Mi ultimo articulo: Los desertores soviéticos; El castillo de San Fernando.-a
Scherezada Jacqueline Alvear Godoy |
Hubo momentos en la historia de la Unión Soviética en que altos oficiales se volvieron en contra del estado revelando datos importantes a países enemigos. Recordamos los casos de tres hombres que se atrevieron a desafiar el estado socialista, ya fuera por miedo o por motivos ideológicos.
Guénrij Liushkov: el chequista que huyó a Tokio
Hasta 1938, Guénrij Liushkov (1900-1945) no tenía motivos para quejarse de su vida o su carrera en la Unión Soviética. Oficial de éxito en el NKVD- la agencia de la policía secreta- encabezaba el sector local de esta organización en el Lejano Este soviético. Liushkov participó activamente en el Gran terror estalinista: como escribió el historiador Joseph Telman, fue bajo su mando que las represiones en el Lejano Este llegaron a su apogeo.
Las cosas cambiaron cuando Liushkov se vio amenazado. Las autoridades le convocaron a Moscú en mayo de 1938. Dado que las posiciones de su patrón Nikolai Yezhov, el jefe del NKVD, se habían debilitado, Liushkov entendió que en Moscú le esparaban solo el arresto y la muerte. Así que decidió huir a Japón, que estaba a un paso de la guerra con su país.
En junio de 1938 cruzó la frontera de Manchuria, bajo el control de los japoneses, y se fue a Tokio, donde expresó sus ganas de cooperar con el servicio de inteligencia japonés. “Estoy dispuesto a dedicar el resto de mi vida a la lucha contra el estalinismo”, declaró. No parece, observa Telman, que los japoneses creyeran en su sinceridad, pero en cualquier caso les supondría una inestimable fuente de información.
Liushkov reveló todos los datos que poseía acerca del ejército soviético y los servicios de inteligencia en el Lejano Este. Gracias a su testimonio, los japoneses supieron que el grupo del ejército soviético en la frontera era mucho más extenso de lo que pensaban y por eso abandonaron sus planes de atacar la URSS. Además, con la ayuda de Liushkov, los japoneses lograron trazar dos planes de asesinato de Stalin (la “Operación Oso”). Ambos proyectos de asesinato resultaron fallidos, pero los japoneses apreciaron el entusiasmo de Liushkov, reconociéndolo como a un hombre inteligente y trabajador.
El chequista fugado continuó sirviendo a Japón hasta el final de la Segunda Guerra Mundial trabajando como especialista en Asia Oriental y la URSS. En 1945, con la rendición de Alemania y la declaración de guerra a Japón por parte de la URSS, Liushkov fue enviado al Ejército de Kwantung. Se le perdió el rastro en agosto de 1945, cuando fue visto por última vez en Dairen (hoy Dalian, China). Aunque su fin no queda muy claro, la mayoría de historiadores rusos considera que los japoneses lo mataron en cuanto comprendieron que la derrota era inevitable. Al fin y al cabo, Liushkov sabía demasiado como para que Tokio lo soltara a sus anchas.
Arkadi Shevchenko: diplomático, espía, emigrado
En 1975, Arkadi Shevchenko (1930-1998), secretario general adjunto en las Naciones Unidas, ciudadano soviético, pidió asilo político en los EE UU a Daniel Patrick Moynihan, embajador estadounidense en las Naciones Unidas. Moynihan, bastante sorprendido, informó de esta solicitud a la CIA. Los agentes convencieron a Shevchenko de que antes de dejar su patria socialista tenía que ayudar el gobierno estadounidense. Así, Shevchenko se convirtió en el espía estadounidense de más alto rango durante la historia de la Unión Soviética.
Antes de que cambiara de sentimientos, Shevchenko había sido un diplomático de éxito. Tenía un trato cercano con Andréi Gromyko, el ministro de Asuntos Exteriores soviético entre 1957 y 1985. Según las memorias del alto mando del KGB Ígor Peretrujin, Gromyko no tenía reservas con Shevchenko y discutía con él en detalle no solo la política exterior soviética, sino también los secretos más oscuros del Politburó (la autoridad soviética), tales como futuros nombramientos, estado de salud de sus miembros, etc. Desde 1975 hasta 1978, Shevchenko estuvo transmitiendo toda esta información a la CIA.
El KGB empezaba a sospechar de él, de modo que Shevchenko pidió que los EE UU le ofrecieran asilo, tal y como pasaría en marzo de 1978. En el exilio escribió unas memorias tituladas Breaking Up With Moscow (Rompiendo con Moscú), donde intentaba explicar sus motivos. Según el libro, hacia mediados de los 70, Shevchenko se había decepcionado del todo con el hipócrita sistema socialista e, incapaz de cambiar el estado desde dentro, decidió que lo combatiría revelando datos secretos a Occidente.
Por su parte, algunos oficiales soviéticos que le conocían afirmaron que a Shevchenko no le importaba sino su confort personal y que estaba seducido por la idea de llevar una vida más lujosa y libre en Occidente. Se pasó el resto de su vida en los EE UU y murió de cirrosis en 1998.
Oleg Gordievski: el hombre de Londres en Moscú
En 2007, durante la recepción honorífica brindada en el cumpleaños de la reina Isabel II, Gordievski fue pomposamente nombrado "Compañero de la más distinguida orden de San Miguel y San Jorge" (Companion of the Most Distinguished Order of Saint Michael and St George, CMG) por sus "servicios a la seguridad del Reino Unido". El tradicional periódico The Guardian señaló que se trataba del mismo que el otorgado a su ficticio colega de la guerra fría, el agente 007 James Bond." |
En su entrevista para Radio Svoboda, Oleg Gordievski (nacido en 1938), un excoronel del KGB y durante mucho tiempo agente secreto británico, recuerda que fue la invasión soviética de Checoslovaquia lo que le desencantó en los valores soviéticos y en su trabajo. Gordievski contactó por primera vez con el MI6 en 1968 y empezó a trabajar para Occidente. Su colaboración fue especialmente valuosa en 1982, cuando fue designado agente residente en Londres para el KGB, encabezando el trabajo secreto soviético en la Gran Bretaña.
Vladímir Semichastni, el exjefe del KGB, calificó los actos de Gordievski como los más nocivos para la seguridad estatal en los últimos años de la época soviética. Por otra parte, como antiguos agentes del MI6 afirman, la información que reveló Gordievski ayudó a Margaret Thatcher y Ronald Reagan a entender mejor la política soviética y, así, a terminar la Guerra Fría. “Para mí era importante proteger la civilización occidental. Esto es en lo que estaba pensando”, diría más tarde el agente doble
Hacia 1985, las autoridades soviéticas habían descubierto que Gordievski era un espía. Fue convocado a Moscú, donde el KGB lo interrogó. Aunque lo drogaron, Gordievski no confesó nada y el KGB le dejó vivir en Moscú. Con la ayuda de agentes del MI6 se escapó a Finlandia. Parecía una escena sacada de una película de espías: los agentes lo pasaron por la frontera metido en un contenedor. De Finlandia se fue a Gran Bretaña, donde sigue viviendo. Dice en sus entrevistas que no se arrepiente y que no le molesta que Rusia no haya abolido todavía su sentencia de muerte, que el gobierno soviético le declaró en 1985.
Nota periodística
En 1985, con la ayuda de la inteligencia británica, el único agente doble descubierto por la KGB se escabulló de sus garras y salió con vida de la Unión Soviética.
Oleg Gordievsky, nació en el seno de una familia de tradición en la KGB. Pero desde temprano rechazó el ideal de hombre comunista. Se declaró británico desde que empezó a trabajar con la inteligencia de ese país en 1973.
Desde orillas opuestas la historia se escribe distinto. En Rusia, Oleg Gordievsky es un traidor condenado a muerte, sin importar que haya cometido sus delitos hace más de 30 años en épocas del comunismo. Mientras tanto, en el Reino Unido, un país al que le profesó su lealtad hace décadas, y donde vive actualmente, es un héroe. Solitario y paranoico a sus 77 años, pero héroe.
Su destino parecía trazado. Gordievsky reunía las condiciones para llegar alto en el régimen comunista. Desde niño se destacó como deportista y estratega, y fue miembro de la Liga de la Juventud Comunista. Una vez graduado del Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú se enroló en la KGB en 1963, tal como habían hecho su padre y su hermano mayor. Pero algo no cuadraba. Era rebelde y cuestionaba los ideales comunistas, y lo sacaban de quicio las hipocresías de la dirigencia del partido.
Esa realidad lo atropelló en 1966. Salió de la Unión Soviética como diplomático y llegó a Dinamarca. En Copenhague accedió a literatura y música vetada en su país, y entendió los límites de la censura. Gordievsky le dijo al diario londinense The Times: “Allá conocí la verdad sobre el mundo, Europa y la Unión Soviética. Se nos decía que vivíamos en la mejor sociedad pero la pobreza y la ignorancia eran enormes”.
Cuando la URSS invadió a Checoslovaquia en 1968 para extinguir la Primavera de Praga, un movimiento que pretendía avanzar hacia un socialismo no totalitario, la brutal incursión radicalizó a Oleg: “El ataque contra esa gente inocente me hizo odiar el sistema comunista”, aseguró. Gordievsky sabía que la PET, la inteligencia danesa que trabajaba de la mano con los británicos, monitoreaba los teléfonos cercanos a la embajada soviética. Por eso se despachaba contra el régimen soviético en sus conversaciones telefónicas con su primera esposa. De ese modo hizo que la inteligencia de Occidente lo notara, pero sus señales de humo tomaron tiempo en surtir efecto.
Volvió a su base en Moscú por unos meses, pero regresó a Dinamarca con un cargo más alto en 1972, y la inteligencia danesa aprovechó el momento para sugerirlo a los británicos del MI6 como un posible agente doble. Standa Kaplan, un checo que había desertado del este y que Gordievsky conocía, sirvió de enlace. Días después un diplomático británico lo buscó en las canchas donde jugaba squash.
En 1973 Gordievsky selló su alianza con el MI6 y estableció sus condiciones: protección para sus contactos daneses de la KGB, que no lo grabaran en secreto y, ante todo, que no le pagaran un centavo, pues “lo hacía por convicción ideológica”. Bajo estas reglas el espía compartió información sensible durante años. Tanto, que era necesario dosificar su uso para no evidenciar la fuente. Y mientras el tiempo de Gordievsky en Dinamarca se agotaba, su vida personal cambiaba. Su primer matrimonio terminó, pero se enamoró de Leila Aliyeva una compatriota a la cual jamás le confesó su actividad secreta. Se casaron al regresar a Moscú en 1978 y tuvieron dos hijas.
Pero antes de regresar a la URSS, Gordievsky y el MI6 trazaron dos planes de emergencia, uno de los cuales le salvaría la vida. Si el agente tenía información urgente para los británicos, aparecería con una gorra de cuero en un lugar determinado de Moscú a las siete de la noche de un martes. Si en cambio aparecía en el mismo lugar y hora sosteniendo una maleta, pedía ser rescatado. Gordievsky sabría que el mensaje había sido recibido si un hombre pasaba al frente suyo comiendo una barra de chocolate. Para su rescate, Gordievsky debía llegar por su cuenta a la carretera entre Leningrado y Víborg, el sábado siguiente a las 2 y 30 de la tarde. Allá, a 21 kilómetros de la frontera finlandesa, lo recogería un automóvil diplomático, inmune a las requisas, que lo sacaría del país.
En Moscú, Gordievsky detuvo sus informes, pero pactó reactivarse al salir de la Unión Soviética. Esto sucedió el 28 de junio de 1982, cuando fue designado consejero de la embajada soviética en Londres, una sorpresa para el MI6, que no dudó en aprobar la visa. El cargo le exigía reclutar agentes para la causa comunista, la fachada perfecta para hacer lo contrario: proveer a los británicos de inteligencia que revelara el funcionamiento de la KGB. “Quería romper el sistema soviético: el Comité Central, el Politburó, la KGB”, aseguró. Mientras tanto, sus superiores soviéticos en Londres caían uno a uno con complicidad de la justicia británica. Así, en 1985, Gordievsky se convirtió en el ‘rezident’, el soviético de mayor rango en Inglaterra.
Y aunque su intención era desmontar el régimen que detestaba, sus informaciones lograron reducir la paranoia que reinaba entre dos superpotencias con el poder de destruir el planeta. Según The Times, el que Margaret Thatcher haya visto en Gorbachov alguien con quien podía hablar y negociar se debió en gran parte al trabajo de Gordievsky.
La chocolatina y la zozobra
Ambos lados de la cortina de hierro contaban con informantes. Y si bien Gordievsky neutralizó a Michael Bettaney, un agente de contrainteligencia británico que por dinero ofreció información a la URSS y pudo haberlo expuesto, no lo logró con el estadounidense Aldrich Ames. Este, agente de la CIA, pactó un trato de 7 millones de dólares con los soviéticos, y en 1985 delató uno a uno a los agentes que cooperaban con el enemigo.
Moscú llamó de vuelta a Gordievsky para “confirmar su estatus como ‘rezident’”. MI6 le dijo que podía quedarse en Inglaterra y retirarse con la conciencia de haber aportado bastante, pero Gordievsky regresó. Y desde que llegó a su apartamento se sintió extraño. El candado que él nunca ajustaba en su departamento estaba con seguro y sus compañeros en el trabajo lo evitaban. Gordievsky sospechaba que algo venía, hasta que su jefe directo lo convocó a una reunión que resultó más un interrogatorio forzado. Lo drogaron pero no obtuvieron lo que querían. “Ha sido usted muy maleducado con nosotros camarada”, al despertarse le dijeron dos hombres al otro día, “ya confesó, solo hágalo de nuevo”. Frente a su negativa, y para su sorpresa, lo dejaron libre. Desde ahí, vigilado 24 horas al día, perseguido como una carnada que esperaban se delatara, pero libre.
En ese momento Gordievsky envió a su familia a unas vacaciones en el mar Caspio, prometiendo que llegaría luego. Pero sabía que mentía. Y como siete años antes se había acordado, activó el plan de rescate. Reunió coraje para llegar al lugar pactado, cargando la maleta, un martes a las siete de la noche. Para su alivio, vio a un hombre comiendo chocolate al frente suyo. Desde ahí solo era cuestión de sobrevivir la angustia hasta el sábado, escabullirse del seguimiento de la KGB y contar con que la MI6 cumpliera su parte. Y así lo hizo.
Los agentes del MI6 montaron una fachada elaborada según la cual una pareja de sus agentes saldría de un coctel de bienvenida al nuevo embajador británico en Moscú en la noche del viernes. La mujer fingiría un malestar que le exigía un tratamiento en Helsinki, y por esto viajarían en la mañana hacia Finlandia. Otra pareja de agentes los acompañaría, con bebé a bordo, para fortalecer la coartada. Recogerían a Gordievsky a 21 kilómetros de la frontera. Extraerían a alguien de la Unión Soviética como nunca antes se había logrado.
Entre la noche del viernes y la mañana del sábado todo fue zozobra para Gordievsky y sus rescatistas. El espía, paranoico, tomando ron y tranquilizantes, debió encadenar varios buses, paradas, y fingir malestares para poderse bajar cerca del lugar clave, mientras que los agentes británicos luchaban contra el temor de que en la frontera todo se viniera abajo. Y a pesar de todo lo que pudo salir mal, de que los rusos siguieron los autos de los rescatistas constantemente y solo una ventana de un par de minutos permitió que recogieran al espía, el plan funcionó. El espía doble se escabulló de la KGB y es el único que, a pesar de haber sido descubierto, vive para contarlo.
Nota periodística
En 1985, con la ayuda de la inteligencia británica, el único agente doble descubierto por la KGB se escabulló de sus garras y salió con vida de la Unión Soviética.
Oleg Gordievsky, nació en el seno de una familia de tradición en la KGB. Pero desde temprano rechazó el ideal de hombre comunista. Se declaró británico desde que empezó a trabajar con la inteligencia de ese país en 1973.
Desde orillas opuestas la historia se escribe distinto. En Rusia, Oleg Gordievsky es un traidor condenado a muerte, sin importar que haya cometido sus delitos hace más de 30 años en épocas del comunismo. Mientras tanto, en el Reino Unido, un país al que le profesó su lealtad hace décadas, y donde vive actualmente, es un héroe. Solitario y paranoico a sus 77 años, pero héroe.
Su destino parecía trazado. Gordievsky reunía las condiciones para llegar alto en el régimen comunista. Desde niño se destacó como deportista y estratega, y fue miembro de la Liga de la Juventud Comunista. Una vez graduado del Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú se enroló en la KGB en 1963, tal como habían hecho su padre y su hermano mayor. Pero algo no cuadraba. Era rebelde y cuestionaba los ideales comunistas, y lo sacaban de quicio las hipocresías de la dirigencia del partido.
Esa realidad lo atropelló en 1966. Salió de la Unión Soviética como diplomático y llegó a Dinamarca. En Copenhague accedió a literatura y música vetada en su país, y entendió los límites de la censura. Gordievsky le dijo al diario londinense The Times: “Allá conocí la verdad sobre el mundo, Europa y la Unión Soviética. Se nos decía que vivíamos en la mejor sociedad pero la pobreza y la ignorancia eran enormes”.
Cuando la URSS invadió a Checoslovaquia en 1968 para extinguir la Primavera de Praga, un movimiento que pretendía avanzar hacia un socialismo no totalitario, la brutal incursión radicalizó a Oleg: “El ataque contra esa gente inocente me hizo odiar el sistema comunista”, aseguró. Gordievsky sabía que la PET, la inteligencia danesa que trabajaba de la mano con los británicos, monitoreaba los teléfonos cercanos a la embajada soviética. Por eso se despachaba contra el régimen soviético en sus conversaciones telefónicas con su primera esposa. De ese modo hizo que la inteligencia de Occidente lo notara, pero sus señales de humo tomaron tiempo en surtir efecto.
Volvió a su base en Moscú por unos meses, pero regresó a Dinamarca con un cargo más alto en 1972, y la inteligencia danesa aprovechó el momento para sugerirlo a los británicos del MI6 como un posible agente doble. Standa Kaplan, un checo que había desertado del este y que Gordievsky conocía, sirvió de enlace. Días después un diplomático británico lo buscó en las canchas donde jugaba squash.
En 1973 Gordievsky selló su alianza con el MI6 y estableció sus condiciones: protección para sus contactos daneses de la KGB, que no lo grabaran en secreto y, ante todo, que no le pagaran un centavo, pues “lo hacía por convicción ideológica”. Bajo estas reglas el espía compartió información sensible durante años. Tanto, que era necesario dosificar su uso para no evidenciar la fuente. Y mientras el tiempo de Gordievsky en Dinamarca se agotaba, su vida personal cambiaba. Su primer matrimonio terminó, pero se enamoró de Leila Aliyeva una compatriota a la cual jamás le confesó su actividad secreta. Se casaron al regresar a Moscú en 1978 y tuvieron dos hijas.
Pero antes de regresar a la URSS, Gordievsky y el MI6 trazaron dos planes de emergencia, uno de los cuales le salvaría la vida. Si el agente tenía información urgente para los británicos, aparecería con una gorra de cuero en un lugar determinado de Moscú a las siete de la noche de un martes. Si en cambio aparecía en el mismo lugar y hora sosteniendo una maleta, pedía ser rescatado. Gordievsky sabría que el mensaje había sido recibido si un hombre pasaba al frente suyo comiendo una barra de chocolate. Para su rescate, Gordievsky debía llegar por su cuenta a la carretera entre Leningrado y Víborg, el sábado siguiente a las 2 y 30 de la tarde. Allá, a 21 kilómetros de la frontera finlandesa, lo recogería un automóvil diplomático, inmune a las requisas, que lo sacaría del país.
En Moscú, Gordievsky detuvo sus informes, pero pactó reactivarse al salir de la Unión Soviética. Esto sucedió el 28 de junio de 1982, cuando fue designado consejero de la embajada soviética en Londres, una sorpresa para el MI6, que no dudó en aprobar la visa. El cargo le exigía reclutar agentes para la causa comunista, la fachada perfecta para hacer lo contrario: proveer a los británicos de inteligencia que revelara el funcionamiento de la KGB. “Quería romper el sistema soviético: el Comité Central, el Politburó, la KGB”, aseguró. Mientras tanto, sus superiores soviéticos en Londres caían uno a uno con complicidad de la justicia británica. Así, en 1985, Gordievsky se convirtió en el ‘rezident’, el soviético de mayor rango en Inglaterra.
Y aunque su intención era desmontar el régimen que detestaba, sus informaciones lograron reducir la paranoia que reinaba entre dos superpotencias con el poder de destruir el planeta. Según The Times, el que Margaret Thatcher haya visto en Gorbachov alguien con quien podía hablar y negociar se debió en gran parte al trabajo de Gordievsky.
La chocolatina y la zozobra
Ambos lados de la cortina de hierro contaban con informantes. Y si bien Gordievsky neutralizó a Michael Bettaney, un agente de contrainteligencia británico que por dinero ofreció información a la URSS y pudo haberlo expuesto, no lo logró con el estadounidense Aldrich Ames. Este, agente de la CIA, pactó un trato de 7 millones de dólares con los soviéticos, y en 1985 delató uno a uno a los agentes que cooperaban con el enemigo.
Moscú llamó de vuelta a Gordievsky para “confirmar su estatus como ‘rezident’”. MI6 le dijo que podía quedarse en Inglaterra y retirarse con la conciencia de haber aportado bastante, pero Gordievsky regresó. Y desde que llegó a su apartamento se sintió extraño. El candado que él nunca ajustaba en su departamento estaba con seguro y sus compañeros en el trabajo lo evitaban. Gordievsky sospechaba que algo venía, hasta que su jefe directo lo convocó a una reunión que resultó más un interrogatorio forzado. Lo drogaron pero no obtuvieron lo que querían. “Ha sido usted muy maleducado con nosotros camarada”, al despertarse le dijeron dos hombres al otro día, “ya confesó, solo hágalo de nuevo”. Frente a su negativa, y para su sorpresa, lo dejaron libre. Desde ahí, vigilado 24 horas al día, perseguido como una carnada que esperaban se delatara, pero libre.
En ese momento Gordievsky envió a su familia a unas vacaciones en el mar Caspio, prometiendo que llegaría luego. Pero sabía que mentía. Y como siete años antes se había acordado, activó el plan de rescate. Reunió coraje para llegar al lugar pactado, cargando la maleta, un martes a las siete de la noche. Para su alivio, vio a un hombre comiendo chocolate al frente suyo. Desde ahí solo era cuestión de sobrevivir la angustia hasta el sábado, escabullirse del seguimiento de la KGB y contar con que la MI6 cumpliera su parte. Y así lo hizo.
Los agentes del MI6 montaron una fachada elaborada según la cual una pareja de sus agentes saldría de un coctel de bienvenida al nuevo embajador británico en Moscú en la noche del viernes. La mujer fingiría un malestar que le exigía un tratamiento en Helsinki, y por esto viajarían en la mañana hacia Finlandia. Otra pareja de agentes los acompañaría, con bebé a bordo, para fortalecer la coartada. Recogerían a Gordievsky a 21 kilómetros de la frontera. Extraerían a alguien de la Unión Soviética como nunca antes se había logrado.
Entre la noche del viernes y la mañana del sábado todo fue zozobra para Gordievsky y sus rescatistas. El espía, paranoico, tomando ron y tranquilizantes, debió encadenar varios buses, paradas, y fingir malestares para poderse bajar cerca del lugar clave, mientras que los agentes británicos luchaban contra el temor de que en la frontera todo se viniera abajo. Y a pesar de todo lo que pudo salir mal, de que los rusos siguieron los autos de los rescatistas constantemente y solo una ventana de un par de minutos permitió que recogieran al espía, el plan funcionó. El espía doble se escabulló de la KGB y es el único que, a pesar de haber sido descubierto, vive para contarlo.
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