Ateneo Español de México; escritos anti-fascistas.-a


Soledad  Garcia  Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes


II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura.

El II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura tuvo lugar entre el 4 y el 17 de julio de 1937, durante la guerra civil española, en tres ciudades de la España republicana (Valencia, Madrid y Barcelona) y en París, con el apoyo de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. La iniciativa gubernamental republicana partió del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes de España, del que era responsable el comunista Jesús Hernández Tomás, que nombró secretarios a los poetas Emilio Prados, Arturo Serrano Plaja y Juan Gil-Albert.

Antecedentes

Esta segunda reunión tuvo su antecedente en el I Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura celebrado en París del 21 al 25 de junio de 1935,​ con la asistencia de 230 delegados pertenecientes a 38 países.
El Segundo Congreso fue inaugurado por el presidente del gobierno republicano Juan Negrín2​ el 4 de julio de 1937 en la Sala de Sesiones del Ayuntamiento de Valencia. También se celebraron sesiones en Madrid (los días 5, 6, 7 y 8 de julio) y en Barcelona (el día 11). Fue clausurado en París el 16 y 17 de julio de aquel año 1937. Se ha considerado «el acto de propaganda intelectual más espectacular realizado por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes durante la guerra civil española»

Asistentes

Asistieron al congreso en torno a 110 delegados de 28 países,4​ entre ellos los siguientes:


Alemanes

Heinrich Mann
Lion Feuchtwanger
Erich Weinert
Willy Bredel
Anna Seghers
E. E. Kisch
Paul-Louis Landsberg
Ludwig Renn
Maria Osten
K. Stern
Gustav Regler

Belgas

Denis Marion

Franceses

André Malraux
André Chamson
René Maran
Tristan Tzara
Claude Aveline
Julien Benda

Holandeses

Nico Rost
Johan Brouwer
Jef Last

Ingleses

Valentine Ackland
W. H. Auden
John Strachey
Silvia Townsend Warner
Montagu Slater
Franc Pitcairn
Humphrey Spender

Italiano

Ambroglio Donini


Noruegos

Nordahl Grieg
Lise Lindbæk

Portugués

Jaime Cortesão

Soviéticos

Vsévolod Vishnevski
Mijaíl Koltsov
Alekséi Tolstói
Agnia Bartó
Iliá Ehrenburg
Vladímir Stavski

Sueco

Erik Blomberg

Suizos

Hans Mühlestein



Idioma español.

Argentinos

Raúl González Tuñón
Cayetano Córdova Iturburu
Pablo Rojas Paz

Chilenos

Pablo Neruda
Vicente Huidobro
Alberto Romero

Costarricense

Vicente Sáenz Rojas

Cubanos

Juan Marinello Vidaurreta
Nicolás Guillén

Danés
Martin Andersen Nexo

Españoles

Antonio Machado
Jacinto Benavente
Julio Álvarez del Vayo
Ricardo Baeza
Margarita Nelken
María Teresa León
José Bergamín
Corpus Barga
Rafael Alberti
Tomás Navarro Tomás
León Felipe
Emilio Prados
Arturo Serrano Plaja
Juan Gil-Albert
Miguel Hernández
Lorenzo Varela
Antonio Sánchez Barbudo
María Zambrano
José Herrera Petere
Antonio Aparicio
Eduardo Vicente
Ramón Gaya
Miguel Prieto
Pompeu Fabra
Josep Pous i Pagès
Emili Mira i López
Julio Bris González
Estadounidenses
Malcolm Cowley
Langston Hughes
Anna Louise Strong

Peruano
César Vallejo

Mexicanos

José Mancisidor
Octavio Paz
Elena Garro

Ateneo Español de México.



Va a hacer 77 años que el «Sinaia», el primer barco cargado con refugiados de la Guerra Civil española, llegó a las costas de Veracruz procedente de Francia. En él iban 1.681 personas entre las cuales se encontraba el poeta Pedro Garfias, quien describió desde cubierta el «delgado junco –de acero fiel–» que iba uniendo a España con México. Más de 20.000 españoles llegarían en los años siguientes, empujados por la decisión insólita del presidente Lázaro Cárdenas de acogerlos sin condiciones. Con ellos vino una pléyade de escritores, filósofos y artistas que, a falta de patria libre, habría de iluminar el mundo cultural mexicano.
Aquí fundaron colegios y centros culturales, con el fin de tener trabajo pero también de continuar proyectos, investigaciones e ideas que empezaron a quedar truncas un día del verano del 36. De las escuelas, solo sobreviven el Colegio Madrid y el Instituto Luis Vives; del resto de instituciones, el Ateneo Español de México, fundado en 1949. A duras penas.
El pasado diciembre, Carmen Tagüeña, su presidenta, lanzó un grito de auxilio a través de la prensa: el Ateneo, actualmente el centro de documentación sobre el exilio más importante del mundo, con casi siete mil títulos y miles de originales integrados por fotografías, pasaportes, folletos y publicaciones de la época, está en peligro de extinción, agobiado por sus magras finanzas.
De sus casi 2.000 socios, cuenta Tagüeña a ABC, los que pagan –una cuota de mil pesos al año, poco más de 50 euros– no llegan a 200. Con eso y los casi 6.000 euros que aporta anualmente el Ministerio de Empleo y Seguridad Social de España no les llega para mantener los sueldos de la bibliotecaria, una secretaria, una becaria y un conserje. «Necesitamos al año el triple de lo que tenemos». En su auxilio acudió pronta la Secretaría de Educación Pública mexicana, pero, aclara Tagüeña, su aporte es solo para proyectos puntuales, por ejemplo la digitalización de archivos.
Tras la crisis económica, que los dejó sin los fondos que recibían de la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo, se han mantenido a flote «de una manera muy discreta» gracias a la Universidad Nacional de Educación a Distancia y la Consejería de Educación de la Embajada Española, con quienes comparte sede en una espléndida casona porfiriana de la Ciudad de México.

«Tribuna libre y puerta abierta»

Carmen, hija del general Manuel Tagüeña, quien comandaba a las tropas republicanas en la batalla del Ebro y organizó la retirada a Francia y quien más tarde renegaría del comunismo tras vivir en el Moscú de Stalin, recuerda que con la llegada de la democracia en España, muchas de estas asociaciones republicanas acabaron, pero no así el Ateneo.
 «No cierra porque desde el principio nunca tuvo un cariz político, sino cultural», explica. «Régimen de tribuna libre y puerta abierta», era su lema.
Para España, el recuerdo de los «transterrados», como los llamó José Gaos, es una oportunidad de recuperar los aciertos del pasado, entre ellos, dejar a un lado la lucha fratricida. «La inmigración española», recuerda Tagüeña, «se tiene que someter a las leyes mexicanas, que prohibían meterse en política». So pena de aplicárseles el artículo 33 de la Constitución, los republicanos de la Guerra hubieron de prosperar al margen de diferencias ideológicas. El destierro español es hoy una red de sangre fundida en el país de acogida. El «hilo fino» entre España y México al que cantó Garfias es hoy una red de hijos, nietos, bisnietos y tataranietos entretejida en el presente mexicano. El Ateneo es su memoria.

Archivo Bernardo Giner de los Ríos, un acervo único.

El archivo de Bernardo Giner de los Ríos, donado por su familia al Ateneo Español de México el pasado 14 de marzo, supone un «acervo imprescindible y único sobre los republicanos españoles», en palabras de Carmen Tagüeña. Los documentos dan cuenta de la intensa vida intelectual que mantuvo en su exilio americano, primero en República Dominicana y después en México, este arquitecto y político de la República, que hizo honor a su apellido toda su vida y puso empeño en los principios de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) creada por su tío Francisco.
Entre los legajos se encuentran, por ejemplo, fotografías de las escuelas madrileñas que proyectó –como el Menéndez Pelayo, cerca de Atocha, que sigue en funcionamiento– y todos los números del Boletín de Ex Alumnos de la ILE, publicación mexicana que fundó y dirigió hasta su muerte, así como correspondencia con políticos como los ex presidentes Manuel Azaña y Diego Martínez Barrio o con gente del mundo artístico, como Luis Buñuel o la actriz María Casares, novia de Albert Camus.
Una carpeta secreta dentro del archivo, señala Juan Bernardo Alfonseca Giner de los Ríos, muestra la implicación de su abuelo en la defensa de los 600 refugiados del barco «Cuba», a los que el régimen trujillista impidió entrar en la República Dominicana y que durante cinco días estuvieron expuestos a ser devueltos a la Francia ocupada. Con este incidente concluyó, recuerda Alfonseca, «el frustrado asentamiento» de Bernardo Giner de los Ríos en Dominicana, adonde había llegado invitado curiosamente por el propio Rafael Leónidas Trujillo y de donde tuvo que huir «a riesgo de perder la vida».

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