Las brutales heridas de una batalla de la guerra de 30 años.-a


Soledad  Garcia  Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes






Las pruebas forenses a 47 esqueletos en Lützen muestran la dureza de una carga de la caballería en 1642, durante la Guerra de los Treinta Años

¿Cuántas escenas de batallas hemos visto en el cine?
 ¿Y representadas en los cuadros como el reciente de la Batalla de Pavía de Ferrer-Dalmau?

 Un equipo de arqueólogos halló en Lützen, en 2011, una fosa común con los restos de medio centenar de soldados que murieron en la sangrienta batalla que tuvo lugar en dicha localidad alemana en noviembre de 1632, entre las huestes del rey Gustavo Adolfo II de Suecia y el ejército comandado por el general Albretch von Wallenstein, que defendía las posiciones del Sacro Imperio.
Acostumbramos a imaginar escenas de las películas históricas con el cielo oscurecido bajo una lluvia de flechas, y vienen a nuestra mente luchas cuerpo a cuerpo, a pie o a caballo, en las que todo tipo de objetos y mangos vuelan aplastando yelmos y cráneos, caballos relinchando bajo los disparos y las picas, sables tajando miembros, gritos desesperados, estoques y dagas hundiéndose en ropajes y protecciones, espadas emergiendo al otro lado de un torso y segando vidas... Esas escenas, que vemos en pura ficción, están basadas en hechos reales. Ahora los arqueólogos y forenses han podido documentar, hueso a hueso, el destino de 47 soldados de ambos ejércitos contendientes en Lützen.
La investigación posterior de esta fosa común ha permitido a los especialistas en arqueología forense, dirigidos por Nicole Nicklisch (de la Universidad de West Florida), estudiar un catálogo de las atrocidades puestas sobre el tablero militar del XVII, en el contexto de la Guerra de los Treinta Años. Algo muy concreto. Y sus conclusiones son dignas de leerse.

Craneo de un muchacho de 15 a 19 años que recibió varios sablazos en la parte de atrtás de la cabeza

Es un momento del siglo XVII en el que las armas de fuego van a comenzar a generalizarse, dejando de ser artículos de lujo para nobles. Sin embargo, aunque 1632 es una fecha temprana para asegurar la hegemonía que conseguirán en décadas sucesivas los mosquetes y pistolas en el campo de batalla, se ha demostrado en el estudio que Lützen fue un buen banco de pruebas, a la vista de la cantidad de heridas de bala detectadas, sobre todo de armas ligeras, propias de la caballería. Los restos pertenecen a 47 soldados en un rango de edades de 14 a 50 años.

Cuerpos con heridas de luchas anteriores

Aun así, resulta mucho más llamativo y crudo el estudio de las lesiones producidas por golpes, sables, alabardas, estoques y dagas. Los esqueletos de aquellos soldados han guardado para nosotros las huellas de cada uno de los golpes que recibieron antes de caer. De hecho los doctores han estudiado las heridas ya sanadas que tenían el día de la batalla, heridas de veteranos y fieros soldados.
Una de las cosas más curiosas de este estudio es que los esqueletos de los 47 soldados conservan las huellas de batallas anteriores y en gran número. Sus huesos dibujan un verdadero mapa de las guerras de aquella época de la «pequeña edad de hielo» que tantas convulsiones produjo, según historiadores como Geoffrey Parker han llegado a demostrar. En un par de décadas cayeron dinastías, se convulsionaron casi todos los imperios del hemisferio norte y murió un tercio de la población.
De este modo, Nicklisch y sus colaboradores han documentado, como se ve en la foto anterior, que muchos combatientes venían con el cuerpo previamente machacado. En la foto superios vemos tres casos: (A) Dos heridas, una contusa y otra con filo en el cráneo de un sujeto. Y (B) otro individuo muestra hasta cuatro heridas con filo (de una batalla anterior) en el cráneo. La tercera foto corresponde a una lesión por aplastamiento que fundió los huesos del antebrazo del soldado. Pero se repuso. Y así peleó este hombre hasta el final.
Esas heridas, graves, de las que estos hombres pudieron recobrarse antes de participar en la batalla de Lützen en la que encontrarían la muerte, muestran bien a las claras el tipo de vida del soldado en continua movilización. A veces vivían con cierta comodidad, pero en sus viajes podían quedar desabastecidos o atrapados entre dos fuegos. Con las malas cosechas de la época, y lejos de los mejores productos reservados para las clases altas y el clero, el pillaje y el saqueo de las localidades vencidas era una buena razón para permanecer alistado.

Orificio de salida (A) y de entrada(B) de dos individuos.

Otro de los detalles que muestra este estudio apasionante es la medicina de la época. En la imagen anterior se muestran dos fotografías y una radiografía de una tibia del individuo catalogado con el número 17. Se aprecia que el hueso se quebró y no fue colocado correctamente por los galenos, de modo que los huesos se sellaron de manera grotesca. La radiografía permite ver las trayectorias de los dos extremos lejos de su encuentro natural.
Los forenses subrayan que, sin embargo, no se aprecian huellas de infección en este trauma tan importante, con el que, una vez superado, el soldado se presentó a la batalla. ¿Podría correr y moverse con soltura? Tipos duros, y eso que no eran de los tercios españoles, los más duros del siglo.

Historial clínico

Una vez valorado el historial clínico de algunos soldados que podía estudiarse en los esqueletos con claridad, los investigadores del equipo de Nicklisch se centraron en las heridas que les fueron infligidas en la última batalla, las más brutales, algunas de las cuales eran mortales de necesidad y acabaron con la vida de todos los individuos de la fosa. También son conocidas como heridas perimortem, por suceder un poco antes del momento preciso de la muerte.
En este CSI histórico salta a la vista, como se ha comentado, la capacidad que tienen las hojas de acero de penetrar en la carne hasta el hueso. Estas heridas han dejado huellas y fracturas en el material óseo sin sellar, puesto que la muerte impidió la evolución de las lesiones.

La estadística dice que hay, sin embargo, 12 individuos que mostraban daños en la cabeza por aplastamiento de arma no cortante (mazas, empuñaduras, objetos romos...) o fuertes golpes con puños, codos o patadas. Casi todas estas contusiones están centradas en la mandíbula, cuyos huesos cedían ante el golpe muy a menudo.


Es el caso del individuo más viejo de todos, que rondaría los 50 años (la calavera A sobre estas líneas). Recibió tal golpe que le aplastó la mandíbula y le rompió el pómulo y le saltó los dientes. Solo pensarlo causa dolor. Y las piernas (B) que se sitúan a la derecha son de un soldado sin fortuna: un disparo le partió la tibia y el fémur se le quebró al caer, una vez que había dado los últimos pasos de su vida.


Sin embargo, solo dos desgraciados tuvieron la mala fortuna de recibir golpes de sable mortales en la cabeza. La foto superior muestra el cráneo de un joven de entre 15 y 19 años que presenta numerosos cortes de sable por encima del cogote hasta la parte de arriba. El corte marcado con el 1 en eta foto A terminó arrancando un trozo de hueso, con forma de cuña que se debió separar como una tapa, dejando al aire la masa encefálica. Otro compañero no tan púber recibió una herida de cuchillo que le habría causado la muerte si no fuera porque un disparo terminó el trabajo. Hay muchos testimonios de la carga de la caballería imperial en Lützen. Letal, eficaz, implacable, rápida.

Cabe añadir que muchos heridos, al menos siete, sumaban once heridas de filo en las zonas pélvica y en las vértebras, por lo que se se puede colegir que esa era una técnica efectiva en el cuerpo a cuerpo. Otros cortes de sable están asociados con zonas del fémur por las que pasan arterias, por lo que la pérdida de sangre del soldado que sufrió esa herida, el número 7, debió de ser masiva.
Los disparos, como decíamos, son en Lützen los causantes de las heridas más comunes, presentes en 21 de los individuos. En la foto superior vemos el cráneo del individuo 42, con un orificio de salida del proyectil, impresionante. Mientras, al lado, el cráneo del soldado 35 fue destrozado por que la bala entró en un ángulo obtuso que causó grandes daños óseos: le levantó la tapa de los sesos, literalmente.
Debajo, vemos el cráneo del individuo número 5, que recibió un balazo en el parietal/temporal izquierdo. El proyectil, de plomo, se quedó alojado en el occipital, como se ve en E. El proyectil (D) está tan deformado que los forenses opinan que rebotó en algún lado antes de herir al soldado en la cabeza y matarlo.


Muchas de las balas de mosquete de plomo han aparecido alojadas en la zona de las caderas y las vértebras de muchos individuos, por lo que se supone que buena parte de las heridas fueron en torso y vientre. En definitiva todo un catálogo de heridas que ahora permite a la medicina forense abrir una nueva ventana al estudio de la historia militar y social del XVII.


Como conclusión, el estudio de la doctora Nicklisch y su equipo, considera que los cadáveres no fueron puestos de manera sistemática, sino con cierto arbitrio y mezclando los cuerpos de contendientes de ambos ejércitos, aunque en su mayoría del sueco. Por ello opinan que este enterramiento debió hacerse con la colaboración de los vecinos de la localidad, que querrían por un lado, recuperar cuanto antes sus vidas y, por otro, ahuyentar la posibilidad de una epidemia.
Curiosamente, se ha registrado una ausencia casi total de objetos personales o de valor junto a los cuerpos, lo que hace pensar que fueron despojados por saqueadores, en los varios días que permanecieron inertes sobre el terreno. De hecho saben los arqueólgos que fueron enterrados con rigor mortis, y se calcula que entre tres y cuatro días después de la batalla (que fue en noviembre). Uno puede imaginar el terrible espectáculo de los 9.000 cadáveres que dejó la lucha de Lützen el día después de la conflagración.
Las crónicas relatan que en el lugar exacto donde apareció la fosa fue masacrada la Brigada Azul del ejército sueco por una carga de la caballería imperial desde el flanco. Los proyectiles de muchas víctimas son propios de las armas de mano usadas por la caballería en sus ofensivas contra las líneas del enemigo.

El estudio arqueológico de la historia militar está ayudando a avanzar el conocimiento específico y transversal del pasado, uniendo disciplinas médicas y ciencias sociales. También en este campo, España podría emprender interesantes proyectos internacionales.

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