EL CHE, mito revolucionario.-a
La Pasión del Che Guevara
Por Jorge Aulicino
En esta edición se exploran las razones por las que la imagen del Che ha devenido simbólica y a la vez objeto de consumo. El proceso posiblemente comenzó antes de su muerte, con lo que ya tenían de mítico la revolución cubana y sus héroes. Pero el sacrificio convirtió al Che en emblema de desinterés, de férrea adhesión a los ideales, justamente en una sociedad donde ese desapego estoico y principista parece cada vez más un objeto de museo.
La conjunción de una derrota sublime, de un craso error táctico y estratégico, y de dos imágenes que se difundieron casi simultáneamente hicieron de Ernesto Guevara un símbolo de desinterés, coraje, absoluto desapego, incluso por el objetivo, y emblema de una victoria metafísica.
La historia debe aún decir mucho sobre las razones que llevaron a Guevara y sus ideales al callejón sin salida de la Quebrada de Churo, en la selva de Ñancahuazú, en el sudeste boliviano. El modo incluso en que el Che cayó en manos del ejército boliviano, herido, andrajoso, con su arma rota, debería ser tan significativo como su cuerpo tendido sobre una angarilla colocada a su vez sobre dos piletones en el lavadero del hospital de Vallegrande.
''No se preocupe, capitán, esto se acabó'', dice Gary Prado que le dijo Guevara al entregarse. Prado es hoy general y se mueve en silla de ruedas, baleado por la espalda por error cuando desalojaba, años después, un pozo petrolero tomado por comandos ultraderechistas. Ese ''esto se acabó'' no significó más que la confesión casi sarcástica de una impotencia que nunca fue explicada. No es la frase que Guevara pronuncia desde el terreno del mito, al que lo enviaron para siempre las dos ráfagas de fusil automático disparadas por el sargento Mario Terán, mientras estaba prisionero en una escuela del poblado de La Higuera. Las palabras que el mito pronuncia son: ''Apunte bien y dispare. Va usted a matar a un hombre''. Terán se encargó de repetirlas. Ellas resuenan hoy de un modo extraño. Guevara parece estar diciendo: ''Va usted a matar a un valiente'', pero también: ''Va a matar a un hombre, no a su leyenda''.
¿Cómo se construyó ese mito ante el que no valían de nada ayer, y valen bien poco hoy, las protestas de equivocación, de pertinaz error, de profunda y quizá definitiva ceguera?
Hoy, los campesinos de esa región de Bolivia han hecho un santuario no del lugar en el que fue fusilado -la escuelita de La Higuera- sino del lavadero de Vallegrande, en el que fue exhibido su cadáver. El campesinado que entonces no se unió a él ni lo apoyó, en parte lo tiene como un santo. Ese es el resto de religiosidad verdadera que aún inspira el Che. El resto es un aluvión de imágenes de las que no es posible establecer el contenido ni el significado. Las llevan sobre sus remeras, sobre su piel o en las lunetas de sus automóviles miles de jóvenes que no habían nacido cuando el Che murió, que no son socialistas ni lo serán y que ignoran casi todo sobre el tipo de revolución que el Che quería.
El Che partió de Cuba en 1965. Es inocultable que había perdido allí varias batallas políticas y que no era demasiado apto para librarlas. En 1967, el año de su muerte, el editor marxista italiano Giangiacomo Feltrinelli, quien en 1972 murió víctima de una explosión mientras se supone intentaba sabotear una torre de alta tensión cerca de Milán, obtuvo regalada una foto de Alberto Korda, de 1960. El fotógrafo cubano la había tomado en un acto callejero cuando el Che se acercó a la baranda del palco para echar una mirada a la multitud. La descartó. Feltrinelli vio las posibilidades de esa imagen de una especie de ángel severo y visionario. En pocas semanas alumbraba el primer póster del Che. La imagen invadió pancartas y carteles. Meses después, el Che moría.
La construcción del héroe
Casi simultáneamente otra foto se sobrepuso: la que obtuvo el fotógrafo de UPI Freddy Alborta en la lavandería del hospital de Vallegrande, que lo haya querido o no recuerda a Cristo. Las fotos del Che que sacó Freddy Alborta; la pintura de Andrea Mantegna, La lamentación sobre Cristo Muerto, de 1490, y la pintura de Rembrandt, La lección de Anatomía del doctor Nicolás Tulp, de 1632, han dotado aquella muerte de una iconografía de martirio. Un cierto modo de vincular estas imágenes producidas por la pintura y la historia dieron pávulo a discusiones que se suceden desde que el escritor inglés John Berger relacionó el cuadro de Rembrandt con las fotografías de Vallegrande.
En realidad, los hechos, las casualidades, la pintura, la religión católica, parecen haberse complotado para que la imagen de Guevara saliera de la historia e ingresara en el terreno del mito, en el instante preciso en que murió. El ángel en 1960 y el mártir en 1967 son dos rostros para un mismo sacrificio, puesto que la foto de Korda da la vuelta al mundo impregnada ya del aire sacrificial de la foto de Alborta. Décadas después, ubicado por el realizador argentino Leandro Katz para su documental El día que me quieras (1997), el fotógrafo boliviano dijo: ''Me conmovió la mirada de Guevara. Tenía la impresión de estar fotografiando a un Cristo, y en ese entorno me moví. No era simplemente un cadáver, era algo extraordinario''. Si Alborta sintió realmente que se movía en un ''entorno'' místico, entonces estaba instintivamente unido a la corriente pictográfica que desde el Renacimiento ha puesto un poder sobrenatural en las imágenes del Cristo y del cuerpo de Cristo.
Ni el comando militar boliviano ni Terán que no hirió la cara del Che ni el agente de la CIA Félix Rodríguez que le ordenó evitar la desfiguración del rostro pudieron prever cómo la cámara del fotógrafo cavaría en la oscuridad hasta encontrar un cuerpo humano abatido y una mirada sobrehumana, al punto de que se comparara la escena con la de un Cristo bajado de la cruz y con una obra de Rembrandt en la que luces y sombras unen la carne detestable y perecedera, el olor de morgue y hospital, con un hálito cósmico. Hay mucha poesía en eso, pero una poesía de la que se hicieron cargo y dieron por buena sucesivas generaciones. La lente fotográfica, el arte mecánico del siglo, produjo el efecto de todo gran arte, desde el principio hasta el final del mito del Che.
El resto parece literatura. Y lo que siguió, una reproducción al infinito de una silueta que no tiene ya contenido propagandístico, puesto que no queda qué propagandizar, ni político, sino meramente ideológico en términos de mistificación.
Que el Che se haya estrellado contra la pared de hierro de la realidad lo hizo inmortal. En su momento, no sólo no detuvo el guerrillerismo juvenil, sino que lo alentó. Hoy no sirve de nada decir que su incursión en Bolivia fue un fracaso, militar y político, un error de trágicas dimensiones para él y para el movimiento revolucionario. La cuestión por la que el Che moría no era importante. El estadounidense Peter Bourne en su biografía Fidel ha señalado la causa por la que, en tanto fracaso político, la muerte del Che es éticamente estimulante: ''El Che, un revolucionario purista, romántico, creía que estar moralmente en lo correcto era, en última instancia, más importante que lograr la victoria''.
Hay ideas que la imagen del Che ya no conlleva. Ideas que por otra parte serían muy difíciles de entender para los jóvenes que portan esas imágenes. Son de un período de la historia cuyo discurso resulta incomprensible. En La vida en rojo (1997) el ensayista mexicano Jorge Castañeda anota: ''Las ideas del Che, su vida, su obra, incluso su ejemplo, pertenecen a otra etapa de la historia moderna, y como tales, difícilmente recobrarán algún día su actualidad. Las principales tesis teóricas y políticas vinculadas al Che -la lucha armada, el foco guerrillero, la creación del hombre nuevo y la primacía de los estímulos morales, el internacionalismo combatiente y solidario- carecen virtualmente de vigencia. La revolución cubana -su mayor triunfo, su verdadero éxito- agoniza o sólo sobrevive gracias al rechazo de buena parte de la herencia ideológica de Guevara. Pero la nostalgia persiste''.
El ''clima de época'' está en toda esta historia que al correr de los años pareció desmesurada e imposible. Tenía el sello de la revolución cubana, que también en principio pareció imposible y que fue juzgada en todo el mundo de la izquierda como un suceso excepcional en el que habían concurrido una incorrecta información de los Estados Unidos, la congénita debilidad del ejército cubano, la bandera nacionalista de fuerte arraigo en la isla y un coraje fuera de lo común. Un golpe de dados.
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