Diego Martínez Barrios; José Antonio de Aguirre Lecube.-a

Soledad  Garcia  Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes

Scherezada Jacqueline Alvear Godoy




(Sevilla, 25 de noviembre de 1883-París, 1 de enero de 1962) fue un político español que alcanzó los cargos de presidente de las Cortes, presidente del Consejo de Ministros, presidente interino de la Segunda República Española y presidente de la Segunda República Española en el exilio.


Político e industrial de artes gráficas, presidente del Gobierno, presidente de las Cortes y presidente interino de la II República española en el exilio. En contra de lo afirmado por Lerroux acerca de los oscuros orígenes de quien fuera su principal colaborador durante la II República, se sabe que Diego Martínez Barrios (o Barrio, como él preferiría apellidarse) nació en Sevilla (25-XI-1883), en el nº 4 de la plaza de la Encarnación.
Era hijo legítimo del matrimonio formado por Manuel Martínez Gallardo, natural del pueblo sevillano de Utrera y de profesión jornalero, y de Ana Barrios Gutierrez, nacida en la localidad gaditana de Bornos –de donde procedían sus abuelos maternos- y vendedora en el mercado de la Encarnación. Su familia por parte de padre era originaria de las Cabezas de San Juan, aunque su abuelo paterno, ya difunto y por el que se le puso el nombre de Diego, era natural de Sorbas, en la provincia de Almería. Martínez Barrio tuvo un hermano algo mayor que él, llamado Modesto Pineda Barrios, periodista y director del Diario de Huelva, con quien siempre mantuvo excelentes relaciones. Dicho hermano era fruto de un matrimonio anterior de su madre, del que esta, al parecer, quedó viuda.
Hasta enero de 1893 Martínez Barrio estudió las primeras letras en el colegio de San Ramón, donde conoció a uno de sus más íntimos amigos, el futuro ministro Manuel Blasco Garzón; pero a los nueve años tuvo que dejar la escuela para comenzar a trabajar como aprendiz en una panadería. Huérfano de madre a los once, pasó posteriormente por los oficios de aprendiz de tipógrafo y desde 1906 –gracias a las gestiones de su hermano- trabajó como auxiliar del procurador Rodrigo Rus y Rus. Este, un anciano carlista al que siempre profesó gran cariño, era propietario también de un despacho de pan y Martínez Barrio simultaneó los empleos de escribiente en la procuraduría y dependiente en la panadería.
En 1906, recién cumplidos los veintidós años, logró colocarse de empleado de Manuel Jacinto Martínez, comisionado de reses en el Matadero Municipal, permaneciendo en dicho empleo hasta 1910, en que fue elegido por primera vez concejal del Ayuntamiento de Sevilla. Poco después, con el apoyo de un buen número de amigos y masones sevillanos, Martínez Barrio logró montar un pequeño negocio de cuyos ingresos pudo vivir modestamente a partir de entonces.
Con una formación autodidacta, lector incansable de novelas, lecturas históricas y periódicos, Martínez Barrio participó siendo un adolescente en mítines y reuniones de carácter societario, desembocando a comienzos de siglo en el movimiento anarquista. Desde 1901, con diecisiete años, comenzó a publicar numerosos artículos en el diario El Noticiero Obrero, órgano de la Asociación de Obreros del Arte de Imprimir, en Tierra y Libertad y en el semanario ¡Justicia!, colaborando desde 1902 en una publicación editada en Cádiz y titulada El Proletario. Durante esos años fundó también un modestísimo semanario, que realizaba él sólo manualmente, titulado Trabajo, y que años después volvió a publicar con el nombre de Humanidad.
A partir de 1903 Martínez Barrio fue abandonando gradualmente sus simpatías anarquistas aproximándose a los ideales de la democracia republicana. En dicha evolución y aparte de esa tendencia a la moderación que, según él, siempre predominó en su carácter y conducta, jugó un papel no desdeñable su relación con el teniente coronel al mando del batallón de Cazadores de Chiclana, acantonado en Ronda, donde desde 1903 Diego cumplió su servicio militar. Aquel oficial, hermano de Eugenio García Ruiz, uno de los líderes del republicanismo unitario durante los años del Sexenio, influyó en su formación política decidiéndole a abandonar definitivamente las ideas anarquistas.

Al poco Martínez Barrio ingresó en la Juventud Republicana de Sevilla, donde, desde 1905, un impulso sentimental y romántico —según confesaría años después— acabaría llevándole tras los pasos de Alejandro Lerroux, fascinado por la vibrante personalidad del Emperador del Paralelo.
Sus primeros pasos como neófito republicano no fueron nada fáciles. Cumpliendo su servicio militar, Martínez Barrio fue procesado por el supuesto delito de tentativa de rebelión. Dicha causa dio lugar a que entre mayo y junio de 1903 sufriera calabozo en los acuartelamientos de los Regimientos de Granada y Soria, y a que se le abriera un voluminoso sumario. Puesto en libertad sin cargos, en los años siguientes la autoridad militar no se olvidó de él, a pesar de haber pasado con licencia a la primera reserva. Así, por realizar propaganda subversiva y por sus opiniones contra el régimen monárquico, vertidas tanto en actos públicos como sobre todo en la prensa, Martínez Barrio volvió a ser detenido y, en unas treinta ocasiones, procesado antes de la proclamación de la II República.
Apenas resueltos sus problemas con la jurisdicción militar y trabajando ya como empleado en el Matadero, a partir de 1908 formó un grupo denominado Fusión Federalista, opuesto a la orientación moderada de la Unión Republicana en Sevilla. La nueva entidad, que adoptó como cuerpo doctrinal el Manifesto-Programa de Pí y Margall de 1894, consiguió alegar recursos suficientes para publicar, desde enero de 1909, un semanario titulado La Lucha. Además, en las elecciones municipales celebradas en mayo de 1910 Martínez Barrio fue elegido por primera vez concejal del Ayuntamiento de Sevilla, permaneciendo en la corporación hasta finales de 1913. Sus constantes intervenciones en los plenos y su amistad con Lerroux acabaron por ratificarle como uno de los valores en alza del republicanismo en Sevilla.
Martínez Barrio recibió por esas fechas la ayuda de un anciano correligionario —Joaquín Maestro Amado, un comerciante enriquecido en la Argentina— montando una pequeña imprenta dedicada a trabajos comerciales (Tipografía Minerva, instalada en su propio domicilio de la calle Roque Barcia, n.º 5) y en la que desde 1910 comenzó a imprimir un nuevo periódico radical-autonomista, titulado El Pueblo.
En 1917, además, contrajo matrimonio con Carmen Baset Florindo, hija de un modesto industrial, con la que no tuvo descendencia.
Pese a estos modestos éxitos, las divisiones y los enconados enfrentamientos que casi siempre habían jalonado la trayectoria del republicanismo volvieron a reaparecer con toda su crudeza a comienzos de la primera década del siglo XX, hasta el punto que entre 1913 y 1920 los republicanos quedaron sin representación en las instituciones sevillanas. En esos años del republicanismo en Sevilla apenas si quedó otra cosa que la constancia y el tesón de Martínez Barrio, impenitente candidato en todas las elecciones de diputados a Cortes celebradas en los años previos al golpe de estado de Primo de Rivera. En febrero de 1920, sin embargo, fue elegido de nuevo concejal, englobado en una candidatura consensuada por los partidos y fuerzas vivas locales.
Nombrado presidente del Partido Republicano Autónomo de Sevilla en 1921 y vocal de la comisión organizadora de la Exposición Hispano-Americana en 1922, su labor en el Ayuntamiento le granjeó la consideración y el respeto de los sevillanos. De hecho, en 1923 Martínez Barrio presentó su candidatura por Sevilla en las elecciones legislativas convocadas por el marqués de Alhucemas; aunque los resultados le fueron totalmente favorables, un pucherazo a favor del hijo del fundador del diario ABC le arrebató el acta de diputado.
Pese a que ni la junta del censo ni el Tribunal Supremo quisieron reconocerlo, el candidato proclamado, Juan Ignacio Luca de Tena, renunció a tomar posesión del escaño, gesto caballeroso que fue el origen de la buena amistad que desde entonces existió entre ambos personajes. En cualquier caso, el golpe de estado de septiembre de 1923 truncó el ascendente protagonismo del líder de los republicanos en la política sevillana, al ser desposeído de sus cargos tras ordenar el Directorio el cese fulminante de los Ayuntamientos de toda España.

Ingreso en la Masonería

De esta época de comienzos de siglo data también el ingreso de Martínez Barrio en la Masonería. Fue iniciado como masón el (1-VII-1908) —con veinticuatro años- en la Logia Fe de Sevilla, adoptando el nombre simbólico de Justicia; nombre que cuatro años después cambió por el de Pierre Victurien Vergniaud, es decir, por el de uno de los dirigentes de los republicanos moderados de la Revolución Francesa.
Su labor en esta organización comenzó a alcanzar un especial brillo a partir de 1915, al lograr en febrero de aquel año el reagrupamiento en una única entidad de casi todos los talleres masónicos sevillanos. Nació así la poderosa Logia Isis y Osiris, adscrita a la Obediencia del Grande Oriente Español y auténtico motor del resurgimiento de la Masonería en Andalucía.
Desde esta plataforma, donde en la década de 1920 acabarían convergiendo y encontrando refugio una parte muy considerable de las elites republicanas de izquierdas, Martínez Barrio, el cada vez más respetado hermano Vergniaud, grado 33.º, llegaría a alcanzar los cargos de gran maestre de la Masonería andaluza (1923-1931) y gran maestre nacional del GOE, Gran Oriente Español, (1931-1934), ya en tiempos de la Segunda República.
La trayectoria política de Martínez Barrio adquirió un especial relieve en plena dictadura de Primo de Rivera, erigiéndose en esos años en el líder indiscutible de los republicanos de la Baja Andalucía. Miembro de la alianza constituida en 1926, al menos desde 1929 formó parte de las conspiraciones urdidas por Villanueva y Burgos y Mazo, estableciendo contactos con el general Goded a fin de organizar un levantamiento en Andalucía, propósito que abortó la renuncia de Primo de Rivera en enero de 1930.
Adherido a llamado Pacto de San Sebastián y participante del mitin de las Ventas celebrado en septiembre de 1930, en noviembre fue requerido para integrar el Comité nacional revolucionario como representante de los republicanos andaluces, firmando el Manifiesto difundido por aquella junta a finales de 1930.

Hombre de Lerroux

Tras el fracaso de la sublevación de Jaca y Cuatro Vientos tuvo que refugiarse en Gibraltar, exiliándose a Francia —primero en París y después en Hendaya— desde febrero a abril de 1931. Proclamada la Segunda República, Martínez Barrio, que contaba ya con cuarenta y ocho años, fue nombrado ministro de Comunicaciones del Gobierno Provisional y elegido diputado a Cortes por Sevilla, asumiendo la vicepresidencia del Partido Radical y convirtiéndose de facto en el lugarteniente y hombre de confianza de Alejandro Lerroux.
Desde 1931 Martínez Barrio, elegido también aquel mismo año gran maestre nacional del GOE y presidente de honor de la Liga de los Derechos del Hombre, fue adquiriendo un paulatino protagonismo en la historia de la Segunda República, defendiendo una política moderada y centrista desde el mismo instante en que el nuevo régimen inició su andadura. En sus discursos y en su actitud política Martínez Barrio preconizó la necesidad de un Estado fuerte, pero democrático y eficaz, un Estado que fuera capaz de nacionalizar la República y de hacerla amada y respetada por la inmensa mayoría de los ciudadanos.
Apartado del Gobierno desde la crisis de finales de 1931, que colocó a los radicales en la oposición, y en sintonía con la actitud de su jefe político, Martínez Barrio hizo públicas sus discrepancias con el PSOE —y, especialmente, con los sectores liderados por Largo Caballero— en marzo de 1932, cuando en unas declaraciones a Blanco y Negro, ampliamente difundidas, manifestó:

 que era preciso rectificar el rumbo y el perfil del régimen, afirmando que a su juicio el apartamiento de los socialistas del Gobierno constituía una necesidad insoslayable si se quería consolidar la República y evitar su desbordamiento por la izquierda.

En parecidos términos se pronunció en julio de 1932, oponiendo serios reparos a la aprobación de los proyectos de Reforma Agraria y al Estatuto de Cataluña, tal y como habían sido redactados por las comisiones respectivas.
Como jefe de su minoría parlamentaria, a Martínez Barrio le correspondió el poco grato deber de desmentir en las Cortes la rumoreada implicación de los radicales en la intentona golpista del (10-VIII-1932), a pesar de estar perfectamente informado de las actitudes sospechosas de algunos miembros de su propio partido, y en particular de Lerroux, amigo personal del general Sanjurjo. Desde comienzos de 1933 el nombre de Martínez Barrio se asoció además con el de la obstrucción parlamentaria al Gobierno Azaña, de quien llegaría a afirmar que estaba ejerciendo una verdadera dictadura que nada tiene que envidiar a la fascista….
Años después Diego no tuvo reparo en rectificar este juicio, afirmando que aquella política obstruccionista practicada por él mismo, por el Partido Radical y por otras organizaciones de centroderecha —acentuada a raíz de las repercusiones del escándalo de Casas Viejas— fue, según reconoció en sus Memorias, básica y esencialmente un error.
En cualquier caso, al final del verano de 1933, tras la caída de Azaña y aceptada por el presidente de la República la propuesta de Lerroux de formar una mayoría exclusivamente republicana, Martínez Barrio añadió un nuevo peldaño a su carrera política al ser designado ministro de la Gobernación en un efímero gabinete que apenas duró veintiséis días. Inmediatamente después, el 9 de octubre, Diego era nombrado por Alcalá-Zamora nuevo presidente del Consejo de Ministros, pero con la finalidad expresa de disolver las Cortes y convocar elecciones.
Consideradas, a pesar de los apaños y corruptelas que tuvieron lugar en varias circunscripciones, como una de las elecciones más limpias disputadas hasta entonces en España, los resultados de las urnas y los efectos del sistema electoral mayoritario republicano dieron paso en diciembre de 1933 a unas Cortes muy diferentes en su composición a las del primer bienio.

Escisión y separación de Lerroux

Diego Martínez Barrio, ex-presidente del Consejo y reelegido diputado por Sevilla, si bien aceptó formar parte de los primeros gabinetes de Lerroux, al principio como ministro de Guerra y después de Gobernación, comenzó a disentir de forma notoria de la progresiva derechización de su propio partido, de las presiones revisionistas de la CEDA y de la hipoteca que para los gobiernos republicanos representaba el apoyo parlamentario de Gil Robles. Dicha actitud crítica, en la que algunos historiadores han querido ver —sin mucho fundamento— motivaciones secretas (presiones de la Masonería, maniobras de Alcalá Zamora, etc.) alcanzó su cénit tras la aprobación de la Ley de Amnistía —que benefició a los implicados en la Sanjurjada—, concluyendo a mediados del mes de mayo de 1934 con su separación de Lerroux.
La escisión de Martínez Barrio, secundada por un reducido grupo de diputados, vino a significar la ruptura del histórico PRR, Partido Republicano Radical. En septiembre de 1934, tan sólo uno días antes del estallido de la revolución de Asturias, nacía el partido de Unión Republicana, fruto de la fusión entre los radicales-demócratas de Martínez Barrio y el grupo radical-socialista dirigido por Félix Gordón Ordás Su presidente y líder indiscutible sería, a partir de entonces, un Diego Martínez Barrio cada vez más alineado con la política de Azaña. 
Transcurrido 1935 y nombrado miembro del Comité Nacional del Frente Popular, tras la crisis desatada por los escándalos de corrupción que hundieron a los lerrouxistas y la disolución de las Cortes decretada por el presidente de la República, Martínez Barrio volvió a ser elegido diputado en febrero de 1936, integrando la candidatura del Frente Popular por Madrid. Su partido obtuvo treinta y cinco escaños y Diego fue nombrado presidente de las Cortes con el voto prácticamente unánime de izquierdas y derechas (trescientos ochenta y tres votos a favor de un total de cuatrocientos diez diputados electos).

Martínez Barrio presidente interino de la República

Unas semanas después, el (8-IV-1936) y tras el acuerdo de las Cortes de destituir a Alcalá Zamora, asumió interinamente la Jefatura del Estado hasta el (11-V-1936), en que fue sustituido por Manuel Azaña. Fue en esos días cuando, acompañado por el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, y del ministro de Comunicaciones, Manuel Blasco Garzón, realizó la que sería su última visita a Sevilla, recibiendo innumerables muestras de afecto de sus paisanos.
Unas semanas después, el (19-VII-1936) y ya con el ejército de Marruecos y otras guarniciones militares levantadas en armas contra las autoridades republicanas, Martínez Barrio recibió el difícil encargo de intentar formar un gobierno de conciliación que evitase la Guerra Civil. Diego telefoneó personalmente a varios de los jefes que encabezaban la rebelión para intentar convencerles de que depusieran su actitud. Según su propio testimonio y contrariamente a lo que tantas veces se ha afirmado, jamás les ofreció formar parte del nuevo gobierno. En cualquier caso, aquél era un intento desesperado y condenado al fracaso, por más que Martínez Barrio insista en sus Memorias y en sus escritos inéditos que en aquellas horas aún era posible detener lo que a todas luces parecía ya inevitable.
Tras el fracaso de su iniciativa se trasladó a Valencia para hacerse cargo de la dirección de la Junta Delegada del Gobierno para la Región del Levante, organizando en Albacete el aprovisionamiento de las Brigadas Internacionales y del nuevo Ejército voluntario de la República. En esos meses encabezó también las delegaciones españolas a varias conferencias internacionales, presidiendo las escasas reuniones que durante la guerra celebraron las Cortes Españolas, trasladadas desde finales de 1936 a Valencia.

Martínez Barrio en el exilio

 Tras la última reunión, la que tuvo lugar en febrero de 1939 en el castillo de Figueras, con Barcelona ya tomada por las tropas de Franco, Martínez Barrio cruzó a pie la frontera francesa y como otros miles de republicanos inició un exilio —o un destierro, como él prefería denominarlo— que consumiría aún los últimos veintitrés años de su vida. Trasladado a París, el 27 de febrero de 1939 y en su calidad de presidente de las Cortes, Martínez Barrio recibió la dimisión de Azaña como presidente de la República, asistiendo a las tensas reuniones que la Diputación Permanente celebró en la capital francesa. En Madrid mientras tanto estallaba la sublevación del coronel Casado contra el Gobierno Negrín, sumiendo en el caos más absoluto a las instituciones representativas de la legalidad republicana.
En mayo de 1939 y con la Segunda Guerra Mundial a punto de estallar en Europa, Diego y su familia abandonaron Francia a bordo del Champain, realizando la travesía desde El Havre a Nueva York, para afincarse en Cuba y desde octubre de 1939 en México, donde residió durante los años siguientes. Afectado del mal de altura, se vio obligado a realizar prolongadas estancias en Veracruz y en la costa del Pacífico, viviendo en condiciones que rayaban en la más absoluta miseria.
Auxiliado por la JARE, Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles, con un subsidio de 680 pesos mensuales (para él y los otros tres miembros de su familia), Martínez Barrio pudo alquilar un piso situado en la calle Anahuac, nº 21A, de México DF, donde finalmente fijó su residencia. Su principal objetivo desde entonces se centró en el traslado a América de los republicanos españoles y en la reorganización de los partidos e instituciones del exilio.

Con ese objetivo y al poco de su llegada a tierras americanas fundó una organización titulada Alianza Republicana, a la que pertenecieron Castrovido, Franchy Roca, Albornoz, Giral, Esplá, Gordón Ordás, Ruiz Funes, etc., y en la que Martínez Barrio ocupó el puesto de secretario general. Asimismo, en la primavera de 1943 y junto al general Miaja realizó una gira por Venezuela, Colombia, Bolivia, Ecuador, Uruguay y Chile, recabando el apoyo de sus gobiernos para la República Española.
Simultáneamente y desde su llegada al Nuevo Continente Diego mantuvo contactos muy estrechos con la Masonería americana, al tiempo que en la España de Franco el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo le condenaba en rebeldía a treinta años de reclusión mayor. Desde 1945 y con la colaboración del socialista Indalecio Prieto, Martínez Barrio organizó y presidió la Junta Española de Liberación. Dos años después y tras múltiples y complicadas gestiones, el (17-VIII-1945) logró reunir en el Salón de Cabildos de la Ciudad de México a un centenar de diputados supervivientes de las Cortes de 1936, siendo designado —en su calidad de presidente de las Cortes— presidente interino de la Segunda República Española en el exilio.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, en marzo de 1946 regresó a Europa, siendo bien acogido por el Gobierno francés a pesar de que rápidamente fue quedando en evidencia que los aliados, vencedores del fascismo, no iban a propiciar la caída del régimen de Franco. Diego Martínez Barrio asumió entonces su papel de depositario de los derechos de la República Española, reconocida ya tan sólo por los Gobiernos de México y Yugoslavia.
Un Martínez Barrio forzado por las estrecheces económicas a trasladar su residencia a una modesta casa a las afueras de París, que en sus discursos nunca dejó de denunciar la ilegitimidad del régimen de Franco y que fue convirtiéndose, año tras año, en el presidente cada vez más solitario de un exilio sin fin.
Tan sólo el fallecimiento de su mujer, Carmen Baset, en 1960, con la que había compartido casi medio siglo de convivencia, logró afectar su ánimo hasta el punto de sumirlo en una profunda depresión. Aun así, poco antes de su muerte contrajo matrimonio con su cuñada Blanca, boda melancólica —según escribió—, impuesta por la necesidad y la más elemental previsión...

Unos meses después, a las 13.15 horas del día de Año Nuevo de 1962, en la Taberne Alsacienne de rue Vaugirard, 235, Martínez Barrio fallecía de un ataque al corazón cuando almorzaba con Blanca, su amigo Juan Arroquia y su mujer. Su cuerpo, de setenta y ocho años, fue cubierto con la bandera republicana y enterrado en un pequeño cementerio a las afueras de París, en Saint-Germain-en-Laye, en una ceremonia a la que sólo asistieron un pequeño grupo de viejos amigos.
En España la prensa del régimen dio cuenta de su fallecimiento afirmando que Martínez Barrio había muerto como había vivido siempre, con un tenedor y un cuchillo en las manos y bebiéndose el dinero de los españoles. No obstante, conforme a los deseos expresados en su testamento, casi cuarenta años después, en enero del año 2000, sus restos fueron trasladados a su ciudad natal gracias a las instituciones democráticas andaluzas, siendo homenajeado por miles de ciudadanos, y recibiendo sepultura a los sones del Himno de Riego.
Diego Martínez Barrio, a pesar del desconocimiento que aún hoy rodea a su figura, encarnó como pocos políticos de su tiempo los ideales de una España liberal y democrática, para él identificada con aquella República truncada en julio del 36. Como escribiera en una de sus últimas cartas, a quienes me escuchan no dejo de repetir que nosotros fuimos y somos simplemente liberales y demócratas.
Primero liberales, sin desfallecimiento ni intermitencias, y luego demócratas, porque la fuente de poder es la democracia, pero a base de consagrar y practicar los derechos de la libertad.



José Antonio de Aguirre Lecube.



 Bilbao (Vizcaya), 6.III.1904 – París (Francia), 22.III.1960. Político nacionalista y presidente del primer Gobierno vasco.

Nació en el seno de una familia burguesa, católica y nacionalista. Su padre, Teodoro de Aguirre, fue abogado defensor de Sabino Arana, el fundador del Partido Nacionalista Vasco (PNV). Estudió el bachillerato en el colegio de los jesuitas en Orduña (Vizcaya) y la carrera de Derecho en la Universidad de Deusto. Profesionalmente, ejerció de abogado y dirigió la empresa familiar Chocolates Bilbaínos. Fue futbolista del Athletic de Bilbao y presidente de la Juventud Católica de Vizcaya.
Afiliado al PNV, Aguirre irrumpió en la vida política en la coyuntura de 1930-1931, tras el final de la dictadura de Primo de Rivera y al inicio de la Segunda República. Llegó a ser el máximo representante de la generación vasca de 1936 y el principal protagonista de la política vasca durante la Segunda República, la Guerra Civil y el exilio durante la primera mitad del franquismo. Por ello, fue el político más importante de Euskadi en el siglo XX, junto con su rival, el líder socialista Indalecio Prieto (1883-1962).
En la República fue el político revelación del País Vasco desde su advenimiento: el 14 de abril de 1931 fue nombrado alcalde de Guecho (Vizcaya) con apenas veintisiete años. Ese mismo año encabezó el movimiento de los alcaldes vascos por la autonomía, que aprobó el polémico y fallido Estatuto de Estella, y el 28 de junio resultó elegido diputado a Cortes por Navarra con la coalición de derechas. El 19 de noviembre de 1933 y el 1 de marzo de 1936 fue reelegido diputado del PNV por la provincia de Vizcaya. Junto con el también diputado Manuel de Irujo (1891-1981), Aguirre fue el artífice de la evolución democrática del PNV en la República, aunque sin revisar la doctrina de Sabino Arana.

Su actividad política, dentro y fuera del Parlamento, se encaminó a la consecución de la autonomía vasca, según resaltó en su libro Entre la libertad y la revolución (1935). Para ello, en 1931 se alió con las derechas católicas y carlistas, con las que rompió al hacer fracasar el Estatuto de las Comisiones Gestoras en Navarra (1932) y al bloquearlo en las Cortes por la cuestión de Álava (1934). A partir de este año, su pragmatismo político le llevó a aproximarse a las izquierdas republicano-socialistas de Prieto. Con éste llegó a una entente cordial en la primavera de 1936 para aprobar el Estatuto vasco, siendo Prieto el presidente y Aguirre el secretario de la Comisión de Estatutos de las Cortes.
Su acuerdo se convirtió, iniciada la Guerra Civil, en la alianza entre el PNV y el Frente Popular, cuyas manifestaciones principales fueron el ingreso de Irujo como ministro en el Gobierno de Largo Caballero (25 de septiembre de 1936), la aprobación parlamentaria del Estatuto (1 de octubre de 1936) y la formación del primer Gobierno vasco con Aguirre de presidente (lehendakari) y consejero de Defensa (7 de octubre de 1936). Al ser elegido lehendakari por los concejales vascos que pudieron votar, Aguirre juró su cargo bajo el árbol de Guernica y dio a conocer su Gobierno de coalición PNV/Frente Popular y su programa gubernamental, claramente moderado.

Dicho programa reflejó la hegemonía nacionalista en el respeto a la Iglesia y en la ausencia de revolución social, en flagrante contraste con el resto de la España republicana.
Durante nueve meses escasos, de octubre de 1936 a junio de 1937, Aguirre encarnó la Euskadi autónoma en la Guerra Civil, reducida territorialmente a Vizcaya y convertida en un pequeño Estado vasco semi-independiente. Su Gobierno fue presidencialista debido a su liderazgo carismático no sólo entre los consejeros nacionalistas, sino también entre los consejeros socialistas, republicanos y un comunista.
Aguirre concentró poderes excepcionales, estableció relaciones internacionales y asumió el mando político e incluso militar del ejército vasco.
Tras su derrota al ser conquistado Bilbao por el ejército de Franco, cuyas causas explicó en su Informe al Gobierno de la República, Aguirre continuó la guerra en Santander en el verano de 1937 y en Cataluña desde el otoño de dicho año hasta febrero de 1939, colaborando estrechamente con la Generalitat de Lluís Companys. Al caer Cataluña, se tuvo que exiliar en Francia.

Recién concluida la Guerra Civil el 1 de abril de 1939, Aguirre se desentendió de la República española y se radicalizó abogando por la independencia de Euskadi durante la Segunda Guerra Mundial. En ésta vivió una auténtica odisea al quedar atrapado en Bélgica por la ofensiva del ejército alemán en mayo de 1940. Con documentación falsa, estuvo escondido en Berlín varios meses hasta que logró escapar en barco hacia América, adonde llegó en el verano de 1941, tras estar más de un año desaparecido, según él mismo narró en su libro De Guernica a Nueva York pasando por Berlín (1943).
En Estados Unidos fue profesor de Historia en la Universidad de Columbia y rehízo su Gobierno en Nueva York. Entonces fue un decidido defensor de la causa de los aliados en la Segunda Guerra Mundial y admirador de la democracia norteamericana, convirtiéndose en propagandista de ella en su gira por los centros vascos de América Latina (Cinco conferencias pronunciadas en un viaje por América, 1944).
Al término de la Guerra Mundial, Aguirre volvió a aceptar la República española y contribuyó a la reconstrucción del Gobierno republicano en México en 1945, con Irujo de nuevo de ministro. Su prestigio político le permitió hacer de mediador en las disputas entre los dirigentes catalanistas, republicanos y socialistas, muy divididos entre sí, hasta el punto de que el presidente de la República en el exilio, Diego Martínez Barrio, le ofreció la presidencia del Gobierno republicano en 1947 y en 1951. Pero Aguirre prefirió continuar al frente del Gobierno vasco, que había reorganizado en Francia en 1946 con los mismos partidos que lo habían formado en la Guerra Civil.

En la posguerra mundial, su objetivo prioritario fue acabar con la dictadura franquista y así poder regresar a Euskadi. Para ello, contando con el apoyo de los sindicatos Unión General de Trabajadores (UGT), Confederación Nacional de Trabajadores (CNT) y Sindicato de Trabajadores Vascos (STV), convocó las huelgas generales de mayo de 1947 y abril de 1951, que fueron secundadas ampliamente en Vizcaya y Guipúzcoa. Pero el régimen de Franco sobrevivió gracias al inicio de la guerra fría en 1947 y se consolidó con el Concordato con el Vaticano y los acuerdos con Estados Unidos en 1953. Al fracasar su estrategia pronorteamericana, a Aguirre sólo le quedó jugar la carta europea, siendo fundador y dirigente de la democracia cristiana. Convencido europeísta y defensor del Movimiento Europeo, soñaba con una futura Euskadi libre en una Europa unida y federal, lo que algunos autores han denominado la “doctrina Aguirre”.
El decenio de los cincuenta constituyó la etapa más triste e ineficaz de su trayectoria política. Su canto de cisne fue su extenso discurso en el Congreso Mundial Vasco, que congregó en París en 1956 (Veinte años de gestión del Gobierno Vasco). Pese a ello, mantuvo su optimismo hasta el final de su vida, según resaltó Prieto en un artículo necrológico muy elogioso: “la fuerza mágica de José Antonio Aguirre era su inquebrantable optimismo” (“José Antonio y su optimismo”, recogido en su libro Convulsiones de España, México, Oasis, 1967).
El repentino fallecimiento de Aguirre, en París en 1960, supuso un trauma para la comunidad nacionalista vasca, que le mitificó, y marcó el final de una época en la historia de Euskadi, la protagonizada por la generación de 1936. Su prematura muerte le impidió conocer la trascendencia del nacimiento de Esuskadi Ta Askatasuna (ETA) en 1959. A la cabeza del Gobierno vasco en el exilio le sucedió su fiel vicepresidente, Jesús María de Leizaola (1896-1989), también del PNV, que careció del carisma y del liderazgo de Aguirre.

 

Obras de ~: Entre la libertad y la revolución, 1930-1935, Bilbao, Verdes Achirica, 1935; De Guernica a Nueva York pasando por Berlín, Buenos Aires, Ekin, 1943; Cinco conferencias pronunciadas en un viaje por América, Buenos Aires, Ekin, 1944; El Informe del Presidente Aguirre al Gobierno de la República, Bilbao, La Gran Enciclopedia Vasca, 1978; Veinte años de gestión del Gobierno Vasco (1936-1956), Bilbao, Leopoldo Zugaza, 1978; Obras Completas, San Sebastián, Sendoa, 1981, 2 vols.

 

Bibl.: J. L. de la Granja, Nacionalismo y II República en el País Vasco, Madrid, CIS-Siglo XXI, 1986; C. Garitaonandía, José Antonio Aguirre, primer lehendakari, Bilbao, IVAP, 1990; J. L. de la Granja, República y Guerra Civil en Euskadi, Bilbao, IVAP, 1990; F. de Meer, El Partido Nacionalista Vasco ante la Guerra de España (1936-1937), Pamplona, EUNSA, 1992; J. C. Jiménez de Aberásturi, De la derrota a la esperanza: Políticas vascas durante la Segunda Guerra Mundial (1937-1947), Bilbao, IVAP, 1999; J. P. Fusi, El País Vasco 1931-1937. Autonomía. Revolución. Guerra Civil, Madrid, Biblioteca Nueva, 2002; J. L. de la Granja, El siglo de Euskadi. El nacionalismo vasco en la España del siglo XX, Madrid, Tecnos, 2003; S. de Pablo y L. Mees, El péndulo patriótico. Historia del Partido Nacionalista Vasco (1895-2005), Barcelona, Crítica, 2005; L. Mees, El profeta pragmático. Aguirre, el primer lehendakari (1939-1960), Irún, Alberdania, 2006; J. L. de la Granja Sainz, El oasis vasco. El nacimiento de Euskadi en la República y la Guerra Civil, Madrid, Tecnos, 2007.



Lehendakari y chocolatero.


En el Athletic Club de los primeros años 20 de mister Petland, hubo tres Aguirres: Aguirrezabala o Chirri II, Aguirre el de Begoña y Aguirre 'Chocolate'. Puede que este último, un tanto bajito y de nariz importante, no llegara a destacar como delantero ni a figurar en los cromos de fútbol, pero su nombre ha pasado a la historia como el del primer lehendakari. De sobra conocerán ustedes la trayectoria de José Antonio Aguirre Lekube (Bilbao 1904-París 1960) como alcalde de Getxo, presidente del Gobierno vasco, activista en el exilio etc., pero quizás no sepan la labor que hizo al frente de la empresa que le dio su mote futbolístico, Chocolates Bilbaínos S.A.

El abuelo del lehendakari, el natural de Antzuola (Gipuzkoa) José Antonio Aguirre, tuvo un obrador de chocolate en Bergara antes de decidir que Bilbao ofrecía mejores perspectivas. En 1881 nos encontramos a los Aguirre instalados en la calle chocolatera por antonomasia de la ciudad, Artekale. Había allí en aquella época una decena de artesanos que atendían la gran demanda de un público acostumbrado aún a desayunar y merendar chocolate a la taza.

El sector chocolatero, dedicado hasta entonces a la elaboración manual o con máquinas de tracción animal, comenzaba a industrializarse de la mano de empresarios innovadores como Matías López. Los Aguirre no quisieron ser menos, y en 1888 emprendieron la construcción de una moderna fábrica en la travesía Tívoli y poco después comienza la producción a gran escala, llegando a tener despacho propio en Bilbao, Bergara y otro en el mismo Madrid (La Vizcaína, c/ Arenal 18). Sus hijos Teodoro y Pablo se encargarían de dirigir Chocolates de Aguirre después de la muerte del patriarca en 1907, momento en el que comienzan una gran expansión. «Pedid en todas partes los exquisitos chocolates de Aguirre», dirán sus anuncios en la prensa española y en revistas especializadas en gastronomía.
Teodoro –el padre del lehendakari– compagina la gestión del negocio con la abogacía mientras que su hermano Pablo viaja a Inglaterra para conocer de primera mano nuevas técnicas de elaboración. En 1911 instalan un motor eléctrico y amplían la fábrica de Tívoli, que en 1914 celebrará sus bodas de plata con reparto de dulces a los niños del barrio. En el ínterin nació José Antonio, el mayor de los 10 hijos de Teodoro y Bernardina Lekube.

Al frente de Chobil

Casi todos ustedes se acordarán de Chobil, el mítico chocolate del envoltorio rojiblanco. La marca desapareció engullida por Nueva Rumasa después de una venerable trayectoria que empezó, bajo ese nombre concreto, en 1954 y como empresa en 1920. Chobil es el acrónimo de Chocolates Bilbaínos, la sociedad anónima montada por cuatro fabricantes de la ciudad: La Dulzura, Caracas, Martina Zuricalday y Chocolates de Aguirre. Cada uno de ellos obtuvo un 25% de participación en el negocio, que llegó a ser el segundo más importante del sector en España.
Chocolates Bilbaínos se constituyó el 10 de julio de 1920, poco antes de morir Teodoro Aguirre. Huérfano de padre con 16 años, José Antonio colabora extraoficialmente en la empresa familiar hasta su mayoría de edad (entonces a los 21) y luego como consejero y gerente. La abogacía primero y la política después le apartaron del trabajo cotidiano, asunto que acabaría en manos de su hermano Juan Mari.

Reformas laborales

En el número 4 de la calle Tívoli se fabricaron hasta nueve clases de chocolate, seis para la taza y tres para comer en crudo: Luz, Ch. B. y Fantasía-Vainilla. Pese a su implicación en la vida política, el futuro lehendakari nunca dejaría de preocuparse por la marcha del negocio, participando en la redacción de un estatuto laboral muy novedoso y que sirvió de ejemplo a numerosas empresas. Siguiendo la doctrina social de la Iglesia y las directrices de la encíclica Rerum Novarum del papa León XIII (1891), José Antonio Aguirre escribiría en 1932 parte del 'Reglamento de las bases de trabajo de la Sociedad Anónima Chocolates Bilbaínos'.
Este documento, aprobado en el consejo de administración con acuerdo de los trabajadores, promovió reformas destinadas a mejorar las condiciones de los obreros como la asistencia médica gratuita, seguros por accidentes, enfermedad y jubilación, bajas por maternidad (dos meses con jornal íntegro), permisos de lactancia (dos descansos de media hora al día), vacaciones remuneradas o viviendas sociales. Se implantó el sistema de salario familiar, mediante el que el sueldo aumentaba en una peseta por matrimonio o hijo, a la vez que otras novedades referidas a la patronal, como destinar parte de los beneficios a causas caritativas.




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