El diálogo cubano de 1978.-a
Diálogo es una palabra no muy bien vista en Miami. Muchos en el exilio la relacionan con una componenda con el régimen de la Habana; como una especie de rendición. Así lo evaluó una buena parte de los cubanos radicados en el sur de la Florida cuando un grupo de exiliados fue a La Habana y se sentó a conversar con Fidel Castro a finales de los 70.
Pero lo cierto es que ese “diálogo” abrió las puertas de la libertad a 3,600 presos políticos; permitió que familias hace mucho separadas volvieran a encontrarse, y fue la antesala del éxodo de Mariel en el verano de 1980. También, si no hubiera sido por el diálogo, mucha gente que va a Cuba corrientemente no pudiera hacerlo. Los vuelos directos se iniciaron así.
El inicio
Todo empezó una tarde del mes de agosto de 1977, cuando Bernardo Benes recibió una curiosa llamada telefónica en la habitación de su hotel en Ciudad Panamá. Del otro lado del hilo, un amigo le manifestaba el interés que otros “amigos” tenían en conversar con él. “Vienen de Cuba y traen una propuesta interesante”, dijo su interlocutor.
La simple mención de la palabra “Cuba” fue suficiente para que el pelirrojo banquero, exiliado cubano de origen judío, accediera a conversar. Después de todo, Benes jamás ha dejado un momento de pensar en su país natal, y hacía tiempo que acariciaba un viejo proyecto: reunificar a la familia cubana.
El encuentro se concretó días después, el 22 de agosto en el restaurante Club Panamá, donde al llegar, Benes descubrió que los “amigos” de la isla, eran nada más y nada menos que José Luis Padrón, Antonio “Tony” de la Guardia y Amado Padrón Trujillo.
“En ese almuerzo participó también un amigo mío, Alberto Pons, empresario radicado en Panamá”, recuerda el banquero.
Sentados en la mesa 3 del restaurante Club Panamá, los cinco comensales fueron servidos por un mesero de apellido Cáceres, que sin duda hasta hoy no sabe que fue testigo de un momento histórico.
Delante de tres langostas y dos corvinas, los enviados de Castro le propusieron algo que Benes que de entrada creyó que no estaba entendiendo bien.
Le dijeron que “la Revolución estaba consolidada”, “no tenía marcha atrás”, y que “había llegado el momento de conversar y escuchar al exilio”.
“Aquello me cayó del cielo”, recuerda Benes. “Hacía años que estaba pensando en la necesidad de la reunificación familiar y de repente esos tipos me estaban proponiendo eso mismo”.
Esa tarde acordaron que, en principio, seguirían explorando las posibilidades de diálogo. Pons pagó los $72 del almuerzo, propina incluida, y Benes regresó a Miami.
Avisar a los estadounidenses
Al llegar, llamó inmediatamente a un viejo amigo, Larry Steinfeld, quien ya se retiró como oficial de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y le explicó lo sucedido. “Jamás hice nada a espaldas de Estados Unidos”, justifica.
Días después, la CIA le mostró dos fotografías. Una de “Tony” de la Guardia y otra de Luis Padrón, quienes les dijeron ser “el apoderado de Castro”. Y le dieron “luz verde”. “El gobierno americano me dijo que siguiera explorando esos canales”, sostuvo.
Durante siete meses, mantuvieron encuentros en diversos lugares del continente, algunos incluso en la ciudad de Miami. “Nos reunimos miles de horas. Trataba de desarrollar el concepto de la reunificación familiar, trabajé en ese sentido y también para sacar a los presos políticos”.
Los contactos
Al mismo tiempo que Benes efectuaba estas reuniones con discreción, otros cubanos ya habían establecido contactos con el gobierno de la isla, buscando también una posibilidad de diálogo.
“A partir de 1973 hay contactos informales a distancia entre algunos exiliados y diplomáticos cubanos”, afirmaba María Cristina Herrera, quien fuera una activista católica, profesora universitaria y pro diálogo con Cuba.
Contactos, que aunque sirvieron para conocerse mejor, no dieron grandes resultados. Herrera, incluso, estuvo en Madrid durante 12 días esperando una visa para ir a La Habana que nunca llegó.
“Siempre estuve dispuesta a regresar, quería ver la realidad con mis ojos y no por referencias”.
Según ella, esos contactos del exilio con funcionarios del régimen castrista y las reuniones que posteriormente se dieron en octubre y diciembre de 1978, y constituyeron el llamado “Diálogo del 78”, fueron posibles gracias al clima de distensión que se había instalado en las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, después de que Jimmy Carter llegó a la Casa Blanca en 1976. Carter, quien hizo de los derechos humanos su bandera, llegó a punto de reconocer al gobierno comunista de la isla, impulsando la apertura de secciones de intereses en ambas capitales. Además, autorizó que empresarios y turistas estadounidenses viajaran a La Habana, y, naturalmente, no cerró las puertas cuando escuchó hablar de un posible diálogo con el exilio.
“En el verano de 1977 en una reunión social en Nueva York conversé con Jesús Arboleya, [diplomático] de la misión de Cuba en Naciones Unidas. Me preguntó si conocía a periodistas de la diáspora a quienes pudiera contactar”, afirmó Herrera, quien al momento se dio cuenta de que La Habana andaba en busca de algún tipo de comunicación con el exilio.
Por eso, Herrera no duda en sostener, tal como Benes, que la iniciativa de todo partió de la isla. “A los 20 años [de haberse instalado el Gobierno de Castro] el gobierno cubano se estaba dando cuenta de la magnitud de la diáspora”.
Algo similar sucedió con la entonces administración demócrata, que también empezó a prestar atención a los cubanos del sur de la Florida.
“Benes jugó un papel extraordinario en eso, era una especie de embajador de Carter en esta ciudad, tenía todos los contactos con la Casa Blanca, sabía explicarles nuestra realidad”, afirmó Herrera.
Él no lo niega. Por el contrario, sostiene con orgullo que era el segundo cubanoamericano más cercano a Carter, cuenta como fue “chairman” de la campaña hispana de la Florida y asesor presidencial. Fue tan grande la compenetración del banquero en las conversaciones y el interés en ellas de las autoridades estadounidenses, que “en esos 2 años hablé más con Peter Tarnoff [subsecretario de Estado] que con mi señora”, afianza.
Una vez realizado el primer encuentro en Panamá y establecidos los contactos, Benes desembarca en La Habana el 12 de febrero de 1978 y hasta el 21 de octubre de ése año, cuando es liberado el primer grupo de 40 presos políticos, se reúne por lo menos 150 horas con Castro.
Frente a Castro
“Fueron encuentros extraordinarios. Se habló de todo. Casi siempre en casas de protocolo. Una vez, incluso, cuando estábamos discutiendo la liberación de los presos, estuvimos en la playa de Santa María del Mar [en el este de La Habana] un par de horas sentados en la arena debajo de un cocotero”, asegura Benes, sin ocultar una sonrisa ni entrar en detalles.
En esa ocasión, le presentó a Castro ocho listas con nombres de presos políticos. Entre ellos estaba Tony Cuesta, con quien el banquero sentía estar en deuda, porque en 1965 participó en la recogida de fondos, que más tarde fueron utilizados en la infiltración a Cuba, tras la cual el líder de Comandos L fue capturado y quedó ciego.
Una vez acordada con Castro la liberación de los presos políticos, el 18 de octubre Benes logra, además, algo nunca antes visto. Consiguió que la prensa estadounidense entrara a la cárcel Combinado del Este y entrevistara a los presos, incluso algunos que no saldrían hasta años más tarde.
El periodista Gustavo Godoy, exeditor de la revista Vista, que por aquella época trabajaba en el Canal 4 de televisión de Miami, aún mantiene, muchos años después, recuerdos muy precisos sobre los hechos.
“Fueron días muy intensos para muchos, pero en particular para Benes. En el momento que nos dijeron que abordáramos el avión en Miami, él empezó a llorar inconteniblemente. ¡Eso nunca se me olvidará! Bernardo vio cómo finalmente el encuentro con los presos iba en serio, pese a los ataques del exilio aquí. Fue una catarsis”, recordó Godoy.
Cuando llegaron al Combinado del Este, el encuentro con los detenidos tampoco fue suave. “La tensión del momento estuvo repartida entre todos, por parte de los presos, de la prensa y autoridades; nadie sabía lo que iba a pasar”, añadió el periodista.
Con los presos
Tanto reporteros como exiliados, pidieron hablar con algunos presos en particular. Es el caso de Reynol González, quien empezó a tener contactos con el gobierno cubano, después de que el escritor Gabriel García Márquez logró su liberación en diciembre de 1977.
En ese desayuno, González habló con el poeta Jorge Valls y otros presos. Discutió con ellos la posibilidad de que fueran liberados, y los puso al tanto del diálogo más amplio en que estaba a punto de participar.
Pero no todas fueron rosas, no todo salió a pedir de boca. Algunos creían que no había justificación para un diálogo con el régimen, con el objetivo de liberar a los presos políticos. Eloy Gutiérrez Menoyo, que en esos momentos cumplía su condena, fue uno de los que manifestó serias reservas a la iniciativa.
“En esos momentos sostuve que para soltar a los presos no hacía falta un diálogo, sino que se podía hacer lo mismo que hizo Pinochet, que soltó a los suyos sin convocar a un diálogo”, recodó en aquel momento Menoyo, quien creyó que por manifestar esa opinión no logró ser liberado por esos días.
Menoyo salió de Cuba sólo en 1986 pero el final de sus días los terminó en la isla.
Aun así, el exiliado de origen español, recordaba que en sus declaraciones a la prensa en esa oportunidad, había defendido la realización de conversaciones con las autoridades, aunque aseguraba que lo había hecho “para la libertad del pueblo de Cuba y por la instauración de una libertad de prensa, de reunión, de locomoción y de expresión”.
Después del desayuno, los exiliados se trasladaron a una casa del protocolo oficial, donde encontraron a un Castro relajado que los invitó a conversar. Uno de ellos fue Orlando Padrón, conocido fabricante de tabacos de Miami. En la tertulia, Padrón tenía varios tabacos en el bolsillo y Fidel prácticamente le sacó un tabaco del bolsillo “diciéndome ‘oye, Padrón, me han dicho que haces buenos tabacos”. Castro lo prendió y lo celebró.
En esa conversación estaban presentes el padre Guillermo Arias, sacerdote jesuita a quien Fidel le hizo muchas preguntas; Rafael Huget, Boby Maduro, antiguo dueño del estadio del cerro que después confiscado por el régimen, a quien Fidel aprovechó el encuentro para conminarlo con sarcasmo “a ver el estadio para que apreciara como lo habían arreglado”, Reynol González y Padrón.
En ese instante alguien le dijo a Benes que los presos estaban listos para ir al aeropuerto, y él se viró hacia Castro y lo puso al tanto. "¡Que esperen!", le espetó el gobernante. En pocos segundos, la tensión en el ambiente se puso al rojo vivo cuando Benes le ripostó: “¿Cómo que esperen, Fidel? ¡Si han esperado 10, 15, 20 años!”.
Esa tarde, el grupo de 40 presos regresó a Miami. “La despedida en el aeropuerto fue una carga emocional y filosófica fuerte”, dijo Godoy, recordando cómo vio a los presos despidiéndose a lágrima viva de sus familiares y otros exprisioneros que quedaron atrás.
La llegada a Miami tampoco estuvo exenta de emociones.
“El impacto de asistir al encuentro [de los presos] con sus familiares aquí fue tan grande, que me costó pararme delante de una cámara de televisión para narrarlo”, añadió.
Los 75
Mientras tanto, se iniciaba el primer encuentro entre un grupo de 75 exiliados y el régimen. Fue el 21 y 22 de octubre, precisamente cuando el primer grupo de presos llegaba a Miami, y otro grupo de exiliados esperaba en Kingston, Jamaica, por un avión que los transportara a La Habana.
Entre ellos estaba María Cristina Herrera, quien no se encontró en la capital jamaiquina muy a gusto, que digamos.
“Aquello fue un espectáculo, había de todo... ‘la flora y la fauna’, como los bauticé. Estaban tan nerviosos, que gritaban, se abrazaban”.
Aún recordaba Herrera de cómo cuando anunciaron la salida, todo el mundo corrió atropelladamente hacia el avión. “Aquello fue patético”. Durante el vuelo, para bajar la tensión, comieron y tomaron como unos desaforados, añadió.
Pero al llegar, tuvieron el primer indicio del tratamiento de alfombra roja que el gobierno les proporcionó. Muchos de los exiliados tuvieron derecho a escoltas personales, y a Herrera le tocó un funcionario llamado Roberto Carvajal.
“Coño, es un policía, me dije cuando lo vi”, recordaba Herrera.
“Pero no, a la larga demostró ser una buena decisión porque él me atendió muy bien. Era sobrio, idóneo, mesurado. No era gente de teques”.
Durante los encuentros con Castro y altos miembros de la dirigencia del régimen, los exiliados plantearon sus puntos de vista. Algunos incluso tenían su agenda propia, pero como recuerdan varios participantes, el gobierno cubano no prestó atención a ninguna.
Según Herrera, Castro propició ese diálogo, porque estaba a punto de asumir la presidencia del Movimiento de Países No Alineados y necesitaba dar una imagen de tolerancia.
“Si Cuba convertía a los gusanos en mariposas daba una imagen más acorde con los No Alineados y la presidencia de Estados Unidos. Además, a muy largo plazo podría trabajar en un cambio de química en las relaciones con la comunidad [exiliada]”, reflexiona.
Para Padrón, quien participó en el proceso, porque “mi corazón lo ordenó”, lo más importante de las gestiones fue la liberación de los 3,600 presos, aunque hasta hoy, “no se ha resuelto el problema grave que hay entre los extremistas de ambos bandos, que mantienen en el medio a un pueblo indefenso y lleno de miedo”.
En la tercera reunión, el 8 de diciembre, el gobierno y los delegados acordaron la liberación de más presos, al tiempo que decidieron enviar a Washington una comisión para convencer a la administración Carter a darles visas de entrada a Estados Unidos a todos.
Fueron momentos en que tuvieron de luchar contra gran parte del exilio, que hasta hoy los condena por haberse sentado a la misma mesa con Castro. Se siguió una ola terrorista. Dos de los participantes en el diálogo fueron asesinados. Benes quedó arruinado.
Aun así, la mayoría de sus protagonistas, coinciden en que el diálogo fue valioso, ya que sirvió de antesala al éxodo del Mariel, provocado por el regreso a Cuba de miles de exiliados, que del fondo de sus maletas sacaron a relucir el producto de sus esfuerzos, y terminó provocando un fuerte cataclismo en los pilares políticos que el régimen trató de inculcar a la población, durante las dos primeras dos décadas de proceso revolucionario.
Irónicamente, todavía no había empezado el año de 1979, y ya Fidel Castro andaba explicando a los militantes del Partido Comunista el porqué del diálogo, que nadie parecía entender.
“Ellos no entendían que los gusanos se habían transformado en mariposas. Aunque en esos primeros 20 años lograron aislar a los cubanos, a partir de ese momento se abrió el dique y se llenó la presa”, observó Herrera.
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