Dolores Rivas Cherif (Esposa de Azaña); José Antonio Manso de Velasco a.-

Soledad  Garcia  Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes
El condado de Superunda es un título nobiliario español, creado por el rey Fernando VI, por real cédula de 8 de febrero de 1748, a favor de José Antonio Manso de Velasco y Sánchez Samaniego, teniente general, virrey del Perú. Este título obtuvo la Grandeza de España el 16 de diciembre de 1866.

La denominación del título fue, originalmente, condado de San Salvador, concedido con el vizcondado previo de Fuente Tapia. El rey Fernando VI aceptó la denominación de conde de Superunda (sobre las olas), elegida por el poseedor, «en razón de los servicios de la reconstrucción de la fortaleza del Callao, que en algunas biografías se atribuye a la construcción que elevó sobre el terreno que ocuparon las olas al desbordarse el mar».
Retrato oficial del Conde de Superunda como Virrey del Peru con la inscripción que dice: «El Excelentísimo Señor Don José Antonio Manzo de Velasco, Conde de Superunda, Caballero de la Orden de Santiago, Teniente General de los Reales Ejercitos de Su Majestad, Gentilhombre de Cámara con entrada y de su Real Consejo, Virrey Gobernador y Capitán General de los Reinos del Perú, Vice Patrono Real que Reedificó la Santa Yglesia Catedral Metropolitana de Lima, Primada de las Indias Occidentales, arruinada en el terremoto del 28 de Octubre del Año 1746».



Historia de los condes de Superunda

José Antonio Manso de Velasco y Sánchez de Samaniego (1688-Priego, 5 de enero de 17673​), I conde Superunda,​ teniente general, virrey del Perú​ y caballero de la Orden de Santiago. Era hijo de Diego Sáenz Manso y Velasco y de Ambrosia María Sánchez de Samaniego.

Soltero, sin descendencia, le sucedió su sobrino, hijo de su hermano, Diego Manso de Velasco y de su esposa Manuela Juana Crespo.

Diego Antonio Manso de Velasco y Crespo de Ortega (1723-23 de septiembre de 1789), II conde Superunda y capitán de fragata de la Armada española y caballero de la Orden de Santiago.
Casó, el 9 de febrero de 1755, con Juana del Águila y Chaves (1736-1795), III marquesa de Bermudo. Le sucedió su hijo:

José María Manso de Velasco y del Águila (1757-1 de diciembre de 1794), III conde Superunda​ y IV marqués de Bermudo.
Casó, el 6 de noviembre de 1779, con María Dolores de Chaves y Contreras (m. 1825).​ Una hija de este matrimonio, Bernarda Manso de Velasco y Chaves, fue pintora, académica de honor y de mérito de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y marquesa consorte como esposa de Nicolás Cayetano Centurión y Vera de Aragón, IX marqués de Lapilla y VIII marqués de Monesterio.6​ Sucedió su hijo:

José María Manso de Velasco y Chaves (Madrid, 26 de marzo de 1796-17 de enero de 1852), IV conde Superunda, V marqués de Bermudo, alférez de la Milicia Nacional y caballero de la Orden de Isabel la Católica.
Casó, el 27 de junio de 1817, con María de los Dolores de Chaves y Artacho (Segovia, 13 de noviembre de 1797-1861), dama noble de la Orden de la Reina María Luisa, de hija de Victorino María de Chaves y Contreras, III marqués de Quintanar, y de María de la Fuencisla de Artacho y Chaves, condesa de Santibáñez.​ En 2 de abril de 1856, le sucedió su hijo.​
José María Manso de Velasco y Chaves (Burdeos, 9 de marzo de 1825-13 de marzo de 1895), V conde Superunda,​ VII marqués de Bermudo, gentilhombre de cámara, diputado y senador.
Casó, el 28 de abril de 1851, con Isabel María Cristina Queipo de Llano y Gayoso de los Cobos (Madrid, 9 de septiembre de 1836-15 de agosto de 1899),8​ hija de José María Queipo de Llano y Ruiz de Saravia, conde de Toreno y vizconde de Catarrosa, grande de España, y de María del Pilar Gayoso de los Cobos y Téllez-Girón, marquesa de Camarasa, grande de España.​ Sin descendencia, en 1896, le sucedió su hermano.
Alberto Manso de Velasco y Chaves (7 de agosto de 1834-1922), VI conde Superunda,​ VII marqués de Bermudo, V marqués de Rivas del Jarama caballero de la Orden de Calatrava, maestrante de Sevilla, gentilhombre de cámara con ejercicio y servidumbre, diputado a cortes,​ senador y caballero de la Orden del Toisón de Oro.
Casó, el 16 de julio de 1871, con María de la Piedad Téllez Girón y Fernández de Velasco (1847-1897), XVII duquesa de Medina de Rioseco, y XIV condesa de Peñaranda de Bracamonte.​ Sin descendencia, le sucedió su sobrino el 17 de julio de 1925:
Ignacio Gortázar y Manso de Velasco (1881-17 de julio de 1971), VII conde Superunda.9​1​ Era hijo de Manuel María Gortázar Munibe, alcalde de Bilbao y presidente de la Diputación de Vizcaya, y de Susana Manso de Velasco Salazar.
Casó, el 8 de diciembre de 1907, con Ángela de Landecho y Allendesalazar (1885-1968).​ Le sucedió su hijo el 8 de enero de 1973:
Manuel María Gortázar y Landecho (1909-16 de octubre de 1994), VIII conde Superunda.
Casó, el 8 de noviembre de 1932, con María del Rosario Ybarra y Bergé (1908-1995). Le sucedió su hijo en 1998:
Ignacio María de Gortázar e Ybarra (1933-18 de septiembre de 2006), IX conde Superunda.
Casó en primeras nupcias, en mayo de 1964, con Leonor Giménez Mina. Contrajo un segundo matrimonio el 18 de agosto de 1989, con María Victoria Losada Doval.​ Le sucedió su hijo del primer matrimonio.​
Gabriel María de Gortázar y Giménez (n. 1966), X conde Superunda.
Casó, el 1 de agosto de 2000, con Angelina de Faverau de Jeneret.


​José Antonio Manso de Velasco y Sánchez de Samaniego.

Biografía

Manso de Velasco y Sánchez Samaniego, José Antonio. Conde de Superunda (I). Torrecilla en Cameros (La Rioja), V.1689 – Priego de Córdoba (Córdoba), 5.I.1767. Capitán general de Chile, XXX virrey del Perú.

armario perteneciente al conde.


Fueron sus padres Diego Sáenz Manso de Velasco, natural de Torrecilla en Cameros, en La Rioja, y Ambrosia María Sánchez Samaniego, nacida en el pueblo riojano de La Guardia. Tuvo un hermano mayor de nombre Diego. Su familia, de posición económica acomodada, poseía una cabaña ganadera y un lavadero de lanas a las orillas del río Iregua. En 1705 comenzó a servir en el Regimiento de reales guardias españolas que luchó a favor de la causa de Felipe V durante la Guerra de Sucesión. Participó entre 1708 y 1714 sucesivamente en los sitios de Alcántara y de Tortosa, siendo herido en el primero, en la batalla de Gudeña, en el asedio de Estadilla, en el socorro de Ávila, en la ofensiva contra Balaguer, en las contiendas de Peñalva y Almenara, en las batallas de Zaragoza y de Villaviciosa y, finalmente, en el bloqueo y asalto a Barcelona.
La segunda fase de su carrera militar se inició con el estallido de la guerra entre España y la cuádruple alianza (Inglaterra, Francia, Austria y Holanda). Participó como expedicionario en los sitios de Gaeta y Cantelamar en la región de Cerdeña en 1718 y en 1720 con el final de la guerra retornó a España. Las contiendas bélicas de la Monarquía hispánica se trasladaron en la década de 1720 al Norte de África y Manso de Velasco estuvo en la exitosa defensa de Ceuta del asalto de las tropas marroquíes. Participó en la expedición militar que comandó el marqués de Montemar y que reconquistó la plaza de Orán en julio de 1732. En esta última plaza coincidió con Zenón de Somodevilla, el futuro marqués de la Ensenada, a quien en adelante le vincularía una estrecha amistad política al integrarse al círculo de poder que el político riojano fomentó en torno a la cofradía de Nuestra Señora de la Valvanera.
En reconocimiento a sus servicios distinguidos en los campos de batalla Felipe V ascendió a Manso de Velasco a capitán de los Reales Ejércitos y le confirió el título de caballero de la Orden de Santiago. Además se le ofreció el cargo de gobernador, capitán general y presidente de la real audiencia de Filipinas, pero su protector el marqués de Montemar le convenció para que declinase el cargo y se mantuviese en su Regimiento a la espera de una oferta más tentadora.
La nueva oportunidad para cruzar el Atlántico le llegó el 15 de noviembre de 1736 al conferírsele por real cédula el puesto de gobernador y capitán general de Chile. Se embarcó en Cádiz el 3 de febrero de 1737 en el navío comandado por Blas de Lezo que le condujo a Santiago de Chile. Su desempeño en este puesto se prolongó hasta 1745. Su principal cometido se dirigió a fomentar numerosas poblaciones de españoles con el propósito de poblar el territorio. Entre estas fundaciones destacan San Felipe de Aconcagua, Santa María de los Ángeles y Cauquenes, Talca, Melipilla, Rancagua, Curicó y Copiapó. También iba a condicionar su actuación el estallido de la guerra entre España e Inglaterra en 1739. Para prevenir los ataques de la escuadra inglesa comandada por el almirante George Anson creó nuevas milicias, mejoró las fortificaciones y los puertos y estableció nuevos presidios dotados de guarniciones. Por último, en su intención de pacificar el territorio promovió un parlamento con los indios araucanos en el poblado de Tapihué. La Monarquía hispánica premió sus servicios ascendiéndole en 1741 a mariscal de campo y dos años después a teniente general de los reales ejércitos.
Finalmente, por directa intercesión del ministro de Marina e Indias el marqués de la Ensenada se le nombró virrey del Perú para suceder al marqués de Villagarcía por Real Cédula de 24 de diciembre de 1744.

Hizo su entrada pública en Lima bajo palio el 12 de julio de 1745 y nombró por asesores a Tomás Durán, José de la Cuadra, Francisco Ramón de Herboso y Figueroa y Antonio de Boza y Garcés. El hecho más importante que marcaría el rumbo de su gobierno fue el terremoto que destruyó Lima y Callao el 28 de octubre de 1746. La capital peruana fue casi destruida por el sismo y el puerto de Callao, incluida su fortaleza y su población, fue barrido por un maremoto. Las víctimas humanas de este desastre natural y de las epidemias que le sucedieron sumaron miles. Fueron varios los testimonios publicados por testigos que vivieron esa experiencia. Entre ellos cabe destacar la Individual y verdadera relación de la extrema ruina que padeció la Ciudad de los Reyes de Pedro Lozano (1747), la Carta o diario de José Eusebio Llano Zapata (1748) y la Desolación de la ciudad de Lima y diluvio del puerto del Callao de Victorino Montero (1748). Manso de Velasco iba a dedicar en los siguientes años de su gobierno todo su empeño en reconstruir Lima y Callao. El rediseño arquitectónico de ambos lugares corrió a cargo del sabio francés Luis Godin, catedrático de Prima de Matemáticas de la Universidad de San Marcos, quien llegó al Perú tras disolverse la expedición geodésica hispano-francesa de 1736. 
El virrey puso fin al luto de la capital el 23 de septiembre de 1747 al celebrar públicamente la proclamación como rey de Fernando VI. Su optimismo y eficacia en resolver los problemas iniciales derivados del cataclismo le valió que este Monarca le confiriese el título de conde de Superunda (palabra equivalente a “sobre las olas”) el 8 de febrero de 1748. Las principales edificaciones que se concluyeron bajo su mandato fueron el palacio virreinal, la catedral, la Casa de la Moneda, el hospital de San Bartolomé, el Hospicio de Niños Huérfanos y la mayor parte de los conventos religiosos. En Callao creó el pueblo de Bellavista y al finalizar su mandato dejó bastante avanzada la nueva fortaleza de forma pentagonal que iba a ser una de las más seguras e inexpugnables de la América Meridional.
En el terreno económico el gobierno de Manso de Velasco reorganizó las Casas de la Moneda de Lima y de Potosí, las hizo de propiedad real, reglamentó su funcionamiento asumiendo el modelo de Nueva España y centralizó en Lima la emisión de las monedas de oro y plata denominadas de “cordoncillo”.
En 1752 como parte de la reforma de la Real Hacienda estableció el estanco del tabaco en polvo y se establecieron en Lima dieciséis puestos de venta de cigarros. Al poco tiempo actualizó el impuesto de alcabalas mediante la confección de un nuevo arancel y la recaudación de deudas atrasadas que permitieron alcanzar un superávit en este rubro. En lo que se refiere a la producción minera en Potosí y Huancavelica no hubo cambios importantes en ambas explotaciones y se siguió experimentando una coyuntura de baja productividad pese al mantenimiento de la mita indígena. Por su parte, en el rubro del comercio el virrey se alió con las demandas del Consulado de comerciantes limeño y fue partidario del retorno del régimen de galeones y del restablecimiento de la feria de Portobelo que se celebró sin éxito por última vez en 1737. En cambio, combatió el navío de registro que arribaba periódicamente al puerto de Buenos Aires y culpó a los oficiales reales de esta provincia de fomentar el contrabando al territorio peruano. La autoridad del virrey en el rubro mercantil se vio fortalecida al conferirle Ensenada el 12 de marzo de 1650 el cargo de superintendente de Real Hacienda del virreinato.

Esta circunstancia le permitió fijar el derecho de avería sobre los caudales que salían de Potosí al Río de la Plata y que cuyo producto se invirtió en la construcción de navíos. Los navieros y bodegueros peruanos fueron beneficiados con la política del virrey de priorizar el traslado del trigo producido en Chile al Perú bajo precios controlados y créditos de bajo costo. Esta política reactivó la actividad mercantil por el puerto de Callao.
Durante el segundo año de mandato de Manso de Velasco llegó la noticia del final de la guerra entre España e Inglaterra (1739-1748). Antes de conocer esta noticia y en previsión de un ataque inglés el virrey había dispuesto la formación de varios cuerpos de tropas que ubicó en Lima y Callao. Libre de este problema bélico, este gobernante en adelante debió enfrentar una serie de conflictos sociales internos. El más complicado fue la rebelión del líder indígena Juan Santos Atahualpa que estalló en la región selvática del centro del Perú conocida como el Gran Pajonal. Este movimiento social en el que participaron varias etnias amazónicas había estallado en 1742 bajo el gobierno del marqués de Villagarcía. Las expediciones militares enviadas por Manso de Velasco en 1746 y 1750 no tuvieron éxito, pero en 1756 la rebelión entró en una fase de declive posiblemente motivada por la muerte del líder Santos Atahualpa. Otros dos conflictos que enfrentó el virrey fueron la conspiración de mestizos de Lima y la rebelión indígena de Huarochirí, ambas ocurridas entre julio y agosto de 1750. La de Lima fue abortada antes de su estallido mientras que en la de Huarochirí los indios mataron al corregidor al culparle de los cobros excesivos que recaían sobre ellos.

Los líderes de ambas rebeliones fueron finalmente capturados y sentenciados a muerte. Hubo otras revueltas menores en varias regiones del virreinato cuya causa fue la legalización del sistema del repartimiento de mercancías en 1756 que benefició a los corregidores y perjudicó las economías de las comunidades indígenas.
En su condición de vicepatrón de los derechos de la Corona sobre la Iglesia, Manso de Velasco procedió a intervenir en los nombramientos de canónigos, los inventarios anuales del tesoro catedralicio, los beneficios de curatos y las provisiones de canonjías catedralicias.
El arzobispo de Lima Pedro Antonio Barroeta consideró esta actuación como una injerencia en su fuero. El enfrentamiento jurisdiccional entre los máximos representantes de los poderes civil y religioso llegó a su extremo en 1758 con ocasión de la inauguración de la nueva catedral de Lima. El arzobispo dispuso que el órgano de la basílica sonase sólo cuando él entrase. En represalia el virrey decretó que se prohibiese al arzobispo el uso del quitasol en las procesiones. La polémica culminó con el abrupto traslado de Barroeta al Obispado de Granada el 19 de septiembre de 1758. Las relaciones del virrey con el Tribunal del Santo Oficio fueron menos conflictivas.
Durante su gestión se celebraron dos autos de fe, el primero el 19 de octubre de 1749 en el que fueron sentenciados a penas menores seis reos por herejes, y el segundo el 6 de abril de 1761 en donde los reos acusados de herejes fueron paseados con el sambenito y fueron azotados.

El virrey solicitó su relevo a la Corona el 1 de mayo de 1758, pero tal pedido le fue concedido el 22 de junio de 1760. La noticia fue recibida en Lima en abril de 1761. El 12 de octubre de 1761 Manso de Velasco entregó a su sucesor el mando y partió hacia Tierra Firme en un viaje que debía concluir en España. El 20 de diciembre zarpó de Portobelo con dirección a La Habana y arribó a esta ciudad el 24 de enero de 1762. Cuando se disponía a continuar la última etapa de su viaje, comenzó en junio de 1762 el bloqueo del puerto habanero por parte de la flota inglesa que iba a decidir el final de la llamada Guerra de los Siete Años. Como militar de más alta graduación fue invitado a integrar la junta de guerra que hizo una inútil resistencia contra el enemigo. Asistió a la rendición de esta plaza y a la ocupación de La Habana por los ingleses el 2 de agosto de 1762. Manso de Velasco fue intercambiado por prisioneros ingleses y retornó a España sin sospechar que los problemas derivados de su actuación en la derrota española serían investigados.
El Consejo de Guerra nombrado por el conde de Aranda abrió un proceso contra todos los implicados en la rendición de la plaza habanera y en dicha causa fue incluido el ex virrey del Perú. La sentencia de este tribunal de 4 de marzo de 1765 hizo responsable a Manso de Velasco de toda una serie de actos que provocaron la derrota y se dictaminó que fuese suspendido por diez años de empleo, que se le desterrase a cuarenta leguas de la Corte y que se le embargase sus bienes para reparar los daños causados a la Real Hacienda y a todos los particulares perjudicados.
No conforme con la actuación del Consejo de Guerra por considerar que estaba influenciado por la inquina que le tenía el conde de Aranda, apeló la sentencia.
Paralelamente, en Lima también se inició un proceso judicial en su contra por incumplir con el pago a sus fiadores. Manso de Velasco no pudo asistir al restablecimiento de su inocencia y de su honor al fallecer en enero de 1767 a los setenta y ocho años de edad.
Legó su título de conde de Superunda a su sobrino Diego Manso.


Bibl.: M. A. Fuentes, Memorias de los virreyes que han gobernado el Perú. Don José Antonio Manso de Velasco. Conde de Superunda, t. IV, Lima, Librería Central de Felipe Bailly, 1859, págs. 1-340; S. Lorente, Historia del Perú bajo los Borbones, 1700-1821, Lima, Librerías Gil y Aubert, 1871; M. de Mendiburu, Diccionario histórico biográfico del Perú, t. VII, Lima, Librería e Imprenta Gil, 1933; G. Lohmann Villena, “Las relaciones de los virreyes del Perú”, en Anuario de Estudios Americanos (AEA), t. XVI, Sevilla, 1959, págs. 124-132; A. Moreno Cebrián, El corregidor de indios y la economía peruana en el siglo xviii, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1977; J. Durand Flórez (ed.), Gaceta de Lima de 1756 a 1762, De Superunda a Amat, Lima, Cofide, 1982; A. Moreno Cebrián (ed.), Relación y documentos de gobierno del virrey del Perú, José A. Manso de Velasco, Conde de Superunda (1745-1761), Madrid, CSIC, 1983; M. P. Pérez Cantó, Lima en el siglo xviii. Estudio socioeconómico, Madrid, Universidad Autónoma-ICI, 1985; L. Ramos Gómez, Época, génesis y texto de las ‘Noticias secretas de América’ de Jorge Juan y Antonio de Ulloa, t. 1, Madrid, CSIC, 1985; A. Lafuente y A. Mazuecos, Los caballeros del punto fijo: ciencia, política y aventura en la expedición geodésica hispano-francesa al virreinato del Perú en el siglo xviii, Madrid, Serbal y CSIC, 1987; S. O’Phelan Godoy, Un siglo de rebeliones anticoloniales. Perú y Bolivia, 1700-1783, Cuzco, Centro Bartolomé de las Casas, 1988; T. Herzog, “La Gaceta de Lima (1756-1761): la reestructuración de la realidad y sus funciones”, en Histórica (Lima), vol. XVI, n.º 1 (1992), págs. 33-61; P. E. Pérez-Mallaina Bueno, Retrato de una ciudad en crisis. La sociedad limeña ante el movimiento sísmico de 1746, Sevilla, CSIC y Pontificia Universidad Católica del Perú, 2001; C. Walker y R. Ramírez Castañeda, “Cuentas y cultura material: La reconstrucción del Real Palacio de Lima después del terremoto de 1746”, en Anuario de Estudios Americanos, t. LIX, Sevilla, 2002, n.º 2, págs. 657-696; P. Latasa Vasallo, “Negociar en red: familia, amistad y paisanaje. El virrey Superunda y sus agentes en Lima y Cádiz (1745- 1761)”, en AEA, Sevilla, t. LX, 2003, n.º 2, págs. 463-492; C. Walker, “La clase alta y sus altos: la arquitectura y las secuelas del terremoto de Lima de 1746”, en Histórica (Lima), vol. XXVIII, n.º 1 (2004), págs. 45-90; C. González Caizán, La red política del marqués de la Ensenada, Madrid, Fundación Jorge Juan, 2004.


El escudo de armas del conde de Superunda.


Las armas de José Antonio Manso de Velasco ya en posesión del título de conde, son un escudo partido: 

Primero cuartelado con las armas del Solar de Valdeosera y armas de Manso

Segundo, armas de Velasco. 

Con bordura partida: 1º, en campo de gules,trece estrellas de ocho puntas, de oro (Manso); 2º, en campo de sinople, trece granadas, de oro (Velasco).

 Aunque no siempre, puede llevar las trece banderas a su alrededor como el escudo del Solar de Valdeosera, más las características medias lunas de aquél, sólo aparecen en tres de ellas. Además, está acolada la cruz de la Orden de Santiago.

ANEXO
El Muy Noble, Antiguo e Ilustre Solar, Señorío y Villa de Valdeosera 


Las armas del linaje, que son las del Solar de Valdeosera, de hijosdalgos, situado en la sierra de Cameros, armas que, con algunas variantes, están contenidas en el blasón del virrey conde de Superunda. Se trata de un escudo cuartelado, timbrado con yelmo y adornado con lambrequines, que, en el segundo cuartel, coloca tres torres, aunque sólo debía haber dos torres con sendas banderas. En el tercer cuartel hay una media luna, cuando debían ser dos rodeadas de trece estrellas, las cuales aparecen en el lado izquierdo de la orla del escudo. Y en la parte derecha dela orla lleva trece veneras que algunos diviseros del Solar ponen alrededor del escudo. Rodean el escudo trece banderas, que, curiosamente, no llevan las medias lunas de Valdeosera, sólo tres de ellas; las restantes varían, sin haber en contrado explicación a estas variaciones.
El uso del blasón de este Solar camerano era sinónimo de hidalguía reconocida en la sierra de Cameros, desde donde se extendió por toda España. Volverá a estar presente en el palacio familiar que reconstruyeron sus sobrinos al final del siglo XVIII, esta vez con corona condal. 
Por otro lado, el linaje Manso, igualmente vinculado a Torrecilla, ofrece en su descripción heráldica lo siguiente: en campo de azur,un cordero místico, al natural, que sujeta una banderola de plata con una cruz latina de gules, que en el caso de esta familia alterna con dos castillos de oro puestos en faja, acompañado en jefe por una estrella de ocho puntas de oro. Estas armas se encuentran en una lápida situada en el ayuntamiento de la localidad, y también están en el tercer cuartel del escudo del virrey conde de Superunda.


Linaje y nobleza del virrey don Jose Manso de Velasco, conde de Superunda.


Revisando el material para la exposición de heráldica que tuvo lugar en julio de este año en memoria de Dámaso Ruiz de Clavijo, fui encontrando algunos escudos de armas de importantes personajes de la historia de España; varios de ellos pasaron parte de su vida en Indias, la mayoría como funcionarios de la Corona, y con frecuencia adquirieron méritos por los servicios prestados en tierras americanas. Entre estos últimos personajes dedicamos nuestra atención, en estas páginas, al árbol genealógico, nobleza titulada y blasón de don José Antonio Manso de Velasco, virrey de Perú entre 1745 y 1761.
Nuestro biografiado pasó a las Indias como gobernador, capitán general y presidente de la audiencia de Chile, título concedido en San Ildefonso el 18 de octubre de 1736 (1), en consideración a sus méritos en el ejército desde 1706 (2), entonces era capitán de Granaderos del Regimiento de Guardias de Infantería Española. En enero del año siguiente se presentó en la Casa de Contratación de Cádiz, donde obtuvo licencia de embarque, junto con ocho criados, en el galeón que partía hacia las provincias de Perú. Desde Cartagena alcanzó el reino de Chile, donde residió entre 1737 y 1745, recibiendo del rey, en este destino, los grados de mariscal de campo y teniente general (3) por su contribución a la repoblación con las villas de San Felipe de Aconcagua, Los Angeles, Talca, Melipilla, Rancagua, Curicó y Copiapó.
De Santiago de Chile viajó a Lima al ser nombrado virrey de Perú, gracias, según algunos investigadores, a las gestiones que realizó en la Corte, el ministro de Fernando VI, Zenón de Somodevilla y Bengoechea, marqués de la Ensenada, riojano que había nacido en Hervías, (La Rioja) cerca de Torrecilla en Cameros, catorce años mayor que él. Ensenada creó una red de influencia favoreciendo a sus paisanos; en el caso del virrey el primer contacto entre ambos tuvo lugar en 1732, en la toma de la plaza de Orán. José Manso de Velasco tomó posesión del nuevo mandato el 12 de julio de 1746, y lo finalizó el 12 de octubre de 1761, seis años y tres meses después, pese a su manifiesto interés por regresar a la Península, que recoge la correspondencia de su estancia en Perú (4). Dos años después de su llegada a Lima, recibió de Fernando VI el título de conde de Superunda, por las arduas tareas realizadas en reconstrucción de la ciudad destruida en el terremoto de 1746.

Sus orígenes riojanos

Gracias a los archivos de la familia Manso y Velasco conservados en Laguardia (Álava), hoy custodiado en la Diputación Foral (5) de Álava, Diego Ochagavía Fernández escribió sucesivos artículos en la revista Berceo (Logroño), sacando a la luz documentación desconocida sobre el conde de Superunda. Entre ella se encuentra la partida de bautismo del virrey en Torrecilla de Cameros (La Rioja) (6), parroquia de San Martín de la citada localidad, fechada el 10 de mayo de 1689. Igualmente, Torrecilla era el lugar de sepultura de la familia.

El árbol genealógico nos informa que era hijo de Diego Sáenz Manso y Velasco, natural de Torrecilla en Cameros, y de Ambrosia María Sánchez de Samaniego, natural de Laguardia (Álava). Esta rama familiar poseía un mayorazgo que había fundado Francisco Velasco y Torres, padre de la bisabuela del virrey, y que vinculó su padre, en su testamento, otorgado el 31 de enero de 1692 (7), a otro mayorazgo, heredado de su abuelo paterno, Diego Sáenz Manso, pasando a su hermano mayor, Diego Manso de Velasco Sánchez de Samaniego, mientras nuestro biografiado quedó como segundón, inclinándose por la carrera de las armas.
Sus ascendientes del linaje Sáenz y Manso procedían de la población de Torrecilla; en esta villa habían nacido cuatro generaciones anteriores al virrey, todos ellos se llamaban Diego Sáenz Manso, aunque en algunos documentos omiten el apellido Sáenz. Así ocurre en el caso del padre del virrey, y el apellido Sáenz no volverá a aparecer en su descendencia; concretamente el virrey debería llamarse José Antonio Sáenz Manso de Velasco (8). De esta manera se explican sus vínculos con el Solar nobiliario de Valdeosera en la sierra de Cameros, como pone de manifiesto la Carta Ejecutoria de Hidalguía y Nobleza de Sangre ganada ante la audiencia de Valladolid, 15 de octubre de 1547, por Gonzalo Sáenz Manso y su hijo Juan Sáenz (9).
En dicha ejecutoria están descritas las armas del linaje, que son las del Solar de Valdeosera, de hijosdalgos, situado en la sierra de Cameros, armas que, con algunas variantes, están contenidas en el blasón del virrey conde de Superunda, de ahí que nos detengamos en ellas. Se trata de un escudo cuartelado, timbrado con yelmo y adornado con lambrequines, que, en el segundo cuartel, coloca tres torres, aunque sólo debía haber dos torres con sendas banderas. En el tercer cuartel hay una media luna, cuando debían ser dos rodeadas de trece estrellas, las cuales aparecen en el lado izquierdo de la orla del escudo. Y en la parte derecha de la orla lleva trece veneras que algunos diviseros del Solar ponen alrededor del escudo. Rodean el escudo trece banderas, que, curiosamente, no llevan las medias lunas de Valdeosera, sólo tres de ellas; las restantes varían, sin haber encontrado explicación a estas variaciones.
El uso del blasón de este Solar camerano era sinónimo de hidalguía reconocida en la sierra de Cameros, desde donde se extendió por toda España. Volverá a estar presente en el palacio familiar que reconstruyeron sus sobrinos al final del siglo XVIII, esta vez con corona condal.
Jaquelado; ocho escaques o jaqueles de oro y siete escaques con veros de plata y azur.


Por otro lado, el linaje Manso, igualmente vinculado a Torrecilla, ofrece en su descripción heráldica lo siguiente: en campo de azur, un cordero místico, al natural, que sujeta una banderola de plata con una cruz latina de gules, que en el caso de esta familia alterna con dos castillos de oro puestos en faja, acompañado en jefe por una estrella de ocho puntas de oro. Estas armas se encuentran en una lápida situada en el ayuntamiento de la localidad, y también están en el tercer cuartel del escudo del virrey conde de Superunda.
Lo mismo sucede con el linaje de los Velasco, asentado en Torrecilla, que lleva por armas un escudo jaquelado de quince piezas, ocho de oro y siete de dos órdenes de veros en ondas, de azur y plata (10); bordura de castillos y leones alternando, que se reproduce en el escudo del conde de Superunda.
 Además, el bisabuelo paterno del virrey, Francisco de Velasco y Torres fundó dos mayorazgos en Torrecilla para sus dos hijos en 1678, ambos nacidos en dicha localidad: el abuelo del virrey, Diego Manso de Velasco, y su hermano, Francisco Baltasar Manso de Velasco; este último fue alcalde ordinario en la villa en tres ocasiones, lo mismo que su hijo, lo que pone de manifiesto el prestigio que gozaba la familia en Torrecilla (11).

La nobleza en Perú durante el mandato de don José Antonio Manso de Velasco

La Corona se valió de la concesión de títulos de Castilla para premiar en los primeros años a aquellos famosos conquistadores que destacaron en Indias, más tarde, esta concesión llegó a ser un instrumento a favor de altos cargos de los funcionarios, a veces para incentivar su fidelidad al monarca, pero, sobre todo, se obtenía mediante compra, más o menos encubierta, en momentos penosos de la Hacienda real, puesto que desde mediados del siglo XVII los criollos enriquecidos reclamaban un lugar dentro de la sociedad colonial.

De los títulos (duque, marqués, conde, vizconde y barón) concedidos y aún activos en Indias al final de la época colonial, recogidos en Historia española de los títulos concedidos en Indias (12), gran parte de ellos corresponden al virreinato del Perú (13); unos 30 títulos de los 48, entre condes y marqueses, dados en el reinado de Carlos II, cuando la economía española estaba más necesitada de dinero. Esta práctica continúa con los Borbones a lo largo del siglo XVIII. De los 156 títulos dados en Perú durante toda la dominación española y que aún pervivían en el momento de la independencia, más del 70% fueron concedidos durante los reinados de Carlos II y los tres monarcas de la Casa de Borbón que le suceden, sobre todo entre 1682 y 1761, y aunque el número desciende posteriormente, prosigue esta práctica en el reinado de Fernando VII y llega hasta 1820, para ser extinguidos los títulos nobiliarios por la República de Perú tres años más tarde (14).

La mayoría de ellos fueron dados a vecinos de Lima, mayormente emparentados en esta ciudad por casamiento, muchos eran ya caballeros de órdenes nobiliarias, o militares de carrera (capitán de infantería, capitán de corazas y maestre de campo). Aunque no fue usual, a veces, los mismos virreyes tuvieron autorización real para conceder títulos de Castilla. Así sucedió durante los mandatos de los virreyes duque de la Palata (1681-1689), Manso de Velasco (1745-1761), Manuel Amat (1761-1776) y Gabriel de Avilés (1801-1806); su número suele ser muy reducido, excepto en el caso del virrey Manso, al que se le conocen al menos ocho títulos, confirmandos más tarde por el rey. Para realizar tales concesiones debían cumplirse ciertos requisitos previos: ser hijodalgo de sangre o privilegio; en caso de estar casado, debía ser con persona de la misma calidad; él o sus ascendentes debían haber realizado servicios a la Corona; y era preceptivo estar en posesión de un mayorazgo, o bienes suficientes para mantener el título con el decoro y lustre propios de su rango.

Manso de Velasco concedió primero cuatro títulos libres de lanzas y media annata, a cambio del pago de 20.000 pesos para ayuda a la repoblación que había iniciado en el reino de Chile (reales cédulas de 30 de abril y 14 de septiembre de 1741 y de 25 de agosto de 1744), todos ellos fechados el 25 de agosto de 1745: conde de San Isidro, a Isidro Gutiérrez de Cossío, natural de Nogales (Santander), vecino de Lima, de familia de mercaderes, caballero de la orden de Alcántara. El conde de Torre Velarde, concedido a Gaspar de Velarde y Ceballos, nacido en Samahoz (Santander) (confirmado por Fernando VI), caballero de la orden de Calatrava y vecino de Lima. Marqués de San Felipe el Real, a don Diego Quint y Reaño, vecino de Lima. Por último, conde de Vallehermoso concedido a don Pedro Ortiz de Foronda y Sánchez de la Barreda, caballero de Calatrava y alcalde ordinario de Lima (15).

Tras el terremoto de Lima de 1746, le vuelven a conceder facultad para nuevos títulos (reales cédulas de 19 de julio de 1748, 30 de abril y 14 de septiembre de 1749), siendo los siguientes: conde de San Javier y Casa Laredo a Francisco Ventura Ramírez de Laredo, de la orden de Santiago. Marqués de Torrehermosa, a Juan Fermín de Apezteguía y Ubago, natural de Larraga (Navarra) (14 de abril de 1753 y confirmado el 8 de julio de 1755), alcalde de la Santa Hermandad de la ciudad de Ica en Perú y caballero de Santiago. La dignidad de Marqués de Mena Hermosa se concedió al general don José de Llamas, gobernador de la plaza y presidio del Callao (confirmado por real cédula dada en el Buen Retiro el 5 de abril de 1744). El título de Marqués de Campo Ameno distinguió a don Alfonso González del Valle y Otero, vecino de Ica (Real Cédula de 30 de octubre de 1753) mientras que le de conde de Vistaflorida fue concedido por el virrey el 6 de agosto de 1753 (confirmado por Fernando VI el 26 de julio de 1755) a favor de don Juan Bautista de Baquijano Beascoa y Urigüen, nacido en la anteiglesia de San Miguel de Yurreta, merindad de Durango (Vizcaya), por la reconstrucción de la iglesia de la Concepción, en Chile, a la que contribuyó con 20.000 pesos, tras el terremoto del 24 de diciembre de 1737. Era además caballero del hábito de Santiago, entonces vecino de Lima, y estaba casado con María Ignacia Carrillo de Córdova y Garcés de Marcilla, que era natural de Lima y falleció en esta ciudad.

El condado de Superunda

El interés por poseer un título nobiliario alcanzó al mismo virrey y, en razón de la reconstrucción que mandó realizar de la ciudad de Lima y fortaleza del puerto de Callao, tras la destrucción que sufrió con el terremoto de tuvo lugar el 28 de octubre de 1746 (16), recibió el título de conde de San Salvador, y el vizcondado previo de Fuente Tapia, por real cédula, Buen Retiro a 8 de febrero de 1748, que Fernando VI aceptó como conde de Superunda (sobre las olas) (17) para él y sus sucesores. Esta denominación fue elegida por el poseedor, en razón de los servicios de la reconstrucción de la fortaleza del Callao, que en algunas biografías se atribuye a la construcción que elevó sobre el terreno que ocuparon las olas al desbordarse el mar (18).

Siguiendo las aportaciones de Ochagavía sobre el conde de Superunda, refiere que debido a la falta de patrimonio personal, necesario para concederle el título, pues requería una propiedad en Castilla sobre la que asentarse, su hermano, Diego Manso de Velasco, primogénito y heredero del mayorazgo, junto con su esposa, Manuela Juana Crespo, donaron sus derechos de un lavadero de lavar lanas finas como muestra de la industria textil riojana de la época, situado extramuro de la villa de Torrecilla sobre el río Yregua, con casa Solariega, lonjas, prados, fuertes, arboledas y demás que comprende (19). El lavadero lo vendió el ayuntamiento de Torrecilla a Diego Manso de Velasco, hermano del virrey, en 1724, para sí y sus hijos, y como recoge el documento de concesión de su hermano, estaba en el ejido de San Salvador, como le llamaban los antiguos, y en adelante se llamó Lavadero de Superunda (20)
El mismo virrey, residiendo en Perú, pensó en constituir un mayorazgo vinculado a su título nobiliario, que dejó en herencia a sus sobrinos carnales, hijos de su hermano Diego Manso de Velasco, porque él permaneció soltero. Primero designó como sucesor a Diego Antonio Manso de Velasco y Crespo, caballero de Santiago, capitán de fragata de la Armada española, segundón como él, por todos los días de su vida, y, después de su muerte, a sus hijos y descendientes legítimos, en escritura dada en la ciudad de Los Reyes, a 22 de febrero de1752. Para ello otorgó poder al marqués de la Ensenada, residente en Madrid, con escritura de fundación en Aranjuez, a 26 de mayo de 1754, poniendo a la cabeza del mayorazgo, el citado lavadero de lanas (21). Aunque en los últimos codicilos reformó esta donación dejando (22) por heredero de la parte correspondiente del mayorazgo familiar a su otro sobrino, Félix Manso de Velasco y Crespo, primogénito, reservándole el título de conde de Superunda para su hermano.

Además el virrey quiso buscar lustre a su sucesor Diego Manso de Velasco, procurando su encumbramiento social, negociando un matrimonio ventajoso para el heredero del título. El 6 de enero de 1755 le fue concedido su pase al ejército de tierra, y gestionó con el marqués de la Ensenada su casamiento, con aristocracia de sangre y de dinero, siendo seleccionada la marquesa de Bermudo, residente en Ciudad Rodrigo, lo que se debió negociar con su padre el marqués de Espeja, aportando el virrey las cantidades requeridas en mejora del mayorazgo al que se vinculaba su título, y los gastos de boda (23). Asimismo procuró engrandecer el patrimonio del mayorazgo con nuevas propiedades y objetos de valor, unos años antes de morir; en carta a su sobrino Diego, le comunicaba la compra de dos casas y un solar en Logroño, y que añada al mayorazgo las alhajas que envió desde América y otras que le fueron enviadas desde la Corte a su regreso. Textualmente le dice: <<se vinculen jurídicamente a favor y aumento del citado Mayorazgo>>, y a continuación detalla las alhajas que debía incorporar. (24)

El escudo de armas del conde de Superunda

Como antes dijimos, las armas de José Antonio Manso de Velasco ya en posesión del título de conde, son un escudo partido: primero cuartelado con las armas del Solar de Valdeosera y armas de Manso. Segundo, armas de Velasco, todas ellas anteriormente descritas. Con bordura partida: 1, en campo de gules, trece estrellas de ocho puntas, de oro (Manso); 2, en campo de sinople, trece granadas, de oro (Velasco). Aunque no siempre, puede llevar las trece banderas a su alrededor como el escudo del Solar de Valdeosera, más las características medias lunas de aquél, sólo aparecen en tres de ellas. Además, está acolada la cruz de la Orden de Santiago.


Estas armas las encontramos, casi escondidas, entre cortinajes del ángulo superior izquierdo del retrato al óleo del virrey conde de Superunda de cuerpo entero, existente en el Museo de Arte Religioso de la Basílica Catedral de Lima, que tiene como fondo la fachada de la catedral, y recoge en cornucopia el siguiente texto <<El Exmo. Sr. Dn. Jospeh Antonío Manzo de Velasco, Conde de Superunda, Caballero del Orden de Santiago, Teniente General de los Reals. Exersitos de S.M., Gentilhombre de Camara. Con entrada y de su Real Consejo. Virrey Gobernador y Capitán General de los Reynos del Perú. Vice Patrón Real, que Reedificó la Sta. Iglesia Catedral Metropolitana de Lima. Prima de las Yndias Occidentales arruinada en el terremoto de 28 de Octubre del Año de 1746>> (25). Lo mismo se repite en el retrato, también al óleo, que lleva por fondo el puerto del Callao, con mención expresa en su leyenda a la reconstrucción del presidio del puerto tras el terremoto del año 1746, a lo que añade la reedificación antes mencionada de la catedral. Igualmente porta sus armas un ángel con banderola, situado en el ángulo superior derecho del retrato del virrey ecuestre (291 x 238 cms.), que se conserva en el Museo de América (Madrid), con la ciudad de Lima al fondo, que procede de la colección familiar (26).
Igualmente aparecen estas armas en el precioso palio filipino que mandó el virrey desde Perú a la parroquia de San Martín en Torrecilla en Cameros, donde actualmente se custodia. En éste lleva corona condal, manto de armiño y trofeos militares (trompetas, cañones, bombas, etc.)



Últimos acontecimientos de su vida

Finalmente debemos referir que, a su regreso a España, Superunda hizo escala en La Habana, donde le sorprendió el ataque de los ingleses del 6 de junio de 1762, sitiando la plaza, reuniéndose el gobernador con un Consejo de Guerra presidido por el conde, que era el oficial de mayor graduación de los que había allí, y resolvieron rendir la plaza. Por ello, fue conducido a España con otros jefes y sometido a prisión con su correspondiente juicio. La sentencia del rey, 4 de marzo de 1765, lo condenaba a dejarlo sin empleo por diez años, desterrado cuarenta leguas de la Corte y debía resarcirse de los daños y perjuicios a la real hacienda y comercio, con el embargo de sus bienes (27). En tales momentos tuvo que pasar a la prisión en Madrid (28), en donde permaneció hasta finales de 1764. Finalmente quedó en Priego de Córdoba hasta su fallecimiento, siempre procurando salvar su ofendido honor, confiando su defensa al marqués de la Ensenada, pues a pesar de haber caído en desgracia, aún conservaba cierta influencia con la que procuró ayudar al antiguo virrey.
En su residencia postrera redactó un último codicilo, fechado el 11 de enero de 1766, en el que pedía a su fiel secretario, el también riojano José Sáenz de Tejada (29), y a Juan de Albarellos que dispusieran su entierro y sepultura en la iglesia como les pareciere, pidiendo sólo que fuera con la más cristiana moderación. Así se manifiesta su voluntad en la lápida que recuerda su fallecimiento el 5 de enero de 1767, esta vez sin escudo heráldico ni emblemas nobiliarios (30).

Nota

(1) OCHOGAVÍA 1961, pp. 25-48.

(2) Licencia de pasajero a Indias. AGI. Contratación, 5483, N.2, R.2. En esta licencia se incluye el título de gobernador, resaltando sus empleos en el ejército desde 1706: estuvo en el sitio de Alcántara ; en el sitio de Tortosa ; en la batalla de Gudiña ; en el socorro de Aynso Cañonero de Balaguer, reencuentro de Peñalta, Almenara , batalla de Zaragoza y Villansa, en 1714 estuvo en el bloqueo y sitio de Barcelona; en la expedición de Cerdeña, en 1717, estuvo en la expedición de Ceuta, en el sitio de Gibraltar, en la expedición de Orán, en la de Italia; asistió al sito de Galta en el reino de Nápoles, en el sitio de Calamar en Palermo (Sicilia), pasó de allí a la campaña de la Nombradía. Su hoja de servicios se completa con la aportada por OCHOGAVÍA, 1961, p.28


(3) RETAMAL, 1982.

(4) OCHOGAVÍA, 1961, p. 30-31.

(5) URDAIN, 1984, pp. 217-225.

(6) OCHOGAVÍA, 1961, p. 27; recoge el contenido de la partida de bautismo aclarando la versión dada en anteriores estudios.

(7) Se ha consultado la copia certificada por escribano del expediente de ingreso de la Orden de Santiago de su sobrino, Diego Manso de Velasco y Crespo. Por vía de mejora, el virrey y su hermana Inés Marta participaron del tercio de todos sus bienes muebles y raíces, al haber dejado el mayorazgo al mayor Diego Manso de Velasco. Archivo Histórico Nacional (AHN), OM. Santiago, Exp. 4857.

(8) En el testamento consultado de 1692, se aclara textualmente <<aunque en la caveza del testam.to dice Dn. Diego Sáenz Manso, la firma dice Dn. Diego Manso y Velasco>>.

(9) Ejecutoria de Hidalguía, Archivo Diputación Foral de Álava. Sección Fondos especiales. Samaniego (AHFS, C-28-15). En dicho archivo hay además una Carta ejecutoria de la familia, ganada por Diego y Juan Sáenz Manso, hermanos y vecinos de Torrecilla de Camero (La Rioja), 10-VII-1604, en pergamino, 65 folios (Sig. 29-1) .

(10) En el archivo de la Diputación de Álava se custodia una carta ejecutoria de hidalguía , Valladolid, 10 de mayo de 1674, procedente del archivo Manso de Velasco de Torrecilla, ganada por Sebastián de Velasco y Torres, entonces vecino de Ocón (La Rioja).

(11) GARCÍA, 1934, p. 101. En el genealógico de esta rama familiar se aprecia que su nieto, Luis Nicolás Manso de Velasco, n. Torrecilla, sargento mayor en Manila y Caballero de Santiago (1748) recibió el título de Marqués de Rivas del Jarama en 1759. Y su hermano, Manuel Manso de Velasco y Martínez de Zenzano, comandante de Húsares, pasó a Chile donde se casó y dejó descendencia.

(12) ZABALA, 1994.

(13) HAMPE, 2001, p. 332-344; de acuerdo con las fuentes consultadas dice que hubo 70 marquesados, 49 condados, 2 vizcondados y un ducado, con grandeza de España, hasta la proclamación de la independencia. Aunque algunos de los títulos no dejaron descendencia o pasaron a miembros residentes en la Península. Para GÓMEZ OLEA, 2005, pp. 34-35, este número se reduce a 107 títulos, 36 durante los Austrias y 71 por la Casa de Borbón.

(14) VARGAS, 1965.

(15) ZABALA, 1994, vol. 2.

(16) MENDIBURÚ, 1931-34, biografía de Manso de Velasco.

(17) Copia del título AHN. Consejos. Leg. 8978. Año 1748. En la colección documental de Fondos Especiales (Samaniego, AHFS), hay varios documentos relacionados con dicha concepción real.

(18) LAVALLE, 1909, pp. 141-144; virrey Manso de Velasco. VV. AA, 2004-5, p.126, Leonardo MATTOS-CÁRDENAS, dice al respecto que fue recordando esa <<gran ola>> que había destruido el puerto.


(19) OCHAGAVÍA, 1961, pp. 34-38. El autor destaca que lucía en su fachada un magnífico escudo de armas en piedra, en medida de tres metros, que desmontado tras ser enajenarse el lavadero, sus descendientes lo trasladaron a Laguardia (Álava).

(20) Ibídem, 1957, pp. 109- 113.

(21) Ibídem, pp.112-126. Recoge las cláusulas estipuladas en el mayorazgo del virrey.

(22) Ibídem, pp. 43-46. Pormenoriza los bienes incorporados al mayorazgo que funda.

(23) Ibídem, 1962, p. 168

(24) Ibídem, pp. 18-20.

(25) VV. AA., 2004-5, fig. 338, sitúa la fecha en 1758.

(26) Ibídem, fig. 339, fechado en 1746.

(27) Los muebles, cuadros y demás objetos del conde de Superunda, incluidos el escudo de la casa de Torrecilla, se trasladaron a la villa de Laguardia. Pero aún queda en Torrecilla el palio bordado que regaló a la iglesia de San Martín, al que antes se hizo referencia.

(28) GONZÁLEZ, 2004, pp. 84-85. El 19 de setiembre de 1764 ingresó en la cofradía de Valvanera en Madrid que era una red de riojanos del marqués de la Ensenada. En esos años, el marqués había perdido sus influencias en la Corte, <<pero trabajó sin descanso para librar a su amigo Superunda de la condena por su responsabilidad en la caída de la Habana en 1762>>.

(29) Martín Sáenz de Tejada estuvo con el virrey en América, donde era capitán de artillería. Después de fallecer Manso de Velasco, solicitó ingresar en la orden de Santiago, en el interrogatorio realizado en Madrid, fueron consultados algunos destacados títulos nobiliarios de Perú que formaron parte de la corte virreinal, como el conde de Castillejo y el conde de Montesclaros. AHN, OM. Santiago, Exp. 7376.

(30) OCHOGAVÍA, 1962, p. 8.


Dolores Rivas Cherif (Esposa de Azaña)



(1904 - 30 de abril de 1993) fue la esposa de Manuel Azaña, presidente del gobierno y presidente de la Segunda República Española, exiliada en México tras la muerte de su marido en Francia en 1940.


Orígenes familiares

Nace en una familia de la burguesía acomodada madrileña, y se cría en el barrio de Salamanca. Hija de Matías Rivas y Susana Cherif. Se cuenta con poca información sobre su vida, aparte de las referencias en las memorias de su marido​ y su hermano.​ Se la describe como mujer de convicciones profundas, incluidas las religiosas, sensible y culta. Conocida en el entorno familiar como Lola, y en el exilio mexicano como Doña Lola.

Matrimonio

Hermana menor del amigo íntimo de Azaña, Cipriano Rivas Cherif, se conocen en las veladas en casa de la familia Rivas Cherif. Comienzan sus relaciones en 1927. La obra La Corona está dedicada a ella. Dada la diferencia de edad, el desarrollo de la relación no es sencillo. En una nota de los diarios de Azaña de 10 de julio de 1929 escribe:

"¿De qué estoy yo tan tiernamente enamorado?, ¿es de una graciosa persona?, ¿es del amor?, ¿es de mi capacidad de ternura que busca empleo, y con él, una dicha comunicable, quizá la postrera en mi vida? Yo no lo sé. Anoche pasé un momento angustioso, las conveniencias sociales, que ni aun para descifrar un enigma debo romper, me impiden una explicación, un diálogo, contraste de la realidad de mi sueño. Y yo no podía más, temí que iba a decirlo a voces delante de todos. Estaba transido. Ello lo sabe tiempo ha, y es cruel sin darse cuenta. ¿Será locura y me tratará como a un loco? Desde mi conveniencia personal es cuando menos una extravagancia, una aventura imprudente, trastornaría mi modo de vivir. Ciertos consejos del egoísmo me inducen a retirarme a mis trincheras, pero la dicha de revelarle amor siendo ella tan sensible, tan capaz, vale más que todo. La situación es absurda, yo no tengo la libertad que tendrá otro cualquiera para salir con ella. No sé qué hacer y, entretanto, divago, me atormento y me entristezco"
Cuando Azaña le confiesa a Cipriano su enamoramiento este está seguro de la negativa de su hermana.​ Azaña se declaró en un baile de Carnaval organizado por la familia Caro-Baroja en su casa madrileña de la calle Mendizábal. Él se presenta vestido de cardenal y ella de dama del Segundo Imperio. Se casan el 27 de febrero de 1929. Ella tiene 25 años de edad y él 49, funcionario distinguido del Ministerio de Gracia y Justicia. La boda se celebró en la iglesia de los Jerónimos de Madrid, con un té posterior en el hotel Ritz. Viaje de novios a París y los Países Bajos.
Acompaña con frecuencia a su marido. Está con él cuando se firma el Pacto de San Sebastián en 1930, está con él en su despacho cuando se produce la Sanjurjada en 1932. Cuando lo detienen en Barcelona en 1934, enseguida se desplaza a la ciudad condal. Pasará un mes antes de que pueda verlo, el 12 de noviembre.

Guerra civil.

Dos días antes del levantamiento, el 16 de julio, había ido a visitar a unos sobrinos enfermos en Guadarrama. Azaña dio la orden a Cándido de Oliva, secretario general de la Presidencia, para que fuera a buscarla. Se mantuvo junto al presidente en todo momento, en todas sus residencias oficiales. También estará en la residencia del Palacio de la Ciudadela de Barcelona (1936), Monasterio de Monserrat, La Pobleta (Valencia) en 1937, finca La Barata, cerca de Tarrasa. Tras la derrota de la Batalla del Ebro, lo acompañó también al castillo de Perelada y otros alojamientos hasta la salida definitiva del país.
Durante su estancia en la residencia de La Pobleta (Valencia), 1937, le fue pintado su retrato por López Mezquita, conservado en su domicilio mexicano frente al de su marido.

Primer exilio en Francia

Acompañó a su marido en su salida al exilio el 5 de febrero de 1939, pasando caminando la frontera con Francia. Residieron en varias lugares (Collonges-sous-Salève, París, Ginebra, Pyla-sur-Mer) hasta su muerte en 1940 en Montauban. Cuando en 1940, tras la caída de Francia, Negrín ofrece a Manuel Azaña su traslado en barco a Inglaterra, este no acepta al no haber pasaje también para su mujer. Será ella quien realice continuas gestiones con el embajador de México en Vichy, Luis I. Rodríguez, para materializar la oferta de asilo político del presidente de México, general Cárdenas. Al conocerse la detención de su hermano Cipriano, constan cartas de clemencia enviadas por Dolores Rivas Cherif al Papa Pío XII y al mismísimo Franco, entre otros muchos.
Existe polémica sobre si en el momento de su muerte, Azaña comulgó y recibió la extremaunción. Dolores mandó llamar al obispo de la ciudad, monseñor Pierre-Marie Thèas, para asistir espiritualmente al enfermo. Los historiadores ponen en duda las manifestaciones del obispo sobre la aceptación voluntaria de los sacramentos, pese a las profundas convicciones religiosas de su mujer. En todo caso, ella siempre se negó a hacer declaraciones sobre la vida íntima del matrimonio, prefiriendo que se le conociera a través de sus propios escritos.

Exilio definitivo en México.

Posteriormente recibió asilo político en México, donde residiría hasta su muerte en 1993. Llegó al puerto de Veracruz el 23 de junio de 1941. Se dispone de pocos datos sobre sus largos años de vida en México, donde se mantuvo discretamente apartada de la política, aunque dedicó esfuerzos a recuperar la obra de su marido. Una de los pocas pertenencias que pudo rescatar en su precipitada salida de España fueron los retratos al óleo de Azaña y de ella, pintados por López Mezquita en 1936, que siempre presidieron el salón de su casa mexicana. Sólo una vez salió del país, para visitar Francia, donde reposaban los restos de su marido. Su última residencia se encontraba en la colonia de Cuauhtemoc, al cuidado de su sobrina Susana Rivas, hija de su hermano Cipriano. Murió a los 89 años, en su casa, de un paro cardíaco. La familia mantuvo durante unas horas el suceso en secreto para celebrar una ceremonia íntima a la que asistieron 50 personas vinculadas al exilio republicano. Está enterrada en el panteón español de ciudad de México, junto a su hermano Cipriano.

Reconocimientos durante la transición democrática.

Dolores Rivas Cherif recibió algunas consideraciones especiales durante los años de la transición a la democracia. Durante la primera visita a México del Rey Juan Carlos, en 1978, tras normalizarse las relaciones entre ambos países, acudió a la recepción en la embajada española, como una española más, donde mantuvo un encuentro informal. Este acto simbólico de reconciliación y aceptación de la nueva legitimidad, se considera importante, y la familia real le hacía llegar un ramo de flores en todas las ocasiones en que visitaban el país.
En su encuentro con el rey le comentó que, si su marido hubiera vivido hasta 1978, le hubiera gustado, como a cualquier español, ser testigo de la histórica reconciliación de un país que, tras una siniestra dictadura encabezada por el general Franco, hasta poco antes de esa fecha parecía irreconciliable.
Recibió una medalla de plata conmemorativa de la Constitución Española de 1978, enviada por el presidente del Congreso de los Diputados,
En 1978 el gobierno español le concedió una pensión de viudedad correspondiente al 40% del sueldo de un jefe del Estado, alrededor de dos millones de pesetas al año. Hasta entonces, había vivido prácticamente de la ayuda familiar e incluso de algunos trabajos caseros, que, sobre todo en los primeros años del exilio, le ayudaron a salir adelante.
Constan también contactos con los presidentes Leopoldo Calvo-Sotelo y Felipe González en sus visitas al país.
En 1982 recibe una medalla conmemorativa de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, símbolo del mérito de la mujer exiliada. El galardón lo recogió el embajador de España en México, Emilio Casinello.
Aunque nunca llegó a verlos, el ministro del Interior, José Barrionuevo, se puso en contacto con ella para comunicarle el hallazgo de los archivos de su marido, encontrados en 1984 en unos calabozos policiales de Madrid.​ No obstante ella decidió que quedaran custodiados por el estado.
Desde 1991 disponía de pasaporte diplomático que le entregó personalmente en su domicilio el embajador, Alberto Aza, por su condición de viuda de jefe de Estado.




Rivas Cherif, María Dolores de
. Madrid, 20.II.1904 – Ciudad de México (México), 30.IV.1993. Esposa de Manuel Azaña Díaz.

Última de seis hijos de Mateo de Rivas Cuadrillero y Susana Cherif Iznart. Su padre, abogado de ideas liberales, era hijo de Cipriano de Rivas Díez, terrateniente natural de Villalba de los Alcores (Valladolid), abogado y, hasta 1868, oficial 1.º de la Secretaría de Cámara y Real Estampilla de Isabel II. Su madre, devota católica, era de alcurnia marroquí, transferida a Marchena a fines del siglo XVIII. La infancia y adolescencia de Lola —su nombre familiar— transcurrieron entre Madrid y largos veraneos en Villalba de los Alcores plácidamente, salvo por la muerte en 1914 de una hermana niña y, en 1921, de un hermano de dieciocho años. Cursó sus estudios en el colegio de Santa Genoveva en la calle de La Salud de Madrid, institución laica pero de inspiración católica de lengua francesa.
Por su hermano mayor, Cipriano, muy activo en la vida cultural madrileña, conoció a personas de ese ambiente, entre ellas a Manuel Azaña, quien en septiembre de 1921 pasó dos semanas en la finca de Villalba. Frecuentó luego a Azaña en el hogar de los Rivas y de la familia Baroja. En 1928 Azaña escribió La Corona, drama de tema amoroso que dedicó a Lola. Se casaron en la iglesia de los Jerónimos de Madrid el 27 de febrero de 1929. Tras la boda, pasaron tres meses en París.
Desde 1930, al entrar Azaña en política activa, ella le acompañó y apoyó discretamente: Pacto de San Sebastián, ocultación de Azaña para evitar su detención desde diciembre de 1930 hasta abril de 1931; proclamación de la República el 14 de abril. Desde ese día gustó de asistir a sus discursos en el Congreso y compartió los altibajos de su actividad gubernativa y política: el fallido asalto al Ministerio de la guerra en 1932; el homenaje de Cataluña a Azaña en septiembre de ese año; los sucesos de octubre a diciembre de 1934, cuando su marido fue detenido en Barcelona y recluido en un barco de guerra, ella se trasladó allí y permaneció cerca de él. En septiembre de 1935 hicieron un viaje por Holanda, Bélgica y París.
Al estallar la Guerra Civil, Lola y su hermana se incorporaron como enfermeras al Hospital de Sangre instalado en el Instituto Oftálmico de Madrid. En septiembre se ocuparon de un refugio infantil cerca de Alicante. En octubre se reunió con su marido en el Palacio de Pedralbes de Barcelona. Juntos vivieron las dramáticas jornadas de mayo de 1937, el azaroso traslado a Valencia, y tras la vuelta a Cataluña en 1938, la salida definitiva de España. A pie cruzaron la frontera con Francia por La Vajol el 5 de febrero de 1939. De ella escribe Azaña en sus Memorias de mayo de 1937: 
“Nunca ha influido mi mujer en ningún acto político mío [...] todo lo que hago y digo le parece bien y no ve más que por mis ojos, y no ha tenido otra vocación que la de hacerme llevaderos todos los disgustos y sinsabores de la vida pública rodeándome de ternura”.


De la frontera se trasladan a la Alta Saboya, donde les esperaba la familia de Cipriano. Tras estallar la Guerra Mundial, establecieron su residencia en Pylasur-Mer, frente a la bahía de Arcachon. En febrero de 1940 Azaña acusó los síntomas de una afección cardíaca que ponía en peligro su vida. Lola, ayudada por su hermana Adelaida, le hizo de enfermera. Rescató de un campo de concentración al antiguo amigo, el doctor Gómez Pallete, quien se alojó en la casa en tanto que médico de cabecera. Una leve mejoría del expresidente coincidió con el avance del ejército alemán y el armisticio, que dividió a Francia en dos zonas, libre y ocupada, incluyendo en ésta Pyla-sur- Mer. Se decidió la salida inmediata, y el 25 de junio partió el matrimonio en una ambulancia con el médico y Antonio Lot —fiel ayudante desde 1935—, hacia Montauban, en zona libre o de Vichy.
Instalados precariamente en un piso que condividieron con otros españoles refugiados, allí les sorprendió a mediados de julio la noticia del secuestro en zona ocupada de su hermano Cipriano y otros amigos republicanos por la Gestapo y la policía española que los condujo a Madrid. Azaña intentó hacer personalmente gestiones, pero su enfermedad se lo impidió. Desde ese momento fue Lola quien, ayudada por Gómez Pallete, multiplicó los intentos de salvar al hermano ante el gobierno francés, ante autoridades religiosas, ante el gobierno de México y su presidente el general Lázaro Cárdenas. Éste fue el único que respondió positivamente.

Ante la negativa del gobierno de Pétain y Laval de permitirles salir de Montauban, el general Cárdenas asumió la protección del enfermo a quien mandó alojar en el Hotel du Midi bajo la bandera mexicana, a partir del 16 de septiembre. Ese mismo día, Azaña sufrió una hemiplejía devastadora. Durante las seis semanas que siguieron, la “vocación” de Lola se acentuó, al límite de sus fuerzas, como lo atestiguan las cartas que el médico, preocupado por su salud física y mental, envió a la familia y a Martínez Saura, en México.
Pero el apoyo del médico, fallecido trágicamente el 16 de octubre, le vino a faltar. El 3 de noviembre, una hora antes de la medianoche, Azaña murió. Ella, postrada, no pudo asistir al entierro. Al día siguiente se trasladó a la Legación de México en Vichy llevando consigo los manuscritos inéditos de su marido. Tres meses después, se reunió con su hermana Adelaida y la mujer e hijos de Cipriano, y el 1 de abril zarparon de Marsella en un carguero, hacinados con otros cuatrocientos refugiados, hacia La Martinica, Nueva York y Veracruz, a donde llegaron el 24 de junio de 1941.
En la ciudad de México estaban desde 1939 su hermano oftalmólogo, Manuel y la familia de la mujer de Cipriano. Y docenas de amigos españoles y mexicanos.

Los refugiados españoles republicanos le brindaron ayuda y apoyo moral y material a la joven viuda de Azaña, en quien veían un espejo de fidelidad a las ideas y sentimientos de su marido. Ella, sumida en un luto perpetuo, llevó una vida retirada en un modesto piso junto con su hermana Adelaida, dedicada a los afectos familiares y a luchar por lograr la libertad de su hermano Cipriano. Sólo apareció en los actos públicos en memoria de Azaña que se celebraban cada 3 de noviembre, salvo en 1946, cuando viajó a Montauban para la ocasión ante su sepultura. A finales de 1947, ya con su hermano Cipriano al lado, emprendió la misión que sentía como ejecutoria imperativa: publicar y difundir la obra escrita de su marido. Fue una ardua tarea contra obstáculos múltiples que sólo logró vencer tras veinte años, mediada la década de 1960, gracias a una nueva editorial mexicana. Después de 1975 pudo ir difundiendo sus obras en España.
En 1978 le fue reconocida la pensión de viuda de jefe de Estado, y el 20 de noviembre la prensa mexicana y española destacaron su visita en la Embajada de España al Rey Juan Carlos I, que ella motivó en el último discurso de Azaña a la Nación, en 1938, invocando, cara al futuro, la reconciliación de los españoles.
Las conmemoraciones del centenario del nacimiento de Azaña en 1980 y del cincuentenario de la muerte en 1990 significaron para ella la culminación de la misión moral sentida y la compensación de una hipotética vuelta a España que nunca pudo realizar.
“No lo resistiría”, decía lacónicamente. Murió el 30 de abril de 1993, cincuenta y cuatro años después de haber pisado tierra española por última vez.



Bibl.: M. Azaña, La Corona, Madrid, CIAP, 1930; J. Carabias, “Azaña cuando era novio de su mujer y se disfrazó de cardenal”, en Mundo Gráfico, 2 de mayo 1936 [reprod. en J. Carabias, Crónicas de la República, Madrid, Ed. Temas de Hoy, 1997, págs. 259-261]; J. Peña González, “Doña Lola”, en Aportes, año X, n.º 28 (octubre de 1955), págs. 26-28; M. Azaña, Memorias políticas y de guerra, Barcelona, Editorial Crítica, 1978, t. I, pág. 353, t. II, págs. 263-274; J. M. Martínez, “Méjico, el Rey abrazó a la viuda de Azaña”, Informaciones, 21 de noviembre de 1978; C. de Rivas Cherif, Retrato de un desconocido (Vida de Manuel Azaña seguido por el epistolario de Manuel Azaña con Cipriano de Rivas Cherif de 1921 a 1937), introd. y notas de E. de Rivas, Barcelona, Grijalbo, 1979, págs. 145-147, 500-511, 642-644, 650-651; J. Carabias, Azaña, los que le llamábamos don Manuel, Barcelona, Plaza y Janés, 1980, págs. 14, 21, 24, 263-264; E. de Rivas, “De un signo spinoziano al voto apotropeico”, en VV. AA., Azaña (catálogo de exposición), Madrid, Ministerio de Cultura, 1990, págs. 120-121 y 129-130; E. de Rivas, “Azaña en Montauban: del asilo político al confinamiento a perpetuidad”, en Historia 16, año XV, n.º 178 (febrero 1991), págs. 12-30; M. G. Núñez Pérez, “Sentimiento y razón: las mujeres en la vida de Azaña” en VV. AA., Manuel Azaña, pensamiento y acción, pról. de E. de Rivas, Madrid, Alianza editorial, 1996, págs. 176-183; A. Egido León, Manuel Azaña. Entre el mito y la leyenda, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1998, págs. 69-82, 430-447; S. Martínez Saura, Memorias del secretario de Azaña, ed. y pról. de Isabelo Herreros, Barcelona, Planeta, 1999, págs. 637-639, 641-650.

El llamamiento de Dolores Rivas Cherif a las mujeres españolas en el invierno de 1937
     

“¡Madres, hermanas, compañeras de los combatientes contra el invasor extranjero: acudid todas otra vez!

Se ha cumplido ahora el año del ataque a Madrid. Una raya en la Historia. Un año. Trescientos sesenta y cinco días de lucha a vida o muerte. Madrid fortaleza del corazón de España, no se rinde al invasor. Pero el invierno, cruelísimo aliado de la guerra, afila sus hielos fatales contra los soldados en el frente, contra las gentes sin abrigo, contra el niño indefenso, contra el desahuciado sin hogar. Acudid todas otra vez, mujeres de España. No pretendo alentaros, porque ánimo tenéis. Huelga el convenceros. Estáis convencidas. Y desde la primera hora dispuestas al sacrificio. No quiero sino unir mi voz al concierto del esfuerzo. El esfuerzo y el ánimo de cada uno son estériles sin la voluntad del acuerdo. Trabajemos juntos todos los que sentimos lo mismo.

El frío se echa encima. Perseguidos por el espanto, acogiéndose a nuestra hermandad, llegan los abuelos, las madres, las mujeres, los hijos de los soldados de la República herida a mansalva. Que los hijos, las madres, las mujeres, los abuelos de los soldados defensores de nuestro suelo de la libertad no sufran el rigor material del hambre y del frío.

No tienen por qué padecer hambre. No falta voluntad para repartir lo que hay. Puede faltar la buena distribución. Tampoco es difícil el remedio. Que cada cual someta a su libre arbitrio a disciplina general; que la iniciativa particular obedezca a la disposición legal; sacrifiquemos cada cual un punto del sentimiento innato de iniciativa personal que llevamos en la masa de la sangre. Todo se andará.

Conseguir esa sumisión del ánimo personal al provecho común puede ser, mucha parte, obra vuestra, mujeres de España. Corregir las faltas es hacedero y fácil cuando las faltas se denuncian legítimamente, ante la autoridad reconocida donde el Gobierno de la República delegue la que le hemos confiado y en nombre de todos ejerce y defiende. Tú sobre todo, la compañera del combatiente, sigue como hasta ahora: cargándole el fusil con el entusiasmo que anima a tus ojos. Hace un año que no lloramos las mujeres de España. No queremos la lástima. Pero ya no bordamos banderas. Necesitamos las manos para coser, para tejer, para hilar. Hilad, tejed y cosed; reunid prendas y donativos en vuestra obra de cada día y entregadla al grupo, al Comité, a la Asociación. Distribuid el empeño de cada hora. Poneros de acuerdo para la comisión de vuestro trabajo, y de esa manera, con orden, será el remedido eficaz y visible, que podría perderse en la desigualdad del mismo esfuerzo individual cuando ese esfuerzo es egoísta. Nada nuevo os digo. ¿Qué puedo decir que no sepáis? Que nadie atribuya a los demás la culpa o la falta. Que cada cual se sienta humilde grano de la gran cosecha. Y después, que viviendo se vence a la muerte, y no se consigue la paz sino ganando la guerra que nos hacen, ahora y siempre. ¡Viva la República!, ¡Viva España!.- Dolores Rivas Cherif de Azaña.”

(El Socialista, número 8641 de 4 de diciembre de 1937).

Panteón Español.

El Panteón Español de México es un cementerio ubicado en la Ciudad de México de estilo gótico y neoclásico. Fue fundado en 1886 como parte del Hospital Español de México, diseñado para servir a la comunidad de origen español de la ciudad. Actualmente está abierto a todas las nacionalidades y está administrado por la Sociedad de Beneficencia Española. En su recinto están sepultados el presidente mexicano Miguel Alemán Valdés, el comediante Mario Moreno Cantinflas, el presentador Paco Stanley y las actrices Carmen Salinas, María Grever y Sara García. Además, exiliados de la Segunda República Española como Indalecio Prieto Trueba o Carlos Esplá Rizo fueron enterrados en su recinto, aunque Prieto fue posteriormente exhumado y enterrado en Bilbao (España).

Ubicación

El Panteón Español ocupa 100 hectáreas en el antiguo terreno de la hacienda El Blanco y el Prieto, en el número 107 de la Calzada San Bartolo Naucalpan, de la Colonia Argentina, alcaldía Miguel Hidalgo de la capital mexicana. En la entrada está la parada del metro de Ciudad de México Panteones.

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