Aquel día se desquitó. Lo hizo con un periodista, y más de una década después de que en Europa se hubiesen acallado las lúgubres trompetas de la contienda que cercenó la vida de 75 millones de personas. A lo largo de un encuentro con el diario Le Figaro en 1958, el mismo Francisco Franco analizó el devenir de la Segunda Guerra Mundial y los errores que Adolf Hitler había cometido. Aquellos que, en su opinión, habían condenado al Tercer Reich germano a una derrota segura. Y entre ellos destacaron la egolatría del líder nazi o su excesiva fe en la victoria.
Demasiado altivo
Atendiendo al criterio militar de Franco, el primero de los grandes errores de Hitler fue haber «iniciado una guerra» de dimensiones gigantescas «con un espíritu de seguridad» absoluta en la victoria.
«Olvidaba que toda guerra es una aventura sin ninguna garantía. Olvidaba la vieja sabiduría que dice, desde siempre, que el hombre propone y Dios dispone. Olvidaba que en cada combate hay que contar con buena parte de azar, de manera que sólo Dios puede saber cómo esto terminará».
El segundo error, en palabras de Franco, fue haber obviado la natural tendencia del ser humano a combatir hasta la muerte contra el enemigo exterior. Como «desconocía totalmente la psicología de los pueblos», no barajó la posibilidad de que sociedades como la británica pudiesen superar las privaciones provocadas por el bloqueo al que eran sometidas por la Kriegsmarine. «No entendió nada del alma inglesa, no tenía nunca en cuenta los milagros que provoca la necesidad. No tuvo imaginación suficiente para concebir las posibilidades que se ofrecen a las naciones atacadas para resistir a toda costa en una guerra, por mortífera que sea», añadió.
El gran error
Aunque el mayor fallo de Hitler fue, siempre según el dictador español, el mismo que condenó a Napoleón Bonaparte dos siglos antes: creer que la contienda sería breve y que Europa se postraría ante él en apenas unos meses.
En este sentido no le faltaba razón. El historiador y periodista Jesús Hernández (autor de decenas de obras sobre la Segunda Guerra Mundial y considerado el Antony Beevor español) confirma en su obra «Breve historia de Hitler» que, tras hacerse con Polonia y Francia, buscó firmar la paz con Gran Bretaña:
«Hizo varios ofrecimientos a Inglaterra, pero Winston Churchill no estaba dispuesto a ello. No aspiraba a derrotar a los británicos, convencido de que ambos compartían el mismo origen racial».
Adolf Hitler, tras ascender al poder
Así lo explicó el mismo Franco durante la entrevista:
«Por fin, no creía que el conflicto pudiese extenderse hasta el punto de llegar a ser universal. Si lo hubiera creído, hubiese reflexionado sobre la desproporción de las fuerzas. No había sopesado el precio de la lucha. No tenía una noción clara de los límites de su nación. No había preparado su guerra completa ni lógicamente. Alemania se había preparado cuidadosamente, pero para una guerra corta. No para un conflicto largo. Hitler no había tenido en cuenta, en realidad, el hecho de que la guerra contra la URSS se haría inevitable en un plazo corto. Tuvo finalmente que luchar en dos frentes, oportunidad para la cual su máquina de guerra no estaba racionalmente preparada».
Muerte helada
El siguiente fallo que Franco achacó al «Führer» fue otro de los que condenaron al bueno de Bonaparte a ser derrotado y enviado a la isla de Elba: aventurarse a conquistar un territorio tan extenso como el ruso. «En el Este, los espacios estratégicos son considerables. Los alemanes no se encontraban en condición de maniobrar convenientemente a través de tales extensiones. Se cometieron graves faltas militares. La Wehrmacht tenía un dispositivo de línea y no un dispositivo en profundidad», afirmó.
Aunque Franco no lo especificó, ese error fue el que llevó, allá por 1921, a la derrota del ejército español en Annual y a que los rifeños casi conquistaran Melilla. El dictador español vivió aquellos días de primera mano como miembro de la Legión y, parece, aprendió lo caro que puede salir este error a un ejército.
Hitler y el Duce
Por último, Franco remarcó que la extrema confianza de Adolf Hitler en el ejército alemán le llevó a la derrota en la Segunda Guerra Mundial. No solo eso, sino que también incidió en que uno de los problemas fue que el «Führer» se creía mejor estratega de lo que, en realidad, era.
«Siempre creyó en la superioridad de los soldados alemanes, en su propio genio militar, en las armas que sus técnicos forjaban con empeño. Alrededor suyo, los jefes militares tenían plena confianza en las armas atómicas».
El dictador no negó ninguna de esas afirmaciones, aunque si admitió que los nazis no pudieron valerse de las bombas nucleares gracias al buen hacer de los aliados. «Los bombardeos anglo-americanos impidieron en el último momento la terminación de las armas atómicas nazis. Hitler ha vivido en la certeza del triunfo».
Del amor al odio
Del desprecio al amor, y de este último, al resquemor más que profundo. La turbulenta relación del Caudillo y el «Führer» no empezó con buen pie, sino con condescendencia. El 25 de julio de 1936, menos de una semana después del golpe de Estado contra la Segunda República, Hitler recibió con desprecio la petición de los emisarios franquistas de enviar aviones para trasladar al ejército de África hasta la península. «Esta no es modo de comenzar una guerra», afirmó. No obstante, desde entonces iniciaron una colaboración de lo más interesada que dejó réditos a las dos partes.
El uno recibía armamento, carros de combate, aviones, pilotos entrenados y submarinos capaces de hundir cargueros republicanos y evitar el rearme gubernamental. El otro, un campo de operaciones para sus futuras batallas y, a la larga, dinero a través de empresas pantalla afincadas en la península. Con beneficios para ambos, la amistad no tardó en estrecharse. Aunque fue tras el final de la contienda fratricida y el inicio de la Segunda Guerra Mundial cuando mantuvieron una correspondencia más viva. Así lo confirma el divulgador Jesús Palacios en sus obras, quien es partidario de que, tras la caída de Francia a manos del Tercer Reich, el español se debatía entre reflotar el viejo imperio o evitar el conflicto.
Letra a letra, halago a halago, fueron acercando posturas hasta plantearse la posibilidad de mantener un encuentro en persona. Así se fraguó la entrevista de Hendaya; una conferencia a la que, según la mayor parte de los historiadores, cada uno de los líderes arribó con una idea opuesta a la de su interlocutor. Por un lado, Franco acudió con el firme convencimiento de que Hitler le ofrecería Marruecos, parte de Argelia, más territorios en el Sáhara, Gabón y Camerún a cambio de su ayuda. El «Führer», no obstante, buscaba hacerse con Gibraltar, un enclave determinante para la Kriegsmarine por ser el paso natural entre el Mediterráneo y el Atlántico.
El encuentro se desarrolló durante tres horas en un vagón especial (el «Erika») trasladado hasta Hendaya por el líder nazi. Ninguno dio su brazo a torcer. Hitler, sabedor de que necesitaba el apoyo de la Francia de Vichy, se negó a entregar los territorios que podía utilizar como moneda de cambio con los galos. La tensión fue en aumento hasta tal punto que el mismo «Führer», airado, se puso en pie de un salto dispuesto a marcharse cuando Franco le explicó que albergaba dudas sobre la victoria del Reich en Inglaterra. Aunque, según desvela Paul Preston en «Franco. Caudillo de España», volvió a sentarse para evitar crear un conflicto internacional.
Tal y como recordó uno de los diplomáticos presentes, Hitler salió del vagón murmurando maldiciones. «Con estos tipos no hay nada que hacer». El mariscal Keitel, durante la cena posterior, confirmó que el líder nazi «estaba muy descontento con la actitud de los españoles y era partidario de terminar con las conversaciones allí mismo». En sus palabras, «estaba muy irritado con Franco». Poco después, el «Führer» le dijo a Mussolini que «antes que volver a pasar por eso, prefiero que me saquen dos o tres muelas». El ferrolano no salió, ni mucho menos, contento. A Serrano Suñer le confirmó que «quieren que entremos en la guerra a cambio de nada» y que le parecía intolerable su postura.
Enemigos
La División Azul no consiguió que la relación entre ambos volviese a ser como en 1936. Tras Hendaya, las críticas se generalizaron. El 7 de julio de 1942, por ejemplo, Hitler cargó contra Franco durante una cena con varios amigos.
«Franco y compañía pueden considerarse muy afortunados de haber recibido en su primera guerra civil la ayuda de la Italia fascista y de la Alemania nacionalsocialista. […] El resultado no lo decidió una intervención de la señora llamada Madre de Dios […] sino la intervención del general alemán Von Richthofen y de las bombas lanzas desde los cielos por sus escuadrones».
Franco tampoco se deshizo en elogios hacia él. En la entrevista concedida a Le Figaro en 1958, cuando fue preguntado por Hitler, respondió que «era un hombre afectado» al que «le faltaba naturalidad» y que «interpretaba una comedia». Durante el encuentro, el español admitió que se había sentido «muchísimo más cerca de Mussolini» porque era «humano y tenía inteligencia y corazón». Del «Führer», por el contrario, se había separado tras Hendaya.
Hitler, no era un vanidoso, solo tenia tres condecoraciones, la cruz de hierro de primera clase, por valor en la gran guerra,la Insignia por herido de esta guerra, y la insignia de oro del partido.
ResponderEliminarLos alemanes nacionalista, a Hitler no lo quieren mucho, porque su liderazgo provoco que Alemania perdiera el 25 por ciento de su territorio, las regiones de silesia, prusia oriental, la mitad de pomerania y de Branderburgo se perdieron para siempre.
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