Casticismo.-a


Soledad  Garcia  Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes


Edición de 1979 de En torno al casticismo.
Scherezada Jacqueline Alvear Godoy

Introducción

Casticismo es una postura literaria, cultural e ideológica, manifestada en España desde el siglo XVIII en oposición a la afrancesada o ilustrada, y que desde entonces se relaciona con el pensamiento reaccionario.
 Es una reivindicación defensiva de lo castizo, o sea, de las expresiones de todo tipo (culturales, religiosas, vitales, moda, actitudes, habla, o incluso de la organización política y social),​ que se perciban por el casticista como propias de su casta, entendida esta no tanto como la raza o etnia propia, sino más bien como el carácter nacional español, la buena casta, que formaron parte del nacionalismo español, sobre todo en sus expresiones más populares y en las expresiones de orgullo patriótico.

Casticismo madrileño


Representación de la verbena de la Paloma, en la azulejería con orla talaverana, de un local en la calle Martín de los Heros, 59-bis, de Madrid.
Casticismo madrileño (a veces asociado al término madrileñismo) es el conjunto de características de identidad cultural que se generaron en la capital de España en el siglo  XVIII  produciendo un modelo de carácter no cosmopolita. Modelo que, definido ya en los últimos años de aquel siglo, y tras afirmarse en la vestimenta, usos y costumbres de los madrileños y arraigar en especial en las clases obreras y el folclore local, fue glosado por la literatura del siglo xix,
El ‘casticismo madrileño’ está asociado a la tipología del «majo», el «manolo», el «chulapo», y el «chispero» (con sus pares femeninos naturales).​ Entre los grandes referentes del fenómeno castizo en Madrid, habría que destacar la personalidad y obra de Don Ramón de la Cruz, Francisco de Goya, Mesonero Romanos, Benito Pérez Galdós, Pedro de Répide, Carlos Arniches​ o Ramón Gómez de la Serna.


Manola, según dibujo y grabado de Antonio Rodríguez (1801)

Míticamente localizado en barrios como Lavapiés, cuna de la ‘majeza’ y la «manolería» según Mesonero,​ o Chamberí,​ «territorio chispero», los ‘madrileños castizos’ quedaron minuciosamente retratados en populares zarzuelas como La verbena de la Paloma, La revoltosa, Agua, azucarillos y aguardiente y La Gran Vía. Distintos autores han llamado la atención sobre el perfil localista del ‘casticismo madrileño’,sin apreciar quizá que esa ‘chulería’ de sentirse el centro,no ya de un imperio, sino del mundo, sellaba –en su megalomanía cultural e inocentemente pueblerina– su absoluta abstracción de todo lo que no fuera Madrid.​ Expresado con la síntesis no menos castiza de una greguería:

Una pedrada en la Puerta del Sol mueve ondas concéntricas en toda la laguna de España.
Ramón Gómez de la Serna (1957)



Lavapiés 

Scherezada Jacqueline Alvear Godoy


Lavapiés es una barriada de la ciudad de Madrid, ubicada dentro del más amplio barrio de Embajadores, en el distrito Centro de la capital.
La zona turística de Lavapiés se sitúa al sureste de la almendra central de la ciudad. Al igual que la vecina La Latina, sus calles empinadas, estrechas y de trama irregular conservan su origen medieval como arrabal que se extendió extramuros de la ciudadela cuando Madrid se convirtió en capital del reino en 1561.

Lavapiés ha mantenido su carácter de barrio habitado mayoritariamente por las clases populares de la ciudad. Esto ha dado lugar a edificios de una fisionomía peculiar: viviendas de varias alturas construidas alrededor de un patio central, llamadas corralas, cuyo mejor ejemplo lo podemos encontrar en la confluencia de las calles Tribulete y Mesón de Paredes.
Lavapiés es uno de los mejores ejemplos de la tradición castiza y sainetera del pueblo madrileño, que se popularizó en muchas de las zarzuelas escritas a finales del siglo XIX y principios del XX, especialmente en El barberillo de Lavapiés de Francisco Asenjo Barbieri. Este legado popular típicamente madrileño convive en armonía con las costumbres y tradiciones que aporta la población inmigrante de distintas procedencias que se instaló aquí, lo que hace de la zona un punto de encuentro de diferentes culturas.
En el siglo XVIII también se conoció como barrio del Avapiés por la influencia de los sainetes de Don Ramón de la Cruz, volviendo a su antiguo nombre con el siglo XIX. Se ha considerado icono del «casticismo madrileño» y la «manolería». Marca su corazón la plaza de Lavapiés y su arteria más importante fue la calle Real de Lavapiés. Aunque no aparece como entidad administrativa oficial, Lavapiés se considera el área comprendida entre El Rastro, Tirso de Molina y el Museo Reina Sofía.

La descripción
Entramos en pleno distrito de Lavapiés o del Avapiés, como antiguamente solía escribirse, sin que acertemos a explicar la etimología de este nombre con la candidez del buen D. Nicolás Fernández de Moratín, porque con ambos títulos viene emblematizando hace tres siglos la población indígena matritense en el último término de la escala social. No nos meteremos en eruditas y empalagosas investigaciones para buscar en tales o cuales razas el origen de esta parte del pueblo bajo de Madrid, apellidado la Manolería, que tiene su asiento principal en el famoso cuartel de Lavapiés, aunque rebosando también a los inmediatos de la Inclusa, el Rastro y las Vistillas. Para nosotros es evidente; que el tipo del Manolo se fue formando espontáneamente con la población propia, de nuestra villa y la agregación de los infinitos advenedizos que de todos los puntos del reino acudieron a ella desde el principio a buscar fortuna. Entre los que vinieron guiados de próspera estrella y cambiaron luego sus humildes trajes y groseros modales por los brillantes uniformes y el estudiado idioma de la corte, vinieron también, aunque con más modestas pretensiones, los alegres habitadores de Triana, Macarena y el Compás de Sevilla, los de las Huertas de Murcia y de Valencia, de le Mantería de Valladolid, de los Percheles y las islas de Riaran de Málaga, del Azoguejo de Segovia, de la Olivera de Valencia, de las Tendillas de Granada, del Potro de Córdoba, y las Ventillas de Toledo, y demás sitios célebres del mapa picaresco de España, trazado por la pluma del inmortal autor del QUIJOTE; todos los cuales, mezclándose naturalmente con las clases más humildes de nuestra población matritense, adoctrinándola con su ingenio y travesura, despertando su natural sagacidad, su desenfado y arrogancia, fueron parte a formar en los Manolos madrileños un carácter marcado, un tipo original y especialísimo, aunque compuesto de la gracia y de la jactancia andaluzas, de la viveza valenciana y de la seriedad y entonamiento castellanos.
Mesonero Romanos, cronista y bibliotecario perpetuo de la villa de Madrid 

Los documentos más antiguos sobre la existencia de habitantes en lo que hoy es el barrio, basados en los documentos del archivo del Ayuntamiento de Madrid, dicen que el origen del barrio de Lavapiés estaría en los asentamientos comerciales extramuros de finales del siglo XV relacionados con el camino real de Toledo y el camino de Atocha, y la existencia del antiguo matadero en lo que hoy es El Rastro que aprovechaba el gran desnivel hacia el valle del río Manzanares para evacuar los rastros de la sangre y demás desechos de los animales sacrificados.


Historia 

Lavapiés ha sido durante toda la historia de la ciudad de Madrid un barrio maldito socialmente. Siempre ha estado arrastrando de manera peyorativa la denominación de arrabal, barriada o barrio bajo. Condenado continuamente a ser un espacio social y político que se integra en la periferia del centro, en los márgenes del corazón de la bestia. En la actualidad pertenece al barrio de Embajadores administrativamente, y este a su vez al Distrito Centro de la capital madrileña. Un recorrido por la historia de Lavapiés nos ayuda a reconstruir una narración de las costumbres populares, la cotidianidad de las vidas comunitarias y las resistencias frente al estigma y otras opresiones.
La historia de un barrio como Lavapiés se rescata desde lo popular, vinculado desde su origen a la narración oral, a los sainetes, cuplés y leyendas, a las tradiciones atesoradas por generaciones a lo largo de un hilo temporal común. Esto es así porque la historia oficial, la única que se recoge, se estudia y se difunde, está escrita desde la mirada de las clases dominantes a lo largo de distintas épocas históricas. Este relato histórico no pone su foco (o si lo hace es desde la perspectiva de quien domina, y no en los códigos del pueblo) en espacios invisibilizados como un barrio de personas humildes. La historia crítica y social no es menos científica que el supuesto relato único académico, sencillamente se reescribe, se expresa y se autogestiona su valiosísima información desde otras miradas y códigos.
El topónimo de Lavapiés es completamente incierto, existen varias teorías ligadas por una parte a leyendas y por otra a razones topográficas evidentes. En este sentido, se argumenta que el nombre del barrio procedería de una fuente que habría antiguamente en la plaza, lo cual es bastante plausible, ya que todas las plazoletas del Madrid antiguo contaban con fuentes para suministrar agua a la población a través de los aguadores; y también para lavar las ropas. Sin embargo, esto no sería más que una aproximación parcial al origen del nombre; igualmente vinculado a una leyenda que asegura que la judería de Madrid habría estado situada en este lugar. Algunos estudios han querido avalar que la sinagoga judía se encontraba en el espacio que actualmente ocupa la iglesia de San Lorenzo y un antiguo cementerio judío en la calle del Salitre, sin embargo, ni documentos escritos ni excavaciones arqueológicas han podido demostrar este hecho. No obstante, de esta creencia popular sobre el pasado del barrio se asentaría la leyenda de que al abandonar cualquier cristiano la judería para regresar a zona cristiana en el interior de la muralla, debería lavarse los pies como gesto piadoso tras haber pisado un barrio ‘impuro’.

 La explicación topográfica es la menos romántica, y también la que parece más lógica históricamente, pues este barrio de Madrid se encuentra completamente cuesta abajo hacia la zona de la glorieta de Embajadores, que antiguamente marcaba el límite de la ciudad al sur. Sí se ha encontrado, sin embargo, documentación acerca de los riachuelos que discurrían por las calles de esta zona fundamentalmente cuando llovía y que inundaba las estrechas callejuelas hasta desembocar en un arroyo que bajaba la calle Miguel Servet. Debido a la gran pendiente que existía, y sabiendo que la toponimia antiguamente se fijaba por cuestiones meramente cotidianas, no parece descabellado pensar que el origen del nombre se debe a una alusión a que las correntías de agua cuando llovía mojaban, es decir, lavaban los pies de quien se atreviera a pasear por sus calles
Una vez aclarado (o quizá no tanto) el origen del nombre de Lavapiés, debemos buscar el origen poblacional del barrio. Esta cuestión también es bien complicada, porque como bien advertí anteriormente, los documentos oficiales tan solo mencionan en sus crónicas a Lavapiés relacionado con actividades de interés para las clases dominantes en cada época. Las primeras menciones del barrio en los archivos del Ayuntamiento de Madrid remiten al origen comercial de un asentamiento extramuros de la muralla a finales del siglo XV y vinculado con el camino real de Toledo y el camino de la Ermita de Nuestra Señora de Atocha. También se menciona la existencia de un primigenio matadero en lo que actualmente es la zona de El Rastro, donde se aprovechaba el gran desnivel de las calles hacia el río Manzanares para evacuar los rastros de sangre de los animales sacrificados. 
Anteriormente a estas cuestiones, y previa a la configuración de este barrio como arrabal con entidad propia, es más que probable que al encontrarse la antigua ciudad de Madrid rodeada por campos de labranza; esta zona comenzara siendo ocupada por apeaderos para herramientas relacionadas con las labores del campo. Tampoco es descartable el surgimiento de pequeñas chozas campesinas que alojasen a familias humildes llegadas como migrantes de otras regiones rurales para iniciar vida en una ciudad nueva; al fin y al cabo ha sido históricamente la manera en que han surgido las periferias de la periferia.

De arrabal a barrio de Madrid
La 'republicana' fuente de Cabestreros, en 2007.

El cambio del siglo XVI al XVII conllevó una serie de transformaciones urbanísticas en Madrid, la antigua muralla cristiana se amplia para acoger a los arrabales que habían surgido. El fervor católico en estos tiempos de guerras religiosas internacionales dará nombre a algunas calles del barrio como calle de Ave María, calle de la Fe, o calle del Amor de Dios. Mientras tanto, otras calles continúan mencionándose extraoficialmente por hechos tan ociosos como, por ejemplo, la calle del Tribulete, cuya nomenclatura procede de un antiguo juego medieval que llamaba a la concurrencia de la gente del barrio en esa calle. Además, el establecimiento de la capitalidad de la monarquía hispana y su corte de manera permanente en Madrid comienza a construir un relato de opresiones y resistencias cotidianas que se expresan en el desarrollo concreto de sus barrios y la cultura de su población que sufre bien de cerca la presencia de facto y simbólica del poder imperial.
Las humildes viviendas unifamiliares con pequeños huertos particulares o compartidos dan paso a un tipo de edificación en altura y comunitaria especialmente típica en la villa de Madrid durante los siguientes siglos: las corralas. Casas corredor de varias plantas con armazón de madera y cuyos balcones dan a un patio interior, donde los vecinos y vecinas realizaban una gran actividad, e incluso celebraban festividades representando obras teatrales de comedia popular. A lo largo del siglo XVIII, algunos dramaturgos como Ramón de la Cruz, o cronistas como Mesonero Romanos recogieron a través de diferentes formatos desde sainetes o coplas hasta ensayos la tipología del barrio de Lavapiés. Será durante este tiempo cuando se construye la cultura castiza madrileña, siendo el barrio de Lavapiés uno de sus iconos; una cultura popular mezcla de la emigración propia del barrio con numerosos andaluces, castellanos o valencianos que dan como resultado un arquetipo social original y especialísimo llamado manolos y manolas, y también los majos y las majas. 
La posterior romantización de esta curiosa tipología popular caracterizada por una población llena de viveza, astucia, y picaresca fue reformulada en el ya mencionado casticismo madrileño. Cultura autogestionada inicialmente por el propio pueblo, y posteriormente enajenada por la nueva clase burguesa incipiente, que buscaba diferenciarse de la vieja aristocracia a la que se parecía cada vez más.

A comienzos del siglo XIX comienzan a instalarse en la zona sur del barrio de Lavapiés fábricas, edificios industriales y barriadas obreras que alojaban a esa nueva mano de obra fabril. Surgen así en este barrio la Real Fábrica de Coches, la Fábrica de Cerveza de Lavapiés o la Real Fábrica de Tabacos, actualmente el centro social de la Tabacalera. Al mismo tiempo comienzan a surgir las incipientes asociaciones de lucha obrera en las mencionadas barriadas, con especial atención a las trabajadoras de la fábrica de tabacos como pioneras en una lucha de clase social y de género. También, y ligado al mismo proceso donde se planificaba este nuevo urbanismo burgués, surgían teatros y salas de variedades en torno a la calle Magdalena, al norte del barrio de Lavapiés.

Un barrio rebelde



Durante la Guerra Civil española en el siglo XX, el edificio religioso de las Escuelas Pías de San Fernando fue saqueado tras descubrirse por milicianos cenetistas que se había convertido en un polvorín de La Falange española; quedó en estado completo de ruina hasta hace pocos años que fue rehabilitado. Tras la contienda, el régimen franquista mantuvo en el absoluto abandono y olvido este barrio madrileño, convirtiéndose en un distrito chabolista en altura. Tanto fue así que, incluso una fuente con emblemas republicanos en la antigua plaza de Cabestreros, no sería ni siquiera derribada por el Franquismo.
Más tarde, se convirtió en centro de operaciones de mafias turcas que vendían droga en los años ochenta, y sacados de allí por el alcalde Tierno Galván para trasladarles convenientemente a barrios obreros periféricos . El progresivo abandono de los inmuebles y la proliferación de casas abandonadas hizo que en los años noventa se instalase en el barrio un tejido social okupa y libertario. En el inicio del siglo XXI es el barrio con mayor cantidad de asociaciones y movimiento vecinal de Madrid, también es un espacio de memoria y reconocimiento a los nadies que el capitalismo se lleva por delante. Una pequeña plazotela recuerda al preso ya fallecido Xosé Tarrío junto a la calle del Calvario; también una placa en la calle del Oso recuerda a Mame Mbaye, mantero muerto de un infarto por el racismo institucional mientras le perseguía la policía municipal.
El traje típico castellano de Madrid para los hombres es un terno compuesto de pantalón hasta la rodilla de color negro o marrón, además lleva un chaleco bordado con adornos de plata. Encima del traje lleva una chaqueta, la tradicional capa española y pañuelo de hierbas

Este tejido está siendo atacado actualmente por la gentrificación capitalista; un modelo que pretende convertir el barrio en un centro comercial y de consumo al aire libre, con pisos turísticos que expulsan a vecinos de toda la vida de sus casas como en el conflicto de la calle Argumosa; y también un concepto elitista y postmoderno que redefine el arte popular. 

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