Caso Estraperlo, partido republicano radical y Lerroux.-a
Banquete en Lhardy del Gobierno de la República, en noviembre de 1931. Lerroux, abajo, en el centro, aparece junto a Manuel Azaña. |
El historiador Roberto Villa rebate la imagen de político corrupto y mediocre del líder radical, minimiza el 'Caso Estraperlo' y sostiene que Lerroux fue uno de los pocos líderes que defendieron la democracia liberal durante los años 30.
Hace dos años exactos, Roberto Villa trajo noticias difíciles de digerir para todos los españoles. Su libro 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular (Espasa) demostraba y ampliaba la escala de la manipulación en las elecciones que devolvieron el poder a la izquierda. Ahora, el historiador granadino entrega un nuevo libro que vuelve a erosionar la imagen idealizada de la II República.
Los escándalos radicales
Mientras la izquierda se unía, la coalición gobernante entraba en crisis. A principios de octubre, Alcalá Zamora hizo llegar al Gobierno la denuncia de un hombre de negocios holandés, Daniel Strauss, que en 1934 había introducido con su socios, Perle y Lowann (esta última esposa del primero), un juego de ruleta trucado, conocido popularmente como estraperlo por el nombre de sus propietarios. Para lograr su aprobación, dado que los juegos de azar estaban prohibidos en España, Strauss afirmaba haber sobornado a varios políticos del PRR. Instalada la ruleta en el Casino de San Sebastián y luego en el de Formentor, las autoridades habían ordenado su cierre al denunciarse irregularidades.
Ello le decidió a denunciar el asunto, a fin de exigir una indemnización por los gastos de instalación y sobornos. El jefe del Gobierno, Lerroux, no hizo caso de la denuncia, pero el presidente de la República, por motivos que pueden ser objeto de muy distintas apreciaciones, se negó a silenciarla, obligando al Gobierno a trasladar el caso al Parlamento, que designó una Comisión para estudiarlo. El dictamen de ésta señalaba la existencia de actuaciones que no se ajustaron a la austeridad y ética que en la gestión de los negocios públicos se suponen, y señalaba la culpabilidad de veteranos radicales, como Emiliano Iglesias, Joan Pich i Pon, Sigfrido Blasco-Ibáñez, Aurelio Lerroux, hijo adoptivo del líder del partido, Eduardo Benzo, ex subsecretario de la Gobernación, que había gestionado el permiso para la ruleta y el ex ministro Salazar Alonso, que lo había firmado. El escándalo, poco importante en si mismo, ponía de relieve la existencia de un cierto grado de corrupción entre los cuadros del PRR.
El 28 de octubre, las Cortes votaron la culpabilidad política de todos los acusados, excepto de Salazar. Afectados por el escándalo, Lerroux y Rocha abandonaron el Gabinete ministerial. Pocos días después, estallaba el segundo escándalo. Lo planteó un probo funcionario, Antonio Nombela, inspector general de Colonias que denunció la intervención de algunos dirigentes radicales, especialmente el subsecretario de la Presidencia del Consejo de Ministros, Moreno Calvo, en la resolución fraudulenta de un expediente de indemnización a una naviera, la Compañía de África Occidental, propiedad del empresario catalán Antonio Tayá, por la pérdida de dos buques en la Guinea española. La negativa de Nombela a abonar la irregular indemnización, aprobada por el Gobierno el 12 de julio, le llevó a exponer el caso a los ministros Gil Robles y Lucia, pero ello ocasionó su cese, decidido por el Gabinete el día 26. Nombela dirigió entonces su denuncia a las Cortes donde, a finales de noviembre, se nombró una Comisión para estudiar el asunto.
El llamado "expediente Talla" afectaba esta vez directamente a Lerroux, que había intervenido como presidente del Gobierno. En el debate ante el Pleno, el líder radical fue incapaz de defenderse de las acusaciones de corrupción, aunque la votación de los diputados le exculpó. Aun así, el PRR quedó sumamente desprestigiado por este nuevo escándalo, mucho más importante que el del estraperlo, y entró en un proceso de disgregación. Gil Robles intentó aprovechar el hundimiento de sus socios republicanos, que él mismo había facilitado, para acceder a la jefatura del Gobierno, pero Alcalá Zamora lo impidió encomendando a Portela la formación de un nuevo Gabinete de centro y, luego, la disolución de las Cortes y la convocatoria de elecciones.
Alejandro Lerroux García
El escándalo del estraperlo
En 1935 el estraperlo fulminó la carrera política de Alejandro Lerroux, líder del Partido Radical. Y no deja de ser una cierta ironía que un juego de azar fuera la causa del final de la trayectoria de un político que, si se distinguió por algo, fue por apostar fuerte. Actualmente su personalidad aún suscita debates: mientras unos lo consideran un hombre sin escrúpulos ni ideología, otros sostienen que fue un dirigente pragmático con una visión clara de hacia dónde conducir una España convulsa.
Nada es al azar
Dos años antes había aparecido en la escena española un ciudadano llamado Daniel Strauss, nacido en Holanda, pero nacionalizado mexicano. Este individuo, en compañía de un socio llamado Perl, o Perlowitz, según qué fuentes se consulten, había patentado una ruleta de trece números con una particularidad: mediante el cálculo, permitía adivinar en qué lugar iba a caer la bola.
Tal peculiaridad no era baladí, porque de esta forma se podían sortear las restricciones existentes durante la Segunda República para los juegos de azar. Strauss y su amigo Perl bautizaron su ingenio Straperlo, y lo calificaron de “juego de salón”. El aparato se estrenó en La Haya y como resultado Strauss fue expulsado de Holanda. Luego intentaron introducirlo en los casinos de Niza y Ostende. Finalmente, el “inventor” se estableció en Barcelona e hizo pruebas de la ruleta en el casino de Sitges, sin que el gobierno catalán de Companys permitiera finalmente su explotación.
Entonces pretendió que la administración del Estado la legalizara, para lo cual usó los contactos que tenía con el Partido Radical. Los hombres clave para las gestiones fueron Aurelio Lerroux –sobrino de Alejandro Lerroux– y el subsecretario de Marina, Joan Pich i Pon. Estas mediaciones agilizaron el permiso del Ministerio de la Gobernación, ocupado en aquel entonces por el radical Rafael Salazar Alonso, en cuya sede se hicieron las primeras pruebas.
En el informe de este departamento, firmado por el subsecretario Eduardo Benzo, también del equipo de Lerroux, se explicaba:
“Es una máquina parecida a una ruleta, cuya bola cae en un número, pasa por un pivote y no hay más que hacer una suma determinada con aquel por donde ha pasado la bola y en ese número cae automáticamente”.
Lo que no se mencionaba en ningún lugar es que quien manejaba tan singular artefacto podía hacer que la bola cayera donde le diera la gana, mediante un dispositivo de relojería que se accionaba con un botón eléctrico.
Benzo puso en el expediente la palabra “conforme”, y en las negociaciones cambiaron de manos unos relojes de oro, de los que uno fue a parar, según se dijo, al sobrino de Lerroux. El estraperlo se instaló en el casino de San Sebastián, pero cuando apenas llevaba tres horas funcionando se presentó la policía y lo clausuró. Daniel Strauss consiguió otra autorización para trabajar en el casino de Formentor (Mallorca), donde tampoco se pudo explotar.
Ante estas dificultades, Strauss decidió recurrir de nuevo a sus amigos del Partido Radical. En abril de 1935, ante el fracaso de sus gestiones, escribió al propio Lerroux, dándole cuenta de su pretensión de usar el estraperlo en España, y le advirtió que una persona de su familia “y otras de su amistad” habían tratado con él con el fin de llevar a buen puerto la ruleta.
Por los viajes, las gestiones y las molestias pedía una indemnización de 85.000 pesetas, y si no le eran entregadas actuaría en consecuencia. La leyenda popular señala que Lerroux, sin leer la misiva, hizo con ella una pelota y la lanzó a la papelera.
El partido dinamitado
El enceste le salió caro. El 19 de octubre los diarios publicaban una nota oficial: “Ha llegado oficialmente a poder del gobierno una denuncia suscrita por un extranjero cuya personalidad no consta de modo auténtico en España, en la que se formulan acusaciones contra determinadas personas por supuestas irregularidades cometidas con ocasión del ejercicio de funciones públicas. El Gobierno ha trasladado de oficio esta denuncia al fiscal, con el propósito de que se practique la más amplia y escrupulosa investigación”.
El Gobierno, en aquel momento, estaba presidido por Joaquín Chapaprieta, y Alejandro Lerroux era ministro de Estado. El presidente de la república era Niceto Alcalá Zamora. El escándalo terminó en una comisión parlamentaria, en la que fueron inculpados ocho miembros del Partido Radical que ocupaban cargos públicos, y que fueron destituidos por el Consejo de Ministros el día 28.
Esa misma tarde se produjo la votación del dictamen, que exculpó al ex ministro de Gobernación. Tampoco la investigación judicial prosperó, pues el juez dejó patente que la ruleta quedaba en un vacío legal, por lo que no podían hallarse responsabilidades penales en su uso.
Alejandro Lerroux siempre negó su implicación en la trama y culpó del aluvión de denuncias, rumores y sospechas a sus enemigos políticos, en especial a Manuel Azaña, a quien acusó de haberse reunido con Daniel Strauss en Suiza. Jurídicamente, el estraperlo no tuvo demasiadas consecuencias, pero fue la dinamita que hizo saltar en pedazos al Partido Radical y fulminó la carrera de su líder, Alejandro Lerroux.
Hay muchos Lerroux, en él cohabitan el periodista, el duelista, el masón, el preso, el abogado, el orador, el político y el exiliado.
Pero si políticamente hizo mutis por el foro, su figura no ha desaparecido, e incluso es motivo de controversia. Una línea de historiadores considera que llevó el oportunismo a su máxima expresión, actuando con demagogia y medidos golpes de efecto. Otros defienden una revisión de su figura, pues estiman que quiso dar una salida a la Segunda República, garantizando que la derecha respetara las instituciones del sistema y creyera en él. Su fracaso, según esta tesis, fue la derrota de las fuerzas democráticas en la Guerra Civil.
Y si existe discrepancia sobre sus intenciones, no son menos las dudas sobre su persona, pues sobre él se tejió una leyenda, ya mientras participaba de la vida pública, que no permitió discernir lo que ocultaba la aureola. Así, hay quien habla de un Lerroux en distintas etapas: el hombre de origen modesto de sus inicios, el prácticamente revolucionario de la Semana Trágica, el populista afincado en Barcelona, el conspirador republicano y el gobernante. Hay muchos Lerroux, en él cohabitan el periodista, el duelista, el masón, el preso, el abogado, el orador, el político y el exiliado.
Decidido a triunfar
Todas estas facetas convergen en un hombre de biografía peculiar. Alejandro Lerroux García, cordobés de nacimiento, vino al mundo en el seno de una familia humilde. Su padre, Alejandro Lerroux Rodríguez, era un oficial del cuerpo de veterinaria militar. Los Lerroux se convirtieron en unos trashumantes siguiendo de destino en destino al cabeza de familia. Alejandro fue un estudiante mediocre, que a duras penas superó los exámenes de la escuela.
Sus memorias nos facilitan datos sobre él, pero, aunque el volumen supera las 600 páginas, es difícil encontrar en él atisbos de autocrítica. Es casi una justificación, sin reconocer errores y destacando su faceta de hombre forjado a sí mismo. Así, se disculpa asegurando que ha sido difamado por rivales periodísticos, catalanistas y socialistas.
Escribe sin complejos, demostrando que tenía una meta que llegó a cumplir. Esta no era otra que la plasmada un día en una de sus frases: “Cuando yo gobierne, porque gobernaré...”. Solo con tal decisión puede entenderse que este hombre llegara tan lejos. Una de las pocas cosas que admite es su escasa formación en sus primeros años, que luego le convirtió en un autodidacta con no pocas lagunas.
Pero eso no le arredró, y a pesar de no ser un hombre culto entró a trabajar en un periódico de ideología republicana, El País. Allí ascendió meteóricamente gracias a su falta de pudor, a su arrojo y también a que aquí iniciaría su carrera de duelista. Cinco combates (cuatro a espada y uno a tiros) reconoce en sus memorias, como también admite que gracias a ellos pudo ascender en el escalafón social y profesional.
Revolucionario en todo
El periodismo fue el escaparate que le permitió asomarse a la vida pública y luego acceder a la política. Para ello utilizó su paso por El País y por otros tres diarios: El Progreso, El Intransigente y El Radical. Establecer cuál fue el ideario que guió su trayectoria no es sencillo. De todas formas, por poco acuerdo que haya sobre la materia, sí pueden hallarse unos ejes fundamentales, fácilmente definibles en tres términos: anticlerical, anticatalanista y republicano.
Alejandro Lerroux fue el hombre que canalizó un movimiento de masas que carecía de antecedentes en nuestro país.
En un discurso pronunciado antes de las elecciones de 1901 dice:
“No tengo programa porque no caben mis aspiraciones en ninguno de los conocidos, pero he aquí cuáles son mis propósitos [...]. En lo político, la sustitución de la monarquía por una república democrática, radical, reformadora, que disminuya en lo posible y a cada momento la tiranía de los poderes públicos. En lo religioso, la separación de la Iglesia y del Estado [...]. En lo económico, el establecimiento de una administración autónoma para las entidades regionales y municipales que forman la nación [...]".
"Establecer oficialmente la jornada de las ocho horas cada día y 48 cada semana, proteger al proletariado en sus luchas por la propia emancipación, reconocer la justicia y legalidad de sus aspiraciones fundamentales, ser su propio verbo y su mandatario en las Cortes [...]. Radical en lo político, socialista en lo económico, revolucionario en todas las manifestaciones de la vida, más atento a captarse voluntades y a formar conciencias que a conquistar el poder”.
Su irrupción en el ruedo político marca el declive definitivo de lospartidos nacidos en la Restauración. Es Alejandro Lerroux el hombre que canaliza un movimiento de masas que carece de antecedentes en nuestro país, y lo hace de la mano de las clases obreras más desposeídas, a las que dota, según algunos autores, de una auténtica conciencia colectiva. Ahí están sus fogosos e incendiarios discursos respecto a las detenciones en Barcelona y los inmediatamente anteriores a la Semana Trágica.
Este Alejandro Lerroux se gradúa en Barcelona, donde se traslada para enfrentarse al catalanismo pujante. Pese a las apariencias, en el terreno catalán no juega en campo contrario: la ciudad cuenta en 1898, cuando él llega, con 500.000 habitantes, y 100.000 de ellos son obreros con unas condiciones de trabajo ínfimas y unas quejas y lamentos máximos.
En ellos encuentra Lerroux su público, al que ofrece unas tácticas desconocidas hasta el momento, pero que todavía perduran y de las que fue precursor. Por ejemplo, una oratoria nueva, directa, dura, de mensaje perceptible. O la creación de agrupaciones de masas, para lo cual copia algo que ha visto fuera, las “casas del pueblo”, lugares donde reunirse.
También es el primero en organizar las meriendas populares, escenarios idóneos para difundir sus lemas y consignas. Este gusto por lo popular y por los teatros en que congregar a la multitud le valieron el apodo de “emperador del Paralelo”, en alusión a que frecuentaba esta arteria barcelonesa para conseguir respaldos.
Contradicciones
Sin embargo, para sus detractores no hay nada auténtico en este Alejandro Lerroux. Ni era tan obrerista, ni mucho menos un revolucionario. Muchos historiadores han incidido en las profundas contradicciones que aparecen en su trayectoria. Por ejemplo, criticar la corrupción política y verse salpicado por escándalos de distracción de fondos en el ayuntamiento de Barcelona, uno de sus bastiones.
O su gran interés en liderar a las clases obreras populares y ser un habitual de restaurantes caros y sastrerías exclusivas. Asombra su lista de amigos intelectuales e incluso correligionarios (Blasco Ibáñez o Pío Baroja, entre otros) que acabaron peleados con él por sus devaneos políticos. Y no puede olvidarse su deriva, que de posturas casi revolucionarias en su inicio escoró hacia la derecha cuando gobernó.
Bajo su presidencia se suspendió la reforma agraria, los salarios disminuyeron y creció el desempleo. Sus detractores son feroces, como Santiago Carrillo, que lo proclama “traidor” a la república. O, más recientemente, el periodista e historiador Rai Ferrer, quien ha escrito:
“A los 29 años dirigía El País, a los 30 fundaba El Progreso, a los 40 era diputado por Barcelona y a los 69 llegaba a la jefatura del gobierno republicano. Todo un carrerón para un hombre sin escrúpulos, que descubrió muy pronto que, alcanzada la meta del dinero, lo demás era calderilla. Borracho de poder hasta las cejas, pasó toda su vida engañando al pueblo al que servía, utilizando los mismos métodos que sus colegas parlamentarios”.
Frente a estas diatribas, hay quien piensa que Lerroux no fue un ser abyecto ni despreciable. El historiador Nigel Townson sostiene que la política del radical una vez en el gobierno fue moderada, de centro y representativa de una parte importante de las clases medias urbanas. En su opinión, pretendía integrar a las derechas en el republicanismo para no excluir a un sector considerable de la población.
Irónicamente, este hombre, que aceptó todas las apuestas que le planteó el destino, fue derrotado por una ruleta trucada.
Lerroux fue, para el periodista y escritor Ramón Serrano:
“El que organizó el primer partido de masas, el que fue azote de políticos caducos, el que levantó el ánimo del obrero humillado y acongojado, el que despertó ilusiones que amortiguaran sufrimientos. Su triste final no invalida la labor primera que uces y sombras de un hombre singular que transitó por unos años no menos singulares de la historia de España".
"Vivió el desastre del 98, la Semana Trágica, la caída de un rey, el advenimiento de una república y el estallido de una guerra civil. Alejandro Lerroux fue un hombre ambicioso, que quiso el poder y que lo consiguió a fuerza de actuar con audacia y decisión. Irónicamente, este hombre, que aceptó todas las apuestas que le planteó el destino, fue derrotado por una ruleta trucada y desapareció de la vida pública tras las elecciones de 1936, en las que no obtuvo acta de diputado. En ese año, sin embargo, perdieron todos”.
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