La Revolución de Asturias de 1934.-a
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A pesar de ser derrotada, la Revolución de Asturias se convirtió en casi un mito para la izquierda obrera española y europea, a la altura de la Comuna de París o el Sóviet de Petrogrado de 1917,6 ya que fue la «última revolución social, bien que fracasada, del occidente europeo».
La sangrienta "brutalidad" utilizada en Asturias Asturies 1934, el sangriento laboratorio de una guerra colonial en suelo europeo Cerca de 2.000 asturianos y asturianas perdieron la vida en la represión de la fallida revolución de octubre Las brutalidad de la guerra colonial, importada a la península por los militares curtidos en Marruecos, trataría a la clase obrera asturiana con la misma violencia que a las poblaciones norteafricanas rebeldes. Sería el ensayo de la guerra total practicada a partir de 1936 por el Ejército sublevado. La represión al movimiento obrero asturiano después del fracaso de la huelga revolucionaria de octubre de 1934, va a anunciar un nuevo tiempo de brutalización de la vida política española, que tendrá su culminación en la Guerra Civil. La presencia de militares africanistas tanto al mando de la represión de la Comuna Asturiana como del bando sublevado en julio de 1936, empezando por el propio Francisco Franco o el general Yagüe, responsable de la matanza de la plaza de toros de Badajoz, no va a ser casual. La guerra de Marruecos va a ser el laboratorio de un nuevo tipo de campaña militar, a sangre y fuego, casa por casa, caracterizado por la ausencia de reglas y la completa deshumanización no solo del enemigo armado, sino también de sus familias y de su comunidad. El papel jugado por el racismo en la deshumanización de las poblaciones colonizadas lo va a jugar el anticomunismo en la represión a la clase obrera asturiana y en el proceso de limpieza política que los militares sublevados van a impulsar a partir de julio de 1936. Hannah Arendt y la Guerra Colonial como laboratorio del totalitarismo Tanto en su monumental obra de 1951, Los orígenes del totalitarismo, como en sus posteriores escritos sobre el Estado totalitario, la filósofa alemana Hannah Arendt señala las inquietantes continuidades existentes entre el colonialismo europeo y los totalitarismos del siglo XX. Arendt nos recuerda, por ejemplo, que el campo de concentración, el gran símbolo del totalitarismo, fue sistemáticamente utilizado por los británicos en Sudáfrica durante la llamada Guerra de los Boéres, para recluir y castigar a la población civil que daba apoyo a los colonos de origen holandés que se oponían a la nueva dominación anglosajona. Frente a la exitosa guerra de guerrillas practicada por los granjeros Boéres, el Imperio Británico respondería con una política de tierra quemada que dejaría sin alimentos ni soporte en el terreno a los resistentes, además de tomar como rehenes a sus familias: destrucción de granjas, pueblos y cosechas, confiscación de ganado, envenenamiento de pozos de agua y creación de campos de concentración para limpiar el territorio. Casi 50.000 personas, en su mayoría menores de 16 años, murieron en ellos a causa de la escasez de alimentos, la falta de asistencia médica y las malas condiciones de vida en los campos en los que el ejército británico recluía a las familias de los granjeros rebeldes y a sus sirvientes negros. Según esta tesis, de algún modo la brutalidad ensayada por el imperialismo europeo en las guerras coloniales desembocaría finalmente en los horrores del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial. No estamos hablando solo el campo de concentración, probablemente inventado por el general español Valeriano Weyler en la guerra de Cuba, escasos años antes de la Guerra de los Boéres. El bombardeo desde aviones sobre población civil, tan común en las guerra contemporánea y apenas practicado en la Primera Guerra Mundial, sería inventado y sistemáticamente utilizado por España e Italia en el transcurso de sus aventuras coloniales en el norte de África. En los saqueos de casas y de tiendas, palizas y fusilamientos que van a acompañar la toma de la capital asturiana por el Ejército, los mercenarios de origen norteafricano van a distinguirse por una violencia y crueldad desconocida inusual El historiador José Manuel Moreno-Aurioles explica que el bombardeo aéreo moderno nació en 1911, durante la guerra de Libia, cuando “al aviador Giulio Gavotti se le ocurrió la idea de dejar caer bombas durante un vuelo de reconocimiento sobre las posiciones enemigas”. En 1913 esta técnica, ya perfeccionada, sería ampliamente utilizada por el ejército español durante la Guerra de Marruecos, hasta el punto de ser rebautizada como el llamado vuelo a la española. El objetivo ya no era solo atacar posiciones militares enemigas, sino también castigar, desmoralizar y aterrorizar a las poblaciones civiles, acusadas de dar apoyo a los combatientes armados. Entre 1924 y 1925, tras la humillante derrota militar en Annual, el ejército español bombardearía con gas mostaza diversos pueblos del valle del Rif. Las armas químicas, empleadas en la Primera Guerra Mundial contra soldados enemigos en el campo de batalla, serían ahora rociadas sobre campos de cultivo, para envenenar las cosechas y matar de hambre a las poblaciones rifeñas, así como sobre zocos y otras aglomeraciones de multitudes desarmadas. España no sería el único país en hacer uso de las armas químicas contra poblaciones civiles consideradas colectívamente culpables de rebelión. Italia en Etipoía y Gran Bretaña en Irak también emplearían esta tecnología en unas guerras coloniales sin las reservas éticas y morales que aún se conservaba en la Europa anterior a la Segunda Guerra Mundial. Octubre de 1934: Asturies ocupada por el ejército colonial En octubre de 1934 las derechas republicanas, apoyadas por la Confederación de Derechas Autónomas, se enfrentarían a una huelga general revolucionaria que fracasaría en toda España. Sin embargo, en Asturies y el norte de León, donde el movimiento era más fuerte, estaba mejor organizado y contaba con el apoyo del poderoso sindicato minero, la convocatoria se transformaría en una insurrección armada. Durante dos semanas la República perdería el control de la región y tendría que enviar al Ejército para aplastar la llamada Comuna Asturiana, dirigida por un Comité Revolucionario que integraba a socialistas, comunistas y anarquistas. Temiendo que los soldados del servicio militar o movilizados para la ocasión pudieran amotinarse y ponerse del lado de los revolucionarios, el Gobierno enviaría a Asturies al Ejército de Marruecos, formado por profesionales, muchos de ellos norteafricanos, acostumbrados a una guerra sin reglas, sin ninguna empatía por los obreros a los que iban a combatir. Los mandos del Tercio y de la Legión partían de una hipótesis típicamente colonialista, pero trasplantada a suelo europeo: el triunfo de la insurrección no se había debido solo a los combatientes armados, sino también al apoyo de las familias, y en general de toda la comunidad. Por ello, toda ella debía ser castigada, portara o no armas. Eliminar la barrera entre milicianos y civiles suponía elevar el nivel de la represión conocida hasta entonces en la lucha contra el movimiento obrero. La decisión gubernamental de poner a Francisco Franco, un militar africanista con fama de duro e implacable, al mando de las operaciones militares, sería controvertida incluso en el seno de las derechas, que ostentaban el gobierno republicano desde noviembre de 1933. Finalmente se impondría la posición de los partidarios de un castigo ejemplar al movimiento revolucionario. Franco, que ya había reprimido la gran huelga general de 1917 en Asturies, dirigiría desde Madrid las operaciones militares, y los generales Yagüe y López Ochoa se encargarían de las operaciones sobre el terreno. Tal y como señala el historiador Paul Preston, el Ejército africano desplegó contra los revolucionarios asturianos “una brutalidad similar a sus prácticas habituales al arrasar aldeas marroquiés” e infringir castigos colectivos a la población civil. El bombardeo sobre poblaciones, apenas conocido en Europa hasta entonces y que en la Guerra Civil va a tener dramáticos episodios en Gernika, Madrid o Barcelona, será ensayado sobre las cuencas mineras asturianas, epicentro del movimiento revolucionario, para aterrorizar y desmoralizar a los resistentes. Como explica el viajero belga Mathieu Corman en su diario de viaje por Asturies, el Ejército arrojaría las bombas no solo sobre las posiciones de los milicianos, sino también sobre los pueblos mineros, sabiendo que estos “habían sido abandonados por los hombres, que habían salido a combatir en el frente”, pero con otro objetivo: destruir “la moral de los combatientes revolucionarios”, que se daban cuenta “de que la vida de los suyos estaba tan cruelmente expuesta”. Tras las bombas llegaría el lanzamiento por los aviones militares de octavillas informando sobre el fracaso de la huelga en el resto de España e instando a los “rebeldes de Asturias” a deponer las armas y entregarse, so pena de sufrir nuevos castigos “hasta destruiros, sin tregua ni perdón”. En los barrios obreros y de la periferia de Uviéu, como Pumarín y La Tenderina, y en las zonas rurales del concejo, como Villafría y la falda del monte Naranco, el ejército colonial va a matar de forma indiscriminada a más de 60 vecinos acusados de haber apoyado el movimiento revolucionario. En los saqueos de casas y de tiendas, palizas y fusilamientos que van a acompañar la toma de la capital asturiana por el Ejército, los mercenarios de origen norteafricano van a distinguirse por una violencia y crueldad desconocida inusual. Los ecos del baño de sangre causado por estos en Uviéu va a llegar hasta unas fuerzas revolucionarias desmoralizadas y en retirada hacia las cuencas mineras. Cuando el comité revolucionario de la batalla definitivamente por perdida y el líder socialista Belarmino Tomás negoció la rendición con el general López Ochoa, Tomás puso precisamente como una de las condiciones que no sean las tropas moras las primeras en entrar en las cuencas mineras. Una condición que Ochoa va a respetar, pero que no va a ser suficiente para impedir la ola represiva de los meses siguientes a la “pacificación” de Asturies. “Fake News” y represión en una Asturies ocupada Los episodios de violencia indiscriminada no concluirían con la derrota del movimiento huelguístico de octubre. Es más, se intensificarán a finales de mes, cuando la Comuna de Asturies ya es solo un recuerdo. A la ocupación militar de Asturies por 15.000 soldados y 3.000 guardias civiles, de asalto y carabineros, le seguirán días de plomo marcados por la llegada el 1 de noviembre de 1934, procedente de Marruecos, del oficial de la Guardia Civil Lisardo Doval, para tomar posesión del cargo de delegado especial del gobierno para el restablecimiento del orden público en las provincias de Asturies y León. Doval ejercerá esta responsabilidad durante tan solo un mes, lo suficiente intenso como para dejar un recuerdo imborrable tanto entre las clases trabajadoras de la región, como entre la burguesía asturiana, que le convertirá en su particular héroe libertador. Bajo el pretexto de apresar a los dirigentes del movimiento revolucionario y de localizar tanto los arsenales de armas como el dinero robado de la delegación del Banco de España en Uviéu, se generalizará la tortura de prisioneros en cárceles y comisarías. También se producirían saqueos de las Casas del Pueblo y ateneos obreros, clausurados por orden gubernamental, quema de libros y represalias y humillaciones públicas contra familiares de los líderes revolucionarios, como Purificación Tomás, hija del principal dirigente socialista, que será obligada a recorrer descalza las calles de Sama, Llangréu durante horas bajo una torrencial lluvia. Además, las fuerzas armadas se tomarán su propia venganza por los 300 militares y guardias caídos en los combates de octubre. Aunque no será el único caso de una ejecución sin juicio previo, tendrá una especial repercusión la historia de los llamados “Martires de Carbayín”. La matanza Carbayín escandalizará al propio general López Ochoa y anticipará los “paseos” de la Guerra Civil: 24 hombres de la cuenca minera del Nalón detenidos arbitrariamente por soldados y guardias civiles, dos de ellos incluso simpatizantes de las derechas, trasladados de noche en camión a un monte cercano para ser salvajemente apuñalados, mutilados, torturados y fusilados, antes de ser arrojados a una fosa común. Con la prensa obrera clausurada, las garantías constitucionales suspendidas y buena parte de las izquierdas en prisión, las derechas no van a encontrar apenas oposición a su relato La prensa conservadora regional y nacional jugará un papel clave no solo en silenciar estos excesos, sino también en legitimar la represión oficial, gubernamental. Todo tipo de exageraciones y mentiras acerca de sacerdotes degollados por los revolucionarios, así como otras invenciones sobre supuestos crímenes sádicos cometidos durante la revolución, fundamentalmente contra religiosos, van a ser amplificados profusamente por los medios derechistas, creando con ello un estado de ánimo favorable a la mano dura y la aplicación de medidas de excepcionalidad. Hay que “barrer todo lo que sea antipatria, extranjerismo, doctrina exótica”, escribiría en 1934 el diputado monárquico Honorio Maura en las páginas del ABC. La deshumanización y la desnacionalización de los revolucionarios, presentados como seres sedientos de sangre, miembros de un complot bolchevique y traidores a su patria, anticipará el nacimiento del concepto de la Anti-España, fundamental a partir de 1936 para justificar el proceso de limpieza política en la España en manos de los golpistas. Al enemigo interior se le podía destruir con la misma falta de compasión que a un invasor o un pueblo colonizado. Una parte de la clase obrera, envenenada por las “doctrinas exóticas” y al servicio de Moscú, se había convertido de algún modo en extranjera a los ojos de las derechas. Con la prensa obrera clausurada, las garantías constitucionales suspendidas y buena parte de las izquierdas en prisión, las derechas no van a encontrar apenas oposición a su relato hasta que algunos periodistas progresistas españoles y la presión internacional de diputados laboristas y socialistas franceses comience a airear los excesos represivos cometidos en Asturies. Serán también algunas voces poco sospechosas de complicidad con los revolucionarios, como la del general López Ochoa, las que contribuyan a desmentir las exageraciones de la prensa conservadora:
También la diputada Clara Campoamor, republicana liberal, opuesta al movimiento revolucionario de octubre de 1934, desmentirá tras un viaje oficial a Asturies como parlamentaria, los supuestos actos de sadismo de los revolucionarios: “No conozco otro caso de represión por parte de los revolucionarios que unos fusilamientos en Turón. No ha habido más crueldades que aquellas que pueden llamarse de guerra. Casi todos los actos de salvajismo están sólo en la imaginación morbosa de algunas personas”. El 8 de diciembre de 1934 concluía el periodo de Lisardo Doval como delegado gubernamental para la pacificación de Asturies y León. El Gobierno de Lerroux ordenaba su regreso a Tetuán y le ascendía a jefe de seguridad de las posesiones coloniales españolas en Marruecos. En su discurso de despedida de la región asturiana, donde sería homenajeado por la burguesía local en un acto celebrado en Uviéu, se le atribuye esta elocuente frase: “Es lo mismo. Asturias.... Marruecos... No cambia más que el paisaje”. |
López de Ochoa y Portuondo, Eduardo. Barcelona, 21.I.1877 – Madrid, 17.VIII.1936. General de división y caballero Gran Cruz de San Fernando. Fueron sus padres el general de Artillería Eduardo López de Ochoa y Aldama y Nicolasa Portuondo Palacios. Ingresó en la Academia de Infantería a los dieciséis años, alcanzando en 1895 el empleo de segundo teniente. Destinado al Ejército de la isla de Cuba, participó en numerosas acciones, siendo recompensado con cinco Cruces al Mérito Militar y una de María Cristina, el ascenso a primer teniente en 1896, por la acción de montes de don Martín, y el de capitán en 1898, por la acción de Loma Ayua. Al regresar a la Península estuvo destinado en el batallón de Cazadores de Los Arapiles, en el de Madrid y en el Regimiento de África, y fue ayudante de campo de su padre. En 1909 luchó en Marruecos, siendo recompensado con el empleo de comandante en 1909 por el combate de Sidi Hamet el Hach; con el de teniente coronel, dos años después, por los combates sostenidos en Beni bu Gafar desde el 22 al 27 de diciembre de 1913, durante los que fue herido de gravedad; y con el de coronel en 1914 por el mérito contraído en los combates sostenidos en Malalien y Beni Salem del 20 al 22 de julio, ganando también otra Cruz de María Cristina. En esta campaña tuvo bajo su mando, sucesivamente, los batallones de Cazadores de Reus y de Los Arapiles. De coronel mandó los Regimientos de la Lealtad y Ceriñola, este último en África, donde fue promovido a general de brigada en 1918, permaneciendo los años siguientes disponible en Madrid, Melilla y Palma de Mallorca, hasta que en 1921 se le encomendó el mando de la 2.ª Brigada de la 7.ª División (Barcelona). Partidario de Primo de Rivera al producirse en 1923 el pronunciamiento, más tarde se colocaría en la oposición. En 1924 pasó a la situación de primera reserva en Barcelona con el empleo de general de brigada, y cuatro años después fue dado de baja en el Ejército. Republicano y masón, en julio de 1930 publicó el libro titulado De la Dictadura a la República, por lo que fue procesado, al igual que Ortega y Gasset, autor del prólogo de dicha obra. Volvió al servicio activo en 1931 al proclamarse la República. En el mes de octubre de 1934 fue nombrado jefe de las fuerzas encargadas por el Gobierno de sofocar el movimiento revolucionario socialista de Asturias, siendo recompensado por Decreto de 18 de febrero de 1935 con la Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Fernando por dicho mando y, especialmente, por el heroísmo, resolución y acierto con que concibió, dirigió y realizó las operaciones militares que rápidamente restablecieron el orden y reprimieron la rebeldía. Desempeñando el cargo de jefe de la 2.ª Inspección del Ejército, fue cesado y pasó a la situación de procesado en el mes de marzo de 1936, tras ganar las elecciones el Frente Popular. Al comenzar la Guerra Civil estaba internado en el Hospital Militar Gómez Ulla, en Carabanchel, de donde fue sacado por milicianos del Frente Popular y asesinado en la tapias del Hospital. Estuvo casado en primeras nupcias con Luisa Motta Fajardo y en segundas con Purificación Celeiro Vide, dejando a su muerte dos huérfanas, María Luisa López de Ochoa y Motta y Libertad Purificación López de Ochoa y Celeiro. Obras de ~: De la Dictadura a la República, Madrid, 1930; Campaña militar de Asturias en octubre de 1934, Madrid, 1936. Fuentes y bibl.: Archivo General Militar (Segovia), Secc. 1.ª, leg. L-1152. J. L. Isabel Sánchez, Caballeros de la Real y Militar Orden de San Fernando. Infantería, t. I, Madrid, Ministerio de Defensa, 2001; A. de Ceballos-Escalera y Gila, J. L. Isabel Sánchez y L. Ceballos-Escalera y Gila, La Real y Militar Orden de San Fernando, Madrid, Palafox & Pezuela, 2003. |
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El carnicero de profesión, Manuel Alcázar Monje, fue fusilado el 16 de abril de 1939 en Madrid, por tribunales militares, por haber decapitado el cadáver de Eduardo López Ochoa, durante la guerra civil española, tenia 47 años el delincuente.
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