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Fallece a los 91 años el último brigadista internacional cubano Publicado: 14/08/2009
Universo Lípiz Rodríguez (Matanzas, 1918-2009) |
Integrante de las Brigadas Internacionales en la guerra civil española y combatiente contra la invasión anticastrista de Playa Girón o Bahía de Cochinos en 1961. Con estos recuerdos ha fallecido el cubano Universo Lípiz, a los 91 años, en Matanzas, a 105 kilómetros al este de La Habana,.
Hijo de un zapatero anarquista y una madre libertaria expulsados de Cuba con él en 1932, Lípiz se hizo amigo del sindicalista Durruti y se sumó en 1936 al “Batallón Español” de la XV Brigada, también llamado “Cubano” por tener muchos combatientes de esta nacionalidad.
En una de sus rodillas llevaba incrustado un proyectil desde julio de 1936, según recientes declaraciones suyas a periodistas.
En España “combatió en distintos frentes” y después “permaneció en campos de concentración, logró escapar de Dachau, en Alemania, y huyó a Francia, desde donde partió definitivamente a Cuba a finales de 1942″.
Hijo de emigrados españoles y desde los 17 años de edad enrolado en guerras contra el fascismo, este cubano puede contarse entre los pocos hombres que logró escapar del campo de exterminio de Dachau, durante la II Guerra Mundial
Año 1941. Como otras tantas veces él y los demás estaban allí por orden de los oficiales. Del otro lado de la alambrada, una hilera de hombres y mujeres de todas las edades caminaban fatigosamente. De pronto, su mirada se detuvo en una mujer con sus dos hijos de muy cortas edades: el varón en brazos y la niña de la mano.
La pequeña, al pasar frente al grupo, volvió la cabeza, alzó su manita y con una leve sonrisa dijo adiós. Un escalofrío recorrió al hombre y golpeó su pecho hasta desvanecerlo: Otro “lote” de judíos era conducido a las cámaras de gas, en el campo de concentración de Dachau, en la Alemania nazi.
Los brazos de sus compañeros apuntalaron el cuerpo de Universo Lípiz, que a duras penas lograba sostenerse en pie por los temblores, no sabe si de dolor o rabia. Porque tras el gesto cándido de la niñita, lo más claro que llegó a tener en su mente fue la decisión de escapar de tanta crueldad. Más tarde o más temprano también ellos, prisioneros de guerra, morirían gaseados por los fascistas.
A Universo Lípiz aún se le quiebra la voz y se le humedece la mirada cuando narra lo visto aquel día. Una imagen que no ha logrado zafar de sus noches, una pesadilla que lo seguirá hasta el último suspiro de su vida. Él lo sabe… y lo confiesa. “Cada vez que cierro los ojos solo veo a aquella mujer y sus dos hijitos caminando resignada hacia la muerte, y a la niña diciendo adiós, ajena a su destino.”
La guerra y los hombres
De visita en la ciudad de Matanzas, el azar y unos buenos amigos nos ponen frente a Universo Lípiz. Más de 60 años han transcurrido desde que salió del último de los seis campos de concentración europeos donde estuvo prisionero.
La delgadez quijotesca de su cuerpo hace pensar en las secuelas de la barbarie fascista, pero solo hasta que rompe hablar. Pronto reconocemos que cada palabra o frase también refleja un sufrimiento enquistado, a veces, con visos de rencor; a veces, con orgullo de guerrero envejecido, aunque dispuesto para la próxima campaña. “Sin olvidar, por supuesto, que lo peor de la guerra es lo que esta hace con los hombres”, asegura.
Esos mismos sentimientos pudieran ser, quizás, los que aún inquietan su vejez. “No he dejado de vivir, experimentar el temor de que el mundo vuelva al nazismo. Por eso nunca estuve de acuerdo con los juicios de Nuremberg. Porque esos mismos criminales de guerra alemanes eran los que decían primero matamos, después averiguamos”, recuerda molesto.
Si bien reconoce sentirse, en ocasiones, aturdido por tantos hechos y fechas, a sus 86 años Lípiz logra hilvanar con gran lucidez una historia de guerra, exilio, amor, odio, miedo, fugas, hambre, frío, muerte, horror… su historia de carne y huesos.
Hijo de gato caza ratón
A diferencia de la mayoría de los emigrantes españoles, Emilia y Vicente -los padres de Universo Lípiz Rodríguez- llegaron a Cuba en 1907 por motivos políticos. “De ellos heredé el oficio de luchador, porque en la vida lo mejor que hice siempre fue tirar tiros”, dice sonriendo.
Y recuerda que en 1932, el presidente Gerardo Machado expulsó a toda su familia de Cuba por las actividades contra el gobierno. Arrastrando un expediente de anarquistas y comunistas, nada más desembarcar en Barcelona todos fueron directo a prisión. Lípiz, por ser menor de edad, a un reformatorio.
“Llevar el apellido Lípiz era como tener pasaporte seguro a la cárcel”, recuerda con orgullo.
Luego de muchas presiones de sindicatos obreros y alguna ayuda de amigos, lograron salir libres pocos meses después. Sin embargo, España estaba demasiado convulsa y en peligro la República para permanecer indiferentes. Su decisión estaba echada.
“Al desatarse, en el verano de 1936, la Guerra Civil yo tenía 17 años y muchas agallas puesta en los genes por mis progenitores; razones suficientes para empuñar el arma que mi padre, ya muy enfermo, me obsequió con la encomienda de honrar con ella la tradición revolucionaria de la familia.”
Durante la contienda recibió heridas de balas, los grados de teniente, comandó batallones republicanos en decisivas batallas, conoció los fuegos del amor, el peligro y las cárceles franquistas. En marzo de 1939, mientras la República española languidecía, Lípiz junto a un grupo de combatientes, donde había otros cubanos, escapó de presidio hacia tierras francesas.
“Cerca de la frontera con aquel país, decidimos cruzar por otro punto distinto del que seguían las caravanas de refugiados que huían del fascismo en España. Con lo cual evitaríamos el peligro de caer presos nuevamente. De ese modo atravesamos los Pirineos por las montañas y con la ayuda de unos contrabandistas aplacamos el hambre, la sed y enderezamos el rumbo.
“Pero, en el primer pueblo al que llegamos, la policía francesa nos detuvo y, tras apalearnos, nos llevó a un campo de concentración. El Argeles-sur-Mer, en la costa Mediterránea, era a donde enviaban a todos los refugiados (incluyendo niños, mujeres y ancianos) de la Guerra Civil. Había unas cuatro mil personas allí.”
Entretanto, los rumores de una Segunda Guerra Mundial estremecían ya a Europa. Las sombras del fascismo hitleriano pronto cubrirían de terror a todo el continente. Para Universo Lípiz, con poco más de 20 años, aquel internamiento inicial fue solo un destello apocalíptico de lo que viviría poco después.
La vida y la muerte, en cinco minutos
“A lo largo de 1939, y con pocos meses de diferencia, estuvimos también en los Campos de Le Barcares, Bernet de Ariege y Gurs, todos muy cerca del límite fronterizo con España, y donde las condiciones de vida empeoraban despiadadamente de uno a otro.
“En septiembre de ese año estalló la Segunda Guerra Mundial, y ante la posibilidad de que Alemania atacara Francia, nos sacaron de Gurs, reconocieron los grados militares a quienes los teníamos y nos organizaron en batallones de guerra. Más tarde nos unimos al ejército inglés para combatir a los alemanes.
“Sin embargo, cuando el poderío militar nazi repliega las tropas británicas, nuestro grupo intentó desarrollar una guerra de guerrilla con muy poco éxito: falta de apoyo de la clandestinidad y la delación del dueño de una granja donde descansábamos el agotamiento de varios días insomnes, nos echó la Gestapo encima.”
Saint Cyprien, campo de concentración en la zona francesa ocupada por los alemanes, fue entonces el breve destino del joven Lípiz y otros dos cubanos (Daniel Espino y Manuel Martín Lavandero), antes de ser enviados al infierno de Dachau.
“Aun cuando era un lugar de aniquilar judíos, para nosotros no era menos terrible. Recuerdo que llegamos allí hacinados en vagones sellados de trenes. Ocupamos las barracas de prisioneros de guerra; del otro lado, separadas por una carretera y alambradas, estaban las de los judíos. Al final las cámaras de gas.
“Cada mañana mientras izaban la bandera nazi teníamos que levantar la mano y decir, a coro, Hitler, Hitler, Heil Hitler. Un día, los tres cubanos cambiamos el saludo y durante la ceremonia dijimos ‘¡Hitler!, ¡Hitler!, ¡Hasta aquí llegó la mierda!’ Fatalmente, lo escuchó un oficial que entendía el español. Fuimos llevados a su oficina -pensamos en el fusilamiento-, y nos dejó bien claro que ‘otra bromita similar’ sería el final de nuestras vidas.
“Aunque siempre lo pude controlar, no dejé de sentir miedo. Con pretexto o sin él, los soldados golpeaban y asesinaban. El agua y la comida apenas permitían mantenerse en pie; los atropellos y vejaciones eran tan cotidianos como la mugre y las epidemias.
“Durante las sesiones de exterminio, nos llevaban a las alambradas para ver pasar a los judíos; pero la crueldad llegaba al punto de que los oficiales contaban luego, a carcajada limpia, cómo los ‘freían’. Una y otra vez la imagen de la niña… Cada mañana, al despertar, sabía que estaba vivo por el odio tan grande que sentía hacia los alemanes. Un rencor que podía agarrar y apretar con mis manos… que a veces siento todavía.
“De hecho, morir allí, no estaba en nuestros planes como sí fugarnos, aunque el acto representaba un suicidio. Lo comentamos con el jefe de barraca -otro prisionero, pero con esas funciones-, pues necesitábamos su colaboración. Al final, creo que hasta el oficial que hablaba español ayudó a nuestra huida. Solo disponíamos de cinco minutos para saltar la alambrada, supuestamente electrificada. A las diez de la noche y por el sitio que nos indicaron, decidimos cruzar la cerca…, nos sobraron tres minutos.”
Tras la fuga del campo de exterminio de Dachau, donde estuvo desde 1939 hasta principios de 1942, Lípiz y sus compañeros recorrieron media Alemania y toda Francia. Llegaron a España bajo un gélido invierno apenas vestidos y mal alimentados. Mas, los azotes de los campos de concentración no dieron tregua al alma y el cuerpo de este cubano nacido el 6 de noviembre de 1918 en la ciudad de Matanzas.
“Casi de inmediato la Guardia Civil nos detiene por indocumentados y bajo acusación de ser republicanos somos trasladados al Campo de Internamiento Caldas de Marabella y unos meses más tarde al de concentración Miranda de Ebro.” Ocho meses más tarde y algunas gestiones de su familia, Universo Lípiz llegó, finalmente, a Cuba. Atrás quedaban años de guerra y muerte; de amor y vida.
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