Viriatos; La Brigada Irlandesa (Guerra civil española) a

Viriatos.

 
Esta imagen corresponde a la figura 142 del libro de JM. Bueno Uniformes Miliatres de la guerra Civil Española. En la parte superior se puede ver el escudo de los"Viriatos. Sobre fondo con los colores de la bandera de Protugal y el escudo del país se puede ver una representación en dorado de un globo terráqueo, además de las cuatro cruces que corresponden con el escudo de la Legión Portuguesa.

Viriatos fue el nombre genérico que se dio a los voluntarios portugueses que lucharon con el bando sublevado durante la guerra civil española. Fueron llamados así en honor del caudillo lusitano Viriato.
Unas 869 personas sirvieron dentro de la Legión Española, que se sumaron a los 38 que ya servían en este cuerpo antes del inicio de la guerra con el golpe de Estado del 18 de julio de 1936. Además, hubo tres grupos portugueses de aviación. Sin embargo, otras fuentes dan un número de voluntarios mayor. Según los datos aportados por Antony Beevor,​ 12 000 portugueses participaron. Otros autores afirman que el número se acercaba a 8000.

Historia

El dictador Salazar desconfiaba de los políticos que gobernaban la España republicana y temía una invasión española en el caso de que ganara la guerra la izquierda (en particular temía las ideas "iberistas" de Azaña). Por tanto, la decisión de Salazar de apoyar a los sublevados, según su particular visión, era una cuestión de supervivencia. Pero su vinculación con Gran Bretaña, su eterna madrina, le obligaba a ser discreto. Discreción a veces bastante cuestionable.

El recelo con la España de izquierdas, que acogía a cabecillas de los movimientos anti-salazaristas, propició una buena aceptación a políticos y militares que conspiraban contra la República (permitiendo la estancia y maquinaciones de Sanjurjo, por ejemplo, que acabó embarcando en un avión, rumbo a la España de los sublevados, desde un aeropuerto luso). La ayuda a Franco fue inmediata y decisiva, abarcando tres campos esenciales, económico, político y militar. 

El 1º de agosto llegó a manifestar Salazar que "apoyaría a los rebeldes con todas sus fuerzas, incluso con el ejército portugués si fuera necesario"

Pero su situación internacional, en particular las presiones de Gran Bretaña, aconsejaron una actitud más discreta.

En lo concerniente a la ayuda militar, el mismo día 20 de julio se permitió el despegue desde un aeródromo cercano a Cascáes del general Sanjurjo, con destino a España (vuelo que no llegó a su destino). En general, la ayuda tuvo que ser escasa (Portugal carecía de medios). Pero fue diáfana. Una comisión portuguesa MMPOE (Missaó de Observaçao en Espanha) se encargaría de algunas cuestiones poco ambiciosas (análisis de nuevas armas, datos técnicos, estudio de la campaña, etc.). 
Se pretendió, no obstante, la creación de una fuerza expedicionaria lusa para que combatiera bajo mandos propios, la que debería ser la Legión Portuguesa (Legiâo Portuguesa), pero parece que los nacionales pusieron toda clase de inconvenientes. Aunque se facilitó el enganche de portugueses en la Legión y otras unidades. Pese a no constituir una unidad propiamente portuguesa (las cifras iniciales de voluntarios tampoco lo permitían), a los combatientes portugueses se les denominó "Viriatos". Los portugueses combatieron integrados en las milicias falangistas, requetés o, mayoritariamente, en los tercios de la Legión Extranjera.
Las cifras de combatientes lusos se han exagerado mucho. Se llegó a hablar de 20.000 voluntarios, número que luego fue reducido a 2.500 (tampoco realista). Posiblemente esta cifra pudo corresponder a los componentes del MMPOE, o a los portugueses muertos durante la guerra.
Deducidos de los datos de enganche de la Legión, se calculan unos 8.000 voluntarios, cifra que se puede considerar como la más fiable, aunque también parece elevada. El banderín de enganche de la Legión en Badajoz (con unas "sucursales" tanto en el norte como en el sur de Portugal) fue el principal centro de reclutamiento luso.


UNIFORMES:

No es probale que tuviesen uniformes propios al estar integrados en las filas de la legión, sin embargo en la fotografía superior se les puede observar desfilando en España con un uniforme peculiar. Probablemente se trate del uniforme de la legión portuguesa y bien pudiera ser que alguna unidad de dicha Legión fuese enviada a España.
La Legión portuguesa no era una unidad militar sino una de tantas unidades paramilitares de ideología fascista que surgieron en Europa. Fue creada por O. Salazar en 1936.Era una milicia que dependía de los Ministerios del Interior y de Defensa. Su objetivo era "defender el patrimonio espiritual" y "combatir la amenaza comunista y el anarquismo".






El uniforme era en tono gris, tanto la guerrera como el pantalón, llevando unas polainas del mismo color. El correaje como se puede comparar también con la fotografía anterior es de color negro y corresponde a un oficial. Tanto la camisa como el gorrillo es de tono azul oscuro. Además llevan un cordón blanco en el brazo izquierdo. En la manga izquierda lleva también el distintivo anteriormente señalado.
La figura de la izquierda corresponde a un voluntario de la policía montada de Sevilla en 1939. Las figuras de la imagen inferior corresponde a un oficial de "Viriatos" en uniforme de campaña. Cabe destacar que el correaje se corresponde con las figuras anteriores, así como las dos estrella en la bocamanga que indican su grado. A diferencia de la imagen anterior los distintivos del cuello aparecen en rojo y no en blanco. Hay que notar el hilo del gorrillo en tono azul claro. La figura de la derecha es también un oficial pero en uniforme de gala. 
Viste los mismos pantalones bombachos pero se diferencia en usar una gorra de plato y en la guerrera cerrada. La figuera central corresponde a un soldado. No lleva las polainas sino un pantalón largo, probablemente una licencia del dibujante. La guerrera es abierta como la del uniforme de campaña del oficial, pero se diferencia en el correaje, donde además lleva dos cartucheras y la correspondiente bayoneta. 


Brigada Irlandesa




La Brigada Irlandesa, también conocida como Irish Brigade y Bandera Irlandesa, fue un grupo de voluntarios irlandeses que apoyaron a las tropas sublevadas durante la Guerra Civil Española. La unidad fue formada por el dirigente «protofascista»​ irlandés Eoin O'Duffy, quien previamente había organizado los grupos Camisas Azules y Camisas Verdes en Irlanda.

La proclamación de la Segunda República Española fue recibida con simpatía por la opinión pública del Estado Libre de Irlanda, pero la simpatía se tornó en hostilidad cuando el gobierno republicano empezó a aplicar una política contraria a los intereses de la Iglesia católica ―«la devoción por el catolicismo, tanto profesado como practicado, era una característica palpable en la sociedad irlandesa de esa década»―. Así, cuando estalló la guerra civil española, la mayor parte de la población, incluidos sectores de la izquierda, apoyó al bando nacional, sobre todo después de que se conociera la persecución religiosa contra el clero católico desencadenada por el bando republicano que fue ampliamente descrita por la prensa ―que también recordó los lazos históricos que unían a la «católica Irlanda» con la «católica España»―. 
«La gente se mostró indignada» y «una ola de fervor anticomunista barrió Irlanda, especialmente en los pueblos y aldeas de las zonas rurales, que entonces albergaba a dos tercios de la población total del país». Hubo grandes manifestaciones y concentraciones en defensa de la «España católica» y se organizaron colectas en las iglesias para enviar ayuda médica y civil al bando sublevado organizadas por la jerarquía católica y por el llamado Frente Cristiano Irlandés. Además los sermones de las misas solían contener alabanzas al general Franco. El gobierno de Eamon de Valera, que se había declarado neutral, recibió presiones desde muchos sectores para que reconociera al régimen de Franco, aunque nunca lo hizo. Solo grupos nacionalistas radicales del IRA simpatizaban con la República española.

Tras ser destituido de su cargo de comisario de la policía nacional irlandesa (Garda Síochána) que él mismo había fundado, el general Eoin O'Duffy transformó la Asociación de Camaradas del Ejército, compuesta por veteranos de la guerra civil irlandesa (1922-1923) favorables al Tratado anglo-irlandés, en una «organización protofascita»​ conocida como los Camisas Azules que llegó a contar con unos cuarenta mil miembros.

Historia

El 15 de agosto de 1936, cuatro semanas después de que comenzara la guerra civil española, el general O'Duffy hizo un llamamiento en el diario Irish Independent pidiendo voluntarios para formar una brigada que fuera a combatir a España «al lado de las fuerzas cristianas». Algunos periódicos irlandeses afirmaron que al llamamiento habían respondido cinco mil hombres. Al tener un carácter militar la Iglesia Católica irlandesa no apoyó la iniciativa de O’Duffy. Los que finalmente fueron a España provenían de pequeñas ciudades y de pueblos y aldeas, a diferencia de los integrantes de la columna Connolly que lucharon del lado de la República española que procedían en su mayoría de las barriadas obreras de las ciudades.4​ Después de superar numerosas dificultades en cuanto a su organización y transporte la Brigada Católica de O’Duffy, compuesta por 700 hombres, llegó a la España franquista a finales de 1936, concretamente a la base de Cáceres.
Como su número no era suficiente para que formara una unidad militar autónoma, ni se podía incorporar en otra unidad de voluntarios más grande porque no la había, pues la brigada de O'Duffy era «la única fuerza organizada constituida íntegramente por voluntarios que se sumó al bando de Franco», se integró en la Legión Extranjera formando la XV Bandera. Pero era «un batallón de infantería aislado y débil que dependía de unidades externas españolas para todos los servicios de apoyo».
 Participó en la batalla del Jarama pero en el transcurso de los combates sus integrantes fueron confundidos con una partida de las Brigadas Internacionales y cuatro de ellos murieron, aunque llegaron a causar varias bajas al «enemigo» que eran los de su propio bando franquista. Estos hechos mermaron la reputación de la Brigada Irlandesa que no mejoró cuando participó en una fracasada operación de distracción previa a la Batalla de Guadalajara en la que murieron otros cuatro irlandeses y varios más fueron heridos y el general O'Duffy para evitar el posible amotinamiento de sus oficiales se negó a participar en la ofensiva prevista para el día siguiente. Así, la XV Bandera fue trasladada a otro sector del frente de Madrid.
Durante ese periodo de inactividad O'Duffy perdió la lealtad de algunos de sus oficiales y de parte de la tropa debido a sus frecuentes ausencias del frente ―con estancias en un hotel de lujo de Salamanca o viajes a Sevilla― y a su excesiva afición a la bebida. Así la moral, el respeto y la disciplina se fueron erosionando y los mandos franquistas fueron informados del deterioro de la situación por los oficiales españoles de enlace. La consecuencia de todo ello fue que el 13 abril de 1937 el general Franco disolvió la unidad. Entre los motivos de su decisión se encontraba además el coste económico de la XV Bandera que no compensaban las escasas o nulas remesas de dinero provenientes de Irlanda y el reiterado rechazo de O’Duffy a integrar a sus hombres en una unidad operativa viable bajo mando español. También pudo influir la negativa de O’Duffy a combatir en el frente vasco porque no quería luchar contra otros católicos (el Eusko Gudarostea), a pesar de que ese era el próximo objetivo franquista una vez fracasada la batalla de Madrid. Durante las semanas que tardó en organizarse la repatriación surgieron nuevas fricciones entre los integrantes de la Brigada que llegó a Irlanda en junio de 1937. El ayuntamiento de Dublín organizó una recepción oficial y los integrantes de la Brigada fueron bien acogidos en sus localidades de origen.

Memoria histórica

Las fricciones entre los miembros de la Brigada, cuyas supuestas proezas en España habían sido magnificadas por la prensa, continuaron en Irlanda lo que mermó su prestigio. Los intentos de formar una asociación de veteranos fracasaron y el propio O’Duffy «quedó sumido en una enfermedad terminal y en la oscuridad política». Muchos se alistaron en el ejército británico cuando estalló la Segunda Guerra Mundial desafiando la neutralidad que había decretado el gobierno de De Valera. Por su parte, la Iglesia Católica de Irlanda nunca les reconoció el sacrificio que habían hecho, lo que se unió al descrédito en que cayeron los Camisas Azules tras el final de la contienda mundial.
 «En los años sesenta, con la moda izquierdista, los veteranos no se atrevían a recordar su campaña en público, mientras que sus hijos y nietos se avergonzaban de tener cualquier relación con la misma».​

En la Irlanda moderna «cuando se recuerda la unidad de voluntarios que fue a España con el general Eoin O’Duffy, se reacciona con un silencio avergonzado o se bromea despectivamente sobre ello como si se tratara de una anécdota sin importancia. En cambio, cuando se menciona al contingente contrario, no se bromea ni hay asomo de vergüenza. Los hombres de la llamada “Columna Connolly” se consideran poco menos que guardianes de la civilización». 
A los muertos de la Columna Connolly se les levantó un monumento en Dublín junto a la sede de los sindicatos, mientras que no existe ningún monumento en Irlanda que recuerde a la Brigada de O'Duffy.






 
La Columna Connolly
Monumento a los hombres de Limerick que lucharon en las Brigadas Internacionales, erigido fuera del Ayuntamiento de Limerick en 2014


 (en inglés: Connolly Column) fue una pequeña unidad de voluntarios irlandeses integrados en el batallón Lincoln que formó parte de las Brigadas Internacionales en apoyo de la república durante la Guerra Civil Española. La denominación escogida lo fue en honor del líder socialista irlandés James Connolly, ejecutado en 1916 por su participación en el Levantamiento de Pascua.
Al inicio del conflicto, el republicano izquierdista irlandés Peadar O'Donnell se encontraba en Barcelona para la apertura de las Olimpiadas Populares. El estallido de la guerra le impulsó a movilizar unidades de voluntarios en apoyo del Frente Popular entre los miembros del Ejército Republicano Irlandés (IRA) y otros activistas nacionalistas.
La creación de la columna se produjo sobre todo en respuesta a la iniciativa del general «protofascista» Eoin O'Duffy de formar una Brigada Católica que fuera a luchar a España junto a Franco. Así, el IRA y del Partido Comunista de Irlanda hicieron un llamamiento a combatir del lado de la República española dentro de las Brigadas Internacionales. Su principal promotor fue el miembro del IRA Frank Ryan. Fueron unos 200 voluntarios los que acudieron a España, en su mayoría miembros del IRA y una minoría de militantes del Partido Comunista Irlandés.1​ Muchos de ellos provenían de las barriadas obreras de las ciudades (Dublín, Derry, Belfast, Cork), a diferencia de los integrantes de la Brigada Irlandesa del general O'Duffy, que luchó junto a Franco, que procedían de pequeñas ciudades y de pueblos y aldeas.
Llegaron a Albacete, cuartel general de las Brigadas Internacionales, poco después de la Navidad de 1936. Las fricciones que surgieron con algunos mandos ingleses ―por motivos patrióticos, pero también religiosos, pues muchos de los voluntarios eran fervorosos católicos― hicieron que una parte se integrara en el norteamericano Batallón Lincoln mientras otra parte continuó en el Batallón Británico, ambos pertenecientes a la XV Brigada Internacional. Sin embargo los problemas de índole religiosa continuaron: «algunos no recibían con agrado las consabidas lecciones de ideología impartidas en las trincheras y estaban molestos por el hecho de no poder practicar su religión, ni siquiera cuando estaban de permiso en la retaguardia» ―al parecer a partir de agosto de 1937 se les permitió asistir a la iglesia en Madrid―.
Su primera participación bélica fue en la batalla del Jarama, en la que perdieron la vida doce irlandeses junto a un número similar de víctimas entre los norteamericanos y los británicos. Después intervinieron en otras batallas como las de Brunete, Teruel o Ebro en las que varios irlandeses resultaron muertos o heridos.4​ Los que cayeron prisioneros fueron internados en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña donde padecieron graves penurias y no serían liberados hasta el final de la guerra.

El número exacto de miembros de la Columna a lo largo de su estancia en España no ha sido fijado, pero la mayoría de los historiadores coinciden en afirmar que estaría próximo a los 200 hombres. El líder del grupo, Ryan, fue herido y, tras recuperarse en su país, regresó participando en el frente de Aragón, siendo capturado y llevado a una campo de prisioneros en Miranda de Ebro, donde fue sentenciado a muerte. No obstante, la intervención del presidente de Irlanda, Éamon de Valera, permitió que le fuera conmutada la pena capital por la de treinta años de prisión. Tras disolverse las Brigadas Internacionales en septiembre de 1938 los supervivientes de la columna regresaron a Irlanda.
A su vuelta a Irlanda no fueron objeto de ningún tipo de homenaje, como sí se tributó a la Brigada de O’Duffy, y algunos veteranos tuvieron dificultades para conseguir empleo por haber luchado con los «rojos». Sin embargo, esta percepción cambió radicalmente después de la Segunda Guerra Mundial con la derrota de los fascismos. Así, «en los años sesenta ya habían adquirido la categoría de unos visionarios que percibieron los peligros del nazismo y del fascismo mucho antes que sus líderes políticos y que estaban dispuestos a sacrificar sus vidas para advertir al mundo».
 En 1995 la España democrática concedió a los supervivientes de las Brigadas Internacionales la posibilidad de obtener la nacionalidad española, si así lo querían.
En la Irlanda moderna existe un enorme contraste en cuanto a la memoria histórica entre la columna Connolly y la Brigada Irlandesa de O'Duffy. 
«Cuando se recuerda la unidad de voluntarios que fue a España con el general Eoin O'Duffy, se reacciona con un silencio avergonzado o se bromea despectivamente sobre ello como si se tratara de una anécdota sin importancia. En cambio, cuando se menciona al contingente contrario, no se bromea ni hay asomo de vergüenza. Los hombres de la llamada “Columna Connolly” se consideran poco menos que guardianes de la civilización». 
A los muertos de la Columna Connolly se les levantó un monumento en Dublín junto a la sede de los sindicatos, mientrasque no existe ningún monumento en Irlanda que recuerde a la Brigada de O'Duffy.


La caída de portugal.

VANGUARDIA 
31/10/2021 


Después de seis años de gobierno, la izquierda portuguesa ha sido incapaz de pactar los presupuestos, lo que presagia una nueva convocatoria electoral. Retrato urgente de un país que ha tenido siempre un fuerte impacto en la política española.

La Ilha do Bacalhau aparece en los mapas del siglo XV al norte de las Azores. La isla era, como el nombre indica, lo más parecido a un Eldorado de la pesca. El navegante João Vaz Corte Real zarpó en 1472 en su búsqueda, pero nunca la encontró. Es posible que pisara Terranova. Tierra americana veinte años antes que Cristóbal Colón avistara las Antillas. Pero no hay pruebas de ello. Sin la ambición civilizatoria del genovés ni el glamour de las sagas vikingas, la aventura del Atlántico norte quedó como un asunto secundario. La búsqueda del bacalao.
Portugal es un poco como esa isla fantasma. Está justo aquí al lado y es casi invisible. Pero reaparece periódicamente en la política española. En especial entre la izquierda, que tiene con ese país una histórica vinculación sentimental desde la Revolución de los Claveles de 1974. Fue la noticia más esperanzadora de la primera mitad de los 70 en el sur de Europa. Significó el principio del fin de las dictaduras mediterráneas. Los portugueses se adelantaron en unos meses al colapso de la dictadura de los Coroneles en Grecia. Y en más de un año al final del franquismo, del que la iniciativa portuguesa actuó como acelerador.

La izquierda mantiene un vinculación especial desde la Revolución de los Claveles de 1974.

Pero las diferencias importan. Franco murió en la cama. El último dictador portugués, Marcelo Caetano, tuvo que exiliarse a Brasil. En España los militares se adaptaron a la democracia. Pero con contradicciones, como evidenció el intento de golpe de Estado del 23-F. En Portugal, la fracción más joven del ejército encabezó la revolución. Quemados por las guerras coloniales en Guinea, Angola o Mozambique, los capitanes portugueses fueron un dolor de cabeza para Washington después de que algunos de ellos se manifestaron simpatizantes comunistas.
La persona que aplacó ese fervor revolucionario fue Mário Soares, primer ministro en dos ocasiones. El socialismo mediterráneo se vendía como alternativa a la socialdemocracia nórdica. Pero tanto Soares como Felipe González eran dos pragmáticos. Pusieron orden en casa e integraron los respectivos países en la ortodoxia europea. Pragmáticos pero con matices. A diferencia del sevillano, Soares no se jubiló en una gran empresa. Y cargó abiertamente contra el capitalismo financiero en la crisis del 2008.
En 2015 el gobierno de António Costa revertió con éxito la austeridad  aplicada por la derecha.
La ductilidad de los socialistas portugueses les ha permitido dominar la política vecina durante años. Superar una presidencia corrupta (José Socrates). Revertir las medidas de austeridad que aplicó la derecha para cumplir con el rescate europeo. En noviembre de 2015, los socialistas de António Costa fueron de nuevo el faro de la izquierda española. Frente a la radicalidad incierta de los griegos de Syriza, la moderación calculada de los portugueses, de ese pacto entre socialistas, comunistas y nueva izquierda del Bloque.
¿Es la izquierda portuguesa tan especial como parece? 
Seguramente no. Lo que es especial es el país. Portugal no tiene grandes empresas. Sus bancos soportaron mal la globalización. En los 2000 se dejó seducir por el turismo (Lisboa y Oporto ha hecho como Barcelona, con resultados dispares). La más exuberante ex colonia, Brasil, no se parece en nada a la metrópolis. En suma, internacionalmente, Portugal es un país poco identificable. Salvo para los seguidores de Eurovisión.

La discreción y la cohesión interna son el 'soft power' de este país poco conocido

Sin embargo, ha sido capaz de influir en el exterior más allá de su pequeño tamaño. Comparado con el vecino español, más grande y ruidoso, Lisboa ha colocado a sus políticos en los organismos internacionales. A José Manuel Durão Barroso en la presidencia de la Comisión Europea. A Mario Centeno en la presidencia del Eurogrupo. A António Gutérres en la secretaría general de las Naciones Unidas.
El profesor de Harvard, Joseph Nye, acuñó en los años 90 el término soft power para describir esa capacidad para influir más allá de tu envergadura militar. Es difícil saber cuál es el soft power portugués. Dos explicaciones. Una, la discreción. La suavidad y educación de las maneras, que hace que los políticos portugueses observen con horror el extremismo en el debate político español. Se ha hecho mucha teoría con esa manera de ser. Se ha hablado de influencia británica (el aliado más antiguo de Portugal) del carácter atlántico y obligadamente cosmopolita de su historia. En cualquier caso, Portugal no tuvo una guerra civil como la española. Tan salvaje. Solo terremotos, algunos tan terribles como el que destruyó Lisboa en 1755.

El pacto de izquierdas se resquebraja por las divisiones en el gobierno

La segunda explicación reside en la cohesión interna. Portugal es un país culturalmente homogéneo. Sin tensiones territoriales. Portugal haría buena la tesis de que a veces más vale pequeño y cohesionado que grande y mal avenido. Las dificultades crónicas de la política española harían esa explicación plausible.
El miércoles, los socialistas no pudieron aprobar los presupuestos por el voto en contra de sus aliados comunistas y del Bloque. El pacto de izquierdas se resquebraja por el cansancio de la pandemia, el avance de la derecha en las municipales y las divergencias entre socios en aspectos como el mercado laboral o el salario mínimo. Las mismas diferencias que corroen el Gobierno de coalición español.
Para algunos observadores, la crisis portuguesa es una advertencia. Desde hace años, la izquierda europea gobierna en precario en unas sociedades polarizadas en las que el voto obrero se ha dado a la fuga y la opción ecologista no acaba de vertebrar una mayoría social. Para el Gobierno español, inspirado en algunas cosas en el portugués, la tentación de verlo como un mal presagio es inevitable. Falta solo la ruptura definitiva. Pero esa es una decisión que está en las manos de los desconcertantes y bien avenidos portugueses.

Comentarios

Publicaciones por meses I

Mostrar más

Publicaciones por meses II

Mostrar más

Publicaciones por meses III

Mostrar más

Publicaciones por meses IV

Entradas populares de este blog

El Club de los 400 millonarios de nueva york; y la Familia Astor.-a

Reina consorte María de Teck(I) a

Las siete puertas de Madrid.-a

Five Points o los cinco puntos de nueva york.-a

El juicio por el accidente de Chernóbil​.-a

Las autopistas urbanas de Santiago.-a

Nobleza rusa.-a

La nobleza Catalana.-a

El imperio colonial portugués.-a

Isla de Long Island (Nueva york).-a