El cruel destino del militar que izó la tricolor republicano en Sol y fue fusilado por la II República.-a






El cruel destino de Pedro Mohíno, el militar que izó la tricolor en Sol y fue fusilado por la II República

Encaramado en lo alto de un vehículo, un hombre uniformado concentró las miradas y los objetivos mientras era sujetado por una pirámide humana y enarboló una bandera tricolor, que sería decretada oficialmente pocos días después.
Las elecciones municipales celebradas el domingo 12 de abril de 1931 provocaron un seísmo en el panorama político de España. Las candidaturas republicanas consiguieron la mayoría en cuarenta capitales de provincia y, en unas elecciones consideradas por las fuerzas de izquierda como plebiscitarias, la España antimonárquica se sintió legitimada para cambiar el sistema político del país. A las diez y media de la mañana siguiente, el presidente Aznar-Cabanas entró en el Palacio de Oriente de Madrid para celebrar el Consejo de Ministros rodeado de una nube de periodistas. Preguntado por si habría crisis de gobierno, Aznar-Cabanas contestó: «¿Que si habrá crisis? ¿Qué más crisis desean ustedes que la de un país que se acuesta monárquico y se despierta republicano?».
capitán don Pedro Mohíno Díez
El 14 de abril los acontecimientos se precipitaron. A primeras horas de la tarde, unos funcionarios socialistas izaron una bandera tricolor republicana en lo alto del edificio de Correos y Telégrafos de la plaza de la Cibeles. Desde allí, la multitud se dirigió por la calle de Alcalá hacia la Puerta del Sol, donde se encontraba el Ministerio de la Gobernación. Entre cientos de personas con banderas republicanas y algunos retratos de los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández, ejecutados por la sublevación de Jaca, se hizo una de las instantáneas más célebres de la historia de España.
Fue también Mohíno uno de los que entró el primero en el viejo caserón del Ministerio de Gobernación, hoy sede de la presidencia de la Comunidad de Madrid, para colocar la bandera tricolor en el edificio
Encaramado en lo alto de un vehículo, un hombre uniformado concentró las miradas y los objetivos mientras era sujetado por una pirámide humana y enarbolaba una bandera tricolor. Como explica Pedro María Corral Corral, autor de «Eso no estaba en mi libro de la Guerra Civil» ( Almuzara), aquel militar que se abrió paso entre la multitud era el teniente Pedro Mohíno, de 26 años. Y fue ese mismo oficial quien entró el primero en el viejo caserón del Ministerio de Gobernación, hoy sede de la presidencia de la Comunidad de Madrid, para colocar la bandera tricolor en el edificio.
Horas después, el Rey Alfonso XIII marchaba al exilio.

«¡Viva España! ¡Viva la República!»

Paradojas de la historia, este mismo oficial republicano sufriría la cara y la cruz de estos años convulsos. En los días en los que se produjo el golpe militar de 1936, Mohíno se encontraba en Alcalá de Henares en los cuarteles del Regimiento de Zapadores y Minadores Número 7ª, del que era capitán. Por los informes militares se sabe que había servido al país con gran honor, y que había recibido las felicitaciones tanto del Rey como del presidente de la República y del ministro de la Guerra por su buen labor. El estallido de la Guerra Civil y la política habría de echar al traste su hoja de servicios.
El 20 de julio, las tropas del Batallón Ciclista (unidad que había participado en la represión de la Revolución del 34 en Asturias) y de los Zapadores recibieron la orden del Gobierno para formar una columna que cerrara el paso a los militares sublevados en Somosierra. No obstante, algunos oficiales se negaron a cumplir la orden y dispararon contra los mandos. Una vez tomados los cuarteles, sacaron las tropas a la calle y se desplegaron por los puntos estratégicos de la ciudad a un grito que sembró cierta confusión entre los testigos:

«¡Viva España! ¡Viva la República! ¡Viva el Ejército Honrado!».

El capitán protagonista de esta historia se dirigió al mando de una columna, que portaba la bandera tricolor y daba gritos a España, la República y el Ejército, hacia el edificio del ayuntamiento de Alcalá. Pensaba tomar posesión del lugar sin usar la violencia, pero pronto se efectuaron los primeros disparos con las milicias leales al gobierno del Frente Popular. Finalmente, Mohíno logró izar la bandera republicana de su unidad y entrar en el edificio municipal, aunque Alcalá iba a cambiar muy pronto de manos.
Días después, Mohíno y su regimiento se rindieron ante los bombardeos de la aviación republicana y la llegada de la columna de fuerzas gubernamentales dirigida por el coronel Ildefonso Puigdendolas. Según el 2º Tomo de la Historia de los Ingenieros (Oct-2003), el capitán Mohíno se ofreció como único responsable de la rebelión para salvar a sus compañeros y pactó con Puigdendolas no inculpar al personal de tropa.
Con todo, durante el acto de rendición los milicianos mataron a dos oficiales de Ingenieros e hieren a un tercero, de modo que solo la intervención del coronel, pistola en mano, evitó una más que probable masacre. Un día después fueron conducidos a la cárcel Modelo de Argüelles en Madrid.

Sin gloria ni gratitud

El intento de ajusticiar sin juicio alguno a Mohíno y al resto de oficiales acuartelados en Alcalá de Henares se repitió incluso en prisión. El 22 de agosto se produjo una masacre organizada por los milicianos en la Cárcel Modelo. Los milicianos accedieron a la cárcel con la excusa de un incendio, y desde allí abrieron fuego contra cuantos presos encontraron en el patio. El capitán Mohíno sobrevivió de milagro a la masacre, lo que únicamente le dio dos días más de vida.
El día 23 de agosto, los oficiales sublevados fueron juzgados de forma sumaria en la Cárcel Modelo de Madrid. Como recoge Corral en su libro, Mohíno defendió su rebelión en que se «habían sublevado contra el Gobierno, pero no contra el régimen» y –así lo confesaba– no había tenido contacto alguno con las autoridades de los sublevadas en Marruecos: «Aunque en espíritu estuvieron con ellas, por el deseo de que reinase el orden y la tranquilidad en España». «Mi actos los guía el corazón y no el cerebro», afirmó para justificar su papel en los sucesos de Alcalá de Henares.
A pesar de recordar que había empuñado el primero la bandera tricolor, Mohíno fue condenado por rebelión militar a muerte por un Tribunal Especial. Curiosamente, entre los otros acusados se encontraba un militar que había participado en la sublevación antimonárquica de Jaca, previa a la proclamación de la Segunda República.
El capitán y sus compañeros fueron ejecutados en la mañana del lunes 24 de agosto en la Universidad Complutense de Madrid. Ningún familiar se pudo hacer cargo de los restos de Mohíno y, durante tres años, nadie supo del paradero del cuerpo. En junio de 1939, sus restos fueron exhumados y entregados a la familia que enterró al capitán en el cementerio de la Almudena

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