Masacre de Lo Cañas. (1891) a


De acuerdo al parte oficial, las víctimas eran 33, aunque más tarde se halló evidencia de que al menos tres de las personas que allí figuraban muertas no perecieron en la Matanza de Lo Cañas, por lo que se presume de errores en la identificación de los cadáveres. También se ha dicho que la cremación de los cuerpos y la condición humilde de muchos de ellos revueltos entre los de las más aristocráticas víctimas, pudo haber disminuido drásticamente la cuenta real de muertos, que sería muy superior pero indeterminable con exactitud ya a estas alturas. Una cifra muy repetida sobre el total de muertos es 84, pero esto parece ser un error: se toma de la cantidad todos los reunidos y que según Olivos Borne, sumaban este número, mas no se resta a los que lograron escapar ni a los que posiblemente se encontraban en labores de vigilancia fuera del grupo cuando sucedió la emboscada.
Según la nómina que en su momento publicó el diario "El Heraldo", de firme posición contraria a Balmaceda, los fallecidos fueron 39 y los escapados que salvaron su vida 27:

ASESINADOS

Ramón Segundo Irarrázaval
Luis Zorrilla
Ignacio Fuenzalida
Luis S. Valenzuela
Guillermo Varas
Daniel Zamudio
Zenón Donoso
Vicente Segundo Borne
Arsenio Gossens
Joaquín Cabrera
Arturo Vial
Carlos Flores
Ismael Zamudio
Manuel Campino
Juan M. Martínez
Pablo Acuña
Luis Correa
Mateo Silva
Nicomedes Salas
Manuel Guajardo
Rosario Astorga
Manuel Mesías
Arturo Barrios
Demetrio González
Jovino Muñoz
Desiderio Escobar
Marcelino Pinto
Bonifacio Salas
Juan Cruzat
Manuel Roldán
Nicanor Valdivia
Pedro Torres
Aquiles Arreos
Miguel Hernández
Juan Reyes
Gregorio Pinto
Santiago Bobadilla
Wenceslao Aránguiz
Isaías Carvacho

SOBREVIVIENTES

 Arturo Undurraga
Rodrigo Donoso
Eduardo Silva V.
Ernest0 Bianchi Tupper
Pío Segundo Cabrera
Eduardo Salas O.
Federico Alliende
Jorge Zamudio
Emilio Pedregal
Eduardo Pedregal
Roberto Rengifo
Manuel Fuenzalida
José Francisco Guzmán
Manuel Carrasco B.
13 artesanos que también lograron escapar

Soledad  Garcia  Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes 



La Masacre de Lo Cañas​ fue un asesinato masivo ocurrido en Chile, el 18 de agosto de 1891, en el marco de la Guerra Civil de 1891.
Ana Karina González Huenchuñir

Historia

Durante agosto de 1891, en el marco de la Guerra Civil de 1891, se esperaba el desembarco del "Ejército Constitucionalista" que era controlado por la Junta de Iquique. Para ellos, era sabido que en el ejército de José Manuel Balmaceda militaban cerca de treinta y cinco mil soldados; la Junta, con su reducido ejército de diez mil hombres, no podía, con probabilidades de éxito, emprender ataque contra tan numerosa fuerza. De acuerdo con el autodenominado Comité Revolucionario de Santiago, el que tenía por objetivo coordinar acciones contra el gobierno de Balmaceda desde la capital, la Junta de Iquique resolvió impedir la concentración del ejército presidencial (en rigor, Ejército de Chile), en Santiago, operación que se creyó muy fácil, bastando para ello cortar dos o tres puentes sobre ríos. Los primeros intentos fueron fallidos y, ante ello, Balmaceda ordenó custodiar permanentemente los puentes clave para el acceso a la capital, con la orden de "dar bala a todo aquel que se acercase al puente sin permiso".
El fracaso de estas empresas consternó a los revolucionarios, pues en la medida que el Ejército de Chile se pudiera concentrar con rapidez, el Ejército Constitucionalista del Congreso no sería un adversario capaz de derrotarlo en las provincias del Chile central. Por otra parte, la noticia de la próxima llegada de los cruceros Presidente Pinto y Presidente Errázuriz para integrar la Escuadra presidencial, quebraría la hasta entonces indiscutida supremacía naval del Congreso. En virtud de estas consideraciones, la Junta de Iquique resolvió atacar cuanto antes a las fuerzas presidenciales en el centro mismo de sus recursos; para lo que el Comité Revolucionario de Santiago, decidió organizar la destrucción de puentes y telégrafos, a fin de impedir la reunión y comunicaciones de los diferentes cuerpos del Ejército balmacedista, en ese momento diseminados en varias provincias.
El 16 de agosto, el Comité Revolucionario de Santiago convocó a algunos de sus miembros para dicha labor, poniéndose algunos jóvenes inmediatamente en acción. El plan consistía en cortar los puentes de Maipo y Angostura,​ con lo cual se impediría la reunión de las divisiones del Ejército de Santiago y de Valparaíso con la de Concepción, que en conjunto sumaban entre veintiséis mil a treinta mil hombres.

Montoneros de Lo Cañas
Wenceslao Aranguiz Vargas, Administrador del Fundo Lo Cañas
 y amigo personal de Carlos Walker Martinez.

Con este fin, el 18 de agosto numerosos jóvenes y artesanos comenzaban a hacer sus preparativos para dirigirse al lugar llamado "Panul", cercano al fundo de Lo Cañas (ubicado en el sector precordillerano de la actual comuna de La Florida en Santiago), propiedad de Carlos Walker Martínez,​ uno de los miembros del Comité Revolucionario). Debían ir en pequeñas partidas, por distintos senderos siendo sobre todo los caminos extraviados o poco frecuentados. Ochenta y cuatro fueron las personas que se reunieron en el sitio indicado, entre jóvenes y artesanos.
Los líderes del grupo informaron al administrador del fundo, Wenceslao Aránguiz, que habían señalado como punto de reunión una casita de Panul, y que esperaban que él, por su parte, no tendría en ello inconveniente. Aránguiz les dijo que no había tenido la menor noticia del proyecto ni había recibido aviso alguno de don Carlos y que no se atrevía a conceder una autorización que podía ocasionar perjuicios a los intereses que le estaban confiados. Agregó que ese fundo, por ser del señor Carlos Walker Martínez, debía estar sujeto a especial espionaje y seguramente no era lugar más adecuado para reuniones ocultas y de tanta gente. Mostrándole entonces cartas de la Junta dirigidas a los opositores que poseían fundos cercanos a Paine para que proporcionasen a la partida auxilio y recursos de todo género. En vista de tales documentos, el señor Aránguiz al punto accedió gustoso a cuanto se le pedía, recomendando prudencia y vigilancia.
Se encontraban reunidos sesenta jóvenes y veinte artesanos. Las armas eran muy escasas: veinticinco entre fusiles y carabinas con municiones y dinamita, se habían podido trasportar ese día, debiendo llegar con las últimas partidas de jóvenes el resto del armamento.
Orozimbo Barbosa Puga, Comandante
 General de Armas del Ejército Chileno

Entretanto, con la ayuda de algunos oficiales, comenzaron a organizarse militarmente, reconociendo como jefe a Arturo Undurraga, y dividiéndose la fuerza en cuatro compañías, cada una respectivamente al mando de los señores Rodrigo Donoso, Eduardo Silva, Ernesto Bianchi y Antonio Poupin. La guardia debía turnarse cada dos horas, tocando hacerla en ese tiempo a una compañía entera. Se enviaron avanzadas a algunos puntos y pusieron centinelas fijos en otros. Los demás jóvenes se ocupaban en repartir las armas; preparar la dinamita, etc.. 
Así se encontraban hasta las 11 de la noche, cuando poco después, la alarma, dada por un toque de corneta, puso a prueba el sistema de vigilancia que habían establecido, como asimismo la sangre fría de cada cual. Inmediatamente, con orden y con calma, salieron todos a caballo y se retiraron un poco más arriba de la cordillera, en un lugar donde podían sin cuidado observar a las fuerzas enemigas. Las avanzadas dieron luego la voz de que era gente amiga, y volvieron todos al campamento, donde investigaron del corneta la causa de haber producido la alarma anterior. El corneta pareció ser inocente y que sólo había obrado impulsado por su mal criterio. Con esto la calma volvió pronto al campamento, donde redoblaron la vigilancia y prepararon diversas comisiones para haciendas vecinas. Varios jóvenes se dirigieron a las casas del fundo con el objeto de esperar las últimas partidas de hombres y las armas, y también para hacer los preparativos de una próxima marcha. Entre ellos se encontraban el comandante, el capitán Bianchi y otros. A las dos de la mañana llegaron varios artesanos al mando de Santiago Bobadilla.
Habiendo tomado conocimiento la autoridad de los planes opositores, el general Orozimbo Barbosa, Comandante General de Armas, despachó, un destacamento de noventa soldados de caballería y cuarenta de infantería al mando del teniente coronel Alejo San Martín​ para impedir el atentado.



La masacre

Monumento en el Cementerio General de Santiago.
En 1896 se erigió el monumento “PRO PATRIA” del Cementerio General,
en el Patio 38 en el cruce de las calles Dávila y Cipreses.


Las primeras avanzadas de la expedición revolucionaria estaban listas y debían ponerse en marcha a las cuatro de la mañana, dirigiéndose a haciendas vecinas al puente del Río Maipo. En preparativos transcurridos hasta las tres y media de la madrugada. En ese momento, una avanzada vino a avisar a los jóvenes que se encontraban en las casas de la hacienda, que fuerza enemiga se acercaba. Casi junto con el aviso apareció a poca distancia de las casas fuerza de infantería desplegada en guerrilla. Ignacio Fuenzalida alcanzó, sin embargo, a escapar de esta sorpresa, y a todo galope se dirigió a avisar sus compañeros. Otros jóvenes quisieron huir también hacia "Panul" pero los enemigos ya habían ocupado los caminos y los obligaron con varias descargas a volverse a las mismas casas, donde hicieron una débil resistencia.
 En este pequeño tiroteo resultaron heridos algunos jóvenes, huyendo los demás hacia el huerto, donde, al saltar una muralla, cayeron todos presos. Poco después Undurraga, Bianchi y otros compraban a los soldados por dinero la libertad, y huían en dirección de la cordillera y juntarse con los demás compañeros. Entretanto que esto sucedía en las casas del fundo, Fuenzalida avisaba en "Panul", y los jóvenes montaban a caballo y se dirigían a los caminos poco conocidos de la cordillera.
Los jóvenes sólo habían tenido aviso de que subían fuerzas a atacarlos. Pero se habían facilitado baqueanos a los militares balmacedistas, y todos los caminos poco conocidos y arrancados estaban ocupados por fuerzas enemigas. Los Cazadores, Húsares de Colchagua, 8º de línea, artillería, policía rural y secreta, formaban una especie de círculo para cortar toda retirada. Los jóvenes se vieron obligados a hacer una débil resistencia en grupos separados, y trataron de salir del círculo de fuerzas enemigas que los envolvía. Algunos cayeron muertos o heridos; otros, prisioneros; otros lograron salir; otros se escondieron en los matorrales.

Después de esto, que sucedía entre cuatro y seis de la mañana del día 19 de agosto, comenzaron los asesinatos más horribles. Si se divisaba un joven que huía, se ordenaba a los soldados darle una carga de caballería y hacerle descargas cerradas hasta que caía hecho pedazos a sablazos y acribillado de balas. Los oficiales y soldados recorrían los cerros; buscaban en los matorrales, donde hacían descargas por si acaso había alguien escondido. A las diez de la mañana, cesaban las continuas descargas y comenzaban a recoger los heridos para transportarlos a la casa de Lo Cañas. A estos les iba a levantar un proceso.
La tropa de caballería e infantería que asaltó la casa de Lo Cañas no encontró en ella sino al señor Aránguiz que se había acostado temprano por encontrarse indispuesto y que no quiso huir, cuando tuvo aviso del asalto, porque juzgó que ninguna culpa tenía: no había hecho sino consentir que en el fundo se reuniese gente a quien en ningún caso habría negado asilo el propietario.
Aquí se juntaron los heridos con algunos jóvenes y artesanos que habían caído prisioneros. Inmediatamente, San Martín y otros oficiales hicieron listas de los prisioneros, separando a los jóvenes de los artesanos. Sin distinguir a los que estaban heridos, dio orden llevarlos junto a unos álamos, donde fueron cruelmente maltratados y asesinados. Los oficiales, se dejaron caer sobre los cadáveres y los despojaron de todo lo que llevaban, hasta dejarlos desnudos. Con algunos heridos que encontraron en los matorrales, cometieron toda clase de crueldades hasta matarlos. En seguida principiaron su obra de destrucción, quemando todas las casas del fundo, sacando antes lo que podía serles útil. A las tres de la tarde aprovecharon las inmensas hogueras de los edificios incendiados para quemar unos cuantos cadáveres.

Consejo de Guerra

A los demás prisioneros los iban a traer a Santiago. Como en la mitad del camino recibieron los jefes que conducían a los prisioneros, orden de volverlos al fundo de Walker Martinez, donde se reunieron unos cuantos oficiales y los condenaron a muerte. Entretanto, Vidaurre, San Martín, etc., no quisieron que quedaran en paz los jóvenes que al día siguiente debían ser asesinados. Principiaron por llamarles uno por uno y maltratarles para que dijesen dónde se encontraba el Walker Martinez y confesasen quiénes eran los jefes que tenían. Con el que más se encarnizaron fue con el señor Wenceslao Aránguiz, a quien dieron doscientos azotes.
A Aránguiz y Arturo Vial, el teniente coronel San Martín les había prometido que les libraría de la pena de muerte con tal que le pagaran. Se reunió aproximadamente cinco mil pesos, fuera de las alhajas.
Un campo iluminado por grandes incendios; diez jóvenes heridos y maltratados que con resignación esperaban ser asesinados; otros jóvenes ocultos en los matorrales, algunos a treinta metros de sus compañeros prisioneros; un cuarto lleno de mujeres que Vidaurre, San Martín y otros habían mandado buscar; grupos de soldados que bebían aguardiente sacado de las bodegas de Lo Cañas. El chisporroteo del fuego se mezclaba con el grito de las mujeres y con los ayes de dolor de los prisioneros maltratados, y de vez en cuando se oían chascarros y risas de los oficiales y soldados borrachos.
A las siete y media de la mañana fueron alineados delante de una pared de la bodega. El señor Aránguiz llegó hasta allí casi arrastrándose, llevado entre dos soldados: el día anterior lo habían torturado para arrancarle declaraciones acerca de noticias y planes que ignoraba por completo. Todos murieron con resignación y entereza. Soldados ebrios rociaron algunos cadáveres con parafina, los revolvieron con tablas y les prendieron fuego.
Poco más tarde regresó la tropa a Santiago. Finalmente Barbosa, ordenó que los muertos fuesen transportados inmediatamente a Santiago, y expuestos en la morgue para que fueran reconocidos por sus deudos o parientes, medida que se hizo innecesaria, pues que la mayor parte de los cadáveres se encontraban carbonizados.

Esa misma mañana desembarcaba en Quintero el ejército constitucional.

La masacre es muy poco recordada en la historia y solo se menciona en obras que tratan profundamente la situación de la guerra civil de 1891.



Lo Cañas en la actualidad

Al final de la avenida Walker Martínez, colindante con el Canal San Carlos existe una cruz de cemento de unos 2 metros de altura que recuerda la masacre, hecho aún desconocido para la mayoría de la población de la comuna. Con el Terremoto que azotó a Chile el 27 de febrero de 2010, la Cruz se derrumbó.
Gracias al aporte realizado por los vecinos del sector Santa Sofía de Lo Cañas, más la ayuda de la Municipalidad de La Florida, el 4 de septiembre de 2010 fue inaugurada una nueva cruz en el lugar, la cual contará con una placa conmemorativa, una cápsula del tiempo en su base y el inicio de un parque que recorrerá el borde del Canal San Carlos, desde el puente María Angélica por el norte, hasta el puente Lo Cañas por el sur.
En una de las intersecciones de la calle Arriarán del Cementerio General de Santiago también existe un monumento fúnebre en recuerdo de los fusilados de Lo Cañas.



Autor de masacre Alejo Antonio San Martín Astorga

Fotografía y datos gentileza de Cristián Rojo Hernández, descendiente del héroe.


Nació en 1859 en Santiago. Hijo de don Alejo San Martín Fernández y doña María Astorga. Al iniciar la guerra del Pacífico, fue nombrado Teniente del Batallón Cívico movilizado Cazadores del Desierto, luego estuvo presente en el Regimiento Carabineros de Yungay.
Ascendido al grado de Capitán en febrero de 1880, fue luego designado como ayudante al Estado Mayor de la II División. Participando en la campaña de Lima, en las batallas de San Juan (Chorrillos), y Miraflores (13 y 15 de junio de 1881 respectivamente). Finalizada la Guerra del Pacífico, regresó a Chile, para posteriormente formar parte en la Revolución de 1891, en la filas del Ejército balmacedista  siendo comandante del Regimiento de Guardias nacionales Santiago.
Leal al legítimo gobierno del presidente  Balmaceda, posterior a la derrota el Ejercito constitucional en las batallas de Con-con y Placilla debió huir a Argentina donde se pierde su pista entre la 1ra y 2da década de los años 1900. No se sabe la fecha exacta de su fallecimiento.
Estaba casado con Rosa Undurraga Caldera, con quien tuvo 2 hijos Oscar y Ana San Martín Undurraga.


Nota sobre consejo de guerra.

 Se celebro un Consejo de Guerra liderado por el Coronel José Ramón Vidaurre, para juzgar a los siete prisioneros sobrevivientes y al administrador Aránguiz.

El dramático decreto de marras, emitido el mismo día 19, decía lo siguiente:
"Núm. 365. Nómbrase un Consejo de Guerra que procederá sumariamente y en el término de seis horas a resolver lo que corresponde sobre el castigo que merecen las montoneras y las tropas irregulares armadas para maltratar la Constitución y el respeto a las autoridades legalmente constituidas; y con arreglo a lo dispuesto en el Art. 4.° del título 13 de la Ordenanza General del Ejército, Arts. 141 y 143 del título 80 del mismo Código, servirá de presidente del Consejo el coronel Don José Ramón Vidaurre, y de vocales los capitanes, Don Juan Agustín Duran, Dr. Manuel Quezada, Don Arturo Rivas, Don Leopoldo Bravo, Don Abelardo Orrego y Don Manuel A. Fuenzalida; Servirá de secretario el capitán Don Manuel H. Torres. Anótese y cúmplase.O. Barbosa".

La intención de constituir el Tribunal era, claramente, darle un carácter de combate con legítimo castigo a los montoneros y escudarse en el decreto que había emitido el Gobierno, que castigaba seriamente los atentados a puentes y caminos pasando por encima de las penas que disponían el Código Militar y el Código Penal para estos delitos.
Sin embargo, previendo que completar tamaño crimen sería un gravísimo error que pasaría para siempre en la historia de Chile, Vidaurre no fue capaz de ordenar más ejecuciones, informando a Barbosa ya en horas de la tarde lo que realmente había ocurrido en la madrugada: una matanza despiadada, poniendo en duda las atribuciones que se tomó la comandancia y exigiendo que los prisioneros que quedaban vivos fueran conducidos a Santiago. Cándidamente, esperaba alguna reacción humanitaria y un aterrizaje en la sensatez de parte del General.
Según datos aportados a Encina por el General José Velásquez, su ayudante el Fiscal Reyes Ramos también intentó intervenir para evitar más derramamiento de sangre, pero todo fue en vano. Es por estas razones que muchos señalarían después al propio Balmaceda como responsable de la decisión final de matarlos, dado que fue imposible revertir el destino.

Joaquín Rodríguez Bravo, en "Balmaceda y el conflicto entre el Congreso y el Ejecutivo", expuso otra interpretación de las circunstancias de estos hechos:
"Pudo ese tribunal militar decir en su sentencia que sus víctimas  estaban convictas y confesas. Lo que no pudo afirmar fue cuál era el delito consumado sobre el cual había recaído esa confesión.Aunque los términos de las órdenes verbales impartidas por Barbosa a Vidaurre, acaso habrían facultado a éste para proceder a una ejecución inmediata, resolvió que el mayor Escala trajera a Santiago el sumario que acababa de levantarse, a fin de que las responsabilidades de lo obrado no recayeran directamente sobre él, sino sobre el general Barbosa".

Por su parte, el General José Francisco Gana habría ido a entrevistarse con el propio Presidente Balmaceda en aquellos tensionantes momentos, quien tras los fusilamientos anteriores de Putagán y Río Claro había ordenado que las sentencias de penas capitales que decidiera la comandancia no fueran comunicadas al Gobierno, libertad que probablemente facilitó el actuar cometiendo excesos. Desobedeciendo esta instrucción, Gana intentó convencer a Balmaceda de inmiscuirse en el asunto de manera tal que no se viera involucrado en las responsabilidades de San Martín y Barbosa por la matanza, pero se negó terminantemente y fue imposible sacarlo de su tozuda convicción.


SANTIAGO, Chile, 15 oct.- Los detalles del masacre de Lo Cansa, por el cual fueron asesinados muchos de los jóvenes prometedores de Chile, se relata así en el diario Chileno Times:

Pocos días antes del pasado 18 de Angusto unos 150 jóvenes, la mayoría pertenecientes a las primeras familias santiagueras, acordaron constituirse en cuerpo para asistir al ejército constitucional en cuanto llegara a Valparaíso. El 17 de agosto partieron casi todos en la hacienda de Cañas, de don Carlos Walker Martínez, que está situada a diez o doce millas de Santiago, siendo su objeto caer sobre la capital y levantar al pueblo para tomarla en caso de que el dictador la tomara. retirada de tropas para actuar contra el ejército constitucional.

Desgraciadamente, no faltaba un miserable traidor que los traicionara al Dictador. En posesión de la información proporcionada por el infeliz en cuestión, el dictador inmediatamente tomó medidas para infundir juventud a los jóvenes y ardientes patriotas que habían como Bembled en la hacienda de Lo Cañas, y que se consideraban tan seguros que incluso el la mayoría de las precauciones ordinarias de seguridad se consideraron innecesarias. A las dos de la madrugada, una fuerza compuesta de setenta y cinco caballería y setenta y cinco de infantería, esta última montada detrás de la primera, salió tranquilamente de Santiago para Lo Cañas. En el día. Romperse las casas y edificios del cetute fueron rodeados, y la banda de gallardos mozos fue bruscamente despertada por descargas de riffs y carabinas.

Inmediatamente se les ocurrió la verdad de que habían sido traicionados y de que estaban rodeados por una soldadesca implacable. No había más remedio que esforzarse por escapar corriendo el guante de tres al que estaban expuestos por todos lados. El primero en salir fue don Arturo Undurraga Vicuña, acompañado de doce o más compañeros, y salvaron la vida por medio de un rollo de billetes ordenados y aceptados por los soldados contra los cuales tuvieron la suerte de correr. Otros de sus compañeros fueron menos afortunados. Mientras salían corriendo de los edificios, ellos también se encontraron frente a soldados, y una voz resonó claramente por encima del estruendo para no dar cuartel a los desamparados jóvenes. 

La orden la dio su ayudante del Gral. Barbosa de nombre Alejo San Martin. A la primera descarga cayeron seis u ocho de los jóvenes patriotas. El resto trató de abrirse camino. Quince o más fueron asesinados a tiros. Cinco o seis resultaron heridos y diez o doce fueron hechos prisioneros.  Los heridos fueron asesinados con bayonetas y sables y sus cuerpos mutilados y quemados.

"Pocas horas después los prisioneros fueron conducidos con dirección a Santiago, pero cuando estaban a medio camino, se recibieron órdenes del Dictador y de Barbosa para llevarlos de regreso a Lo Canas. En el camino de regreso fueron sometidos a toda clase de indignidades y brutalidades, al llegar a la hacienda, el mayordomo don Wenceslao Aránguiz Fontecilla, fue sometido a indecibles horrores, fue atado a un árbol y fue golpeado y cortado con sables y espadas para obligarlo a revelar el escondite. lugar de don Carlos Walker Martínez, como éste insistía en que no sabía nada del escondite de su patrón, primero le rompieron una pierna y luego la otra, le echaron parafina encima y le prendieron fuego, pero la cantidad era limitada para que como para prolongar su agonía, que duró casi una hora, en medio de sus horribles sufrimientos, apeló a sus verdugos para que lo mataran de una vez y lo sacaran de su miseria, pero ellos se burlaban y vituperaban sus súplicas.

Los cuerpos del resto de las víctimas fueron sometidos a atrocidades sin precedentes. 

 Algunos fueron cortados en dos por la mitad, y las partes fueron suspendidas con cuerdas de los árboles, en medio de gritos feroces y demoníacos. Los bustos de otros fueron colocados sobre los bancos de los pasillos, los ojos fueron sacados con bayonetas, la lengua fuera, y las orejas y los dientes cortados. Posteriormente, la mayor parte de los cuerpos y restos mutilados fueron recogidos y quemados. . El resto de los cuerpos fueron llevados al día siguiente a Santiago, pero estaban tan horriblemente mutilados y desfigurados que fue muy difícil identificarlos. Todos los cuerpos habían sido despojados de relojes, joyas, dinero y todo lo de valor.

Los siguientes son los nombres de algunas de las víctimas: Ignacio Fuenzalida Castro, Manuel Campino, Carlos Flores Echaurren, Isaias Carvacho, Ismael Zamudio Flores. Luis Zorilla, Alberto Salas Solano, Arturo Vial Souper, Ramón Luis Irarrazoval, Luis Ignacio Valenzuela, L Guillermo Varas, Wenceslao Aranguiz, Vicente Borne. Arsenio Goesene y Daniel Zamudio.

"Se dice que los oficiales que participaron en los infames crímenes son los siguientes: Cnel. Ramón Vidaurre. Tte. Cnel. Emillo Aris, Tte. Cnel. Eduardo Infante, Tte. Cnel. Julio Sepúlveda. Manuel Escala, Alejo San Martín, Vicente Subercaseaux y Subteniente Fuenzalida.

“Tres jóvenes señores, llamados respectivamente Lula Barceló Lira, Luis Infante Tagle y Carlos Lira Ossa, que se dirigían a reunirse con sus compañeros en Lo Caras, durmieron la noche fatal en una finca vecina y escaparon de la masacre general. apresados, sin embargo, y llevados a Lo Canas para presenciar la ejecución de sus amigos, pero como no se pudo obtener ninguna prueba directa de complicidad contra ellos, fueron llevados a Santiago y echados en prisión, donde permanecieron hasta el día de la ejecución del dictador. derrocamiento y la liberación de sus victimas de la cárcel".

Los New York Times

Noviembre 5, 1891
- Copyright The New York Times


Autores.




1881. José Vicente Caris
José Vicente Caris, sirvió en el batallón Cazadores del Desierto, el que es disuelto en diciembre de 1880.

1881. José Ramón Vidaurre
José Ramón Vidaurre del Río, comandante del regimiento de línea Artillería de Marina.

Comentarios

  1. una terrible masacre en historia de Chile, que sepultó la presidencia de balmaceda

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  2. Excelente resumen para ver la historia de Chile desde todos los ángulos sin apasionamientos. Y hasta el momento no encontraba ninguna referencia a Alejo Sn Martin, muchas gracias

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