Reina María Cristina de Dos Sicilia y Cuba.-a


Soledad  Garcia  Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes

Scherezada Jacqueline Alvear Godoy

Rey  Fernando VII de España (1784-1833), viudo por tercera vez, se casó en 1829 con su sobrina María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (1806-1878). De esa unión nacieron dos niñas, la futura reina Isabel II y la infanta Luisa Fernanda. 
Un año antes de su muerte, Fernando VII nombró a María Cristina Reina Gobernadora y regente de la futura Isabel II, la cual accedería al trono gracias a la “Pragmática Sanción” decreto ley promulgado por su padre en 1830, año de su nacimiento, por la que se anulaba en este caso la antigua Ley Sálica, causa principal de las guerras carlistas, conocidas así por el nombre del pretendiente al trono, Carlos María Isidro de Borbón, hermano de Fernando.

Reina regente de España.




Fernando VII murió el 29 de septiembre de ese año del señor de 1833 y, tres meses después, el 28 de diciembre, día de los santos inocentes, su joven y bien parecida viuda, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, contraía secreto y morganático matrimonio con Agustín Fernando Muñoz Sánchez. Era el tal Muñoz un apuesto sargento de la guardia real, oriundo de Tarancón [Cuenca], sin una gota de sangre noble pero que le daba a la joven regente lo que más necesitaba. Gracias a sus dotes, demostradas en la cama real, ascendió a oficial y a Gentilhombre de Cámara de la Reina, título que, viniendo al pelo, era algo pomposo para disimular su condición. A pesar del secreto de la boda, eran ambos, la reina y el plebeyo, la comidilla de las Españas de aquel tiempo. No paraba la reina de abortar y de parir, dando a luz, así, casi año tras año, a ocho hijos vivos y uno muerto.
 Las gentes de la Villa y Corte sabían que María Cristina no dormía sola. Los liberales decían que la Regente era una dama casada en secreto y siempre embarazada en público. En aquel tiempo de guerras, en una España asolada, entre carlistas [absolutistas radicales] e isabelinos [absolutistas moderados, al final reconvertidos a liberales], se hizo muy popular, sobre todo entre los carlistas, una coplilla que se burlaba de la regente y de su prolífica maternidad, mezclando a sus seguidores, los liberales, y a sus descendientes, frutos del apaño de alcoba de la reina madre. Estaba claro que la ausencia de herederos de Fernando VII no era culpa de su última esposa:

Clamaban los liberales
que la reina no paría.
¡Y ha parido más muñoces
que liberales había!

María Cristina de Borbón-Dos Sicilias tuvo que afrontar, al morir Fernando VII, la regencia de la pequeña Isabel y,  tras el “levantamiento” de su tío carnal y cuñado Carlos Isidro,  la primera guerra carlista que finalizó en 1839 con el triunfo del general Baldomero Espartero. El pretendiente, Carlos María Isidro de Borbón, abandonó la lucha huyendo a Francia. Como recompensa a sus méritos durante la campaña, el militar fue nombrado Príncipe de Vergara, Duque de la Victoria, Duque de Morella, Conde de Luchana y Vizconde de Banderas. Casi nada. Envalentonado con el éxito, Espartero solo tuvo que dar un golpe en la mesa, exigiendo a María Cristina la cesión de la regencia, bajo la amenaza de destapar su matrimonio secreto y su ristra de “clandestinos muñoces”. María Cristina, al menos se dice, le espetó aquello de “te hice Duque, pero no logré hacerte caballero”. La observación de María Cristina, en el caso de ser cierta la anécdota, no alteró la decisión del general. María Cristina abandonó España, y se estableció con su marido, Agustín Fernando Muñoz Sánchez, en París a donde ya había enviado a sus hijos, uno detrás de otro, lejos de las miradas de la maliciosa corte.

En abril de 1844 otro levantamiento derrocó a Espartero como regente de Isabel II. Para evitar una tercera regencia se adelantó la mayoría de edad de la reina a los trece años. 

Agustín Sánchez y Cía.

Agustín Fernando Muñoz Sánchez, nombrado Duque de Riánsares, por Isabel II, constituyó el 14 de septiembre de 1844 en París la sociedad “Agustín Sánchez y Cía”. El Duque aportó, como socio capitalista, tres millones de reales. El dinero lo ponía, evidentemente, María Cristina y procedía del caudal acumulado por la reina gobernadora.
Tras alumbrar a su séptimo vástago, María Cristina y el Duque se casaron oficialmente [en octubre de 1844], con el consentimiento de su hija Isabel II. Con motivo de su matrimonio, al Duque lo ascendieron a Teniente General y lo nombraron Senador vitalicio. Su hijastra, la reina, le concedió el Toisón de Oro. En las capitulaciones redactadas con motivo de la boda oficial, la fortuna de María Cristina ascendía a 135 millones de reales, fortuna que atesoró en apenas siete años como regente, metiendo la mano suponemos, además de a su querido Muñoz, al tesoro real que se nutría, casi de manera única de las remesas procedentes de las colonias de ultramar. Eso sí que fue un braguetazo y no lo del Duque de Palma.

Empresa en Cuba.

El objeto social de la empresa que había constituido bajo el “pseudónimo” de “Agustín Sánchez” se atenía, en un principio, a la ejecución de obras públicas en Cuba. Su socio en la mayor de las Antillas seria su amigo Antonio Parejo Cañedo, un coronel de caballería retirado que vivía en La Habana. Antonio Parejo, confidente del matrimonio secreto desde 1836, se ocuparía de la representación y administración de la compañía.

Agustín Sánchez y Cía. se dedicó a diversos negocios, aunque la actividad principal no fueron las obras públicas sino el tráfico ilegal de personas. La compañía adquirió para ello algunos de los más modernos barcos, propulsados a vapor y bien preparados para la travesía del Atlántico como el Guadalquivir, el Cetro y el Tridente, buques que costaron unos 2.500.000 reales que pagó la reina Isabel II a través de la casa londinense de los Zulueta, reconocidos negreros a nivel internacional. 
Existe constancia notarial en Londres de un préstamo millonario de la reina de España [Isabel II] al clan de los Zulueta, que nunca se reintegró. ¿Prestamo o participación en alguno de los sucios negocios de su madre y de su padrastro. En la escritura de disolución y liquidación de la sociedad, en 1849, cinco años después de su constitución, se registraron con todo detalle los ingresos por la venta de negros y de “indios yucateros”. Al Duque, consorte de la reina madre, le correspondieron 14 millones de reales. La inversión se había multiplicado casi por cinco, una vez por cada año.
La España  había suscrito en 1817 el convenio para el fin de la trata y comercio de esclavos en 1820, y cobró por ello una enorme indemnización valorada en 300 millones de pesos de oro. Sin embargo, la aristocracia del azúcar en Cuba y algunos inversores como el Duque de Riánsares  continuaron con un negocio mucho más lucrativo, el tráfico y comercio ilegal de “sacos de carbón”, como se denominaba a los negros que secuestraban en África y trasladaban hasta Cuba. 
Los nombres de Pedro J. Zulueta, Antonio Parejo y María Cristina de Borbón-Dos Sicilias aparecían en bastantes informes que remitían al parlamento británico las sociedades abolicionistas incidiendo en la continuidad del macabro comercio de seres humanos por parte de los españoles. Zulueta, además,  gestionaba en Londres las fortunas del Duque de Riánsares, de María Cristina y de  Isabel II.

Tras las quejas del gobierno británico, la familia real española abandonó el tráfico de esclavos. El coronel Parejo siguió participando en los negocios reales, sobre todo adquiriendo ingenios azucareros hasta que se constituyó con la participación real la empresa “La Gran Azucarera”, la mayor productora del mundo de la dulce manufactura del jugo de la caña . El destronamiento de la reina Isabel II, en 1868 tras la revolución de “La Gloriosa”, el fin efectivo de la esclavitud en Cuba a finales de los ochenta y la crisis económica de la década de los noventa, que hizo caer el precio del azúcar hasta mínimos históricos, fueron causas suficientes para que los negocios de los Muñoz-Borbón cesaran en la perla de las Antillas. 
Mientras, el Duque de Riánsares, acrecentaba su fortuna  con la adquisición de minas de carbón en Asturias, adquirió la compañía del Ferrocarril de Sama a Langreo, montó en su pueblo, Tarancón, una yeguada que podía considerarse  la más importante de España, patrocinó periódicos y periodistas, pagó a políticos y compró fincas y bienes inmuebles en Aranjuez, Tarancón, Asturias, Carabanchel, en el moderno barrio madrileño de Salamanca,  y en otros lugares de Francia, Italia, Inglaterra y Cuba, entre otros.
A la muerte del coronel Parejo, su viuda gastó una suma enorme de dinero en magnificar el funeral, aunque las voces y los chistes habaneros se habían dividido. Para algunos, debía aportar al menos 20.000 pesos de oro para sacarlo del purgatorio; sin embargo eran más los aseguraban, que ni todo el oro de américa era capaz de rescatar al negrero del infierno; Parejo no dejaba de ser un comerciante de personas, de seres humanos, a pesar de la protección, el beneplácito y el beneficio de la muy cristiana reina regente María Cristina de Borbón.

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