Gonzalo Queipo de Llano y Sierra; Antonio Aranda Mata.-a


Gonzalo Queipo de Llano.




Biografía de Real Academia de Historia.

Las alocuciones de Queipo de Llano a través de Unión Radio S.A., durante la Guerra Civil, fueron numerosas. Se han contabilizado hasta seiscientas, desde que las tropas sublevadas ocuparon Sevilla.

Queipo de Llano y Sierra, Gonzalo. Marqués de Queipo de Llano (I). Tordesillas (Valladolid), 5.II.1875 – Camas (Sevilla), 9.III.1951. Teniente general del Ejército, jefe del Ejército del Sur durante la Guerra Civil, gran cruz laureada de San Fernando, Medalla Militar individual.

Hijo de Gonzalo Queipo de Llano y Sánchez, juez municipal de Tordesillas, y de María de las Mercedes Sierra y Vázquez de Novoa. En 1887 realizó el examen de ingreso en el bachillerato en el Instituto de Ponferrada, cuyos tres primeros cursos aprobó con excelentes calificaciones en el de León mientras estudiaba en el Seminario Diocesano de esa misma ciudad. En 1891 se fugó del seminario y marchó a Ferrol, donde se alistó en el 4.º Batallón de Artillería de Plaza como educando de trompeta y aprobó cuarto de bachillerato en el Instituto de La Coruña. Al cumplir dieciocho años sentó plaza de artillero de segunda en la citada unidad y comenzó a preparar la oposición de ingreso en la Academia de Caballería de Valladolid, a la que se incorporó como alumno el 1 de septiembre de 1893, en la misma promoción de la que formaban parte Santiago Mateo Fernández y Sebastián Pozas Perea.
El 21 de febrero de 1896, al necesitarse cubrir las numerosas vacantes de oficial ocasionadas por la guerra de Cuba, el gobierno de Cánovas decidió anticipar la entrega de despachos de los alumnos de las academias militares y la promoción de Queipo fue promovida al empleo de segundo teniente, siendo destinado al Regimiento de Dragones de Santiago, de guarnición en Granada. En julio, solicitó pasar al Ejército de Operaciones de Cuba, llegó a La Habana en agosto y se incorporó al Regimiento de Caballería Pizarro, con el que entró inmediatamente en combate en la zona de Pinar del Río, donde operaban las partidas de Antonio Macías. En octubre, su brillante comportamiento en aquella campaña le valió el ascenso a primer teniente por méritos de guerra, reconociéndose por primera vez el valor que siempre le caracterizaría.

En febrero de 1897 fue destinado al Regimiento Expedicionario del Príncipe, que operaba en la zona de Las Villas, volviéndose a distinguir por su arrojo en las numerosas acciones en las que intervino en las inmediaciones de Ciego de Ávila, por las que fue promovido a capitán por méritos de guerra. Continuó combatiendo en aquella zona contra las partidas de Máximo Gómez hasta la capitulación de Santiago de Cuba a primeros de julio de 1898, siendo recompensado con la cruz de María Cristina, entonces la mayor condecoración concedida en tiempo de guerra después de la cruz laureada de San Fernando. En octubre regresó a la península y quedó agregado al Regimiento de Reserva de Valladolid, en situación de excedente de plantilla.

En noviembre de 1900 obtuvo destino en el Regimiento de Lanceros de Villaviciosa, de guarnición en Jerez de la Frontera, del que se trasladó en marzo de 1901 a Salamanca, al de Lanceros de Borbón, y poco después al de Farnesio en Valladolid, donde residía su madre viuda. Los frecuentes cambios de unidad, como se observará más adelante, caracterizarán siempre su peculiar carrera militar. En Valladolid, donde llegó a permanecer dos años, contrajo matrimonio en la parroquia de San Pedro con Genoveva Martí y Tovar, hija del magistrado juez presidente de la Audiencia Territorial; al no haber solicitado la preceptiva licencia del Ministerio de la Guerra, el enlace no se regularizó militarmente hasta que se acogió a la amnistía decretada en mayo de 1918. En octubre de 1902 solicitó el traslado al Regimiento de Lanceros de la Reina en Alcalá de Henares, donde fue recompensado en 1908 con la cruz de Beneficencia por su arrojo y valor al lanzarse al río Henares para salvar la vida de un soldado cuyo caballo había perdido pie al vadearlo y había sido arrastrado por la corriente. En noviembre de 1909, marchó a Melilla con su unidad para intervenir en la campaña iniciada tras la masacre del Barranco del Lobo.

Nada más regresar a Madrid protagonizó el primero de los numerosos conflictos con el mando y con el poder constituido que jalonarán toda su trayectoria, a la par que ponían de relieve su determinación y capacidad de liderazgo. La guarnición de Madrid había comenzado a crisparse al conocer la prodigalidad del ministro de la Guerra, general Agustín Luque, en algunos casos y su cicatería en otros para recompensar los discutibles hechos de armas de la fugaz campaña de Melilla, en especial con respecto a la oficialidad de las unidades enviadas desde la península. El diputado carlista Joaquín Llorens había aprovechado la ocasión para criticar en la prensa y en el parlamento la citada política de recompensas y Queipo de Llano, bajo el seudónimo de ‘Santiago Vallisoletano’, decidió erigirse en portavoz del malestar de sus compañeros y firmó dos cartas abiertas, dirigidas a Llorens, que publicó en primera plana La Correspondencia Militar los días 31 de diciembre de 1909 y 1 de enero de 1910.
 El director de El Ejército Español, órgano oficioso de Luque, replicó airadamente el 3 de enero y Queipo volvió a insistir en sus planteamientos por el mismo medio el 5 y el 11 de aquel mes. El ministro tomó cartas en el asunto para identificar al autor de los artículos, de los que se había hecho eco la prensa madrileña y habían provocado una interpelación parlamentaria, y Queipo respondió organizando el día 12 una tumultuaria manifestación de oficiales frente a la redacción de La Correspondencia Militar para exigir que no se intentara silenciar al mensajero y respaldar su actitud. El incidente le costó dos meses de arresto en el Castillo de Santa Catalina de Cádiz y la pérdida de su destino, quedando en situación de excedencia forzosa en Madrid. Recién cumplido el arresto, solicitó un año de licencia sin sueldo para estudiar la ganadería argentina y, a poco de regresar de Buenos Aires, le correspondió ascender a comandante por antigüedad en noviembre de 1911.
En enero de 1912 logró acomodo en la Junta Provincial del Censo de Ganado Caballar y Mular de Albacete. Solo permaneció allí hasta que, en septiembre, pasó destinado al Regimiento de Cazadores de Vitoria, al que se incorporó en Granada, embarcando inmediatamente hacia Alcazarquivir para hacerse cargo de los tres escuadrones destacados al recién constituido Protectorado de Marruecos. En febrero de 1913 volvió a cambiar de destino, esta vez al Grupo de Caballería de Larache. Al alzarse en armas El Raisuni, participó en diversos combates por los que fue recompensado con una segunda cruz de María Cristina. Sus continuas y brillantes actuaciones al frente de una columna montada en los meses siguientes le valieron el ascenso a teniente coronel por méritos de guerra en abril de 1914 y, al mando de un Grupo de Caballería formado por tres escuadrones traídos de la península, volvió a combatir en la misma zona hasta que, al regresar aquellos a su base en noviembre de 1915, se hizo cargo de la Yeguada Militar de Larache. En abril de 1916 cesó en este destino y pasó a encargarse del Juzgado Militar de dicha plaza, puesto que desempeñó hasta que, en noviembre, afectado por una grave enfermedad regresó a Madrid e ingresó en el Hospital Militar de Carabanchel, siendo dado de alta en febrero de 1917 y destinado al Establecimiento de Remonta de Córdoba. Solo permaneció dos meses allí, pues en mayo solicitó la excedencia para restablecerse en Ávila.
En abril de 1918 volvió al servicio activo, siendo destinado al Regimiento de Húsares de Pavía. Apenas llegado a Alcalá de Henares, fue trasladado al Depósito de Reserva de Lugo, donde ascendió a coronel en agosto, lo que supuso su enésimo cambio de destino, esta vez de vuelta a Alcalá de Henares para mandar el Regimiento de Lanceros de la Reina, en el que ya había estado de capitán y en el que permaneció cuatro años hasta que, en diciembre de 1922, Niceto Alcalá-Zamora decretó su ascenso a general de brigada y le nombró 2.º Jefe de la Zona de Ceuta. Durante el año 1923 y los primeros meses de 1924, al frente de su propia columna de operaciones, se ocupó de sofocar los focos rebeldes que hostigaban los movimientos de las tropas españolas en Gomara. En mayo de este último año, Primo de Rivera, consciente de su escasa sintonía con la política marroquí del recién instaurado Directorio Militar, le trasladó al Gobierno Militar de Cádiz, pero al poco de incorporarse a su destino, el general Aizpuru, alto comisario de España en Marruecos, le reclamó para que se hiciera cargo del mando de la Zona de Ceuta, poniéndose inmediatamente al frente de una columna para operar en el área de influencia de Tetuán.
En esta su última estancia en el Protectorado, fundó junto con el teniente coronel Francisco Franco la Revista de Tropas Coloniales, cuyos seis primeros números dirigió y en la que escribió cuatro artículos, volviendo a mostrarse crítico con el sistema de concesión de recompensas en Marruecos en dos de ellos. Aunque de contenido mucho más respetuoso con quien en aquellos momentos las concedía, es decir, con el general Primo de Rivera, este debió de pensar que Queipo representaba un peligro potencial al frente de una publicación que comenzaba a adquirir gran predicamento en ambientes castrenses.

Conocidos además sus conciliábulos con Franco para deponerle, debido a la política abandonista del Directorio, y sus contactos con el general Aguilera para restaurar el régimen parlamentario, Primo de Rivera le destituyó fulminantemente en septiembre de 1924 y le impuso un mes de arresto en el castillo de Ferrol. Enemistado visceralmente desde ese momento con el Dictador, un año después se mostró favorable a unirse al Comité Militar Revolucionario que estaba constituyendo el laureado coronel de Caballería Segundo García, por lo que el Directorio decidió alejarle de Madrid y le envió a mandar la III Brigada de Caballería, puesto que llevaba aparejado el de gobernador militar de Córdoba. Sin embargo, en julio de 1926, al evidenciarse que, junto con el general López Ochoa, había constituido la Asociación Militar Republicana, fue de nuevo cesado, quedando en situación de disponible forzoso en Madrid. Y en mayo de 1928, al depurarse las responsabilidades del frustrado golpe de Estado encabezado por Aguilera, el general Martínez Anido, vicepresidente del Gobierno, previo informe de la Junta Clasificadora para el Ascenso de los Generales, decretó su pase a la primera reserva, lo que en la práctica suponía su baja en el ejército.
Sus actividades sediciosas se incrementaron a partir de ese momento. En enero de 1929, se implicó en la intentona golpista encabezada por el expresidente Sánchez Guerra, con el apoyo de Lerroux y del general López Ochoa, quedando encargado de declarar el estado de guerra en Murcia y en Albacete. En agosto de 1930 se firmó el llamado Pacto de San Sebastián, promovido por Alianza Republicana, y en su seno se formó un comité revolucionario para derrocar la Monarquía, en el que, entre otros militares, se integró Queipo de Llano, acordando alzarse en armas para proclamar la República el 15 de diciembre. Anticipándose tres días a esa fecha, los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández la proclamaron en Jaca, alzamiento que el gobierno de Berenguer sofocó contundentemente, fusilando a los dos capitanes y encarcelando a los principales miembros del comité: Alcalá-Zamora, Casares Quiroga y Miguel Maura. No obstante, el día 15, en Madrid, el general Queipo y el comandante Ramón Franco se atuvieron a lo pactado y se apoderaron del aeródromo de Cuatro Vientos. Queipo leyó por la radio un manifiesto declarando que se había proclamado la República en toda España y Franco se apropió de un avión para bombardear el Palacio Real e inundar la capital de octavillas, pero al observar que, en contra de lo planeado, las centrales sindicales no habían declarado la huelga general revolucionaria, regresó a Cuatro Vientos y, junto con Queipo, Hidalgo de Cisneros y otros aviadores, volaron hacia Portugal, de donde se trasladaron a Francia.
Durante los primeros meses de 1931, Queipo se limitó a frecuentar las reuniones que en París mantenían los exiliados: Marcelino Domingo, Diego Martínez Barrio, Indalecio Prieto y algunos políticos vascos y catalanes. El 24 de febrero, el general Berenguer, presidente del Consejo de Ministros, dispuso que causara baja definitivamente en el ejército por llevar dos meses en ignorado paradero. El 14 de abril, nada más conocerse la proclamación de la República, regresó a España e inmediatamente Azaña decretó su vuelta al servicio activo, su ascenso a general de división y su nombramiento como jefe de la 1.ª División Orgánica, con cabecera en Madrid. El 25 de abril, prometió por su honor ser leal a la República, obedecer sus leyes y defenderla con las armas, promesa que vulneraría en 1936. En julio, Azaña le confió la recién creada Inspección General del Ejército, un puesto tal vez de mayor relumbrón pero sin demasiada importancia real, y en diciembre, al ser elegido Niceto Alcalá-Zamora presidente de la República, este le nombró jefe de su Cuarto Militar.
En marzo de 1933 se decretó su cese en aquel puesto y pasó a la situación de disponible forzoso, y en septiembre, nada más ganar las elecciones la derecha y hacerse cargo Lerroux del gobierno, fue nombrado inspector general de Carabineros, cargo del que fue cesado a los ocho meses al ser sustituido Antonio de Lara por Manuel Marraco en la cartera de Hacienda. El matrimonio de su hija Ernestina con el hijo mayor del presidente de la República el 29 de diciembre de 1934 le volvió a sacar de la situación de ostracismo en la que se encontraba y, de nuevo con Lerroux al frente del gobierno, fue por segunda vez nombrado inspector general de Carabineros en febrero de 1935, puesto que conservaría cuando la coalición electoral del Frente Popular ganó las elecciones en febrero de 1936.

A partir de ese momento, se pusieron en marcha varios procesos insurreccionales: el organizado por la llamada Junta de Generales, encabezada por el general Rodríguez del Barrio, que terminaría bajo la dirección de Mola; el elaborado por la Junta Suprema de la Comunión Tradicionalista, que ofreció a Sanjurjo la jefatura del Requeté, y el que preparaba por libre Queipo de Llano, enfrentado con el gobierno por haber depuesto a su juicio irregularmente a su consuegro. A finales de abril, Mola decidió integrar a Queipo en la trama golpista, pese a las muchas reticencias que despertaba su figura, tanto por su parentesco con Alcalá-Zamora, como por su pasado republicano y por su implicación en los movimientos sediciosos en contra de la Dictadura: Ambos se entrevistaron cerca de Pamplona y acordaron que Queipo hablara con el general Miguel Cabanellas, jefe de la 5.ª División Orgánica, con quien le unía cierta amistad, y le propusiera unirse al golpe.
Ante el buen resultado de su gestión en Zaragoza, le encomendó sublevar Sevilla, ciudad donde apenas había esperanzas de éxito, debido a que los generales y coroneles, escarmentados por las consecuencias de la Sanjurjada de 1932 para muchos de sus compañeros, no estaban dispuestos a involucrarse en otra intentona que les pudiera costar la carrera, y le instó a viajar a la capital andaluza para conocer la situación en directo y entrar contacto con su representante, el comandante Cuesta Monereo, uno de los principales protagonistas del golpe de 1932. Visitó por primera vez Sevilla en el mes de mayo y constató que los planes estaban bastante avanzados, por lo que regresó a Madrid confiado en llevar a buen término la empresa encomendada.
A primeros de julio, con la excusa de revistar las unidades de Carabineros andaluzas y acompañado por su mujer y sus dos hijos solteros, inició el periplo que le conduciría a Sevilla. Primero recaló en Granada para intentar ganarse al comandante militar, general Manuel Llanos, al que el gobierno destituyó nada más conocer el encuentro y lo sustituyó por el general Miguel Campins. Después pasó por Málaga para dejar a su familia en casa de su hija Mercedes, convencido de que el general Francisco Patxot lograría hacerse con la ciudad al ser el punto previsto en los planes de Mola para que desembarcaran las tropas de Melilla. Finalmente, el día 11 llegó a Sevilla y comenzó a sondear la actitud de los jefes de cuerpo. Ni siquiera su compañero de promoción, el coronel Santiago Mateo, jefe del Regimiento de Caballería n.º 7, quiso comprometerse y únicamente se le unió el jefe del Batallón de Zapadores y muy dubitativamente el coronel de la Guardia Civil. Al día siguiente se trasladó a Huelva, donde se encontraba el general José Fernández de Villa-Abrille, jefe de la 2.ª División Orgánica, quien se negó a recibirle y aconsejó a Cuesta que le instase a volver a Madrid si no quería que diese cuenta de sus andanzas al gobierno.
El día 18 por la mañana partió de Huelva y, algo pasado el mediodía, acompañado únicamente por un capitán, se presentó en el palacio de Capitanía, entonces en la plaza de la Gavidia, y exigió al general Villa-Abrille que declarara el estado de guerra. Ante su firme negativa, le arrestó, se autoproclamó jefe de la División y se dirigió con su ayudante al cercano Regimiento de Infantería n.º 6, donde se identificó como jefe de la División. Al no reconocer el coronel Manuel Allanegui su autoridad, apeló a sus subordinados y logró que uno de los comandantes y todos los capitanes y tenientes se mostraran dispuestos a sublevarse. A continuación, formó en el patio al centenar de soldados presentes aquel domingo en el cuartel, les arengó y organizó con ellos dos secciones para que leyeran por la ciudad el bando declarando el estado de guerra, pero se vieron obligadas a replegarse al ser tiroteadas por la Guardia de Asalto al aproximarse al Ayuntamiento.
De vuelta en Capitanía, Queipo telefoneó al coronel Mateo, jefe del Regimiento de Caballería, quien volvió a rechazar sublevarse. Al igual que Allanegui, fue arrestado y conducido a Capitanía, tomando el mando de la unidad un comandante. Después llamó al del Regimiento de Artillería Ligera n.º 3, que se puso a sus órdenes. Y por último, a los comandantes militares de todas las provincias andaluzas, con desigual resultado: solo los de Cádiz y Córdoba le obedecieron; el de Málaga se mostró dubitativo, y los demás se negaron. Probablemente todos conocían ya que el gobierno acababa de destituirle de todos sus cargos.

A continuación, se inició una cruenta lucha por el dominio del centro de la ciudad. El principal enfrentamiento con la Guardia de Asalto, que acató sin fisuras las órdenes impartidas por el gobernador civil, José María Varela Rendueles, tuvo lugar en los alrededores del Ayuntamiento, donde se libró el primer combate de la Guerra Civil y se escucharon los primeros cañonazos. Las ametralladoras y las dos baterías emplazadas por los rebeldes solventaron pronto la lucha a su favor, logrando al caer la tarde hacerse con el Gobierno Civil y con los barrios más céntricos de la capital.
Llegada la noche, Queipo pronunció la primera de sus charlas radiofónicas a través de la emisora Unión Radio. Tras unos vivas a España y a la República, informó a los sevillanos de que se había hecho cargo del mando y había encarcelado a las autoridades civiles y militares, les anunció la inmediata llegada de legionarios y regulares desde Marruecos, les garantizó que el golpe había triunfado en Navarra y en Castilla y León, y que sus tropas estaban a punto de entrar en Madrid. Es decir, daba como seguro que se habían cumplido los planes de Mola, lo cual no era cierto, pero el efecto propagandístico fue muy considerable, tanto en Sevilla como en el resto de España. Las charlas radiofónicas se repitieron día a día hasta que Franco formó su primer gobierno en enero de 1938, utilizando de forma muy efectiva aquel novedoso medio de comunicación para intentar desmoralizar al enemigo, sirviéndose a menudo de términos y expresiones realmente injuriosas y vejatorias, y levantar la moral de su retaguardia.
El foco de atención se trasladó el día 19 al aeródromo de Tablada, en cuyas pistas despegaban y aterrizaban los aviones encargados de bombardear los acuartelamientos sublevados en el Protectorado. Aunque su jefe inicialmente se mostró leal a la República y arrestó a los oficiales que le instaban a unirse a Queipo, a medianoche se plegó a sus requerimientos y puso aquella trascendental instalación al servicio de los rebeldes. Ello permitió que, en la mañana del día 20, aterrizasen los tres Fokker que transportaban a un comandante, un teniente, un sargento y 39 legionarios procedentes de Tetuán. Queipo se apresuró a anunciar por la radio que ya estaba en Sevilla el ejército de África y los embarcó en cinco camiones que recorrieron una y otra vez las calles del centro de la ciudad para dar la sensación de que contaba con gran número de tropas legionarias.
La situación en Triana y en los barrios humildes de la zona norte de la ciudad era abiertamente revolucionaria desde el día 18. Al objeto de neutralizarla, Queipo formó tres columnas, mandadas por los dos oficiales y el sargento de la Legión e integradas cada una de ellas por unos 100 soldados, secundados por medio centenar de falangistas y requetés, que entraron a sangre y fuego en Triana en la tarde del mismo día 20. Durante aquella noche y la jornada siguiente la represión fue terrible. El día 22, las mismas tres columnas desplegaron ante las murallas de la Macarena y se dispusieron a sofocar los focos de resistencia que continuaban activos al norte de la ciudad. Las barricadas y los edificios donde se localizaban francotiradores fueron demolidos por la artillería y, al caer la tarde, las populares barriadas del Pumarejo, de San Julián y de San Luis habían caído en manos de los sublevados, iniciándose de nuevo una oleada de homicidios y detenciones.
Nada más dominar Sevilla, Queipo puso en marcha varias columnas, formadas por las tropas de regulares y legionarios que iban llegando de Marruecos, para someter esta provincia y la de Huelva, y enlazar con los núcleos rebeldes de Córdoba y Granada. La operación se culminó a primeros de septiembre, formándose desde entonces una larguísima línea de frente que no experimentaría grandes modificaciones hasta el final de la guerra, excepto en la parte sur, con la ocupación de la provincia de Málaga mediante una operación conjunta hispano-italiana en enero-febrero de 1937, y en la occidental, con el cierre de la llamada bolsa de La Serena de junio a agosto de 1938 mediante otra operación conjunta del Ejército del Centro, mandado por el general Saliquet, y el del Sur, mandado por Queipo.
El 12 de agosto de 1936, el general Cabanellas, presidente de la denominada Junta de Defensa Nacional, le había confirmado en el cargo de inspector general de Carabineros y nombrado jefe de la 2.ª División Orgánica y de las fuerzas que operaban en Andalucía, a los que añadió el de vocal de la citada Junta el 17 de septiembre. El 12 de diciembre, a los dos meses de ser designado generalísimo y jefe del Estado, Franco articuló sus tropas en tres grandes unidades tipo ejército: el del Norte, mandado por Mola; el del Sur, por Queipo, y el de Marruecos, por Orgaz. El Ejército del Norte protagonizaría, desde ese momento y hasta febrero de 1939, las campañas de Vizcaya, Santander y Asturias, la de Teruel y Aragón, y la de Cataluña. El de Marruecos fue meramente el vivero que nutría al anterior. Y el del Sur se limitó a mantener el prolongado e inactivo frente al que antes se hizo referencia, por lo que Queipo se dedicó esencialmente a gobernar a su libre albedrío las provincias andaluzas que dominaba, lo que dio origen a diversos enfrentamientos con Franco y a numerosos conflictos de competencia con las autoridades burgalesas.

Aunque continúa siendo muy complejo contabilizar con precisión el número de las personas asesinadas o ejecutadas en el territorio dominado por Queipo, las estimaciones más fiables lo cifran en alrededor de 40.000. Solo en la ciudad de Sevilla se han contabilizado 4.200 ejecuciones, entre ellas la del general Campins, el comandante militar de Granada que le negó su apoyo el 18 de julio, y otras 9.000 en la provincia. A estas muertes habría que añadir decenas de miles de encarcelamientos y los padecimientos sufridos por la población malagueña durante su masiva huida en febrero de 1937, la llamada ‘Desbandá’, en la que, en los cálculos más optimistas, murieron unos 3.000 civiles.

El 15 de mayo de 1939, en vísperas del colosal Desfile de la Victoria que recorrió por primera vez el paseo de la Castellana, Franco ascendió a Queipo a teniente general. Al no considerarse suficientemente recompensado, este le solicitó la gran cruz laureada de San Fernando, petición desatendida que ahondó la brecha que se había abierto entre ambos. Un mes más tarde, el 20 de julio, sus críticas hacia el Caudillo, que no tenía empacho en propalar públicamente, acarrearon su destitución de los cargos de inspector general de Carabineros y jefe de la 2.ª División Orgánica, acuartelando simultáneamente las unidades andaluzas para prevenir posibles movimientos de adhesión al cesado. Queipo debió de advertir que enemistarse con su antiguo colega en la Revista de Tropas Coloniales no le reportaba ningún beneficio y, a través de la agencia EFE, manifestó su admiración y fidelidad hacia el Caudillo. Este respondió quitándose de en medio a un personaje tan incómodo como popular y le nombró presidente de un etéreo ente denominado Misión Militar Especial en Italia y su Imperio.
El 17 de diciembre se instaló en Roma e inmediatamente se percató de que su cargo carecía en absoluto de contenido, reanudando sus críticas y lamentos, y entreteniéndose en escribir sus memorias. En marzo de 1940, el general Varela, que había sido nombrado ministro del Ejército, creyó poder apaciguarle con la concesión de la Medalla Militar individual en recompensa por los méritos contraídos a todo lo largo de la guerra. Queipo no se conformó y volvió a solicitar la laureada en tono más intempestivo. Al dársele la callada por respuesta, volvió a insistir en ello y, al seguir siendo ignorado, solicitó ser relevado de su cargo, justificando la petición en que la humedad de Roma quebrantaba su salud.
En octubre de 1941, solicitó permiso para desplazarse a España durante dos meses al objeto de despedirse de su hija Ernestina que se estaba a punto de trasladarse a Argentina para reunirse con su marido, el hijo del expresidente Alcalá-Zamora. Varela respondió que la situación bélica en Europa desaconsejaba conceder permisos al personal destacado en el extranjero, aunque ante su insistencia le autorizó a venir por quince días.
En enero de 1942 volvió a solicitar otros dos meses de licencia para someterse a una revisión médica en Madrid. Varela se los concedió y Queipo aprovechó la ocasión para darse un baño de masas en Sevilla. Aparte de ser vigilado en todo momento por un comandante, la policía seguía estrechamente sus pasos, informando puntualmente de todos sus encuentros y conversaciones, en las que prodigaba sus críticas a Franco y a la Falange, y censurando su correspondencia. Al cumplirse los dos meses, Varela le ordenó regresar inmediatamente a Italia. La respuesta fue un certificado médico acreditativo de su mal estado de salud, por lo que, finalmente, el 18 de junio Franco decretó que quedara en situación de disponible forzoso en Málaga.
En febrero de 1943, al cumplir sesenta y ocho años, se decretó su pase a la situación de reserva y Franco volvió a hacer patente su inquina al no nombrarle procurador de las recién creadas Cortes Españolas, tal como había hecho con casi todos los generales que combatieron a su lado. Sin embargo, en septiembre de ese mismo año, Queipo fue uno de escasos tenientes generales que se resistieron a firmar el escrito promovido por Aranda y Kindelán exigiendo la restauración de la monarquía. Tal vez por ello, al año siguiente le concedió la ansiada laureada, precisando que se recompensaba únicamente su actuación en Sevilla durante los días 18 al 26 de julio de 1936, es decir, no su comportamiento a lo largo de toda la guerra, como él deseaba.
Y en abril de 1950, al conmemorarse el XI aniversario de la victoria, le concedió el título de marqués de Queipo de Llano, una vez más exclusivamente por haber logrado que triunfase el golpe de Estado en Sevilla. En su protocolaria carta de agradecimiento, el flamante marqués aprovechó para lanzar un último dardo contra el Caudillo, diciéndole de que, pasado el tiempo, sus sucesores serían vistos como cualquier otro marqués de pacotilla. Las camarillas franquistas adujeron que el exabrupto obedecía a su enojo por no habérsele concedido un ducado, tal como se había hecho con Mola en 1948. Franco se irritó, pero poco podía hacer ya con aquel inveterado lenguaraz.
En el invierno de 1951, al agravarse su estado de salud, pidió ser trasladado en ambulancia a Sevilla, donde falleció el 9 de marzo, recién cumplidos los ochenta y seis años, en su cortijo de Gambogaz, en el término municipal de Camas. La capilla ardiente se instaló en el Ayuntamiento de Sevilla y sus restos fueron inhumados en la capilla del Cristo de la Salvación de la basílica de la Macarena, cuya construcción promovió durante la posguerra. En muestra de agradecimiento, la hermandad de la Esperanza Macarena le nombró hermano mayor honorario.
En 2008, el Juzgado Central de Instrucción n.º 5 de la Audiencia Nacional, que presidía Baltasar Garzón, le imputó los delitos de detención ilegal y crímenes contra la humanidad, declarándose extinta su presunta responsabilidad al constatarse su fallecimiento.






Soledad  Garcia  Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes

Obras de ~: “Recompensas en campaña: al señor don Joaquín Llorens”, en La Correspondencia Militar, 31 de diciembre de 1909, pág. 1; “Recompensas en campaña: al señor don Joaquín Llorens”, en La Correspondencia Militar, 1 de enero de 1910, pág. 1; “Recompensas en campaña: para El Ejército Español”, en La Correspondencia Militar, 5 de enero de 1910, pág. 1; “Recompensas en campaña: al señor don Joaquín Llorens”, en La Correspondencia Militar, 11 de enero de 1910, pág. 1; “Nuestro propósito”, en Revista de Tropas Coloniales, 1 (1924), págs.1-2; “El problema de Marruecos”, en Revista de Tropas Coloniales, 2 (1924), págs. 1-2; “Hablemos de recompensas”, en Revista de Tropas Coloniales, 3 (1924), págs. 1-3; “Hablemos de recompensas: insistiendo”, en Revista de Tropas Coloniales, 4 (1924), págs. 1-3; “Apuntes para la historia de nuestra acción protectora en Marruecos: el puerto de Larache”, en Revista de Tropas Coloniales, 8 (1924), págs. 1-2; El general Queipo de Llano: perseguido por la Dictadura, Madrid, Javier Morata, 1930; El movimiento reivindicativo de Cuatro Vientos, Madrid, s. n., 1933; Bandos y órdenes dictados por D Gonzalo Queipo de Llano y Sierra, general jefe de la Segunda División Orgánica y del Ejército del Sur, desde la declaración del estado de guerra, 18 de julio de 1936, hasta fin de febrero de 1937, Sevilla, s. n., 1937; “Prólogo”, en G. de Alfarache [seudónimo de E. Vila Muñoz], ¡18 de Julio!: historia del alzamiento glorioso de Sevilla, Sevilla, Falange Española, 1937; Perseguido pela Ditadura, Río de Janeiro, Cultura Brasileira, 1942.


Bibl.: J. Ramos Winthuyssen, Tropas indígenas y ejército colonial, Sevilla, Imp. de Gómez Hnos., 1921; E. López de Ochoa, De la Dictadura a la República, Madrid, Zeus, 1930; L. de Armiñán, Excmo. Sr. Teniente General D. Gonzalo Queipo de Llano: jefe del Ejército del Sur, Ávila, Imp. Católica de Sigirano Díaz, 1937; J. Alloucherie, Noches de Sevilla: un mes entre los rebeldes, Barcelona, Europa-América, 1938; A. Bahamonde y Sánchez de Castro, Un año con Queipo (Memorias de un nacionalista), Barcelona, Ediciones Españolas, 1938; J. de Ramón Laca, Bajo la férula de Queipo: cómo fue gobernada Andalucía, Sevilla, Por una España Mejor, 1939; Historia de las Campañas de Marruecos, Madrid, Servicio Histórico Militar, 1951; A. Olmedo Delgado, General Queipo de Llano: aventura y audacia, Barcelona, AHR, 1957; J. Cuesta Monereo, Una figura para la historia: el general Queipo de Llano, primer locutor de radio en la Guerra de Liberación, Sevilla, Jefatura Provincial del Movimiento, 1969; J. M. Martínez Bande, Monografías de la Guerra de España, Madrid, San Martín, 1972-1986; M. Barrios, El último virrey (Queipo de Llano), Barcelona, Argos Vergara, 1978; J. M. Varela Rendueles, Rebelión en Sevilla: memorias de un gobernador rebelde, Sevilla, Ayuntamiento de Sevilla, 1982; I. Gibson, Queipo de Llano: Sevilla, verano de 1936 (con las charlas radiofónicas completas), Barcelona, Grijalbo, 1986; S. G. Payne, El régimen de Franco, 1936-1975, Madrid, Alianza, 1987; R. Casas de la Vega, Seis generales de la Guerra Civil: vidas paralelas y desconocidas, Madridejos, Fénix, 1998; J. Ortiz Villalba, Sevilla 1936: del golpe militar a la guerra civil, Sevilla, Diputación Provincial, 1998; F. Espinosa Maestre, La justicia de Queipo, Sevilla, El autor, 2000; G. Cardona, Franco y sus generales: la manicura del tigre, Madrid, Temas de Hoy, 2001; A. Quevedo y Queipo de Llano, Queipo de Llano: gloria e infortunio de un general, Barcelona, Planeta, 2001; VV. AA., Las Campañas de Marruecos (1909-1927), Madrid, Almena, 2001; G. Cardona, El gigante descalzo: el ejército de Franco, Madrid, Aguilar, 2003; J. Fernández López, Militares contra el Estado: España, siglos XIX y XX, Madrid, Taurus, 2003; J. Alonso Baquer, Franco y sus generales, Madrid, Taurus, 2005; F. Franco Salgado-Araújo, Mis conversaciones privadas con Franco, Barcelona, Planeta, 2005; F. Puell de la Villa, Historia del Ejército en España, 2.ª ed., Madrid, Alianza, 2005; F. Espinosa Maestre, La justicia de Queipo: violencia selectiva y terror fascista en la II División en 1936: Sevilla, Huelva, Cádiz, Córdoba, Málaga y Badajoz, Barcelona, Crítica, 2006; R. Salas Larrazábal, Historia del Ejército Popular de la República, Madrid, La Esfera de los Libros, 2006; J. Gil Honduvilla, Justicia en guerra: bando de guerra y jurisdicción militar en el bajo Guadalquivir, Sevilla, Taller de Editores Andaluces, 2007; F. Puell de la Villa y J. A. Huerta Barajas, Atlas de la Guerra Civil española: antecedentes, operaciones y secuelas militares (1931-1945), Madrid, Síntesis, 2007; J. Fernández-Coppel, Queipo de Llano: memorias de la Guerra Civil, Madrid, La Esfera de los Libros, 2008; F. Alía Miranda, Julio de 1936: conspiración y alzamiento contra la Segunda República, Barcelona, Crítica, 2011; P. Preston, El holocausto español: odio y exterminio en la Guerra Civil y después, Barcelona, Debate, 2011; N. Salas, Quién fue Gonzalo Queipo de Llano y Sierra (1875-1951), Sevilla, Abec, 2012; A. Bru Sánchez-Fortún, “Los ascensos de guerra (1909-1922): su repercusión en el nacimiento de las Juntas de Defensa”, en Revista de Historia Militar, 119 (2016), págs. 13-65.

Soledad  Garcia  Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes

Scherezada Jacqueline Alvear Godoy
sí ha ido cambiando la lápida en la basílica: el título de "excelentísimo Sr. Teniente General" fue sustituido por "hermano mayor" y la fecha del golpe de Estado, por el escudo de la hermandad



"¡A los muertos hay que dejarles que reposen en paz! ¿Ahora hay que desenterrar a todos los muertos?".
 Es 18 de julio y Genoveva García Queipo de Llano, nieta del general bajo cuyo mando fusilaron a más de 12.000 personas sólo en la provincia de Sevilla hace 81 años, atiende a Crónica desde Madrid indignada con los que piden -por "genocida"- sacar los restos de su abuelo de la tumba de honor que ocupa en la basílica de la Macarena.
Unas horas antes, la plataforma Andalucía Republicana, coincidiendo con el golpe del 18 de julio de 1936, ha celebrado una vigilia "antifascista" de protesta ante el Arzobispado y ha enviado una carta al papa Francisco y al arzobispo Juan José Asenjo reclamando que exhumen y retiren los restos de Gonzalo Queipo de Llano y Sierra (1875-1951) del popular templo sevillano.


Queipo impulsó su construcción en 1941 en el solar de un centro anarquista destruido antes de la guerra, en 1931, y era hermano mayor honorífico de su hermandad. Pero la plataforma considera ofensivo que familiares de fusilados que son devotos de la Virgen tengan que ver la tumba de su victimario al entrar en la basílica, en el suelo de la capilla del Cristo. En la ciudad los fusilados por la justicia de Queipo sumaban 3.028 en el primer semestre desde el golpe. El Ayuntamiento, gobernado en minoría por el PSOE con apoyo de IU y Participa Sevilla (del ámbito de Podemos), ha pedido al arzobispo y a la hermandad que atiendan la moción municipal de hace un año -con voto en contra del PP y abstención de Cs- que reclama la exhumación, apelando a las leyes estatal y autonómica de eliminación de símbolos de exaltación de la dictadura.
A su nieta, en cambio, estas iniciativas le parecen una muestra de "radicalismo", que ella condena "sean de izquierda o derecha". Genoveva García Queipo de Llano (1945) es catedrática de Historia Moderna y Contemporánea de la UNED. Sin embargo, cuando se le pregunta por su valoración objetiva de los años de victoria y terror de su abuelo, simbolizadas en los fusilamientos junto a la colindante muralla de la Macarena, a pocos metros de la basílica, elude pronunciarse y pregunta:

 "¿Y las barbaridades del otro lado? Se hicieron cosas muy mal por ambos bandos".

En respuesta a los que piden desterrar a su abuelo de la Macarena, argumenta que la tumba ya no representa ofensa alguna puesto que desde 2009 "se le han quitado todos los símbolos del franquismo". "¿Ahora qué se gana con eso?", plantea, recordando que en esas fechas los responsables de la hermandad se dirigieron a los familiares para consultarles la conveniencia de aplicar la ley estatal y modificar la lápida quitando las referencias a la dictadura.
 "La familia lo aceptamos". De la lápida de mármol original quitaron la fecha "18 de julio 1936", el emblema de la Gran Cruz Laureada de San Fernando con que le premió Franco y otros escudos, y donde ponía "El excelentísimo Sr. teniente general", grabaron "Hermano mayor honorario", para dar a entender que está enterrado allí como benefactor y no como militar de la dictadura.
"El hermano mayor nos dijo que era para que la gente viera que se ha cedido" y que "mientras él siga, no se mueve". La nieta cuestiona los cambios de rotulación callejera por la memoria histórica y lamenta que a su marido, el ya fallecido historiador y político de UCD Javier Tusell, el Ayuntamiento de Madrid aprobó dedicarle una calle en 2005 y que aún está esperando. "Mejor que no se la pongan, así no se la quitan después", ironiza.

 El general Queipo de Llano tuvo con Genoveva Martí Tovar cuatro hijos: Ernestina, Mercedes, María y Gonzalo. 

Sobreviven 11 nietos repartidos entre Madrid y Sevilla, donde reside Gonzalo García Queipo de Llano, presidente de la Fundación Pro Infancia Queipo de Llano, heredera de los bienes que obtuvo el prohombre por suscripción popular para su causa benéfico-social. Nacido en 1935, la sublevación de su abuelo lo sorprendió con su madre, Mercedes, en la Málaga roja, de donde escaparon. Aunque de eso no habla. 

Tampoco de los crímenes de guerra de su pariente.

 "Lleva allí enterrado 66 años. La decisión de la familia es no remover esto, dejar que los muertos reposen, que ya tendrán allí arriba el juicio que les corresponda, que es el más justo", dice con voz pausada. "No tienen ni idea [los que protestan]. Algunos piensan ganar una guerra que les tocó perder. Está enterrado allí por ser hermano mayor honorario, porque gracias a él se construyó la basílica y la Macarena sigue existiendo y no se quemó. Que descanse en paz y que [la guerra] no vuelva a ocurrir". 

Explica que ni el arzobispo ni la hermandad piden a la familia llevarse los restos y destaca que los manifestantes de este 18 de julio eran sólo un puñado. Pero ¿se pone en el lugar de los familiares de los fusilados? "¿Y a los cientos que asesinaron por ser católicos?", replica, y aprovecha para afirmar que "está ya demostrado" que su abuelo no mandó matar a García Lorca con el famoso "dadle café, mucho café".

 Otra nieta que también nos responde amablemente al teléfono en Madrid, Pilar Alcalá-Zamora Queipo de Llano, aclara al periodista que a su abuelo el militar Gonzalo -el otro abuelo era el político Niceto, presidente de la República- "no usó nunca el título de marqués [que Franco le otorgó en 1950] y devolvía las cartas cuando le felicitaron por el nombramiento; decía que su único título era el de general". Por cierto, subraya que Gonzalo "admiraba" a su consuegro Niceto.Queipo de Llano era el jefe militar de la casa de Alcalá Zamora cuando éste, conservador católico, presidía la II República. Ernestina, la hija del general, se casó con Niceto, hijo homónimo del presidente. 

Su hija Pilar, que tenía 10 años cuando Queipo murió en 1951, defiende que su abuelo malo -según sus detractores, pues para ella es bueno- siga enterrado donde está. "Gracias a mi abuelo se salvó la [Virgen] Macarena y en agradecimiento a eso la hermandad le concedió la tumba, que nadie la pidió", dice en alusión al temor de que la quema de templos en el barrio en reacción al golpe del 36 alcanzara a la iglesia de San Gil y a la talla mariana, que varios cofrades escondieron en sus casas.

"La palabra la tiene la hermandad, que es la dueña de la basílica", apunta Pilar sobre el futuro de los restos de su abuelo -y de su abuela-.
 Aunque no cree que desde la hermandad les pidan que se lleven sus huesos, admite: 

"Si hay que sacarlo, buen sitio encontraremos".¿Y los fusilamientos en la muralla de la Macarena siendo su abuelo el jefe supremo del Ejército del Sur?

 "De eso no sé nada. Las guerras son guerras", dice con pesar. Se resigna a que llamen asesino a su abuelo, "lo mismo que se lo llaman a los socialistas desde el otro bando". 

Ella coincide con su prima Genoveva en destacar que con la reforma del sepulcro de 2009 ya no quedan menciones franquistas en la lápida. No objeta que quitaran esos signos, sino también la cadena que rodeaba la tumba. 
"Me da mucha pena, antes tenían la cadena para que nadie la pisase, y ahora...". 

Ahora cualquiera se puede pasear sobre ella.


El último muerto que le quieren colgar: el cura mayordomo de la hermandad

Cuando el Ayuntamiento quiere sacar los restos de Queipo de Llano de la Macarena, a oídos de Crónica llega una historia poco conocida sobre un cura fusilado, también macareno, que sería el último muerto que le quieren atribuir al general. El episodio no está claro: no existen documentos que lo atestigüen, pero sí testimonios que dicen que el hombre fue fusilado un día después de ir a quejarse al militar...
Según afirma el historiador José María García Márquez, experto en la represión en Sevilla, aquel cura se llamaba Antonio Sáez (o Sáenz) Morón y era capellán del hospital de San Lázaro anexo al cementerio, además de un hombre importante en la Macarena, donde en 1932 era mayordomo de la Virgen, nada menos.
En su libro Por la religión y la patria, el propio García Márquez y su compañero el historiador Francisco Espinosa recopilaron varios testimonios que indican que el cura macareno fue asesinado por ir a quejarse a Queipo en persona de que estaban enterrando aún vivos en las fosas del cementerio a los recién fusilados. "Un día después, lo mataron", según contaron dos fugitivos al llegar a zona republicana, el ferroviario Juan Mata Toledo y Miguel Rodríguez Bandera.

"También fue muy conocida la noticia del asesinato del cura en La Algaba (de donde eran varios de los enterradores del cementerio) y así nos lo indicó en su día un vecino del pueblo y empleado del cementerio de Sevilla. Es decir, que diferentes fuentes nos apuntaban el suceso pero ninguna de ellas nos facilitaba el nombre. Fue finalmente una entrevista que le hicimos al nieto de Juan Clemente Trujillo, alcalde de Alcalá de Guadaira en 1936 que fue asesinado, la que nos indicó el nombre del sacerdote. Resulta que Sáez Morón había sido preceptor suyo en su pueblo natal de Herrera", escribieron los investigadores.

García Márquez matiza que, a falta de más información sobre ese cura macareno -en el Arzobispado no se la facilitan, según denuncia-, no se puede confirmar su destino y hay que considerarlo "un desaparecido más". "Él", opina, "sí que merecería un enterramiento de honor en la Macarena".
Marques

El Marquesado de Queipo de Llano​ es un título nobiliario español creado por Francisco Franco, en su condición de Jefe de Estado, el 1 de abril de 1950, a favor de Gonzalo Queipo de Llano y Sierra,​ uno de los militares más relevantes del bando sublevado en la Guerra Civil Española.





Antonio Aranda Mata.



Biografía de Real Academia de Historia.



Aranda Mata, Antonio. Leganés (Madrid), 13.XI.1888 – Madrid, 8.II.1979. Militar, teniente general y gobernador militar.

Antonio Aranda Mata nació en el seno de una familia numerosa de diez hijos, de los que era el mayor.
Su padre fue cabo de Sanidad Militar, Antonio Aranda Luna, y su madre, Luisa Mata Robles. Cursa los primeros estudios en Zaragoza, donde transcurrió su infancia, e ingresa en la Academia de Infantería de Toledo el 28 de agosto de 1903; aquí obtiene el grado de oficial (segundo teniente) el 13 de julio de 1906.
Teniente de Infantería (13 de julio de 1908) y capitán por antigüedad (31 de octubre de 1911), ingresó en la Escuela Superior de Guerra y fue promovido a capitán de Estado Mayor (1 de septiembre de 1913).
Participa en la campaña de Marruecos como uno de los más brillantes oficiales de Estado Mayor y consiguió el ascenso a comandante por méritos de guerra (29 de junio de 1916). Desempeñó el cargo de jefe de Estado Mayor del grupo de fuerzas de la zona de Tetuán (Gaceta de Madrid, 3 de abril y 18 de mayo de 1919) y durante estos años fue condecorado con las Cruces del Mérito Militar, Cruz de María Cristina, Medalla de África y de Sufrimientos por la Patria. Fue sobresaliente su actuación en la posición de El Jamas en la que recibió una herida gravísima (diciembre de 1924). En 1924 contrajo matrimonio con María de África Sala Gabarrón. El 8 de mayo de 1925 ascendía a teniente coronel de Estado Mayor por antigüedad.

Desempeñó trabajos como jefe de la Comisión Geográfica de Marruecos y de la Internacional de Límites con Francia. Colaboró en la preparación del desembarco de Alhucemas. Participó, junto con el general Goded, en las Conferencias de Rabat del 10 de julio en las que el general Sanjurjo y las autoridades francesas trataron diversos asuntos acerca de la situación del protectorado marroquí y del rebelde Abd-el-Krim. Siguió la etapa final de conquista y pacificación de Marruecos hasta 1927 en que fue ascendido a coronel y nombrado jefe de Estado Mayor del Ejército Al implantarse la República, permanece voluntariamente alejado del servicio activo hasta que es destinado forzoso a la primera Inspección del Ejército y después a la Jefatura de los Servicios Geográficos en el Estado Mayor Central. Fue detenido con ocasión de los sucesos del 10 de agosto de 1932 protagonizados por el general Sanjurjo, aunque no había tenido ninguna intervención en su preparación y desarrollo.

En octubre de 1934 interviene para desarticular la Revolución en Asturias enviado por el ministro de la Guerra y el general Franco a organizar e impulsar las fuerzas en el sur de la región. Penetró por los puertos de Leitariegos, San Isidro y Tarna, en los que se habían refugiado partidas de revolucionarios que mantenían en alarma extensas zonas, y consiguió en poco tiempo la pacificación del territorio recorrido.

Al ser declarada Asturias Comandancia exenta (diciembre de 1934), fue designado comandante militar de Asturias en sustitución del general López Ochoa, cargo en el que permaneció hasta octubre de 1936.

El 22 de julio de 1935 se realizó un supuesto táctico en Riosa (Asturias, a doce kilómetros de Pola de Lena) al que asistieron el ministro de la Guerra (Gil Robles) con los generales Franco, Goded y Fanjul, y el coronel Aranda. Aquellas maniobras le dieron a Aranda un directo y completo conocimiento sobre un plan de defensa de la capital asturiana, del terreno, los accesos a la ciudad y los puntos clave de contención para un dispositivo de estrategia defensiva que proyectó a finales de 1935 y elevó a la superioridad militar y que fue hallado entre los papeles del general Goded, entonces inspector de las Fuerzas Militares de Asturias. Para probar la eficacia del plan sobre el terreno se efectuaron las maniobras de ataque y defensa en enero de 1936.

Tras las elecciones de febrero de 1936, se hizo cargo del Gobierno Civil de Oviedo Rafael Bosque Albiac, de Izquierda Republicana, quien se distinguió por su apoyo a los elementos revolucionarios y publicó unas agresivas declaraciones en la prensa comunista:

  “He nombrado delegados del Frente Popular en toda Asturias, los cuales realizan batidas antifascistas con buen resultado: meten en la cárcel al cura, médicos, secretarios de ayuntamientos y al que sea. Cumplen admirablemente su cometido. Algunos de los delegados son comunistas, e incluso como Fermín López, de Irán, condenados a muerte por su intervención en los sucesos de octubre. Estoy sorprendido y admirado por el celo y mesura con que cumplen su papel y vigilan las maniobras del fascismo [...] y de la Guardia Civil. Con un sentido intachable, moderno y al mismo tiempo utilitario de la justicia. El de Teverga tiene en la cárcel al telegrafista y al secretario judicial; al primero le hace atender por el día el servicio telegráfico y por la noche lo encarcela. Entre los detenidos figuraban dos canónigos de Covadonga” (Mundo Obrero, 20 de abril de 1936). 
Aranda terminó por expulsarle de Oviedo, utilizando su coche personal militar para evitar sus propósitos de sublevar la cuenca minera frente a la decisión del Gobierno de relevarlo a causa de sus injurias contra Calvo Sotelo. El 18 de junio, el ministro de la Gobernación anunciaba que había dimitido y el 5 de julio era nombrado en su lugar Isidro Liarte.

Por estas fechas se presentó ante Azaña para preguntarle qué medidas se iban a adoptar para contener el caos existente, recibiendo únicamente una promesa tibia de que el Gobierno no iba a permitir ser desbordado.

En un encuentro casi simultáneo con el general Fanjul y el coronel Aranda, Franco resumió —según ha testimoniado Gil Robles— la situación en esta frase:

  “Que cada cual declare el estado de guerra en su jurisdicción y se apodere del mando. Después ya veremos cómo nos ponemos en contacto”
Para estas fechas no existía, por lo tanto, un proyecto definitivo de sublevación. El propio Aranda hizo pública esta promesa en Gijón a la oficialidad, exigiendo de todos la mayor disciplina mientras el Gobierno se mantuviera dentro de la ley y rogando tuvieran confianza en él para elegir el momento decisivo. Al hacerse cargo Mola del mando de la trama, cuando surge la conversación sobre Asturias y sus mineros, el general exclama: 
“Allí está el Coronel Aranda, que me merece total confianza, estoy seguro de que no fallará”.

 No todos, sin embargo, coincidían en el pronóstico, pues daban en atribuirle inclinaciones izquierdistas o liberales que, pensaban, serían determinantes a la hora de decidir su posición. No podía ser grato Aranda a los responsables del proceso prerrevolucionario en que se vivía en la España del Frente Popular, buena prueba de ello es que desde hacía nueve años ocupaba los primeros puestos del escalafón sin que, tampoco ahora, el Gobierno le diera paso al generalato.

Al producirse el levantamiento del 18 de julio de 1936, puede decirse que era norma general el que el ambiente local influyera notablemente en la moral de unos y otros, favoreciendo el triunfo de quienes contaran con él; el caso de Oviedo puede considerarse una excepción en la que la previsión y la audacia de Aranda inclinaron definitivamente hacia la sublevación una ciudad que parecía destinada a convertirse en baluarte del Frente Popular. En el bando firmado el 20 de julio hacía saber los motivos de su actitud con laconismo:

“Don Antonio Aranda Mata, Coronel de Estado Mayor, Comandante Militar de Asturias. hago saber: Que vista la dejación de la Autoridad ante los manejos de los enemigos de la República y de España por apoderarse de los resortes del mando, he resuelto asumir el de esta provincia y por tanto ordeno y mando [...]”.

El 18 de julio, Aranda ordena la concentración de la Guardia Civil en Oviedo y Gijón y desvía hacia Madrid a dos mil mineros tras facilitarles algún armamento.

A las seis y diez de la mañana del 19 de julio prometió al general Mola declarar el estado de guerra.

A las diez, el gobernador civil le ordena la entrega de armas a las milicias (sobre todo a los varios miles de mineros que no habían salido el día anterior), pero el coronel Aranda se niega a hacerlo y desatiende los requerimientos del Gobierno en el mismo sentido.

A media tarde tiene ya concentrada en Oviedo a la mayor parte de la Guardia Civil, abandona el Gobierno Civil, donde estaba prácticamente vigilado, y marcha a la Comandancia a preparar la salida de las fuerzas. Gracias a la decisiva intervención del comandante de Infantería Gerardo Caballero se hace con el control de la Guardia de Asalto. De madrugada son puestos en libertad los presos de derechas y se presentan los primeros voluntarios. A las diez de la mañana del 20 de julio queda declarado el estado de guerra sin encontrar mayor resistencia hasta que el triunfo del Frente Popular en la totalidad del entorno determinó el comienzo de un asedio que habría de prolongarse durante meses.

La guerra en Asturias iba a pasar a partir de ahora por tres etapas y en todas ellas tendría protagonismo destacado Antonio Aranda: la primera es la que se cierra el 17 de octubre de 1936 y se caracteriza por la defensa de los enclaves sublevados de los cuarteles de Gijón y de Oviedo, único reducto "nacional" en la provincia al caer los primeros en agosto. Por la zona occidental comenzó la penetración de columnas procedentes de Galicia que, el 17 de octubre, establecían contacto con la capital unida desde entonces, aunque todavía de manera precaria, al resto de la zona ocupada y terminando propiamente el asedio. Con fecha 1 de octubre de 1936 se le concede el empleo de general de brigada [Boletín Oficial del Estado (BOE), 2 de octubre de 1936]. En el expediente de juicio contradictorio instruido para la concesión de la Cruz Laureada de San Fernando, los testigos coinciden en señalar que durante el asedio la labor de Aranda descendió hasta los menores detalles y puestos más avanzados en todos los servicios de fortificación y organizaciones defensivas: “siendo su valor sereno y clara inteligencia los que han animado constantemente todo el funcionamiento de los diferentes órganos defensivos de la Plaza, que sitiada por un enemigo muy superior en número y armamento, pudo resistir hasta que fue libertada por la columna de Galicia” (BOE, 14 de enero de 1937). Con fecha de 31 de enero de 1937 es nombrado para el mando de la 8.ª División Orgánica (BOE, 4 de febrero de 1937).

La segunda etapa se prolonga hasta el 24 de agosto de 1937 y durante ella la línea del frente permanece prácticamente estabilizada, desencadenando el Ejército Popular reiterados ataques sobre Oviedo y su corredor de comunicación. Por último, con la ocupación de Santander por los "nacionales" se inicia la liquidación del frente norte que será definitiva el 21 de octubre del mismo año. Con fecha 3 de octubre de 1937 se concedía al general Aranda la Cruz Laureada de San Fernando por su actuación durante el cerco de Oviedo (BOE, 6 de noviembre de 1937). La misma condecoración con carácter colectivo se otorgó a las fuerzas defensoras de la plaza.

Terminada la campaña del Norte, Aranda cesó en el mando del Octavo Cuerpo de Ejército y asumió la jefatura del Cuerpo de Ejército de Galicia (BOE, 2 de noviembre de 1937), que se unió a las fuerzas del Cuerpo de Ejército de Castilla y a las divisiones de García Valiño y Monasterio, piezas básicas en la operación de reconquista de Teruel a comienzos de 1939.

Desde este momento interviene en las operaciones iniciadas en Aragón y que llevaron al Mediterráneo rompiendo en dos la retaguardia enemiga (abril de 1938) En la etapa final del avance, sus fuerzas conquistaron Peñíscola (29 de abril), Castellón (14 de junio) y Nules (8 de julio), donde el empuje ofensivo quedó frenado. Desde julio hasta noviembre de 1938 participó en la batalla del Ebro. Concluida la batalla, el Ejército del Norte se desglosó en dos grupos: uno que se dirigió hacia el frente catalán y permaneció a las órdenes del general Dávila; y el segundo, que se orientó hacia Valencia, con los Cuerpos de Galicia (Aranda) y Castilla (Varela), que constituyeron el Ejército de Levante a las órdenes de Orgaz.

En febrero de 1939 ascendió a general de división (BOE, 3 de marzo de 1939) y en la ofensiva de la Victoria (marzo de 1939), Aranda entró al frente de sus tropas en Sagunto y Valencia y es nombrado capitán general de la III Región Militar el 4 de julio (BOE, 5 de julio de 1939).

En junio de 1939 marchó a Alemania al frente de la Comisión Militar que acompañaba el retorno de la Legión Cóndor. El día 19 el londinense Dayly Espress publicó una entrevista en la que Aranda decía que España se mantendría neutral si Alemania iba a la guerra y, al terminar la visita, en el portugués O Diario de Norte insistía en la importancia de que España mantuviese buenas relaciones con Inglaterra “sin perjuicio de la amistad con los países totalitarios”. Una postura, por cierto, no muy diferente de la del propio Franco que desde el discurso de Churchill en la Cámara de los Comunes el 8 de octubre de 1940 se acostumbró a considerarle como el hombre de Estado más capaz de entender su política. Las discrepancias entre Franco y Aranda vendrían por el distinto ritmo a la hora de llevar a cabo la instauración monárquica y por la naturaleza de dicha forma de gobierno que Franco pensaba no debía repetir los errores del liberalismo que habían llevado a la situación de 1931-1936; eso sin olvidar la tendencia de Aranda a intervenir en conspiraciones políticas.

En julio de 1940 cesa en el mando de la Capitanía General de la III Región es nombrado director de la Escuela Superior del Ejército (BOE, 30 de julio de 1940) y presidente del Patronato Juan de la Cierva, perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (BOE, 30 de octubre de 1940). Desde el 8 de enero de 1939 preside la Real Sociedad Geográfica.

En 1941 se produce una crisis política vinculada (aunque no sólo) a la evolución de la Segunda Guerra Mundial: hay una relación estrecha entre una serie de medidas tomadas desde el sector falangista del Movimiento, el viaje de Salvador Merino a Alemania y las presiones que, dentro de un clima de victoria, volvían a ejercerse sobre España. El 17 de abril de 1941, Franco acudió a inaugurar el curso de la Escuela Superior del Ejército, cuyo primer director era Aranda.

No es improbable que Franco conociese los contactos de Aranda previos a su conspiración y que le llevarían once días más tarde a la reunión con Thomsen y Bernhardt. En mayo, Franco llevaba a cabo una serie de nombramientos que constituyeron un refuerzo de influencias monárquicas en el sentido de las demandas que a mediados de enero le hiciera García Valiño, Aranda y García Escámez. Después de la crisis de mayo, las actividades de los militares monárquicos se incrementaron. En julio se formó en Madrid una Junta de cinco generales presidida por el alto comisario en Marruecos, Luis Orgaz. El 1 de agosto, Orgaz se entrevistó con Franco para hacerle llegar sus peticiones: la destitución de Serrano, la neutralidad y la inmediata restauración monárquica y el 12 Aranda se mostró todavía más enérgico. Según los informes de Von Sthorer, Serrano sostuvo ante Franco que Aranda estaba conspirando con la embajada inglesa y que de nada serviría la neutralidad para salvaguardar al régimen que los anglosajones vencedores en el conflicto mundial habrían de destruir sin reconocerle los servicios prestados.

En 1942 se le reconoce la Gran Cruz de la Orden de San Hermenegildo con la antigüedad de 1 de octubre de 1936, fecha en que cumplió las condiciones reglamentarias (BOE, 19 de septiembre de 1942). Coincidiendo con una fase de mayor efervescencia y actividad de los monárquicos españoles, por un decreto con fecha 30 de noviembre de 1942 cesó en los cargos de director de la Escuela Superior del Ejército y de presidente del Consejo Superior Geográfico quedando en situación de disponible forzoso en la Primera Región Militar (BOE, 2 de diciembre de 1942).

En abril de 1944, los informes que llegaban a Franco hablaban de los intentos de formar un Bloque Nacional, o movimiento monárquico, en el interior cuya figura predominante era el general Aranda que contaba con la colaboración del ex ministro Juan Beigbeder y aspiraba a mover las voluntades militares para un golpe de Estado sin violencia. A juzgar por la conducta que adoptó con ellos, no parece que Franco los considerase peligrosos y, en realidad, existían tan fuertes discrepancias entre ellos y el peso de los viejos políticos exiliados era tan contraproducente que poco se podía esperar de estas conspiraciones de salón. En marzo de 1946, la embajada británica en Madrid comenzó a presionar a la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas para que aceptase un acuerdo con los monárquicos. Franco ordenó vigilar a los implicados, especialmente al general Aranda que parecía el más proclive a una intervención militar. Es importante señalar que nunca se procedió contra él (aunque el generalísimo disponía de pruebas más que suficientes para hacerlo) y se limitó a frenar su ascenso al grado supremo del generalato. Por otro lado, aunque las primeras negociaciones de la ANFD con los monárquicos se produjeron a través de Aranda y Beigbeder, no parece que Juan de Borbón confiara excesivamente en ambos militares: todavía pesaban en él mucho más los consejos de los viejos políticos como Sainz Rodríguez y Gil Robles. En última instancia, serían las posiciones personales de don Juan las que acabaron marginando las escasas posibilidades de posturas como las de Aranda. Así, cuando Franco y don Juan se entrevistaron en el Azor (agosto de 1948) y se acordó que Juan Carlos y su hermano hiciesen el bachillerato en España, hubo una desagradable sorpresa en aquellos que habían puesto sus esperanzas de una rápida restauración monárquica en la pronta caída del régimen. En San Juan de Luz, el socialista Indalecio Prieto y el conde de los Andes decidieron firmar un documento (28 de agosto de 1948) que hizo sentirse traicionados a los colaboradores del general Aranda:

 “Vicente Gay comentó que ‘la Monarquía ha muerto hoy’ y, refiriéndose a don Juan, ‘nos ha borboneado’.

Su interlocutor Maseda, recordando que aquel día, 29 de agosto, era la fiesta del martirio de san Juan Bautista, añadió: ‘es la degollación de don Juan’. Aranda hizo en público amargos comentarios anunciando que iban a hundirse juntos los dos interlocutores, y Carraleja llegó a decir: ‘Es la patada que da un amo a su criado’, refiriéndose al ilustre general defensor de Oviedo” (Suárez, 2005: 364).

En 1949, Franco parecía haber conseguido atraerse a los monárquicos con la escasa excepción de algunos sectores minoritarios que trataron ahora de reavivar sus intrigas. Los servicios informativos del Movimiento insistieron en señalar al general Aranda como cabeza del complot. El 15 de agosto, Raimundo Fernández Cuesta le visitó para decirle que se conocían todas sus actividades y que debía renunciar a dichas iniciativas. Aranda se negó y fue pasado a la reserva (BOE, 22 de agosto de 1949) en un decreto que le aplicaba la Ley de 16 de julio anterior destinada “a determinar la situación en que han de quedar quienes, sin haber alcanzado la edad para el pase a la situación de Reserva o Retirado, no conserven la integridad de facultades que el prestigio de la función y los cargos a ella inherentes requieren y que no parece aconsejable deban ser desempeñados por los mismos” (BOE, 18 de julio de 1949). Algunos de sus colaboradores fueron detenidos, interrogados e inmediatamente puestos en libertad. El 28 de octubre un grupo de compañeros le ofreció un homenaje de despedida en el Lhardy. Era la certificación de su fracaso político.

Cuando Juan Carlos de Borbón juró bandera en la Academia Militar de Zaragoza (diciembre de 1955), el general Aranda supo reconocer el acuerdo existente entre Franco y don Juan y se despidió de éste con una carta (31 de enero de 1956) en la que le acusaba de buscar el entendimiento con el régimen.

El 23 de noviembre de 1976 se le concedió el empleo de teniente general, en situación de reserva, con antigüedad de 1970. Ante los comentarios publicados en la prensa y las declaraciones de un político que quería ver en dicho acto una “rehabilitación”, el Ministerio del Ejército hizo pública una aclaración en el sentido de que el ascenso le fue conferido a petición del interesado, basada en poseer la Cruz Laureada de San Fernando y de acuerdo con la nueva Ley de Recompensas (ABC, Madrid, 25 de noviembre de 1976). Para Ricardo de la Cierva, la nota no convenció a nadie “porque la disposición que se invoca para justificar en cierta medida la muy arbitraria decisión de congelar el ascenso se dictó precisamente para ese fin; era un acto fácil de explicar el hecho, pero muy discutible en derecho, porque se trataba, formalismos aparte, de una norma confeccionada para cubrir un interés particular, cuando la esencia de las normas es amparar cada caso particular en el ámbito de los intereses generales. En suma, que el ascenso de don Antonio Aranda Mata es en cierto sentido una retractación; y en sentido pleno un reconocimiento y una reivindicación” (El País, Madrid, 1 de diciembre de 1976).

Pasó sus últimos años en el retiro de su casa madrileña de la calle de Montalbán, acompañado de su mujer y de su hija única, María Luisa, casada con el capitán de fragata Fernando Marcitllach, y padres de cinco hijas. Murió el 8 de febrero de 1979 en el Hospital Militar del Generalísimo de Madrid a consecuencia de un fallo cardíaco provocado por una crisis asmática. Sus restos fueron inhumados al día siguiente en el cementerio de Leganés (Madrid).

Obras de ~: Curso para Oficiales Interventores de Tetuán: conferencia sobre geografía de Marruecos en general y de la zona española de protectorado en particular, Tetuán, Imprenta Martínez, 1928; Geografía de Marruecos en general y de la zona española en particular: curso de perfeccionamiento de oficiales del Servicio de Intervención / conferencia del Coronel del Estado Mayor Antonio Aranda y Mata, Tetuán, Imprenta y Encuadernación Martínez, 1928; Presente y porvenir económico de Marruecos, Madrid, Imprenta del P. de H. de Intendencia e Intervención Militar, 1933; “Prólogo” a L. de Armiñán, Bajo el cielo de Levante: La ruta del Cuerpo de Ejército de Galicia, Madrid, Ediciones Españolas, 1939; Sitio y defensa de Oviedo (es tirada aparte de la revista Ejército, agosto, 1940), Madrid, 1940; Presente y porvenir de Marruecos, Madrid, Real Sociedad Geográfica, 1941; “Prólogo” a J. Villar, La motorización, Madrid, Gran Capitán Murillo, 1941; [“comentario”] a J. M. Taboada Lago, El hombre-leyenda, San Juan Bosco: (ensayo psicológico-literario), Madrid, Sociedad Editora Ibérica, 1944; “Prólogo” a J. Gavira Martín, Geografía general, Madrid, Pegaso, 1947; El arte militar, Madrid, Pegaso, 1957; “La guerra en Asturias y en los Frentes de Aragón y Levante (El Cuerpo de Ejército de Galicia en la Guerra de Liberación)”, en La Guerra de Liberación Nacional, Zaragoza, Universidad, 1961, págs. 315-352; Características geográficas de Marruecos y en especial de la zona española de protectorado (conferencia pronunciada en el Curso de Interventores en Tetuán por el coronel Aranda), Madrid, s. f.


Fuentes y bibl.: Archivo General Militar (Segovia), Hoja de Servicios.

Gaceta de Madrid, 3 de abril y 18 de mayo de 1919; Boletín Oficial del Estado, 2 de octubre de 1936, 14 de enero de 1937, 4 de febrero de 1937, 6 de noviembre de 1937, 2 de noviembre de 1937, 3 de marzo de 1939, 5 de julio de 1939, 30 de julio de 1940, 30 de octubre de 1940, 19 de septiembre de 1942, 2 de diciembre de 1942, 22 de agosto de 1949 y 18 de julio de 1949; Mundo Obrero, 20 de abril de 1936; L. de Armiñán, Excmo. S. General D. Antonio Aranda Mata, General en Jefe de la División de Asturias, Ávila, Imprenta Católica, 1937; O. Pérez Solís, Sitio y defensa de Oviedo (Prólogo del General Aranda), Valladolid, Tipografía de Afrodisio Aguado, 1937, y Valladolid, Gráficas Afrodisio Aguado, 1938; L. de Armiñán, Bajo el cielo de Levante [...], op. cit.; M. Aznar, Historia Militar de la Guerra de España, Madrid, 1940; L. M. de Lojendio, Operaciones militares de la guerra de España 1936-1939, Barcelona, Montaner y Simón, 1940; F. Franco Salgado-Araujo, Mis conversaciones privadas con Franco, Planeta, Barcelona, 1976; J. Cortés- Cabanillas, “¿Hablamos claro? El General Aranda, máximo superviviente de nuestra guerra”, en ABC, Madrid, 11 de julio de 1976; ABC, Madrid, 25 de noviembre de 1976; El País, Madrid, 1 de diciembre de 1976; J. A. Ferrer Benimelli, “Lo que no se ha dicho del general Aranda. Un ejemplo de represión masónica”, en Tiempo de Historia, 53 (1979), págs. 34- 49; J. M. Martínez Bande, Los Asedios, Editorial San Martín, Madrid, 1983, págs. 201-262 y 337-343; C. de Arce, Los generales de Franco, Barcelona, Mitre, 1984; J. Arrarás, Historia de la Cruzada Española, vol. III, Madrid, Datafilms, 1984, págs. 585-609; M. Rubio Cabeza, Diccionario de la guerra civil española, Planeta, Madrid, 1987; F. Ruiz Cortés y F. Sánchez Cobos, Diccionario biográfico de personajes históricos del siglo xx español, Madrid, Rubiños-1860, 1998, págs. 137-139; J. Arencibia Torres, Diccionario biográfico de literatos, científicos y artistas militares españoles, Madrid, EyP Libros Antiguos, Madrid, 2001, págs. 25-26; L. Suárez, Franco, Ariel, Madrid, 2005.

Ángel David Martín Rubio



Comentarios

  1. Aranda, el último general de la guerra
    Luis Manuel Duyos
    09 feb 1979 - 23:00 UTC
    «¡Mi general, vento mariñeiro!». Es el último año de la guerra española. El Cuerpo de Ejército de Galicia, al mando del general Aranda, ha cruzado la sierra de Albarracín camino del Mediterráneo. Si lo alcanza, partirá en dos la resistencia republicana. Es noche cerrada y desconocen si están cerca o se han desviado de la vertical hacia el mar. Deciden acampar. Unas horas después, al cambiar el aire, el asistente del general entra en su tienda y le despierta: «¡Mi general, vento mariñeiro!» Y empieza una de las últimas y decisivas acciones bélicas de Antonio Aranda Mata, el único general de la guerra que vivía en la actualidad, fallecido el pasado jueves en el hospital militar del Generalísimo, como consecuencia de un paro cardiaco provocado por una bronquitis asmática.

    Era madrileño, de Leganés, y había nacido en 1888. Fue el primer general nombrado por Franco, por su defensa de Oviedo, que le valió la Laureada. Su brillante carrera militar empezó a truncarse definitivamente en 1942, en la Escuela Superior del Ejército, creada y dirigida por él. Allí, en una conferencia, tuvo la osadía de manifestar sus opiniones personales sobre asuntos en los que no cabía más que una opinión, la del que le dejó en situación de disponible después de la conferencia y le pasó a la reserva siete años más tarde, congelando su ascenso a teniente general.Aranda no se distinguió por su diplomacia con el anterior jefe de Estado. En Alcañiz, cuando Franco impuso una táctica frontal en la batalla del Ebro, Aranda rompió de un puñetazo una mesa de planos. En 1939, al finalizar la guerra, tuvo la valentía de decirle a Franco que la misión del Ejército había terminado y que debía zanjar la dictadura. Ese mismo año, después de un viaje a Alemania, le informó de sus previsiones sobre la ya inminente contienda europea: «Si la guerra es corta, ganará Alemania. Si dura más de un año, la derrota de Hitler es inevitable.»

    Franco siempre se resistió a creer en la derrota nazi. En 1940 cesó al general Beigbeder como ministro de Asuntos Exteriores por sus claras simpatías hacia los aliados (y, según lenguas, hacia las «aliadas» nativas del Reino Unido, sospechosas de espionaje de alcoba). Pedro Sainz Rodríguez, en 1941, contó con Aranda para constituir en Canarias una Junta o Gobierno monárquico aliadófilo. De esta manera España se podría presentar ante los previstos vencedores con un Estado nuevo, una monarquía constitucional y evitaría las posibles represalias en el caso de que, al armisticio, continuase en el poder el general Franco.

    Aranda le insistió repetidas veces sobre la conveniencia de ir hacia una monarquía constitucional en la persona de don Juan de Borbón. No era un ingenuo, sino un hombre honesto que actuaba en conciencia y sabía que se jugaba la carrera. Más de una vez dijo en la Escuela Superior del Ejército: «A mí, desde luego, me quitarán el mando y probablemente me pasarán a la reserva, si no es a un castillo.» Y, como casi siempre, tuvo razón. Franco se lo quitó de en medio.

    El rey don Juan Carlos corrigió la injusticia en 1976 y le concedió el empleo de teniente general con antigüedad del día 8 de agosto de 1970. Unos lustros antes, en 1957, Antonio Aranda había rubricado su valía profesional y su gran preparación técnica en su libro El arte militar.

    Desde el retiro obligado hasta su enfermedad mantuvo su afición por las matemáticas, la historia y la cartografía - (era ingeniero geógrafo). Iba a los toros y tenía una tertulia de amigos, muy vigilada por miedo a la conspiración. Inútil vigilancia, pues Aranda no tuvo ambición política. En la mesa del café trazaría portulanos y hablaría de la escuela cartográfica de los Cresques, judíos mallorquines. Seguramente sabía que Cristóbal Colón era un hebreo de Mallorca, pero nunca lo diría en la tertulia, por si acaso. La conspiración judeo-masónica le tuvo cercado toda su vida. Un cerco bastante más doloroso y largo que el de Oviedo.

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