Mi ultimo articulo: Los desertores soviéticos; El castillo de San Fernando.-a

Soledad  Garcia  Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes

muros del castillo

El castillo de San Fernando está situado sobre una colina en el término de Figueras (provincia de Gerona, Cataluña, España), al final de la Subida del Castillo. Es una fortaleza militar de grandes dimensiones, construida en el siglo XVIII bajo las órdenes de varios ingenieros militares, entre los que destacan Juan Martín Cermeño y su hijo Pedro Martín-Paredes Cermeño. Es el monumento de mayores dimensiones de Cataluña. Es Bien de Interés Cultural desde 1988.

Historia
Con el comienzo de las negociaciones del Tratado de los Pirineos, el Fuerte de Bellegarde en Le Perthus pasó a manos de Francia. Para sustituir el baluarte y poder frenar posibles invasiones, se decidió construir una fortaleza en la colina de Figueras, de donde hubo que trasladar el convento de San Roque de frailes capuchinos. La primera piedra fue colocada el 13 de diciembre de 1753. El nombre de Castillo de San Fernando le fue dado en honor del rey de España Fernando VI.
Siendo a finales de 1937 uno de los lugares donde se depositó parte de la pinacoteca del Prado  durante su exilio. El 1 de febrero de 1939, en medio de la riada de refugiados que se dirigían a Francia, se reunieron en las caballerizas del castillo de San Fernando las últimas Cortes de la República. Asistieron 62 diputados, y en ellas dio su último discurso el presidente del gobierno, Juan Negrín.
Ocupa una superficie de 32 ha dentro de un perímetro de 3.125 m, y en las cisternas situadas bajo el patio de armas caben 9 millones de litros de agua. El Castillo de San Fernando, que tenía una capacidad para 6.000 hombres, es un elemento patrimonial de primer orden, el monumento de mayores dimensiones de Cataluña y la fortaleza más grande del siglo XVIII con baluartes de Europa.
En julio de 1996 fue abierto al público de manera regular con un servicio de visitas guiadas que muestran las características de la fortaleza. Por sus enormes dimensiones, por las sofisticadas técnicas constructivas dentro de la ingeniería militar de la época, y por su excelente estado de conservación, la visita al castillo de San Fernando constituye una experiencia magnífica.

Elementos destacados
puerta principal

En el castillo destacan:

Las obras defensivas interiores, de planta rectangular, formadas por 6 baluartes de diferentes tamaños.
Las obras defensivas exteriores, muy bien conservadas: el foso, con una superficie de 10 ha, 3 hornabeques, 2 contraguardias, 7 revellines y 5 galerías de contramina.
El interior del recinto fortificado aloja nueve grandes edificios. Bajo el patio de armas se ubica la reserva de agua potable de la fortaleza donde caben 40 millones de litros de agua.
Las caballerizas, una impresionante nave donde podían ser alojados 450 caballos.

EL PAÍS
29 MAY 1983


La reunión en el castillo de Figueres de las Cortes republicanas camino de su exilio, la noche del 1 de febrero de 1933, es el acontecimiento más conocido de esta fortificación militar. Asistieron a aquella- sesión 62 diputados y enviaron su adhesión y apoyo incondicional a los acuerdos que se adoptaran otros 106. La sesión, presidida por Martínez Barrios, la ocupó un largo discurso del presidente del Gobierno, Juan Negrín. El local que se utilizó para la reunión fueron las caballerizas. Siete días después volaron una parte del castillo. Por suerte, no llegó a explosionar toda la dinamita instalada. Muchas de las zonas que fueron destrozadas aún no han sido restauradas, como la puerta principal.  La construcción del castillo de Figueres, terminada en 1766, y su ubicación levantaron una amplia polémica entre los diferentes estamentos militares y la protesta diplomática de Francia por la proximidad de la plaza con la frontera. Se invirtieron 30 millones de reales en la construcción de la fortaleza. Figueres sufrió en aquella época una transformación total y numerosas familias del resto de España y del extranjero llegaron a la ciudad para tomar parte en la obra.

El castillo ocupa una extensión de 32 hectáreas y 36 áreas y se calculó en la época en que se proyectó esta plaza que se podían acuartelar 6.000 hombres. En 1794 las tropas españolas se rindieron sin condiciones a los franceses, hecho que tuvo gran resonancia popular., En el fragor de la polémica, Diario de Barcelona publicó en su primera página:

 "¡Catalán, despierta! Acuérdate que nunca el francés ha pisado impunemente los campos del Principado. ¡Catalanes, -nuestra patria está en peligro!" En 1811 las tropas españolas recuperaron el castillo.

vista del castillo


En 1904,  rey Alfonso XIII visitó la fortificación, manteniendo una reunión de carácter secreto y restringido para convertir una parte del castillo en penal. Pese a las protestas generales de la población, dos años después empezaron a llegar los primeros presos, que alcanzaron rápidamente el millar, la mayoría condenados a cadena perpetua. El penal funcionó hasta 1933.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 29 de mayo de 1983



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Soledad  Garcia  Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes



La retirada del Ejército leal a la República a Francia: último discurso de Negrín a las Cortes.
Escrito por prensa en 23 de Febrero de 2019 en Noticias.


La retirada del ejército leal a la República a Francia, acompañando a la población civil, produjo un drama humanitario de proporciones dantescas. Es el primer episodio de aquel aciago año de 1939 para los defensores de la democracia española. Obligados a entregar las armas, al pasar la frontera, fueron hacinados en improvisados campos de concentración por las autoridades galas bajo la vigilancia de las tropas coloniales. Un total de 500.000 españoles, entre militares y civiles, fueron autorizados a entrar en Francia, tras fracasar las conversaciones contenidas en los tres puntos de paz propuestos por Negrín.

Hostigados por la aviación italiana y alemana, huyendo del  avance territorial de las tropas rebeldes, en pleno invierno, ancianos, mujeres y niños se arremolinaban en los pasos fronterizos en una caótica espera. Ante la necesidad de atender a heridos, mutilados de guerra y enfermos el gobierno republicano previsor creaba el servicio de socorro y evacuación de refugiados españoles, el SERE, para disponer de edificios donde albergar a menores huérfanos o acompañados por sus madres y cuidadores, amén de organizar la prestación de subsidios y abastecer de alimentos, ropa de abrigo y otros enseres a los concentrados en los campos. Bajo el paragua de la legación mexicana, las ayudas del socorro internacional y la utilización de los fondos propios del ministerio de Hacienda comprometidos para garantizar la autorización de entrada a Francia.
En los días posteriores se irán desplomando los frentes republicanos, ocupando los rebeldes toda Cataluña. La apertura de la frontera pirenaica, a raíz de la negativa a negociar los tres puntos propuestos para el cese de hostilidades por Negrín, quizás un reflejo del gesto de la lucha canaria de levantar la mano al vencido en el terrero, fue un acto humanitario que permitió la retirada a Francia, pero en circunstancias oprobiosas, de militares y civiles, ancianos, mujeres y niños, y será el inicio del trágico Exilio.
 Nunca más justificada la política de resistencia de Negrín, que le llevará a regresar a España e intentar mantener y organizar la evacuación de la zona central.
El 1 de febrero de 1939 pronuncia un discurso ante el Pleno de las Cortes, reunido en el Castillo de Fuigueres. Será la última sesión en suelo español. Este discurso (la negrita es nuestra) contiene los tres puntos de Negrín para negociar la paz.

Negrin



Diario de sesiones del Congreso de Diputados, Miércoles, 1 de Febrero de 1939, págs. 3-9.

El Sr. presidente del Consejo de Ministros (Negrín):


Señores Diputados, se reúne hoy la Cámara en un severo ambiente de guerra. Después de unos días de angustia en que la catástrofe quería cernirse sobre nosotros, se ha serenado la atmósfera, se han tranquilizado los espíritus, se ha atenazado el pavor, se han reducido los límites de una batalla perdida que el alocamiento colectivo, estimulado y maniobrado certeramente por el enemigo, pudo haber convertido en desastre definitivo.

¡Cuántas  lecciones provechosas  podemos sacar de los sucesos  aún vivos y calientes! ¡Cuántos desengaños al contemplar cómo no siempre las máximas responsabilidades van aparejadas a la entereza, estoicismo y abnegación que toda alta función requiere en circunstancias tan graves  como las presentes! Mas no son lamentaciones jeremíacas las que pueden corregir el mal. Hemos de buscar su cura y su futura prevención en el frío examen de las condiciones en que los fenómenos se producen y en el análisis psicológico de estos estados demenciales, de individuos o de masas, que engendran los hechos al producirse.


Durante unos días —hay que decir la verdad— una oleada de pánico ha estado a punto de asfixiar nuestra retaguardia, contaminar nuestro Ejército y descomponer todo el aparato del gobierno. Seamos justos. Ni el orden ni la autoridad se han visto en peligro. Ha habido desorganización y descoyuntamiento, no desorden. Ha habido inconexión e interferencia entre los eslabones de la cadena jerárquica de la Administración del Estado, pero ni caos ni indisciplina.

Ha habido incomunicación entre el Gobierno y los ciudadanos, con todas sus consecuencias funestas y perturbadoras; mas no ha fallado la autoridad moral del Gobierno ni la autoridad efectiva del Estado allí donde existía el instrumento para hacer llegar sus mandatos, sin que para ello se necesitaran ni coacciones ni  violencias. Pánico, sí, con el consiguiente barullo y atolondramiento. Explotación y fomento del pánico por el enemigo, logrando con sus agentes una perturbación y un desorden organizado. También eso había. Pero no ha habido nada, a pesar de las provocaciones del enemigo, que se asemejase a revuelta, a amotinamiento o sublevación contra la autoridad del Gobierno. Al contrario, lo que se anhelaba era la protección, la tutela, la guía y dirección del Gobierno que, en círculo vicioso, había interceptado la misma psicosis colectiva.


¿Cuáles son los motivos objetivos del pánico? En primer término, la repulsa de nuestra población civil a caer bajo la dominación facciosa. Ello ha hecho que en el territorio leal se acumule una gran cantidad de gente, desproporcionada a sus recursos. El éxodo de la población civil —hombres, mujeres y niños— ante las fuerzas rebeldes e invasoras, es el mejor plebiscito que puede producirse a favor del Gobierno. Desafiando las inclemencias de la estación, los sufrimientos y privaciones, abandonando su patrimonio, condenándose a la expatriación y a la miseria, millares, millones de conciudadanos nuestros, de españoles, huyen del invasor y de las huestes a su servicio. ¿Se quiere una prueba más fehaciente de con quién está el sentimiento de nuestro pueblo? Además de esto, las represalias y persecuciones del norte, los fusilamientos de Santa Coloma de Queralt, como tantos y tantos malos tratos y horrores, han atemorizado en forma tal a nuestras gentes, que prefieren el riesgo de la muerte al de ser apresadas por el enemigo.


No menos influye la acción terrorista, cruel y despiadada de la aviación. Influye también el desconcierto producido por los sucesivos repliegues  a que se ha visto forzado nuestro Ejército ante la violenta acción ofensiva del enemigo.¿Nos ha cogido esto de sorpresa? No. ¿Qué medidas preventivas había tomado el Gobierno? Antes de comenzar la fase operativa del enemigo, el Gobierno, de acuerdo con las autoridades regionales —la generalidad- y locales, procedió a la evacuación voluntaria de la zona más directamente amenazada. Que esto no podía hacerse sin serias dificultades, lo comprenderán los Sres. Diputados, considerando que Cataluña estaba superpoblada a causa del aflujo de refugiados y evacuados de Cataluña misma y de otras regiones de España. El problema, con el tiempo, fue adquiriendo cada vez caracteres más espeluznantes y, ante tal situación, el Gobierno, invocando  razones de humanidad y ante el temor de complicaciones más graves, solicitó del Gobierno francés, poco después de la caída de Tarragona, que se admitieran en Francia de 100 a 150.000 emigrados —mujeres, niños y ancianos— y, de no ser posible en Francia, en Argelia o en Túnez, corriendo a cargo del Gobierno español su mantenimiento.


Atendiendo,  sin duda, a  la gran masa de  emigrados políticos  que Francia ha recogido en estos últimos años, estimó en un principio el Gobierno francés que no podía dar satisfacción a nuestra demanda. A lo sumo,  podría quizá recoger un número restringido de niños. Proponía  el Gobierno francés la creación de una zona fronteriza neutra, en que generosamente atendería a nuestros infortunados conciudadanos; mas los rebeldes no aceptaron tal propuesta, y ante su negativa, el Gobierno francés  accedió a dar entrada a un cierto número de mujeres y niños.  La aglomeración  de fugitivos hizo  que los minutos se  hicieran años, y los días transcurridos en conseguir mayores facilidades de tránsito, crearon un problema de obturación de los accesos a Francia, problema trágico que nunca degeneró en conflicto, por la cordura y sensatez del Gobierno. Importa subrayar esto, pues ha habido fuera quien ha interpretado los sucesos de los días pasados como un signo de falta de autoridad del poder estatal. Son éstos, posiblemente, los que creen que el orden público se crea y se mantiene con la fusta y el fusil. No es éste el criterio nuestro. El orden público se crea inspirándose, como nosotros lo hacemos,  en el sentir popular. Se mantiene por una acción suasoria y educadora, y sólo ante el ademán de rebeldía o el desmandamiento, puede y debe proceder el Estado con violencia desconsiderada, aplastando a quienes no se someten.

¿Es que íbamos nosotros a ametrallar a millares de niños y mujeres a quienes el miedo hacía huir, despavoridos, por caminos y montañas? ¿O es que no bastaba ver cómo preferían morir en la raya, de hambre y de frío, bajo la lluvia, antes que caer en manos enemigas?

Han  muerto  varios fugitivos.  ¿Y habíamos de asesinar  a nuestros desvalidos e infelices compatriotas, para dar a insensibles y a extraños una sedicente prueba de bárbara energía? De ninguna manera. Nuestra energía,  la energía del Gobierno es una energía racional, no de gestos fanfarrones y crueldades irremediables; la energía del gobernante que comienza por saber dar temple y contener sus energías, para evitar que el mañana no nos haga lamentar ligerezas impulsivas del hoy. Sépanlo quienes fuera de aquí no nos entienden o no tienen capacidad para entendernos. Y en tres días se ha resuelto un problema al parecer insoluble, sin efusión de sangre y sin más víctimas que aquéllas lamentabilísimas producidas por haber vivido unos días hacinados y a la intemperie.

Me place aquí ahora dar mis gracias más sentidas al Gobierno francés, por haber accedido, ante nuestras reiteradas instancias, a ampliar las  facilidades primeramente otorgadas, más allá de lo que entraba en sus previsiones y de lo que estimaba compatible con las conveniencias de su país.

España, que está segura de la buena acogida que han de tener sus asilados,  guardará un profundo reconocimiento, del que estoy seguro participarán incluso nuestros propios adversarios españoles, pues, al fin y al cabo, se trata de niños, mujeres y desvalidos hermanos nuestros.

Cierto que el taponamiento de estos últimos días no era sólo producido por niños y mujeres. Había muchos varones civiles y, por desgracia, muchos militares, soldados, clases oficiales y jefes. El Gobierno ha tomado muy severas medidas y las sanciones serán, lo han sido ya en parte, tanto más duras cuanto mayor sea la responsabilidad del cargo.

Y bien. ¿Cómo se explica este fenómeno? ¿Es que se ha desmoronado la moral de nuestro Ejército? No. El pánico cunde y se propaga como reguero de pólvora a la que se prende fuego y llega, a veces, a dominar al hombre más entero. Cincuenta días de un continuo batallar, sin relevo ni descanso, siempre ante fuerzas superiores y renovadas, con la oprimente sensación de inferioridad en recursos materiales, sensibilizan los nervios más acerados para la acción del pánico y, sobre todo, cuando el pánico está organizado. Porque no cabe duda que el enemigo, por medio de  agentes provocadores, ha  aprovechado  una situación  objetiva para, por medio de bulos e infundios, anonadar nuestra moral. Los bulos, las patrañas,  los infundios, han sido en  estos días nuestros peores enemigos dentro y fuera de España. No pudo el Gobierno contrarrestar debidamente sus efectos por carecer de instrumentos de relación con el público. Una radioemisión insuficiente, de escaso alcance, sin periódicos casi en los primeros momentos: eso era todo. Sólo la acción de los partidos y las organizaciones podían poner coto al daño. Y a ellos se acudió. Sin duda, a ellos se debe mayormente la mejoría de la situación.


Mas no hay que dormirse. Aún vela el enemigo y cada día lanzará su ponzoña, cuyos efectos hay que prevenir con una acción tenaz de esclarecimiento e ilustración del pueblo, con una propaganda intensiva, pero  propaganda de la verdad, que es la única que nosotros cultivamos. No faltarán, señores Diputados, sanciones para los que hayan incumplido su deber. Pero no olvidemos tampoco que habrá pocos ejemplos de un Ejército que, sin relevo ni descanso, haya resistido durante tanto tiempo una ofensiva continuada, en un desnivel de medios y fuerzas que empavorece el pensarlo. Quienes así se han portado no son unos cobardes: la prueba de ello es que, serenados y animados, vuelven al combate con brío  y entusiasmo. Y si algún extraño ha querido menospreciar a esos huidos, hagámosle saber que muchos de esos huidos, en su mayor parte, son combatientes que han luchado sin armas, que a veces han estado esperando que muera el compañero de al lado para recoger y usar el fusil. Y el no dotarles de armas no ha sido culpa de ellos ni del Gobierno español. A hombres así habrá que reprenderlos y castigarlos, duramente cuando sea preciso; pero no se les puede tratar como huidos y cobardes.

En fin, señores Diputados; la acción de todos, la atención prestada a la voz del Gobierno, han permitido sobrevivir a este amargo trance, que, de no haber sido superado hubiera acarreado grandes males. Ha sido el más grave peligro en que nos hemos visto envueltos; pero peores que los sucesos del frente han sido estos episodios de la retaguardia.

El frente. ¿Cuál es la situación militar? Examinémosla en sus antecedentes.

Reorganizadas las fuerzas que se encontraban en los frentes de Cataluña, después del desastre de los meses de marzo y abril del año pasado,  el Gobierno emprendió una serie de operaciones que intentaban aliviar la situación del Ejército de Maniobra y luego las del Ejército de Levante.  Fueron las primeras operaciones las de Balaguer y de la zona de Tremp. Fueron posteriormente las operaciones del Ebro. Ambas, en su resultado, con éxito, porque se habían logrado los fines propuestos. La última, incluso con un éxito brillante, porque se realizó una operación militar que seguramente dejará su nombre permanente en la historia guerrera de España. La operación del Ebro hubo que hacerla, era imprescindible hacerla, para salvar la situación de Levante. El Ejército de Levante, desgastado por sus continuas intervenciones, después de las operaciones  realizadas en el Maestrazgo,  estaba  seriamente  amenazado. Sagunto primero, Valencia, quizás Alicante después, estaban en peligro. Había que efectuar una operación militar que forzara al enemigo a desplazar grandes contingentes de la zona donde atacaba. Ello se alcanzó con la operación del Ebro y, al mismo tiempo, se logró hacer ver al mundo —que creía que nuestro Ejército se había deshecho, como quizás inocentemente lo cree también ahora— que teníamos un Ejército serio, superado, refinado y acerado precisamente por las contrariedades y los contratiempos.

Mas operaciones de esta envergadura dejan una huella, señores Diputados; y nosotros sufrimos grave quebranto en la indispensable e imprescindible operación del Ebro. ¿En hombres? Sí, pero fácilmente reponibles. Nuestras pérdidas no fueron tan grandes y aún había gente movilizable y deseosa de combatir. Pero en material también. Y éste ha sido siempre nuestro terrible y tremendo problema.


Nosotros, el Gobierno legítimo de España, hemos tenido siempre que adquirir y comprar el material clandestinamente y de contrabando. Y los policías que controlaban y que impedían este contrabando no eran sólo nuestros enemigos declarados o encubiertos, sino que eran también nuestros amigos, que ayudaban a bloquear nuestros puertos, conforme al acuerdo de Nyon, impidiendo que barcos extranjeros arribaran a ellos con las armas que nos eran imprescindibles.


Por razones que todos comprenderéis no puede hoy el Gobierno exponer cuáles han sido las dificultades, insuperables a veces, con que hemos  tenido que tropezar para vencer este obstáculo, porque, a medida que, con grandes esfuerzos, nosotros lográbamos completar parcialmente nuestro armamento, el enemigo, que tenía detrás la potente industria italiana y alemana a su disposición, recibía en exceso todo cuanto necesitaba,  más de lo que necesitaba. Nosotros,  a duras penas,  comprando aquí y allí —de contrabando, a veces, en Alemania e Italia hemos comprado armamento, ¿por qué no voy a decirlo?—, trayéndolo como podíamos, dificultades de todo género e incluso para el tránsito por los distintos países. Ésa ha sido nuestra terrible y tremenda odisea.


La guerra del enemigo es una guerra militar y diplomática —todas las guerras lo son. El enemigo necesitaba a fecha fija una serie de éxitos. El Gobierno español había demostrado y probado al mundo entero —toda persona honrada tenía que reconocerlo— que, en contra de esa propaganda tan bien montada, que hacía creer que nosotros éramos aquí una panda de facinerosos, el Gobierno era el legal y constitucionalmente legítimo, era un Gobierno de autoridad que había sabido dominar perturbaciones y extravíos que en todos los países se han observado, aun en cantidad muy superior a la nuestra, en condiciones parecidas, y los había sabido dominar con autoridad y sin extremar la violencia. Había probado al mundo que procedía, lo mismo en el interior que en el exterior, con la más absoluta y completa lealtad, que sus compromisos eran observados y que toda esa fábula que se había tejido en contra nuestra, el tiempo y la realidad se estaban encargando de deshacerla.


¡Ah!, ése era uno de los mayores instrumentos con que nuestros enemigos contaban para ahogarnos, para asfixiarnos, y ese instrumento se les iba de las manos.


Meses  y meses,  un año y otro,  hemos estado nosotros  mostrando al mundo, señalando  al mundo, que éramos objeto de  una agresión. Al principio no se nos hacía caso, y hasta es muy posible que algunos ingenuos  no nos creyeran. Después, ya no se podía prescindir de hacernos caso, pero se quería ganar tiempo, a ver si, mientras, se terminaba la guerra y se liquidaba este enojoso problema de España que amenazaba, según se decía, a la paz de Europa. Pero España persistía en su actitud, persistía porque sabía que se jugaba la vida y que era posible que la presión de la opinión pública, que la convicción que ya iba arraigando aún en los políticos menos sagaces de que el problema de España no era solamente un problema español, que todo eso cambiará la constelación política internacional, y que favoreciendo a España, no aliándose a España, no luchando con España, sino dando a España las facilidades a que España tiene derecho, las tornas se cambiarán y, lo que hasta entonces era una situación indecisa, pudiera convertirse en una situación definitivamente favorable a nuestra causa. Por eso era preciso producir un hecho, una situación de hecho, para una fecha determinada: para febrero. Y se acumuló material, y después de una farsa de retirada de extranjeros se acumularon nuevas Divisiones extranjeras y se hizo lo indecible para, cayendo aquí sobre un frente algo debilitado posiblemente en sus fuerzas y muy desgastado en su material, cortado y no posibilitado de un apoyo directo de la zona Centro Sur, en donde tenemos nosotros mayores disponibilidades de medios; para en este frente, por residir en él el Gobierno, por ser región en la cual se conectaba España con el Extranjero, ver si se nos estrangulaba de una vez y se liquidaba el problema español o, por lo menos, dar la sensación de que este problema estaba liquidado, y poder, si no llegar a una situación favorable para estos países enemigos o adversarios nuestros, por lo menos dar nuevamente largas al asunto, que es lo que se logró, que era lo que se buscaba.


Sabía muy bien el  Gobierno el peligro que le amenazaba. Antes de empezar  la ofensiva, yo llamé a los representantes de todos  los partidos y organizaciones, les previne y les dije: éste es el envite más fuerte que va a recibir nuestro Ejército; éstos van a ser los momentos más duros de la lucha, ¿podremos resistirlos? Técnicamente, es probable, seguro, si la moral de la retaguardia nos acompaña y ningún infortunio grave local hace que el frente se desplome. Tendremos que ceder seguramente terreno; quizá cedamos mucho terreno pero a nosotros, lo que nos interesa, es conservar la integridad de la organización del Ejército. Y preferimos sacrificar pueblos y kilómetros cuadrados de tierra, a poner en riesgo el Ejército mismo, porque ha de ser ese Ejército el que, provisto de más medios, en el momento en que podamos tenerlos, ha de salvar la situación. Grandes fueron los esfuerzos hechos por nosotros para dotar al Ejército de esos medios, y no han sido completamente estériles, aunque sí un poco tardíos quizás. Hemos podido burlar el bloqueo de la escuadra facciosa, de sus colaboradores italo-germanos y de los complacientes guardianes del acuerdo de Nyon, y de este modo hemos podido traer material, aunque muy a última hora, pero hemos podido traer material, un material que nos permitirá, si conservamos los nervios tensos, si la retaguardia resiste y trabaja con igual entusiasmo y sacrificio que los frentes, fijar una línea que el enemigo no rebase. Y la conservación de esa línea, y el mantenimiento de nuestro Ejército, será en su conjunto el fracaso de los propósitos del enemigo, el fracaso de su ofensiva y quizá el fracaso de todos sus planes.


Cayó Tarragona o amenazaba caer Tarragona muy a tiempo para los acuerdos de Roma. Cayó Barcelona, muy a propósito para fijar las posiciones de algunos gobiernos amigos. Todo eso se buscaba con la ofensiva. Pero nuestras líneas, que ceden ante el empuje enemigo, se mantienen; y yo he visto ayer mismo en el frente, combatientes que luchan con tesón y con denuedo. Hay gentes recuperadas, que han huido y que luego han vuelto dispuestos a hacerse matar por haber adquirido nuevos bríos, nuevo coraje, después de unos días en que han podido recapacitar y ver lo que les esperaba por un momento de debilidad.


Hay que fijar al enemigo en Cataluña, antes de perder el último trozo de terreno catalán, porque fijar al enemigo en Cataluña significaría la liquidación de la guerra a nuestro favor; y si tal no sucediera, representaría la prolongación indefinida de la guerra, con todos sus riesgos y todas sus consecuencias.

Yo he dirigido desde esta Cámara mis saludos a los combatientes en momentos más felices que éstos. Yo los reitero ahora y puedo asegurar a los Sres. Diputados que no lo merecen en estos instantes menos que entonces. Y hablando de la guerra yo no quiero dejar de mencionar un episodio glorioso. Me refiero al intento de ruptura del bloqueo enemigo por el contratorpedero español «José Luís Díez». Todos saben cómo ante fuerzas superiores y, después de haber sufrido algunos destrozos que le impedían la continuación de la marcha, se vio obligado a arribar a Gibraltar; todos conocen también por la prensa, cómo pudimos en Gibraltar,  con medios propios, proceder a una reparación sumaria del «José Luís Díez». Salió este barco de guerra español porque se apuraba ya el plazo que se había fijado por el Gobierno británico para permanecer en Gibraltar sin ser internado; y al salir, a trescientos metros de la costa, en aguas territoriales británicas, fue agredido  por fuerzas superiores. Los desperfectos ocasionados impidieron que continuara su marcha; los daños hechos al enemigo, lo mismo materiales que personales, fueron muy superiores a los que el «José Luís Díez» sufrió. El Comandante del barco y su tripulación vararon el barco; las autoridades militares británicas obligaron a la tripulación a abandonarlo y la colocaron en situación de  arresto. El Gobierno español ha dirigido, por esto, su más enérgica protesta al Gobierno británico. La tripulación estuvo durante varios días encerrada en un Cuartel de Gibraltar. Después, fue preguntada, primero colectivamente y luego individualmente cada uno de sus tripulantes sobre si optaban por ir a la zona facciosa o a la zona leal. Todos, primero colectivamente y después aisladamente, dijeron que estaban a las órdenes del Gobierno de la República. Se les dijo que debían salir de Gibraltar; ellos contestaron que no obedecerían más que las órdenes de su Gobierno, y que éste les ordenaba reintegrarse al barco y permanecer al cuidado y servicio del mismo. Pero los marinos españoles fueron coactivamente  forzados a embarcar en un buque de guerra británico, en el cual fueron tratados por sus colegas ingleses de la manera más amistosa y más cariñosa, y conducidos a Almería. Éste es el episodio del «José Luís Díez» en el cual hay mucho de heroísmo y también hay muchas otras cosas que yo no puedo calificar.


Cuando se hace una guerra, Sres. Diputados, se busca llegar a la paz; se busca llegar a la paz, siempre, pero sobre todo, cuando la guerra no se ha querido, cuando la guerra ha sido impuesta. Y la paz nunca se logra exclusivamente en el terreno militar, sino que se logra cultivando un factor psicológico entre los combatientes de la parte adversaria y cultivando también, o difundiendo en el orden internacional, el problema de la cuestión que se defiende. Éste ha sido el afán, desde el primer momento, del Gobierno español: el hacer ver al mundo qué es lo que aquí se disputaba, el hacer ver a nuestros conciudadanos del otro lado, amigos o enemigos, cuáles eran nuestros propósitos. Porque, no nos hagamos ilusiones, señores Diputados: nosotros, los españoles, no luchamos, no estamos metidos en una guerra civil por una cuestión de ideas, por un problema ideológico o político; no, nosotros estamos luchando por la independencia de nuestro país, que sabemos que, de no triunfar nosotros, será avasallado y explotado por extranjeros. Pero los términos reales del problema son de una categoría superior, por muy superior que sea para nosotros en los términos en que como españoles está planteado. Lo que actualmente se disputa en el mundo es la hegemonía de un imperialismo totalitario, brutal, despótico y desconsiderado, de un lado, y la pervivencia de unos países y de unas grandes potencias democráticas con un sentido de comprensión y de convivencia. Es la disputa entre dos civilizaciones: los veinte y pico siglos de civilización cristiana y helénica y una nueva aparición que ha habido en la Historia, que se asemeja mucho a ciertos reflujos de barbarie, que también ha conocido la Historia del mundo. Y hoy, en la lucha que nosotros sostenemos en España, estamos defendiendo, no solamente los intereses de España sino los de otros países, que no sólo no nos ayudan y no nos han ayudado como debieran, sino que han constituido en nuestra lucha uno de los principales estorbos.  Era  misión  del Gobierno  español, tratar  de mostrar a estos  países neutrales y amigos, no sólo dónde estaban sus intereses, sino lo equivocados que se hallaban al dejarse arrastrar por las maniobras de nuestros enemigos, que tendían a hacerles creer que aquí simplemente se trataba de si la tendencia o el régimen de España se había de dar, había de ser éste o el otro. Mucho se ha logrado en este sentido, bastante se ha logrado; en la práctica, por desgracia, hasta ahora muy poco. Nosotros quisimos demostrar que en la lucha por nuestra independencia, como tales españoles, nos bastábamos solos, y que no cabía la argucia de sostener que  si había un auxilio extranjero, por parte de nuestros adversarios, también aquí había una colaboración y un auxilio de elementos extranjeros. El Gobierno español fue a Ginebra y dijo: Puesto que no se llega a una solución definitiva del problema de la retirada de los llamados voluntarios, nosotros que hemos aceptado ese plan, puesto que continuamente se van buscando plazos y se van prolongando las cosas sin llegar a una solución definitiva, nosotros ofrecemos y nosotros retiraremos a los voluntarios extranjeros, y pedimos, además, un control y una inspección de la Sociedad de Naciones. Todos conocéis el «rapport» de la Comisión internacional que vino a España, todos sabéis con cuánta lealtad, corrección y honradez procedió el Gobierno español.


Reconocido esto, reconocido por otra parte (ya nadie lo niega, el primer Ministro británico lo acaba de decir en la Cámara inglesa) que aquí en España no se trata de una lucha civil, sino que se ventila una lucha contra países o contra potencias que han intervenido en España, lo lógico y lo natural, era que se nos reconocieran nuestros plenos derechos y que pudiéramos adquirir los medios que necesitamos para defendernos. Pero nosotros tenemos derecho a más; tenemos derecho, conforme a pactos que nosotros hemos firmado y que a todos obligan, a una ayuda eficaz y positiva, económica y financiera, material, con soldados, si ello era preciso. De eso nada se ha hecho, y no se ha hecho nada, por salvar la paz en Europa.

¿Por cuántos días se va a salvar de esa manera la paz de Europa? Por salvar la paz de Europa se dejó devorar a Austria. Por salvar la paz de Europa se ha dejado descuartizar a Checoslovaquia. ¡Cuántas cosas no se han hecho por salvar la paz de Europa! ¡Ah!, pero si el imperialismo totalitario sigue por ese camino, ¿es que con los sacrificios hechos por los países democráticos, cuando se trate de agresiones a ellos mismos, cuando se trate de agresiones a sus propios intereses, van a estar esos países democráticos, después de consentidos tales sacrificios, en mejores condiciones para poder defender su causa particular? ¿Es que si llegara (por ventura no llegará) el momento de que España fuera una sacrificada más, por salvar la paz de Europa ante el mundo (las demandas que el pueblo italiano hacía acogiendo el discurso del Duce nadie ignora que son la pretensión y las aspiraciones de los dirigentes de la política italiana),  se encontraría las grandes potencias en mejores condiciones de resistir las demandas de Italia?¿Es que es un elemento despreciable una nueva frontera con dos millones de soldados que se han batido en la guerra, quizá con un objetivo común de odio que pudiera ese resultado de la guerra forjar? ¿Es que es ésa una mejor situación para defender la propia causa? No creo yo que pueda llegar la ceguera a tanto, en espíritus tan esclarecidos, tan abiertos y de una penetración tan grande como los de los dirigentes franceses e ingleses y de otras figuras que dirigen los intereses de las potencias más importantes del mundo; no creo que pueda llegar la ceguera a tanto como para creer que con la estrangulación de España bastaría para saciar un apetito que cada vez, a medida que más se trata de aplacar, es más devorador.

Toda  nuestra  conducta ha  sido la de probar,  la de tratar de hacer ver cuál era el verdadero significado internacional de nuestra causa. Es aquí,  en las estribaciones  del Pirineo, donde ahora  se está marcando y se marcará definitivamente cuál ha de ser la orientación que siga el mundo y si habrá unos dominadores absolutos del mundo, o el dominio del mundo se ha de compartir entre todas las potencias.

En todos los órdenes hemos dado nosotros pruebas de nuestra civilidad, sentido comprensivo y democrático. Perdón a aquéllos que por delitos políticos podían haber sido condenados a la última pena, o habían sido condenados a la última pena, pidiendo una contrapartida primero, y aplazando indefinidamente la resolución ante la negativa de nuestros adversarios, después. Todo esto han sido evidentes posiciones ganadas por el Gobierno español y por la causa de España, y todo era a su vez motivos para forzar, lo más rápidamente posible, una solución en el orden militar y guerrero.

Grave error ha sido el de Alemania e Italia al creer que lo que pudieran ser sus intereses legítimos, podían haber encontrado una valla o un obstáculo en el régimen que pudiera tener libremente España. España no pide más que gobernarse a sí misma; España no quiere crear dificultades o conflictos a la solución de ningún problema internacional y así lo ha hecho saber en la forma en que se deben hacer saber estas cosas en los momentos oportunos.

Los  señores  Mussolini  y Hitler, a  quienes yo no  puedo negar una gran audacia, no puedo negar una gran continuidad de pensamiento, no puedo negar que son hombres de Estado que saben lo que quieren, porque aunque sean enemigos nuestros y no puedan contar con nuestra estimación,  desde luego no son de esos sujetos por los cuales se pueda sentir desprecio, han errado al colocar su causa al lado de nuestros adversarios y al situar sus intereses al lado de los intereses facciosos, porque con ellos no está el pueblo español, y aunque ellos triunfarán la guerra  seguiría de manera permanente, de  manera continua y no podrían sacar el fruto que esperan de su victoria.


Desde hace más de un año, desde el comienzo, viene el Gobierno reclamando una intervención que eliminase al invasor extranjero, seguros de que entre españoles la inteligencia sería rápida, sería básica, y esto es tanto más seguro después de haber pasado dos años de dura guerra y de terribles pruebas. Además, en las ocasiones en que yo he hablado en nombre del Gobierno, en los puntos señalados como fines de guerra del Gobierno, en todos ellos se resumen cuáles son las posibilidades, cuáles son las necesidades que nos pueden llevar a una tranquilización, a una pacificación de España. Todo ello puede resumirse, puede condensarse en tres tipos, en tres clases de garantías.


Primera garantía: la garantía de la independencia de nuestro país y de la libertad contra toda clase de influencias extranjeras. ¿Hay españoles que no acepten este principio? ¿Hay extranjeros que no reconozcan que es principio legítimo?

Segunda garantía: la garantía de que sea el pueblo español mismo el que señale cuál ha de ser su régimen y cuál ha de ser su destino. ¿No es esto legítimo? ¿No es esto fundamental? ¿No merece la pena luchar hasta el fin por este principio?

Tercera garantía: la de que, liquidada la guerra, habrá de cesar toda persecución y toda represalia, y esto en nombre de una labor patriótica de reconciliación, base necesaria para la reconstrucción de nuestro país devastado.  ¿Es que habrán de seguir los españoles divididos en sectores enemigos, hostigándose continuamente, triunfara quien triunfara? ¿Es que puede así recuperarse y regenerarse España?


El que España siga dividida en sectores enemigos no puede interesar más que a aquéllos que quieran explotarla y someterla a un permanente servilismo. Esto es lo esencial, lo indispensable, lo que todo español puede y debe suscribir, esté situado donde esté, para llegar al fin de esta terrible, cruenta y fratricida guerra. Quien busque lo contrario, no es patriota ni es español. Si el problema que ahora se está debatiendo en España no fuera más que una cuestión de régimen, no merecería seguir adelante en la guerra; pero es algo más. El problema es el de ver si ha de seguir subsistiendo España como tal país, o no. Nuestro país, sometido a un influjo y a una dominación extranjera de países que emplean los sistemas que preconizan y practican alemanes e italianos, caería, al cabo de algún tiempo, quizá antes de una generación, y a pesar de la formidable personalidad potencial de España, en una desarticulación completa y borraría quince siglos de Historia de un solo trazo, no quedando de España más que el nombre en los papeles y en los libros.

A mí me horripila pensar lo que significaría el triunfo de alemanes e italianos en nuestro país, explotando nuestro suelo y nuestro territorio, aquí donde no necesitan el empleo de grandes capitales para sacar directamente el jugo de su trabajo, encontrando ya terreno donde situar a esos millones de italianos que en sus tierras les sobran y que en Abisinia no pueden emplear por falta de capitales, convirtiendo así este país nuestro en una nueva colonia. Y me horripila pensar lo que sucedería en España donde siglos de incultura no han permitido que arraigue un profundo sentido nacional que, felizmente, ha hecho resucitar la guerra; lo que sucedería al cabo de una o dos generaciones de dominio de este dominio maquiavélico y cruel a la vez, que haría que los siglos que nos han soldado  no sirvieran de nada y que todo esto que tiene una raigambre común, se desvaneciera. Somos muy varios los españoles para no temer que, ante una dominación semejante, nuestra personalidad no pudiera con el tiempo desvanecerse para recobrar luego un puesto en la Historia. Puede costar muchos siglos, muchas generaciones, y para eso tenemos que luchar hasta el último aliento. Lucharemos aquí en Cataluña y conservaremos Cataluña, lo que nos reste de Cataluña, y si perdiéramos el territorio de Cataluña, ahí nos queda esa Zona Centro-Sur donde tenemos centenares de miles de luchadores deseosos de seguir adelante mientras se luche por estas causas fundamentales que merecen el sacrificio de la vida e incluso el que una nación desaparezca por ellas, deseosos  de luchar  hasta esos extremos  y seguros de que, luchando  por esa causa, habremos de llegar a buen fin; porque, en último término, los pueblos no viven solamente de las victorias, sino que viven también del ejemplo que hayan sabido dar a las generaciones en momentos de adversidad y en momentos de desgracia, y el ejemplo que de la Historia se recoge es fecundo para la vida de un pueblo y es también, a veces, indispensable para que vuelva a resucitar lo aparentemente muerto.
Por  estas  cosas esenciales,  fundamentales para España,  como para todo país, por su  independencia, por la liberación  del pueblo español, porque sea él mismo el que señale y fije su rumbo y su destino, y, en último término, por que esta lucha fratricida no deje huellas de rencor  renovadas por persecuciones y por represalias, por esto es por lo que el pueblo español lucha y por lo que este pueblo magnífico triunfará. (aplausos).





Scherezada Jacqueline Alvear Godoy

Desertores soviéticos

Hubo momentos en la historia de la Unión Soviética en que altos oficiales se volvieron en contra del estado revelando datos importantes a países enemigos. Recordamos los casos de tres hombres que se atrevieron a desafiar el estado socialista, ya fuera por miedo o por motivos ideológicos.

Guénrij Liushkov: el chequista que huyó a Tokio

Hasta 1938, Guénrij Liushkov (1900-1945) no tenía motivos para quejarse de su vida o su carrera en la Unión Soviética. Oficial de éxito en el NKVD- la agencia de la policía secreta- encabezaba el sector local de esta organización en el Lejano Este soviético. Liushkov participó activamente en el Gran terror estalinista: como escribió el historiador Joseph Telman, fue bajo su mando que las represiones en el Lejano Este llegaron a su apogeo.
Las cosas cambiaron cuando Liushkov se vio amenazado. Las autoridades le convocaron a Moscú en mayo de 1938. Dado que las posiciones de su patrón Nikolai Yezhov, el jefe del NKVD, se habían debilitado, Liushkov entendió que en Moscú le esparaban solo el arresto y la muerte. Así que decidió huir a Japón, que estaba a un paso de la guerra con su país.
En junio de 1938 cruzó la frontera de Manchuria, bajo el control de los japoneses, y se fue a Tokio, donde expresó sus ganas de cooperar con el servicio de inteligencia japonés. “Estoy dispuesto a dedicar el resto de mi vida a la lucha contra el estalinismo”, declaró. No parece, observa Telman, que los japoneses creyeran en su sinceridad, pero en cualquier caso les supondría una inestimable fuente de información.
Liushkov reveló todos los datos que poseía acerca del ejército soviético y los servicios de inteligencia en el Lejano Este. Gracias a su testimonio, los japoneses supieron que el grupo del ejército soviético en la frontera era mucho más extenso de lo que pensaban y por eso abandonaron sus planes de atacar la URSS. Además, con la ayuda de Liushkov, los japoneses lograron trazar dos planes de asesinato de Stalin (la “Operación Oso”). Ambos proyectos de asesinato resultaron fallidos, pero los japoneses apreciaron el entusiasmo de Liushkov, reconociéndolo como a un hombre inteligente y trabajador.
El chequista fugado continuó sirviendo a Japón hasta el final de la Segunda Guerra Mundial trabajando como especialista en Asia Oriental y la URSS. En 1945, con la rendición de Alemania y la declaración de guerra a Japón por parte de la URSS, Liushkov fue enviado al Ejército de Kwantung. Se le perdió el rastro en agosto de 1945, cuando fue visto por última vez en Dairen (hoy Dalian, China). Aunque su fin no queda muy claro, la mayoría de historiadores rusos considera que los japoneses lo mataron en cuanto comprendieron que la derrota era inevitable. Al fin y al cabo, Liushkov sabía demasiado como para que Tokio lo soltara a sus anchas.

Arkadi Shevchenko: diplomático, espía, emigrado

En 1975, Arkadi Shevchenko (1930-1998), secretario general adjunto en las Naciones Unidas, ciudadano soviético, pidió asilo político en los EE UU a Daniel Patrick Moynihan, embajador estadounidense en las Naciones Unidas. Moynihan, bastante sorprendido, informó de esta solicitud a la CIA. Los agentes convencieron a Shevchenko de que antes de dejar su patria socialista tenía que ayudar el gobierno estadounidense. Así, Shevchenko se convirtió en el espía estadounidense de más alto rango durante la historia de la Unión Soviética.
Antes de que cambiara de sentimientos, Shevchenko había sido un diplomático de éxito. Tenía un trato cercano con Andréi Gromyko, el ministro de Asuntos Exteriores soviético entre 1957 y 1985. Según las memorias del alto mando del KGB Ígor Peretrujin, Gromyko no tenía reservas con Shevchenko y discutía con él en detalle no solo la política exterior soviética, sino también los secretos más oscuros del Politburó (la autoridad soviética), tales como futuros nombramientos, estado de salud de sus miembros, etc. Desde 1975 hasta 1978, Shevchenko estuvo transmitiendo toda esta información a la CIA.
El KGB empezaba a sospechar de él, de modo que Shevchenko pidió que los EE UU le ofrecieran asilo, tal y como pasaría en marzo de 1978. En el exilio escribió unas memorias tituladas Breaking Up With Moscow (Rompiendo con Moscú), donde intentaba explicar sus motivos. Según el libro, hacia mediados de los 70, Shevchenko se había decepcionado del todo con el hipócrita sistema socialista e, incapaz de cambiar el estado desde dentro, decidió que lo combatiría revelando datos secretos a Occidente.
Por su parte, algunos oficiales soviéticos que le conocían afirmaron que a Shevchenko no le importaba sino su confort personal y que estaba seducido por la idea de llevar una vida más lujosa y libre en Occidente. Se pasó el resto de su vida en los EE UU y murió de cirrosis en 1998.

Oleg Gordievski: el hombre de Londres en Moscú

En 2007, durante la recepción honorífica brindada en el cumpleaños de la reina Isabel II, Gordievski fue pomposamente nombrado "Compañero de la más distinguida orden de San Miguel y San Jorge" (Companion of the Most Distinguished Order of Saint Michael and St George, CMG) por sus "servicios a la seguridad del Reino Unido". El tradicional periódico The Guardian señaló que se trataba del mismo que el otorgado a su ficticio colega de la guerra fría, el agente 007 James Bond."

En su entrevista para Radio Svoboda, Oleg Gordievski (nacido en 1938), un excoronel del KGB y durante mucho tiempo agente secreto británico, recuerda que fue la invasión soviética de Checoslovaquia lo que le desencantó en los valores soviéticos y en su trabajo. Gordievski contactó por primera vez con el MI6 en 1968 y empezó a trabajar para Occidente. Su colaboración fue especialmente valuosa en 1982, cuando fue designado agente residente en Londres para el KGB, encabezando el trabajo secreto soviético en la Gran Bretaña.
Vladímir Semichastni, el exjefe del KGB, calificó los actos de Gordievski como los más nocivos para la seguridad estatal en los últimos años de la época soviética. Por otra parte, como antiguos agentes del MI6 afirman, la información que reveló Gordievski ayudó a Margaret Thatcher y Ronald Reagan a entender mejor la política soviética y, así, a terminar la Guerra Fría. “Para mí era importante proteger la civilización occidental. Esto es en lo que estaba pensando”, diría más tarde el agente doble
Hacia 1985, las autoridades soviéticas habían descubierto que Gordievski era un espía. Fue convocado a Moscú, donde el KGB lo interrogó. Aunque lo drogaron, Gordievski no confesó nada y el KGB le dejó vivir en Moscú. Con la ayuda de agentes del MI6 se escapó a Finlandia. Parecía una escena sacada de una película de espías: los agentes lo pasaron por la frontera metido en un contenedor. De Finlandia se fue a Gran Bretaña, donde sigue viviendo. Dice en sus entrevistas que no se arrepiente y que no le molesta que Rusia no haya abolido todavía su sentencia de muerte, que el gobierno soviético le declaró en 1985.

Nota periodística 

En 1985, con la ayuda de la inteligencia británica, el único agente doble descubierto por la KGB se escabulló de sus garras y salió con vida de la Unión Soviética.
Oleg Gordievsky, nació en el seno de una familia de tradición en la KGB. Pero desde temprano rechazó el ideal de hombre comunista. Se declaró británico desde que empezó a trabajar con la inteligencia de ese país en 1973. 
Desde orillas opuestas la historia se escribe distinto. En Rusia, Oleg Gordievsky es un traidor condenado a muerte, sin importar que haya cometido sus delitos hace más de 30 años en épocas del comunismo. Mientras tanto, en el Reino Unido, un país al que le profesó su lealtad hace décadas, y donde vive actualmente, es un héroe. Solitario y paranoico a sus 77 años, pero héroe.
Su destino parecía trazado. Gordievsky reunía las condiciones para llegar alto en el régimen comunista. Desde niño se destacó como deportista y estratega, y fue miembro de la Liga de la Juventud Comunista. Una vez graduado del Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú se enroló en la KGB en 1963, tal como habían hecho su padre y su hermano mayor. Pero algo no cuadraba. Era rebelde y cuestionaba los ideales comunistas, y lo sacaban de quicio las hipocresías de la dirigencia del partido.
Esa realidad lo atropelló en 1966. Salió de la Unión Soviética como diplomático y llegó a Dinamarca. En Copenhague accedió a literatura y música vetada en su país, y entendió los límites de la censura. Gordievsky le dijo al diario londinense The Times: “Allá conocí la verdad sobre el mundo, Europa y la Unión Soviética. Se nos decía que vivíamos en la mejor sociedad pero la pobreza y la ignorancia eran enormes”.
Cuando la URSS invadió a Checoslovaquia en 1968 para extinguir la Primavera de Praga, un movimiento que pretendía avanzar hacia un socialismo no totalitario, la brutal incursión radicalizó a Oleg: “El ataque contra esa gente inocente me hizo odiar el sistema comunista”, aseguró. Gordievsky sabía que la PET, la inteligencia danesa que trabajaba de la mano con los británicos, monitoreaba los teléfonos cercanos a la embajada soviética. Por eso se despachaba contra el régimen soviético en sus conversaciones telefónicas con su primera esposa. De ese modo hizo que la inteligencia de Occidente lo notara, pero sus señales de humo tomaron tiempo en surtir efecto.

Volvió a su base en Moscú por unos meses, pero regresó a Dinamarca con un cargo más alto en 1972, y la inteligencia danesa aprovechó el momento para sugerirlo a los británicos del MI6 como un posible agente doble. Standa Kaplan, un checo que había desertado del este y que Gordievsky conocía, sirvió de enlace. Días después un diplomático británico lo buscó en las canchas donde jugaba squash. 
En 1973 Gordievsky selló su alianza con el MI6 y estableció sus condiciones: protección para sus contactos daneses de la KGB, que no lo grabaran en secreto y, ante todo, que no le pagaran un centavo, pues “lo hacía por convicción ideológica”. Bajo estas reglas el espía compartió información sensible durante años. Tanto, que era necesario dosificar su uso para no evidenciar la fuente. Y mientras el tiempo de Gordievsky en Dinamarca se agotaba, su vida personal cambiaba. Su primer matrimonio terminó, pero se enamoró de Leila Aliyeva una compatriota a la cual jamás le confesó su actividad secreta. Se casaron al regresar a Moscú en 1978 y tuvieron dos hijas.

Pero antes de regresar a la URSS, Gordievsky y el MI6 trazaron dos planes de emergencia, uno de los cuales le salvaría la vida. Si el agente tenía información urgente para los británicos, aparecería con una gorra de cuero en un lugar determinado de Moscú a las siete de la noche de un martes. Si en cambio aparecía en el mismo lugar y hora sosteniendo una maleta, pedía ser rescatado. Gordievsky sabría que el mensaje había sido recibido si un hombre pasaba al frente suyo comiendo una barra de chocolate. Para su rescate, Gordievsky debía llegar por su cuenta a la carretera entre Leningrado y Víborg, el sábado siguiente a las 2 y 30 de la tarde. Allá, a 21 kilómetros de la frontera finlandesa, lo recogería un automóvil diplomático, inmune a las requisas, que lo sacaría del país.
En Moscú, Gordievsky detuvo sus informes, pero pactó reactivarse al salir de la Unión Soviética. Esto sucedió el 28 de junio de 1982, cuando fue designado consejero de la embajada soviética en Londres, una sorpresa para el MI6, que no dudó en aprobar la visa. El cargo le exigía reclutar agentes para la causa comunista, la fachada perfecta para hacer lo contrario: proveer a los británicos de inteligencia que revelara el funcionamiento de la KGB. “Quería romper el sistema soviético: el Comité Central, el Politburó, la KGB”, aseguró. Mientras tanto, sus superiores soviéticos en Londres caían uno a uno con complicidad de la justicia británica. Así, en 1985, Gordievsky se convirtió en el ‘rezident’, el soviético de mayor rango en Inglaterra.

Y aunque su intención era desmontar el régimen que detestaba, sus informaciones lograron reducir la paranoia que reinaba entre dos superpotencias con el poder de destruir el planeta. Según The Times, el que Margaret Thatcher haya visto en Gorbachov alguien con quien podía hablar y negociar se debió en gran parte al trabajo de Gordievsky.

La chocolatina y la zozobra

Ambos lados de la cortina de hierro contaban con informantes. Y si bien Gordievsky neutralizó a Michael Bettaney, un agente de contrainteligencia británico que por dinero ofreció información a la URSS y pudo haberlo expuesto, no lo logró con el estadounidense Aldrich Ames. Este, agente de la CIA, pactó un trato de 7 millones de dólares con los soviéticos, y en 1985 delató uno a uno a los agentes que cooperaban con el enemigo.
Moscú llamó de vuelta a Gordievsky para “confirmar su estatus como ‘rezident’”. MI6 le dijo que podía quedarse en Inglaterra y retirarse con la conciencia de haber aportado bastante, pero Gordievsky regresó. Y desde que llegó a su apartamento se sintió extraño. El candado que él nunca ajustaba en su departamento estaba con seguro y sus compañeros en el trabajo lo evitaban. Gordievsky sospechaba que algo venía, hasta que su jefe directo lo convocó a una reunión que resultó más un interrogatorio forzado. Lo drogaron pero no obtuvieron lo que querían. “Ha sido usted muy maleducado con nosotros camarada”, al despertarse le dijeron dos hombres al otro día, “ya confesó, solo hágalo de nuevo”. Frente a su negativa, y para su sorpresa, lo dejaron libre. Desde ahí, vigilado 24 horas al día, perseguido como una carnada que esperaban se delatara, pero libre. 
En ese momento Gordievsky envió a su familia a unas vacaciones en el mar Caspio, prometiendo que llegaría luego. Pero sabía que mentía. Y como siete años antes se había acordado, activó el plan de rescate. Reunió coraje para llegar al lugar pactado, cargando la maleta, un martes a las siete de la noche. Para su alivio, vio a un hombre comiendo chocolate al frente suyo. Desde ahí solo era cuestión de sobrevivir la angustia hasta el sábado, escabullirse del seguimiento de la KGB y contar con que la MI6 cumpliera su parte. Y así lo hizo. 
Los agentes del MI6 montaron una fachada elaborada según la cual una pareja de sus agentes saldría de un coctel de bienvenida al nuevo embajador británico en Moscú en la noche del viernes. La mujer fingiría un malestar que le exigía un tratamiento en Helsinki, y por esto viajarían en la mañana hacia Finlandia. Otra pareja de agentes los acompañaría, con bebé a bordo, para fortalecer la coartada. Recogerían a Gordievsky a 21 kilómetros de la frontera. Extraerían a alguien de la Unión Soviética como nunca antes se había logrado. 

Entre la noche del viernes y la mañana del sábado todo fue zozobra para Gordievsky y sus rescatistas. El espía, paranoico, tomando ron y tranquilizantes, debió encadenar varios buses, paradas, y fingir malestares para poderse bajar cerca del lugar clave, mientras que los agentes británicos luchaban contra el temor de que en la frontera todo se viniera abajo. Y a pesar de todo lo que pudo salir mal, de que los rusos siguieron los autos de los rescatistas constantemente y solo una ventana de un par de minutos permitió que recogieran al espía, el plan funcionó. El espía doble se escabulló de la KGB y es el único que, a pesar de haber sido descubierto, vive para contarlo.

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