José Miaja Menant (General español); Fernando Rodríguez Miaja

Soledad  Garcia  Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes

( Oviedo, 1878 - México, 1958) Militar español. Recibió su formación militar en la Academia de Toledo, en la que ingresó en 1896. Antes de alcanzar el generalato en 1932 había participado en la guerra de Marruecos. Durante el Gobierno de Azaña ocupó provisionalmente el ministerio de la Guerra a principios de 1936, y al producirse el alzamiento contra la República en julio de ese año era jefe de la I Brigada de Infantería de guarnición en Madrid.
Al trasladarse el Gobierno republicano a Valencia, Miaja fue encargado de la defensa de la ciudad, cosa que hizo durante dos años y medio asistido por V. Rojo. En marzo de 1939 participó en el golpe de Estado encabezado por el coronel Casado que destituyó al presidente Negrín, y pasó a presidir el Consejo Nacional de Defensa. Al no poder negociar la paz con Franco, marchó a Orán y de allí a México, donde siguió integrando diversos organismos republicanos.

Semblanza y figura

Si bien José Miaja sigue constituyendo una de las principales figuras militares de la Guerra Civil, con el paso del tiempo su reputación ha experimentado algunos altibajos.​ Considerado en el plano personal como una persona de carácter jovial y campechano​, durante algún tiempo adoptó el vegetarianismo, algo poco habitual entre la oficialidad del Ejército español de la época.​ Para Helen Graham constituye un militar de la vieja escuela, conservador y con ciertas limitaciones políticas y militares.​ Michael Alpert indica que fue un «leal geográfico» —es decir, que se mantuvo leal a la Segunda República por encontrarse en zona republicana cuando le sorprendió el estallido de la contienda—, al tiempo que señala que su actuación durante la guerra estuvo muy influida por el hecho de que su familia se encontraba presa en la zona franquista. Hugh Thomas lo describe como una persona locuaz, simpática, tranquila e indolente, aunque también como vanidoso e incompetente.
Entre sus contemporáneos hay opiniones diversas. Aunque en su época no tenía la consideración de monárquico, tras la proclamación de la Segunda República hubo militares que le oyeron hablar nostálgicamente de los «viejos tiempos» bajo la monarquía.​
El líder de la conspiración militar contra la República, el general Emilio Mola, no tenía mala opinión de él y llegó a afirmar antes de la guerra: «Pese a lo que digo de Miaja, no tengo mal concepto de él y me resisto por ello a creer las malas cualidades que generalmente se le atribuyen»​ Ya iniciada la contienda, el luego presidente del gobierno Juan Negrín, si bien reconoció el carisma de Miaja y su capacidad de liderazgo durante el asedio de Madrid, criticó su capacidad militar y llegó a decir de él: «no sabe por dónde va el frente, no le caben en la cabeza más de cuatro soldados».
El que fue su ayudante durante la defensa de Madrid, Vicente Rojo, lo describiría posteriormente como un comandante mediocre aunque a su vez remarcó su coraje y tenacidad.​ En el campo contrario, el general Gonzalo Queipo de Llano lo despreciaba públicamente y en una ocasión lo llegó a calificar de «pobre viejo cobarde»

Biografía

Miaja Menant, José. Oviedo (Asturias), 20.IV.1878 – Ciudad de México (México), 13.I.1958. Ministro de la Guerra, teniente general del Ejército, presidente de la Junta de Defensa de Madrid y del Consejo Nacional de Defensa, jefe del Ejército del Centro y del Grupo de Ejércitos de la Región Centro-Sur (GERC), Laureado de Madrid.

Primero de los ocho hijos de Eusebio Miaja Alonso, obrero de la Fábrica de Armas de Oviedo, y de Elisa Menant Rodríguez, quien contribuía a la modesta economía familiar regentando una pequeña tienda de comestibles. Pepito, como entonces se le conocía, se sintió muy pronto atraído por la milicia, al fascinarle la parafernalia del Regimiento de Infantería del Príncipe n.º 3, muy cercano al domicilio familiar, y enardecerle las gestas guerreras que le contaban dos militares retirados, vecinos suyos.

Pese a la oposición de su padre, cuya vinculación con la industria castrense no estaba reñida con su ideario antimilitarista, y también la de su madre, temerosa de que le enviasen a sofocar la insurrección cubana, solicitó plaza en la Academia de Infantería, cuyo examen de ingreso aprobó en junio de 1896 con el número 249 de 392 admitidos. Tenía dieciocho años, algo más que la mayoría de sus compañeros de promoción, que encabezaba Joaquín Fanjul y de la que formaban parte Manuel Goded, Julio Mangada, José Moscardó, Manuel Pérez Salas y José Solchaga.

Recién llegado a Toledo, la insurrección se extendió a Filipinas y el Ministerio de la Guerra, necesitado de incrementar la plantilla de oficiales, acordó reducir a un año la estancia de los cadetes en las academias militares. Debido a ello, Miaja obtuvo el despacho de segundo teniente en julio de 1897, siendo destinado, para satisfacción de su madre, al Regimiento del Príncipe, la unidad que tanto influyó en su vocación militar.

En Oviedo conoció, pues, la derrota española a manos de Estados Unidos y la pérdida de los últimos florones del Imperio español.

Ascendido a primer teniente en 1901, pasó forzoso al Regimiento de Infantería San Fernando n.º 11, de guarnición en Melilla. Por entonces, el único atractivo de aquel destino era el pequeño complemento de sueldo que aparejaba y el mayor inconveniente, el penoso servicio que sus tropas prestaban en los llamados presidios menores: Alhucemas, Chafarinas y Vélez de la Gomera. Recluido en el estrecho recinto de aquella remota y aislada plaza fuerte, decidió aliviar su soledad casándose con Concepción Isaac Herrero, hija de uno de los capitanes de su regimiento. Muy pronto, sin embargo, volvió a estar solo, al corresponderle a su compañía guarnecer el peñón de Alhucemas de julio de 1902 a julio de 1903.

Al regresar conoció a Concepción, la primera de sus siete hijos, y retomó, hasta su ascenso a capitán a comienzos de 1907, la monótona vida de guarnición en un entorno donde apenas ocurría nada más noticioso que el cambio de nombre de su regimiento, que pasó a llamarse Melilla n.º 59. Pero en Europa, en España y en la periferia de la plaza estaban ocurriendo ciertos acontecimientos que iban a ejercer una influencia directa en su vida. En 1904, Francia y Gran Bretaña se habían repartido las áreas de influencia en el norte de África; en 1906, las principales potencias europeas autorizaron a los gobiernos francés y español a intervenir en Marruecos en caso de considerar amenazada su estabilidad interna; en 1907, el Rogui, caudillo rifeño enfrentado al Sultán, cedió a una empresa española la explotación de las minas situadas unos cuantos kilómetros al este de Melilla; en 1908, el Gobierno español decidió protegerlas mediante el establecimiento de una pequeña guarnición, misión asignada a la compañía mandada por Miaja, y en 1909, la cabila allí afincada atacó la vía férrea que unía las minas con el puerto melillense, desencadenándose un trágico enfrentamiento bélico, cuyas secuelas se prolongaron hasta 1927.

Aquellos combates, en cuyo curso se produjo la masacre del Barranco del Lobo, provocaron la Semana Trágica barcelonesa y costaron el puesto a Antonio Maura, fueron el bautismo de fuego para Miaja. Su serenidad le valió el apodo de El Tranquilo y su actuación, una recompensa importante: la Cruz de María Cristina, equiparable a la actual Medalla Militar. Dos años después, en los desarrollados en la zona del río Kert, al oeste de Melilla, obtuvo el ascenso a comandante por méritos de guerra.

Al no haber vacante de su empleo en Melilla, permaneció dos años forzoso en la Caja de Reclutas de Torrelavega (Cantabria) hasta lograr retornar a Melilla en abril de 1914, destinado por segunda vez al Regimiento San Fernando n.º 11. Un año después logró regresar a su Asturias natal, inicialmente a la Caja de Reclutas de Pravia y enseguida a la zona de Reclutamiento de Gijón, donde le correspondió ser nombrado juez instructor de algunas de las causas incoadas contra los mineros que habían protagonizado la huelga general revolucionaria de agosto de 1917.

Su meticulosidad procesal suscitó las iras del general Ricardo Burguete, gobernador militar de Asturias, quien ordenó su cese en esa función.

Al ascender a teniente coronel por antigüedad en septiembre de 1918, fue confirmado en su destino hasta ser trasladado a la Caja de Reclutas de Alicante en febrero de 1919. Allí permanecía cuando, en julio de 1921, se produjo el Desastre de Annual. Arrastrado por el fervor patriótico que la masacre suscitó en toda España, solicitó voluntariamente destino a Melilla, concediéndosele el mando del segundo batallón del Regimiento de San Fernando. Durante los dos primeros años de su tercera estancia en Melilla no participó en ninguna acción de guerra, pero, al ordenar el dictador Miguel Primo de Ribera el repliegue de las posiciones avanzadas de los sectores de Ceuta y Tetuán, Miaja marchó a esta zona en agosto de 1924 y, al frente de la 1.ª Media Brigada de Cazadores de Melilla, integrada por una bandera de la Legión, un tabor y una compañía de Regulares, dos compañías de su propio batallón, tres del Regimiento de Ceuta y otras dos del batallón expedicionario de Mahón, intervino en los combates que tuvieron lugar en el mes de septiembre.

A finales de dicho año retornó a la Península para hacerse cargo de la Caja de Reclutas de Orihuela (Alicante), donde ascendió a coronel por antigüedad en octubre de 1925, poco después de tener lugar el desembarco de Alhucemas. Su primer destino como jefe de unidad independiente fue el mando de la Zona de Reclutamiento de Pamplona, de donde pasó al Regimiento de Infantería Sevilla n.º 33, de guarnición en Murcia, y por último, a mandar el Melilla n.º 59, en el que ya había estado destinado en sus años de teniente y capitán.

Al proclamarse la Segunda República continuaba en Melilla, donde a finales de abril de 1931, al igual que el resto de los militares en activo, suscribió la promesa de “servir bien y fielmente a la República, obedecer sus leyes y defenderla con las armas”. Al año siguiente fue convocado al curso de capacitación para el ascenso a general, siendo aquella la primera vez que pisaba Madrid, ciudad que tanta fama le daría años después.

Una vez aprobado el curso, volvió a Melilla, donde se encontraba al mando de la Agrupación de Batallones de Cazadores de África de la Zona Oriental, nombre que acababa de recibir su regimiento, cuando, el 30 de mayo de 1932, el Gobierno presidido por Manuel Azaña decretó su ascenso a general de brigada “por hallarse bien conceptuado” y le confió el mando de la 2.ª Brigada de Infantería, cargo que llevaba aparejado el de comandante militar de la plaza y provincia de Badajoz.

Tras permanecer algo más de un año en la capital pacense y nada más ganar la derecha las elecciones de noviembre de 1933, el Gobierno presidido por Diego Martínez Barrio acordó su traslado a Madrid, para desempeñar el importante mando de la 1.ª Brigada de Infantería, puesto en el que le mantuvieron los ministros de la Guerra Diego Hidalgo, Alejandro Lerroux y Carlos Masquelet. Sin embargo, al hacerse cargo José María Gil Robles de esta cartera en octubre de 1935 y situar al frente de los puestos clave del Ministerio a Franco, Goded y Fanjul, se tomó inmediatamente la decisión de traer de Las Palmas de Gran Canaria al general Amado Balmes para ponerle en el puesto de Miaja y enviar a éste a Lérida para mandar la 8.ª Brigada de Infantería.

Se desconocen los verdaderos motivos de esta rotación de destinos, y menos la razón de que, tres meses después, el fugaz Gobierno presidido por Manuel Portela Valladares decretara el cese de Miaja y le dejase disponible forzoso en Madrid. Apenas un mes después, nada más conocerse el triunfo electoral del Frente Popular, dimitir Portela y verse obligado Azaña a hacerse cargo precipitadamente de la jefatura del Gobierno el 19 de febrero de 1936, la estrella de Miaja inició una trayectoria ascendente. Azaña nombró ministro de la Guerra al general Masquelet, antecesor de Gil Robles en esa cartera y a quien éste había enviado a Baleares, y puso el Ministerio en manos de Miaja con carácter interino, durante los tres días que tardó en llegar su titular a Madrid.

Desde el mismo día de la proclamación de la República habían surgido varias tramas golpistas, que permanecían más o menos latentes a finales de 1935 y que los generales Franco, Goded y Mola reactivaron ante la inminente victoria del Frente Popular. Plenamente conscientes de ello, Azaña y Masquelet optaron por enviar lejos de Madrid a los citados generales y cubrir los puestos que iban quedando vacantes con otros menos significados políticamente, lo que generó protestas de la Unión Militar Republicana y Antifascista (UMRA), organización clandestina integrada por oficiales de ideología marcadamente progresista, que consideraban insensato dejar las riendas del Ejército en manos de hombres poco comprometidos con la República. Esta política de nombramientos ayuda explicar que a Miaja se le confiase por segunda vez la jefatura de la 1.ª Brigada de Infantería, que en aquellas fechas aparejaba el mando interino de la 1.ª División Orgánica, cuyo titular, el general Virgilio Cabanellas, sufría una enfermedad crónica.

Miaja mantuvo ambas jefaturas a todo lo largo de la primavera de 1936, meses en que la conspiración dirigida por Mola desde Pamplona fue tomando cuerpo, pero que en Madrid no progresaba conforme a sus planes. Obsesionado Mola por asegurar el triunfo del golpe en la capital, intentó sin éxito en dos ocasiones que Miaja, que había sido capitán suyo en 1910, se sumase a la conspiración. Aunque hizo oídos sordos a estos sondeos, decidió no denunciarlos. Su inhibición coadyuvó al fracaso de la sublevación en Madrid, pues la inmensa mayoría de los mandos subordinados hubieran acatado disciplinadamente sin dudarlo las órdenes del jefe de la División.

La tarde del 17 de julio, nada más conocerse que Marruecos se había alzado en armas, el Gobierno presidido por Casares Quiroga, quien desempeñaba también la cartera de Guerra, acuarteló todas las unidades como medida precautoria. En Madrid, la jornada del 18 trascurrió sin incidentes, pero al conocerse el verdadero alcance de la rebelión, Casares optó por dimitir y Azaña encomendó las riendas del Gobierno a Diego Martínez Barrio, quien nombró ministro de la Guerra al general Miaja. En la madrugada del 19, éste llamó dos veces por teléfono a Mola para tratar de convencerle de que renunciase a sus planes subversivos, pero su antiguo teniente se limitó a felicitarle por su nombramiento y a comunicarle que ya era demasiado tarde. Poco después, opuesto el Gobierno a la pretensión de armar a las milicias de partidos y sindicatos, presentó en bloque su dimisión. Debido a que no se había formalizado su toma de posesión, Miaja retornó sin más al palacio de los Consejos, sede de la 1.ª División.

Al comprobar que otras guarniciones se sumaban al golpe, el flamante gobierno de José Giral ordenó distribuir los fusiles depositados en el Parque de Artillería de Pacífico, lo cual provocó que varias unidades madrileñas se alzaran en armas. Una vez sofocados los focos rebeldes por parte de las milicias y la Guardia de Asalto, el nuevo ministro de la Guerra, general Luis Castelló, nombró jefe de la 1.ª División al general José Riquelme, quien procedió a enviar columnas mixtas de soldados, guardias y milicianos a los pasos de la sierra de Guadarrama para hacer frente a las enviadas por Mola para apoderarse de la capital, y ordenó a Miaja trasladarse a Albacete para reunir un fuerte contingente de tropas que contuviese a los rebeldes en Despeñaperros. Miaja logró reunir unos tres mil hombres con los que marchó a Montoro para conminar a la guarnición de Córdoba a deponer las armas. Ante su negativa, en lugar de utilizarlos para recuperar la ciudad, que estaba prácticamente indefensa, los envió a doblegar la resistencia de los guardias civiles sublevados al norte de la provincia, lo que permitió la llegada del coronel José Enrique Varela al frente de una columna integrada por legionarios y regulares y apoyada por aviones italianos, que terminaría derrotando al contingente republicano en Cerro Muriano a primeros de septiembre.

Desde mediados de agosto, Miaja había sido nombrado jefe de la 3.ª División Orgánica en plaza de superior categoría, puesto que mantuvo, pese a la importante derrota sufrida, hasta que el 22 de octubre de 1936 el recién formado gobierno de Largo Caballero le confió el mando de la 1.ª División Orgánica, unidad que pasó a depender del general Sebastián Pozas, jefe del Ejército de Operaciones del Centro.

Quince días después, el Gobierno, convencido de la inminente caída de Madrid en manos de Franco, decidió trasladarse a Valencia. Aquel 6 de noviembre, Miaja comenzó a entrar en la leyenda. Llamado junto con Pozas al palacio de Buenavista, el general subsecretario, José Asensio Torrado, les entregó dos sobres cerrados, que no debían abrirse hasta el día siguiente.

No obstante, nada más marchar Asensio camino de Valencia, ambos decidieron conocer su contenido. A Pozas se le autorizaba a replegar sus fuerzas y establecerse a la defensiva donde considerase oportuno. A Miaja, en cambio, se le ordenaba defender la capital “a toda costa” durante siete días, auxiliado por una Junta de Defensa, presidida por él e integrada por representantes de todos los grupos políticos, e investido de las “facultades delegadas del Gobierno para la coordinación de todos los medios necesarios para la defensa de Madrid”.

Desde la marcha del Gobierno, la capital había dejado de ser el objetivo estratégico concebido en los planes de Mola. Sin embargo, su pérdida hubiera sido decisiva desde el punto de vista internacional, y su defensa simbolizaba la voluntad de vencer de la República.

Para ello, Miaja contó con un excelente asesor soviético, el coronel Vladimir Yefimovich Gorev, y un concienzudo jefe de Estado Mayor, el teniente coronel Vicente Rojo, quien estimó en unos diez mil los efectivos encuadrados en las contadas unidades existentes, más unos doce mil voluntarios, poco instruidos pero con la moral muy alta al ver volar sobre sus cabezas los primeros aviones soviéticos y enardecidos por la llegada de los primeros internacionales y de los anarquistas de Durruti. La batalla comenzó el día 7 y finalizó el 23; los franquistas se toparon con una tenaz resistencia y, pese a la despiadada actuación de los aviones de la Legión Cóndor, no lograron sobrepasar el cauce del Manzanares, salvo por una pequeña cuña en la Ciudad Universitaria.

Durante la batalla, Largo Caballero deslindó orgánicamente las fuerzas en liza: a Miaja le asignó el mando de las que defendían la ciudad y a Pozas, el de las desplegadas en los estabilizados sectores de Guadarrama, Somosierra y el Tajo. Y nada más terminar aquella, limitó sus amplios poderes, celoso de su popularidad y de su eficaz labor al frente de la Junta de Defensa, reconocida incluso internacionalmente por haber logrado cortar de raíz las vituperables matanzas de los primeros días de noviembre.

Miaja evidentemente había desbaratado los optimistas planes de Franco, pero éste no había renunciado a apoderarse de la capital. A tal objeto puso en marcha tres operaciones de envolvimiento durante el invierno de 1937, que también se saldarían sin éxito: por el noroeste en diciembre y enero (combates de la carretera de la Coruña), por el sureste en febrero (batalla del Jarama) y por el noreste en marzo (batalla de Guadalajara). Las fuerzas de Miaja, ya de entidad cercana a los 45 mil efectivos y con la denominación de Cuerpo de Ejército de Madrid, de nuevo subordinado al Ejército del Centro, mandado por Pozas, desempeñaron un papel primordial en dichas operaciones.

Aquella dualidad de mandos, fuente de numerosos problemas durante la batalla del Jarama, terminó decantándose a favor de Miaja, quien, aunque perdió poder político al disolverse la Junta de Defensa tras esa batalla, obtuvo el mando del Ejército del Centro en vísperas de la de Guadalajara, cuyo feliz desenlace acrecentó su popularidad, abiertamente reconocida en el decreto de concesión “por clamor popular” de la recién creada Placa Laureada de Madrid, versión republicana de la de San Fernando.

Poco después, el adverso resultado de las batallas de La Granja y de Brunete, planeadas para detener el imparable avance de las tropas franquistas por la cornisa cantábrica, hizo que la estrella de Miaja comenzase a declinar y también a deteriorarse su relación con el Gobierno presidido por Juan Negrín y con su antiguo subordinado, el general Rojo, nombrado jefe del Estado Mayor Central. No obstante, cuando, en abril de 1938, la zona republicana quedó escindida y Negrín decidió crear un grupo de ejércitos en cada una de ellas, hubo de plegarse a confiarle el mando del de la Región Centro-Sur (GERC). En ese cometido logró detener la ofensiva franquista contra Valencia, pero se mostró reticente a prestar un apoyo decisivo a la batalla del Ebro y, cuando a finales de ese año Rojo necesitó de sus tropas para retrasar la invasión de Cataluña, se opuso a colaborar, lo que frustró el previsto desembarco en Motril. Su carrera como conductor de operaciones terminó definitivamente con la estrepitosa derrota sufrida en Brunete en enero de 1939.

Un mes después, recién perdida Cataluña, Miaja fue ascendido, junto con Rojo, a teniente general, sin haber pasado antes por el empleo de general de división.

Ello no impidió que, al conocerse la dimisión de Azaña, se sumase a la conspiración urdida por el general Segismundo Casado, con el concurso de Julián Besteiro, en contra de Negrín, aceptando la presidencia del Consejo Nacional de Defensa. En la última reunión del Consejo, celebrada tras fracasar el intento de lograr una capitulación pactada con Franco, Miaja aceptó la exigida rendición incondicional de los restos del Ejército Popular y acordó facilitar la salida de España de todos cuantos lo desearan, emprendiendo a continuación viaje a Alicante, de donde partió en avión hacia el exilio dos días antes de finalizar la guerra.

Su primer destino fue Argelia, de donde pasó a Francia para reunirse con su familia. Invitado por el presidente Fulgencio Batista, marchó a La Habana, ciudad que pronto abandonaría para establecerse definitivamente en México en mayo de 1939. Allí compatibilizó el puesto de vicepresidente del Servicio de Evacuación de los Republicanos Españoles (SERE) con una intensa vida social, pero se mantuvo al margen de las actividades políticas de sus compañeros de exilio. En la década de 1940 viajó por Estados Unidos y por varios países latinoamericanos para dar conferencias, despertando grandes muestras de entusiasmo en cuantas ciudades visitó, rescoldo de sus días de gloria y popularidad. En 1951 falleció su hijo mayor y en 1953, su esposa, desdichas que le sumieron en una depresión tan profunda que le llevó a la muerte, acaecida cuando estaba a punto de cumplir ochenta años.

 

Obras de ~: “Prólogo”, en J. Izcaray, Madrid es nuestro. Crónicas de su defensa, Barcelona, Nuestro Pueblo, 1938; “Prólogo”, en M. Gámir Uribarri, Guerra de España, 1936-1939: ofensiva sobre el norte, Bilbao-Santander. Comisión Internacional para la Retirada de Voluntarios Extranjeros, París, Librería Española, 1939; “Prólogo”, en C. Delgado Rodrigo, España en el momento internacional: crónicas de la guerra publicadas en el “Sindicalista” y otros diarios nacionales y extranjeros, Madrid, Ed. Pi y Margall, s. f.

 

Bibl.: A. de Reparaz y Tresgallo de Souza, Desde el Cuartel General de Miaja al Santuario de la Virgen de la Cabeza: 30 días con los rojos-separatistas, sirviendo a España: relato de un protagonista, Valladolid, Afrodisio Aguado, 1937; J. Cirre Jiménez, Desde Espejo a Madrid con las tropas del general Miaja (relato de un testigo), Granada, Ediciones Imperio, 1938; L. Somoza Silva, El General Miaja (biografía de un héroe), México, Tyris, 1944; A. López Fernández, Defensa de Madrid: relato histórico, México, A. P. Márquez, 1945; C. Rojas, Por qué perdimos la guerra, Barcelona, Mail Ibérica, 1970; A. López Fernández, El General Miaja, defensor de Madrid, Madrid, G. del Toro, 1975; B. F. Maíz, Mola, aquel hombre: Diario de la Conspiración 1936, Barcelona, Planeta, 1976; T. Suero Roca, “José Miaja Menant”, en Militares republicanos de la guerra de España, Barcelona, Península, 1981; D. Martínez Barrio, Mis memorias, Barcelona, Planeta, 1983; V. Rojo Lluch, Así fue la defensa de Madrid, Madrid, CAM, 1987; F. Rodríguez Miaja, Testimonios y remembranzas: mis recuerdos de los últimos meses de la guerra de España (1936-1939), México, Imprenta de Juan de Pablos, 1997; R. Casas de la Vega, Errores militares de la guerra civil, 1936-1939, Madrid, San Martín, 1997; R. Casas de la Vega, Seis generales de la guerra civil: vidas paralelas y desconocidas, Madridejos (Toledo), Fénix, 1998; J. Zugazagoitia, Guerra y vicisitudes de los españoles, Barcelona, Tusquets, 2001; R. Salas Larrazábal, Historia del Ejército Popular de la República, Madrid, La Esfera de los Libros, 2006; F. Puell de la Villa y J. A. Huerta Barajas, Atlas de la Guerra Civil española: antecedentes, operaciones y secuelas militares (1931-1945), Madrid, Síntesis, 2007; J. J. Menéndez García, Miaja, el general que defendió Madrid, Gijón (Asturias), El Autor, 2010; “José Miaja Menant, teniente general”, en J. García Fernández (coord.), 25 militares de la República, Madrid, Ministerio de Defensa, 2011; C. Navajas Zubeldia, Leales y rebeldes. La tragedia de los militares republicanos españoles, Madrid, Síntesis, 2011; F. Rodríguez Miaja, El final de la Guerra Civil. Al lado del general Miaja, Madrid, Marcial Pons, 2015.




Fernando Rodríguez Miaja.

durante guerra civil

El ingeniero Fernando Rodríguez Miaja quería que en su funeral se contara un chiste que a él le divertía, un chiste picante de una pareja de novios. De haber podido lo habría contado él mismo, lúcido como se despidió de la vida a sus 103 años, apenas dos días después de haberle pedido a su hija que le encargara una buena fabada asturiana. También dejó dicho que quería ver publicada su esquela en los periódicos antes de morirse. Estas cosas no tienen gracia cuando uno ya es solo cenizas, pero la familia ha querido reservarse un poco de humor en ese trance, se lo debían a un hombre que no dejó de reírse nunca, ni siquiera cuando las bombas destruían Madrid al final de la Guerra Civil y Fernando jugaba a despistarlas con un amigo: 
“Crucemos corriendo a otra calle, que nos da tiempo antes de que caiga la siguiente”. 
El teniente ingeniero Rodríguez Miaja, decano de los exiliados españoles en México y probablemente el último oficial de la Junta de Defensa de Madrid, murió el pasado viernes en la capital de la que fue su patria desde los 22 años. Su nieto contó el chiste de la pareja de novios.
A sus dos apellidos, el joven Fernando, nacido en Oviedo, tuvo que sumar siempre una coletilla, “sobrino de José Miaja”, el general que defendió Madrid de las tropas franquistas. Al lado de aquel hombre pasó su vida entera como secretario personal y más tarde como yerno, porque se casó con Pepita, su prima, una mujer refractaria a los chistes e infradotada para cualquier sentido del humor. Parece una broma. Fueron felices. De aquel matrimonio nacieron Margarita y Fernando, que este martes depositaron sus cenizas en el columbario de la iglesia de Covadonga de la capital mexicana, con unas flores republicanas: roja, amarilla y malva. La misma bandera que cubrió su féretro en el velatorio. Ahora descansa al lado del general, los dos juntos a ras del suelo, en una esquina, poniéndoselo muy difícil a quienes hoy quieran seguir las huellas de los grandes hombres y mujeres que defendieron España de aquella guerra atroz que los expulsó para siempre.

El exilio en México “formó un clan cerrado, una especie de tribu cuyos miembros eran conscientes de los inatacables valores republicanos, con una moral y una manera de ser propias, que se empeñaron en dar testimonio y ejemplo de lo que perdieron, del laicismo y la honestidad. Fernando era el prototipo de todo aquello. Educado y elegante, prudente y formal: un caballero español”. Así lo recuerda su amigo Fernando Serrano Migallón, que comía con él un día de cada mes. “Creyente sí, pero anticlerical, como buen republicano sentía repelús por las sotanas”, añade. No viajó a España ni para la muerte de su madre, quizá habría podido entrar, pero no salir, y eso le mantuvo en México para no incurrir en la traición de visitar la tierra arrasada por el dictador antes de que sus huesos se pudrieran bajo el mármol del Valle de los Caídos.

La longevidad permitió a este ingeniero ver por televisión cómo sacaban los restos de Franco, con más pena que gloria, de aquella losa eterna. Ese día brindó en el Ateneo Español de México con champán. “Nunca es tarde si la dicha es buena”, declaraba el 25 de octubre del año pasado a este periódico. Y después, otra dosis de humor: 
“Yo volaría el Valle de los Caídos, pero con todo ese granito… No sé qué harán con él, pero ya sabe, dos españoles, dos opiniones”. 

Por entonces ya le fallaba el oído y las piernas le daban lata. La memoria la mantuvo intacta. “Siempre nos han dicho que olvidemos, pero lo que están diciendo, en realidad, es que olvidemos solo nosotros. Que olviden ellos”, decía a menudo en referencia a las dos Españas. El exilio español en México y Fernando a la cabeza, se enorgullece de seguir recordando década tras década.

Madrid, 1939. Ya hay poco que hacer en la capital, más que salir huyendo de una muerte rápida o el holocausto en las cárceles franquistas. El general y su sobrino secretario parten hacia Alicante, donde se hacinan miles de republicanos frente al mar sin brújula ni destino. Fernando había sido delineante para una empresa de aviación en aquella ciudad mediterránea y, gracias a sus contactos, logró una destartalada aeronave y un amigo piloto. Solo faltaba la gasolina, pero la consiguieron y donde cabían seis volaron ocho hasta Orán. Después, a Francia. De allí, en barco, rumbo a La Habana con un pasaporte que les daba acogida en Nicaragua. Pero en Cuba recibieron una carta del presidente mexicano Lázaro Cárdenas para entrar en México. 
“Mi padre sacó al general Miaja de España, de no ser por él y por sus contactos no estaríamos hoy aquí”, dice su hijo, Fernando. Lamenta que el abuelo, “el general que tuvo en sus manos el destino de un país, esté enterrado en un espacio tan recóndito, en lugar del panteón español de México donde permaneció décadas. Pero también reclama para su padre un sitio en la historia que no esté a la sombra del viejo general. “Él era más que el sobrino de Miaja. Era un hombre inteligente, generoso, que sacó adelante a toda su familia, que somos todavía hoy herederos y beneficiarios de lo que él hizo”. Era el hombre que tomaba las decisiones.

Las semanas que duró el trayecto a América, Fernando iba en el barco hablando de amores con Pepita. Se casaron, y el ingeniero, andando el tiempo, fundó varias empresas dedicadas a la construcción, carreteras, ductos, urbanismo; levantó el famoso hotel Elcano en Acapulco. “Llegó a tener a su cargo hasta a 3.000 obreros religiosamente dados de alta en la Seguridad Social, todo de acuerdo con la ley, los impuestos y las cuotas, al día”, rememora este martes su hija Margarita en la iglesia de Covadonga, la virgen de los asturianos.

Fernando Rodríguez Miaja escribió varios libros, uno de ellos El final de la Guerra Civil. Al lado del general Miaja (editado por Marcial Pons), donde pone luz sobre los estertores de la contienda, cuando las izquierdas, exhaustas, se debatían entre parar o seguir batallando. Se dio entonces el golpe de Casado, apoyado, dicen algunos historiadores, por Miaja, y en negociaciones con quintacolumnistas de Franco. El general, defienden todos en la familia, jamás estuvo al lado de ese golpe contra Juan Negrín, partidario de seguir en las armas. Y lo ilustran con fotos y recuerdos de la visita de este a Negrín en Francia, como atestigua el libro citado.

El hombre que se acostumbró a los platillos mexicanos, que todo lo picante le gustaba, incluidos los chistes, pudo por fin volver a su antigua patria, muerto Franco. Viajó con su mujer. “Mamá se ponía furiosa, porque se iba parando en cada calle, en cada esquina, en cada patio de Madrid”. Trataba de ubicar la España que había vivido, pero ya era irreconocible. Aquel país en el que pasó sus días más peligrosos, los que contaba como una película de acción y aventuras, era por entonces una piltrafa nacionalcatólica, el mismo territorio atrasado, hipócrita y biempensante que sorprendió a Max Aub y lo devolvió de nuevo a su exilio en México. Siempre creyó que la democracia no cumplió con sus deberes, “que se había perdido la oportunidad de hacer las cosas bien. Un rey, para qué, decía”, recuerda su hija.

A pesar de todo, casi cada año, tras morir el dictador, viajaba a la tierra donde nació. En Madrid, comía un cocido fino en el Lardhy y otro popular en La Bola, “adoraba el cocido madrileño”, dice su amigo Serrano Migallón. (Max Aub dijo en su libro La gallina ciega, donde narra su vuelta a España, que hasta el buen cocido se había perdido en Madrid) “Como decía Savater, se olvida antes una patria que su comida”, sigue Serrano Migallón. “Las tortillas de patata, una para todos y otra para mí solo”, ordenaba Rodríguez Miaja de broma en su casa de recreo en Cuernavaca. Y al nieto que pedía un tequila antes de comer le señalaba elegante: “Un Martini con aceituna, y me das a mí la mitad”.

Fueron felices los días, los años, toda una vida en México. Jugando a tenis, asistiendo a conciertos de música clásica, leyendo el Quijote por séptima vez, montando a caballo, haciendo ingenieros a sus dos hijos con altas dosis de trigonometría. Pero nunca olvidó el dolor del exilio. “Que olviden ellos”.
Fue el socio número 1 del Ateneo Español, como demuestra su carné. Allí pasaba algunas tardes hablando de política, de historia o brindando con champán por victorias póstumas. “Tenía un enorme júbilo interior, cualquier cosa, por más seria que fuera, la trataba con humor”, dice Ernesto Casanova, el presidente del Ateneo. “No lo olvidaré en mi vida. Hablar con él era una aventura”. El Ateneo le rendirá homenaje en enero.
Reía de su muerte con el mismo humor que acorazó la vida del muchacho que tuvo que ver la lluvia de bombas y metralla que caía del cielo en las ciudades de España y sembraba cementerios entre escombros y pólvora. El humor fue la herramienta que lo aisló del horror e hizo feliz a los suyos. “Si muero en España, llévenme de vuelta a México en una caja de puros”.

(11 de agosto de 1917- 27 de noviembre de 2020)

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