antisemitismo cristiano. Históricamente los judíos vivían en guetos, vivían entre ellos, trabajaban y estudiaban a la vez que se preparaban para la religión…, y gracias a su capacidad de estudio y de trabajo acabaron en la vanguardia de la banca, de la política, del periodismo…, y entonces mucha gente no entendió que los judíos, a los que habían conocido en el gueto, de repente fueran reyes de la sociedad. Y de ahí que en el siglo XIX surgiera un fuerte antisemitismo social, que hoy pervive en muchos sitios”.

Es una cuestión innegociable para esta pareja, un auténtico lobby en sí mismo en la defensa del pueblo judío. En un momento de la conversación, se abre la puerta del despacho y entra Arno Klarsfeld, hijo de la pareja y el abogado que mandó a la cárcel en 1998 a Maurice Papon, prefecto de Burdeos durante el régimen colaboracionista de Vichy. Muestra, en la pantalla de su móvil, los mensajes que acaba de cruzarse con Emmanuel Macron, al día siguiente del discurso que el presidente de la República pronunció ante las asociaciones judías de Francia, y en el que propuso endurecer la legislación contra los delitos de odio racial en la Red. “El antisemitismo no se puede hacer desaparecer así, de golpe…, es una enfermedad de la sociedad occidental, y también de Rusia, y de Oriente Próximo, que de tiempo en tiempo resurge bajo nuevas formas. Erradicarlo en cada individuo puede llevar siglos”, advierte Serge Klarsfeld.

La charla con la activista valiente e intransigente y con el viejo abogado de causas perdidas transcurre a borbotones, entrecortada por las idas y venidas de ambos a buscar un recorte de prensa, una fotografía o un documento gastado con los que apoyar sus explicaciones. Viejos papeles con los rostros de Barbie, o del doctor Mengele, o de Alois Brunner, o de Walter Rauff, el oficial de las SS que inventó la cámara de gas portátil y que vivió años confortablemente instalado en el Chile de Pinochet.

En uno de esos momentos de anarquía dialéctica entre los Klarsfeld, que no paran de interrumpirse, Beate pega con el puño en la mesa y expone sus miedos ante el viejo fantasma que, advierte, vuelve a recorrer Europa con cuentagotas: “La indiferencia es un peligro. Hay gente que no vota porque cree que los problemas se arreglarán por sí solos, pero no es así. Mire lo que ocurrió en Alemania con los nazis, aquello puede repetirse; mire lo que está pasando con algunos Gobiernos en Europa, lo que ocurre en Italia, lo que podía haber ocurrido en Francia, Hungría, Austria, ahora la extrema derecha resurge en España… Los jóvenes europeos a veces no se dan cuenta de todo esto, porque desde el final de la II Guerra Mundial viven en la riqueza y en el confort, y no les interesa la historia. Hay que permanecer vigilantes. Los extremos se movilizan con facilidad, pero la gente moderada, no”.

Los Klarsfeld siguen en pie y siguen en la brecha. Ya no hay SS ni gestapos que cazar, o los que hay son nonagenarios enfermos o personajes que no tuvieron relevancia en la cadena de mando nazi, pero ellos se ocupan de otras masacres, de otras injusticias: en su día las atrocidades de la desaparecida Yugoslavia, después Ruanda, hoy Burundi… 


Hace 15 años que ya no quedan grandes nazis que perseguir”, explica Serge Klarsfeld, “han muerto o los que quedan son de un nivel muy bajo, simples vigilantes de campo y cosas así. Hay fiscales en Alemania que siguen acusándolos… Lo hacen porque les proporciona renombre social. A algunos de ellos —como Oskar Gröning, el contable de Auschwitz—, cuando no pueden demostrar su inocencia se los condena a cuatro años de cárcel porque el tribunal cree que ‘contribuyeron a la buena marcha de la maquinaria de exterminio’. Es lo que hicieron también con John Demjanjuk [alias Iván el Terrible, ucranio, miembro de las SS y acusado de colaborar en el asesinato de 28.000 judíos en el campo de concentración de Sobibor]. A otros se los condena solo por haber militado en el partido nazi. No es el tipo de justicia que perseguimos. Nosotros hemos luchado toda la vida por procesar a gente que había firmado algún documento, gente cuyas órdenes o acciones criminales estaban demostradas con pruebas”.


Dicen adiós, dan la mano, vuelven sobre sus pasos, se encierran en su oficina, entre sus papeles, entre las peores sombras de la historia. Los Klarsfeld tienen aspecto de lo que son: abuelos de rostro amable. Detrás de esa fachada, pervive la mirada del depredador. Medio siglo de busca y captura. Medio siglo cazando nazis. 

Beate Klarsfeld (de soltera Beate Auguste Künzel; 13 de febrero de 1939, Berlín) es una famosa 'cazadora' de criminales de guerra nacionalsocialistas que escaparon tras la II Guerra Mundial. Junto a su marido, Serge Klarsfeld, realizó numerosas campañas de búsqueda, acoso, desprestigio y denuncia contra exnazis que no habían sido condenados por sus crímenes, tanto en Europa como en países de América del Sur, logrando que posteriormente fueran 'cazados' (apresados), juzgados y condenados. Ha denunciado también la pasada militancia nazi de otros importantes políticos y funcionarios europeos.

Serge Klarsfeld (17 de septiembre de 1935, Bucarest, Rumania) es un escritor, historiador y abogado francés, de origen rumano, esposo de Beate Klarsfeld. Ha participado también activamente en favor de la lucha contra el antisemitismo y los criminales de guerra nazis.

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