Don (Tratamiento); Libros sobre la nobleza española.-a
Soledad Garcia Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes
Don o doña es un vocablo de origen hispano muy usado protocolarmente que antecede al nombre de la persona y que se usa como una expresión de respeto, cortesía o distinción social. En España y en las Indias se usó para diferenciar al plebeyo del noble o al criollo del común de las personas. Las personas que no tenían ejecutoría de nobleza eran gravadas en sus bienes y se les conocía como pecheros. La anteposición de don (abreviado D.) al nombre de los varones y de doña (abreviado D.ª) al de las mujeres, no indica un título sino un tratamiento deferencial cuyo uso tuvo grandes variaciones a lo largo del tiempo. Aunque su uso está muy extendido, se considera Don o Doña a aquella persona que haya finalizado una diplomatura o Bachiller . Etimología Según el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española, el tratamiento don proviene del latín domĭnus (propietario o señor), término que también dio origen a la palabra dueño. Atribuirle la abreviatura de de origen noble, es un error proveniente de la interpretación literal de una chanza. Uso de don y doña En su uso original se anteponía solamente al nombre de pila o al nombre de pila seguido del apellido. Así, al distinguido Juan Domínguez se le daba indistintamente el tratamiento de don Juan o don Juan Domínguez. En el caso de usar sólo el apellido, el tratamiento correcto era el señor Domínguez. Se consideraba entonces vulgar (denotando el origen plebeyo del que hacía la referencia) o poco cortés (con intención de denigrar a la persona a quien se le aplicaba) darle el tratamiento de don Domínguez, o el Sr. Juan. En la actualidad, aunque la forma de uso de don/doña es más libre, según el lugar y la clase social del que lo aplica o lo recibe puede tener connotaciones muy diferentes: Respeto, sea por estatus social, edad, experiencia o logros personales. Afabilidad y buena crianza. Buena voluntad hacia la persona a quien se aplica, especialmente si quien lo hace es una de mayor estatus social. Desprecio cuando se usa sin el nombre, como en "esa doña" o en "es un don nadie" (alguien sin importancia). Trato condescendiente a personas de avanzada edad. En otros idiomas, especialmente en portugués, italiano y en menor medida francés, el tratamiento "don" tuvo un uso histórico muy similar al español, aunque mucho más esporádico y localizado. Historia El tratamiento se daba originalmente sólo a Dios, a Jesucristo y a los santos. En la España medieval se aplicó inicialmente sólo a los reyes, a los grandes nobles a quienes los monarcas consideraban sus primos (del latín primus, primero) y los más altos cargos eclesiásticos, como los de arzobispo y cardenal. Con posterioridad, en épocas variables en los diversos reinos, se generalizó el tratamiento a algunos hidalgos y sus descendientes, pero nunca a los plebeyos. Esto requería la figuración en el padrón de hidalgos que usualmente se guardaba en los cabildos, incorporación para la que normalmente había que efectuar probanza de nobleza. Su uso en España parece haber sido rigurosamente acotado hasta bien pasada la Edad Media, probablemente hasta fines del siglo XVIII o comienzos del XIX. Cuando el hidalgo Alonso Quijano adopta el nombre de don Quijote de la Mancha, Sancho reflexiona sobre ese don, que no tenía derecho a usar quien hasta ayer era solamente merced. Hubo, sin embargo, continuas incorporaciones al grupo de los merecedores de ese tratamiento, como el de los doctorados por una universidad. Con fecha 3 de julio de 1611 el rey don Felipe III de España mandó que su uso estuviese limitado a obispos, condes, mujeres e hijas de los hidalgos y los hijos de personas tituladas, aunque fuesen bastardos. Medio siglo después, cuando los monarcas españoles necesitaron aumentar sus ingresos, pusieron en venta tanto los títulos de hidalguía como el derecho al uso del don/doña. Por real cédula del 3 de julio de 1664 se estableció que su costo sería de doscientos reales por "una vida", de cuatrocientos por "dos vidas" y de seiscientos los "a perpetuidad". En no pocos casos incluía un escudo de armas. La situación fue diferente en las posesiones españolas en América. En 1573 el rey don Felipe II, en las ordenanzas del bosque de Segovia, concedió el carácter de hidalgo, aunque no necesariamente el tratamiento de don/doña, a todos sus conquistadores y primeros pobladores. El uso del tratamiento se generalizó por simple asentamiento en los registros parroquiales de bautismos, confirmaciones, casamientos y sepulturas, así como en muchos cabildos. Aunque este abuso causó que algunas audiencias americanas intimaran al cumplimiento de las ordenanzas reales, el uso parece haber continuado según la práctica americana de la época del se acata, pero no se cumple. En la práctica, ya que no había registros especiales que autorizaran su uso, el tratamiento fue otorgado por consenso de los pares y denotaba la pertenencia al nivel social más alto, sea en lo político (cargos militares, de cabildo, de gobernación o virreinato) o en lo económico (grandes comerciantes y encomenderos). Posteriormente su aplicación se fue extendiendo a todos los estratos sociales, y su forma de uso se hizo más libre. Los jefes indígenas americanos, considerados nobles, también recibieron el tratamiento durante todo el período colonial. A partir de la independencia de los países americanos, su uso perdió las connotaciones usuales, siendo muy variable en los distintos nuevos países. En las Provincias Unidas del Río de la Plata (actual Argentina y Uruguay ), por ejemplo, se otorgó el tratamiento de don a los esclavos libertos que lucharon contra los españoles. Su uso actual El tratamiento de don y de doña solo se da a personas que pertenecen al mundo hispano, sea por su nacimiento o por matrimonio. Así lo confirma el que se pueda decir por ejemplo, el presidente de la República de Costa Rica don Luis Guillermo Solís. De la misma manera; la española Fabiola de Mora y Aragón fue tratada de doña hasta el día de su matrimonio, pero desde entonces solo se refiere a ella como la reina Fabiola de Bélgica. Por su parte, Sofía de Grecia y su hermana Irene, nacidas princesas de Grecia; no eran doñas. Por el matrimonio de la primera con un príncipe español; ésta se convirtió en doña Sofía, pero su hermana nunca es tratada de doña Irene. En España En España, el uso de don y doña está cada vez más limitado a los escritos, al trato dado a los maestros de escuela y a los sacerdotes católicos. Se suele emplear también en eventos públicos, para presentar a personas de edad avanzada y trayectoria personal o profesional destacada, siempre como una muestra de afecto y reconocimiento del interlocutor o de la comunidad en general. En Hispanoamérica En el continente americano el tratamiento se suele otorgar con mayor facilidad. Muy frecuentemente se trata de don a toda persona después de la mayoría de edad o del matrimonio. |
Libros sobre la nobleza
Libros verdes Libros verdes fue como se denominó a las obras genealógicas que sacaban a relucir las manchas de un linaje o una casa nobiliaria. Sobre todo surgieron en el siglo XVII motivadas por el rencor de su autores o por mera curiosidad. Resultaron ofensivos en cuanto se ponía en entredicho la limpieza de sangre de un cristiano viejo o de su familia al hacerla descender de judío o moro converso, poner de relieve amancebamientos con mujeres de mal vivir, matrimonios desiguales y bastardías originadas por nobles o eclesiásticos. Surgieron en sentido contrario a la dirección recorrida por la genealogía que, desde antes del siglo XVI hasta el XVII, además de ser abundante y adulatoria, adolecía de una fabulación tan exagerada, fruto de amasamientos y desfiguraciones de obras originales, con el deseo de remontar una estirpe a orígenes lejanos, acreditar servicios extraordinarios, probar descendencia de godos, o remontarse a Adán y Eva. Los libros verdes, a pesar de conservarse en numerosas copias, fueron perseguidos e incluso mandados destruir por la autoridad, dada su naturaleza difamatoria; caso del Libro Verde de Aragón en 1623. Igualmente la autoridad prohibió dar crédito en instrumentos y expedientes al Nobiliario Genealógico de Alonso López de Haro, que fue publicado en 1612-22 con el título Nobiliario Genealógico de los Reyes y títulos de España. Los papeles genealógicos del cronista Tamayo de Vargas se mandaron recoger a su muerte por “contener noticias perjudiciales a los linajes”; o por atacar al gobierno –según Pellicer-. El Tizón de la Nobleza Española. Se conoce popularmente por el título de "El Tizón de la Nobleza Española o máculas y sambenitos de sus linajes" a un curioso memorial escrito por el Cardenal Francisco de Mendoza y Bobadilla y dirigido al rey Felipe II en el año 1560. Se trata de un documento similar en idea y propósito al Libro Verde de Aragón, que ya tratamos en una entrada anterior en este blog, solo que en este caso, el objeto de estudio e investigación son los linajes castellanos. Al contrario de lo que ocurre en el caso mencionado, su autor no sólamente es conocido, sino que se trata de un personaje muy notorio y cultivado, nada menos que el Obispo de Burgos de aquel momento, Doctor en Teología y Letras por la Universidad de Salamanca, Catedrático en las Universidades de Évora y Coimbra, Obispo que fue también de Coria, Arzobispo de Valencia y Cardenal del Sacro Colegio Romano. En cuanto a su origen familiar, el Cardenal era hijo del Marqués de Cañete y montero mayor de Castilla, D. Diego Hurtado de Mendoza, nombrado posteriormente virrey de Galicia y de Navarra, y de Dª Isabel de Cabrera y Bobadilla, sexta hija de los Marqueses de Moya y primeros Señores de Chinchón, y sobrino del Obispo de Salamanca, Francisco de Bobadilla. Pues bien, pese a su extenso pedigrí, el señor Cardenal tuvo un tropiezo muy desagradable, que él vivió como una ofensa a su linaje en la persona de su sobrino, Diego Fernandez de Cabrera y Bobadilla, III Conde de Chinchón. Dicho sobrino fue rechazado por un tribunal de Ordenes Militares en su pretensión de que le fuera concedido el hábito, por el motivo de no haberse acreditado debidamente la pureza de su sangre. No consta la naturaleza de la mancha que causó este rechazo, pero sí la respuesta del Cardenal, que no pudo ser más contundente. Decidido a tirar de la manta (nunca mejor dicho), elaboró el citado Memorial bajo el epígrafe: Memorial que Don Francisco de Mendoza dió al rey Phelipe II. En él se ven las horribles manchas con que la mayor parte de las Casas de España están contaminadas Si recorremos la lista de nombres mencionados en el libro nos sorprenderemos tremendamente: Portocarrero, Pacheco, Álvarez de Toledo,... las estirpes del más rancio abolengo, resultaban, según las investigaciones del Cardenal, tener algún antepasado judeoconverso en la mayoría de los casos, aunque también morisco o plebeyo de la más baja extracción social. En uno de sus capítulos se relacionan incluso los problemas habidos con la Inquisición por determinados miembros de dichas familias. A través de la descendencia y los matrimonios concertados, a partir de unas pocas de estas familias principales la "mancha" se extiende a la gran mayoría de las casas de la nobleza, que son puntualmente relacionadas en el Memorial: los condados de Benavente, de Aranda, de Medellín, de Alcaudete, de Luna, de Oropesa; los ducados del Infantado, de Alba, de Feria, de Alburquerque, de Medina-Sidonia, de Medinacelli; los marquesados de Villafranca, de La Guardia, de Priego, de Viana, de Gibraleón, de Mondéjar, de Comares, de Ayamonte.... por nombrar algunos de los más insignes. El escándalo fue mayúsculo. El rey, presionado por la nobleza en bloque que calificaba el documento como difamatorio y exigía satisfacciones públicas y acciones contra su autor, pidió una investigación a fondo del asunto. Pero no es nada fácil encausar a un Cardenal que goza del amparo de la Santa Inquisición, y que para colmo no dice falsedades. Lo único que pudo hacer la autoridad real fue archivar el Memorial de forma discreta y vergonzante, dando pábulo a su difusión clandestina. El Libro Verde de Aragón El libro Verde de Aragón es un curioso manuscrito anónimo de 1507, aunque el desconocido autor se atribuye a sí mismo el cargo de asesor del Tribunal de la Santa Inquisición, y está escrito con el propósito de: "...hazer este sumario por dar luz a los que tuvieran voluntad de no mezclar su limpieza con ellos que sepa de qué generaciones de judíos descienden los siguientes, por que la expulsión general dellos fecha en España en el año 1492 no quite de la memoria lo que fuesen sus parientes ..." Se trata de un índice o censo de las principales familias judeoconversas aragonesas, que en su mayoría tomaron el bautismo después de las predicaciones de Vicente Ferrer y de la Disputa de Tortosa. El nombre de Libro Verde parece provenir del hecho de que los condenados por la Inquisición portaban en sus manos velas de este color en los autos de fe. Al comienzo del manuscrito se reseña que fue escrito en Belchite por un tal Anchias, notario de la Inquisición, pero los estudiosos del tema no se ponen de acuerdo en reconocerle la autoría, ya que se señala a sí mismo como notario del secreto, cargo que se sabe que ocupaba por otros documentos de la época, y que no implica que fuera un documento original de su creación. La aparición de esta obra causó una terrible conmoción en la sociedad aragonesa de la época por la que circuló con notable difusión durante todo el siglo XVI. En él se ponía en claro la procedencia de gran número de familias linajudas del reino en una época en la que estaban vigentes los restrictivos Estatutos de pureza de sangre, normas que prohibían, al menos en teoría, el acceso de judeoconversos y moriscos a altos cargos de la nobleza, el clero y la administración del reino. De un día para otro se vieron señalados destacadas personalidades de los más altos estamentos sociales. La ascendencia hebrea era muy conocida en algunos casos, como ocurría con las familias Zaporta, Oller, o Caballería, pero no así en otros, ya que además de la conversión, se había tenido la precaución de cambiar de ciudad e incluso de provincia, precisamente para evitar el seguimiento de su "estirpe manchada". La hipocresía de los altos estamentos del Estado se vió al descubierto, y con ello un gran número de personas influyentes quedaron expuestas. El revuelo fue tremendo, y los afectados no se quedaron cruzados de brazos. En 1601, el libro fue objeto de examen por altas instancias de la Corona de Aragón y declarado difamatorio. En 1620 el Tribunal de la Inquisición prohibe y castiga su lectura. Se produce una recogida general de ejemplares, que son quemados publicamente en la Plaza del Mercado de Zaragoza en 1622 con el beneplácito del rey Felipe III, quien lo declara proscrito en una Real Pragmática al año siguiente, dándose así por terminado oficialmente el incidente. Debido a esta persecución, han sobrevivido hasta nuestros días escasos ejemplares del libro. En ellos se aprecian añadidos posteriores a la fecha del documento original, no siempre coincidentes entre sí, lo que hace pensar que el manuscrito original iba evolucionando conforme era difundido por el territorio, con datos actualizados. Se pueden encontrar, por ejemplo, capitulaciones matrimoniales de fecha tardía en las que alguno de los contrayentes (siempre personas prominentes) figura como descendiente de conversos. Por si alguien tiene interés en rastrear linajes, se puede adquirir el Libro Verde de Aragón on-line, en Librería y Hebraica, en una versión sinóptica de cuatro de los manuscritos salvados que se encuentran, dos de ellos en la Biblioteca Nacional de Madrid, otro en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, y otro en la Biblioteca Colombina de Sevilla. Soledad Garcia Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes |
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