La Revolución de los Claveles y el fin Imperio colonial portugués.-a



Es cierto que lo que más adelante fue conocido como Revolución de los Claveles comenzó como una acción puramente militar, urdida por capitanes y generales hartos de una guerra colonial que se cebaba, además de con las colonias que Portugal mantenía en África (Mozambique, Guinea Bissau y Angola), con los jóvenes reclutas portugueses llamados a filas y normalmente enrolados desde las capas más desfavorecidas de la sociedad. Sin embargo, la Revolução dos Cravos fue una revolución del pueblo. La calle fue ganando protagonismo a medida que el antiguo régimen dictatorial iba mostrando su resistencia a derrumbarse. Cientos de miles de portugueses abarrotaron las avenidas, las plazas, las pequeñas calles que serpentean por Lisboa y dieron apoyo a los tanques y a los militares que marchaban hacia el Cuartel do Carmo, donde Caetano se refugiaba con los últimos reductos de la policía política. Esta simbiosis entre sociedad y ejército tuvo su símbolo más memorable en los claveles rojos que comenzaron a brotar de los fusiles de los soldados, en un principio distribuidos por las vendedoras de flores del Rossio, ya después colocados por los propios militares, que mostraban así su voluntad de no disparar un solo tiro.

Apenas doce horas fueron suficientes para derribar la dictadura más longeva de Europa occidental y liquidar el último imperio colonial que quedaba en el mundo. El régimen implantado por António de Oliveira Salazar, que durante más de cuatro decenios había mantenido a Portugal anclado a su pasado, se hundió casi sin resistencia en la madrugada del 25 de abril de 1974. Aquel día comenzó una nueva etapa. No sin dificultades, se abría el camino a la democracia, que los portugueses habían disfrutado solo en breves y agitados paréntesis de su vida política.

El salazarismo

La dictadura había puesto fin, en los años veinte, al período convulso en que derivó la caída de la monarquía y la proclamación de la república, que quince años después no se había estabilizado. El régimen de corte autoritario que empezó a despuntar en 1926 seguía las corrientes totalitarias emergentes en Italia y Alemania. Era el fruto de la experiencia del profesor Oliveira Salazar como ministro de Hacienda, quien, además de las drásticas medidas de austeridad de su dura gestión económica, iba sentando las bases de un sistema personalista.
Aquella política se presentó como la refundación del Estado. De hecho, bajo el lema “Dios, Patria y Familia”, se lo llamó “Estado Novo”, aunque esta denominación acabó enseguida eclipsada por la de “salazarismo”. Oliveira Salazar, un hombre sobrio, enigmático, ultraconservador e implacable en su fobia a la libertad, se inició en el gobierno en aquel 1926 como ministro y hombre fuerte, y pasó a presidirlo seis años después. Permaneció en el poder hasta 1968, cuando un derrame cerebral le incapacitó para continuar.
Durante ese lapso, el sistema mantuvo una apariencia democrática, con una Constitución a la medida, un presidente de la República con funciones solo representativas, elegido siguiendo la voluntad de Salazar, y un Parlamento corporativo que se limitaba a sancionar las leyes. Tras la cortina se daba pábulo a la censura de prensa, el control del sistema judicial y la prohibición de partidos y manifestaciones.
Lo más sorprendente del salazarismo es que conseguía compatibilizar un sistema dictatorial inflexible con la pertenencia a la OTAN, cuyos miembros –empezando por Estados Unidos– hacían la vista gorda ante tan evidente ausencia de libertades, de garantías democráticas y de respeto a los derechos humanos.
En 1968, ante la incapacidad del dictador, el presidente de la República, el almirante Américo Thomaz, encargó la jefatura del ejecutivo al también profesor, este de Derecho, Marcelo Caetano. El nuevo jefe del gobierno, además de contar con prestigio, ofrecía una imagen más tolerante y abierta a reformas, algo que los ortodoxos del régimen criticaban. El país afrontaba problemas económicos y sociales que habían agravado el descontento popular.

Crisis colonial 

El empecinamiento del régimen por conservar el imperio colonial (integrado aún por cinco territorios africanos, la plaza asiática de Macao y el este de la isla de Timor, en Oceanía) se estaba volviendo suicida. En varias colonias habían surgido movimientos armados de liberación que, con la ayuda de los países comunistas y de los no alineados, mantenían en jaque a las tropas portuguesas desde hacía años. La movilización de centenares de miles de soldados, el servicio militar de cuatro años y los gastos en desplazamientos y armamento empeoraban la situación económica del país.
Portugal se resentía, además, por el aislamiento internacional al que el colonialismo lo había sentenciado. Las condenas en la ONU eran constantes, y apenas las dictaduras capitalistas mantenían abiertas sus embajadas en Lisboa.
La llegada al poder de Marcelo Caetano abrió expectativas, si no de cambio de régimen, sí de profundización en las estructuras democráticas que, en teoría, existían. Su negativa a que la policía entrase en la Universidad de Lisboa cuando era rector le había alejado del entorno de Salazar, y su designación para sucederle causó sorpresa. Era un hombre inteligente, dialogante y tranquilo. Pero algunas de estas cualidades las abandonó cuando se vio rodeado de colaboradores convencidos de que, si el régimen se liberalizaba, tendría los días contados.

El perfil militar

A diferencia de lo que ocurría en España, sometida a una dictadura similar, los militares nunca habían sido la espina dorsal del Estado Novo. Este aparecía como una dictadura, sí, pero de corte básicamente civil. Sin embargo, salvo en contadas ocasiones en que mostraron rechazo hacia algunas medidas que les afectaban, siempre se habían mantenido dóciles. Ello les proporcionaba prebendas y recompensas variadas, incluida la presidencia de la República y algunas carteras ministeriales.
En la década de los setenta, las guerras que se libraban en las colonias, sobre todo en Guinea-Bissau, Angola y Mozambique, parecían tenerles demasiado ocupados para dedicar tiempo a la política. La actitud cambió cuando algunos conflictos profesionales (como un nuevo reglamento de ascensos que favorecía la promoción de los alféreces universitarios en perjuicio de los oficiales de carrera) generaron malestar.
Pronto se sumaron críticas sobre la irracionalidad de las misiones que tenían encomendadas en las colonias. En contacto con los enemigos, escuchando sus emisiones, interrogando a los prisioneros y empapándose de la propaganda revolucionaria de que se incautaban, algunos de aquellos jóvenes militares llegaron a la conclusión de que las guerras en que estaban empeñados carecían de sentido. Consideraron que los enemigos tenían más razón en su lucha por la independencia que ellos en la defensa del colonialismo, y que el gobierno que les enviaba a aniquilarlos era injusto y despiadado.
La conciencia social también fue sustituyendo a las tesis nacionalistas y conservadoras del salazarismo. La profesión militar había dejado de ser patrimonio de la aristocracia, y el grueso de los nuevos oficiales, procedentes en su mayor parte del pueblo llano, conservaba el recuerdo de la pobreza en los barrios obreros y el medio rural. No olvidaban cómo sus familiares y amigos se veían obligados a emigrar clandestinamente para sobrevivir. Portugal era una prisión que solo ofrecía a las generaciones jóvenes guerra, miseria, miedo y represión.

Incubando la conjura

Cuando varios oficiales impregnados de esas nuevas ideas regresaron a la metrópoli y comenzaron a compartir sus reflexiones con otros compañeros, las inquietudes se fueron extendiendo por los cuarteles. Surgió así una organización ilegal, el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), de tendencia izquierdista.
Por esas fechas, en 1973, uno de los generales más prestigiosos del Ejército, António de Spínola, exgobernador de Guinea-Bissau, publicó un libro que, dado su rango, la censura no se atrevió a prohibir. En Portugal y el futuro, Spínola se planteaba la difícil salida que existía para la crisis integral del país. Respaldados por las preocupaciones de un superior tan destacado, decenas de oficiales, con el mayor Vasco Lourenço y el capitán Otelo Saraiva de Carvalho a la cabeza, comenzaron a reunirse en secreto.
El objetivo era abordar los problemas profesionales del colectivo, pero su rechazo político evolucionó hacia una conspiración, inicialmente centrada en una demostración de fuerza que pusiera fin a la dictadura. No era fácil, la idea tropezaba con múltiples riesgos y dificultades. No obstante, la decisión pronto pasó a ser firme.
En abril de 1974, el proyecto táctico en marcha aún adolecía de lagunas e imprecisiones, pero la ejecución tuvo que precipitarse ante filtraciones que ya habían propiciado el alejamiento de sus destinos de algunos implicados. Un mes antes, además, otros oficiales que compartían las ideas de los cabecillas de la conspiración, aunque no su compromiso, habían intentado sublevarse en Caldas da Rainha e iniciar una marcha sobre la capital. Pero enseguida fueron detenidos por fuerzas leales al gobierno.

Tierra de fraternidad

Aquello confirmó a los conjurados que la desazón estaba extendida, pero también que el régimen actuaría sin contemplaciones. Por lo demás, sus previsiones organizativas se cumplieron. Para coordinar el golpe y movilizar a las masas, optaron por una curiosa iniciativa. Aprovecharon la afición popular por las baladas tradicionales y el malestar general por la represión de las canciones protesta, en la vanguardia de una expresión de resistencia especialmente extendida entre la juventud.
La balada E Depois do Adeus , de Paulo de Carvalho, emitida a las once menos cinco de la noche del 24 de abril, confirmó a las unidades confabuladas que los planes se iniciaban y que el operativo, que contemplaba sacar las tropas a las calles, arrancaba. El comienzo oficial del golpe lo marcaría, hora y media más tarde, otra canción perseguida, , tema que, desafiando la censura, sonó en las ondas de Rádio Renascença, la emisora del episcopado.
Grândola es una pequeña ciudad del Alentejo donde una buena parte de la población ocultaba mal su rechazo al salazarismo y sus simpatías hacia el clandestino Partido Comunista, dirigido desde el exilio por Álvaro Cunhal. La canción ensalzaba la fraternidad entre la gente y la autoridad que allí ejercía el pueblo. Su autor e intérprete, José Afonso, "Zeca", era admirado tanto por la calidad de sus melodías como por los mensajes de protesta incluidos en sus letras.
El tema había sido prohibido y las radios estaban avisadas de que debían abstenerse de emitirlo. Por eso fue el elegido como señal de que ya no había marcha atrás. Su programación en la emisora católica, además de servir de aviso para el estallido de la sublevación, se convirtió en el primer indicio de que la desobediencia civil también echaba a andar. El periodista Adelino Gomes, que presentaba el programa, asumió el riesgo de saltarse la censura y tener que pagarlo con la prisión si la sublevación fracasaba.

Del golpe a los claveles

Los sublevados habían establecido el puesto de mando en el cuartel de Pontinha. Desde allí, el recién ascendido a mayor Otelo Saraiva de Carvalho, que sustituía en el liderazgo a Vasco Lourenço (trasladado compulsivamente a las Azores en las vísperas), dirigió las operaciones.
Aunque los planes estaban prendidos con alfileres, todo evolucionó conforme a lo previsto. Cuando las noticias del golpe llegaron al gobierno, se dieron órdenes a unidades consideradas de confianza para que salieran a sofocarlo, pero con escasos resultados. Algunas llegaron a movilizarse y enseguida desistieron.
La llegada a Lisboa de una columna de blindados de la Escuela Práctica de Caballería de Santarém, regentada por el capitán Fernando Salgueiro Maia, convenció a los altos mandos de que aquello iba en serio y de que cualquier intento por frenarlo acabaría costando muchas vidas. A media mañana, las fuerzas encargadas de reprimir el golpe se encontraron frente a frente con una compañía sublevada. Tras unos momentos de gran tensión, el jefe de la unidad leal al gobierno, en lugar de ordenar disparar contra los sublevados, mandó dar media vuelta y unirse a ellos.
Durante las primeras horas, los sublevados hicieron llamamientos a los ciudadanos para que permaneciesen en sus domicilios. Pero la gente, desafiando las recomendaciones, se lanzó en masa a las calles. Rápidamente se vieron invadidas por una multitud pacífica, pero dispuesta a asumir los riesgos con tal de librarse de una dictadura que llevaban décadas soportando estoicamente.
Lisboa se convirtió en una fiesta animada, primero por la curiosidad y pronto por una alegría desbordada, para la que no se recordaban precedentes. Al encontrarse con una compañía de infantería, una mujer que llevaba un manojo de claveles bajo el brazo se contagió del entusiasmo general y comenzó a regalar flores a los soldados. Algunos las colocaron en las solapas, pero otros taponaron con ellas las bocachas de los fusiles como muestra de su deseo de paz. Floristas y amas de casa sacaron sus claveles a la calle. En pocas horas se convirtieron en la imagen de la fiesta, en el símbolo de una revolución que liquidaba una larga etapa de represión, tristeza y oscurantismo.

Un triunfo rápido

Ante la gravedad de la situación, Caetano se refugió en el cuartel de la Guardia Nacional Republicana, el cuerpo de policía militarizada que mantenía una tradición más disciplinada. Allí permaneció varias horas, recibiendo noticias y manteniendo conversaciones con miembros del gobierno y altos mandos de las Fuerzas Armadas. La recomendación de algunos era resistir. Pero el jefe del ejecutivo recuperó su actitud moderada y rechazó la idea, así como la sugerencia de pedir ayuda militar a España para reprimir la rebelión.
A media tarde encargó al funcionario del Ministerio de Información Pedro Feytor Pinto que se pusiera en contacto con los golpistas, les transmitiese su voluntad de rendirse y les pidiera que designaran a alguien para transferirle formalmente el poder. Se rendía, pero no quería, dijo, que con su abandono el poder quedase tirado en la calle.
Ante las dudas de los sublevados, que no tenían contemplado ese escenario, Caetano sugirió transferirlo a Spínola, pero este, cuando fue informado, puso como condición que los golpistas estuvieran de acuerdo. Spínola no era, a pesar del respeto que les merecía, la persona que más confianza inspiraba a los artífices del golpe, ya imbuidos de un espíritu revolucionario que pronto se empezaría a revelar.
Sin embargo, al conocer la propuesta, Otelo y los compañeros que le rodeaban en el puesto de mando se dejaron llevar por el pragmatismo y accedieron salir de la situación cuanto antes. A las seis menos cuarto, el salazarismo cerraba su triste historia.
La rebelión había triunfado sin víctimas y casi sin oposición violenta. Solo en el acuartelamiento de la PIDE, rodeado de gente enardecida, la odiada policía política mostró una actitud suicida de resistencia. Algunos de sus miembros dispararon ráfagas desde las ventanas sobre los indefensos manifestantes. Aquellos disparos causaron tres víctimas, el contrapunto trágico de una jornada pacífica y, en el resto de su balance, marcada por el entusiasmo.
Aquella misma madrugada los presos políticos fueron puestos en libertad. Mientras tanto, Marcelo Caetano y el presidente, Américo Thomaz , que había sido detenidos en su domicilio, fueron trasladados en un vehículo blindado al aeropuerto y luego en avión a Madeira. Unos días más tarde se les permitió abandonar el país y exiliarse en Brasil. En Portugal comenzaba un proceso convulso.

Problemas viejos y nuevos

Spínola inicialmente albergó pretensiones de mantener las estructuras del régimen derribado con la introducción de apenas algunas reformas. Para ello intentó sustituir la tradición personalista de Salazar y Caetano por un gobierno de concentración bajo la jefatura del jurista Adelino Palma Carlos. El ejecutivo incorporó a los líderes, recién llegados del exilio, del Partido Comunista, Álvaro Cunhal, como ministro sin cartera, y del Partido Socialista, Mário Soares, como ministro de Asuntos Exteriores, además del de un nuevo partido de corte liberal que se estaba creando, el abogado Francisco Sá Carneiro.
La experiencia duró poco. Todavía no habían transcurrido cuatro meses cuando, ante un nuevo intento de golpe, Spínola abandonó el poder y se refugió en la base española de Talavera la Real, en Badajoz. Fue sustituido en la presidencia de la República por el también general Francisco da Costa Gomes, más afín a las ideas revolucionarias del MFA.
En la jefatura del gobierno se sucedieron, en un clima permanente de inestabilidad, cinco gobiernos interinos, encabezados por el almirante José Pinheiro de Azevedo y el coronel Vasco Gonçalves. Este, vinculado al Partido Comunista, fue el principal avalista del proceso revolucionario que convertiría durante dos años a Portugal en miembro de la OTAN con un sistema colectivista estrechamente relacionado con la URSS. La situación se prolongaría hasta finales de 1975, cuando un nuevo golpe de Estado, acaudillado por sectores moderados del Ejército con apoyo de socialistas y socialdemócratas, propició la consolidación de la democracia parlamentaria.
Lo que podría considerarse como lo más positivo de aquella etapa de desequilibrio fue el punto final de las guerras de África. La descolonización llevó a la independencia a Guinea-Bissau, Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe, Angola y Mozambique, bien es verdad que sin imponer garantías democráticas a los nuevos gobiernos. En los cinco casos, el poder fue entregado a movimientos que habían luchado por la independencia bajo la influencia soviética, sin consultar la voluntad del resto de habitantes.
Los acontecimientos del 25 de abril y de los meses posteriores coincidieron con los momentos más tensos de la guerra fría. Estados Unidos y la Unión Soviética se disputaron en la sombra el dominio de un país vulnerable de gran importancia estratégica. Moscú contemplaba Portugal como un modelo para otros países de Europa y África, y Washington intentaba evitar que se escapara a su control.
Pero, sin duda alguna, donde la caída del salazarismo causó mayor preocupación fue en España. Franco y sus acólitos debatieron la situación del país vecino y renunciaron a toda tentación de intervenir. Se limitaron a reforzar la seguridad fronteriza y a vigilar más estrechamente los movimientos en los cuarteles, donde empezaba a cobrar fuerza una organización clandestina que guardaba similitudes con el MFA, la Unión Militar Democrática (UMD), cuyos miembros fueron encarcelados.
Mientras el régimen franquista permanecía expectante y disimulaba su inquietud, millares de curiosos de toda España convertían Portugal en destino masivo de turismo político. Al ver lo que ocurría allí, los demócratas españoles comenzaron a soñar con protagonizar un milagro similar en casa. No sucedería exactamente así, pero la Revolución de los Claveles iba a ejercer una importante influencia indirecta en la transición española, que aún tendría que esperar dos años para arrancar.


Museu do Aljube "Resistencia e Liberdade"

Pablo Tata Alcántara
 25 abril 2020



Fachada del Museu do Aljube
 "Resistencia e Liberdade", en Lisboa
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Hoy se cumplen 46 años de la Revolución de los Claveles, la revolución portuguesa que acabó con 48 años de dictadura más larga de Europa Occidental y que estuvo a punto de llevar a su país hacia la transformación radical de la sociedad. La Constitución portuguesa de 1976, no lo olvidemos, definió a Portugal como un país en transición hacia hacia el socialismo. A pesar de nuestra relación de vecindad, conocemos muy poco sobre la dictadura portuguesa derrocada aquel 25 de abril de 1974.
Una de las cosas que podemos aprender en España de las políticas de memoria democrática en nuestro vecino peninsular es el Museo do Aljube, un antiguo centro de detención de presos políticos reconvertido en museo sobre el salazarismo, la PIDE, policía política portuguesa, la lucha contra la dictadura y la Revolución de los Claveles. Se encuentra en pleno centro de Lisboa y hoy justo se cumplen 5 años de su inauguración.

Aljube como centro de detención.

Aljube, palabra que viene del árabe, en castellano aljibe, significa pozo de agua, cisterna, pero también prisión o mazmorra. Desde la época romana e islámica de la ciudad, se tienen indicios de que en ese lugar había un edificio. Sin embargo, no será hasta la conquista cristiana de la urbe cuando se tenga certeza de que ahí ya había una prisión. Muy cerca de este lugar está situada la Catedral de Lisboa.
En 1558, a partir de órdenes del Arzobispado de la ciudad, es cuando se tienen las primeras informaciones fehacientes de que el Aljube se utilizaba como centro de detención y prisión de eclesiásticos. Había más cárceles de este estilo en Oporto, las Azores o Brasil.
Con el terremoto que sufrió Lisboa en 1755, que arrasó prácticamente toda la ciudad, el edificio sufrió una profunda remodelación. Con las revoluciones liberales y las desamortizaciones eclesiásticas, la cárcel de Aljube perdió su función en 1833. A partir de 1845, se convirtió en un presidio para mujeres.

Sala del museo dedicada a la revolución del 25 de abril

Con el ascenso del régimen de Salazar al poder, la instauración de la dictadura del “Estado Novo”, el Aljube de Lisboa se convirtió en centro de detención y prisión utilizado por la policía política del país (llamada primero Policía de Vigilancia y Defensa del Estado (PVDE) y a partir de 1945 Polícia Internacional e de Defesa do Estado, la temiblemente conocida PIDE) entre 1926 y 1965.
Esta policía llego a contar con 4.418 agentes en 1974 entre la metrópoli y las colonias. Fue la encargada de las miles de detenciones (solo entre 1936 y 1948 se produjeron 16.364) que se llevaron a cabo durante la dictadura contra los opositores a la misma, entre los que se encontraban comunistas, socialistas, anarquistas y otros opositores. Muchos de esos detenidos acabaron en el Aljube de Lisboa, a la espera de ser juzgados por tribunales militares. Se calcula que entre 15.000 y 20.000 personas fueron juzgadas entre 1933 y 1974 solo en Lisboa. Entre las celdas de dicho centro se practicaron todo tipo de torturas con total impunidad.
El 26 de enero de 1965, tras una manifestación de estudiantes y familiares de presos exigiendo la libertad de 50 universitarios que habían sido detenidos el día 21 frente al Aljube y después frente al Ministerio del Interior, se clausuró este lugar como centro de detenciones y tortura.

Aljube como museo y centro de memoria.

La PIDE fue abolida el mismo 25 de abril, después de que 100 soldados del Ejército Naval asaltaran las oficinas centrales en la capital y consiguieran su rendición. Una serie de fotos de los policías portugués siendo cacheados en calzoncillos sembrarían el pánico entre sus homólogos franquistas. De los 4.418 agentes que formaban la PIDE, 2.323 fueron juzgados por delitos de torturas y de participación en la represión de la dictadura y 344 fueron condenados, aunque con penas muy bajas la mayoría, que no sobrepasaron los seis meses. No obstante hubo algún policía que fue a condenado a 8 años de prisión por la gravedad de sus delitos. En estos años se han ido publicando diversos estudios sobre la policía política, como los trabajos de la historiadora Laura Pimentel y se han ido abriendo los archivos de la dictadura salazarista.
Fue a partir de 2013 cuando se tuvo la idea de construir en el antiguo centro policial un museo sobre la historia de la dictadura de Salazar, la represión del régimen y la lucha contra el mismo. El 25 de abril de 2015 fue inaugurado. El edificio cuenta con 6 pisos. En el piso -1 hay una sala donde están los vestigios arqueológicos que se encontraron en las excavaciones arqueológicas que se hicieron en los últimos años, restos romanos y árabes del lugar y una explicación sobre la historia del edificio antes de convertirse en prisión política durante la dictadura de Salazar. En la planta baja esta la recepción y las exposiciones temporales, que suelen abordar diferentes aspectos de la dictadura de Salazar o la oposición al régimen.
En el primer piso comienza la exposición permanente, con una muestra sobre la dictadura de Salazar, su llegada al poder y sus principales aspectos políticos. También sobre la lucha clandestina, las diferentes policías políticas y los tribunales militares. Hay fotografías, periódicos clandestinos, esquemas sobre la evolución de la PIDE, datos sobre los juzgados, paneles sobre los diferentes sectores sociales y organizaciones políticas que se oponían a la dictadura e incluso maniquís imitando una reunión clandestina y la impresión de panfletos.

Espacio dedicado a la memoria de la oposición democrática.

En la segunda planta se hace un recorrido sobre los centros de detención, las torturas policiales, las prisiones y campos de concentración y sobre la lucha dentro de las cárceles. Hay un panel donde se explican las diferentes torturas que realizaba la policía política, una exposición de lo que serían las celdas del centro de detención (también con maniquís dentro) y testimonios de alguno de los torturados, en formato vídeo. Hasta se puede ver un corto Quem e Ricardo? , de José Barahona, sobre las torturas de la PIDE.
En el tercer nivel termina la exposición permanente con unos paneles sobre las colonias que Portugal tenía en África y la lucha anti colonial en los llamados territorios de ultramar. Al final, un listado de los asesinados por el régimen salazarista y un panel lleno de claveles, en alusión a la revolución, además de fotografías de esos días posteriores al 25 de abril de 1974. Además, hay un centro de documentación con libros y manuscritos de la época de la dictadura de Salazar. En la última de las alturas hay una cafetería y un auditorio, donde se realizan conferencias y se presentan libros relacionados con esta temática.
Una de las salas del museo.


España, con una larga lucha por la recuperación de la memoria histórica debería tomar nota de lo que han hecho en el país vecino. Un museo en pleno centro de la capital del país, que explica, paso a paso, la historia política de la dictadura, las luchas contra ese régimen, la represión que sufrieron los que se opusieron a él, y que homenajea a todos los represaliados. Un buen ejemplo de lo que puede hacerse con los lugares de memoria de las dictaduras.


OBITUARIO

Otelo Nuno Romão Saraiva de Carvalho (Lourenço Marques, Mozambique; 31 de agosto de 1936-Lisboa, 25 de julio de 2021)​ fue un militar portugués y uno de los estrategas de la Revolución de los Claveles.

Fue uno de los capitanes del golpe militar que acabó en 1974 con la dictadura en Portugal y las guerras coloniales en África. Otelo Saraiva de Carvalho, uno de los capitanes del movimiento que acabó con la larga dictadura portuguesa en 1974, ha fallecido esta mañana en Lisboa a los 84 años. Nacido en Maputo (Mozambique) en 1936, fue uno de los delineantes del golpe militar que sepultó el régimen dirigido por António de Oliveira Salazar y continuado por Marcelo Caetano, acuñado con el eufemismo de Estado Novo (Nuevo Estado). Eso le catapultó de inmediato al podio glorioso que la historia contemporánea portuguesa ha reservado a los protagonistas de la Revolución de los Claveles, pero Saraiva de Carvalho acabaría relacionado con otro episodio histórico bastante menos glorioso: la organización terrorista de extrema izquierda, Forças Populares (FP-25), responsable de una docena de muertes. Aunque él siempre negó su papel en el grupo (achacó las acusaciones a maniobras del Partido Comunista), acabaría condenado por los tribunales portugueses y cumpliría cinco años de prisión. Finalmente fue amnistiado en 1996 por la Asamblea de la República (el Parlamento) junto los miembros del grupo FP-25 que no tenían delitos de sangre, en una iniciativa que había partido del presidente de la República, Mario Soares.

La noche del 24 de abril de 1974 Otelo Saraiva de Carvalho se encerró con otros seis oficiales en el puesto de mando clandestino de A Pontinha, de Lisboa. “Corrí las cortinas para aislarnos del exterior”, revivió el protagonista en una conversación con EL PAÍS en 2008, “carecíamos de provisiones, Nos alimentaba la esperanza y la emoción. No dormimos. Los periodistas nos llamaron los hombres sin sueño”. Él, que siempre había soñado con ser actor y que acabó haciendo carrera militar por recomendación de su abuelo, creía que esas noches desempeñó el mejor papel de su vida:
 “Fui el autor del guion, del decorado, el protagonista, el director y no necesitaba apuntador”.

La revolución se saldó sin derramamiento de sangre. Algunos de sus momentos se convertirían en iconos del pacifismo: los fusiles con claveles, la canción de José Afonso (Grándola, vila morena) emitida por Radio Renascença como aldabonazo del golpe y, lo más trascendental, el fin del imperio colonial portugués y de las guerras africanas desplegadas por el régimen, que había sido el gran acicate de la sublevación de los oficiales.

En el país que revolucionaron Saraiva de Carvalho y otros capitanes no se podía usar la palabra sociología por su parecido con socialismo. El movimiento fue una operación urdida y desplegada desde el ámbito militar, que la población civil apoyó con entusiasmo una vez consumada. 
“La de 1974 es una insurrección de las bases del ejército contra la política colonial, por un lado, y por la situación interna del propio ejército, por otro. Yo tenía amigos de izquierdas entonces y ninguno sabía que iba a ocurrir. Era algo dentro de los cuarteles. Lo que fue extraordinario fue el Primero de Mayo de 1974, cuando todo el pueblo salió a la calle. Pero una cosa es estar contento con lo ocurrido y otra haber luchado para que ocurriese”, señalaba la pasada semana en una entrevista a EL PAÍS la socióloga e historiadora Maria Filomena Mónica.

Saraiva de Carvalho, que sería detenido varios meses por el golpe militar, se presentó a la presidencia de la República en dos ocasiones sin lograr apoyo suficiente. Su mayor cota de popularidad se dio 1976, en los primeros comicios democráticos tras la dictadura, cuando fue el segundo candidato más votado con el 16% de los votos. El paso de los años no le suavizaron el discurso ni su visión política. En 2012 llegó a defender la intervención del ejército para derribar el Gobierno por la pérdida de soberanía nacional (eran los días en que la troika comunitaria aplicaba el bisturí de hierro a la economía portuguesa).
Fue un hombre que pareció buscar lo imposible y resignarse a lo aceptable. Su muerte, en el hospital militar de Lisboa, no fue negociable, como él mismo anticipaba con bromas en una conversación en la revista Visão en 2020 tras haber superado una crisis cardíaca: 
“Mira, siempre pensé que duraría hasta los 100 años, pero estoy viendo que, por este camino, no será posible ni negociable”.




Marcelo das Neves Alves Caetano —escrito en ocasiones Marcello— 



(Lisboa, 17 de agosto de 1906-Río de Janeiro, 26 de octubre de 1980) fue dictador de Portugal entre 1968 y 1974. Político, profesor e historiador portugués, con la Revolución de los Claveles que le derrocó se dio por terminada la etapa del Estado Nuevo.

Biografía

Se licenció en derecho en la Universidad de Lisboa, y se doctoró en 1931. En esos años se dedica a la docencia y a la redacción de textos legales, presentando en 1934 el proyecto de Código Administrativo (que regula todos los aspectos de la administración municipal: el orgánico, el financiero, el personal y el contencioso), código que fue aprobado ese mismo año. En 1937 publica la primera edición de su Manual de derecho administrativo, que en vida de su autor conocería diez ediciones (la última en 1973), todas diferentes y mejoradas. Asimismo, presidió en 1939 la comisión que revisó el Código Administrativo y publicó uno nuevo.
Su carrera política comienza en 1940. Siempre ligado a los círculos políticos de la derecha, apoyó el régimen salazarista y ocupó cargos importantes en el Estado Nuevo como el de comisario de la Juventud, ministro de las Colonias, presidente de la Cámara Corporativa y ministro de la Presidencia hasta 1958, cuando una importante crisis política provocó su destitución por parte del autoproclamado primer ministro, el dictador António de Oliveira Salazar.
Tras haber jurado no volver a la vida política y habiendo pedido su exclusión del Consejo de Estado, del que era titular vitalicio (no explica en sus memorias por qué razón), en 1968, a raíz de la retirada de Oliveira Salazar, aquejado de graves problemas de salud que lo incapacitaban para tareas de gobierno, volvió al Consejo de Estado y acabó por ser nombrado presidente del Consejo de Ministros. Como sucesor de Salazar, mantuvo una política continuista con respecto a su antecesor,​ a pesar de haber adoptado el emblema "Evolución en la continuidad".​ 
Con la intención de distanciarse de la época anterior, llevó a cabo una serie de tibias reformas, como fue la disolución de la Policía Internacional y de Defensa del Estado (PIDE) y su sustitución por la Direcção-Geral de Segurança (DGS).​ El 25 de abril de 1974 es destituido por el ejército en el marco de la Revolución de los Claveles, que acabó con la dictadura en Portugal.
En pocas semanas los militares, tras trasladarle a Madeira donde estuvo pocos días, le permitieron junto a otros colaboradores trasladarse a Brasil. El hecho de que todo el proceso se realizara con secretismo y de espaldas tanto a los partidos como la opinión pública, generó suspicacias. Pronto empezó a trabajar como catedrático universitario y pocos meses después escribió Testimonio, donde defiende su obra y señala a los que consideraba responsables de su caída.

Posteriormente sentenció:

Sin las posesiones de Ultramar estamos reducidos a la pobreza, o sea, a la caridad de las naciones más ricas, por lo que es ridículo seguir hablando de independencia nacional. Para una nación que estaba en vísperas de transformarse en una pequeña Suiza, la revolución fue el principio del fin. Nos quedan el sol, el turismo, la pobreza crónica, la emigración en masa, y las divisas de la emigración, pero solo en tanto que duren.
Las materias primas las tendremos ahora que comprar a las potencias que se apoderaron de ellas, al precio que los magnánimos vendedores tengan a bien establecer.

Tal es el precio que los portugueses tendrán que pagar por sus ilusiones de libertad.
Marcello Caetano
Murió en 1980 en Río de Janeiro, donde está enterrado, manifestando su deseo de no regresar jamás a Portugal. El Gobierno portugués le había retirado todo derecho a jubilación como catedrático de la Universidad de Lisboa y le había prohibido entrar en su territorio.

Carrera universitaria

Sus méritos de intelectual y profesor de Derecho no deben ser oscurecidos por su participación en el régimen dictatorial. Fue el creador del moderno derecho administrativo portugués, cuya disciplina sistematizó y ordenó; influyó a varias generaciones de juristas y también de gobernantes. Fue profesor de Derecho Constitucional y también aquí dejó la misma influencia a los venideros (se estudiaron, por primera vez desde un punto de vista jurídico y sistemático, los problemas de los fines y funciones del Estado, de la legitimidad de los gobernantes, de los sistemas de gobierno, etc.). 
Fue también un historiador del derecho de méritos poco igualados, especialmente de la Edad Media portuguesa; sus estudios sobre las Cortes de 1254 y 1385 continúan siendo referencia. Además, su pasatiempo de historiador se revela en cada manual de las disciplinas dogmáticas en que son constantes las referencias históricas y eruditas sobre cada asunto. Murió poco tiempo antes de ser publicado el primer y único volumen de su Historia del derecho portugués (que abarca desde antes de la fundación de la nacionalidad hasta el final del reinado de Juan II de Portugal, en 1495).


Memoria de las guerras coloniales africanas en Portugal y España

El pasado colonial africano del siglo XX fue muy importante en la  historia CONTEMPORÁNEA de España y Portugal.

Imperio portugués.

Portugal contó en África con unos extensos territorios, acumulando una superficie comparable a la de otras potencias coloniales como Italia, Alemania o Bélgica; aunque muy lejos de los grandes imperios británico y francés. Por el contrario  España, solo pudo ejercer su soberanía en unos pocos territorios de escasas dimensiones y entidad, haciéndose cargo de algunos de ellos más por respetar acuerdos internacionales que por un verdadero afán colonizador (Bachoud 1988, 54).

 En el gran reparto colonial áfrica que se reguló en la Conferencia de Berlín de 1884-1885 los portugueses afirmaron su dominio sobre Angola y Mozambique, a lo que se sumaban las pequeñas colonias de Santo Tomé y Príncipe, Guinea-Bissau y Cabo Verde (Pélissier 2006).
 
Los españoles, por su parte, se limitaron en la Conferencia de Berlín a afirmar su dominio sobre Guinea Ecuatorial, donde la presencia española databa de 1778, y  actual Sahara Occidental. Este último fue incorporado sobre la marcha gracias a una expedición ad hoc del militar y arabista español Emilio Bonelli (Zaragoza, 7 de noviembre de 1854-Madrid, 1926, fue un militar, autor y africanista español). 

Similitudes y diferencias entre los colonialismos ibéricos en África.

 La primera diferencia importante, como ya se señaló en la introducción, fue de magnitud. Los territorios portugueses tenían más de 10 millones de habitantes a mediados del siglo XX, mientras que los españoles apenas superaban el millón, cifra que quedó reducida a unos 400.000 tras la independencia de Marruecos en 1956. Además, la importancia social y económica de los territorios portugueses fue considerablemente mayor, en buena medida por la existencia de una verdadera colonización, mientras que en los territorios españoles primó claramente la ocupación militar y la presencia de colonos fue muy reducida (Albet i Mas 1999). 

Dentro de los dominios españoles en África el que tuvo una situación más similar a la portuguesa fue el de Guinea Ecuatorial, bastante desconocido por su escaso tamaño y relevancia, predominando más en la sociedad española el olvido que la memoria histórica colonial, a diferencia de Indias orientales y occidentales españoles. (Nerín 1997).

Otro aspecto que marca una diferencia clave es la importancia simbólica del imperio colonial en cada caso. Para el régimen de Salazar fue un elemento absolutamente central, hasta el punto de que estaba indisolublemente ligado a él. En el caso del FRANQUISMO, el papel de las colonias fue más secundario, y desapareció después de que Marruecos se independizase en 1956. No obstante, el que los principales líderes del régimen franquista  hubiesen alcanzado fama y prestigio como oficiales coloniales fue un elemento que amplificó su vertiente colonial, y llevó a que se utilizase mucho propaganda.

 Estado Novo

 Algunos autores han llegado a definir al Estado Novo como una “dictadura colonial” (Loff 2007; Pimenta 2013), al haber nacido con el objetivo de conservar el patrimonio colonial portugués frente a los deseos extranjeros, y de convertirlo en un gran imperio. El control metropolitano fue tan absoluto que nunca se procedió a integrar en el poder las poblaciones ocupadas, como hicieron franceses o británicos, y también fue evidente la marginación de las élites criollas respecto al poder (Alexandre 2006, 11). 
 La ideología del régimen fue colonialista hasta sus últimas consecuencias, y la dictadura no podía sobrevivir al imperio portugués. Al contrario, en el caso español el abandono de Marruecos en 1956 no supuso mayores problemas políticos, económicos o prestigio nacional. 

El nacionalismo colonialista portugués en el que se basó el Estado Novo no era nuevo, pues hundía sus raíces en el siglo XIX, aunque nunca se había potenciado tanto. El colonialismo se consideraba en la esencia misma de la nación portuguesa, con un acto colonial de 1930 que afirmaba que era parte “da essência orgânica da nação portuguesa desempenhar a função histórica de possuir e colonizar domínios ultramarinos e de civilizar as populações indígenas que neles se comprendem”.
 Con estos planteamientos, era lógico que el Estado Novo intentase desde el primer momento producir una imagen positiva sobre el imperio, capaz de movilizar a la sociedad.

En Portugal, la doctrina integracionista de colonias a Portugal, surgió en la década de 1950, y tuvo un fuerte peso hasta 1974, aunque no era compartida por importantes figuras del régimen como Armindo Monteiro, Adriano Moreira o Marcelo Caetano. En 1951 Salazar integró constitucionalmente en la nación las colonias con la denominación de provincias ultramarinas, revocando el Acto Colonial de 1930 (Silva 2019, 159 ss.).
 Se defendía que la nación portuguesa era una del río Miño hasta Timor, y que la colonización portuguesa era propensa al mestizaje y a la mezcla de culturas. Portugal era definido como un territorio pluricontinental y plurirracial, y se integraron las teorías del luso-tropicalismo formulado por el brasileño Gilberto Freyre.
 La imagen idílica de unos territorios ultramarinos que eran parte del Estado y en los que no había trazas de racismo fue un escudo frente a las presiones internacionales, aunque poco eficaz (Pimenta 2013, 192).

Final del imperio.

En solo dos años, 1974 y 1975, coincidieron los finales de sus territorios coloniales. Pese a la casualidad cronológica, apenas existe vinculación entre ambos procesos, que siguieron caminos muy separados. Mientras en el caso portugués fue el conflicto colonial el que provocó  el fin de la dictadura. 
 España, la escasa población española de los territorios coloniales limitó mucho el impacto a diferencia del caso portugués, el puente aéreo de 1975, especialmente con Angola y Mozambique, fue un éxodo con ciertas semejanzas al de los franceses en Argelia (Ribeiro 2018, 334), y que tuvo un considerable impacto en la memoria colectiva portuguesa.

Dos historias de las  guerras coloniales

La colonización de África durante el siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX se topó con la resistencia de los pueblos nativos, provocando constantes conflictos militares. España y Portugal participaron de este proceso y la presencia de ambos Estados en el continente estuvo lleno de episodios bélicos. España apenas desarrolló un colonialismo efectivo en el siglo XIX, y tanto Guinea Ecuatorial como el Sahara Occidental fueron territorios relativamente pacíficos.
 No obstante, se enfrentó a un destacado conflicto en Marruecos, la conocida como Guerra de África de 1859-1860. Fue una contienda que duró alrededor de cuatro meses y de consecuencias limitadas, entre las que destacó la ocupación de Tetuán durante dos años. Aunque la victoria española no supuso avances territoriales, el conflicto se recordó sobre todo por la oleada de patriotismo generada a su alrededor, y caracterizada por una ausencia de oposición visible que no se volverá a producir en guerras posteriores. Lo sucedido en 1893, por su parte, no pasó de un incidente fronterizo que apenas puede ser calificado como guerra, pero que devolvió la atención de la opinión pública española a los asuntos de Marruecos, que tenía muy olvidados. 

En Portugal las campañas africanas del XIX adquirieron una notable relevancia a partir de 1895, cuando se apostó por una mayor agresividad y una conquista más directa del territorio. Se extendieron por diversas áreas de Angola y Mozambique, y en ellas se hicieron populares militares como Mouzinho de Albuquerque, Paiva Couceiro o Caldas Xavier, que consiguieron acabar con múltiples revueltas tribales y derrotar al Imperio de Gaza (Pélissier 2006).
La caída de este último en 1895, con la captura de su líder Gungunhana, es uno de los momentos más recordados del colonialismo portugués decimonónico.

Guerra del Riff

Con Portugal todavía consolidando sus grandes colonias africanas, en 1909 comenzaba para España su principal conflicto colonial en África, una campaña en Marruecos que, en varias fases, mantendría el territorio en una guerra casi continua hasta 1927, y que supone un elemento clave para entender el siglo XX español. La caída del régimen de la Restauración en 1923 o la propia Guerra Civil no se explican sin la influencia de la presencia militar en Marruecos (Nerín 2005). 
Además, episodios bélicos como el desastre de Annual (1921) o el desembarco de Alhucemas (1925) se hicieron un hueco muy marcado en una sociedad española que había tenido que hacer una sustanciosa “contribución de sangre” a través del servicio militar obligatorio. En esa etapa, el conflicto más destacado en el África portuguesa no fue colonial, sino imperialista, al combatir contra Alemania en el marco de la Gran Guerra (Barroso 2018).

Guerra independencia 

Desde mediados del siglo XX las guerras de colonización de España y Portugal dejaron paso a guerras de liberación. El proceso descolonizador de los territorios españoles fue infinitamente más pacífico que el de los portugueses. El único conflicto destacado al que se tuvo que enfrentar el régimen franquista fue la conocida como Guerra de Sahara-Ifni, que tuvo lugar en 1957 y 1958. 

Mientras tanto, para Portugal la guerra colonial desde 1961 hasta 1974 se saldó con unos 8.300 muertos y cerca de 28.000 heridos y mutilados (Pinto 1999, 75-78).  Son unas cifras moderadas si tenemos en cuenta la duración del conflicto y su dureza, pero su impacto sobre la sociedad portuguesa fue enorme. 

Especialmente por el volumen del contingente movilizado. Portugal hizo proporcionalmente cinco veces más esfuerzo que Estados Unidos en Vietnam (Cann 1997, 106), llegando a participar en la guerra entre el 7 y el 10% de la población portuguesa. La ausencia de una colonización efectiva en el caso español fue sin duda un factor que limitó notablemente los efectos de la independencia de sus territorios. Dejar desvalidos a los colonos fue una de las grandes problemáticas de los procesos descolonizadores, y esfuerzos como los de Francia en Argelia o Portugal en Angola se entienden mejor teniendo en cuenta la presión que suponían para la metrópolis sus ciudadanos allí asentados.

Si en el caso español la guerra se circunscribió a un marco geográfico y temporal muy concreto,y pequeño, en caso  portugués fue al contrario, con trece años en los que se vieron afectados todos los principales territorios coloniales portugueses. En Angola destacaron las guerrillas del FNLA, el MPLA y la UNITA, que atravesaron distintas crisis pero consiguieron mantener el esfuerzo militar desde una posición casi siempre precaria. En Mozambique las milicias más relevantes fueron las de la FRELIMO, especialmente desde 1972-1973, cuando mejoraron enormemente su capacidad militar y lograron realizar incursiones en áreas de colonos blancos, que incrementaron mucho las repercusiones internacionales.

 En Guinea Bissau el PAIGC de Amílcar Cabral comenzó la lucha en 1962, convirtiéndose en uno de los movimientos más eficaces y estables de lucha contra el colonialismo portugués, logrando una declaración unilateral de independencia en 1973 reconocida por más de 70 Estados (Pereira 2002). 
En estos reconocimientos se percibe uno de los grandes problemas de Portugal, apenas perceptible en el caso español, que fue el del descrédito internacional de los años setenta, patente en hechos de tanto impacto como la recepción del papa Pablo VI a miembros de la FRELIMO, el MPLA o el PAIGC; las denuncias de misioneros o el impacto que tuvo en la prensa británica la masacre de Wiriyamu, en Mozambique (Dhada 2018). 
La comunidad internacional se fue poniendo cada vez más del lado de los movimientos de liberación, haciendo más insostenible la situación de Portugal.

Memorias de guerras pasadas

En Portugal el ejército se había preocupado desde finales del XIX por fortalecer su memoria colectiva en sociedad. Era una época revolucionaria y buscaba reforzar su papel, centrándose en sus glorias para ofrecer, tanto hacia sí mismo como hacia fuera, una imagen de elemento central de la patria. Con el Estado Novo, objetivos como estos se buscaron más que nunca desde el poder, y así por ejemplo se publicaron diversos libros que ensalzaban las acciones militares portuguesas, con objetivos claramente nacionalistas. 
Obras como Portugal Militar, de Carlos Selvagem, o História do Exército Português, de Ferreira Martins, son buenos ejemplos. En este tipo de trabajos centrados en lo militar el elemento colonial solía estar presente, aunque a menudo de forma secundaria. No obstante, se promocionaron obras más específicas sobre esta temática, como la colección Pelo império, de la Agência Geral das Colónias, que centrándose en biografías de las grandes figuras de la colonización trataba de reforzar la sensibilidad de la sociedad hacia la misma (Léonard 1999, 24-26). 
Además, el Estado Novo usó los mecanismos propagandísticos a su disposición para reforzar ciertos nombres, lugares y momentos en la memoria colectiva. El “glorioso” pasado colonial serviría como elemento de identidad nacional. A través de libros como los anteriormente citados, manuales escolares, congresos de temática colonial, exposiciones, películas, documentales, programas de radio, concursos literarios e incluso cruceros de estudiantes a las colonias se potenció ese pasado colonial y se ligó con el presente (Neto 2018; Pimenta 2013).

Las figuras de las guerras coloniales de finales del XIX, que ya ocupaban un lugar destacado en la historia portuguesa, como Mouzinho de Albuquerque o Caldas Xavier, se convirtieron en grandes héroes. Especialmente Mouzinho de Albuquerque fue reivindicado como una gran figura patria, destacándose aspectos como su coraje, inteligencia o linaje (puesto que ser de una familia antigua y noble parecía explicar en parte sus virtudes).
En 1955, coincidiendo con el centenario de su nacimiento, se hicieron muchas conmemoraciones y publicaciones, en las que se destacaba su liderazgo, el ser un orgullo por su misión colonizadora y su papel en el imperio. Para darse una idea de su trascendental papel en el Estado Novo basta con decir que se publicaron 29 obras sobre él entre 1893 y 1909, únicamente 8 entre 1910 y 1925, y nada menos que 118 entre 1926 y 1974, la mayoría de ellas entre 1930 y 1958.
 Además en 1967, en plena guerra colonial, fue designado patrón de la caballería portuguesa, lo que demostraba el interés por usar los referentes del colonialismo pasado en el actual. Otros nombres destacados fueron Teixeira Pinto, Artur de Paiva, Alves Roçadas, Pereira de Eça, Paiva Couceiro, Freire de Andrade o el teniente Aragão. Sus nombres se pusieron muy en contacto con la sociedad civil de diversas formas, incluyendo topónimos (fue muy habitual darles sus nombres a calles), estatuas y conmemoraciones.

En el caso de España, aunque las guerras no suponían el mejor aval para las teorías de la colonización ejemplar o del hermanamiento entre españoles y marroquíes, fueron fundamentales para ensalzar al ejército y legitimar la presencia española en Marruecos. 
Por ejemplo, en los manuales escolares del franquismo de los primeros años las campañas en Marruecos del XIX y XX se catalogaron como “muy populares”, justificándolas en aspectos como los ataques sufridos al honor y la bandera, demostración de nacionalismo exacerbado, o los ataques a obreros, demostración de solidaridad vertical (Castillejo Cambra 2008, 375).

 Se consideraba que estas campañas habían servido para mostrar la vitalidad del ejército, mientras que los políticos liberales y marxistas habían sido los responsables de los desastres, los primeros por incompetencia y los segundos por “envenenar” a soldados y población civil para ponerlos en contra de la lucha. La situación fue cambiando progresivamente, y con posterioridad a 1956 ya fue habitual encontrar referencias al de Marruecos como un “asunto desgraciado” o un “gasto de vidas y dinero”.

Alrededor del colonialismo español en general y de las guerras en particular el régimen creó su propio discurso, caracterizado por ideas como la misión civilizadora, la ética europea considerada de validez universal, el heroico honor nacional y la encomienda divina. Este último, a pesar de la orientación fuertemente católica del  Franquismo, estuvo poco ligado a la idea de evangelizar, que se había ido perdiendo en el XIX y que está casi ausente en el XX (salvo respecto a Guinea Ecuatorial), lo que supone una notable diferencia con el caso portugués, ya que el Estado Novo recuperó con mucha intensidad la vocación cristiana de los portugueses a la hora de civilizar y evangelizar. 
Otra diferencia notable es la intensidad del militarismo en el caso español, no solo relacionada con el mayor peso del ejército en la dictadura, sino también con un colonialismo castrense.  Se puede afirmar que en Marruecos el ejército “era el mismo Estado” (Losada Málvarez 1990, 186), y consideraron el Protectorado una obra suya, tanto por haber conseguido su “pacificación” como por dotarlo de una estructura eficaz.

La principal campaña del XIX, la Guerra de África de 1859-60, se ensalzó notablemente, y en el discurso militar ritualizado de la época nombres centrales como los del general Prim, las batallas de los Castillejos y Wad-Ras o los Voluntarios Catalanes ocupaban un lugar comparable al de glorias de la época de esplendor del imperio como Hernán Cortés, Lepanto o los Tercios de Flandes (Álvarez Junco 2001, 512). 

Juan Prim y Mouzinho de Albuquerque fueron las principales figuras en cada país de las guerras del XIX, mientras que de las del XX para la dictadura española el general Franco será absolutamente indiscutible. En el caso portugués, la ausencia de conflictos coloniales de verdadera entidad entre 1905 y 1961 propició que entre los principales militares del régimen no hubiese muchos curtidos en la guerra colonial, y además el perfil más burocrático del régimen salazarista hacía mucho menos habitual la presencia de militares en el Gobierno que en el caso español, donde fueron los claros dominadores, especialmente durante sus primeros años.

La carrera militar de Franco se forjó en Marruecos, pero también la de la mayoría de los mandos más destacados de su ejército en la Guerra Civil, así como cuerpos de gran importancia militar y simbólica como la Legión y los Regulares.
 Por ello, es comprensible que la larga guerra del Rif (1909-1927) se convirtiese en el conflicto más importante en la memoria del franquismo por su importancia en el apuntalamiento mitológico e ideológico del régimen (Balfour 2022, 15). Dentro de esta guerra se recordaron sobre todo el terrible desastre de Annual de 1921 y el victorioso desembarco de Alhucemas de 1925.

 Mientras el primero sirvió a la dictadura para poner de relieve los problemas de la política liberal española, el segundo se utilizó para ensalzar la dictadura de Primo de Rivera y a su líder, por haber logrado restablecer el “orden social” y vencer una guerra contra la que los gobiernos de la Restauración habían sido ineficaces. La labor propagandística se combinó con una censura que permitió sepultar perspectivas que no eran del gusto del régimen. 
Así sucedió en literatura con referentes como El blocao (1927), de José Díaz Fernández, Imán (1930), de Ramón Sender o La forja de un rebelde (1941-1944), de Arturo Barea. 
En su lugar se promocionaron lecturas afines al franquismo y a sus postulados, como Annual (1946), de Francisco Camba, militarista y de exaltación patriótica; o Diario de una Bandera (1922), escrito por el propio Franco, que sirvió para fomentar la imagen del Caudillo como soldado-escritor-salvador de la patria, un hombre completo física, mental y espiritualmente (Viscarri 2004, 77).

Otro aspecto muy interesante de la memoria de estas guerras es la visión del enemigo, cuyo análisis era comprometido, pues había motivos para no demonizarlo como la defensa de la obra protectora y de la presunta harmonía entre colonizadores y colonizados. En el caso español también se sumaba el apoyo que los marroquíes habían prestado durante la Guerra Civil, y que hacía conveniente un mayor respeto que el de las tradicionales versiones peyorativas del moro. 
En el caso portugués la visión del negro como incivilizado fue omnipresente, compartida en España, pero escasa por el reducido peso de Guinea Ecuatorial. Naturalmente, elementos peyorativos asociados a la incultura y salvajismo estuvieron también muy presentes en relación a la imagen del moro, pero ésta no era tan intensa.

Guerra colonial portugués.

Aunque durante años las guerras coloniales fueron cosa del pasado para la dictadura portuguesa, en 1961  la cuestión colonial volvió a tornarse violenta, y pusieron en funcionamiento sus maquinarias generadoras de discurso, intentando así controlar una memoria colectiva que se iba formando y que a veces escapaba de los deseos oficiales.  Para el Estado Novo, pues su conflicto ponía en cuestión al propio sistema, aunque no llegó a haber una conciencia colectiva de crisis. 

La labor de la dictadura en educación y propaganda había dado frutos enraizando la mística imperial, que permitía entender la necesidad de luchar y ensalzar la labor del ejército. De hecho, en 1961 había un cierto consenso social sobre la necesidad de defender el imperio. No obstante, había focos de oposición, destacando los comunistas e incluso sectores del ejército, como demostró la Abrilada (intento de golpe de Estado dirigido en 1961 por el entonces ministro de Defensa, el general Botelho Moniz), claramente opuesta a una guerra colonial que comenzaba en un año en el que se habían independizado 17 países africanos.

 Aun así, esta perspectiva fue minoritaria y hasta 1972 no se aprecia un claro descontento en el seno del ejército, algo extrapolable al resto de la sociedad portuguesa, para la cual las contradicciones de la lucha por el imperio no se hicieron visibles hasta después de muchos años de guerra.

Se considera el comienzo de la guerra la revuelta en el norte de Angola en febrero-marzo de 1961, que incluyó matanzas de blancos con las que el Estado Novo llevó a cabo la mayor operación de propaganda de toda la guerra, aprovechando el impacto de las fotografías para enardecer a la sociedad portuguesa contra los rebeldes y justificar el esfuerzo militar. El discurso de Salazar en abril, “Para Angola, rapidamente e em força”, fue otro referente simbólico importante, que caló en esa sociedad moldeada por los valores del régimen, y que aceptaba el sacrificio para defender la integridad de la nación. No obstante, esta propaganda tenía problemas por su incompatibilidad con las versiones idílicas del colonialismo portugués, aunque ello no impidió que la concepción del excepcionalismo se mantuviese e incluso creciese durante los años de la guerra.

Entre 1972 y 1974 Portugal fue viendo como crecía su aislamiento internacional, con más países reconociendo la independencia de sus colonias, lo que repercutió en el interior, donde la imagen de la guerra era cada vez más negativa. Un buen ejemplo fue el impacto de la masacre de Wiriyamu (Mozambique), que el régimen no logró ocultar, especialmente tras la detallada crónica del sacerdote jesuita Adrian Hastings, publicada en The Times justo antes de la visita de Marcelo Caetano a Londres para celebrar los 600 años de alianza anglo-portuguesa (MacQueen y Oliveira 2010).
 Pese a todo, Portugal nunca asumió la responsabilidad por la masacre en que un grupo de comandos arrasó un poblado causando entre 150 y 300 muertos. 
 Esto fue algo común a los conflictos de ambos países, como se desprende fácilmente de muchas de las memorias publicadas, pero este tipo de testimonios no pudieron ser difundidos hasta la caída de  Estado Novo.


Las guerras coloniales portuguesas desde 1961, como afirmó René Pélissier (2003, 157), no tuvieron “batallas decisivas” ni “oficiales victoriosos”. Por eso no se proyectaron hacia el futuro nombres y vivencias de grandes hombres. En la memoria colectiva portuguesa que se va forjando de esas guerras no aparecieron grandes héroes nacionales. No hay figuras comparables a los generales Francisco Silveira o Bernardo de Sepúlveda, de la guerra contra los franceses; o a los ya señalados protagonistas de las guerras coloniales de finales del XIX.

 Incluso la Primera Guerra Mundial, de infausto recuerdo en Portugal por la destrucción de una división en la batalla de La Lys, dejó para la memoria un gran héroe nacional como el soldado Milhões. Lo que sí hay es una cierta mitificación del Regimiento de Comandos, una unidad fundamental en la memoria de la guerra colonial, que recuerda en muchos aspectos lo que sucedió con la Legión Española durante la Guerra del Rif (símbolos propios, ultranacionalismo, masculinidad, valor del grupo por encima del individuo, etc.).


El fin de la guerra para Portugal, todo terminó: guerra, imperio y dictadura. En este contexto se publicaron muchos ensayos analizando el proceso, la mayoría muy políticos y con deseos de dar una determinada visión, a menudo legitimando lo que había sucedido. Por otra parte, la literatura memorialística comenzó más lentamente, siendo habitualmente muy personal y con frecuencia también politizada. 
En general, las visiones más críticas tardaron en aparecer, aunque hubo excepciones como Ribeiro (1973), Almeida (1974) o Ferrão (1974). También destaca en 1977 la publicación del impactante Tortura na Colónia de Moçambique, 1963-1974, con testimonios de presos políticos del Estado Novo. 
A pesar de estas publicaciones, se puede hablar de un notable silencio y olvido de la guerra colonial en la memoria pública, algo contradictorio con los cientos de miles de testimonios de los que habían vivido el conflicto, que hicieron que la memoria social fuese mucho más rica. 

Aquí hay una gran diferencia con las guerras coloniales del XIX, en las que el Estado y el ejército habían fomentado una memoria pública de la guerra colonial con más repercusión que la memoria social.

El colonialismo español en África no terminó con una guerra, si no  con  La Marcha Verde de 1975 supuso la entrada “pacífica” de más de 300.000 marroquíes en territorio del Sahara Occidental, marcando el inicio de su anexión por Marruecos. Sahara era desierto y no era un territorio valiosos, era mas carga que un beneficio para España. Por eso, la conciencia colectiva española el abandono del Sahara Occidental sea un episodio relativamente olvidado en su historia.

Para Portugal, el final, del imperio, generó un impacto en la población, porque las consecuencias fueron mucho más palpables, como los cientos de miles de veteranos de guerra o de colonos retornados (Ribeiro 2018), la propia renuncia a un imperio que se había intentado atar con tanta fuerza a la metrópolis, o el alto nivel de violencia ejercida en la lucha colonial, que se convertiría en un pasado incómodo que todavía hoy no ha dejado de serlo.

Para Portugal el fin del imperio fue tragedia nacional, que no sea recuperado del todo, de gran potencia colonial se trasformo en país pequeño, en extremo de Europa, dependiente de dinero que subvenciona la unión europea.


Para terminar, una curiosa paradoja. En Portugal, la liberación de la dictadura “vino de África” en 1974, mientras que en España, fue la propia dictadura la que “vino de África” en 1936. Desde luego, es imposible entender el siglo XX de ambos países sin volver la vista al inmenso continente que siempre tuvieron al sur.




Macao, el fin  definitivo del imperio portugués.



 Viernes, 20 diciembre 2019 -El territorio, vecino de Hong Kong, celebra el 20 aniversario de su devolución a China.
En una pradera mundana del barrio lisboeta de Encarnação está la estatua ecuestre de João Maria Ferreira do Amaral, el gobernador de la colonia portuguesa de Macao que fue asesinado por una masa de súbditos enfurecidos en 1849.

Originalmente el monumento -que retrata al comandante momentos antes de su muerte a machetazos, con su bastón alzado para alejar a los nativos- no se levantó en esta zona obrera de la capital lusa, sino en aquel lejano territorio colonial, donde fue instalado en 1940 por orden del dictador António de Oliveira Salazar. El mandatario quería reafirmar el dominio portugués sobre Macao y esperaba que la figura en bronce mantuviese un ojo vigilante sobre los habitantes asiáticos para la eternidad.
Al final la estatua duró poco más de 50 años en su emplazamiento original ; en 1992 se desmontó y fue enviada de vuelta a Lisboa. Aquel viaje fue el preludio de un éxodo mayor: el que se produjo el 20 de diciembre de 1999, cuando la República Popular de China recuperó el control de Macao y se retiraron los líderes coloniales lusos, a quienes les tocó entregar ese último vestigio del Imperio Portugués.

Los navegantes lusos se establecieron en Macao a principios del siglo XVI y acordaron pagar un tributo a las autoridades chinas para mantener ese puesto comercial en el delta del río de las Perlas.

A diferencia de los británicos, los portugueses no emplearon la violencia y aceptaron la soberanía de Pekín hasta el siglo XIX, cuando se decidió aprovechar la debilidad de China para imponer un tratado en el que se cedía a Portugal la administración del territorio.
Ese estatus colonial se mantuvo hasta 1949, cuando la nueva República Popular comenzó a reclamar la devolución de Macao, algo inconcebible para Salazar, que sentía tanto aprecio por el Imperio luso como odio hacia los regímenes comunistas. El tema quedó aparcado hasta que se produjo la Revolución de los Claveles en 1975. Para aquel entonces Macao era una colonia deficitaria, y por ese motivo cuando las nuevas autoridades lusas se reunieron con sus homólogos chinos, no dudaron en ofrecer hacer con ese territorio lo mismo que se había hecho con las posesiones portuguesas en África: evacuarlo, sin más.
Para la sorpresa de los portugueses, los chinos rechazaron esa opción: no querían recuperar el control sobre la colonia con Mao Zedong moribundo. La situación no se resolvió hasta 1987, cuando se pactó una transición similar a la acordada para la retirada de los británicos de Hong Kong, y Pekín se comprometió a aplicar la política posterior de "un país, dos sistemas" hasta 2049 para garantizar la libertad de expresión, reunión y religión en Macau.
Como muestra de agradecimiento a los portugueses por su paciencia y buena fe en las negociaciones, Pekín accedió a que "la entrega" se realizara en 1999 -año y medio después de la salida de los británicos de Hong Kong- para que los portugueses pudiesen presumir de haber sido los primeros europeos en asentarse en Asia y ser los últimos en retirarse.
Así, aquella noche gélida de hace justo 20 años, las autoridades sinoportuguesas se reunieron para asistir a un concierto protagonizado por 422 niños macaenses, uno por cada año de presencia lusa en el territorio. Al llegar la medianoche sonó la Marcha de los Voluntarios, y con sus primeros acordes Macau se reincoporó a la Madre Patria a la vez que finalizaron cinco siglos de presencia portuguesa.
Aunque se auguró que muchos de los 420.000 macaenses huirían del territorio antes de la entrega, apenas se marcharon los funcionarios coloniales y algunos empresarios occidentales. Jorge Figueira tenía siete años en 1999, pero todavía recuerda cómo le impactó ver a las tropas del Ejército Popular de Liberación desfilar en Macau por primera vez.

"En los primeros días detuvieron a un montón de gente del grupo religioso Falun Gong y se rumoreó que las autoridades iban a atentar contra occidentales. Mis padres sintieron miedo y nos fuimos a vivir a Bali durante un par de años, pero volvimos al ver que las cosas estaban tranquilas".
Las tropas que espantaron a algunos fueron vistas como héroes por quienes esperaban que lucharan contra las mafias ligadas a los casinos locales. Si bien siguen existiendo el crimen organizado en la Región Administrativa Especial, hoy en día Macao es un sitio relativamente seguro y sorprendentemente pacífico: no hay rastro de protestas prodemocráticas que se han vivido en la vecina Hong Kong, que han sido condenadas por los residentes que no quieren estorbar las buenas relaciones con Pekín.
Mientras, en Lisboa, quienes se fueron con la administración portuguesa mantienen vivo el espíritu de la colonia desaparecida en la decena de restaurantes macaenses que existen en la capital. Entre el aroma de los camarones y jengibre de la sopa de lacassá, o el sabor temperado del arroz gordo, es fácil imaginarse de nuevo en aquella esquina de Oriente donde terminó el sueño imperial de Portugal.



En cuanto a los conflictos, los de España se concentraron en la zona norte de Marruecos, destacando los periodos 1859-1860, 1893, 1909-1927 y 1957-1958, siendo en este último la zona afectada la del Sahara Occidental y también el pequeño enclave de Ifni, en la costa marroquí. En el caso portugués, destacan sobre todo los años finales del siglo XIX y primer tercio del XX, especialmente la etapa 1895-1910, así como la larga y dura guerra entre 1961 y 1974, que afectó a prácticamente todo el imperio colonial portugués en África y terminó por acabar con él.


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