José Sanjurjo y Sacanell (General);La nobleza española en la Guerra Civil a
José Sanjurjo y Sacanell.
Biografía
Sanjurjo Sacanell, José. Marqués del Rif (I). Pamplona (Navarra), 28.III.1872 – Estoril (Portugal), 21.VII.1936. Capitán general del Ejército.
Nació en el seno de una familia navarra de rancio abolengo carlista. Su abuelo materno, el general José Sacanell, y su padre, el capitán de Caballería Justo Sanjurjo Romostro habían pertenecido al ejército del pretendiente carlista Carlos VII, mientras que su madre, Carlota Sacanell Desep, era hermana de su secretario. Poco después de que él naciese, murió su padre (junio de 1873), cerca de Alcubierre (Navarra), como consecuencia de un enfrentamiento con los carabineros. Tras la muerte de su progenitor, vivió en Zaragoza entre 1873 y 1886, en un ambiente marcado por la devoción de su madre a su fallecido marido y a los principios que éste profesaba, especialmente una fe católica muy intensa y un rechazo profundo del liberalismo. Principios que no habían de caracterizar —al menos, durante la mayor parte de su vida— la personalidad del futuro capitán general. En 1886, Sanjurjo se trasladó a Madrid, para ingresar en el Colegio de Huérfanos de Guerra, en El Escorial. Allí recibió una educación encaminada a preparar su ingreso en la Academia General Militar, sita en Toledo. A pesar de la oposición de su madre, tras superar las pruebas de la oposición, ingresó en la misma el 31 de octubre de 1890. Durante tres años, Sanjurjo estudió en este centro de acuerdo con un plan de enseñanza donde se priorizaba las matemáticas, el dibujo, y la instrucción militar, pero no así los idiomas modernos, a pesar de ser una de las materias —francés, en concreto— que se exigían en las pruebas de ingreso, y que empezaban a cobrar gran importancia en la enseñaza militar de otras naciones, como el Imperio Alemán. El 1 de julio de 1893, tras superar los exámenes del 3.er curso, se convirtió en alférez de Infantería, Arma que había elegido. Pasó entonces a la Escuela de Tiro de este Arma, para completar su formación. El 10 de julio de 1894, obtuvo el despacho de 2.º teniente, con el puesto 105.º de una promoción de 112 alumnos, lo que indica que no fue un buen estudiante.
Su primer destino fue el Regimiento de Infantería Almansa n.º 18, con guarnición en Lérida, donde permaneció nueve meses. En marzo de 1895, pasó al Batallón de Cazadores de Arapiles (Madrid). En este destino, tuvo noticias de que se estaba organizando en Leganés (Madrid) un batallón de cazadores con destino a Cuba, donde el “Grito de Baire” (24 de febrero de 1895), había iniciado una nueva insurrección. El joven segundo teniente, que deseaba combatir, no dudó en solicitar destino en el mismo, cosa que le fue concedida de forma inmediata. El 15 de febrero de 1896, embarcó en Cádiz, en el vapor León XIII con destino a la isla caribeña, donde desembarcó quince días después. Comenzó entonces la primera campaña de su vida, que iba a ser decisiva en la vida del futuro capitán general por dos razones. La primera, porque durante tres años, y salvo una pequeña estancia en España (de diciembre de 1896 a marzo de 1897) para curar una grave herida de guerra, iba a participar en numerosas acciones tanto de guerra regular como de guerrilla (Sanjurjo estuvo al frente de una guerrilla de cuarenta hombres, encargada de servir de vanguardia o de flanqueo a las unidades regulares), que transformaron al inexperto oficial de 1895, en un veterano combatiente y en un excelente conductor de hombres. La segunda, porque durante estos cuatro años obtuvo importantes recompensas: tres Cruces rojas al Mérito Militar, y dos ascensos por méritos de guerra —a teniente, por su actuación, el 18 de agosto de 1896, en Taco-Taco y Bacanagua, que lo permutó por la Cruz de María Cristina, dado que el citado ascenso le correspondía, tras dos años como 2.º teniente, por antigüedad, el 1 de octubre de 1896— y a capitán (19 de abril de 1896), por su brillante actuación en el Paso de la Mula (18 de abril de 1898).
Estas recompensas iban a relanzar su carrera militar, situándolo por encima de la totalidad de sus compañeros de promoción. Pero, no van a ir acompañadas de una victoria militar porque dos días después de que Sanjurjo demostrara su valor en el Paso de la Mula, el Gobierno de Estados Unidos, que deseaba Cuba desde mediados del siglo xix, y que no confiaba en la victoria de los insurrectos, aprovechó la voladura del crucero-acorazado Maine en el puerto de La Habana (15 de febrero de 1898), de la que acusó a España, para enviar un ultimátum a su homólogo español (20 de abril de 1898), que era, prácticamente, una declaración de guerra, como se confirmó poco después (1 de mayo de 1898). La contienda fue corta. Las derrotas navales de Cavite (1 de mayo de 1898) y Santiago de Cuba (3 de julio de 1898), demostraron la imposibilidad de victoria, incluso de resistencia, por parte española. Las negociaciones abiertas en París (12 de diciembre de 1898) presagiaban ya la pérdida del Imperio español en América y Asia, como se confirmaría en el posterior tratado firmado en la capital francesa (10 de diciembre de 1898). Sanjurjo, entonces destinado en el fuerte de Matanzas (zona noroccidental de Cuba), tuvo que soportar ver cómo era arriada la bandera española, una imagen que siempre recordaría con amargura.
Poco después, el 11 de enero de 1899 embarcó para La Coruña, donde el Regimiento de Infantería Zamora n.º 8, al que pertenecía, estaba de guarnición. En abril de ese mismo año, pasó al Regimiento de Infantería Asturias n.º 31, acuartelado en Madrid. En la capital de España, el joven capitán fue testigo del desprestigio que afectaba al Ejército tras la reciente derrota. Tal vez por eso, solicitó destino en Zaragoza, donde residía su madre. En 1901, logró su objetivo, obteniendo una plaza en el Regimiento de Infantería Gerona n.º 22, de guarnición en la citada ciudad. Poco después, contraía matrimonio con Esperanza Jiménez Sacanell, su prima hermana (5 de agosto de 1901). A partir de ese momento, y teniendo en cuenta que el trabajo de capitán en un regimiento de guarnición en una capital de provincias no era un destino complejo, el capitán llevará una vida tranquila y sosegada al lado de su esposa y de su hijo Justo, nacido el 1902. El hecho más destacable de esta etapa de su vida, y que muestra el carácter del futuro capitán general, se produjo el 13 de enero de 1904. Sanjurjo presenció en la calle Morerías, de Zaragoza, el incendio de un edificio, cuando llegó a sus oídos la noticia de que una mujer y un niño se encontraban atrapados entre las llamas, sin que los bomberos pudieran hacer nada por sacarlos. Entonces el capitán, sin pensar en el peligro que podía correr su vida, se lanzó en su busca. Primero, sacó al niño, y poco después, a la mujer. Por esta heroica acción, el Ministerio de la Gobernación le concedió la Cruz de Beneficencia (25 de octubre de 1905).
Pero, este período tranquilo de su vida terminó en 1905. Durante el parto de su segundo hijo, José, su mujer falleció. El capitán entró entonces en una fuerte depresión, que le hizo abandonar Zaragoza, dejando a sus dos hijos al cuidado de su madre y de su suegra, trasladándose a Madrid. En agosto de 1906, consiguió su objetivo, al ser agregado a la Comisión Liquidadora de las Capitanías Generales y Subinspecciones de Ultramar. En la capital de España, llevó una vida de noctámbulo, que le hacía frecuentar tertulias y locales nocturnos, y le puso en contactos con personajes de gran trascendencia posteriormente como Alejandro Lerroux, con quien compartía tertulia en el Café de Fornos. La amistad que mantuvo con el mismo, ya conocido por su adscripción republicana y anticlerical, demuestra la escasa influencia que sobre él ejercía la ideología de sus ancestros. Esta etapa de su vida, caracterizada por la desorientación que la presidió, concluyó con el inicio de una nueva contienda, que había de ser el cénit de la carrera militar de Sanjurjo: la llamada Guerra de África.
En 1909, una serie de incidentes en la zona de Melilla, que desde el Tratado secreto hispano-francés de París (3 de octubre de 1904) se consideraba zona de influencia española, dentro del reparto que ambos países, con el beneplácito británico, habían hecho de Marruecos, culminaron con un ataque de los rifeños a los obreros españoles que construían un puente sobre el barranco de Beni Ensar (9 de julio de 1909). El comandante general de Melilla, general de división José Marina Vega, no sólo rechazó el ataque, sino que solicitó refuerzos a la Península para poner en marcha una serie de operaciones que fortalecerían la posición española en el campo exterior de Melilla, y que serían conocidas como la “Campaña de Melilla de 1909”. El Gobierno español, así como el rey Alfonso XIII y el Ejército, que deseaban restablecer el prestigio exterior de España, deteriorado desde la derrota de 1898, y que consideraban Marruecos como el terreno ideal para hacerlo, se volcaron en apoyo de Marina, enviándole hombres y recursos; mientras que buena parte de la población española, que recordaba el desastre de Cuba, desde el primer momento se mostró contraria a cualquier intervención bélica en Marruecos, lo que provocaría importantes incidentes.
Por su parte, Sanjurjo, que era entonces un veterano capitán de treinta y siete años, vio en esta campaña que se iniciaba una oportunidad para relanzar su apagada carrera militar, por lo que de forma inmediata, solicitó destino en las fuerzas que se enviaban a Marruecos. Inicialmente, pasó a servir a las órdenes del general jefe de operaciones en Melilla, general de división José Marina Vega (18 de julio de 1909). Pero, al mes siguiente, pasó al Batallón de Cazadores de Figueras n.º 6, adscrito a la 1.ª Brigada Mixta de Cazadores, mandada por el general de brigada de Infantería Felipe Alfau Mendoza. Con esta unidad, Sanjurjo participó en la mayor parte de las operaciones que Marina desarrolló en la zona de Melilla hasta la finalización de la campaña (27 de noviembre de 1909), y que proporcionaron a España un territorio de 1600 km2. De entre ellas, destaca sin duda su actuación en la toma de la Alcazaba de Zeluán (27 de septiembre de 1910), por la que se le concedió una Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo pensionada, y sobre todo, en el reconocimiento ofensivo contra el Zoco de Beni-Bu-Fru (29/30 de septiembre de 1909). En esta operación, en la que moriría el general de brigada de Infantería Darío Díaz Vicario, la brigada Alfau pasó por grave peligro en la retirada. La compañía del capitán Sanjurjo sostuvo la lucha, a pesar de que una herida en la pierna le obligaba a apoyarse en su sable, permitiendo el repliegue de la brigada. Por esta acción, se le concedería el ascenso a comandante por méritos de guerra (30 de septiembre de 1909), que apenas supuso un avance en su carrera, pues se encontraba próximo al mismo por antigüedad. Finalizada la campaña, Sanjurjo pasó a la Península (15 de enero de 1910), recibiendo varios destinos burocráticos (Reserva de Lugo, Caja de Reclutas de Alcañiz, Reserva de Astorga y Caja de Reclutas de Estrada), hasta pasó al batallón de Cazadores de Figueras (Real Orden [R. O.] de 10 de septiembre de 1910), donde permanecería un año. El 27 de diciembre de 1911 pasó a Melilla, en cuya zona había comenzado un nuevo conflicto que había de denominarse la “Campaña del Kert (1911-1912)”. Sanjurjo quedó a las órdenes del capitán general de Melilla, el teniente general José Marina Vega, y el 5 de enero del año siguiente, fue destinado al Regimiento de Infantería San Fernando n.º 12, como jefe del primer batallón, destinado en Ishafen. Con la columna del general de brigada de Infantería Modesto Navarro ocupó las lomas de Bucherit (18 de enero de 1912), donde destacó por su actuación en la protección de las tropas durante la retirada por el flanco del Kert, y en la ocupación de Monte Arruit (18 de enero de 1912), concediéndosele otra Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo pensionada. Hasta el 19 de octubre, continuó prestando servicios en Melilla, cuando pasó como excedente en la 1.ª Región Militar.
Encontrándose en la capital de España, recibió noticias de que se estaban buscando oficiales para las Fuerzas Regulares Indígenas, los famosos “Regulares”, autorizadas por el Gobierno pocos meses antes (R. O. de 30 de junio de 1911 y R. O. de 18 de enero de 1912). Sanjurjo, que acababa de recibir la Medalla de la Campaña de Melilla, con pasadores de Beni- Bu-Yuhi, Beni-Gu-Gafar y Beni-Sidel (20 de mayo de 1913), solicitó destino en las nuevas fuerzas, que le fue concedido el 22 de diciembre de 1913. Al frente de su tabor, desde el 4 de enero de 1914, y a las órdenes del entonces teniente coronel de Caballería Dámaso Berenguer y Fusté, protegió la colocación del blocao de Yzarduy en la zona de Tetuán (12 de enero de 1914), y participó en la operación contra Sidi-Salem (1 de febrero de 1914), dirigida por el coronel de Infantería Enrique Marzo Balaguer, y cuyo objetivo era castigar la sublevación de las cabilas de Beni-Salem, Malalien y Kalatien. Durante la misma, se produjo un fuerte combate en el desfiladero de Dersa, donde los cabileños se habían atrincherado. Sanjurjo fue herido dos veces en el costado izquierdo, pero siguió combatiendo, a pesar de las súplicas de sus subordinados que querían evacuarlo, hasta finalizar la operación que tenían encomendada. Por esta acción, el entonces comandante recibiría el ascenso a teniente coronel, por méritos de guerra (7 de mayo de 1914) y la Cruz Laureada de San Fernando de 2.ª Clase (16 de diciembre de 1914), la condecoración más importante del Ejército español.
Tras una estancia de tres meses en el hospital de Tetuán, se convirtió en ayudante del general de división Joaquín Miláns del Bosch y Carrio, comandante general de Ceuta (28 de junio de 1914), hasta que el 21 de julio de 1915, pasó a ser jefe del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Ceuta. Al frente de esta unidad, había de destacar en la operación de castigo sobre el Bitz (29 de junio de 1916). El Grupo de Regulares de Sanjurjo formaba parte de la columna del general de Brigada de Infantería Francisco Sánchez- Manjón del Busto —una de las cuatro que participaban en la operación, bajo el mando del general Miláns del Bosch—, y tenía la misión de razziar el citado poblado. Durante, la operación y a pesar de las pérdidas que sufrieron las tropas bajo su mando, el teniente coronel Sanjurjo logró destacarse, destruyéndolo. Por esta acción, recibiría el ascenso a coronel (30 de diciembre de 1916). En siete años, el veterano capitán se había convertido en un coronel laureado, con una carrera militar cuyo futuro se antojaba muy brillante.
Sanjurjo pasó entonces a la Península, quedando disponible forzoso en la 1.ª Región Militar hasta abril de 1917. Entonces, tras varios destinos transitorios, quedó al mando del Regimiento de Infantería Pavía n.º 48, acuartelado en Cádiz, donde permaneció hasta mayo de 1918, cuando obtuvo la jefatura del Regimiento de Infantería Wad-Ras n.º 50, con sede en Madrid, y el de vocal de la Comisión de Táctica y de la Junta Facultativa de Infantería. Ambos destinos regimentales, así como el de vocal, fueron para Sanjurjo un mal menor, ante la imposibilidad de regresar a Marruecos, al no haber destinos vacantes para militares de su grado. Esta situación se mantuvo hasta agosto de 1918, cuando fue nombrado 2.º jefe de la Zona de Tetuán. En su nuevo destino, y bajo las órdenes del general de brigada de Infantería Antonio Vallejo Vila, combatió al Raisuni, y participó en el desarme de las cabilas. A comienzos de 1920, recibió el mando de la Primera Media Brigada de Cazadores, y el de jefe accidental de la zona de Tetuán, distinguiéndose entonces en la protección de convoy de Gorgues. Poco después, el 17 de marzo, era ascendido a general de brigada de Infantería por elección. Y, al igual que le había ocurrido cuando se convirtió en coronel, quedó sin destino en África, pasando a Madrid. Sin embargo, su estancia en la capital de España no fue muy larga. En diciembre de ese mismo año, fue nombrado jefe de la zona de Tetuán (30 de diciembre de 1920). Antes de partir hacia Marruecos, recibió el homenaje de sus compañeros, en un banquete al que asistieron, entre otros, los tenientes generales Francisco Aguilera y Egea, Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, Joaquín Miláns del Bosch y Carrió, o el general de división Manuel Fernández Silvestre. En los brindis quedó patente el respeto y el aprecio que el ya general Sanjurjo tenía en el Ejército.
Desde Tetuán, Sanjurjo participó en la lenta campaña de ocupación diseñada por el alto comisario, el general de división Dámaso Berenguer, que priorizaba la acción política sobre la militar como medio para conseguir el objetivo buscado: la pacificación del Protectorado español en Marruecos, constituido según el tratado firmado con Francia. Sin embargo, en la Comandancia General de Melilla, su jefe, el general de división Fernández Silvestre, no era partidario de la misma. Esto explica por qué dicho militar comenzó una serie de operaciones, el 12 de diciembre de 1920, con el objeto de acabar militarmente con el caudillo rifeño Abd-el-Krin. El resultado de estas acciones fue el célebre Desastre de Annual, culminado con la caída de Monte Arruit (31 de julio de 1921), que significó no sólo la destrucción de las fuerzas militares de Melilla, sino también la muerte del propio Fernández Silvestre. El derrumbamiento de la Comandancia General de Melilla, obligó a Sanjurjo que se encontraba entonces en la cabila de Beni-Aros, a ponerse al frente de la columna de socorro que rápidamente organizó Berenguer. El entonces general de brigada demostró entonces sus excelentes dotes como conductor de hombres. Desde el 25 de julio, se inició una campaña de reconquista del territorio de Melilla, que se caracterizó por la racionalidad y la ausencia de precipitación con la que se llevó a cabo, a pesar de la impaciencia y el deseo de socorrer a los compañeros cercados que atenazaba al Ejército español. En ella, destacó Sanjurjo, que participó en todas las operaciones que tuvieron por objeto, en un primer momento, la conquista del territorio que se poseía tras la campaña de 1909, y que culminó con la conquista de Zeluán (14 de octubre de 1921), y en un segundo momento, el río Kert (11 de noviembre de 1921).
Poco después, Sanjurjo era nombrado comandante general de Melilla, el 14 de diciembre de 1921, continuando la campaña de reconquista de la zona oriental, que quedó totalmente concluida en el primer tercio de 1922. Entonces, Sanjurjo pasó a Larache, como comandante general el 12 de abril de ese mismo año, para hacer frente a una nueva rebeldía del Raisuni. El hecho de que Berenguer considerase a Sanjurjo como la persona idónea para hacer frente a los mayores peligros, demuestra el prestigio que tenía. En su nuevo destino, y con el apoyo de Berenguer, Sanjurjo se propuso acabar de forma definitiva con el Raisuni. Así, inició las operaciones necesarias, que permitieron ocupar su capital, Tazarut (12 de mayo de 1922). Tras este éxito continuó las operaciones de limpieza en la zona occidental, y le fue concedida la Medalla Militar Individual, la segunda condecoración más importante del Ejército (R.O. de 15 de septiembre de 1922).
Tras terminar su obra en Larache, pasó en 1923, al Gobierno Militar de Málaga. Pero era un puesto interino, pues su ascenso a general de división estaba próximo. El 27 de junio de 1923, se confirmó el mismo, junto al nombramiento de gobernador militar de Zaragoza y el de general-jefe de la 9.ª División de Infantería. Volvía entonces a la ciudad donde había pasado su infancia, para vivir un destino que se suponía tranquilo. Sin embargo, no iba a ser así. Desde 1917, el sistema político ideado por Cánovas del Castillo en 1876 había entrado en una crisis irreversible. Crisis que se agravaba aún más por la pésima situación económica, derivada de la pérdida de mercados tras el fin de la Primera Guerra Mundial; y por la intranquilidad que se vivía en el Ejército, por el asunto de las responsabilidades que pudiesen derivarse del informe que el general de división Juan Picasso estaba elaborando sobre los sucesos de la Zona Oriental en 1921, así como, por la división que se había producido dentro del mismo entre “africanistas” y “junteros”. En esta situación, un íntimo amigo de Sanjurjo, el teniente general Primo de Rivera, capitán general de la 4.ª Región Militar, con sede en Barcelona, había logrado establecer sólidos lazos con los sectores más rebeldes del Ejército —Barcelona y Madrid—, con objetivo de llevar a cabo un golpe de Estado. Sanjurjo decidió entonces, tras una entrevista con él, unirse al proyecto. Las razones que motivaron esta decisión del general eran de dos tipos. Por un lado, personales, ya que sentía un vivo cariño por Primo de Rivera, a cuyas órdenes había servido en África, y con el que había tejido una sólida amistad en las jornadas de ocio y diversión que habían compartido. Por otro, políticas. Sanjurjo, aunque era una persona de ideas políticas muy simples y poco articuladas, no soportaba el desorden público y la pasividad política que afectaba al sistema parlamentario español desde 1917. Por eso, optó por apoyar una acción militar que acabara con estos problemas.
El 13 de septiembre de 1923, Primo de Rivera se pronunció en Barcelona, recibiendo el apoyo inmediato de Sanjurjo, que puso a sus órdenes la 5.ª Región Militar, sobre la que mandaba interinamente, por estar el capitán general titular enfermo. Tras el triunfo del golpe, Sanjurjo se convirtió en gobernador civil de Zaragoza, pues una de las primeras medidas del nuevo gobierno fue la sustitución de los gobernadores civiles por los militares. Sin embargo, el general no se sentía cómodo en un puesto político, y por eso no solicitó otro de mayor relevancia, sino que optó por volver a Marruecos. El 10 de mayo de 1924, se convirtió en comandante general de Melilla, en sustitución del general de división Enrique Marzo Balaguer.
En su nuevo destino, Sanjurjo se convirtió en hombre de confianza del dictador, que se había autonombrado alto comisario y general jefe del Ejército de Marruecos, y que había diseñado una operación de repliegue con objeto de dotar al Ejército español de una buena base de partida que le permitiera iniciar las operaciones necesarias para terminar victoriosamente una campaña que ya duraba quince años, y cuyo punto culminante sería el desembarco de Alhucemas, dirigido personalmente por Sanjurjo y desarrollado en conjunción con las Fuerzas Armadas de Francia.
El 6 de septiembre de 1925, Sanjurjo embarcó en el acorazado francés Paris, con objeto de preparar la fase final de los preparativos de la operación. Dos días después, se inició el desembarco de las primeras tropas en la playa de la Cebadilla. Los momentos iniciales fueron de desconcierto, pues las corrientes marinas habían separado más de 40 millas las naves de transporte. En los siete días siguientes, y mientras Primo de Rivera detenía el ataque que Abd-el-Krim había desencadenado en la zona de Tetuán con objeto de detener el desembarco, Sanjurjo se encargó de reforzar las cabezas de playa y desembarcar el resto de la fuerza expedicionaria hasta alcanzar los 18.514 hombres. En la mañana del 17, Sanjurjo instaló su cuartel general en Morro Nuevo, con objeto de preparar las operaciones de avance, que comenzaron el 23. A partir de ese momento, Sanjurjo, ya fuese dirigiendo a sus fuerzas, o manteniendo conversaciones con los aliados franceses, para mejorar la colaboración entre ambas marinas de guerra, desarrolló una gran actividad.
Poco después, el 5 de octubre de 1925, ascendía a teniente general, y sustituía a Primo de Rivera como alto comisario en Marruecos y como general jefe del Ejército de Operaciones en África, el 2 de noviembre de ese mismo año. Con el apoyo de su jefe de Estado Mayor, el general de brigada Manuel Goded Llopis, y del teniente coronel de Estado Mayor Antonio Aranda Mata, y con el acuerdo de los franceses, Sanjurjo puso en marcha la última gran operación de la guerra de Marruecos: acabar con las fuerzas de Abd-el-Krim. Esta operación, en la que la colaboración entre españoles y franceses fue muy eficaz, culminó cuando el líder rebelde se rindió el 27 de mayo al general francés Ibbos, y con el sometimiento de la más importante de las cabilas rebeldes, los Beni Urriaguel, el 10 de junio. Las operaciones en el sector oriental habían concluido. A partir de ese momento, Sanjurjo se concentró en la zona occidental. El 11 de agosto de 1926, conquistó la mítica ciudad de Xauen, y el 10 de julio de 1927, tras la sumisión de la cabila de Ajmas, dirigió una Orden General al Ejército de África, anunciando el fin de la campaña. La guerra de Marruecos había terminado. Poco después, el 1 de octubre, se le concedió, la Gran Cruz Laureada de San Fernando, y se sustituyó su título de marqués de Monte Malmusi, que anteriormente le había otorgado el rey Alfonso XIII, el 26 de mayo de 1927, por el de marqués del Rif. Era la culminación de su carrera militar.
Sanjurjo permaneció un año más en Marruecos, hasta que Primo de Rivera le llamó para una nueva responsabilidad: la Dirección General de la Guardia Civil, el 3 de noviembre de 1928. Era, tal vez, el destino más importante que podía recibir un militar en España, ya que, si bien no tenía el renombre de la Capitanía General de la 1.ª Región Militar, significaba estar al mando de una fuerza de Orden Público, y, además, militar, profesional y perfectamente entrenada. Por eso, siempre se han elegido militares de mucha confianza para ostentar su mando. Y, Sanjurjo lo era para Primo de Rivera, máxime cuando el prestigio del dictador empezaba a deteriorarse, como demostraban las sucesivas rebeliones contra la misma, la más importante de las cuales tuvo lugar el 29 de enero de 1929, en Valencia, apoyada por los generales Gonzalo Queipo de Llanos, Miguel Cabanellas Ferrer, Eduardo López Ochoa y Alberto Castro Girona. La rebelión sería abortada, y en un detalle de confianza de Primo de Rivera, Sanjurjo se convertiría en inspector de la Tercera Región Militar, sin cesar en su cargo de director de la Guardia Civil. Sin embargo, el teniente general no pudo sostener a su amigo. El dictador tuvo que abandonar el poder el 28 de enero de 1930, ante la negativa del Ejército a apoyarle, y de Alfonso XIII de mantenerle en el poder.
Para Sanjurjo, la caída de su amigo fue un duro golpe. Nunca perdonaría a Alfonso XIII no haber apoyado hasta el final al dictador. No obstante, el nuevo Gobierno, presidido por otro “africanista”, el teniente general Dámaso Berenguer y Fusté, trató de atraerse a Sanjurjo, manteniéndole en la Dirección de la Guardia Civil, donde, mostrando una disciplina propia de un soldado de sus características, mantendrá su lealtad a la institución monárquica hasta la caída de la misma. Así lo reconoció el líder republicano Alejandro Lerroux, amigo del teniente general, quien trató de convencerle para que apoyara un cambio de régimen, recibiendo una respuesta negativa de Sanjurjo. Sin embargo, cuando el sustituto de Berenguer, el capitán general de la armada, Juan Bautista Aznar, convocó unas elecciones municipales para el 12 de abril de 1931, y éstas arrojaron un resultado negativo para los candidatos monárquicos, el teniente general comprendió que toda resistencia, incluida la militar, sería inútil y sangrienta, laboró para que el traspaso de poderes al Gobierno Provisional de la República, presidido por Niceto Alcalá Zamora, se hiciera de la forma más ordenada posible. La actuación de Sanjurjo en estas fechas fue de suma importancia, y así se lo reconocieron tanto los políticos monárquicos como los republicanos. Pero, el teniente general no se detuvo ahí, sino que al día siguiente de la proclamación de la Segunda República y de la salida de Alfonso XIII, al que no vio antes de que abandonase España (14 de abril de 1931), se encargó personalmente de que el resto de la Familia Real pudiese abandonar España sin sufrir ningún contratiempo.
El nuevo Gobierno republicano, que entró en funciones el 14 de abril de 1931, decidió seguir utilizando los servicios de Sanjurjo, dado su enorme prestigio en el Ejército y la disciplina con la que se había comportado en los momentos finales del reinado de Alfonso XIII. Manuel Azaña Díaz, como ministro de la Guerra, le confirmó como director de la Guardia Civil, encargándole el mantenimiento del orden en todo el territorio nacional, y, a la vez, se le nombró alto comisario en Marruecos, para sustituir al teniente general Francisco Gómez-Jordana y Souza, que había sido agredido por las turbas, tras la proclamación de la Segunda República. Sanjurjo se encargó de pacificar el Protectorado, y en mayo estaba de vuelta en España. El teniente general siguió siendo director de la Guardia Civil, pero su posición ante el nuevo régimen comenzó a variar desde el acatamiento a la crítica. No podía soportar la persecución religiosa que comenzó a manifestarse a partir de la quema de conventos que tuvo lugar el 11 de mayo de 1931, y, sobre todo, la de sus compañeros que habían apoyado a Primo de Rivera, y entre los que fue excluido por orden de Azaña. Pero, tal vez los acontecimientos que rompieron su nexo de unión con la Segunda República fueron el asesinato de cuatro guardias civiles en Castilblanco (Badajoz), el 31 de diciembre de 1931, y la muerte de once personas a manos de la misma Guardia Civil en Arnedo (La Rioja), el 5 de enero de 1932. Como consecuencia de las declaraciones que realizó a propósito de estos funestos sucesos, Sanjurjo sería destituido de la dirección de la Guardia Civil, y enviado a la menos importante de Carabineros —Guardia de Fronteras—, tras rechazar la jefatura del Cuarto Militar del presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, que éste, personalmente, le había ofrecido. El rechazo de este destino demostraba que Sanjurjo ya no quería mantener ninguna relación con el Gobierno de la Nación, ni con el régimen nacido el 14 de abril de 1931.
El desencuentro de Sanjurjo con la Segunda República va a ser aprovechado por un grupo de conspiradores, el de los antiguos “constitucionalistas”, cuya intención era acabar con el Gobierno de Manuel Azaña, y orientar el régimen en sentido conservador.
Uno de sus integrantes, Manuel Burgos Mazo afirmaba en este sentido: “Una de las personalidades más destacadas con que contábamos era el caballeroso, ilustre y heroico General Sanjurjo”. Junto a Sanjurjo, también se situaba en la misma línea política su antiguo jefe de Estado Mayor en Marruecos, el general de división Manuel Goded Llopis, jefe del Estado Mayor Central hasta enero de 1932, y su viejo amigo Alejandro Lerroux. Pero, Sanjurjo, convencido de que los “constitucionalistas” no van a hacer nada, comenzó a inclinarse por otro grupo de conspiradores, el de los monárquicos seguidores de Alfonso XIII, que desde el 14 de abril de 1931 habían iniciado una guerra secreta contra el régimen republicano, cuya dirección militar estaba en manos de otro antiguo seguidor de Primo de Rivera, el teniente general Emilio Barrera Lojendio. Sanjurjo se unió así a unos hombres cuyo objetivo era la instauración de una nueva Monarquía de carácter tradicionalista y autoritario, y que veían en el teniente general al hombre que puede atraer al resto del Ejército a sus planes. Así, bajo la coordinación de Barrera y con Sanjurjo encargado de hacerse con la guarnición de Sevilla, se diseñó una sublevación para el 10 de agosto de 1932.
El plan, llevado a cabo por militares sin mando directo en tropas, terminó con un sonoro fracaso, salvo en la capital andaluza, donde el prestigio de Sanjurjo le permitió apoderarse de la ciudad. Sin embargo, la falta de éxito en el resto del territorio nacional llevó al teniente general a intentar huir para salvar su vida, pero fue detenido al día siguiente en Huelva. Trasladado a Madrid, ingresó en prisión el 12 de agosto, y doce días después, fue sometido a Consejo de Guerra sumarísimo, siendo condenado a muerte por el delito de rebelión militar. Sanjurjo aceptó la condena con gran tranquilidad, dedicando el tiempo que le quedaba para poner en orden sus asuntos personales.
Así, decidió contraer matrimonio con María Prieto Taberner, mujer con la que mantenía una relación sentimental, cuyo fruto había sido un niño, José, nacido en 1931, y se dispuso a pasar la última noche de su vida, la del 25 de agosto, jugando al mus con su hijo Justo, capitán del Ejército, y el teniente coronel Emilio Esteban Infantes, su ayudante, también condenados por los sucesos del 10 de agosto. Pero, la sentencia nunca se cumpliría. Manuel Azaña, presidente del Consejo de Ministros y titular de la cartera de Guerra, decidió conmutar la pena por la de cadena perpetua. Así, en vez de enfrentarse con el piquete de ejecución, Sanjurjo, desposeído de su rango militar y de sus condecoraciones, pasó a cumplir prisión en el Penal de El Dueso, en Santoña (Cantabria) —cárcel para delincuentes comunes—, desde ese mismo día.
Sin embargo, la permanencia de Sanjurjo en prisión no iba a ser muy larga. El 19 de noviembre de 1933, las nuevas elecciones legislativas arrojaron un triunfo de la derecha. El Partido Republicano Radical de Lerroux obtuvo 102, y la Confederación de Derechas Autónomas (CEDA), liderada por José María Gil Robles y Gil Delgado, 115. El nuevo Gobierno, dirigido por el líder radical y amigo de Sanjurjo, Lerroux, decidió atemperar la prisión del teniente general, trasladándole, el 6 de enero de 1934, a la prisión militar del Castillo de Santa Catalina (Cádiz). Poco después, el Congreso de los Diputados, aprobaba la Ley de Amnistía (24 de abril de 1934), que incluía al teniente general, y que supuso su salida de la cárcel. Ésta se produjo el 25 de abril, y dos días después, Sanjurjo, acompañado de su mujer, de su hijo José y de varios amigos, llegó a Lisboa (Portugal). Poco después, se trasladó a Estoril, donde pasó a residir.
En su nueva residencia, Sanjurjo se convirtió en un imán para todos aquellos que querían acabar con la Segunda República, recibiendo la visita tanto de monárquicos tanto “alfonsinos” como de “carlistas”, que desde 1932, estaban colaborando para poner en marcha un golpe de Estado. La presencia de estos últimos, llevó a recordar a Sanjurjo sus antecedentes familiares, convirtiéndose entonces en un seguidor de la Monarquía tradicionalista, ideología con la que nunca, hasta entonces, había tenido la menor relación, llegando a llorar, según afirma, Antonio de Lizarza, cuando vio a su hijo José, vestido de requeté. Este cambio ideológico, producido a los sesenta y dos años, demuestra, por un lado, la simplicidad de las ideas políticas del teniente general, y, por otro, el odio que sentía por el régimen republicano, que le había humillado durante cerca de dos años, y al que inicialmente, había servido con lealtad, y que ahora, estaba dispuesto a destruir a toda costa. Pero, este deseo iba a chocar inicialmente con un problema irresoluble: los apoyos con los que contaban eran muy débiles. Los monárquicos en España, tanto carlistas como “alfonsinos”, eran muy pocos, salvo tal vez, en Navarra, provincia carlista por antonomasia, y respecto a la mayor parte del Ejército, en este período de gobierno de la derecha, no se mostraba dispuesto a participar en ninguna intentona, máxime después de que, tras la revolución de octubre de 1934, Gil Robles se convirtiera en ministro de la Guerra, y se apoyase en los generales a los que Azaña había perseguido o con los que se había enfrentado: Emilio Mola Vidal, Manuel Goded Llopis, Francisco Franco Bahamonde o Joaquín Fanjul Goñi; los mismos que después habían de encabezar la sublevación del 18 de julio de 1936. A pesar de esta gran frustración, Sanjurjo recibiría una gran alegría en este período: el nacimiento de su hija Carlota (1935).
Pero, todo iba a cambiar a partir del invierno de 1935-36. Una serie de escándalos —estraperlo y Nombela— desprestigiaron al gobierno de radicales y cedistas, lo que motivó que Alcalá Zamora encomendase, el 14 de diciembre de 1935, el gobierno de la Nación, a Manuel Portela Valladares, masón y centrista, con el mandato expreso de convocar elecciones tan pronto fuera posible. La posibilidad de un nuevo triunfo de la izquierda activó los preparativos de la sublevación, y la propia figura de Sanjurjo. Así, pocos meses después, el teniente general viajó a Berlín, con la excusa de asistir a los juegos olímpicos de invierno, que tuvieron lugar en Garmish-Partenkirchen entre el 6 y el 16 de febrero. En el diario soviético Pravda, del 12 de marzo de 1936, se puede leer: “Se encuentra actualmente en Berlín el conocido general monárquico español Sanjurjo, organizador de numerosos complots contrarrevolucionarios. Según nos informan, el general Sanjurjo sostiene en Berlín conversaciones sobre una posible ayuda a las organizaciones militares contrarrevolucionarias que preparan un nuevo complot contra el Gobierno español. En particular, Sanjurjo se propone adquirir en casas alemanas una gran partida de material de Guerra”. Estas afirmaciones son confirmadas por otras dos fuentes.
La primera, las memorias de la señorita británica Rosalind Powell Fox, donde escribe que se encontró con el general y el coronel Juan Beigbeder, y el primero le comentó que estaba en Alemania preparándose para “el juego de la guerra como correspondía a un militar”, y la segunda, dos misivas que el general envió a José Antonio Primo de Rivera, con fechas de 21 de marzo y 23 de abril de 1936, y que se encuentran depositadas en el Fondo de la Causa General, depositado en el Archivo Histórico Nacional, pues formaron parte del sumario instruido contra el líder falangista. En estas cartas, tras demostrar el aprecio que sentía por el hijo de su entrañable amigo —aprecio que era mutuo, tal como afirma Ramón Serrano Suñer—, Sanjurjo le explica que ha establecido unos contactos muy interesantes en Alemania que pueden servir para el futuro.
Sin embargo, no existe constancia documental de los mismos, pues en los archivos oficiales alemanes no conservan nada sobre este viaje. Esto obliga, como afirma Ángel Viñas, a preguntarse por qué canales se movió Sanjurjo, y es aquí donde entran sus antiguos contactos con dirigentes de la industria aeronáutica alemana, tales como Erich Killinger o el propio Willi Grote, así como las amistades del propio Beigbeder en Alemania, donde había sido agregado militar, y había formado parte de la comisión que negoció con Alemania los acuerdos militares de 1935. En todo caso, es indudable que la temprana muerte de Sanjurjo impidió conocer los acuerdos que el general estableció con la industria de armamento alemana.
Si el general era capaz de moverse en el exterior, tampoco permanecía inactivo en el frente golpista español. El teniente general seguía sin confiar demasiado en el Ejército, apoyándose, para sus planes, en los carlistas. En una nota, de fecha 30 de marzo de 1936, decía al líder carlista Manuel Fal Conde: “Yo creo que nada se hará por falta de decisión y capacidad en los de arriba. Si oficialidad regimientos aceptan mi mando, no tengo inconveniente en ponerme al frente del movimiento sin generales ni jefes tímidos, sólo me hará falta la garantía de que nadie se vuelva atrás cuando esté allí donde me llaman. Hágalo saber así”. El 15 de mayo de 1936, escribía: “En Madrid nada, cinco generales, los de siempre, bajo la jefatura de Villegas, pero no hacen nada ni creo que lo harán nada [...]. Creo que la única posibilidad de hacer algo práctico, sería a base de los elementos civiles de Navarra, y de Mola, si éste se decidiera a actuar, pero la verdad es que hasta ahora no lo estaba, porque decía que había que esperar oportunidad y no sólo en una región, sino en varias”.
Esta carta de Sanjurjo es sumamente interesante porque muestra el cambio de actitud de parte del generalato español, anteriormente contrario a participar en una sublevación. Pero, es que, desde el 16 de febrero de 1936, la situación política de España, había cambiado radicalmente. Pues, las elecciones legislativas celebradas ese día, arrojaron una mayoría absoluta para una coalición de la izquierda denominada “Frente Popular”. Manuel Azaña, considerado el gran enemigo del Ejército por numerosos militares españoles, se ha convertido en presidente del Consejo de Ministros. Ante esta situación, un grupo de militares, agrupados en la llamada “Junta de Generales”, con sede en Madrid —Ángel Rodríguez del Barrio, Fanjul, Rafael Villegas Montesinos, Manuel González Carrasco, etc.—, a los que se refería Sanjurjo en su carta, haían planteado un golpe para el 20 de abril, dirigido por Varela, que fue un sonoro fracaso. Fue, en ese momento, cuando el general citado por Sanjurjo, Emilio Mola Vidal, gobernador militar de Navarra y general-jefe de la XII Brigada de Infantería, se decidió a encabezar una conspiración. Poco después, el 30 de mayo de 1936, Mola envió a Estoril a Raimundo García, Garcilaso, director del Diario de Navarra y diputado tradicionalista, con una misiva donde explicaba sus planes para un levantamiento cívico-militar, y la necesidad de que el teniente general los encabezase. Sanjurjo aceptó los planes del general cubano, y poco después le nombró su representante en España. A partir de ese momento, Mola, convertido en “El director”, puso en marcha la “más vasta conspiración militar de la historia de España”, como afirma Ricardo de la Cierva. Una conspiración en la que, si bien Sanjurjo no organizó directamente, sí hizo valer su papel dirigente cuando se hizo necesario, contra lo que opinan determinados autores franquistas como Vaca de Osma, que consideran el papel del teniente general meramente simbólico, además de ser considerado un valor activo por sus compañeros de conjura. Tres casos son significativos en este sentido.
El primero, su actuación cuando Mola entró en conflictos con los carlistas a causa de su negativa a que la sublevación se hiciese con la bandera bicolor, y, sobre todo, por el contenido de su segunda directiva, titulada “El Directorio y su obra inicial”, fechada el 5 de junio de 1936. En la misma, el general —republicano y liberal, pero enfrentado con Azaña desde 1931— exponía cinco puntos que eran contrarios al pensamiento carlista: la defensa del régimen republicano, el monopolio del Ejército en el futuro gobierno, la separación iglesia-estado, la libertad del cultos y la creación, en el futuro, de un régimen constitucional en España cuya ley fundamental sería realizada por un parlamento elegido por sufragio. Los dirigente carlistas, enfrentados con Mola con el que llegaron incluso a romper relaciones, recurrieron a Sanjurjo, y éste, en una decisión salomónica, dio la razón a éstos —con los que coincidía—, pero sin reprender a Mola. En una carta enviada a éste, con fecha de 9 de julio, le explicó la necesidad de restablecer la tradicional bandera de España, de contar con los civiles en el futuro gobierno, y de llevar a cabo una reforma de toda la legislación republicana en materia social y religiosa.
El segundo, cuando el general Franco envió su célebre mensaje del 12 de julio, donde podía leerse “Geografía poco extensa”, que significa, en el argot de los conspiradores, su negativa a participar en la sublevación. Tras montar en cólera, Mola redactó una nota dirigida a José Antonio Ansaldo con objeto de que se trasladase a Portugal, para recoger a Sanjurjo y trasladarlo a Marruecos, donde se encargaría de sublevar a las fuerzas allí acuarteladas y de dirigirla. Por tanto, el “director” de la conspiración consideraba que Sanjurjo era lo suficiente prestigioso como para hacerse cargo de la mejor fuerza con la que contaba el Ejército español.
El tercero, tendría lugar una vez producida la sublevación militar. El 19 de julio, Luis Bolín, que había sido encargado de alquilar el avión que trasladó a Franco de Canarias a África, y le había acompañado hasta su destino, llegó a Estoril. Allí se entrevistó con Sanjurjo y le mostró la nota autógrafa de Franco donde le comisionaba para que comprase material de guerra en Gran Bretaña, Italia y Alemania, dándose el título de “general jefe” del Ejército español no marxista. El general leyó la misma, y luego solicitó una pluma para escribir de su puño y letra “Conforme con lo autorizado por el general Franco”. Esta simple frase era un auténtico “visto bueno” que dejaba patente la superioridad de Sanjurjo sobre el que luego habría de ser jefe del Estado Español. Por tanto, esto tres hechos muestran claramente que Sanjurjo era, de manera indiscutible, el jefe de la conspiración contra la República, y el dirigente máximo de España una vez que ésta hubiese triunfado. Sin embargo, nunca ejercería ese papel directivo.
El 19 de julio de 1936, aterrizó en Portugal el capitán Juan Antonio Ansaldo Vejarano con su avioneta “De Havilland 80-A Puss Moth”. El experto piloto militar estaba empeñado en llevar a España a Sanjurjo, a pesar de que se le había prohibido de forma reiterada tal acción, estando encargado de llevarla a cabo, inicialmente, el piloto francés Lacombe, en un avión bimotor, mucho más seguro que el de Ansaldo, y que estaba en Portugal desde el 18 de julio y, desde ese día, el propio piloto español, pero en el citado avión bimotor, para lo que Mola le entregó una contraseña. Pero, Sanjurjo no lo sabía. Así, cuando Ansaldo se presentó a Sanjurjo, y le entregó la contraseña, el teniente general consideró que era la persona encargada de llevarle a España. A las dos de la tarde del 20 de julio, el teniente general y el experto piloto despegaron desde el campo de Marinha, cerca de Cascaes, que servía como hipódromo, para, poco después, caer en picado. Ansaldo pudo ser recogido de entre los restos del avión en llamas, pero Sanjurjo murió en el accidente. Mucho se ha escrito sobre este accidente, empezando por el propio Ansaldo, que culpó a una pesada maleta que llevaba el teniente general del accidente, hasta otros como Bravo Morata, José Antonio Silva o Sacanell Ruiz de Apodaca, de un supuesto sabotaje, nunca demostrado. Probablemente, como indican los políticos monárquicos Eugenio Vegas Latapié y Pedro Sainz Rodríguez, la causa verdadera del accidente haya que buscarla en la imprudencia de Ansaldo que desobedeció las órdenes de Mola y despegó de un espacio inadecuado.
En 1939, Francisco Franco Bahamonde le concedió, a título póstumo, el rango de capitán general, el más elevado de la jerarquía del Ejército.
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Soledad Garcia Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes
( Pamplona, 1872 - Estoril, Portugal, 1936) Militar español. Huérfano de un coronel carlista, siguió la carrera militar y recibió destinos en Cuba (1894-98) y Marruecos (1898-1921). Ascendió por méritos de guerra hasta el generalato en 1921, año en que fue nombrado gobernador militar de Zaragoza. Desde allí secundó el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera (1923), con cuya dictadura colaboró estrechamente. Como comandante general de Melilla preparó el desembarco de Alhucemas (1925), que acabó con la insurrección de Abd-el-Krim, consolidó el protectorado español en Marruecos y proporcionó a la dictadura uno de sus mayores éxitos. Su labor al frente del ejército de Marruecos le proporcionó ascensos, condecoraciones, un título nobiliario (marqués del Rif, en 1927) y un prestigio incontestado entre los jóvenes oficiales africanistas. Al proclamarse la Segunda República (1931), aceptó el cargo de director de la Guardia Civil, del que fue destituido por sus excesos en la represión contra movimientos obreros como el de Arnedo (Logroño) en 1932. Pasó entonces a dirigir el Cuerpo de Carabineros; pero la derecha instrumentalizó este cambio presentándolo como una discriminación sectaria del gobierno de Manuel Azaña. Desde luego, Sanjurjo no simpatizaba ni con la orientación izquierdista del gobierno ni con el carácter democrático del régimen republicano, como demostró encabezando un intento de golpe de Estado en Sevilla, que fracasó (1932); aquella intentona reafirmó la voluntad reformista de las autoridades republicanas, decidiéndolas a aprobar poco después la Ley de Reforma Agraria y el Estatuto de autonomía de Cataluña. En cuanto a Sanjurjo, la pena de muerte le fue conmutada por la de cadena perpetua; pero apenas había empezado a cumplirla cuando fue excarcelado por el gobierno de derechas que salió de las elecciones de 1933. Partió al destierro en Portugal (1934), donde pudo conspirar contra la República con total libertad. Convertido en un símbolo para los militares reaccionarios descontentos con el triunfo electoral de la izquierda en 1936, fue reconocido como jefe por Emilio Mola, Francisco Franco y los demás conspiradores que prepararon el alzamiento del mes de julio. Murió en un accidente de aviación cuando se disponía a viajar a Burgos para asumir la jefatura del Estado que le ofrecían los sublevados. |
La nobleza española como protagonista de la Guerra Civil
La nobleza no quedó al margen de guerra civil española, siendo numerosos los aristócratas que fallecieron durante la guerra. Las cifras a día de hoy no son definitivas, pero los recuentos hechos hasta el momento arrojan la cantidad de 177 titulados muertos, los cuales reunían en su persona 246 títulos en total. De estos 177, 140 fueron fusilados. No entran aquí los familiares de los anteriores (incluidos hijos y esposas) que carecían de título nobiliario y que también perecieron en el transcurso de la guerra, ya fuera como consecuencia de las penurias vividas durante la misma, como víctimas de la represión o como caídos en combate (en medio de la vorágine de violencia y atropellos que se produjo durante esos años no fueron pocos los asesinados por el simple hecho de ser de noble estirpe).
En relación a esto, la Diputación y Consejo de la Grandeza de España publicaba en marzo de 1940 en las páginas del diario La Vanguardia una esquela “en memoria de de los Excmos. Sres. Grandes de España, de los nobles titulados y de los familiares de unos y otros gloriosamente caídos en la guerra o vilmente asesinados”. En ella se recoge la relación de los titulados y familiares de éstos muertos en la contienda.
La persecución que sufrió la nobleza quedó especialmente patente en Madrid, donde los milicianos acabaron con la vida de 94 de los 177 antes referidos, lo que supone que tan sólo en la capital murieron fusilados más de la mitad de todos los titulados que perecieron en la Guerra Civil, fuera cual fuera la causa del óbito. Esto lleva a la conclusión de que la nobleza, como conjunto, fue un objetivo a eliminar desde el primer momento para los grupos radicales que actuaban con total impunidad en la zona republicana.
Valga como ejemplo de lo anterior la desgraciadamente célebre matanza de Paracuellos del Jarama, en la que cayeron asesinados más de 30 títulos, siendo algunos de ellos los que siguen a continuación:
-Fernando Aguilera y Pérez de Herrasti, conde de Fuenrubia.
-Francisco Aguilera y Pérez de Herrasti, marqués de Campo Fuerte.
-Mariano Álvarez de Toledo y Cabeza de Vaca, vizconde de Armería.
-Alonso Álvarez de Toledo y Samaniego, marqués de Villanueva de Valdueza (padre del Vizconde de Armería).
-Manuel Álvarez de Toledo y Mencos, marqués de Navarres.
-Fernando de Bustos y Ruiz de Arana, duque de Montalto.
-Hernando Carlos Fitz-James Stuart y Falcó, duque de Peñaranda de Duero.
-Francisco de Borja Martorell y Téllez-Girón, duque de Escalona y Almenara Alta.
-Francisco Javier Osorio de Moscoso y Reynoso, conde de Trastámara.
-Gerardo Osorio de Moscoso y Reynoso, conde de Altamira.
-Ramón Osorio de Moscoso y Taramona, conde de Cabra (hermano del Conde de Trastámara y del Conde de Altamira).
-Alfonso Patiño y Fernández-Durán, marqués de Sierra.
-Andrés Patiño y Fernández-Durán, conde de Guaro.
-José Pérez-Seoane y Roca de Togores, conde de Villaleal.
-Luis María Ruiz de Arana y Martín-Oliva, duque de Sanlúcar la Mayor.
Otros nombres que figuran en la relación de los asesinados en Madrid, muchos de ellos después de pasar por alguna de las checas repartidas por la ciudad, son Alfonso Pérez de Guzmán y Escrivá de Romaní, duque de T’Serclaes; Fernando María Fernández de Córdoba y Pérez de Barradas, duque de Lerma; Cristóbal Colón y Aguilera, duque de Veragua; José María Canalejas y Fernández, duque de Canalejas (hijo del conocido político de la Restauración); Alfonso de Borbón y León, marqués de Squilache; su hermano Enrique de Borbón y León, marqués de Balboa (junto con su hijo Jaime de Borbón y Esteban, que en el momento de ser fusilado contaba con 15 años de edad); José Luis Medina y Carvajal, marqués de Buenavista; Fernando Primo de Rivera y Cobo de Guzmán, conde de San Fernando de la Unión.
Si bien la mayoría de los nobles fallecidos entre 1936 y 1939 fueron víctimas de la represión ejercida en la zona republicana, no fueron pocos los que se prestaron a luchar en defensa de los sublevados, muriendo en el campo de batalla. Destaca de entre ellos Manuel Falcó y Álvarez de Toledo, duque de Fernán-Núñez, muerto el 8 de diciembre de 1936 en la Casa de Campo de Madrid. Dos de sus hermanos, Tristán, conde de Barajas, y Beltrán, perecerían también durante la Guerra Civil.
En acción de combate cayeron también los hermanos Francisco de Borja de Arteaga y Falguera, marqués de Estepa, y Jaime de Arteaga y Falguera, conde del Serrallo; Ricardo Martorell y Téllez-Girón, marqués de Monasterio (hermano del Duque de Escalona y Almenara Alta, asesinado en Paracuellos); Juan de Montserrat de Suelves y Goyeneche, marqués de Tamarit; Fernando Fernández de Córdoba y Mariátegui, marqués de Povar (el cual pereció en el hundimiento del crucero Baleares); Evaristo de Churruca Zubiría, conde de Motrico; Tirso Roca de Togores y Tordesillas, vizconde de la Puebla de Alcocer.
Hubo asimismo quienes murieron por circunstancias diversas y ajenas a la acción del bando republicano, como es el caso de Carlos Luis Rúspoli y Álvarez de Toledo, duque de Sueca (gravemente herido tras ser su casa alcanzada por la aviación del bando nacional); Diego Zuleta de Reales y Carvajal, duque de Abrantes (que con 13 años se presentó voluntario para combatir en el frente, donde padeció diversos problemas de salud que le llevarían a la muerte en 1939); José Manuel Sánchez y Dujat des Allimes, duque de Almodóvar del Río (el cual contrajo el tifus mientras luchaba en las filas nacionales); Álvaro de Silva y Fernández de Henestrosa, marqués del Viso (fallecido en 1938 durante unos ejercicios de natación organizados por la Marina).
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