Conquistadores Españoles.-a
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Diego de Almagro |
El término conquistadores españoles se refiere de forma genérica a los soldados y exploradores españoles que, desde finales del siglo xv y durante el siglo xvi, conquistaron y poblaron grandes extensiones de territorio en América y Filipinas, incorporándolas a los dominios de la monarquía española. La exploración y conquista de América tuvo ocasión durante la llamada era de los descubrimientos, la cual siguió a la llegada de Cristóbal Colón en 1492.
Los cronistas de la época suelen describir la Conquista de América como una epopeya heroica. La extensión de territorios que abarcó y el corto espacio de tiempo en el que sucedió, no tienen parangón en la historia de las conquistas europeas. Otras crónicas, como los testimonios de los pueblos indígenas y de algunos frailes españoles, han presentado la Conquista de América como un hecho moralmente cuestionable, movido por la explotación de recursos naturales y caracterizado por una invasión militar y cultural que terminó por extinguir en buena parte las tradiciones vernáculas del continente descubierto.
La conquista sin embargo tuvo motivaciones tanto materiales como espirituales, siendo uno de los grandes objetivos de los monarcas españoles la evangelización de los pueblos indígenas de América también fue distinta a otras conquistas europeas por incorporar, por primera vez en la historia, una legislación para la protección de los pueblos indígenas. Las Leyes de Burgos de 1512 establecieron la condición de hombre libre de los indígenas, con la prohibición expresa de ser explotados, sin perjuicio de la obligación de trabajar a favor de la corona como súbditos de la misma. Más tarde fueron promulgadas las Leyes Nuevas de 1542, unas Leyes y ordenanzas nuevamente hechas por su Majestad para la gobernación de las Indias y buen tratamiento y conservación de los Indios que revisaban el sistema de encomiendas concediendo una serie de derechos a los habitantes indígenas para mejorar sus condiciones de vida.
Historiadores de distinta procedencia y época han alabado o criticado la Conquista de América dependiendo de su punto de vista. En contadas ocasiones se ha descrito la Conquista con una visión razonablemente neutral. El periodista estadounidense Charles C. Mann dice:
Cuando me dispongo a escribir para la gente de hoy y del futuro, acerca de la conquista y descubrimientos hechos aquí en Perú, no puedo más que reflexionar que estoy tratando con uno de los asuntos más grandes de los que uno posiblemente pueda escribir en toda la creación en cuanto respecta a la historia secular. ¿Dónde antes han visto los hombres las cosas que ellos han visto aquí? Y pensar que Dios ha permitido que algo tan grande permaneciese escondido del mundo por un tiempo tan largo, desconocido a los hombres, y después dejado para ser hallado, descubierto y ganado todo en nuestro tiempo!
Por su parte, fray Bernardino Sahagún enunció:
Esto a la letra ha acontecido a estos indios, con los españoles, pues fueron tan atropellados y destruidos ellos y todas sus cosas, que ninguna apariencia les quedó de lo que eran antes.
Fray Bartolomé de las Casas consideraba la Conquista de América como una de las «maravillas» del mundo. Sin embargo, la definía también como «la destrucción de las Indias»:
En estas ovejas mansas, y de las calidades susodichas por su Hacedor y Criador así dotadas, entraron los españoles, desde luego que las conocieron, como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, e hoy en este día lo hacen, sino despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas por las extrañas y nuevas e varias e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad.
Algunos historiadores consideran estas afirmaciones tergiversadas y algo exageradas. Muchos cronistas del norte de Europa, se basaron inicialmente en los escritos de Bartolomé de las Casas para crear una propaganda destinada a ensuciar y menospreciar el nombre de España y de los españoles. Es lo que se conoce como la Leyenda Negra, creada por ciertos países enemigos de España para crear animadversión contra ella.
García Hurtado de Mendoza.
Hurtado de Mendoza, García. Marqués de Cañete (IV). Cuenca, 1535 – Madrid, 15.X.1609. Gobernador de Chile y virrey de Perú. Nació en el seno de una familia de gran tradición nobiliaria que acumulaba numerosos títulos de Castilla. Fue hijo segundo del II marqués de Cañete, Andrés Hurtado de Mendoza, y de María Manrique. Pasó sus primeros años en la Corte como paje de la infanta María (hija de Carlos V). A partir de 1551 participó en las campañas españolas en Italia, primero en Córcega y luego en Siena. Posteriormente se unió al ejército español que luchó contra los franceses en Renty (Bélgica). Gracias a estas intervenciones, adquirió una gran experiencia militar que le resultó muy útil en el desempeño de sus cargos en América. Llegó a Perú en 1556 acompañando a su padre, que había sido nombrado virrey de aquel territorio. En enero del año siguiente fue nombrado gobernador de Chile, tras conocerse el fallecimiento en Panamá del nuevo gobernador, Jerónimo de Alderete. El 25 de abril tomó posesión del cargo en La Serena y su primer acto fue el apresamiento de Francisco de Aguirre y Francisco Villagra, personajes que venían rivalizando por el gobierno de Chile tras la muerte de Pedro de Valdivia en 1553. Sin apenas demora, acometió sucesivas campañas contra los mapuches. En una de ellas logró imponerse en la batalla de Las Lagunillas a los indígenas, liderados por Galvarino, al que tomó prisionero e hizo cortar las manos para sembrar el miedo entre sus seguidores. En el mismo año de 1557 se enfrentó de nuevo a los naturales, esta vez guiados por Caupolicán, al que derrotó en la batalla de Millarapue. Caupolicán, tenido como la gran figura de la resistencia araucana, fue condenado a morir empalado en la plaza pública de Cañete, lo que ocurrió en 1558, no sin antes bautizarse y hacerse cristiano. Encomendó al capitán Juan Ladrillero el reconocimiento del estrecho de Magallanes. La expedición zarpó de Valdivia en noviembre de 1557 con dos naves y, tras sufrir numerosas penalidades, Ladrillero pudo entrar en el estrecho y explorar canales, fiordos y archipiélagos. Se detuvo en un punto que llamó Nuestra Señora de los Remedios y allí permaneció cinco meses. Finalmente, en agosto de 1558 tomó posesión del territorio en el lugar llamado La Posesión. A principios del año siguiente regresó a Valdivia con la tripulación diezmada. García Hurtado de Mendoza reconstruyó el fuerte de Tucapel, destruido por Caupolicán en su ataque de 1553. Entre finales de 1557 y principios de 1558 fundó la ciudad de Cañete, que fue defendida con sólidas murallas de piedra y, con el mismo material, fueron levantados los edificios principales. Durante mucho tiempo fue la gran plaza fuerte y reducto militar destinado a preservar la presencia española en la región. Promovió el tercer poblamiento de Concepción; descubrió el archipiélago de Chiloé (febrero de 1558) y ordenó la fundación de Osorno (marzo de 1558). Asimismo, refundó la ciudad de Los Confines a la que bautizó ahora con el nombre de Los Infantes de Angol (enero de 1559). Su actividad colonizadora se extendió a las actuales tierras argentinas. Encomendó al capitán Pedro del Castillo una expedición que, tras cruzar los Andes, culminó con la fundación de la ciudad de Mendoza en el valle de Cuyo (1561), en honor a su apellido. Durante su gobierno, el oidor de la Audiencia de Lima, Hernando de Santillán, dictó la Tasa de Santillán (1559), documento de gran trascendencia por cuanto que reguló la encomienda y el trabajo indígena. Aquella época también suele considerarse como el punto de partida de la literatura chilena con La Araucana (1569) de Alonso de Ercilla. La arrogancia con que Hurtado de Mendoza asumió el gobierno de Chile le granjeó no pocas enemistades, especialmente la de Francisco de Villagra. Ello, unido al hecho de que la Corte nunca vio de buen grado el nombramiento por parte de su padre, precipitó su caída. La muerte de su progenitor en 1561 forzó su regreso a Lima, para emprender de inmediato viaje a España. En el juicio de residencia como gobernador de Chile se le imputaron doscientos quince cargos, de los que la mayoría hacían referencia al uso irregular de los fondos de la Real Hacienda. Pese a ello y gracias a la influencia de su familia, el proceso pudo detenerse. Permaneció en la Corte y casó con Teresa de Castro y de la Cueva, emparentada con varias familias de la nobleza española. Fue nombrado embajador en Italia ante el duque Manuel Filiberto de Saboya (1575) y, más tarde, sirvió en la guerra de Portugal (1580). Felipe II valoró su experiencia militar y la circunstancia de que ya hubiera ejercido el gobierno de Chile para ponerlo al frente del virreinato peruano en sustitución del anciano conde del Villar (1588). Zarpó de Sanlúcar de Barrameda en marzo de 1589 y en junio se encontraba en Panamá, ocupado en la solución de los problemas de aquella Audiencia. A finales de noviembre arribó al puerto de Callao e hizo su entrada en Lima el 6 de enero de 1590. Viajó con su esposa, que se convirtió de este modo en la primera virreina del Perú, y con un numeroso séquito de caballeros, damas, pajes y criados. Retomó la guerra de Arauco enviando refuerzos al gobernador Alonso de Sotomayor, que de ninguna manera pudieron doblegar la resistencia indígena. En otro escenario, el argentino, impulsó la colonización española frente a los chiriguanos con la fundación de San Lorenzo de la Barranca (1590) por Lorenzo Suárez de Figueroa, y La Rioja (Tucumán) por Juan Ramírez de Velasco (1591). Ese año de 1591, habiendo fallecido su hermano primogénito Diego Hurtado de Mendoza y Manrique, sucedió en la merced de marqués de Cañete. El aumento de las rentas reales fue una de las prioridades de su gobierno. Con celeridad dispuso la petición de un donativo gracioso a la población, tal como había solicitado Felipe II para atender las necesidades de su política exterior. El Cabildo de Lima, aunque terminó aceptando la carga, mostró sus reticencias ante esta medida, ya que la ciudad aún no se había recuperado de los efectos del terremoto de 1586. Asimismo, dio orden a las Audiencias de Quito y Charcas para que en sus distritos se recogiese la mayor cantidad posible de dinero. La suma final obtenida superó el millón y medio de ducados, destacando la contribución especial que hicieron los mineros de Potosí y Huancavelica. Con el mismo fin recaudatorio, el Monarca ordenó el establecimiento en Perú del impuesto de la alcabala (1 de noviembre de 1591), que ya se venía cobrando en España y en México. Su imposición fue bastante impopular y los Cabildos la aceptaron no sin antes expresar sus protestas. En Quito la reacción fue más violenta y desencadenó una verdadera rebelión. Cuando el 23 de julio de 1592 llegó a Quito la orden para comenzar la recaudación del impuesto de alcabala, que consistía en el pago del dos por ciento de las transacciones, la provincia entera estalló en una sublevación, que ha pasado a la historia como “la rebelión de las Alcabalas”. En la protesta confluyeron varios sectores locales, como el clero, las elites y los marginales de la ciudad, conformados principalmente por mestizos y soldados. De este modo, las reivindicaciones sociales se unieron y sobrepasaron el simple rechazo al nuevo impuesto. El malestar general también era síntoma de la crisis provocada por el declive de la sociedad encomendera y la consiguiente pérdida de protagonismo de las generaciones desheredadas de la conquista, ahora desplazadas por nuevos agentes sociales, como los comerciantes y mercaderes, fuertemente vinculados al auge de la economía regional. La negativa de la Audiencia, presidida por el doctor Barros, a aceptar la suplicación del Cabildo para que no entrara en vigor el impuesto fue el inicio de las hostilidades. El virrey determinó el envío de tropas, dirigidas por el general Pedro de Arana, para calmar la situación. Éste entró en la ciudad (abril de 1593) y no dudó en apresar y dar muerte a los cabecillas. Sofocada la rebelión, Hurtado de Mendoza otorgó perdón general para los presos, lo que se conoció con júbilo en Quito el 12 de julio de 1593. Además del donativo gracioso pedido por el Rey y la implantación de la alcabala, también puso en práctica otras medidas para aumentar los ingresos de la Real Hacienda. Entre ellas, nuevos gravámenes en concepto de almojarifazgo, avería, permisos a extranjeros, venta de oficios, ejecutorias de nobleza y, especialmente, composiciones de tierras. Por medio de éstas y a cambio de ciertas cantidades de dinero, los dueños de tierras podían legalizar las propiedades que poseían sin título alguno. Para que este proceso se llevara con rectitud, elaboró unas Instrucciones, publicadas en Lima el 8 de octubre de 1594. Gracias a esta política fiscal, Hurtado de Mendoza pudo remitir a la Corte en siete armadas la cantidad de 9.714.405 pesos. Se preocupó por el rendimiento de las minas, fomentando la producción de las ya descubiertas e impulsando los descubrimientos de otras nuevas. Potosí atravesaba en aquellos años por problemas debidos al agotamiento de algunas vetas y a la disminución de la ley de los minerales extraídos. Para su remedio apoyó todas las iniciativas encaminadas al beneficio y aprovechamiento de los minerales más pobres. Además, impulsó una política de descubrimiento de nuevos yacimientos. En cambio, el mineral de Huancavelica alcanzó durante su gobierno una época de bonanza, que posibilitó el abastecimiento de mercurio, no sólo a las minas peruanas, sino también a las de Nueva España. Firmó un nuevo asiento con los azogueros (27 de abril de 1590) que sustituyó al firmado cuatro años antes por el virrey conde del Villar. En él se establecía una retribución de 40 pesos por quintal y el compromiso de repartir un total de 2.274 indios. Con relación a éstos, se estipulaba que sólo podrían ser empleados en las tareas propias del mineral; su jornada laboral no ocuparía las horas nocturnas y descansarían los domingos y días de fiesta para acudir a la iglesia. Dotó a Huancavelica de un corregimiento propio, independiente del de Huamanga (1591). Creó el cargo de balanzario y exoneró del pago de la alcabala al azogue (1592). En la región de Huancavelica se descubrieron las minas de plata de Urcococha y Choclococha (1590), cuya producción vino a paliar la crisis de Potosí. En torno a ellas mandó fundar una villa que, en honor al apellido de su esposa, bautizó con el nombre de Castrovirreina (julio de 1591). La empresa corrió a cargo de Pedro de Córdoba Messía, nombrado gobernador y administrador general de aquellas minas. Su riqueza permitió a los mineros ofrecer a la Corona un donativo de 7.000 pesos, lo que agradeció el Monarca otorgándole el título de ciudad (1594). El mismo virrey se ocupó de la asignación de mano de obra mitaya que ascendió a la cifra de dos mil cien indios. Promovió importantes obras en la ciudad de Lima. Las más inmediatas se dedicaron a la reconstrucción del palacio, seriamente dañado por el terremoto de 1586. Fundó el colegio San Felipe y San Marcos (1592), aplicándole una renta de 2.800 pesos anuales. Según sus constituciones, los colegiales vestirían sotana azul oscuro y beca azul claro y la estancia en el centro se prolongaría durante ocho años. Entre sus primeros alumnos figuraron Pedro de Córdoba y el poeta Pedro de Oña. Publicó numerosas disposiciones para el gobierno de la ciudad, que comprendían muy diversos temas, como el buen régimen del Cabildo, la fabricación y consumo de chicha, exactitud y fidelidad de las pesas y medidas, reglamentación de las pulperías, normas sobre los panaderos, molineros y pasteleros, la venta de vino, limpieza de la ciudad, etc.; además, redactó unas Ordenanzas sobre el trato de los indios, impresas en 1594. Encargó a Luis de Morales Figueroa la elaboración de un censo de indios tributarios y sus tasas de contribución a los encomenderos. De él se desprende que había 311.257 indios obligados a pagar tributo y que éste alcanzaba la suma de 1.434.420 pesos. Cuzco era la provincia con mayor renta. Durante su gobierno continuaron las incursiones de piratas. A principios de 1594 cruzó el estrecho de Magallanes el corsario inglés Richard Hawkins y atacó Valparaíso y después se dirigió a Arica. El virrey envió una armada al frente de su cuñado, Beltrán de Castro, que finalmente lo pudo hacer prisionero tras la batalla librada en la bahía de Atacames. Ya en Lima, Hurtado de Mendoza dispensó al corsario un buen trato e impidió su proceso por parte de la Inquisición. Estuvo alojado en la misma casa de Beltrán de Castro y más tarde en el colegio de la Compañía, hasta su envío a España en 1597. Por las mismas fechas, otro corsario inglés, Francis Drake, incursionaba en las posesiones del Caribe. Tras atacar Puerto Rico, se dirigió a Nombre de Dios, que incendió (enero de 1596). Fracasó en su intento de tomar Panamá, cuya defensa había encargado el virrey a Alonso de Sotomayor, y murió pocos días después a la altura de Portobelo. En 1595 zarpó, con el apoyo del virrey, una nueva expedición de Álvaro de Mendaña para continuar los descubrimientos por los mares australes. Las islas descubiertas fueron bautizadas como Islas Marquesas. Sofocado el levantamiento de la tripulación y muerto Mendaña, tomó el mando de la expedición su esposa, Isabel Barreto. Avistaron la costa norte de Australia y, tras grandes penalidades, arribaron al puerto de Manila. Hurtado de Mendoza mantuvo frecuentes roces con fray Toribio de Mogrovejo, siempre por causa de la defensa del Patronato Real. Muy tensas fueron las relaciones con motivo del seminario que el arzobispo fundó en Lima (1591), el primero que se erigía en América. En abril de 1596 abandonó Perú, tras ser relevado en el cargo por Luis de Velasco. Durante el viaje de regreso, en Cartagena de Indias, falleció su esposa. Ya en España, vivió en Madrid, donde le sorprendió la muerte en 1609. Sus restos reposan en el panteón familiar de la ciudad de Cuenca. No se le imputaron cargos graves en su juicio de residencia. Por otro lado, su conocimiento profundo del territorio por haber llegado a él con muy pocos años le granjeó el apoyo de los criollos y gozar de cierta popularidad. De espíritu emprendedor y activo, no defraudó en las grandes cuestiones que le habían sido encomendadas. De su memoria dejaron constancia el jesuita Bartolomé de Escobar, en su Crónica del Reino de Chile, y Pedro de Oña, en su poema épico El Arauco domado. El mismo tono laudatorio impregna la crónica de Cristóbal Suárez de Figueroa, Hechos de Don García Hurtado de Mendoza. No ocurre lo mismo en La Araucana, de Alonso de Ercilla, conocido el enfrentamiento entre éste y el virrey. Sus méritos fueron cantados también en la comedia Algunas hazañas de las muchas de D. García Hurtado de Mendoza, escrita por Luis de Belmonte Bermúdez, y en El Arauco domado, de Lope de Vega. Obras de ~: “Provisiones del Marqués de Cañete sobre el gobierno de la ciudad de Lima”, en R. Contreras y C. Cortés, Catálogo de la colección Mata Linares, I, Madrid, 1970, págs. 196 y ss.; Ordenanzas impresas del Marqués de Cañete sobre el tratado de los indios, en Archivo General de Indias, Patronato, leg. 196. Bibl.: M. Mendiburu, Diccionario histórico-biográfico del Perú, t. IV, Lima, Imprenta de J. Francisco Solís, 1880, págs. 299-320; J. M. García Rodríguez, El vencedor de Caupolican, Barcelona, Seix Barral, 1946; A. Jara, Guerra y sociedad en Chile, Santiago de Chile, Universidad, 1961; R. Vargas Ugarte, Historia General del Perú, t. II, Lima, ed. de C. Milla Batres, 1966, págs. 311-360; L. Hanke, Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la Casa de Austria, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1978, págs. 259-290; S. Villalobos, Vida fronteriza en la Araucaria: el mito de la guerra de Arauco, Santiago de Chile, Andrés Bello Editores, 1995; B. Lavalle, Quito y la crisis de la alcabala (1580-1600), Quito, Biblioteca de Historia Ecuatoriana, 1997; G. Lohmann Villena, Las minas de Huancavelica en los siglos XVI y XVII, Lima, Pontificia Universidad Católica de Perú, 1999. |
El marquesado de Cañete es un título nobiliario español, creado oficialmente el 7 de julio de 1530 por el rey Carlos I, a favor de Diego Hurtado de Mendoza y Silva, IV señor de Cañete, aunque se había concedido, pero no se llegó a emitir el oportuno real despacho, por los Reyes Católicos a su abuelo Juan Hurtado de Mendoza y Guzmán, II señor de Cañete, mediante real carta de concesión en 1490. El rey Carlos III concedió al marquesado de Cañete la Grandeza de España el 17 de noviembre de 1771 a Agustín Bracamonte Dávila y Guzmán, marqués de Navamorcuende y de Fuente el Sol. Denominación Su denominación hace referencia al municipio de Cañete en la actual Provincia de Cuenca (España). Señores de Cañete Diego Hurtado de Mendoza (m. antes de 1454), I señor de Cañete, señor de la Olmeda de la Cuesta, montero mayor de Juan II, guarda mayor de Cuenca. «Ricohombre de sangre», fue hijo de Juan Hurtado de Mendoza el Limpio, señor de Almazán, mayordomo de Enrique III y ayo de Juan II, y de María Téllez, hija de Tello de Castilla. Casó en primeras nupcias con su prima hermana, Beatriz de Albornoz, hija de Juan de Albornoz y de su esposa Constanza de Castilla, hija del conde Tello de Castilla, hermano de Enrique II. En segundas nupcias, se casó en 1420 con Teresa de Guzmán y Palomeque, hija de Juan Ramírez de Guzmán, señor del Castañar, y de su segunda esposa, Juana Palomeque. Le sucedió su hijo del segundo matrimonio. Juan Hurtado de Mendoza y Guzmán (c. 1454-c. 1505), II señor de Cañete, montero mayor del rey Juan II, guarda mayor de Cuenca y miembro del Consejo del rey Enrique IV y de los Reyes Católicos. Casó en primeras nupcias con su prima Inés Manrique, hija de Pedro Manrique de Lara, adelantado mayor de León, y de Leonor de Castilla, hija de Fadrique Enríquez, duque de Benavente. Contrajo un segundo matrimonio con Elvira de Ravanal, padres de Luis Hurtado de Mendoza, señor de La Frontera. Sucedió en el señorío de Cañete y otros lugares su hijo primogénito que murió antes que su padre: Honorato Hurtado de Mendoza (m. 1489), III señor de Cañete, montero mayor del Fernando II de Aragón y guarda mayor de Cuenca. Casó con Francisca de Silva, hija de Juan de Silva y Meneses, I conde de Cifuentes, y de su segunda esposa, Inés de Ribera. Estos fueron los padres del primer marqués de Cañete. Historia de los marqueses de Cañete Diego Hurtado de Mendoza y Silva (m. 1542), I marqués de Cañete. Fue montero mayor del rey, guarda mayor de Cuenca, alcalde de Castillejo, gobernador y capitán general de Galicia y virrey de Navarra. Casó con Isabel de Cabrera y Bobadilla, hija de Andrés de Cabrera, I marqués de Moya y de Beatriz de Bobadilla. En 1542 le sucedió su hijo: Andrés Hurtado de Mendoza y Cabrera (m. 1560), II marqués de Cañete, guarda mayor de Cuenca, montero mayor del rey y virrey y capitán general del Perú. Contrajo matrimonio con Magdalena Manrique (m. 1578), hija de García Fernández Manrique, III conde de Osorno y de su mujer María de Luna de Bobadilla. En 1560 le sucedió su hijo: Diego Hurtado de Mendoza y Manrique (m. 1591), III marqués de Cañete. Casó en primeras nupcias con Magdalena de Pujadas, hija de Ramón de Pujadas, barón de Anna, y en segundas con su prima hermana, Isabel de Mendoza, hija de Pedro de Mendoza y Aldonza de Castilla. Sin descendientes. Le sucedió su hermano: García Hurtado de Mendoza y Manrique (1535-15 de octubre de 1609), IV marqués de Cañete, virrey del Perú. Casó con Teresa de Castro, hija de Pedro Fernández de Castro y Portugal, V conde de Lemos, y de su esposa Teresa de la Cueva y Bobadilla. Contrajo un segundo matrimonio con Ana Florencia de la Cerda, hija de Fernando de la Cerda, comendador de Esparragosa de Lares en la Orden de Alcántara, y de Ana de Bernemicourt. Le sucedió, de su primer matrimonio, su hijo: Juan Andrés Hurtado de Mendoza y Castro (m. 6 de abril de 1639), V marqués de Cañete y caballero de la Orden de Alcántara. Casó con María de Cabrera y Pacheco, hija de Diego Fernández de Cabrera y Bobadilla, III conde de Chinchón, y de su mujer Inés Pacheco y Cabrera, hija de Diego López Pacheco y Enríquez, III marqués de Villena, III duque de Escalona, III conde de Xiquena. Sin descendientes de este matrimonio. Contrajo un segundo matrimonio en 1605 con María Catalina de la Cerda (m. 1606), hija de Juan de la Cerda y Portugal, V duque de Medinaceli, IV marqués de Cogolludo, V conde del Puerto de Santa María, y de su segunda mujer Juana de Lama, IV marquesa de la Adrada. Sin descendientes de este matrimonio. En 1608 se casó en terceras nupcias con María de Cárdenas Manrique (m. 1628), hija de Bernardino de Cárdenas y Portugal, III duque de Maqueda, III marqués de Elche y de Luisa Manrique de Lara, V duquesa de Nájera, VII condesa de Treviño, VIII condesa de Valencia de Don Juan. Contrajo un cuarto matrimonio con Catalína de Zúñiga y Sandoval, duquesa viuda de Escalona, hija de Diego López de Zúñiga Avellaneda y Bazán, IV marqués de la Bañeza, II duque de Peñaranda de Duero, y de Francisca de Sandoval y Rojas,16 hija de Francisco de Sandoval y Rojas, V marqués de Denia, I duque de Lerma. Sin sucesión de este matrimonio. Le sucedió su hija del tercer matrimonio: Juana Antonia Hurtado de Mendoza y Manrique de Cárdenas (m. 13 de diciembre de 1639), VI marquesa de Cañete. Soltera. Sin descendientes. Le sucedió su hermana en 1646 después de ganar el pleito promovido por Juan de Mendoza y Manrique, II marqués de Desio por la sucesión: Teresa de Mendoza y Manrique de Cárdenas (m. 17 de febrero de 1657), VII marquesa de Cañete, IX duquesa de Nájera, VII duquesa de Maqueda, XI condesa de Treviño, XII condesa de Valencia de Don Juan, marquesa de Elche, III marquesa de Belmonte. Casó en primeras nupcias con Fernando de Faro, V señor de Vimiero en Portugal. Contrajo un segundo matrimonio con Juan Antonio de Torres y Portugal, III conde de Villardompardo, IX conde de Coruña y señor de Escañuela. Casó en terceras nupcias con Juan María de Borja y Aragón. Sin descendientes de ninguno de sus tres matrimonios. Le sucedió su sobrino, hijo de su hermana Nicolasa de Mendoza Manrique de Lara y de Alfonso Fernández de Velasco III conde de la Revilla: Antonio de Velasco Manrique de Mendoza Acuña y Tejada (m. 20 de septiembre de 1676), VIII marqués de Cañete,118 X duque de Nájera, XII conde de Treviño, XIII conde de Valencia de Don Juan, V marqués de Belmonte de la Vega Real, IV conde de la Revilla. Contrajo un primer matrimonio el 19 de junio de 1666 con Isabel de Carvajal, hija de Miguel de Carvajal, III marqués de Jódar. Sin descendientes de este matrimonio, se casó en segundas núpcias el 19 de abril de 1668 con María Micaela de Tejada Mendoza y Borja. Le sucedió, del segundo matrimonio, su hijo: Francisco Miguel Manrique de Mendoza y Velasco (1675-11 de julio de 1678), IX marqués de Cañete, XI duque de Nájera, XIII conde de Treviño, XIV conde de Valencia de Don Juan, VI marqués de Belmonte de la Vega Real. Le sucedió su hermana: María Nicolasa Manrique de Lara y Velasco (1672-1709), X marquesa de Cañete, XII duquesa de Nájera,20 VII marquesa de Belmonte, XIV condesa de Treviño, XIV condesa de Valencia de Don Juan, V condesa de la Revilla. Casó el 6 de junio de 1687 con Manuel Beltrán de Guevara, hijo de Beltrán Vélez Ladrón de Guevara, I marqués de Monte Real y de Catalina Vélez Ladrón de Guevara, IX condesa de Oñate, condesa de Villamediana. Le sucedió su hija: Ana Micaela Guevara Manrique de Velasco (1691-12 de mayo de 1729), XI marquesa de Cañete, XIII duquesa de Nájera, VIII marquesa de Belmonte, XV condesa de Treviño, XVI condesa de Valencia de Don Juan, VII condesa de la Revilla, XII condesa de Oñate. Casó en primeras nupcias el 16 de mayo de 1714 con Pedro Antonio de Zúñiga y Sotomayor, hijo de Manuel Diego López de Zúñiga, X duque de Béjar, duque de Mandas y Villanueva, etc. Casó en segundas nupcias con José de Moscoso Osorio, hijo menor de Luis María Melchor de Moscoso Osorio Mendoza y Rojas, VIII conde de Altamira, X conde de Monteagudo, conde de Lodosa, etc. y de su segunda mujer Ángela de Aragón Folch de Cardona Fernández de Córdoba y Benavides, hija de Luis Ramón Folch de Aragón y Fernández de Córdoba, VI duque de Segorbe y VII duque de Cardona, etc. Sin sucesión de este matrimonio, se casó en terceras nupcias con Gaspar Portocarrero y Bocanegra, VI marqués de Almenara, VI conde de Palma del Río, VIII marqués de Montesclaros, IX marqués de Castil de Bayuela, hijo de Luis Antonio Fernández Portocarrero y Moscoso, V conde de Palma del Río, VII marqués de Montesclaros, etc., y de María Leonor de Moscoso hija de Gaspar de Mendoza y Moscoso, V marqués de Almazán y IX conde de Monteagudo. Le sucedió en 1729 su hijo de su tercer matrimonio: Joaquín María Portocarrero Manrique de Guevara (m. 1731), XII marqués de Cañete, XIV duque de Nájera, VII marqués de Almenara, VII conde de Palma del Río, IX marqués de Montesclaros, X marqués de Castil de Bayuela, VIII conde de la Revilla. Soltero y sin descendientes. Le sucedió: a Diego Ruiz de Vergara (m. 1760), XIII marqués de Cañete y VI marqués de Navamarcuende, hijo de Juan Ruiz de Vergara, III marqués de Navamorcuende, y de su tercera esposa, Francisca Vela Carrillo y Anaya. Le sucedió su sobrino: Agustín Bracamonte Dávila y Guzmán (m. 1786), XIV marqués de Cañete, creado grande de España en 1771,121 V marqués de Fuente el Sol, VII marqués de Navamorcuende. Fue hijo de Gaspar Ventura de Bracamonte y de Catalina Villalón y Mendoza. Contrajo un primer matrimonio con María Teresa de Rojas y Toledo, hija de José Antonio de Rojas Ibarra y Aguilera, VI conde de Mora, y de su primera esposa, Blanca de Toledo. Sin descendientes de este matrimonio. Casó en segundas nupcias con Micaela María de Castejón y Salcedo, hija de Martín José de Castejón Camargo III conde de Villareal, I conde de Fuerteventura y de Juana de Salcedo y del Río, hija de Pedro de Salcedo II conde de Gómara. Sin descendientes, tampoco, de este matrimonio. Le sucedió su sobrino, hijo de su hermana Petronila de Bracamonte Dávila y Villalón y de Jaime Velaz de Medrano y Barros: Fernando Velaz de Medrano Bracamonte y Dávila (m. 1791), XV marqués de Cañete, VI marqués de Fuente el Sol, VIII marqués de Navamorcuende. Judas Tadeo Fernández de Miranda y Villacís (Madrid, 18 de agosto de 1739-Salamanca, 27 de septiembre de 1810), XVI marqués de Cañete, V marqués de Valdecarzana, VIII conde de las Amayuelas, IX marqués de Taracena, VIII conde de Escalante, X conde de Tahalú, y X conde de Villamor. Fue hijo de Sancho Fernández de Miranda, IV marqués de Valdecarzana y IX conde de Villamor, y de Ana Catalina de Villacís y de la Cueva, VII condesa de las Amayuelas, grande de España. Casó en primeras nupcias con Isabel Felipe de Reggio Brancforte y Gravina, VI princesa de Campolorito, grande de España, y en segundas con Luisa Joaquina Escrivá de Romaní y Taverner. Sin descendencia, le sucedió su sobrina, hija de su hermana María Antonia Fernández de Miranda y Villacís y de su esposo José Antonio de Rojas Vargas y Toledo, VII conde de Mora, grande de España, IV marqués de la Torre de Hambrán, etc. Lucía de Rojas y Fernández de Miranda (Madrid, 6 de junio de 1756-Madrid, 19 de julio de 1834), XVII marquesa de Cañete, IX condesa de Mora, VI marquesa de Valdecarzana y IX condesa de las Amayuelas, y XI condesa de Villamor. Sin descendientes, en 1848 le sucedió su sobrino: Juan Bautista de Queralt y Bucarelli (Sevilla, 8 de octubre de 1814-Biarritz, 17 de abril de 1873), XVIII marqués de Cañete, IX conde de Santa Coloma, X conde de las Amayuelas, VII marqués de Albolote, VII marqués de Besora, XI marqués de Gramosa, VII marqués de Alconchel, XV marqués de Lanzarote, XI marqués de Albaserrada, VIII conde de la Cueva, XVII conde de Cifuentes, VIII conde de la Rivera, VII marqués de Valdecarzana, XIV marqués de Taracena, XI conde de Escalante, XVII conde de Tahalú, XII conde de Villamor. Fue hijo de Juan Bautista de Queralt y Silva, VIII conde de Santa Coloma y de María del Pilar Bucarelli, V marquesa de Vallehermoso. Casó en Madrid el 29 de diciembre de 1835 con María Dominga Bernaldo de Quirós y Colón de Larreátegui, hija de Antonio Bernaldo de Quirós y Rodríguez de los Ríos, VI marqués de Monreal, marqués de Santiago, VI marqués de la Cimada, y de Hipólita Colón de Larreátegui y Remírez de Baquedano, hija del XII duque de Veragua. En 1875 le sucedió su hijo: Hipólito de Queralt y Bernaldo de Quirós (Sevilla, 22 de enero de 1841-Madrid, 12 de junio de 1877), XIX marqués de Cañete, X conde de Santa Coloma, XI conde de las Amayuelas, VIII marqués de Besora, XI marqués de Gramosa,, VIII marqués de Alconchel, XVI marqués de Lanzarote, XII marqués de Albaserrada, IX conde de la Cueva, IX conde de la Rivera, VIII marqués de Valdecarzana, XV marqués de Taracena, XII conde de Escalante, XVIII conde de Tahalú, XIII conde de Villamor, etc. Casó en Madrid el 12 de octubre de 1841 con Elvira Fernández-Maquieira y Oyanguren. En 1878 le sucedió su hijo: Enrique de Queralt y Fernández-Maquieira (Madrid, 13 de julio de 1867-ibid., 13 de enero de 1933), XX marqués de Cañete, XI conde de Santa Coloma, XII conde de las Amayuelas, XI marqués de Gramosa, IX marqués de Alconchel, XVII marqués de Lanzarote, X conde de la Cueva, X conde de la Rivera, IX marqués de Valdecarzana, XVI marqués de Taracena, XIII conde de Escalante, XIX conde de Tahalú, XIV conde de Villamor, VIII marqués de Vallehermoso, XI conde de Gerena, vizconde de Certera y vizconde del Infantado. Fue maaestrante de Sevilla, senador del reino por derecho propio, y gentilhombre de cámara con ejercicio. Casó en Zaráuz el 4 de noviembre de 1909 con Brígida Gil Delgado y Olazábal, hija de Carlos Gil Delgado y Tacón y Brígida de Olazábal y González de Castejón, II marquesa de Berna. Le sucedió su hijo: Enrique de Queralt y Gil Delgado (Madrid, 2 de octubre de 1910-Sevilla, 11 de abril de 1992), XXI marqués de Cañete, XII conde de Santa Coloma, XIII conde de las Amayuelas, XIV marqués de Gramosa, X marqués de Alconchel, XVIII marqués de Lanzarote, XII conde de la Cueva,32 XIII conde de la Rivera, XIV conde de Escalante, XXI conde de Tahalú, XV conde de Villamor, IX marqués de Vallehermoso, XII conde de Gerena. Casó el 20 de octubre de 1933 con María Victoria de Chávarri y Poveda, hija de Víctor Chávarri y Anduiza, I marqués de Triano, y de María Josefa de Poveda y Echagüe. En 22 de marzo de 1993 le sucedió su hijo: Enrique de Queralt y Chávarri (n. Madrid, 8 de marzo de 1935), XXII marqués de Cañete, XIII conde de Santa Coloma, XIV conde de las Amayuelas, XV marqués de Gramosa, XI marqués de Alconchel, XV conde de Escalante, XXII conde de Tahalú, XVI conde de Villamor, X marqués de Vallehermoso. Contrajo matrimonio el 23 de octubre de 1970 con Ana Rosa de Aragón y Pineda. En 25 de noviembre de 2009, por cesión, le sucedió su hija: Ana Rosa de Queralt y Aragón (n. Sevilla, 4 de noviembre de 1971), XXIII marquesa de Cañete. Origen y significado del apellido Hurtado de Mendoza El muy noble linaje de Mendoza, viene, por línea de varón, de los antiguos Señores de Llodio, que descendían de los primeros Señores de Vizcaya, y por línea de hembra, de una hija del Señor de Mendoza, villa que hoy pertenece al partido judicial de Vitoria, en Álava. Ese entronque se verificó por el matrimonio de Lope Iñiguez, tercer Señor de Llodio y Ricohombre del Rey don Sancho Ramírez de Aragón con la aludida hija del Señor de Mendoza, y por haber heredado los citados esposos el estado y villa de Mendoza, comenzaron sus hijos y los descendientes de éstos a apellidarse Mendoza, apellido que continuó en las ilustres y numerosas ramas de tan esclarecida casa. La troncal fue, como queda dicho, la de los Señores de Llodio; la segunda, la de los Señores de Mendoza; la tercera, la de los segundos Señores de Mendoza, Marqueses de Santillana y Duques del Infantado (de la que se derivaron las líneas de los Condes de la Coruña y Vizcondes de Torija, de los Condes de Mélito y Duques de Francavila, de los Señores de Fresno de Torote, de los Señores de Beleña y Valhermoso de las Sogas, de los Señores de Junquera de Henares, de los Señores de la Torre de Esteban Hambrán, de los Marqueses de la Bala Siciliana y de los Marqueses de Montesclaros); la cuarta, la de los Señores de Mendívil, Condes de Monteagudo y Marqueses de Almazán (de la que se derivaron las líneas de los Señores de Fontecha y la Corzana y Prestameros Mayores de Vizcaya, y de los Señores de Legarda y Salcedo); la quinta, la de los Condes de Priego (de la que dimanó la línea de los Señores de Argal y de Mochales); la séptima, la de los Marqueses de Mondejar y Condes de Tendilla (de la que procede la línea de los Señores de Sangarren); la octava, la de los Marqueses de Cenete y Condes del Cid; la novena, la de los Condes de Castrogeriz (de la que se derivaron las líneas de los Señores de Morón y Condes de Losada y Castilnovo, y la de los Condes de Rivadavia), y la décima, la de los Marqueses de Cañete, Duques de Nájera y de Maqueda y Condes de la Revilla, Treviño y Valencia. También dimanaron de la casa de Mendoza la rama de los Condes de Orgaz, la de los Señores de Torrequebradilla y de Torrejón, y otras que se extendieron por casi toda España. En algunas de esas ramas y líneas abundó el apellido Hurtado de Mendoza. Escudos de Armas del apellido: Los Condes de Monteagudo y Marqueses de Almazán y de Cenete, usaron este otro escudo propio del apellido Hurtado de Mendoza, y que data del siglo XIII, siendo el más antiguo que figura en el armorial vasco. Cuartelado en sotuer: 1º y 4º, de sinople, con la banda de oro cargada de la cotiza de gules, por el apellido Mendoza, 2º y 3º, de gules, con diez panelas de plata, puestas en tres palos y una en punta, por el apellido Hurtado. Bordura general de oro, con una cadena de azur ganada en las Navas de Tolosa por Iñigo López de Mendoza. |
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