El juicio contra el rey Carlos I de Inglaterra, Escocia e Irlanda.-a


Rey carlos I de Inglaterra, Gales y Escocia
Soledad  Garcia  Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes
El 30 de enero de 1649, en un acto sin precedentes, el rey de Inglaterra, Irlanda Escocia, Carlos I Estuardo era conducido al patíbulo y decapitado. Su ejecución daba cumplimiento a la sentencia dictada días antes por un tribunal formado específicamente para juzgar al monarca y que había declarado al mismo culpable de alta traición y lo había condenado a ser ejecutado.

Con ello se ponía fin a varios años de enfrentamiento entre el rey coronado del país y su parlamento y a dos cruentas guerras civiles que habían asolado las islas británicas primero entre 1642 y 1646 y después en 1648. Las diferencias y las luchas de poder entre los reyes ingleses y sus súbditos no eran nuevas y habían sido una constante desde los tiempos de Juan sin Tierra que se vio obligado a otorgar una serie de derechos al pueblo inglés en el documento conocido como Magna Carta ya en 1215.
Pero Carlos I Estuardo había sobrepasado con creces todos los límites con sus altaneros modales y su desprecio hacia un parlamento al que convocaba y desconvocaba a su antojo en función de sus necesidades económicas y sus discrepancias políticas.  Además se había enfrentado a un parlamento mucho más fuerte que cualquiera de sus predecesores, que había llegado a crear su propio ejército (The New Model Army) para enfrentarse al monarca, ejército dirigido por Oliver Cromwell y Sir Thomas Fairfax. Por último se trataba de un parlamento con una fortísima representación de la corriente religiosa protestante conocida con el nombre de puritanismo, que chocaba fuertemente con las creencias y el modo de vida del monarca y su odiada esposa Enriqueta María, de gustos lujosos y (lo que era peor) francesa y católica.

No es objeto de esta entrada narrar en detalle los avatares de las guerras civiles, sino centrarnos en lo ocurrido una vez que las mismas concluyeron con la derrota y detención de Carlos I. Luchar en el campo de batalla contra un ejército real era una cosa; decidir qué hacer con el monarca derrotado era otra muy diferente. Las complicaciones jurídicas, políticas, morales y sociales de someter a juicio a una figura que para muchos ciudadanos seguía siendo poco menos que sagrada y, especialmente, la decisión sobre qué pena imponer al rey si era considerado culpable eran notables.

Estos problemas se pusieron de manifiesto de inmediato cuando el Parlamento decidió someter a juicio al rey y nombró a diversas personalidades de la vida política inglesa (parlamentarios, abogados, oficiales del ejército y notables comerciantes) para que actuaran como jueces. Cuando fueron convocados a una reunión preliminar en Westminster para fijar los detalles procedimentales, más de las dos terceras partes de los designados no comparecieron; solo 53 de los 153 hombres citados se presentaron en Westminster.
Tras designar a las dos personas que actuarían como secretarios para levantar acta de las sesiones del juicio (Andrew Broughton y John Phelps) se pasó a realizar un nombramiento mucho más complicado y espinoso: el de los letrados que ejercerían como acusación y que se encargarían de redactar los cargos contra el rey. Nuevamente, de los cuatro hombres designados solo dos se presentaron y aceptaron su designación. El primero de ellos era un holandés llamado Isaac Dorislaus  y el segundo un joven abogado llamado John Cook, que tras hacerse un nombre en Irlanda había trabajado como abogado reformista en los tribunales londinenses. A ellos correspondería la ardua tarea de argumentar jurídicamente y presentar los cargos contra Carlos I. 
El 10 de enero, fecha fijada para la primera sesión del juicio, el número de jueces presentes se había reducido a 45. Entre las ausencias más notables estaban la del líder del ejército del Parlamento Sir Thomas Fairfax, la del hombre que debería conducir la sesión el Justicia Mayor Lord Oliver St. John y la del que debería sustituirle en su ausencia John Bradshaw.
Se acordó designar una comisión que decidiese la forma en que se iba a desarrollar el juicio entre cuyos miembros se volvió a incluir a John Bradshaw, que finalmente aceptó y acudió. Su presencia era fundamental para la causa parlamentaria, porque Bradshaw se había ganado fama como abogado unos años antes defendiendo a uno de los más significativos miembros del Parlamento, El Honesto John Lilburne, en cuyo proceso él y John Cook habían acuñado el argumento del derecho de un acusado a guardar silencio en el juicio contra él.


juicio de carlos I

Tras nombrar uno por uno a los jueces que formarían parte del tribunal Bradshaw requirió la presencia del acusado; Carlos I entró en la sala de juicio vestido completamente de negro y luciendo la enseña de la Orden de la Jarretera, creada por Eduardo III en 1348 para distinguir a los caballeros que destacaban en batalla durante la Guerra de los Cien Años.
Bradshaw informó al rey de que “los Comunes de Inglaterra, reunidos en Parlamento, ante las maldades y calamidades que han asolado a la nación” habían identificado a Carlos I Estuardo como su principal responsable y resuelto someterle a juicio. A continuación John Cook dio lectura a los cargos de alta traición y graves delitos contra el pueblo de Inglaterra y el secretario Andrew Broughton procedió a detallar la acusación.
Este era el punto clave del juicio en el que Dorislaus y Cook habían centrado toda su argumentación (Dorislaus tenía escrita alguna obra al respecto y por eso estaba allí):

“que Carlos Estuardo, designado rey de Inglaterra y por ello dotado de un limitado poder para gobernar por y de acuerdo con la ley del pueblo y por esta confianza obligado a usar el poder que le había sido conferido para el beneficio del pueblo y la preservación de sus libertades y derechos había conspirado para otorgarse un ilimitado y tiránico poder para gobernar según sus designios ignorando los derechos y libertades del pueblo”.

A continuación se procedió a dar lectura a las diferentes batallas libradas durante las guerras civiles y se consideró a Carlos culpable de causar la muerte de miles de ciudadanos ingleses y el empobrecimiento y hambruna de la nación. Se calificaba al rey de “tirano, traidor, asesino y enemigo público de la comunidad del reino”.
Bradshaw concedió la palabra al rey para que, como era costumbre, se declarase culpable o no culpable de los cargos leídos contra él. El rey cuestionó que “con qué autoridad legítima se le estaba sometiendo a juicio” y cuando Bradshaw contestó que por la autoridad del pueblo de Inglaterra que le había nombrado rey y ahora le pedía cuentas, el monarca negó dicha autoridad. Alegó que el puesto de rey de Inglaterra era hereditario y no electivo, que él no había sido nombrado rey por el pueblo ni por el Parlamento y que, por tanto, no reconocía la autoridad del tribunal para juzgarle.
Esta alegación del rey, aunque no resultaba inesperada ni sorprendente, creaba un problema jurídico, pues la continuación de los procesos judiciales en Inglaterra requería que el acusado se declarase culpable o no culpable y el rey ni lo había hecho ni lo iba a hacer pues insistía en que el tribunal no tenía autoridad para juzgarle.
Tras suspender el juicio durante dos días para valorar la situación, el mismo fue retomado el 13 de enero. John Cook tomó la palabra y señaló que el rey debía declarar sobre su culpabilidad y que si insistía en no hacerlo se le tendría por confeso y, por tanto, se le declararía culpable. El rey continuó negándose a hacerlo y agarrándose a sus argumentos señalando que lo hacía no por sí mismo sino por el imperio de la ley en el país y en defensa de todos sus súbditos.

El juicio se convirtió así en un diálogo de sordos. Carlos se aferraba a las antiguas leyes de Inglaterra sin querer ser consciente de que se enfrentaba a un Parlamento y a un tribunal que entendían que el pueblo tenía derecho a juzgar y declarar traidor al rey al que habían delegado para aplicar las leyes en su nombre. El 24 de enero se llamó a diferentes testigos (la mayoría soldados) para acreditar los hechos imputados al rey en las batallas y su mala fe en algunas negociaciones de paz con el Parlamento mientras secretamente su hijo reclutaba un ejército para combatirlo.
El tribunal tenía clara su sentencia: el rey fue declarado culpable y condenado a ser decapitado (la ejecución tuvo lugar el 30 de enero de 1649). Sin embargo, un último episodio destacable tuvo lugar cuando llegó la hora de formalizar por escrito la sentencia. Aunque se hubiese formado parte del tribunal que condenaría a muerte al rey, hacía falta agallas para poner tu nombre, tu firma y tu sello en el documento oficial que reflejaba dicha resolución. Más de un miembro del tribunal se mostró reacio a firmarla, y no les faltaba razón como se demostraría años después, en periodo de la restauración, la mayoría que firmaron la condena a muerte del rey, fueron condenado por regicidas, y condenados, otros exiliaron y murieron en exilio. 
Después del juicio de Carlos I en enero de 1649, unos 59 comisionados (jueces) firmaron su sentencia de muerte . Ellos, junto con varios asociados clave y numerosos funcionarios judiciales, fueron objeto de castigo después de la restauración de la monarquía en 1660 con la coronación de Carlos II.

 Don Jordan and Michael Walsh The King´s Revenge.


los regicidas

Con la restauracion de Carlos II, el Parlamento aprobó la Ley de Indemnización y Olvido (1660), que concedía la amnistía a los culpables de la mayoría de los crímenes cometidos durante la Guerra Civil y el Interregno. 
De los que habían participado en el juicio y la ejecución, 104 fueron específicamente excluidos de amnistía, aunque 24 ya habían muerto, incluidos Cromwell, John Bradshaw (el juez que era presidente de la corte) y Henry Ireton (general en el Parlamento). ejército y yerno de Cromwell). Se les dio una ejecución póstuma : sus restos fueron exhumados, y fueron ahorcados y decapitados, y sus cuerpos arrojados a un pozo debajo de la horca. Sus cabezas fueron colocadas en púas al final de Westminster Hall. 
Varios otros fueron ahorcados, arrastrados y descuartizados, mientras que 19 fueron encarcelados de por vida. Los bienes fueron confiscados por muchos y la mayoría no pudieron ocupar cargos públicos o títulos nuevamente. Veintiuno de los acusados  huyeron de Inglaterra, la mayoría se establecieron en Holanda o Suiza, aunque tres se establecieron en Nueva Inglaterra.


Comisionados que firmaron la sentencia de muerte del Rey Carlos I


Nombre
En la restauración
Notas
1
John Bradshaw , presidente de la corte
Muerto
Ejecución póstuma : desenterrado, ahorcado en Tyburn y decapitado. Su cuerpo fue arrojado a un pozo y la cabeza se colocó en una punta al final de Westminster Hall , mirando hacia la dirección del lugar donde Carlos I había sido ejecutado.
2
Lord Gray de Groby
Muerto
Murió en 1657
3
Oliver Cromwell
Muerto
Ejecución póstuma : desenterrado, ahorcado en Tyburn y decapitado. Su cuerpo fue arrojado a un pozo y la cabeza se colocó en una punta al final de Westminster Hall , mirando hacia la dirección del lugar donde Carlos I había sido ejecutado.
4
Edward Whalley
Vivo
Huyó al Dominio de Nueva Inglaterra con un comisario, su yerno William Goffe , para evitar el juicio. Él estaba vivo, pero en mal estado de salud en 1674, donde fue buscado por los agentes de Carlos II, pero protegido por los colonos simpatizantes. Probablemente murió en 1675.
5
Sir Michael Livesey
Vivo
Huyó a los Países Bajos. En junio de 1665, se sabía que estaba en Rotterdam, y probablemente murió allí poco después.
6
John Okey
Vivo
Huyó a Alemania, pero fue arrestado por el embajador de Inglaterra en los Países Bajos, Sir George Downing . Fue juzgado, declarado culpable y ahorcado, arrastrado y descuartizado en abril de 1662.
7
Sir John Danvers
Muerto
Murió en 1655
8
Sir John Bourchier
Vivo
Demasiado enfermo para ser juzgado y muerto en 1660
9
Henry Ireton
Muerto
Ejecución póstuma : desenterrado, ahorcado en Tyburn y decapitado. Su cuerpo fue arrojado a un pozo y la cabeza se colocó en una punta al final de Westminster Hall , mirando hacia la dirección del lugar donde Carlos I había sido ejecutado.
10
Sir Thomas Mauleverer
Muerto
Murió en 1655, pero fue eximido de la Ley de Indemnización y Olvido
11
Sir Hardress Waller
Vivo
Huyó a Francia; más tarde regresó y fue encontrado culpable. Condenado a muerte, pero la sentencia se conmutó por cadena perpetua. Murió en 1666 en prisión en Jersey.
12
John Blakiston
Muerto
Murió 1649
13
John Hutchinson
Vivo
Perdonado en 1660, pero estuvo implicado en el complot de Farnley Wood de 1663 ; fue encarcelado en Sandown Castle, Kent, donde murió el 11 de septiembre de 1664.
14
William Goffe
Vivo
Huyó al Dominio de Nueva Inglaterra con  su suegro Edward Whalley, y murió en 1679
15
Thomas Pride
Muerto
Ejecución póstuma junto a Cromwell, Ireton y Bradshaw fue ordenada pero no llevada a cabo.
16
Peter Temple
Vivo
Llevado a juicio, condenado a muerte, pero la sentencia se conmutó por cadena perpetua. Murió en la Torre de Londres en 1663
17
Thomas Harrison
Vivo
Primero ser encontrado culpable. Fue ahorcado, arrastrado y descuartizado en Charing Cross el 13 de octubre de 1660. Era un líder de los Quintos monárquicos que aún representaba una amenaza para la restauración.
18
John Hewson
Vivo
Huyó a Amsterdam, luego posiblemente a Rouen. Murió en una de esas ciudades en 1662 o 1663.
19
Henry Smith
Vivo
Llevado a juicio, condenado a muerte, pero la sentencia se conmutó por cadena perpetua. Estuvo recluido en la Torre de Londres hasta 1664 y fue transportado al castillo de Mont Orgueil en Jersey . Murió en 1668.
20
Sir Peregrine Pelham
Muerto
Murió en 1650.
21
Richard Deane
Muerto
Murió en 1653. Desenterrado y enterrado en un pozo comunal.
22
Sir Robert Tichborne
Vivo
Llevado a juicio, sentenciado a muerte pero fue indultado. Pasó el resto de su vida encarcelado en la Torre de Londres . Murió en 1682.
23
Humphrey Edwards
Muerto
Murió en 1658
24
Daniel Blagrave
Vivo
Huyó a Aachen, ahora en Alemania, donde probablemente murió en 1668
25
Owen Rowe
Vivo
Llevado a juicio, sentenciado a muerte, pero murió en la Torre de Londres en diciembre de 1661 mientras esperaba la ejecución.
26
William Purefoy
Muerto
Murió en 1659
27
Adrian Scrope
Vivo
Intento, declarado culpable: ahorcado, arrastrado  y descuartizado en Charing Cross el 17 de octubre de 1660
28
James Temple
Vivo
Llevado a juicio, sentenciado a cadena perpetua en Jersey ; se informa que murió allí el 17 de febrero de 1680. 
29
Augustine Garland
Vivo
Llevado a juicio, su sentencia de muerte fue conmutada por cadena perpetua.Murió en o después de 1677.
30
Edmund Ludlow
Vivo
Entregado al Presidente de la Cámara de los Comunes, y luego escapó al Cantón de Berna . Murió en 1692.
31
Henry Marten
Vivo
 Procesado y encontró culpable. Fue condenado a cadena perpetua y murió en el castillo de Chepstow en 1680.
32
Vincent Potter
Vivo
Llevado a juicio, recibió la sentencia de muerte pero no se llevó a cabo; murió en la Torre de Londres , probablemente en 1661.
33
Sir William Constable, primer baronet
Muerto
Murió en 1655. Su cuerpo fue exhumado de la Abadía de Westminster y fue enterrado nuevamente en un cementerio comunitario.
34
Sir Richard Ingoldsby
Vivo
Perdonado. Murió en 1685.
35
William Cawley
Vivo
Escapó a Suiza, donde murió en 1667
36
John Barkstead
Viva
Arrestado por el embajador inglés en los Países Bajos, Sir George Downing , extraditado y ejecutado en 1662
37
Isaac Ewer
Muerto
Murió en 1650 o 1651
38
John Dixwell
Vivo
Creído muerto en Inglaterra, huyó al Dominio de Nueva Inglaterra , donde murió en 1689 bajo un nombre falso.
39
Valentine Walton
Vivo
Escapó a Alemania después de ser condenado como regicida. Murió en 1661.
40
Simon Mayne
Vivo
Procesado  y sentenciado a muerte, murió en la Torre de Londres en 1661 antes de que se pudiera escuchar su apelación.
41
Thomas Horton
Muerto
Murió de disentería en 1649 mientras servía con Cromwell en la conquista de Irlanda
42
John Jones Maesygarnedd
Vivo
 Procesado , declarado culpable: ahorcado, arrastrado  y descuartizado en Charing Cross el 17 de octubre de 1660
43
John Moore
Muerto
En 1649 Moore luchó en Irlanda contra el marqués de Ormonde y se convirtió en gobernador de Dublín, muriendo de fiebre allí en 1650.
44
Gilbert Millington
Vivo
Intentó y condenó a muerte, pero la pena se conmutó por cadena perpetua. Millington pasó sus últimos años en Jersey y murió en 1666.
45
George Fleetwood
Vivo
Llevado a juicio y sentenciado a prisión en   la Torre de Londres . Es posible que haya sido transportado a Tánger . Murió cerca1672 .
46
John Alured
Muerto
Murió en 1651
47
Robert Lilburne
Vivo
procesado en octubre de 1660 y fue condenado a muerte, aunque luego se conmutó por la cadena perpetua. Murió en prisión en agosto de 1665.
48
William Say
Vivo
Escapó a Suiza. Murió en 1666.
49
Anthony Stapley
Muerto
Murió en 1655
50
Sir Gregory Norton, primer baronet
Muerto
Murió 1652
51
Thomas Chaloner
Vivo
Excluido del perdón y escapado al continente. En 1661, murió en Middelburg en los Países Bajos.
52
Thomas Wogan
Vivo
Preso en el castillo de York hasta 1664 cuando escapó a los Países Bajos
53
John Venn
Muerto
Murió en 1650
54
Gregory Clement
Vivo
Se ocultó, fue capturado, juzgado y encontrado culpable. Fue ahorcado,  arrastrado y descuartizado en Charing Cross el 17 de octubre de 1660.
55
John Downes
Vivo
acusado, declarado culpable y sentenciado a cadena perpetua. Murió en 1666.
56
Thomas Waite
Vivo
Acusado , declarado culpable de regicidio y sentenciado a cadena perpetua. Died 1688 Jersey
57
Thomas Scot
Vivo
Huyó a Bruselas, regresó a Inglaterra, fue juzgado, declarado culpable; y ahorcado, arrastrado y descuartizado  en Charing Cross el 17 de octubre de 1660. Murió sin arrepentirse.
58
John Carew
Vivo
Se unió a los Quintos Monárquicos . Intentó, encontrado culpable; y ahorcado,  arrastrado y descuartizado en Charing Cross el 15 de octubre de 1660.
59
Miles Corbet
Vivo
Huyó a los Países Bajos ; arrestado por el embajador inglés en Holanda, Sir George Downing ; extraditado; intentó; declarado culpable; y fue ahorcado, tirado y descuartizado el 19 de abril de 1662.
Comisionados que no firmaron la sentencia de muerte del rey
Nombre
Restauración
Notas
Francis Allen
Muerto
Asistió a varias sesiones,
 incluido el 27 de enero
 cuando se acordó la
 oración. Su nombre 
era uno de los 24 
regicidas muertos que
 estaban exceptuados 
de la Ley de Indemnización
 y Olvido 1660
 (sección XXXVII de la ley).
Sir Thomas Andrewes
(o Andrews)
Muerto
Asistió a tres sesiones,
 incluido el 27 de enero 
cuando se acordó la
 sentencia. Su nombre 
era uno de los 24 
regicidas muertos que
 estaban exceptuados
 de la Ley
 de Indemnización
 y Olvido 1660
 (sección XXXVII de la ley).
Thomas Hammond
Muerto
Asistió a 14 sesiones. 
Se le exceptuó de la Ley
 de Indemnización y
 Olvido , que permite 
al estado confiscar 
la propiedad que 
le pertenecía (sección
 XXXVII de la ley).
Sir James Harington,
3er Baronet
Vivo
Escapó y murió en
 el exilio en la parte
 continental de Europa
 en 1680. Debido a 
un descuido en la 
Ley de Indemnización
 y Olvido , 
aunque perdió su 
título, el baronet 
pasó al siguiente 
en la línea de su muerte.
Edmund Harvey
Vivo
Fue juzgado en 
octubre de 1660 y
 sentenciado   a
 cadena perpetua.
 Murió en Pendennis
 Castle , Cornwall,
 en junio de 1673.
William Heveningham
Vivo
Fue declarado culpable
 de traición, pero 
solicitó con éxito la
 misericordia y, a
 partir de entonces, 
 fue encarcelado
 en el castillo de
 Windsor hasta su 
muerte en 1678.
Cornelius Holland
Vivo
Huyó a los Países 
Bajos, luego a Lausana
 y Vevey, donde
 murió, 
probablemente en 1671.
Sir John Lisle
Vivo
Escapó a Lausana ,
 Suiza, pero fue asesinado
 a tiros o por el 
realista irlandés 
James Fitz Edmond 
Cotter (usando
 el alias Thomas
 Macdonnell) 
en agosto de 1664.
Nicholas
Love
Vivo
Escapó a Hamburgo.
 Murió en Vevey, 
Suiza en 1682.
Isaac Penington
Vivo
Condenado a cadena
 perpetua y
 muerto en la Torre 
de Londres en 1661
James Chaloner (o Challoner)
Vivo
Hermano de Thomas
 Chaloner . Murió en
 julio de 1660 a 
causa de una enfermedad
 atrapada después de
 haber sido encarcelado
 el año anterior por
 apoyar al general Monck .
John Dove
Vivo
No participó en 
el juicio más que 
estar presente  
 cuando se acordó
 la sentencia. En
 la Restauración
 se mostró arrepentido 
y, después de hacer
una abyecta sumisión 
al Parlamento, se 
 le permitió salir sin
 castigo. Murió 
en 1664 o 1665.
John Fry
Muerto
Fue excluido de 
sentarse en el
 Tribunal Supremo
 por heterodoxia el
 26 de enero de 1649, 
un día antes de que
 se pronunciara la
 sentencia. Su 
nombre era uno de
 los 24 regicidas
 muertos que fueron 
exceptuados de la
 Ley de Indemnización
 y Olvido en 1660.
 Murió en 1657.
Sir Henry Mildmay
Vivo
procesado, despojado
 de su título de
 caballero y 
sentenciado a cadena 
perpetua. Murió 
en Amberes en 
 1664 mientras 
estaba exiliado 
en Tánger .
William Mounson, primer vizconde de Monson
Vivo
Juzgado despojado
 de sus títulos y 
propiedades y 
encarcelado
 de por vida en
 la Prisión de la 
Flota donde
 murió en 1673.
Sir Gilbert Pickering, primer baronet
Vivo
Solo asistió a dos 
sesiones en el juicio
 y no firmó la 
sentencia de muerte 
de Charles, por lo
 que pudo usar 
la influencia de
 su cuñado Earl 
of Sandwich para
 asegurar su perdón, 
aunque se le prohibió 
de por vida oficina.
Robert Wallop
Vivo
Condenado a 
cadena perpetua 
 y muerto en la Torre 
de Londres en 1667
Otros regicidas
Nombre
Oficina
Restauración
Notas
Daniel Axtell
Oficial de
 la Guardia
Vivo
Intentó, declarado 
culpable de
 participar en el 
egicidio; ahorcado,
 tirado y descuartizado
en Tyburn 
en octubre de 1660.
Andrew Broughton
Empleado 
de la corte
Vivo
Escapó a Suiza en
 1663. Murió en 1687.
John
Cook
Fiscal General
 del Estado
Vivo
 Procesado, 
declarado culpable
 de regicidio; 
ahorcado, arastrado
 y descuartizado 
en Charing Cross
 en octubre de 1660
Edward Dendy
Serjeant-at-arms
Vivo
Escapó a Suiza
 en 1663
El Dr. Isaac Dorislaus
Asistente del 
Procurador General
Muerto
Un distinguido
 erudito de los
 Países Bajos, fue
 asesinado en 
La Haya en
 1649 por refugiados
 monárquicos.
Francis Hacker
Oficial de la
 Guardia
Vivo
Acusado , declarado 
culpable de
 firmar la 
orden de 
ejecución; 
ahorcado en
 Tyburn en
 octubre de 1660
William Hewlett
Capitán en
 la Guardia
Vivo
Declarado culpable 
de regicidio en el 
mismo juicio que 
Daniel Axtell ,
 pero no 
ejecutado con él
Cornelius Holland
Miembro del
 Consejo de Estado
Vivo
Escapó a Lausana,
 Suiza en la Restauración.
 Murió 1671.
Hércules Huncks
Oficial de
 la Guardia
Vivo
Se negó a firmar la orden
 a los verdugos,
 lo que hizo Francis 
Hacker en su 
lugar. Él testificó contra
 Daniel Axtell 
y Hacker, y fue 
 indultado. 
Murió 1660.
Robert Phayre
Oficial de la Guardia
Vivo
Se negó a firmar la 
orden a los verdugos.
 Fue arrestado pero no
 juzgado; lanzado en
 1662. Murió en 1682.
John Phelps
Empleado de la corte
Vivo
Escapó a Suiza . 
Murió en 1666.
Matthew Thomlinson
Oficial de la Guardia
Vivo
Fue nombrado
 comisionado, pero
 nunca se sentó en el 
tribunal. Fue indultado
 por mostrar cortesía
 al Rey y por 
testificar contra 
Daniel Axtell y Francis 
Hacker . Murió 1681.
Hugh Peter

Vivo
Un predicador radical,
 fue juzgado y declarado
 culpable de incitar al 
regicidio; ahorcado, 
 arrastrado 
y descuartizado
 en Charing Cross 
en octubre de 1660.
Otros exentos del perdón general y declarados culpables de traición
Nombre
Restauración
Notas
John Lambert
Vivo
Lambert no estaba en Londres
 para el juicio de Carlos I.
En la Restauración, fue 
 declarado culpable de alta 
traición y permaneció bajo 
custodia por el resto de su vida,
 primero en Guernsey y 
luego en Drake's Island
, donde murió en 1683/4. .
Sir Henry Vane el joven
Vivo
Después de mucho debate 
en el Parlamento, fue 
eximido de la Ley de
Indemnización
y Olvido. Fue juzgado 
por alta traición, 
declarado culpable y
 decapitado en
Tower Hill en junio de 1662.



LO QUE HICIERON LOS REGICIDAS POR NOSOTROS
Historia hoy. Octubre de 2005

El proceso contra Carlos I en 1649 aseguró los logros constitucionales de la guerra civil: la supremacía del parlamento, la independencia de los jueces, la libertad individual garantizada por la Carta Magna y el derecho consuetudinario. Pero aparte de Cromwell (que más tarde se convirtió en rey en todo menos en el nombre), los regicidas no se encuentran en estatuas o sellos, y rara vez se lamenta su destino: en 1660, después de un juicio amañado en Old Bailey, sus cabezas se clavaron en postes y sus partes del cuerpo alimentados a los perros callejeros de Aldgate. La libertad británica suele datarse de la "revolución gloriosa" de 1689, aunque la Cámara de los Comunes en 1649 la declaró: " El primer año de libertad, por la bendición de Dios restaurada ".

El juicio del Rey fue, desde una perspectiva moderna, el primer juicio por crímenes de guerra de un jefe de estado. Los argumentos en Westminster Hall resuenan hoy en las salas de audiencia de La Haya e incluso en el Tribunal Especial iraquí; las palabras de apertura de Saddam Hussein a su juez fueron, traducidas, las de Carlos I (“ ¿Con qué poder soy llamado aquí ... yo sabría con qué autoridad, lícito me refiero ... ”). En los siglos anteriores a los fallos contra Pinochet y Milosevic, este fue un argumento convincente. Carlos tenía la forma más pura de inmunidad soberana: era soberano, tanto por hereditario como (como muchos creían) por derecho divino. Los jueces siempre habían dicho que el Rey, como fuente de la ley, no podía equivocarse: Rex es Lex, así lo habían dicho, en el caso del dinero del barco.

En cuanto al derecho internacional, la tinta apenas se secó en su base moderna, el Tratado de Westfalia (octubre de 1648), que garantizaba inmunidad a todo príncipe, por maquiavélico que fuera. Sin embargo, lo mejor del Tratado de Westfalia fue que Inglaterra no era parte en él. El 6 de enero, la Cámara de los Comunes depurada, sin esperar a la equívoca Cámara de los Lores, aprobó una "Ley" para establecer un Tribunal Superior de Justicia, " con el fin de que ningún presidente o magistrado pueda en adelante presumir traidora o maliciosamente de imaginar o continuar esclavizando o destruyendo a la nación inglesa, y esperar impunidad por hacerlo ... "

Este fue el origen de la “impunidad” en el sentido en que Kofi Annan y Amnistía Internacional ahora usan la palabra para referirse a la libertad que los tiranos nunca deberían tener para vivir felices para siempre después de su tiranía. El escrito del Parlamento para poner fin a la impunidad fue enviado a un abogado de Gray's Inn, John Cooke, quien procesó a Charles Stuart como "el causante, autor y continuador" de las guerras civiles, "un tirano, traidor, asesino y un enemigo público e implacable de la mancomunidad de Inglaterra ”. "Tiranía" era una descripción adecuada de lo que hoy en día incluiría crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra: Cooke lo usó para describir la conducta de líderes que destruyen la ley y la libertad o que tienen la responsabilidad del mando por el asesinato de su propia gente o el saqueo de inocentes civiles o la tortura de prisioneros de guerra.

Lo verdaderamente asombroso del juicio de Carlos I fue que tuvo lugar. En enero de 1649, una tercera guerra civil parecía inminente: la armada del rey bajo el príncipe Rupert y el príncipe de Gales se vincularía con el creciente ejército realista bajo Ormond, cuya "confederación" irlandesa acababa de firmar un tratado con los pérfidos holandeses. “Prides Purge” había sido la forma en que el ejército declaraba el estado de emergencia nacional, y en esta atmósfera Charles podría, con perfecta legalidad, haber sido sometido a consejo de guerra como comandante enemigo e inmediatamente ejecutado por un pelotón de fusilamiento. La justicia sumaria del preboste marcial había sido una característica de "tiempos turbulentos" en Inglaterra desde Eduardo I, y se visitó a los líderes capturados sobre el principio de que "un hombre que está muerto no renueva la guerra".

Al optar, en cambio, por un juicio público, los regicidas estaban asumiendo un riesgo enorme: le estaban brindando al rey una plataforma política y una oportunidad para impugnar su culpabilidad (por esta misma razón, Churchill se opuso enérgicamente al juicio de los líderes nazis). en Nuremberg). Pero estos abogados y diputados puritanos estaban decididos a que el rey tuviera justicia, lo quisiera o no. Más justicia, de hecho, que los prisioneros ordinarios, que automáticamente se consideraban culpables si, como Charles, se negaban a declararse. Sin embargo, antes de que el rey fuera condenado, el tribunal requirió que la acusación probara su culpabilidad. Testigos presenciales declararon que dirigió el saqueo de ciudades, supervisó la tortura de prisioneros y estaba planeando (incluso mientras pretendía negociar un tratado de paz en Newport) una tercera guerra civil.

La ejecución de Carlos I no estaba predeterminada. La mayoría de los que luego fueron llamados "regicidas" al principio no querían matar al Rey. John Cooke ciertamente creyó desde el principio que el proceso terminaría con alguna forma de reconciliación: una monarquía constitucional limitada o una abdicación a favor de Enrique, el hijo menor del rey. Pero la justicia tiene su propio impulso: el día de la inauguración (20 de enero) los setenta jueces (que, en efecto, formaban parte de un jurado) se sorprendieron por la arrogancia del acusado y su conducta despreocupada. Se rió a carcajadas mientras el secretario de la corte, Andrew Broughton, leía la acusación de Cooke que detallaba la matanza de la guerra civil.

Esta confesión fue reportada al fiscal y a los jueces e influyó en sus mentes: ayudó a convencer a Cooke, por ejemplo, de que "el Rey debe morir y la monarquía con él" mientras Lucy Hutchinson en sus memorias cuenta cómo obligó a su esposo y sus compañeros jueces para enfrentar el hecho de que el Rey era incorregible. El veredicto no fue una cuestión de conveniencia política o "necesidad cruel": se percibió como justo y correcto. Charles Stuart no tenía ningún remordimiento, por lo que merecía morir no solo por los crímenes contra su pueblo, sino por salvar a su pueblo de otra guerra brutal.

No obstante, los historiadores rara vez tienen una buena palabra que decir sobre el juicio:

"Oh, cielos, cielos, impactante, impactante" fue todo lo que el defensor de Cromwell pudo manejar en la serie "Grandes británicos" de la BBC (por lo que no era de extrañar que Oliver fuera el último en la votación). El editor del juicio del Rey en la influyente serie "Famous British Trials" era un monárquico que despotricaba, pero los relatos de escritores más distinguidos también están plagados de errores. CV Wedgwood, por ejemplo, en El juicio de Carlos I (1964) describe cómo se abrió el juicio: “Cooke se lanzó al cargo con evidente gozo”. Su disfrute no habría sido evidente para nadie, ya que la acusación fue leída (como siempre) por el secretario del tribunal y no por el fiscal. Antonia Fraser, Richard Cust y Christopher Hibbet cometen el mismo error sobre la apertura del juicio. SR Gardiner dice que la fiscalía “desechó su caso basándose en argumentos legales y no políticos”, aunque el objetivo de un juicio es que su fiscal debe basarse en argumentos legales y no políticos. “La negativa de Bradshawe a permitir que el Rey hablara después de su condena fue la sugerencia final de un juicio espectáculo” dice la entrada de Carlos I en el DNB, aunque por el contrario este era el procedimiento penal habitual en ese momento: las célebres últimas palabras estaban reservadas para el discurso de la horca.

Estos malentendidos pueden simplemente subrayar la sabiduría del consejo de Edward Coke "a los graves y eruditos escritores de historias", es decir, "no inmiscuirse en ningún punto ... de las leyes de este reino antes de consultar con algunos eruditos en esa profesión". O puede demostrar que ningún autor inglés, incluso hoy, puede acercarse al juicio del rey sin algún sentimiento antagónico; simplemente parece tan incorrecto haber cortado la cabeza del único monarca inglés al que le importaba la cultura. Pero el juicio de Carlos I no solo fue el precursor del juicio de Luis XVI (cuyos abogados le aconsejaron que adoptara la táctica de Carlos de negarse a declarar, aunque Luis insistió, fue su gran error, en afirmar su inocencia) sino de los tiranos modernos. y torturadores que alegan inmunidad soberana.

El juicio del Rey fue único, en ese momento, al mostrar un mínimo de preocupación, incluso respeto, por el prisionero en el bar, y una paciencia sin igual hacia un acusado que les dejó sin otra alternativa que condenar. A pesar de toda la deshonra dirigida a los “tribunales superiores de injusticia” de Cromwell, sí establecieron importantes estándares de justicia que los tribunales penales ordinarios seguirían más tarde. Así, al duque de Hamilton y a otros acusados ​​se les permitió que Matthew Hale, la "seda superior" del momento, defendiera sus puntos de derecho, y el último tribunal (presidido por el regicida John Lisle en 1659) incluso absolvió a un realista culpable. reclutador (John Mordaunt), por la nueva razón de que la fiscalía no había probado su culpabilidad más allá de toda duda razonable.

La consecuencia del juicio del rey fue una república: la Commonwealth de Inglaterra, declarada el 17 de marzo de 1649. La Cámara de los Comunes fue en adelante “la autoridad suprema de esta nación, los representantes del pueblo en el parlamento”. Iba a ser la única autoridad: la Cámara de los Lores fue abolida por ser un "organismo inútil y peligroso". Con el regreso de muchos parlamentarios moderados, los Comunes se volvieron menos una grupa, más una cabeza y un torso, del Parlamento Largo, y prometió disolverse "tan pronto como sea posible con la seguridad de la nación" y celebrar elecciones. en toda la franquicia más amplia.

Los regicidas contemplaban una república moderadamente democrática: la mayoría de ellos apoyaba la preferencia del ejército de extender el sufragio a todos los hombres que poseían casas, pagaban socorro y no eran sirvientes: una democracia, en otras palabras, de hombres adultos independientes. Su republicanismo era de cosecha propia y no (como dirían algunos estudiosos de Cambridge) "neoclásico". Los regicidas se inspiraron en la Carta Magna, el derecho consuetudinario y la Biblia (especialmente el primer libro de Samuel) alimentados por el recuerdo de cómo Charles había encarcelado injustamente a Sir John Eliot, interferido con los jueces en el caso del dinero del barco y de la tortura que su Cámara Estelar había infligido a los mártires protestantes.

La república de Inglaterra, cuya existencia se argumentó en 1649 por los sermones de Hugh Peters (capellán de Cromwell), el discurso final de John Cooke (nunca pronunciado pero ampliamente publicado) y el elegante sarcasmo de John Milton ( El mandato de reyes y magistrados ) fue una construcción de justicia y razón correcta - nadie debería estar por encima de la ley - respaldada por la interpretación bíblica de que los reyes eran imágenes esculpidas, rivales en lugar de ungidos de Dios. Los regicidios no se remontan a Roma ni modelan su república sobre las ciudades-estado existentes de Ginebra y Venecia. El camino hacia su nueva Jerusalén fue pavimentado por la demanda de justicia sobre el hombre al que consideraban responsable de la muerte de uno de cada diez ingleses: el gobierno de los santos comenzaría con el gobierno de la Cámara de los Comunes.

El juicio a regicidas.

Cuando llegó la Restauración, fueron los regicidas los que se ofrecieron como sacrificios humanos: 49 fueron llevados al Old Bailey, donde los jurados examinados fueron ordenados para condenar sin siquiera molestarse en abandonar el estrado del jurado. Los principales acusados ​​fueron John Cooke, quien argumentó que tenía el deber profesional de aceptar el escrito de acusación, Hugh Peters, fundador de Harvard, y Thomas Harrison, el coronel más valiente de Cromwell. Fueron arrastrados desde la prisión de Newgate hasta Charing Cross, para ser destripados, según John Evelyn, en presencia de Carlos II. 
Su coraje asombró tanto a Londres que los espectadores comenzaron a mostrarse comprensivos y el gobierno no se atrevió a hacer comparecer a los otros republicanos para que los sentenciaran. Así que a Clarendon se le ocurrió la idea de tenerlos detenidos indefinidamente en islas costeras a las que no se aplicaría el recurso de hábeas corpus, un dispositivo que la administración Bush tomó prestado más tarde para la bahía de Guantánamo. En 1660, Cromwell, Bradshawe e Ireton se estaban pudriendo en sus tumbas, por lo que sus cadáveres fueron desenterrados y colgados en Tyburn, un espectáculo macabro que disfrutaban mucho, según nos cuenta Pepys, todas las damas de la corte.

Los principales republicanos eran hombres de principios. John Cooke, por ejemplo, dedicó gran parte de su vida a hacer que la pobreza sea historia. Al final de la guerra civil, publicó " El caso del pobre ", un alegato apasionado y profético en favor de la justicia social y la redistribución de la riqueza que preveía un servicio nacional de salud, identificaba la pobreza como una causa del delito y defendía límites a la pena de muerte y abolición del encarcelamiento por deudas. Más tarde, como juez en Irlanda, sorprendió a los grandes terratenientes con sus fallos a favor de sus inquilinos. Incluso instó a sus compañeros abogados a dedicar el 10% de su práctica al trabajo pro bono , una petición que todavía cae en oídos sordos.

La historia británica tiende a contarse, a los niños y en la televisión, a través de las mimadas vidas de reyes y reinas. Sin embargo, fueron los regicidas los que cumplieron por primera vez muchos de los ideales que más aprecia el mundo de hoy: la soberanía del parlamento, la independencia de los jueces, la ausencia de arrestos y detenciones arbitrarios; el derecho al silencio (establecido por Bradshawe y Cooke, actuando en nombre del "John nacido libre" Lilburne en 1646), tolerancia religiosa relativa - en resumen, libertad de la tiranía. Autoridades que van desde John Wilkes hasta Lord Hailsham han pretendido que la libertad se remonta a la "revolución gloriosa" de 1689, un asunto poco glorioso ni revolucionario, que recuperó del final de los reyes de los Estuardo algunos de los logros alcanzados en 1649. Ese fue nuestro verdadero annus mirabilis constitucional - y se logró con la muerte de un solo hombre: un rey que podría haber salvado su cabeza con la corona si hubiera estado dispuesto a compartir el poder con el parlamento.

El bloqueo mental inglés sobre la celebración de los regicidios puede ser comprensible, pero va en contra de la comprensión de la historia. Como explicó Cooke, poco antes de su ejecución:

“No somos traidores ni asesinos ni fanáticos, sino verdaderos cristianos y buenos comuneros, fijos y constantes en ese noble principio de anteponer la universalidad a la particularidad. Luchamos por el bien público y hubiéramos concedido el derecho al pueblo y asegurado el bienestar de toda la gimiente creación, si la nación no se hubiera deleitado más en la servidumbre que en la libertad ".

John Cooke y los jueces del Rey fueron tiranicidas, que empujaron a este país hacia donde conducía la lógica ("razón justa"), donde apuntaba la ley (Carta Magna) y donde Dios (el primer libro de Samuel) aprobaba. Era un punto que ninguna otra nación en ese momento o durante otro siglo alcanzaría: una república protodemocrática con salvaguardias constitucionales para las libertades civiles y religiosas.

Geoffrey Robertson QC 


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