La burguesía catalana y el proceso de independencia de Cataluña.-a


Introducción 

Hace ya largo tiempo que la “sociedad” catalana, entendiendo por tal tanto la gran burguesía histórica como la pequeña nobleza local titulada y no titulada, dejó de existir como grupo social que se muestra y que es capaz de proponer nuevos modelos desde el apoyo de un notable poder económico.

Burguesía

El término burguesía (del francés bourgeoisie)​ se utiliza en las ciencias sociales para designar a la clase media acomodada y a la clase media alta de la sociedad urbana, que posee cierto capital cultural y financiero y es la clase social dominante en el sistema capitalista. 
Su significado original, que también se utiliza hoy en día, se refería a los que vivían en la ciudad europea (burgo) en la Edad Media, lo que solía venir acompañado de una serie de privilegios ciudadanos, como por ejemplo tener la oportunidad de trabajar.

Burguesía catalana

Una gran burguesía históricamente catalanista (Independentista ) pero claramente pactista y no partidaria de la separación del Estado, por haber sido siempre consciente de que su incuestionable pujanza económica, a lo largo de dos siglos muy convulsos, siempre estuvo vinculada a las Españas: primero al lucrativo comercio con territorios  de Ultramar (Cuba, Puerto Rico, las Filipinas) y el tránsito de viajeros con compañías históricas y emblemáticas como la Trasatlántica, y posteriormente, al gran mercado nacional en el que vender sus textiles y el producto de su importante industria.

Una burguesía siempre cercana a la corona, que financió y apoyó la restauración de la monarquía en 1875 y en 1975, y que no vivió la Guerra Civil como algo externo sino como algo que también se dirimió en su propia tierra en la que se jugaban sus intereses y de la que muchos se vieron forzados a salir en el verano de 1936. De hecho, muchas personas de entre sus filas participaron en la Transición política, en algunos casos con importancia notable como fue la figura de Carlos Güell de Sentmenat, pero con el pasar de los años y la creciente radicalización política ese grupo social, tan cercano a la extinta Convergència i Unió en sus postulados tras la dictadura, fue quedando apartado de la escena social. 

Atrás quedaron las grandes fiestas y las casas se fueron cerrando conforme el nacionalismo prendía en las instituciones y las Universidades, y muchos se sentían también abandonados por una familia real a la que tanto habían apoyado en su exilio portugués.
Así, esa burguesía que en otro tiempo fue un orgullo para Cataluña perdió relevancia y reconocimiento por parte de las nuevas autoridades -baste como muestra la polémica en torno a la retirada de la ciudad de Barcelona de la estatua del marqués de Comillas cuyo yerno, el conde de Güell, fue no solamente uno de los grandes próceres de la Cataluña histórica, sino también el mecenas de Antoni Gaudi y el creador del emblemático Parque Güell. Los suyos son nombres que ya no cuentan, y sus voces no son escuchadas en una Cataluña que busca reinventarse.
Algunos hasta prefieren alejarse a sus propiedades de otros lugares más tranquilos para evitar ser testigos del estruendo, mientras otros se repliegan en sus masías históricas de la Cataluña rural y sus circuitos se han restringido al ámbito más doméstico en el que poder encontrarse y continuar frecuentándose, a pequeños actos sociales, o a citas de tono cultural en los dos Clubs sociales aún en pie en Barcelona:
 el Círculo Ecuestre y el Círculo del Liceo. 

Así la víspera del 1 de octubre muchos asistían a la creación de nuevos caballeros y damas de la Orden Constantiniana de San Jorge, presidida por el príncipe Pedro de Borbón-Dos Sicilias, duque de Calabria, y su hermana la princesa Cristina que son personas cercanas a los reyes don Felipe y doña Letizia. Un acto solemne para el que se cerró la Catedral de Barcelona y en el que también estuvo presente el príncipe Carlos Manuel de Borbón-Parma.

Una lucha de clases

Sin embargo la falta de voz de la burguesía histórica como grupo es real, además de que el dinero ya está en manos de otras élites mucho menos sensibles, más materialistas y más descarnadas. Por otra parte, la fractura política también ha hecho fuerte mella en numerosas familias notables cobrándose su alto peaje. El grueso ven el independentismo con tristeza, dolor y miedo, y una conocida dama de incuestionables raíces catalanas cuenta como días atrás fue zarandeada en la calle, en la zona alta de Barcelona, por dos jóvenes con banderas esteladas que la calificaron de “fascista e hija de puta”. Los hay que aún justifican a Jordi Puyol, el político de siempre, apenas nadie es partidario de sumarse a posiciones radicales.

Días atrás el hijo de un noble titulado era increpado por mostrar dos banderas de España en un acto sardanista en el centro de Barcelona, y hasta hay alguna marquesa que declara estar “a la derecha de Franco” y que afirma que lo que está sucediendo ya se ha convertido en una “lucha de clases”. 
En ese escenario los dedos acusadores apuntan a dos lugares. El primero, la pésima gestión del gobierno de Mariano Rajoy y de sus asesores que han tenido cuatro años para maniobrar, no han hecho nada, han delegado un problema político en la Justicia, han subestimado de forma completa todo cuanto estaba sucediendo y claramente se avecinaba, nunca contaron con un plan B viable, y el 1-0 confiaron en una acción de los Mossos de Esquadra que a todas luces no se iba a producir. El segundo, la entrega del poder local a los anti sistema de la CUP con su populismo y sus connivencias venezolanas. Pero todo esto, por supuesto, sottovoce.

FABIÁN MÁRQUEZ, ASESOR DE CEOE DURANTE 30 AÑOS

"La Guerra Civil acabó con la burguesía catalana, ahora mandan las multinacionales"
04/02/2018

Fabián Márquez (Barcelona, 1939) cuenta en su libro sobre José María Cuevas que la CEOE no fue producto de las élites empresariales, pero que tampoco hubiera podido nacer en contra de ellas. Una visión sin duda sutil de la patronal. Tan sutil como su propia vida profesional. Siempre muy cerca del poder de la aristocracia empresarial, pero siempre, también, detrás de las bambalinas de las relaciones laborales que se han cocido en este país en los últimos 40 años. 
No en vano, ha negociado en nombre de las grandes empresas del país todo lo negociable. Incluidas las relaciones de los patronos con el poder político. Es probable que Márquez —con el despacho laboral más influyente desde 1977— se lleve a la tumba algunos de los secretos de la Transición que hoy son desconocidos, aunque él dice que queda muy poco por desvelarse. El tiempo lo dirá. 

Pregunta.- Estará de acuerdo en que eso que un día se llamó la burguesía catalana, ya no pinta nada. El 'procés' se la ha llevado por delante. 

Respuesta.- Le voy a contar una anécdota. En una ocasión, visitando la feria de Albacete con Carlos Ferrer Salat, un paisano se le acercó y le dijo: 'Usted piensa como Pujol'. Ferrer, que era muy liberal, se lo intentó explicar de forma muy pedagógica: 
'Verá, yo soy catalanista, Pujol es nacionalista, y eso no es lo mismo'.

 No contento con la explicación, Ferrer Salat continuó:

 'Los nacionalistas quieren el poder, pero en Cataluña, yo lo quiero en Madrid, y para eso está la CEOE'. 

Ya, cuando nos íbamos, me dice Carlos:
 '¡No te jode el paisano!, pretende que la metrópoli se separe de sus colonias, dónde se ha visto eso'. [Risas].

 La vieja burguesía de finales del XIX y del XX se acabó con la guerra civil.


P.- Insisto con la pregunta: ¿qué queda de la burguesía catalana? 

R.- La vieja burguesía de finales del XIX y del XX se acabó con la Guerra Civil. Esa misma burguesía es la que luego se hace franquista. Ahí está la carta que le envía Cambó a Franco poniéndose a su servicio y ofreciéndose para financiar los servicios secretos en el exterior. 

P.- 'La Vanguardia' era entonces 'La Vanguardia Española'… 

R.- Sí. Esa burguesía es la que tenía su sustrato en el desarrollo industrial catalán, que se basaba en el textil. Hoy, la industria predominante en Cataluña es la química, cuyos accionistas son multinacionales francesas, alemanas, americanas, suizas… Le recuerdo que los textiles catalanes siempre tuvieron convenios nacionales, estatales, que se llama ahora de una forma cateta. Recuerdo que los laneros me decían:
 'Desengáñese usted, nosotros estamos siempre en el ámbito nacional de rama de actividad, y si es necesario lo vamos a negociar a Béjar, donde, por cierto, se come de cine'.

 P.- Ese interés por influir en Madrid supongo que explica que dos de los cuatro presidentes de la CEOE hayan sido catalanes. 

R.- Cuando Rosell llega a Madrid lo que está de moda es 'ponga un catalán en su mesa', cosa que compra hasta el rey Juan Carlos. El Gobierno actual, igualmente, pone como presidente de las cámaras de comercio a José Luis Bonet, que las bautiza como Cámara de España. ¿Por qué ocurría eso? Porque muchos pensaban que con la que se avecinaba convenía poner al frente de la CEOE a un catalán, como ocurrió en la Transición. Así es como surgió el nombre de Ferrer Salat, el primer presidente de la CEOE. Ferrer fue escogido —a parte de otros méritos— porque era catalán, y Rosell también lo ha sido por ser catalán y estar patrocinado por la Caixa. Pero hoy Cataluña ya no tiene el peso determinante que tenía hace algunos años.

P.- ¿Ahí está el origen de los problemas actuales? La progresiva sustitución de burgueses por multinacionales… 

R.- La crisis económica y el miedo que produjo han provocado en las clases medias la sensación de que sus hijos vivirían peor que sus padres , y alguien lanzó con enorme habilidad, que yo imputo a Pujol, que tendrá muchos defectos, pero no el de ser tonto, que solos viviríamos mejor, que es una tesis supremacista o, incluso racista. Aunque hablar de racismo en Cataluña, con la mescolanza racial que se ha producido en los últimos años, es un sinsentido. No hay racismo, pero sí supremacismo. 

P.- Alguna responsabilidad tendrá eso que llamamos Madrid en este conflicto. 

R.- El modelo autonómico tuvo mucho de improvisación. Al contrario de lo que creía el PCE, nada estaba planificado. Mi amigo Julián Ariza, entonces dirigente de CCOO, me decía: 'Me tienes que contar los secretos de la Transición', y yo le decía siempre:
 'La Transición se produjo como se ha publicado. Claro que se reunía la plutocracia: Alfonso Fierro, Urquijo, Celso García…

 Los reunía Areilza, el conde de Motrico, en su mansión de Casa Quemada, a la salida de Madrid para conspirar. Pero, al final, la Transición es lo que han publicado los historiadores. Lo que hubo fue un pacto en el que estaban, por un lado, el rey y Torcuato Fernández Miranda, que es el gran arquitecto. En el otro lado estamos todos los demás, los soldaditos, intentando hacer las cosas bien. Desde el haraquiri de las Cortes franquistas hasta Santiago Carrillo. 

Le voy a contar una cosa. En aquellas Cortes franquistas, tuvimos que mandar a muchos procuradores que representaban a los obreros al extranjero, a Panamá, para que no votaran en contra de la reforma política, hubiera estado muy mal visto.

 El secretario de las Cortes, Tomás Romojaro, un ilustre carlistón, leía por orden alfabético los nombres de los que estaban fuera y un procurador de extrema derecha decía con voz de fondo: 

¡Panamaaaa…! 

Me parece que mandamos a Panamá a 18 o 20 procuradores para que no votaran. 


 P.- ¿Quién cedió más en la Transición, la derecha o la izquierda? 

R.- Yo creo que cedió más la izquierda que la derecha. Carrillo aceptó la monarquía, la bandera... Felipe González, que es una cabeza privilegiada, parecía que no iba a aceptar nada, pero lo aceptó todo. La derecha es perfectamente divisible. Había una derecha ultraliberal que representaba la CEOE después de constituirse en 1978. Esa derecha ultraliberal es la que planteaba la voladura de la normativa laboral franquista, pero al final se mantuvo. Gente como Pedro Schwartz decía que había que hacer tabla rasa de la situación anterior. 

P.- Por eso, muchos han dicho que la CEOE es heredera de los sindicatos verticales... 

R.- No, lo que nosotros planteábamos era que había que ser posibilista. Los empresarios, como ocurre ahora, no quieren convenios de empresa, sino nacionales, provinciales, comarcales. No quieren que el conflicto laboral se produzca en su empresa, y si lo hay, que sea en todo el sector para evitar perder competitividad y cuota de mercado. Lo que más odian los empresarios es tener la empresa parada mientras el resto trabaja, por eso quieren convenios de ámbito superior. 

P.- ¿Con quién ha negociado mejor la CEOE, con el Partido Socialista o con el PP?

 R.- No es fácil contestar. Si estuviese aquí José María Cuevas te diría que con la izquierda nos va mejor, y utilizaría una frase de Martín Villa, que decía siempre:
 'al suelo, que vienen los nuestros'. 
Para ser serios, le diré que cuando llega Felipe González al poder, que con diez millones de votos y 202 diputados no necesitaba un pacto social, lo primero que hace, sin embargo, es un gran pacto social, pese a que a Boyer no le gustaba, aunque a Solchaga sí. Se firma el AES (Acuerdo Económico y Social). Felipe González propició la concertación sin necesitarlo, pese a disponer de mayoría absoluta.

 P.- Probablemente, porque el PSOE, durante la oposición, había hecho buenas migas con los empresarios, muchos de ellos procedentes del franquismo. Ahí están los encuentros del restaurante El Bodegón…
 R.- El PSOE tenía un grupo de economistas: Lluch, Solchaga, Solana, aunque no era economista, excelente. También Almunia, que era una especie de enlace con la UGT. Recuerdo a Serra, que era un socialdemócrata liberal. José Luis Corcuera era un extraordinario sindicalista que debiera haber sustituido a Redondo, pero le hicieron ministro y tuvo que dimitir por la patada en la puerta. 

P.- A la derecha parece que le ha gustado más hablar directamente con las empresas que con la CEOE, ahí está el Consejo de Competitividad. 

R.- Es Zapatero quien decide que tiene que diversificar sus fuentes de posibles pactos en unos momentos de crisis de los agentes sociales. Precisamente, el mismo Zapatero que dio derecho de veto a Cándido Méndez, líder del sindicato hermano. Eso no lo hizo nunca Felipe.

Cuando llega Rajoy al Gobierno no necesita a la CEOE porque Zapatero se había negado a hacer una reforma laboral, y el PP estaba cargado de razones para llevarla a cabo, por lo que aprobó en solitario la reforma de 2012. Con un paro del 26%, Rajoy no se podía permitir el lujo de decir: fío esto a un acuerdo de la patronal y los sindicatos. Antes, en tiempos de Celestino Corbacho, intentamos un acuerdo en el pabellón del Ministerio, pero fue imposible porque los sindicatos no querían. Díaz Ferrán, sí, pero en parte porque le convenía habida cuenta de la situación de sus empresas. 

P.- ¿En qué medida ha influido la CEOE en la política? 

R.- La CEOE ha financiado encuestas, trabajos, porque preocupaba la situación política. Sobre todo en el 82 con el enorme poderío del Partido Socialista. [Pedro Arriola salió de la patronal para asesorar a Aznar]. 

P.- ¿La CEOE ha ayudado más a un sindicato que a otro?

 R.- Nunca hemos financiado a un sindicato. Otra cosa son las empresas. No pueden hacer demasiadas cosas porque incurrirían en un delito, y lo saben, y nosotros se lo hemos dicho. Pero es evidente que las empresas están en perfectas condiciones de decir a sus mandos: os conviene más CCOO o UGT. No quiero decir nada en el País Vasco, donde hay sindicatos nacionalistas. Es verdad que a las empresas les gustaría que los sindicatos comieran de sus manos, pero eso no ocurre.

 P.- Mal futuro para las organizaciones empresariales y sindicales en un mundo digitalizado donde las relaciones laborales se individualizan. 

R.- Existe una preocupación notable. Pero no es fácil hacer vaticinios. Creo que el asalariado por cuenta ajena se caracteriza por la dependencia, aunque alguien trabaje desde su casa. Y si hay dependencia, hay relación laboral. Estoy pensando en Deliveroo, Cabify, Uber….

 P.- Es paradójico que ahora se hable más de emprendedores que de empresarios, es como si nadie quisiera tener plantillas a su cargo.

 R.- Hay mucho de retórica. Pero si hay obligaciones, hay derechos. Y si hay empresarios, hay trabajadores, lo demás es pura retórica. Es una moda. La división del trabajo no afecta al convenio colectivo. Recuerdo que tras un horroroso accidente de trabajo en la planta de Repsol en Puertollano, con varios muertos, un directivo nos dijo a Fidalgo, a Méndez y a mí: 

'Nos hemos pasado once pueblos. Que el director no conozca a sus empleados, no tiene ningún sentido'.

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