El Requeté (Carlismo); Masacre de Gaztelu a




Bandera de los carlistas.

El Requeté (Carlismo)  (cuyos integrantes eran llamados requetés o boinas rojas) fue una organización paramilitar carlista creada a principios del siglo XX​ que participó en la Guerra Civil Española, llegando a integrar a más de 60 000 combatientes voluntarios​ repartidos en 67 tercios​ que lucharon a favor del bando de los sublevados, con el objetivo de defender la religión católica y oponerse al marxismo.​ El nombre de la organización procedía del empleado por algunos batallones carlistas durante la Primera Guerra Carlista.

Historia

Los primeros cuatro batallones carlistas que se formaron en el otoño de 1833 al iniciarse la Primera Guerra Carlista recibieron apodos para distinguirse entre ellos, dada la ancestral costumbre existente en Navarra de dar mote a todo. Los motes de estos cuatro batallones fueron «Salada», «Morena», «Requeté» y «Hierbabuena». Sobre el extraño mote sin raíz «requeté», escritores contemporáneos dicen que, debido al pésimo estado en que se encontraba la vestimenta del tercer batallón tras las escaramuzas habidas a finales de 1833 en las montañas navarras cuajadas de matorrales, los de los otros batallones se reían de ellos y les cantaban: «Tápate soldado, tápate, que el culo se te ve».
 Los de este batallón tomaron a bien esta burla y la convirtieron en su canción. Pero al entrar en un pueblo, para no escandalizar a las mujeres, cambiaban la letra y cantaban: «Tápate soldado, tápate, que se te ve el requeté».6​ De acuerdo con un Diccionario de términos carlistas publicado en El Pensamiento Navarro en 1938, la palabra "requeté" tendría su origen en el tercer batallón de voluntarios carlistas de Navarra, favorito de Zumalacárregui por sus arrolladoras cargas a la bayoneta, cuya contraseña de cornetín se expresaba con las sílabas "re" - "que" - "te".

A principios del siglo XX varias organizaciones carlistas utilizaron esta denominación para ellas o sus publicaciones periódicas en distintos lugares de España: Cataluña, Aragón o Andalucía. Una de ellas fue fundada por Juan María Roma como una organización juvenil del carlismo en Cataluña en 1907. Tenía como órgano de expresión el semanario carlista manresano Lo Mestre Titas.
Bajo la dirección de Joaquín Llorens se convirtió a partir de 1913 en la organización paramilitar del carlismo siguiendo el ejemplo de los Camelots du Roi, la organización juvenil de extrema derecha de Acción Francesa.
Mantuvo escasa actividad en los años de la Primera Guerra Mundial, reactivándose en 1920 bajo la dirección de Juan Pérez Nájera y, sobre todo, tras la proclamación de la Segunda República Española, fundamentalmente en Navarra, donde había unos 10 000 requetés organizados. Inicialmente los requetés se mostraron indiferentes ante la nueva República, mostrándose más activos después de la famosa quema de conventos. De este modo, se encontraban motivados por la defensa de sus modos de vida tradicionales y su fe religiosa contra la persecución o amenazas que ejercían fuerzas de índole revolucionario.

Durante la II República.

En 1932 el coronel José Enrique Varela se hizo cargo de la jefatura de los requetés, a los que estructuró militarmente: desde la unidad básica, la patrulla, que se componía de cinco boinas rojas y un jefe, el requeté que formaba una compañía de 246 hombres y, por último, el tercio que estaba formado por tres compañías. Ricardo Rada se puso al cargo de la organización en 1935 y en julio de 1936 los requetés sumaban 30 000 hombres.
El 15 de abril de 1934, se celebró el Acto de Quintillo en Sevilla, que consistió en la presentación pública y desfile de la milicia armada carlista. En dicho acto, participaron 650 boinas rojas andaluces, uniformados e instruidos militarmente, que supuso una exhibición sin precedente a la que asistieron los dirigentes carlistas nacionales, para demostrar la fuerza que tenía el requeté fuera de sus feudos tradicionales.
Ante el clima de polarización cada vez más enconado en que vivía España, muchos derechistas buscaron en los requetés una garantía de su seguridad y del orden. Bien organizados y con todo un aparato logístico para apoyarse, incluyendo mujeres (margaritas) y niños (pelayos), estaban también muy motivados. Al llegar la República tenían cientos de guerrilleros con entrenamiento militar, pero incapaces de combatir por falta de armas.

En la Guerra Civil

Durante la Guerra Civil Española los tercios de requetés, que combatieron junto a Franco, tuvieron una actuación destacada, aunque sus mandos confiaban más en Mola, viéndose muy afectados por su temprana muerte.
​ En total se constituyeron 42 tercios:​ 10 compuestos por navarros, 8 por vascos, 8 por castellanos, 7 por andaluces, 6 por aragoneses, 2 por asturianos y 1 por catalanes. Una de las unidades carlistas más famosas y laureadas de la contienda fue quizás el Tercio de Nuestra Señora de Montserrat.​ Los nombres de todos ellos se encuentran grabados en las estaciones del via crucis de Montejurra. Se calcula que alrededor de 60 000 requetés participaron en la guerra civil y de ellos unos 6000 murieron.​ En su vasta mayoría eran campesinos de extracción humilde.

Esta milicia destacó por su españolismo y su religiosidad extrema. El requeté aragonés José María Resa describiría el ambiente de los primeros días de la guerra entre los boinas rojas de este modo:

«Por doquier se oían los fuertes ¡Vivas a Cristo Rey y a España! acompañados de nuestros himnos carlistas y todos los grupos eran portadores de la Cruz de Cristo y la Bandera Nacional. Allí estaban también nuestras mujeres, las Margaritas, en pie de guerra, alentándonos a todos para la victoria, al mismo tiempo que nos colocaban en el pecho detentes del Sagrado Corazón de Jesús, Escapularios y medallas de la Santísima Virgen».

Durante el conflicto los requetés entraron en todas las ciudades que se habían resistido a los carlistas en el siglo anterior (San Sebastián, Bilbao, Madrid, Barcelona, Pamplona) contribuyendo de manera decisiva a la victoria del bando sublevado. Aunque su organización política, la Comunión Tradicionalista, fue oficialmente disuelta por Franco tras el Decreto de Unificación, los requetés siguieron combatiendo.


«No era una leyenda: tiraron a mi tía embarazada y a mis seis primos en una sima»

Nati Zozaia, descendiente de los siete miembros de una familia desaparecida en 1936 en un pueblo navarro y cuyos restos acaban de ser descubiertos, confiesa a sus 84 años:

 «Llevo toda la vida esperando esto»

ALICIA DEL CASTILLO
12 de octubre de 2016

Han tenido que pasar ochenta años para que Nati Zozaia pueda decir bien alto: «No era una leyenda. Los tiraron a la sima. A todos: a mi tía (embarazada de siete meses) y a mis seis primos, como nos lo había contado mi madre». El pasado domingo se cerraba una página de la historia de este crimen al confirmarse que parte de un cráneo localizado en la sima de Legarrea, en Gaztelu -un pequeño pueblo del norte de Navarra- era el de Juana Josefa, la madre de la familia Sagardia Goñi, siete de cuyos miembros fueron arrojados a ese lugar un fatídico 30 de agosto de 1936, en plena Guerra Civil. A principios de septiembre ya se habían encontrado restos óseos de cuatro de los hijos, y el domingo se lograron también los del mayor, una pieza que también faltaba para terminar el puzzle. A 50 metros de profundidad, un grupo de arqueólogos y antropólogos forenses de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, con Paco Etxeberria a la cabeza, sigue sacando restos de la mujer y de Joaquín (16 años), Antonio (12), Pedro Julián (9), Martina (6), José (3) y Asunción (año y medio). Faltan las pruebas de ADN, pero los especialistas parecen no tener dudas.

«Yo tenía cuatro años y he estado toda una vida esperando esto», cuenta Nati a sus 84 años. «'Que todo el mundo lo sepa: los llevaron a la sima y los tiraron vivos', nos decía siempre mi madre. Que sólo se escucharon cuatro disparos y la familia entera desapareció. Claro, no iban a matarlos y a llevar sus cadáveres en brazos. Era más fácil para ellos asustarlos con los tiros para que continuasen andando y arrojarlos allí». 

«Estoy algo delicada y todo esto me ha impresionado mucho. Estoy emocionada y, a la vez, lo estoy pasando fatal. Ya no se puede hacer nada por ellos. Ahora sólo quiero que acabe y que estemos toda la familia tranquila, explica. Pero, por otra parte, siento algo de alegría o un no sé qué, porque nos decían que no podía ser, que los habían visto después en Francia... Pero todos lo sabían, sabían que los habían tirado a la sima porque participó todo el pueblo menos tres casas. Se impuso el silencio, pero yo lo tenía claro. No quiero ofender a nadie, pero yo he creído siempre la historia que nos había contado una y otra vez nuestra madre».

Juana Josefa Goñi Sagardia y seis de sus siete hijos 'desaparecieron' mientras su marido, Pedro Sagardia Agesta, se encontraba en los montes de Eugi trabajando con su hijo mayor, José Martín. Habían sido expulsados de la localidad el 14 de agosto de 1936 y se vieron obligados a alojarse en una chabola, que fue quemada el 30 de aquel mismo mes, antes de ser arrojados a la sima, según señalan sus descendientes en una instancia enviada al Gobierno navarro, al Parlamento foral y al Ayuntamiento de Donamaría-Gaztelu. La historia ha visto la luz gracias a las investigaciones desarrolladas durante años, al interés de la familia por aclarar los hechos y a la publicación del libro 'La Sima. ¿Qué fue de la familia Sagardia', del que es autor Joxe Mari Esparza Zabalegi.

Un pueblo «maldito»

Gaztelu -unido hace unos años a Donamaria, con el que conforma un solo ayuntamiento- es un pequeño pueblo de la comarca de Malerreka, en el norte de Navarra. Apenas cuenta con 120 habitantes. «Para mí siempre será un pueblo maldito. Cada vez que durante todos estos años escuchaba ese nombre se me revolvía el estómago», confiesa Nati Zozaia, hija del matrimonio formado por Petras Goñi -hermana de Juan Josefa- y Ramón Zozaya Huici, encarcelado en 1936 por su filiación socialista y desterrado posteriormente de Doneztebe a San Sebastián.

La familia

Juana Josefa. Tenía 38 años y estaba embarazada de siete meses. Su marido y su hijo mayor trabajaban en el monte, en Eugi.

Los niños. Asunción, de un año y medio; José Mari, de tres; Martina, de seis; Pedro Julián, de nueve; Antonio, de doce y Joaquín, de dieciséis.

30 de agosto de 1936. La noche en que desaparecieron se oyeron cuatro disparos.

Hace dos años se realizó junto a la entrada de la sima un homenaje en recuerdo a la familia Sagardia. Nati estuvo allí. «Se me acercó una señora de Gaztelu. Iba con bastón, sería de mi edad o incluso algo mayor. Me abrazó y no paraba de repetir 'perdón, perdón...' Le dijeron que no hacía falta, que no era necesario, que no era culpa suya... Y sí, todo eso es cierto, pero yo se lo agradecí. Para mí fue algo importante. Es muy difícil de explicar», subraya emocionada. «Pienso que todos en Gaztelu, y en los pueblos de alrededor también, están conmocionados con esta historia, que en muchas casas se conocía, pero no se terminaba de creer».

«Hace 30 años publicamos esta historia junto con otras y 30 años después nadie sabía nada, apunta Joxe Mari Esparza. Hace seis descubrieron un archivo con la llamada'Causa 167' y allí se explicaba todo el proceso. Me enteré de todo, pero me parecía fuera de lugar porque no había un trasfondo político y suponía poner todo el pueblo patas arriba. Pero al aparecer el cadáver del joven Indart hace dos años en la sima y conocer además a familiares directos, que estaban traumatizados desde la infancia con la historia, me decidí a escribir el libro

En busca de una razón.

«Es una historia tan atroz que no tiene lógica. La guerra es lo que da el ambiente para que ocurra, pero no lo explica. Sin la guerra tal vez no hubiese ocurrido, pero no veo trasfondo político. Hay quien habla de robos, de lujuria...». Después de publicar el libro Esparza siguió conociendo a los familiares más jóvenes, que le contaron historias de ritos antiguos. «Al parecer la madre de Juana Josefa, Andresa, creía en los dioses antiguos de los vascos y no iba a misa. Una de las hermanas hacía conjuros en un brasero con sal, toda la familia era herbolera... Hay que comprender que en estos pueblos se vivía como en el siglo XVII».

Intenta comprender lo que ocurrió y llega a la conclusión de que «lo más irracional en este caso es la respuesta más racional del problema. Si se añade el punto de vista del miedo a la brujería, el acto colectivo brutal, consentido por la Guardia Civil y con el beneplácito del cura, es lo que más podríamos entender. Todas las otras explicaciones son mucho más crueles».


Gaztelu. 


Gaztelu es una localidad española de la Comunidad Foral de Navarra . Está situada en la merindad de Pamplona, a 54 km de la capital de la comunidad, Pamplona y a una altitud de 220 m s. n. m. Su población en 2014 fue de 120 habitantes (INE)
La localidad cuenta con una importante iglesia parroquial, una hermosa fuente y una gran plaza para el juego de pelota.

País España
• Com. autónoma Navarra
• Provincia Navarra
• MerindadPamplona
• ComarcaAlto Bidasoa
• Partido judicialPamplona
• MunicipioDonamaría
• MancomunidadServicios Generales de Malerreka; Industrial de Santesteban
Ubicación43°07′13″N 1°39′21″O
• Altitud220 m
Población120 hab. (INE 2014)
Predom. ling.Zona vascófona

Donamaría (en euskera y oficialmente Donamaria) es un municipio de la Comunidad Foral de Navarra, España. Situado en la merindad de Pamplona, en la comarca de Alto Bidasoa y a 56 km de la capital de la comunidad, Pamplona. Su población en 2017 fue de 434 habitantes (INE).


Crimen durante la Guerra Civil

Durante la Guerra civil española se produjo en este lugar uno de los crímenes más crueles entre las muchas muestras de la violencia que se desencadenó contra personas inocentes de Navarra. Afectó a una familia, la que habían formado Pedro Antonio Sagardia y su esposa Juana Josefa Goñi, que tenían ocho hijos, José Martín, Joaquín, Francisco Javier, Antonio, Pedro Julián, Martina, José María y Asunción.
Se desconocen los motivos por los que el padre de 46 años y el hijo mayor de 17 fueron al frente, pero hay testimonios de que fueron obligados. Se quedaron en casa la madre de 38 años con los otros siete hijos entre 16 y el año y cuatro meses de la benjamina. Al principio los vecinos ayudaron a la familia, pero a medida que la guerra hacía aumentar las necesidades, se les empezó a acusar de realizar pequeños hurtos de los huertos. Fueron denunciados en el puesto de la Guardia Civil de Santesteban, pero allí se les dio a entender que lo solucionaran a su manera. Al día siguiente unos vecinos hicieron trasladarse a la madre con los niños a una chabola, donde desaparecieron sin dejar rastro. Fueron arrojados vivos a la profunda sima de Gaztelu y sus restos óseos no fueron rescatados hasta el año 2016. La chabola donde estuvieron fue quemada.
El general Sagardia, emparentado con la familia inició una investigación. Los bomberos no pudieron llegar al fondo de la sima y el rastreo de los soldados tampoco proporcionó rastros. Fueron detenidos unos vecinos, sucesivamente puestos en libertad provisional. Posteriormente el general Sagardia, aconsejado por sus superiores, interrumpió las investigaciones y el episodio fue olvidado convirtiéndose en tabú.
El padre regresó de la guerra y falleció poco después. El hermano mayor se fue del pueblo emigrando a la Baja Navarra, en el sur de Francia.​ Falleció en Pamplona en el 2007.


La familia Sagardia Goñi, el crimen que ocultó la Guerra Civil.

La Sociedad de Ciencias Aranzadi acredita que una madre embarazada y seis de sus siete hijos fueron arrojados a la sima de Legarrea. Familiares de la fallecida asisten a la exhumación de los restos sin encontrar respuestas para el crimen.

8 de enero de 2017


La entrada a la sima de Legarrea es un pequeño hueco en la roca. Ubicada en una zona boscosa de Gaztelu (Donamaría), se había convertido durante años en un vertedero al que se habían arrojado todo tipo de objetos, muebles, electródomésticos, y numerosos residuos. Así que la basura fue el primer obstáculo contra el que tuvo que trabajar el equipo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, encabezado por el forense Paco Etxeberria. Su encargo,  averiguar si el abismo de 50 metros bajo tierra escondía la respuesta al misterio que envolvía la desaparición de Juana Josefa Goñi Sagardia, embarazada de siete meses, y la de seis de sus siete hijos. Han tenido que pasar 80 años para que los restos de esta mujer y de sus pequeños confirmen lo que hasta el momento había sido solo un rumor: que Juana Josefa Goñi y sus hijos fueron arrojados a la sima de Legarrea en agosto de 1936 por sus propios vecinos.

“¿Por qué? ¿Por qué se cometió este crimen? 

Creo que es la pregunta con la que nos vamos a quedar para siempre”. Nati Arizkorrieta es sobrina nieta de Juana Josefa y, aunque estuvo presente en Legarrea cuando se produjo la extracción de los restos junto con otros familiares de la fallecida, explica que no siente satisfacción. “Es raro, es una sensación rara”, dice, porque por una parte se ha producido la confirmación oficial de que a su tía abuela la mataron en la sima, y la leyenda no era sólo leyenda; pero, por otra parte, continúan sin respuesta los cientos de preguntas que la familia se hace en torno al trágico suceso. “¿Por qué?”.

También estuvo presente en Legarrea el escritor José María Esparza, autor del libro “La Sima, ¿qué fue de la familia Sagardia?, y que lleva años investigando y recopilando la documentación obrante sobre lo ocurrido hace 80 años. Fue el propio Esparza quien indicó a los familiares de la fallecida el lugar en el que se encontraba la sima, ya que las propias sobrinas nietas de Juana Josefa desconocían dónde había sido arrojada su tía abuela: ”La ama siempre decía que la habían echado a un zulo“.

Esparza publicó su libro tras largas conversaciones con las primas de Juana Josefa Goñi, tras analizar el sumario llamado “Causa 167” (que fue abierto y cerrado hasta en tres ocasiones entre los años 1937 y 1946) y tras contextualizar el “mito” de que la mujer y seis de sus siete hijos habían sido arrojados a la sima por sus propios vecinos. “Fue uno de los crímenes más horrorosos cometidos al amparo de una guerra civil que armó a la población civil, la envalentonó y le dio pie a cometer atrocidades como ésta”, asegura categórico el escritor.
Un muro de silencio ha impedido durante 80 años el esclarecimiento del crimen. No fue Esparza el primer editor interesado en conocer qué había ocurrido, ya que el propio José María Jimeno Jurío había indagado en los archivos municipales en busca de documentos que explicasen la desaparición súbita de Juana Josefa Sagardía y seis de sus hijos. Así se acreditó el matrimonio de Pedro Antonio Sagardia Agesta y Juana Josefa Goñi Sagardia en 1919 y el nacimiento de sus dos primeros hijos en Donamaría y del resto en Gaztelu, donde fijaron su domicilio en la casa conocida como “Arrechea”.

Desaparece la familia

Pedro Sagardia figuraba como carbonero de profesión y consta que se enroló con el Tercio de Santiago, requeté, que le llevó al frente de guerra. Pero un año más tarde, en agosto de 1937, pidió poder volver a su casa para saber del paradero de su familia, de la que llevaba un año entero sin noticias. Esparza recoge en su libro que la desaparición de su mujer y seis de sus siete hijos, el 30 de agosto de 1936, estuvo precedida de una asamblea que celebraron los vecinos y en la que acordaron expulsar a la familia del pueblo tras acusarles de haber cometido pequeños robos en las huertas del pueblo. Pero cuando Pedro Sagardia volvió a Gaztelu, no sabía nada de ello. Tampoco los vecinos le contaron lo sucedido.

En un extracto de la denuncia que Pedro Sagardia puso por la desaparición de su familia, se recogen las desavenencias que se producían entre la familia y el resto de los vecinos:

“El año pasado 1936, a principios del mes de agosto, se hallaba el denunciante trabajando en los montes de Eugui, cuando recibió aviso de su mujer, que acudiese al pueblo de su residencia, Gaztelu, pues había sido conminada por la Autoridad para abandonar la casa y pueblo. Como posteriormente no ha hablado ya con su familia, ignora el denunciante qué autoridad fue la que ordenó a su familia salir de la casa y pueblo, y por tanto no puede precisar si fue el alcalde del pueblo, el del Ayuntamiento, o la Guardia Civil del puesto de Santesteban a cuya demarcación corresponde Gaztelu, como tampoco puede precisar las causas, toda vez que tanto el denunciante como su esposa han votado en todas las elecciones (con excepción de las últimas en que no votó el denunciante por hallarse ausente trabajando) a la candidatura de las derechas”.

Según la tesis defendida por Esparza, el crimen de la familia Sagardia no fue ideológico. “Al menos, no hubo una motivación política al uso de aquel tiempo, salvo por el hecho de que tuviera un cuñado rojo”, aclara el editor. Descartada la teoría del crimen político, ¿qué motivó a los vecinos a arrojar a la sima a Juana Josefa? Tampoco a su marido se lo aclararon. Según consta en la denuncia, cuando Pedro Sagardia volvió a Gaztelu “no le fue permitido entrar en el pueblo” y los vecinos constituidos en guardia, entre ellos el entonces alcalde,  le arrestaron y le condujeron detenido hasta el cuartel de la Guardia Civil de Santesteban. Encarcelado durante una semana, ni se le tomó declaración ni se le acusó de delito alguno. Cuando le soltaron, le advirtieron que no volviera a Gaztelu y que se marchase de allí.

Tiros en el monte.

Pedro Sagardia preguntó a los vecinos por el paradero de su familia, pero sólo una mujer, Teodora Larraburu, se dirigió a él para explicarle que Juana Josefa, cumpliendo la orden de “la autoridad”, se había marchado de Gaztelu con sus hijos y algunos enseres para instalarse en el monte, entre Santesteban y Legasa, en una caseta que construyó como cobijo. Teodora Larraburu contó a Pedro Sagardia que el último domingo de agosto había oído tiros en el monte, que a la mañana siguiente la caseta había sido pasto de las llamas y que, desde aquel día, no había sabido nada de Juana Josefa, de la que era íntima amiga. Pedro Sagardia falleció en 1952 sin saber qué había sido de su familia.
Tampoco su hijo mayor, que se libró de la sentencia a muerte porque se encontraba trabajando fuera de Gaztelu cuando los vecinos expulsaron a la familia del pueblo, ha podido ser testigo de la recuperación de los restos de su madre y sus hermanos. Falleció en 2007 sin ningún tipo de confirmación oficial de que su familia hubiera sido arrojada a la sima de Legarrea.

Pero así fue. Uno a uno, el equipo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi recuperó los restos de los siete cuerpos. «Los restos han aparecido en la vertical, mientras que el resto lo habían hecho a unos seis metros. La explicación nos la da la propia sima, porque menos la madre y uno de los hijos, el resto cayeron en una especie de rampa y rodaron por ella», certificaba Paco Etxeberria.
  «Son los huesos de las caderas de todos, de menor a mayor: de Asunción, que tenía año y medio, José de tres, Martina de 6, Pedro Julián de 9, Antonio de 12 y Joaquín de 16. Y también los huesos de la cadera de Juana Josefa, de 38 años, de un fémur, de huesos de ambos brazos, del hombro y de la clavícula, y un hueso del brazo de Antonio, el hijo de 12 años. Además hemos encontrado tres suelas de caucho, de las alpargatas», explicaba.

El Ayuntamiento de Gaztelu ha cedido a los familiares de la familia Sagardia, que en su mayoría viven en Guipúzcoa, un nicho del cementerio familiar para que puedan enterrar allí los restos de Juana Josefa y de sus hijos. “Vuelven a Gaztelu, que era lo que ellos querían y que era su pueblo”, explicaba una sobrina nieta de la fallecida. 80 años después, el silencio sobre este asunto sigue instalado entre los vecinos.

Comentarios

  1. una gran fuerza armada surgida del carlismo, y del campesinado navarro, reflejo del tradicionalismo y enemigo de la modernidad

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