(Boimorto, La Coruña, 1901 - México, 1976) fue un militar español que se destacó durante la Guerra Civil Española.
Biografía
Nació el 19 de marzo de 1901 en la localidad coruñesa de Boimorto. Ingresó en la Armada en 1916, ascendiendo al rango de cabo telegrafista en 1921 y a segundo contramaestre en 1929. Desde 1928 Estuvo afiliado a la masonería. Según algunos autores, Balboa también estaba afiliado al PSOE. En julio de 1936 era oficial de 3.ª clase del Cuerpo auxiliar de radiotelegrafistas y estaba destinado a la Estación de Radio del Ministerio de Marina, en Ciudad Lineal. Cuando el 17 de julio se produjo el golpe militar, Balboa se encontraba de guardia destinado en la Estación de radio; la madrugada del 18 de julio captó mensajes de los militares insurrectos del Marruecos español dirigido a las guarniciones de la península. Se negó transmitir el mensaje a las guarniciones, y tras informar directamente al ayudante del ministro José Giral, el teniente de navío Pedro Prado Mendizábal, se puso en contacto con los buques y las bases de la armada, poniéndoles en alerta. Además, detuvo a su oficial superior, que estaba implicado en la conspiración militar. Gracias a la decidida acción de Benjamín Balboa, el ministerio logró mantener el contacto con la mayoría de unidades de la Marina de Guerra de la República. Durante la contienda ostentó brevemente el cargo de Subsecretario de Marina. Tras el final de la contienda se exilió en México, donde falleció a mediados de 1976.
Actuación en la guerra
La actuación de Benjamín Balboa frente a los golpistas sublevados fue decisiva para conseguir que las unidades de la Flota permaneciesen del lado de la República. De no haber sido así la guerra habría durado pocas semanas. Sus valores como persona y militar, junto con su absoluta lealtad a la República, fueron decisivos. Oficial de 3ª clase (asimilado a alférez de Armada) del Cuerpo Auxiliar de Radiotelegrafistas de la Armada. Al producirse la sublevación militar del 18 de julio de 1936 desempeñó un importantisimo papel en el desarrollo de los acontecimientos que tuvieron lugar en el centro de comunicaciones que la Armada tenía instalado en la Ciudad Lineal de Madrid desde la cual, mediante TSH (2) y utilizando el sistema Morse, se establecían todas las comunicaciones con las bases navales y los buques de la Flota. Aunque existen diversas versiones sobre como se produjeron tales hechos, parece fuera de toda duda que Balboa, sobre las 6,30 horas de la mañana del 18 de julio, captó un mensaje del general Franco transmitido desde Tenerife y dirigido al jefe de la Circunscripción Oriental de África (Melilla), que decía:
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Gloria al heroico Ejercito de África. España sobre todo. Recibid el saludo entusiasta de estas guarniciones, que se unen a vosotros y demás compañeros Península en estos momentos históricos. Fe ciega en el triunfo. Viva España con honor. General Franco. Momentos después volvió a detectar otro radiograma con el mismo texto e idéntica firma, dirigido a los generales jefe de la 1ª, 2ª, 3ª, 4ª, 5ª, 6ª, 7ª y 8ª División Orgánica en Madrid, Sevilla, Valencia, Barcelona, Zaragoza, Burgos, Valladolid y La Coruña: al comandante militar de Baleares, al general jefe de la División de Caballería, en Madrid; al jefe de la circunscripción de Ceuta y Larache; al jefe de las fuerzas militares de Marruecos y a los almirantes jefes de las bases navales de Ferrol, Cadiz y Cartagena. Todavía captó otro mensaje, transmitido desde la base naval de Cartagena, que terminaba con la orden de "cursése a las guarniciones" y que aumento aún más sus sospechas. La indignación que le produce en hecho en si - escribe Daniel Sueiro en La Flota es Roja - se acrecienta en Balboa ante la descarada pretensión de los sublevados de servirse de ellos y utilizar nada menos que la vía oficial para propagar el alzamiento y levantar a los cuarteles y demás dependencias militares de Madrid y, sobre todo, le duele que sea un compañero el que, desde la estación de radio de Cartagena esté dando curso a tales mensajes.
Obedeciendo al primer impulso, con el texto de la circular de Franco garrapateado en una hoja que sostiene nerviosamente en la mano, pulsa el entrecortado reproche que quiere hacer llegar al radiotelegrafista de Cartagena:
...no hagas eso compañero...no transmitas esa circular...no te das cuenta de que es un acto de subversión.
la respuesta quiere ser una justificación y es una llamada angustiosa por parte del auxiliar de radio, Albiol, que Balboa sabe captar: estaba cumpliendo órdenes superiores, de jefes que en ese momento le rodeaban en la misma estación de radio. Y la circular no solamente había sido transmitida ya a Madrid sino también a la base de Mahón. Sin perder más tiempo Benjamín Balboa corre a uno de los teléfonos cuidándose de no utilizar el que estaba conectado con el domicilio del jefe de la Estación, el capitán de corbeta Cástor Ibáñez Aldecoa, sin duda al pie del aparato en sus habitaciones, a la espera de aquella noticia. Saltándose así a su jefe inmediato, por las buenas razones que tiene para hacerlo, se pone al habla con el jefe de la secretaría del Ministerio de Marina, el teniente de navío Prado Mendizabal, al que lee por teléfono el texto lanzado por Franco. Prado copia rápidamente las palabras que Balboa le dicta y antes de colgar y pasárselas a su ministro, Giral, le indica al radiotelegrafista que, por su parte, pase a limpio la circular y se la envíe con toda urgencia y en sobre cerrado y personal al ministro de la Guerra y presidente del Consejo, Casares Quiroga... Y en ese momento es cuando aparece el jefe del servicio, capitán Ibáñez Aldecoa. Al darse cuenta de que el esperado mensaje de Franco, en lugar de ser transmitido a las guarniciones, para que se sumen al alzamiento, como estaba previsto por la conspiración, iba ser enviado al ministro o al jefe del Gobierno se apoderó bruscamente de él, arrebatándolo de las manos del funcionario, reclamando la vía jerárquica del Jefe del Estado Mayor de la Armada, vicealmirante Salas, como primer destinatario natural y obligado del mismo. Mientras se dirigía a la cabina telefónica de la misma estación no ahorró palabras de desprecio y de amenaza por las conducta del auxiliar Balboa. Con el almirante Salas sostuvo una eufórica y alborozada conversación en alta voz, después de la entusiasmada transmisión de la circular de Franco, manteniendo ostensiblemente abierta la puerta de la cabina, como para contagiar a las fuerzas de custodia y demás presentes de su propia alegría.
El capitán y jefe del centro hizo hincapié, antes de atravesar los cien metros de jardín que le separaban de su vivienda privada, de que desde ese momento era aún más rigurosa la orden dada por él acerca de la utilización exclusiva del teléfono conectado con su casa, con la prohibición consiguiente de utilizar los otros dos teléfonos. Y ese teléfono que Ibáñez Aldecoa quería que le sirviera para enterarse de lo que hablaban subordinados suyos en los que no confiaba, sirvió también a éstos, que por lo demás mantenían hacia su jefe una actitud equivalente y opuesta, para escuchar algo de lo que él mismo decía en tal momento. Así fue como el mismo Balboa pudo oír la conversación personal que, a renglón seguido, mantuvo Ibáñez Aldecoa con su jefe el vicealmirante Javier de Salas. Quería éste que el mensaje de Franco se hiciere llegar, por los medios que fuera, a todas las guarniciones. Y replicaba Aldecoa: Hazlo tú. Y un nuevo apremio por la otra parte. Ibáñez Aldecoa confiesa: Es que tengo aquí un hueso... En un momento dado Ibáñez Aldecoa se decide a intentar transmitir la llamada de Franco a las guarniciones, de acuerdo con los deseos de Salas y siguiendo, sin duda, los planes trazados con anterioridad.
Ya es de día cuando atraviesa de nuevo el jardín y llega a la puerta del gabinete telegráfico . Allí le sale al encuentro Benjamín Balboa, que seguramente le está esperando. El capitán de corbeta quiere hacer valer su autoridad y le indica al auxiliar que se considere arrestado. Usted -le grita- está contraviniendo mis órdenes. Retírese como arrestado a su habitación. Y a partir de este momento le prohíbo que entre en la sala de aparatos. Balboa reacciona con energía y con ira le replica: No acato esa orden. Tengo una misión que cumplir y la cumpliré. cueste lo que cueste y pese a quién pese. Estoy aquí para defender a la República contra aquellos que, como usted sabe, la traicionan. Y desde este momento es usted, no yo, quién tiene prohibida la entrada en el local.
El auxiliar de radio apunta al capitán Aldecoa con su pistola, una Luger 22, de nueve tiros, más uno en la recámara, con el cargador completo. Allí mismo lo detiene y lo encierra en sus habitaciones. No salga usted de su casa, le advierte antes de retirarse, Si lo intenta se hará fuego contra usted. De esta forma se hizo dueño de la situación, y el Gobierno de la República no perdió el contacto con las bases navales ni con la mayoría de los barcos que componían la escuadra, impidiendo, entre otras cosas, el paso del estrecho de Gibraltar al grueso de las fuerzas sublevadas en el protectorado marroquí. Convertido en hombre de confianza de la Marina de guerra republicana, fue ascendido a Oficial 1º, equiparado a capitán, del cuerpo al que pertenecía, desempeñando diversos cargos públicos a lo largo de la contienda.
Katja Landaun. (Viena, 29 de junio de 1905 - ?) fue una política y publicista austriaca. Nació en 1905, en el seno de una familia judía ortodoxa de ideología conservadora. Desde 1923 mantuvo una relación sentimental con el político comunista Kurt Landau, con el que en 1927 contrajo matrimonio. Llegó a ser miembro del Partido Comunista de Austria (KPÖ), al igual que su marido, aunque el matrimonio se acabaría distanciando de la línea oficial del partido por su adscripción al estalinismo soviético. En 1929 Katja se trasladó con su marido a Berlín, donde desarrollaron diversas actividades junto a los círculos de la izquierda antiestalanista alemana. Tras el ascenso al poder de los nazis, ambos se marcharon a París. Tras el estallido de la Guerra civil española, en noviembre de 1936 tanto ella como su marido se trasladaron a Barcelona. La pareja estuvo asociada con el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), para el cual su marido Kurt llegó a trabajar como escritor, traductor y propagandista. Sin embargo, tras los llamados Sucesos de mayo de 1937 el POUM fue ilegalizado por las autoridades republicanas. Katja Landau fue detenida el 17 de junio de 1937, y mientras estaba en prisión tuvo conocimiento de la detención de su marido, que pronto desapareció. Se puso en huelga de hambre para forzar a las autoridades a investigar la desaparición de su marido, lo que consiguió. En enero de 1938 fue puesta en libertad por las autoridades republicanas. Tras su salida de prisión fue deportada a Francia, y posteriormente marcharía a México.Durante su exilio mexicano contrajo matrimonio con el ex-militar republicano Benjamín Balboa López.
Noticias de Julia Lipschutz, conocida como Katia Landau,
Gracias a la reseñas sobre la edición de Sepha de Los verdugos de la revolución española, aparecido en Kaosenlared, y en el que se informaba que no había habido manera de encontrar siquiera una foto de ella, nos han llegado unas preciosas informaciones de un familiar de su segundo compañero, Benjamín Balboa, y una foto del exilio... En la información, firmada por el amigo Manuel Osende Rigueiro, éste aconsejaba la lectura de la obra de Daniel Sueiro, La flota es roja (Argos Vergara, Barcelona, 1983), que conoció dos ediciones entonces y que según parece no ha sido reeditado. El libro cuenta "El papel clave del radiotelegrafista Benjamín Balboa en julio de 1936", detallando "Todo lo que ocurrió en los buques de guerra y Bases navales al estallar la guerra civil. La Marina dentro de la conspiración franquista y la masonería dentro de la Marina". Sueiro consideraba que "Balboa era un gran tema para un escritor, un aspecto nuevo y decisivo en el planteamiento de la guerra civil y en su desarrollo, y del que al parecer se habían olvidado los historiadores". Para recomponer la figura de este personaje central en la contrainsurrección republicana fallecido en 1974, cuando se aprestaba a viajar al Portugal de los claveles con su compañera Katia para estar más cerca de las libertades que se estaban ganando en España, se lanzó a una búsqueda agotadora de testigos y de archivos...Sueiro fue un avanzado de la investigación de las atrocidades del franquismo a través de obras como el Valle de los Caídos. Los secretos de la cripta franquista, amén de una Historia del franquismo en cuatro volúmenes (en colaboración con otros autores), y que fue publicada en 1978, lo que demuestra -por sí hacía falta- que ya se estaba trabajando, y de verdad, por la verdad, la justicia y la reparación contra el franquismo hasta que en las alturas políticas se consideró que se estaba llegando demasiado lejos.
Hoy que se vuelva a hablar de todo aquello convendría tener más en cuenta a este escritor gallego (La Coruña, 1932-,Madrid, 1986), autor de numerosos relatos cortos como La rebusca y otras desgracias (1958) y Toda la semana (1964), y novelas como La criba (1961), La noche más caliente (1966), Corte de corteza (1969) y El cuidado de las manos (1974). Sin embargo, Sueiro fue mucho más valorado por sus reportajes y ensayos que fue publicando en torno al tema de la pena de muerte con los títulos de El arte de matar (1968), Los verdugos españoles (1972), tan ligado al inestimable documental de Basilio Marín Patino, y en el que Daniel consigue la confesión de los propios ejecutores de la ley, su referencia a los instrumentos del máximo castigo -el garrote vil en este caso-, dan a la obra un patetismo insuperable, al tiempo que suponen una repulsa distanciada y objetiva de esta forma de represión. Le siguieron La pena de muerte: ceremonial, historia, procedimientos (1974), que causaron un enorme impacto en la opinión pública. Nos gustaría saber mucho más de Katia, pero de momento publicamos el fragmento (páginas, 278-279-280) de La flota es roja:
"...Es una mujer también refugiada, de nacionalidad austriaca, que está trabajando entonces en un comité norteamericano de ayuda y rescate. De fina y delicada belleza, animosa ante las dificultades, de inteligencia rápida, ella decide desde el primer momento sacar de Francia a aquel español singular que le acaba de ser presentado. Aunque apenas habla cuatro palabras en castellano, en seguridad que está ante una mujer distinta, una mujer europea sensible y culta; la firmeza de sus convicciones, la generosidad que en ella advierte de inmediato, esa fuerza interior que de ella emana le cautivan. Aunque un velo de tristeza, de pesadumbre cubra por momentos su mirada y detenga su espontánea sonrisa.
Es Katia Landau, la que fuera esposa de Kurt Landau. En los últimos meses del año 1937 y los primeros de 1938, esta mujer menuda y enérgica, que muestra toda su entereza en los momentos de las grandes pruebas, ha estado tratando de saber qué ha sido de su marido, dónde está, en manos de quién. Sólo se sabe que Kurt Landau desapareció en Barcelona el 23 de septiembre del 37, al parecer arrestado. Katia ha entrado en todas partes y preguntado a todos, pero de sus pesquisas no sale nada en limpio; sus investigaciones terminan en el vacío. Habían llegado a España pocos meses después de desatada la guerra, en noviembre del 36. Kurt Landau, activo militante del PC austriaco hasta 1927, dirigente más tarde en Berlín de la Oposición de Izquierda y miembro del Buró Internacional, cabeza de una de las escisiones del partido en mayo de 1931, entra en Barcelona en relación con el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) en el momento en que éste sufre los peores ataques de Trotsky, por haber accedido a formar parte del Gobierno de la Generalidad, y del que por cierto será expulsado más tarde por imposición soviética. Las divergencias políticas entre Landau y Trotsky se recrudecen desde este momento. Este último, que ya se había referido al "diletantismo con las ideas, la charlatanería periodística al estilo de Landau", al que había incluido entre los "confusionistas" y los "desertores", acabará por hablar del "papel lamentable" desempeñado por el austriaco en la revolución española. Landau, que se definirá como un marxista que rechaza el trotskismo, atacará duramente a Trotsky en sus últimos artículos; publicados bajo los seudónimos de Wolf Bertram y Spectator, alguno después de los sangrientos sucesos revolucionarios de mayo del 37 en Barcelona, en que a las divergencias con los trotskistas se suma la persecución por parte de los estalinistas. Las investigaciones fallidas de Katia Landau quedarían registradas en un libro titulado El estalinismo en España.23 Tampoco otras investigaciones posteriores aportarían pruebas documentales de lo que todo el mundo, sin embargo, admite, tanto hoy como ya entonces: que Kurt Landau fue asesinado por la GPU (policía política de la Rusia soviética), como una víctima más del estalinismo en España. Pasados los años, la visión de aquella mujer en relación con estos hechos sigue siendo la misma de entonces, como se refleja en estos párrafos de cartas personales, fechadas en México en 1980, y dirigidas al autor de este trabajo: segundo, etc., y lo hago sólo para evitar malentendidos), quiero aclarar que Balboa y él nunca se conocieron. Kurt era el tipo de revolucionario profesional, por lo menos en el sentido en que empleábamos ese término en aquel entonces. Era un excelente orador y tenía una pluma verdaderamente brillante. Nos hemos separado del PC de Viena en 1927, y de Trotsky y el movimiento trotskista en 1931; sus métodos internos y su carácter autoritario hicieron para Kurt la colaboración imposible. Las divergencias se acrecentaron especialmente en la cuestión de la proclamación de una 4.a Internacional para la que faltaban en aquel entonces todas las premisas, y, en mi criterio, faltan hasta esta fecha, a pesar de todo. Kurt se consideró hasta su fin marxista-leninista y defensor de la URSS. Después de los acontecimientos de mayo de 1937, vivía ilegalmente en un suburbio de Barcelona. El 23 de septiembre de este mismo año fue secuestrado, ferozmente torturado y matado. Hay una versión que supone que fue llevado a Rusia, pero no existen pruebas fehacientes respecto a este particular. Ahora, por primera vez en muchísimos años, ha salido en Cahiers León Trotsky, enero-marzo 1980, páginas 71-95, un artículo de un joven historiador vienes de talento, Hans Schafranek, sobre Kurt. Que una publicación trotskista publique un artículo sobre Kurt es un verdadero milagro y demuestra que tienen una mentalidad bastante más abierta que el gran Maestro..."
Cuando se encuentran en Marsella, desgarrados por las miserias de la guerra, de la derrota, con las cicatrices aún abiertas en el fondo de sus almas, Katia tiene poco más de treinta años; Balboa cumple los cuarenta. "Y cosa curiosa -recordará Katia-, no nos pusimos a hablar de política, sino de teosofía." También ella había pertenecido en su juventud, en la adolescencia, a un grupo teosófico vienes, del que se había alejado pronto, mas no sin haber leído antes a fondo a madame Blavatsky, a Anny Besant, a Krishnamurti...; concretamente los discursos de Buda le habían parecido magníficos. Comprobó en seguida que los conocimientos de Balboa en el campo de las religiones, y no sólo en el de la teosofía, eran amplios y profundos. Espontáneamente coinciden ambos en esos principios de convivencia que atañen a la moral, a la ética, al humanismo. Balboa necesitaba en aquel momento, por otra parte, una persona de confianza que le pasara a máquina sus recuerdos de los acontecimientos de julio del 36 y su participación en ellos. Ese papel lo cumpliría también Katia con eficacia, y al tiempo que escribía cuartillas y más cuartillas en una vieja máquina alquilada, comprobaba la simplicidad de la ortografía española y su propia facilidad para dominar un idioma que iba a ser el suyo en adelante. En mayo de 1941 se trasladan los dos a Casablanca, donde Katia presa, ahora, consiste en comprobar que, corno otros compatriotas, ha de pasar varios días en la cárcel para extranjeros existente en aquella ciudad americana; cuarentena que afortunadamente consiguen abreviar las gestiones del máximo dirigente de la JARE, Indalecio Prieto. "Estamos haciendo toda clase de esfuerzos para que puedan ustedes salir mañana - le dice éste en carta que lleva fecha del 30 de septiembre, escrita con su letra menuda e inconfundible, en papel de The Barclay -. Se tropieza con la dificultad del funcionamiento de un solo Jurado y de la existencia de muchos casos. Se nos han dado esperanzas de que los de ustedes se resolverán mañana por la mañana."
A México, punto y destino final de su largo exilio, llega Benjamín Balboa -vía Cuba- en octubre o noviembre de ese mismo año, 1941. Katia logrará unírsele, por fin, pocos meses después, en marzo de 1942. En lo sucesivo ella será Katia L. de Balboa, si bien no formalizan jurídicamente su matrimonio hasta diez años más tarde. "En nombre de la Ley y de la Sociedad, hoy, 29 de diciembre de 1953, declaro unidos en perfecto, legítimo y disoluble matrimonio civil al señor Benjamín Balboa López con la señora Julia Lipschutz de Balboa, con todos los derechos y obligaciones que nacen del matrimonio", escribirá en el libro del Registro Civil que tiene a su cargo el juez de la villa de Jiutepec, en el estado mexicano de Morelos, que los casa. Balboa aparece en posesión de la nacionalidad mexicana, por carta de naturalización n.° 241, expedida en la ciudad de México el 5 de marzo de 1942, y divorciado por ejecutoria de 30 de abril de 1953; Katia, "actualmente en calidad de emigrante", aparece por única vez con su nombre austriaco: Julia Lipschutz Klein.
Balboa afronta el destierro con serenidad y buen talante. No puede decirse de él por ese tiempo, los primeros años del exilio, que sea un personaje de Max Aub, uno de aquellos refugiados españoles atados al bicarbonato y al insomnio, que se pasan la vida gastando los nudillos, de tanto golpear con ellos el mármol de las mesas de los cafés de la capital mexicana, hablando del pasado con acento duro e hiriente, a la espera de la caída de Franco. Puede desear como el primero que esto ocurra, pero es pesimista al respecto. Y prefiere mirar al porvenir más que volverse hacia el pasado. Ni siquiera es amigo de tertulias ni de grandes reuniones conjuradoras de nostalgias o utopías. Busca trabajo para rehacer su vida, o, si se quiere, para dar el soporte necesario a su radical independencia. Sin sentirse angustiado jamás, sin desesperar en ningún momento.
"El destierro no afectó a su carácter tolerante y bondadoso -evoca pasados los años, quien lo conociera hacia 1943, en la adolescencia: la hija de unos amigos de Balboa, también refugiado, que vuelve a verlo en su lecho de muerte -, (25). Sabia aceptar bromas y devolverlas. LO QUE más me gustaba era su risa franca y espontánea, que brotaba a la me provocación cuando mi madre le hacía algún cumplido o mi padre le recordaba su origen gallego. Su acento era peculiar y su manera de hablar, clara y pensada, le daba cierto encanto. Ahora que el tiempo pasado, creo que entiendo mejor su manera de ser y por qué en aquel momento yo no me explicaba su indiferencia y ecuanimidad. Me refiero a los primeros años de nuestra amistad, 1943. Me extrañaba verlo campante sin trabajo adecuado, o a veces con subempleos... Él mantenía su serenidad contra viento y marea. Parecía no tener ninguna necesidad. Aceptaba los acontecimientos como algo ineludible. Le gustaban mucho los animales, y cuando hablaba de su perro Lobo, se entusiasmaba como un chiquillo. Admiraba profundamente la inteligencia y el instinto de aquel animal, jugaba con él y se regocijaba haciéndole trucos; se sentía orgulloso cuando el perro caminaba delante de él llevando' periódico en el hocico. Era muy amante de las plantas y de las flore! la naturaleza en todas sus manifestaciones. Le fascinaba el mar embravecido, las noches de tormenta...: para él eso era algo grandioso, d de admirarse. También el firmamento y la astronomía le atraían. Tenía pensado escudriñar las estrellas desde la terraza de su casa, con a líos magníficos prismáticos que tenía. Serenamente pienso que Balboa poseedor de un espíritu superior, que supo siempre dar a las cosas y circunstancias su verdadero valor, sin hacer alarde de ello. Tenía escala de valores muy suya, tal vez incomprensible para los de Alguna vez le oí hablar del escritor Henry David Thoreau con admiración y un poco de envidia, como compartiendo sus aficiones y su manera de vivir..."
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