La guerra civil española.-a
La guerra civil española tuvo múltiples facetas, pues incluyó lucha de clases, guerra de religión, enfrentamiento de nacionalismos opuestos, lucha entre dictadura militar y democracia republicana, entre revolución y contrarrevolución, entre fascismo y comunismo.
A las partes del conflicto se las suele denominar bando republicano y bando sublevado:
El bando republicano estuvo constituido en torno al Gobierno, formado por el Frente Popular, que a su vez se componía de una coalición de partidos republicanos —Izquierda Republicana y Unión Republicana— con el Partido Socialista Obrero Español, a la que se habían sumado los marxistas-leninistas del Partido Comunista de España y el POUM, el Partido Sindicalista de origen anarquista y en Cataluña los nacionalistas de izquierda encabezados por Esquerra Republicana de Catalunya. Era apoyado por el movimiento obrero y los sindicatos UGT y CNT, los cuales también perseguían realizar la revolución social. También se había decantado por el bando republicano el Partido Nacionalista Vasco, cuando las Cortes republicanas estaban a punto de aprobar el Estatuto de Autonomía para el País Vasco.El bando sublevado, que se llamó a sí mismo «bando nacional», estuvo organizado en torno a parte del alto mando militar, institucionalizado inicialmente en la Junta de Defensa Nacional sustituida tras el nombramiento de Francisco Franco como generalísimo y jefe del Gobierno del Estado. Políticamente, estuvo integrado por la fascista Falange Española, los carlistas, los monárquicos alfonsinos de Renovación Española y gran parte de los votantes de la CEDA, la Liga Regionalista y otros grupos conservadores. Socialmente fue apoyado por aquellas clases a las que la victoria en las urnas del Frente Popular les hizo sentir que peligraba su posición; por la Iglesia católica, acosada por la persecución religiosa desatada por parte de la izquierda nada más estallar el conflicto y por pequeños propietarios temerosos de una «revolución del proletariado» En las regiones menos industrializadas o primordialmente agrícolas, los sublevados también fueron apoyados por numerosos campesinos y obreros de firmes convicciones religiosas.
Ambos bandos cometieron y se acusaron recíprocamente de la comisión de graves crímenes en el frente y en las retaguardias, como sacas de presos, paseos, desapariciones de personas o tribunales extrajudiciales. La dictadura de Franco investigó y condenó severamente los hechos delictivos cometidos en la zona republicana, llegando incluso a instruir una Causa General, todo ello con escasas garantías procesales. Por su parte, los delitos de los vencedores nunca fueron investigados ni enjuiciados durante el franquismo, a pesar de que algunos historiadores y juristas sostienen que hubo un genocidio en el que, además de subvertir el orden institucional, se habría intentado exterminar a la oposición política.
Las consecuencias de la Guerra Civil han marcado en gran medida la historia posterior de España, por lo excepcionalmente dramáticas y duraderas: tanto las demográficas —mortandad y descenso de la natalidad que marcaron la pirámide de población durante generaciones— como las materiales —destrucción de las ciudades, la estructura económica, el patrimonio artístico—, intelectuales —fin de la denominada Edad de Plata de las letras y ciencias— y políticas —la represión en la retaguardia de ambas zonas, mantenida por los vencedores con mayor o menor intensidad durante todo el franquismo, y el exilio republicano—, y que se perpetuaron mucho más allá de la prolongada posguerra, incluyendo la excepcionalidad geopolítica del mantenimiento del régimen de Franco hasta 1975.
Comentario de historiador
La Guerra Civil española no ha dejado de plantear interrogantes incluso 80 años después de finalizar. Sputnik conversó con el historiador Julián Casanova sobre cómo se debería tratar la contienda y sus consecuencias en la actualidad.
Tras la muerte de Franco, en 1975, los archivos se abrieron y se descubrieron nuevos documentos. Una nueva generación de historiadores españoles, que estudiaba en las universidades en los últimos años del franquismo, empezó a escribir libros sobre la Guerra Civil y numerosos hispanistas británicos y norteamericanos continuaron la senda abierta por los libros de Hugh Thomas y Gabriel Jackson en los años 60, explica Julián Casanova, del Instituto de Estudios Avanzados en Princeton (IAS, por sus siglas en inglés) y también catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza (España).
No obstante, la salida a la luz de todos esos hechos y datos novedosos y contundentes sobre las víctimas de la Guerra Civil y de la violencia franquista ha provocado en los últimos años "un agrio debate en la sociedad española", admite el historiador.
En particular, hay mucha polémica en torno a la necesidad de retirar los restos de Franco del Valle de los Caídos. El 15 de febrero, la ministra de Justicia, Dolores Delgado, informó de la decisión del Gobierno de Pedro Sánchez de hacerlo.
De acuerdo con Julián Casanova, lo que conviene hacer hoy en día en una sociedad bastante polarizada respecto a los resultados y consecuencias de la Guerra Civil es "retribuir moralmente y con la verdad a las víctimas de la violencia franquista, seguir educando en la libertad y responder ante las mentiras y la propaganda con trabajos rigurosos, bien escritos y difundidos".
Comentario de historiador
La Guerra Civil española no ha dejado de plantear interrogantes incluso 80 años después de finalizar. Sputnik conversó con el historiador Julián Casanova sobre cómo se debería tratar la contienda y sus consecuencias en la actualidad.
Tras la muerte de Franco, en 1975, los archivos se abrieron y se descubrieron nuevos documentos. Una nueva generación de historiadores españoles, que estudiaba en las universidades en los últimos años del franquismo, empezó a escribir libros sobre la Guerra Civil y numerosos hispanistas británicos y norteamericanos continuaron la senda abierta por los libros de Hugh Thomas y Gabriel Jackson en los años 60, explica Julián Casanova, del Instituto de Estudios Avanzados en Princeton (IAS, por sus siglas en inglés) y también catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza (España).
"Como consecuencia de esa gran renovación historiográfica, las versiones de los vencedores de la guerra, amos y señores de la historia durante la dictadura, quedaron desmontadas y desfasadas y surgió una nueva interpretación de la historia plural y diversa, fiel con las fuentes, que trataba de indagar los hechos más relevantes y de construir relatos con los principales actores que habían sido despreciados o denigrados por los ideólogos del franquismo", comenta Casanova a Sputnik.
No obstante, la salida a la luz de todos esos hechos y datos novedosos y contundentes sobre las víctimas de la Guerra Civil y de la violencia franquista ha provocado en los últimos años "un agrio debate en la sociedad española", admite el historiador.
En particular, hay mucha polémica en torno a la necesidad de retirar los restos de Franco del Valle de los Caídos. El 15 de febrero, la ministra de Justicia, Dolores Delgado, informó de la decisión del Gobierno de Pedro Sánchez de hacerlo.
"El Valle de los Caídos simboliza el triunfo de Franco en la Guerra Civil, la espada y la cruz unidas por el pacto de sangre forjado en la guerra y consolidado por los largos años de victoria, la humillación de los vencidos", observa Casanova.
Según el historiador, es necesario conservarlo "como lugar de memoria, explicar cómo fue construido, su significado, la simbiosis entre la Iglesia católica y la política autoritaria".
Pero, al mismo tiempo, señala que "hay que sacar de allí los restos de los republicanos asesinados por Franco que fueron trasladados al Valle tras ser robados de fosas comunes, sin el consentimiento de sus familias, y hay que sacar de allí también al dictador".
"Una democracia no puede tener al vencedor de una Guerra Civil y dictador todopoderoso durante casi 40 años enterrado en el monumento que mandó construir para conmemorar la victoria en lo que ellos llamaron Cruzada", opina Casanova. Mientras tanto, todavía existen archivos de la Guerra Civil a los que no se puede acceder.
"La Fundación Francisco Franco es la propietaria de cientos de documentos que deberían ser públicos, pero el principal obstáculo para los historiadores proviene de los usos políticos que se está haciendo de las memorias e historia de la Guerra Civil y de la dictadura, con bastantes medios de comunicación que dan voz a la propaganda frente al conocimiento histórico".
De acuerdo con Julián Casanova, lo que conviene hacer hoy en día en una sociedad bastante polarizada respecto a los resultados y consecuencias de la Guerra Civil es "retribuir moralmente y con la verdad a las víctimas de la violencia franquista, seguir educando en la libertad y responder ante las mentiras y la propaganda con trabajos rigurosos, bien escritos y difundidos".
Para el historiador, "no es un tema de reconciliación, porque sin ella la sociedad española no hubiera consolidado la democracia, sino de enfrentarse al pasado con libertad, sin ocultarlo y desmontando los mitos, independientemente de su procedencia ideológica".
La memoria del asesino de Belchite.
Belchite es un municipio de la provincia de Zaragoza en Aragón en España, situado a 49 km de la capital. Tiene una población de 1.505 habitantes (INE, 2019) y 273,58 km² de extensión. Es la cabeza de la comarca conocida como "Campo de Belchite".
Es conocido por haber sido escenario de una de las batallas simbólicas de la Guerra civil española, la batalla de Belchite. Como consecuencia de los enfrentamientos, el pueblo fue destruido. En lugar de su reconstrucción, el régimen de Francisco Franco decidió crear un pueblo nuevo al lado (hoy conocido como Belchite nuevo), dejando intactas las ruinas del anterior como recuerdo de la guerra civil y de lo que se consideraron excesos del bando vencido. El conjunto, hoy en día abandonado y en parte cerrado al paso de personas, se conoce como Pueblo Viejo de Belchite. Tiene los títulos de muy noble, leal y heroica villa, y ostenta la cruz laureada de San Fernando que Franco le otorgó.
masacre.
Documento del Ayuntamiento de Belchite, donde aparece como fallecido Constantino Lafoz, falangista que fusiló a 55 civiles |
Vicente G. Olaya
Belchite era un pueblo de Zaragoza de 3.800 habitantes gobernado desde 1933 por el socialista Mariano Castillo Carrasco. El 20 de julio de 1936, dos días después del golpe de Estado del general Franco que se acabó convirtiendo en la Guerra Civil, milicias falangistas lo depusieron. El alcalde Castillo se suicidó para que los sublevados no tomasen represalias contra su esposa y su hijo, lo que no evitó que los fusilaran, al igual que asesinaron a unos 400 civiles inocentes.
En agosto de 1937, las tropas leales a la República tomaron el municipio. Constantino Lafoz, militante falangista, fue detenido, y en los interrogatorios admitió haber fusilado a 50 hombres y cinco mujeres indefensos en los últimos días de julio de 1936. Fue enviado a un campo de concentración republicano, donde murió el 17 de noviembre de 1938, según documentos que alberga el Centro Documental de la Memoria Histórica.
Lafoz, agricultor de 34 años y padre de cuatro hijos, se había afiliado a Falange el mismo día en que los seguidores de José Antonio Primo de Rivera entraron en el pueblo y comenzaron a asesinar a los partidarios de la República. Al ser arrestado, declaró que los crímenes fueron ordenados por falangistas, requetés y miembros de Acción Ciudadana, una milicia antiobrerista. Unas 150 víctimas fueron arrojadas a fosas comunes en el interior del cementerio y otras 250 sepultadas junto a las tapias.
Pedro Corral —periodista, parlamentario del PP en la Asamblea de Madrid y autor de varios libros sobre la Guerra Civil— ha tratado de reconstruir el caso de Constantino Lafoz. El político popular cree que el falangista, tras ser detenido, fue sometido a un juicio sumarísimo por los tribunales republicanos y condenado a un campo de concentración.
“Posiblemente fuese acusado de adhesión a la rebelión militar. Lo que parece claro es que su confesión del crimen debió de agravar su condena. Alguna fuente señala que murió por los malos tratos recibidos durante su paso por el campo de prisioneros”, asevera.
Tras finalizar la contienda, todos los ayuntamientos españoles recibieron la orden de elaborar una “relación de personas residentes en el término municipal que durante la dominación roja fueron muertas violentamente o desaparecidas y que se cree fueron asesinadas [por los republicanos]”. En esos listados elaborados por los municipios se indicaba el nombre del fallecido, su filiación política, la edad, la profesión y si se había encontrado su cadáver.
En el caso de Lafoz, se señala que se desconocía dónde estaba su cuerpo. Curiosamente, no se indica que era miembro de la Falange, a pesar de que así lo manifestó él cuando fue detenido por los republicanos en 1937.
Aunque, de momento, no se han hallado los documentos judiciales que condujeron a Lafoz al campo de concentración, Corral sí ha encontrado uno de los sumarios que condenaron a muerte o a prisión a 23 presos franquistas detenidos en Belchite en 1937 tras la durísima batalla que destruyó el municipio completamente. En él, el Tribunal Popular del Juzgado número 2 de Caspe abría “sumario por los hechos declarados y que se declaren, respecto a la actuación de los elementos fascistas sublevados en el pueblo de Belchite, de la oposición armada que los mismos hayan hecho a las fuerzas del Gobierno legítimo de la República”.
La gran fosa común de Belchite
Uno de los acusados en ese proceso fue Gabriel Julián Artigas, el enterrador municipal de Belchite, que admitió haber dado sepultura [tirados a una fosa común, algunos de ellos con los pies y las manos atadas] “a 157 personas” en el cementerio local y que habían sido fusiladas en las tapias del camposanto. Por el trabajo, recibió una compensación de 75 pesetas. Artigas, de 58 años, declaró también votar “a las derechas”, lo que no jugó a su favor. Finalmente, con estos argumentos y las pruebas reunidas, fue condenado por el tribunal popular a 14 años de prisión “por auxilio a los rebeldes”. Fue, sin embargo, de los más afortunados, porque la mayoría de los acusados fueron condenados a muerte. Entre sus nombres, no aparece el de Lafoz. En 1948, el Gobierno de Franco concedió una pensión de orfandad a los hijos de Lafoz al haber contraído matrimonio su viuda con otro hombre. Las ayudas se mantendrían hasta que los vástagos cumplieran 23 años. Los hijos de los enterrados en las fosas comunes no recibieron nada.
Corral, además, ha localizado en el Archivo Histórico Nacional el documento municipal, ya de la época franquista, donde se dan más detalles de la muerte del falangista, al igual que de otros vecinos de derechas de Belchite.
Pero “como muchos fueron asesinados por las hordas marxistas después de hacer prisioneros cuando fue ocupada esta villa [en 1937], no ha sido posible localizar [todos] los nombres de las personas que pudieran participar en este crimen”, se señala en el documento municipal.
No se hace, en cambio, ninguna referencia a los 400 civiles republicanos asesinados por los golpistas y cuyos cuerpos han comenzado a ser exhumados ahora en una fosa común de Belchite gracias al proyecto de Memoria Democrática, financiado por el Ministerio de Presidencia, la Secretaría de Estado de Memoria Democrática y el Gobierno de Aragón.
Tomás Quintín participó en agosto de 1937, con 14 años, en la batalla de Belchite, enrolado en las centurias anarquistas de Ascaso. En 1999 relató a Corral para la revista Blanco y Negro lo que vio en la carretera que unía Mediana y Belchite, municipios distantes diez kilómetros: unos 80 cuerpos en las cunetas, hombres y mujeres indistintamente, que parecían esperar sentados, asesinados por los falangistas.
“Parecía gente dormida, con el sombrero puesto y todo. Yo venía por la carretera de Zaragoza acarreando haces de trigo para la era. Iba conmigo un agostero que trabajaba para mi padre. Pascual, le dije, mira esos que duermen. Esos no se despertarán jamás, me respondió”.
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