Sucesos de Castilblanco.-a

Soledad  Garcia  Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes


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Se conoce como sucesos de Castilblanco al enfrentamiento habido en la localidad española de Castilblanco (Badajoz), el 31 de diciembre de 1931, entre unos campesinos de la localidad y la Guardia Civil que acabó con el linchamiento de cuatro miembros de ese cuerpo. Fue el inicio de una "semana trágica" en el primer bienio de la Segunda República.

Sucesos

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El invierno era la estación del año de menor trabajo para los jornaleros de Extremadura y Andalucía, lo que hacía que fuera un momento de gran tensión social. El 20 de diciembre de 1931 en Castilblanco, un pueblo relativamente grande de la provincia de Badajoz, la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra (FNTT) convocó una manifestación pacífica para pedir trabajo, pero la Guardia Civil la disolvió (aunque no hubo víctimas) alegando que era ilegal (pues aunque era un derecho reconocido en la Constitución de 1931 que hacía pocos días que las Cortes Constituyentes de la Segunda República habían aprobado, no se había solicitado autorización administrativa). 
La FNTT convocó entonces una huelga general de dos días cuyo objetivo era conseguir el traslado del jefe local de la Guardia Civil, al que acusaban de apoyar a los propietarios y caciques frente a la legislación social recién implantada.
Se convocó una nueva manifestación para el día 30, y aunque esta vez sí se solicitó autorizazción, el alcalde no concedió permiso por razones de orden público, si bien al final se celebró sin que se produjeran incidentes al no intervenir las fuerzas del orden público. Al día siguiente, el alcalde envió a la Guardia Civil a la Casa del Pueblo, sede de la FNTT, para pedir que se cancelara una nueva manifestación prevista para aquel día. Mientras estaban negociando, un grupo de mujeres insultó a los cuatro guardias civiles que estaban fuera. Se entabló un enfrentamiento cuando la Gurdia Civil trató de impedir que los manifestantes entraran de modo violento en el local. 
Según unas versiones un manifestante resultó muerto en este momento por una bala de la Guardia Civil, posiblemente perdida en un rebote; según la versión oficial el fallecido civil se produjo tras haber asesinado a un cabo de una cuchillada en la nuca, e intentar repeler la agresión sus compañeros. El caso es que parte de la muchedumbre se abalanzó sobre ellos con palos, piedras y cuchillos y los linchó y asesinó allí mismo con inusitado ensañamiento.

Repercusión

La conmoción que provocaron estos hechos en el país fue enorme. El general José Sanjurjo, director general de la Guardia Civil, comentó que ni siquiera en la cabilas más primitivas de Marruecos había visto cadáveres tan salvajemente mutilados3​. El entierro de los cuatro guardias civiles fue presidido por el Ministro de la Gobernación, Santiago Casares Quiroga.
 El doctor Marañón en un artículo publicado en el diario El Sol consideró los sucesos de Castilblanco como un nuevo "Fuenteovejuna", y explicó los asesinatos como el resultado de las condiciones inhumanas en que vivían los jornaleros extremeños señalando que los verdaderos responsables de las muertes eran aquellos que mantenían a los campesinos en un estado de miseria y atraso vergonzosos. Este fue uno de los argumentos que usó Luis Jiménez de Asúa, abogado defensor de los encausados (y que había sido el presidente de la comisión que había redactado el proyecto de Constitución de 1931), pero el tribunal pronunció seis sentencias de muerte, luego conmutadas a cadena perpetua.
La tensión generada a raíz de los acontecimientos de Castilblanco enrareció el ambiente político y social del momento. El jefe de la Guardia Civil, el general Sanjurjo, que encabezaría un fallido golpe de Estado en 1932 y sería uno de los promotores del golpe de julio de 1936 que dio comienzo a la Guerra Civil, se mostró indignado por lo sucedido.
A los pocos días en Zalamea de la Serena la intervención de la Guardia Civil, en lo que parecía para algunos un escarmiento por los sucesos de Castilblanco y para otros una continuación de la violencia sindical, mató a dos campesinos e hirió a tres más. En Épila (Zaragoza), el sábado 2 de enero los obreros de una fábrica azucarera se declararon en huelga para exigir que se contratara preferentemente a los censados en ese término municipal, siendo apoyados por los jornaleros de la localidad, que ese día no salieron a trabajar al campo y cerraron algunos establecimientos.
 Al día siguiente, domingo 3 de enero, se reunieron en la plaza del pueblo unas quinientas personas. La Guardia Civil intervino y para despejar la plaza, produciéndose un enfrentamiento en el que murieron dos personas y resultaron heridas varias más. Al día siguiente, lunes 4 de enero, una manifestación de campesinos en Jeresa (Valencia), enfrentados a los patronos que no aceptaban las bases de trabajo propuestas, recibió a la Guardia Civil a caballo con insultos y piedras. Hubo una carga de sables y disparos. El resultado fue cuatro muertos y trece heridos, dos de ellos mujeres. Dos días después, el 5 de enero, tenían lugar los hechos más trágicos, los sucesos de Arnedo.

Los cinco fallecidos en los sucesos de Castilblanco fueron:

José Blanco Fernández, Cabo de la Guardia Civil y comandante de puesto, natural de Pontevedra, de 34 años.
Agripino Simón Martín, guardia civil de 33 años, natural de Burgos
Francisco González Borrego, guardia civil, de 29 años, natural de Barcarrota
José Matos González, guardia civil, natural de Torremayor
Hipólito Corral, vecino de Castilblanco
Francia Carolina Vera Valdes

Además de los fallecidos varios manifestantes resultaron gravemente heridos, pero ninguno llegó a perder la vida. Tras los sucesos muchos manifestantes dejándose llevar por el pánico se encerraron en sus casas y otros huyeron a la sierra temiendo por sus vidas.


Parte oficial del suceso de Castilblanco (Badajoz).
31/12/1931.
Teniente Coronel Pedro de Pereda Sanz, Primer Jefe de la Comandancia.
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Requerido por el alcalde Felipe Magarzo para que disolviera la manifestación (este requerimiento se encontró en uno de los bolsillos del cabo). José Blanco, sin opción ya, ordenó la salida de la fuerza, y ésta avistó la manifestación cuando próxima a la Casa del Pueblo, situada para mayor sarcasmo en la calle Calvario, dudaban los que la dirigían entre entrar o continuar protestando. El cabo avanzó solo, y, con el fusil colgado de un hombro, se dirigió al presidente de la Casa del Pueblo, Justo Fernández López, a quien halló en la margen derecha de la calle y en medio de un buen número de socios. Con la tranquilidad del que cree parlamentar con buenos amigos acercose a él, dejando su fuerza más atrás, entre los grupos, y con palabra amable, rogole que cesase la algarada y después circulara el grupo por las calles. Inopinadamente, y como respondiendo a un fin propuesto, a los ruegos del cabo contestó su interlocutor sujetándole los brazos, al mismo tiempo que otros trataban de desarmarle. El cabo Blanco, joven y hercúleo, a tirones se desprendió de sus adversarios e intentó retroceder para prepararse a la defensa. Hilario Bermejo Corral, alias "Retuerto", con un puñal, y por detrás, le asestó una puñalada que entrando por la nuca le perforó la totalidad del cuello, saliendo la punta por debajo de la barba. El lamento del cabo al sentirse herido fue seguido de la detonación producida por el disparo hecho por el guardia segundo Agripino Simón Martín tratando de defender a su superior, que, tambaleándose y desangrándose, aún pudo llegar a la pared próxima, queriendo en un último esfuerzo apoyarse en ella para disparar su fusil contra los atacantes; al llegar él a un montón de piedras, se le abalanzaron, y, quitándole el arma, el mismo "Retuerto" que antes le hirió le hizo un disparo al pecho cuando ya, desplomado y apoyado en la pared, se debatía en los estertores de la muerte, producida por la hemorragia que había determinado la herida recibida al comenzar la lucha. Sus compañeros, súbitamente atacados por los individuos que constituían los grupos que les rodeaban, y sin duda así lo habían proyectado, fueron muertos primero a tiros de pistola, y maltratados después con piedras y a golpes de mazas con gruesos palos de encina. En sus cuerpos se hundieron una y cien veces cuantas armas tuvieron a mano y con ellos chocaron, con toda la energía que el ocio acumuló en sus enemigos, todos los objetos contundentes que hallaron a su alcance; palos gruesos, piedras de varios kilogramos de peso; hasta los zapatos que calzaban les sirvieron para desgarrar los rostros de aquellos desgraciados que nunca pudieron pensar que el ser humano conociera tan bajo nivel.
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Cuando no había en sus cuerpos lacerados un sitio sano donde herir, rompieron la boca del cabo Blanco, cortándola a través de los maxilares, pincharon los ojos en los que veían retratada su tragedia y machacaron los rostros de aquellos que eran el fiel retrato de bondad y la nobleza de las almas contenidas en aquellos cuerpos jóvenes.
Consumado el sacrificio de aquellos mártires, no sin antes haber roto sobre sus cuerpos tres de los cuatro armamentos que les pertenecían y de haber rasgado sus cuerpos a golpes de cuchillo-bayoneta, las turbas, jadeantes, descansaron unos momentos, pensando en más estragos. Una voz se dejó oír con un clamor de piedad y de invocación a la justicia; el miedo, el pavor egoísta, únicos sentimientos de aquellos energúmenos, les hizo desistir de otros proyectos y suspender la matanza. Impulsados por esos ruines sentimientos, y poniéndose rápidamente de acuerdo, se alejaron del lugar del crimen, abandonando allí los cuerpos ya inertes de los desventurados guardias civiles, y marchando a un corral situado en las afueras del pueblo, y tras muy breve deliberación, acordaron guardar impenetrable silencio ante la representación de la justicia y contestar a las preguntas que ésta les hiciera diciendo "que el pueblo los mató". 
Entre tanto, la vecina Juliana Ayuso, ayudada de dos o tres individuos, retiró a su casa el cadáver del paisano muerto por el disparo del guardia Simón. Más aliviados de la carga que para ellos representaba, no el remordimiento de sus conciencias atrofiadas, sino el miedo a las inevitables consecuencias de su ferocidad, regresaron a la calle del Calvario e, increíble parecer, en orgía macabra, se dedicaron, unos, a jugar con los sombreros de los finados guardias, otros, a bailar entre los cadáveres, mojando sus pies en la sangre aún no coagulada de aquellos que en vida fueran sus amigos. Por fin, y quizá acuciados por el hambre, pues ya era pasada la hora de medio día, dieron por terminado su innoble concierto, y el grupo de criminales se diseminó en busca de sus domicilios para recuperar las energías perdidas en la comisión de su infamia.

Ni una mano piadosa se acercó a cubrir aquellos despojos desgarrados, que yacieron abandonados en la calle del Calvario lo menos siete horas, hasta que el juez municipal recapacitó quizá que estorbaban en la calle y acudió a recogerlos, primero, al paisano muerto que estaba en una casa, a quien llevaron al depósito de cadáveres del cementerio y colocaron sobre una mesa cubierta por una sábana; después a los individuos del Cuerpo, que por ser menos dignos de consideración se les tiró como piltrafas en el suelo de aquel local y donde los hallamos al inquirir sus paraderos.

Proceso 

Francia Carolina Vera Valdes



Unas 22 personas fueron juzgadas en Badajoz en una proceso que tuvo amplia repercusión pública y del que salieron varias condenas a muerte, luego conmutadas y alguna absolución.
La Universidad de Alicante ha reeditado ahora el contenido de las intervenciones de los cuatro abogados que defendieron en aquel juicio a los jornaleros procesados. Ya habían sido publicadas en el año 1933, pero ahora se presentan en edición crítica elaborada por el catedrático Glicerio Sánchez Recio.
El libro fue presentado ayer en la capital pacense en un acto que tuvo lugar en el Salón de Columnas de la Diputación de Badajoz con asistencia del profesor que ha llevado a cabo el estudio introductorio de casi un centenar de páginas.
Los abogados que actuaron en aquel juicio fueron cuatro de los más famosos penalistas del momento, dos de ellos extremeños, Juan Simeón Vidarte y Anselmo Trejo, que llevaron el peso de la defensa junto con Luis Jiménez de Asua y Antonio Rodríguez Sastre.
El libro 'Castilblanco' recoge sus alegatos junto con otros testimonios del proceso como fotografías de la sala donde se llevó a cabo el juicio, imágenes del tribunal y los acusados con sus defensores así como fotos de algunas armas que se emplearon en la refriega. También hay fotos que avalan las existencia de torturas de los detenidos que fueron denunciadas por sus abogados, como una en la que se ve cómo fueron mantenidos durante horas en el balcón de Ayuntamiento, en pleno invierno y en camisa, atados y con las manos en alto.
Glicerio Sánchez Recio explica que el hecho de que la mayor parte de los acusados fuesen militantes o simpatizantes de UGT y miembros de la Casa del Pueblo de Castilblanco hizo que el Partido Socialista seleccionase para su defensa a los mejores abogados que pudo encontrar.
Para el catedrático, esta recuperación tienen un valor fundamentalmente historiográfico del que pueden extraerse algunas reflexiones que pueden conectarnos con la actualidad. Así, destaca la muy distinta vara de medir con que el Tribunal Supremo del momento abordó el asunto de los militares que se habían levantado en armas con Sanjurjo y la que empleó con los jornaleros de Castilblanco cuando se produjo el recurso.

Según el profesor, Castilblanco sólo fue el primero de una larga serie de episodios en favor de la política reformista agraria del gobierno, pero en ningún caso fue culpable de la lentitud con que ésta se desarrolló.
Sánchez Recio destacó el apoyo que su equipo ha tenido en sus investigaciones por parte del profesor Julián Chaves Palacios. También evidenció la ayuda que desde la Junta de Extremadura se ha prestado y «parece que se va a seguir prestando» a los trabajos de la Memoria Histórica, superior a la que se otorga en la comunidad en que él realiza su trabajo.

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