Monseñor Cristián Precht Bañados.-a

Soledad  Garcia  Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes


Con la caída de Precht, muchos estarán contento, tiene muchos enemigos personales.


(Santiago, 23 de septiembre de 1940) es un ex-presbitero chileno conocido por su labor durante la dictadura militar en defensa de los derechos humanos. Fue vicario de la Vicaría de la Solidaridad entre 1976 y 1979. En septiembre de 2018 fue expulsado del sacerdocio por su participación en casos de abuso sexual.

Estudios y ordenación

Hijo de Héctor Precht Castro y de Marta Bañados Martínez, tiene cinco hermanos: Ester, Angélica, Marta, Héctor y Hernán. Cursó sus estudios primarios y secundarios en el Saint George's College, que dirige la Congregación de Santa Cruz. Después de hacer algunos semestres de Derecho, ingresó, en 1961, al Seminario Pontificio de Santiago y fue ordenado sacerdote por monseñor Fernando Ariztía, el 6 de agosto de 1967.
Ese mismo año obtuvo su Licenciatura en Teología en la Universidad Católica. Después de ordenado siguió trabajando como formador en el mismo seminario donde estudió y como asesor de la Acción Católica Universitaria, hasta que en 1969 viajó a Roma a especializarse en Liturgia. En 1972 obtuvo la Licenciatura en Sagrada Liturgia otorgada por el Pontificio Ateneo de San Anselmo.

Trabajo como vicario

De regreso a Chile fue nombrado vicario cooperador en una parroquia de la periferia de Santiago y continuó como formador y profesor de Liturgia en el Seminario. En 1974 el cardenal Raúl Silva Henríquez lo nombró secretario ejecutivo del Comité Pro Paz, entidad ecuménica creada para la defensa y promoción de los derechos humanos. Ejerció ese cargo hasta 1976, año en que el cardenal lo nombró vicario de la recién creada Vicaría de la Solidaridad.
En 1979 asumió como vicario de la zona Oriente de Santiago y como secretario pastoral de la Arquidiócesis, cargos que ejerció hasta que el cardenal Juan Francisco Fresno lo nombró vicario general de Pastoral en la Navidad de 1983. En esta condición le correspondió acompañar al cardenal en su acción en pro de la reconciliación del país. Sin dejar su cargo, en 1985 fue nombrado vicepresidente de la Comisión Nacional que preparó la visita de Juan Pablo II a Chile (1987) y encargado de Liturgia de la misma Comisión. Posteriormente, el cardenal Fresno le encargó la planificación y realización del proyecto de Nueva Evangelización y, sin dejar su cargo de vicario general, lo nombró, en 1989, vicario para la Pastoral Juvenil de Santiago.
Monseñor Carlos Oviedo Cavada asumió la Arquidiócesis de Santiago de Chile en 1990, y lo confirmó como vicario pastoral, además de encargarle la creación de la Vicaría de la Esperanza Joven en 1991 para dar un nuevo impulso a la pastoral juvenil. Como vicario pastoral debió encabezar la Misión General de Santiago y las Misiones Ambientales que se realizaron en el marco de la Nueva Evangelización. Además encabezó el área de Comunicaciones Sociales de la Arquidiócesis, fue director de la revista Iglesia de Santiago y presidió la Fundación Tiberíades, creada en 1991 para la producción, edición y distribución de materiales pastorales, escritos y audiovisuales.
Fue colaborador habitual de las revistas Mensaje, Revista Católica y Servicio. También ha escrito para las revistas Testimonio y Carisma, y fue comentarista en Radio Chilena. Desde 1995 a 1999 se desempeñó como secretario general adjunto del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), con sede en Bogotá, Colombia.
El arzobispo de Santiago, cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa, lo nombró vicario episcopal para la Zona Sur, el 2 de noviembre de 1999, y en agosto de 2004 fue designado secretario ejecutivo de la Comisión de Canonización de Alberto Hurtado. En 2009 el padre Precht dejó la Vicaría de la Zona Sur y asumió la Vicaría General de Pastoral del Arzobispado de Santiago. Al año siguiente, recibió la condecoración Héroe de la Paz San Alberto Hurtado por su labor en materia de derechos humanos durante su trabajo en la Vicaría de la Solidaridad.

Casos de abuso sexual

En 2011, el Arzobispado de Santiago inició una investigación canónica ante una denuncia de abuso sexual, que fue cerrada semanas más tarde tras establecerse que no había elementos que pudieren acreditar la verosimilitud de la misma.2​ Sin embargo, el 28 de junio del año siguiente, el arzobispo Ricardo Ezzati informó que en las investigaciones realizadas en el caso de los sacerdotes Cristián Precht y Alfredo Soiza-Piñeyro había «noticias verosímiles de conductas abusivas con mayores y menores de edad». Al tratarse de «delitos más graves», la autoridad eclesiástica local se declaró no competente y remitió el caso a la Congregación para la Doctrina de la Fe.
El 6 de diciembre de 2012, se dio a conocer la resolución del proceso canónico llevado contra Precht ante el Vaticano, que determinó culpabilidad de conductas abusivas. Después de ello Ezzati suspendió a Precht del ejercicio público del sacerdocio por cinco años.4​ La defensa canónica de Precht, ejercida por el presbítero Raúl Hasbún, anunció en un principio que apelaría ante la Santa Sede,​ pero en un comunicado del 21 de febrero de 2013, Precht, aunque declaró su convicción de ser inocente, informó que no recurriría la sentencia y que aceptaba las sanciones impuestas por su obispo.
En 2017, el año que se terminaba la sanción contra el sacerdote, la periodista Andrea Lagos publicó Precht. Las culpas del vicario, una biografía en la que aborda también los casos por los que este había sido castigado. Precht aceptó hablar con Lagos, quien mantuvo "ocho largas sesiones de entrevistas por dos años y muchísimos mails con información anexa".

Expulsión del sacerdocio

El 15 de septiembre de 2018 el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Luis Ladaria, notificó al Arzobispado de Santiago que con fecha 12 de septiembre de 2018 el papa Francisco decretó, de forma inapelable, la dimisión del estado clerical "ex officio et pro bono Ecclesiae" y la dispensa de todas las obligaciones unidas a la sagrada ordenación de Precht Bañados.

Nota periodística 

Andrea Lagos, periodista y biógrafa de Cristián Precht –acusado de abuso sexual en el caso Maristas y expulsado recientemente del sacerdocio por el Vaticano- aseguró a Cooperativa que, en su mayoría, los jóvenes abusados por el ex vicario "no eran de derecha" y que éste "era un ídolo" por su labor de defensa de los derechos humanos.
"En general los jóvenes y niños abusados no eran de medios de derecha. A todos les importaba la figura que representaba Precht, era un ídolo... Había uno que me contaba que una vez conquistó a su polola porque la llevó a un carrete en la casa de él", explicó la periodista en conversación con Lo Que Queda de Día.
La autora del libro "Precht. Las culpas del vicario" agregó que "ellos superponían, en ese tiempo, lo que significaba Cristián Precht frente a lo que pudiese hacerles, que en ese momento no eran capaces de leer lo que les hacía".
Lagos agregó también que, tras ser expulsado por el Vaticano, "él (Precht) lo debe estar pasando muy mal", porque "él no se define como otra cosa que no sea sacerdote".
En este sentido, su actitud previa –con querellas y recursos- se lee como que "él sabía que iba a quedar fuera de la Iglesia".
La periodista se refirió además a los dos casos que habrían ayudado a acelerar la expulsión de Precht, y aseguró que cuando escribió el libro hubo "gente que no quiso hablar conmigo".
"De que hay potencialidad de más casos, la hay", comentó la biógrafa, consultada también por las diferencias respecto a otros casos de abuso sexual en la Iglesia –como el caso Karadima-, a lo que explicó que "el Papa cambió".

Columna de Ascanio Cavallo: Precht

 SAB 22 SEP 2018

Si todos los que se ampararon en el coraje de Precht creen ahora que fue un traidor, entonces toda la defensa de los derechos humanos pudo ser una gran traición. Pero eso es un oxímoron. Hay gente que está viva gracias a esa lucha. Más bien hay que aceptar que la turbulencia de la condición humana estaba tocando uno de los flancos más dolorosos de la historia reciente.
“También eso, tal vez, estaba previsto”, escribe Borges en la última línea del Tema del traidor y del héroe. Kilpatrick, el traidor, acepta formar parte de una enorme representación al final de la cual debe ser asesinado para confirmar su condición de héroe. El traidor se trasforma en héroe. La pequeña gema de Borges contiene también, por un momento, su opuesto: que el héroe se convierta en traidor.
¿En qué posición está hoy Cristián Precht?
 En la tercera acusación por abusos sexuales y de poder que ha enfrentado, la querella criminal presentada ante el 15° Juzgado de Garantía de Santiago con el patrocinio del abogado Juan Pablo Hermosilla, los testimonios de los acusadores son espeluznantes y presentan a Precht, junto con otro sacerdote , como una dupla cuyos tenebrosos juegos sexuales eran bien conocidos o intuidos por los alumnos del Instituto Alonso de Ercilla, regentado por los Hermanos Maristas. Precht y Ortega, diocesanos, iban a ese colegio a ejercer los sacramentos de la eucaristía y la confesión.
Uno de los acusadores, Jaime Concha Meneses, dice que Precht era “su superhéroe”, el símbolo de la defensa de los derechos humanos, el titular de la Vicaría de la Solidaridad, el organismo creado por el cardenal Raúl Silva Henríquez para proteger a los perseguidos de toda laya en los años más duros del régimen militar. Un detalle enerva la piel: la fecha recordada es 1977, es decir, cuando Precht era aún el vicario. Los testimonios obligan a suspender la incredulidad: mientras el héroe defendía los derechos de unos, el traidor violaba los derechos de otros.
En 1978, el cardenal decidió retirarlo de la vicaría, pero no por esas razones, sino porque los riesgos que corría Precht ya parecían intolerables. Pero para Jaime Concha Meneses y sus compañeros, el “superhéroe” ya era el supertraidor. Para el resto de los chilenos, y en especial para todos los que veían en la Vicaría de la Solidaridad el ejemplo del coraje y la misericordia, los valores más preciados del humanismo, solo era el héroe. Es importante tener esto en cuenta.
¡Cuánto hubiesen deseado la Dina, la CNI, los fiscales militares, conocer lo que pensaban los niños del Instituto Alonso de Ercilla! Y al mismo tiempo, ¡cuán incompetentes fueron para perderse unas oportunidades que pudieron ser más eficaces que un balazo! ¿Quiere decir que Precht, o cualquier otro de los cristianos de aquellos días usaban los derechos humanos como una pura faramalla? Esto es inconcebible: ninguna conciencia decente soporta semejante idea. Pero cualquier conciencia entra en tensión con esta colisión de fuerzas inmensas.
El hecho objetivo es que Precht ha sido acusado tres veces. La primera, el caso de Patricio Vela, no arribó a condena canónica, porque la víctima había muerto (de suicidio: no es un detalle). La segunda, por abusos contra menores, condujo al castigo por cinco años sin ejercer el ministerio. La tercera ha derivado en la expulsión total del sacerdocio, la medida más grave que se haya tomado jamás contra un sacerdote en Chile. Las circunstancias de este historial están detalladas en el equilibrado y perspicaz libro de Andrea Lagos, Precht -Las culpas del vicario (UDP-Catalonia, 2017), que será reeditado con un epílogo actualizado en los próximos días.
La justicia canónica no ha otorgado posibilidad de defensa, ni siquiera de conocimiento del proceso, ni a su abogado canónico -el cura Raúl Hasbún- ni al afectado. En estos tiempos es arduo llamar “justicia” a un procedimiento semejante. Una de las explicaciones -que se supone colaterales- es que Precht acudió a la justicia civil para impugnar unas precautorias que le impedían salir de Santiago, cuando él quería radicarse en Coyhaique. Al sobrepasar el Derecho Canónico mediante el Derecho Civil, Precht se habría separado por sí solo de la Iglesia. El sacerdote Precht sería incompatible con el ciudadano Precht. El traidor con el héroe.

La pregunta que más circula ahora es por qué la pena contra Precht no ha alcanzado, por ejemplo, a Karadima, que además de abusos constituyó una red de poder político y social; o a los propios maristas, acusados de delitos más graves; o a otros sacerdotes de otros casos, cuyas inconductas han sido más profundas o más perversas.
No es útil decir que todos los abusos son iguales. Esto puede ser consolador para las víctimas, pero el Derecho Penal consiste en la distinción entre los delitos. No hay penalidad posible si todo es igual. Pero aun si así fuera, queda todavía el problema del héroe y el traidor.
Una vez más, el Vaticano -la Congregación para la Doctrina de la Fe, en este caso- parece actuar sin ver el conjunto. Lo ha hecho con Karadima, que vive en una especie de Penal Cordillera del sacerdocio. Lo hizo con el obispo Juan Barros, que se ostentó durante la visita papal a Chile hasta el punto de convertirla en un fracaso. Lo hace con otros procesos, que continúan un largo recorrido por las catacumbas serpenteantes de la justicia canónica. Y, en cambio, tiene con Precht la expedición y la radicalidad que no ha mostrado con nadie, nunca antes.
De acuerdo: en unos pocos años, la severidad del Vaticano ha aumentado como consecuencia de un esfuerzo orgánico por detener el descrédito mundial. Pero en un caso como el de Precht, es imposible disociar al traidor del héroe. El silencio de quienes lo tuvieron por héroe no autoriza a considerarlo solamente un traidor, derecho que les está reservado a las víctimas. Dicho de otra manera: si todos los que se ampararon en el coraje de Precht creen ahora que fue un traidor, entonces toda la defensa de los derechos humanos pudo ser una gran traición. Pero eso es un oxímoron. Hay gente que está viva gracias a esa lucha. Más bien hay que aceptar que la turbulencia de la condición humana estaba tocando uno de los flancos más dolorosos de la historia reciente.

Al expulsarlo del sacerdocio, a Precht se le ha despojado de su principal motor de vida. Culpable o más culpable, infinitamente culpable si se quiere, Precht no ha sido (ni será, según parece) otra cosa que un sacerdote. Acaso un sacerdote de una Iglesia envenenada, pero no por sí mismo, sino por la forma concreta del sacerdocio en los tiempos en que le tocó serlo. El retrato matizado del libro de Andrea Lagos ayuda a asomarse al sujeto atormentado que ha vivido detrás del cura.
En todo caso, la condena a Precht, tan extrañamente discriminatoria, confirma lo que se sospecha hace tiempo: el Papa no termina de entender que lo que está bajo objeción universal es el sacerdocio en la forma en que lo norma la Iglesia Católica, incluido (pero no limitado a) el celibato. La modalidad sacerdotal no es un dogma de fe y apenas se remonta al siglo XVI; el Concilio Vaticano II lo tuvo en su agenda de reformas, pero prefirió no profundizar en eso, ya tenía suficiente con el resto. Ahora el Papa modifica sus sínodos, cita a reuniones de obispos, convoca a las conferencias episcopales. Nada que importe de verdad.
El Papa Francisco ha mostrado, en el caso chileno, que su onda es corta y mal informada. Es cierto que administra un territorio azotado por un huracán, pero su obstinación en no escuchar se ha ido convirtiendo en un sello de su papado. No será el único Papa que no entiende las minucias de una insignificancia como Chile, pero es el primero que no las escucha. Ahora sentencia a la muerte vocacional a quien fue uno de los hijos dilectos de su Iglesia, mientras cierra los ojos ante otros. Al Papa le fue mal en Chile no por Precht, sino por los otros. A esos otros les debe la pérdida de toda autoridad en este país.
Habrá que saber entonces, sin mirar al Vaticano, cómo se las arregla Chile con Precht, con esa envenenada cuenta de vidas que salvó y vidas que arruinó. También eso, tal vez, estaba previsto.

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