El exilio republicano y comunista en la Europa socialista.-a
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial se establece una frontera política e ideológica entre la Europa Occidental (Bloque Capitalista) y Europa Oriental (Bloque Comunista). Dos bloques sustentados en ideologías antagónicas, con sus respectivas alianzas militares y económicas, enfrentados entre sí, dando lugar a la llamada Guerra Fría.
Fue el primer ministro británico W. Churchill quien popularizó el término en 1946, cuando dijo: “Desde el Báltico hasta el Adriático ha caído sobre el continente (Europa) un telón de acero”. Éste fue el destino de un porcentaje de los exiliados que vieron como el interés de Europa se centraba en su geopolítica y reconstrucción.
El libro Españoles tras el Telón de Acero. El exilio republicano y comunista en la Europa socialista*, recientemente publicado, supone una valiosa aportación al conocimiento y estudio de la memoria del exilio en los países comunistas, en tanto en cuanto aborda desde una perspectiva comparativa las diversas situaciones y actuaciones políticas en el marco de diferentes países. Una diferenciación en el tiempo y el lugar, respondiendo a las diferentes peculiaridades nacionales. El propio título es significativo en su segunda parte, diferenciando exiliados comunistas y no comunistas para expresar aquella situación que ofrece varias posibilidades de camino.
La obra está estructurada en dos partes diferenciadas, pero con un nexo común que permite entender la integridad de la obra. En la primera parte se presenta el exilio republicano y la Guerra Fría, centrado en el papel que jugó la diplomacia republicana en los primeros años del exilio en su intento de reconocimiento internacional del Gobierno republicano en el exilio; continuaba siendo el Gobierno legal de España. Presenta la evolución de la trayectoria histórica (breve) y desarrollo en Polonia, Yugoslavia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania y Bulgaria.
Combina una perspectiva comparativa y otra evolutiva: los resultados muestran las variadas respuestas que son posibles ante retos similares provocados por los cambios políticos que acontecen en el mundo, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial. Esta primera parte concluye con una reflexión que apunta las causas de las dificultades de la II República para asentarse el exterior como gobierno a nivel internacional.
Combina una perspectiva comparativa y otra evolutiva: los resultados muestran las variadas respuestas que son posibles ante retos similares provocados por los cambios políticos que acontecen en el mundo, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial. Esta primera parte concluye con una reflexión que apunta las causas de las dificultades de la II República para asentarse el exterior como gobierno a nivel internacional.
En la segunda parte del libro se analiza el exilio comunista y la Guerra Fría desde una perspectiva del cambio producido en el mundo polarizado este-oeste; el exilio español sufre un vuelco en sus objetivos y trayectorias vitales. Nuevamente, retoma los países anteriormente mencionados ilustrando con algunas cifras la ocupación laboral o la organización social recordando las singularidades entre los países estudiados.
En ambos grupos (comunistas y no comunistas) el objetivo del exilio es convencer a las opiniones públicas de que sólo hay una salida: acabar con la dictadura que gobierna España. En este afán jugó un papel importante la Radio España Independiente, conocida como “La Pirenaica”. Sin duda fue un acierto del Partido Comunista de España.
En su trayectoria hasta 1977, fecha de su última emisión, como bien describe la autora, impulsó campañas contra la pena de muerte y los fusilamientos que se estaban produciendo en España, trabajó en la consecución de indultos, en las reivindicaciones de los trabajadores, pero fundamentalmente trasmitía ánimos “sobre lo factible que era derribar el franquismo”. Aunque el público destinatario eran los españoles del interior, se podía oír también desde una decena de países.
En su trayectoria hasta 1977, fecha de su última emisión, como bien describe la autora, impulsó campañas contra la pena de muerte y los fusilamientos que se estaban produciendo en España, trabajó en la consecución de indultos, en las reivindicaciones de los trabajadores, pero fundamentalmente trasmitía ánimos “sobre lo factible que era derribar el franquismo”. Aunque el público destinatario eran los españoles del interior, se podía oír también desde una decena de países.
Otro aspecto importante que describe el libro es la difusión realizada por los exilados de la cultura hispánica. A diferencia del exilio mexicano al que se ha reconocido este importante papel, poco se conoce de la promoción e impulso dado a la lengua española en los países del este de Europa por parte de los exiliados, integrándose en el ámbito universitario, en el arte, en la literatura, reeditando obras de autores del Siglo de Oro español y también contemporáneos como los de la Generación el 98 y de la Generación del 27.
Finaliza la obra, ya de manera anexada, con algunas entrevistas, más bien testimonios, de personas nacidas en el exilio, que vivieron una su infancia y juventud en países del Telón de Acero por la vinculación de sus progenitores con el Partido Comunista de España y sus responsabilidades políticas en el mismo.
Este libro tiene el mérito de cubrir un espacio, en mi opinión, no suficientemente explorado con anterioridad por las publicaciones dedicadas al exilio, como es el exilio en los países comunistas.
No es menos importante remarcar la amplia, selecta y actualizada bibliografía que se recoge en cada capítulo. Como buen libro de historia, se concede espacial atención a las fuentes, muy variadas en este caso, tanto internas como externas, pues la autora ha consultado archivos de Hungría, Checoslovaquia, Francia, Polonia y otros, archivos personales, hemerotecas, filmografía y, por supuesto, una amplia bibliografía. También se acompaña el texto de cientos de citas a pie de página que no sólo esclarecen el texto sino que facilitan mucho su lectura.
Matilde Eiroa confiere a la lectura de este libro dos elementos importantes: por un lado, la profundidad del especialista; por otro lado, indicar al lector sobre la posibilidad de dirigirse a un abanico amplísimo de otros estudios de referencia.
En definitiva, es un libro de interés para cualquier lector interesado en el conocimiento de la historia del exilio republicano español, pues, aunque está escrito con rigor académico, es perfectamente accesible a todo tipo de lectores.
* Matilde Eiroa, Españoles tras el Telón de Acero. El exilio republicano y comunista en la Europa socialista
Editorial Marcial Pons, Madrid, 2018.
1º Nota.
25. 02. 2014
Benita Gil Lamiel recibió en Praga la condecoración de la orden de Isabel La Católica al mérito civil. La exiliada republicana Benita Gil de Serrano, de 101 años, recibió hoy, en un sencillo acto celebrado en su domicilio de Praga, la condecoración española de la orden de Isabel La Católica al mérito civil.
El embajador español en Praga, Pascual Navarro, destacó que “la lealtad en el compromiso con España, con sus raíces, con el idioma español, y con la familia y compatriotas españoles, es una constante en la vida de Benita que hoy queremos reconocer”.
La condecorada cumplió el 14 de enero pasado 101 años, y tiene a sus espaldas una larga trayectoria como maestra, traductora e intérprete, secretaria y sindicalista, madre y abuela y, desde 1980, jubilada y observadora crítica de la realidad española.
“Era maestra, y siempre consideré que si me quedaba me hubieran echado de la enseñanza”, aseguró hoy Gil, que fue una “republicana convencida” y que veía su destino “unido al de la República”.
Por ese motivo se exilio en enero de 1939, en los compases finales de la Guerra Civil española.
Rodeada de hijos y nietos, la condecorada ha quitado importancia al galardón al decir que “hacerse viejo no es mérito”.
Benita Gil nació en 1913 en La Ginebrosa (Teruel), fue maestra de profesión, y perteneció a la Agrupación Provincial de Maestros de Primera Enseñanza en Zaragoza.
Durante la Guerra Civil enseñó en Alcañiz (Teruel) y Llansá (Gerona), y residió también en Mas de las Matas y Teruel.
“En Alcañiz me incorporé al grupo de la FETE (Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza) y me nombraron secretaria de organización. Enviaba volantes a los maestros, movilizándolos y poniendo a parir a los nazis”, recuerda.
Tras abandonar España, se exilió en Francia, donde se casó con Felipe Serrano y tuvo dos hijos.
Con la ilegalización del PCE en 1950 por la IV República francesa se desató una ola de redadas para poner fin a las actividades de los comunistas españoles en el país galo.
Así, en 1951 Gil y su familia acabaron en la entonces Checoslovaquia comunista, donde trabajó ocho años de operaria en la empresa textil Vlnola (Ustí nad Labem). “Los primeros años fueron difíciles por la lengua y las estrecheces económicas. Había colas y dificultades”, dice sobre esos primeros años de la década de los 50. Y de la gastronomía guarda también un recuerdo imborrable: “Los checos con tener harina y margarina solucionaban su alimentación. A nosotros nos gustaban las verduras y legumbres, que no las teníamos”.
De ahí su costumbre de traerse la maleta llena de pimientos cada vez que volvía del extranjero. Entonces “andaba con un diccionario chiquitito. Con él me desenvolvía para comprar”.
El partido los envió a Praga a principios de los años 60, y ella trabajó en la Federación Mundial de Sindicatos (FMS), donde ejerció como secretaria de la Sección Latinoamericana durante 17 años.
Su etapa en la FMS le resultó especialmente gratificante: “Era un sitio privilegiado, como sueldo y manera de trabajar. A veces pensaba que era útil, pero los que realmente hacían las cosas eran los trabajadores”.
En la federación pudo entrar en contacto con muchos sindicatos latinoamericanos, con la entonces ilegal en España Comisión Obreras (CCOO), y participar en encuentros sindicales de Chile, Cuba y Europa del Este.
Gil Serrano y su marido regresaron a España en 1980, y encontraron el país “muy cambiado”.
“Voté por primera vez en 1982 con una rosa en la mano”, recuerda emocionada.
Y también que la transición fue posible gracias a “gente buena de la UCD”, entre los que cito a Adolfo Suárez y Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón.
Pero los problemas de salud hicieron que regresaran Felipe y Benita a Praga en 1992, también para estar cerca de sus hijos y nietos.
“El exilio, a pesar de todas las dificultades que nos ha impuesto, es también gratificante”, resumió hoy al recibir la medalla.
(La Ginebrosa (Teruel), España, 14 de enero de 1913 – Praga, 26 de julio de 2015)
2.-Nota
El exilio republicano de la Guerra Civil sigue contando con algunos representantes en diversos países del mundo y también en aquellos que pertenecieron al denominado campo socialista de Europa. Miles de españoles encontraron refugio en la URSS, Polonia, Checoslovaquia o Hungría. La mayoría de estos exiliados eran comunistas o simpatizantes. Algunos refugiados, o sus hijos, acabaron cuestionando los fundamentos del sistema autoritario construido por el estalinismo y en países como Polonia engrosaron las filas de la oposición democrática. La mayoría de los refugiados regresaron a España después de la muerte de Franco o han fallecido. Pero aún quedan algunas voces del exilio dispuestas a hablar.
Por Paco Soto (Varsovia)
Consuelo Casas Godessart es una de ellas. Vive en Varsovia desde hace 56 años. Quiere hablar de su vida, de su familia, de la dureza del exilio, y lo hace con orgullo y dignidad durante esta entrevista con EL SIGLO, celebrada en su domicilio del barrio varsoviano de Mokotów. Ha aceptado esta entrevista, porque, según sus palabras, "quiero explicar lo mucho que sufrimos los españoles que tuvimos que abandonar nuestra patria después de la guerra; quiero hablar de calamidades, pero también de momentos de alegría y esperanza". Consuelo Casas nació hace 85 años en Ayera (Huesca). Su padre era maestro de escuela, republicano y de izquierda.
La localidad leridana de AlmaceIles fue el segundo destino de su progenitor. Cuando estalló la Guerra Civil toda la familia escogió el bando republicano. Consuelo tenía 13 años y no entendía mucho de política, pero le gustaban las ideas progresistas de sus padres. No sabía que lo iba a pagar muy caro. Al acabar la guerra, la familia Casas escogió el camino del exilio, en 1939. Llegar a Francia no fue tarea fácil. Las tropas nacionales avanzaban sin piedad por territorio catalán. Barcelona había sido bombardeada por la aviación franquista y pueblos y ciudades iban cayendo en manos de los sublevados.
La hermana mayor de Consuelo, Carmen, se encontraba en Figueres con la intención de seguir empuñando las armas contra los franquistas. El resto de la familia Casas y 82 niños que el padre de Consuelo consiguió evacuar de Cataluña, intentaban desesperadamente cruzar la frontera. "Un niño se perdió en la montaña. También se perdió mi hermana Montserrat, pero por suerte la encontramos en Camprodon (Girona). Fue terrible. Finalmente, conseguimos cruzar la frontera", recuerda Consuelo Casas.
Consuelo Casas, su hermana Montserrat y sus padres llegaron a la ciudad catalanofrancesa de Prats-de-Mollo. Después, según explica, "las autoridades francesas nos mandaron al Macizo Central, al departamento de la Lozére", una de las zonas más pobres y despobladas del centro de Francia. Fueron tiempos duros en que los franceses enviaron a miles de republicanos españoles a campos de concentración. El de Argelés, cerca de Perpiñán, fue uno de los más terribles. La familia Casas fue trasladada al campo de refugiados de Langogne. Sus captores les decían: "Qué vengan los rusos a liberaros", recuerda Consuelo con cierto punto de ira. Estalló la II Guerra Mundial y la situación de los refugiados españoles en Francia se complicó, sobre todo después de que todo el país quedara en manos de los nazis y del régimen colaboracionista del mariscal Pétain. Miles de españoles optaron por la resistencia, y fueron decisivos en la liberación de varios departamentos franceses y ciudades como París.
El padre de Consuelo, que entre tanto se había hecho comunista, estuvo luchando en las barricadas parisinas contra los nazis. En 1941 había nacido Miguel, el hermano pequeño de Consuelo, que vive en Toulouse (sur de Francia). Montserrat, que tiene 78 años, también vive en Francia y Carmen, de 87, en Tarragona. Durante la II Guerra Mundial la familia Casas se trasladó a un pueblo del departamento del Gard, cerca de Nimes (suroeste de Francia). Carmen estaba luchando en el maquis y Consuelo, con sólo 19 años, servía de enlace entre los diversos grupos de resistentes comunistas. Cuenta que "viajaba desde Perpiñán a una zona minera cerca de Marsella, donde trabajaban muchos españoles, con maletas cargadas de propaganda antifascista". "Era una inconsciente. Nunca llegué a calibrar del todo lo peligroso que era lo que hacía. Ahora, cuando pienso en todo esto, se me ponen los pelos de punta", señala esta aragonesa valiente.
Consuelo Casas conoció al que iba a ser su marido, el comunista y resistente antinazi Carlos Marrogán, en su etapa de luchadora antifascista. Acabada la II Guerra Mundial, Consuelo Casas siguió con su actividad política antifranquista en Toulouse, donde se reencontró con Carlos Marrogán. En 1949 se casaron. Consuelo tenía 26 años. "Me enamoré de Carlos. Me sentía terriblemente sola y él me dio el cariño y la amistad que yo necesitaba. Era un hombre inteligente, culto y modesto", destaca Consuelo. Estuvieron casados 49 años.
El esposo de Consuelo murió hace 15 años de un cáncer. Tenía 73 años. De este matrimonio nacieron dos hijos: Carlos, que tiene 60 años, y es uno de los mejores traductores de polaco al castellano en Polonia, y Miguel, de 55 años, que durante casi dos décadas trabajó como locutor de las emisoras en español de la radio pública polaca. Carlos nació en Toulouse y Miguel en Varsovia. El matrimonio Marrogán-Casas se trasladó a París en el año 1949. El gobierno galo quería "quitarse de en medio a estos comunistas españoles que consideraba molestos y peligrosos", piensa Consuelo. Está convencida de que París les dio el siguiente ultimátum a muchos refugiados: "O regresáis a España u os largáis de Francia".
Un nuevo país. El esposo de Consuelo Casas no tuvo elección. Fue expulsado de territorio francés en 1951. Antes lo habían deportado a Córcega y luego pudo irse a Polonia, en 1951. Su familia llegaría un año después a Varsovia. Consuelo explica con todo lujo de detalles la situación de Varsovia en 1952.
La capital polaca había sido arrasada por los nazis, la pobreza era tremenda, pero "los polacos nos acogieron con los brazos abiertos. En lugar de hacer como Francia, que nos utilizó y luego nos echó a la basura, el pueblo polaco, bueno y generoso, nos abrió las puertas de su corazón" dice esta mujer menuda y de pelo blanco. Se emociona cuando recuerda aquellos años y recalca con énfasis que "sería una desagradecida si no reconociera lo que hizo Polonia con los refugiados españoles".
En la primera etapa de su vida varsoviana, el matrimonio Marrogán-Casas trabajó en la fábrica de coches FSO. Luego, Carlos se fue como locutor para las emisoras en lengua española de la radio pública y Consuelo, a una fábrica de vodka, en el distrito varsoviano de Praga. Ella prefiere llamar este lugar "la fábrica de borrachos", donde estuvo empleada once años. Después, la contrató una editorial como correctora y mecanógrafa.
Consuelo Casas afirma sin ningún género de dudas que "Polonia es mi segunda patria y Varsovia mi casa". No ha podido olvidar el primer viaje que hizo a España durante el franquismo, en 1958. Estuvo en Madrid con sus dos hijos pequeños, quizá con la intención de regresar definitivamente al país de origen. Pero la familia de su marido le quitó esta idea de la cabeza. "El país está fatal, sólo hay miseria y miedo. Dicen que Franco durará poco, pero ya sabéis lo que os espera si volvéis a España", recuerda Consuelo que le dijo un pariente de su esposo. Y no regresaron a España, excepto después de la muerte del cruel dictador, de vacaciones. Lo hicieron en varias ocasiones, y pudieron constatar que España había cambiado mucho y se vivía mejor que en Polonia. El último viaje fue "hace casi 20 años", señala Consuelo Casas. Después murió su esposo. Echa de menos España, sobre todo, apunta esta aragonesa con sentido del humor, "el ambiente y la alegría de la gente".
"En los años 50 llegamos a ser unos 200 españoles en Varsovia. En toda Polonia éramos más o menos 300. La mayoría vivíamos en Varsovia, donde el Gobierno polaco nos facilitó casa y trabajo, y en las zonas mineras de Silesia (sur del país). A pesar de la dureza del exilio, éramos bastante felices; había una gran amistad entre todos nosotros", explica Consuelo. Además de Consuelo, en Varsovia sólo quedan cuatro antiguos refugiados españoles. Son personas mayores y enfermas, pero siguen agarrándose a la vida y no han olvidado a su país de origen. María San Sebastián es la decana del grupo: tiene 100 años y quiere seguir viviendo mientras el cuerpo aguante.
Es aragonesa y lleva más de la mitad de su vida en Polonia. Francisca Sacristán es castellana y cumplió recientemente 90 años. No llegó a Polonia como refugiada, pero estaba casada con un comunista español que tuvo que escapar de las garras del franquismo. Jaime Boyé es catalán y tiene 85 años. Está muy enfermo y prácticamente ya no se levanta de la cama. Ni siquiera pudo acudir al cumpleaños de su amiga Francisca. Enriqueta Roca también es aragonesa, como Consuelo y María. Nadie sabe con certeza la edad de esta mujer. Ella, coqueta, la oculta.
Los últimos cinco refugiados españoles de la Guerra Civil en Varsovia sólo piden que España se acuerde de ellos. Es el mejor homenaje que la democracia española les puede rendir.
12/1/2009
1º Nota.
En los años de Ustí nad Labem. Benita Gil con sus hijos Dely y Felipe |
25. 02. 2014
Benita Gil Lamiel recibió en Praga la condecoración de la orden de Isabel La Católica al mérito civil. La exiliada republicana Benita Gil de Serrano, de 101 años, recibió hoy, en un sencillo acto celebrado en su domicilio de Praga, la condecoración española de la orden de Isabel La Católica al mérito civil.
El embajador español en Praga, Pascual Navarro, destacó que “la lealtad en el compromiso con España, con sus raíces, con el idioma español, y con la familia y compatriotas españoles, es una constante en la vida de Benita que hoy queremos reconocer”.
La condecorada cumplió el 14 de enero pasado 101 años, y tiene a sus espaldas una larga trayectoria como maestra, traductora e intérprete, secretaria y sindicalista, madre y abuela y, desde 1980, jubilada y observadora crítica de la realidad española.
“Era maestra, y siempre consideré que si me quedaba me hubieran echado de la enseñanza”, aseguró hoy Gil, que fue una “republicana convencida” y que veía su destino “unido al de la República”.
Por ese motivo se exilio en enero de 1939, en los compases finales de la Guerra Civil española.
Rodeada de hijos y nietos, la condecorada ha quitado importancia al galardón al decir que “hacerse viejo no es mérito”.
Benita Gil nació en 1913 en La Ginebrosa (Teruel), fue maestra de profesión, y perteneció a la Agrupación Provincial de Maestros de Primera Enseñanza en Zaragoza.
Durante la Guerra Civil enseñó en Alcañiz (Teruel) y Llansá (Gerona), y residió también en Mas de las Matas y Teruel.
“En Alcañiz me incorporé al grupo de la FETE (Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza) y me nombraron secretaria de organización. Enviaba volantes a los maestros, movilizándolos y poniendo a parir a los nazis”, recuerda.
Tras abandonar España, se exilió en Francia, donde se casó con Felipe Serrano y tuvo dos hijos.
Con la ilegalización del PCE en 1950 por la IV República francesa se desató una ola de redadas para poner fin a las actividades de los comunistas españoles en el país galo.
Así, en 1951 Gil y su familia acabaron en la entonces Checoslovaquia comunista, donde trabajó ocho años de operaria en la empresa textil Vlnola (Ustí nad Labem). “Los primeros años fueron difíciles por la lengua y las estrecheces económicas. Había colas y dificultades”, dice sobre esos primeros años de la década de los 50. Y de la gastronomía guarda también un recuerdo imborrable: “Los checos con tener harina y margarina solucionaban su alimentación. A nosotros nos gustaban las verduras y legumbres, que no las teníamos”.
De ahí su costumbre de traerse la maleta llena de pimientos cada vez que volvía del extranjero. Entonces “andaba con un diccionario chiquitito. Con él me desenvolvía para comprar”.
El partido los envió a Praga a principios de los años 60, y ella trabajó en la Federación Mundial de Sindicatos (FMS), donde ejerció como secretaria de la Sección Latinoamericana durante 17 años.
Su etapa en la FMS le resultó especialmente gratificante: “Era un sitio privilegiado, como sueldo y manera de trabajar. A veces pensaba que era útil, pero los que realmente hacían las cosas eran los trabajadores”.
En la federación pudo entrar en contacto con muchos sindicatos latinoamericanos, con la entonces ilegal en España Comisión Obreras (CCOO), y participar en encuentros sindicales de Chile, Cuba y Europa del Este.
Gil Serrano y su marido regresaron a España en 1980, y encontraron el país “muy cambiado”.
“Voté por primera vez en 1982 con una rosa en la mano”, recuerda emocionada.
Y también que la transición fue posible gracias a “gente buena de la UCD”, entre los que cito a Adolfo Suárez y Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón.
Pero los problemas de salud hicieron que regresaran Felipe y Benita a Praga en 1992, también para estar cerca de sus hijos y nietos.
“El exilio, a pesar de todas las dificultades que nos ha impuesto, es también gratificante”, resumió hoy al recibir la medalla.
(La Ginebrosa (Teruel), España, 14 de enero de 1913 – Praga, 26 de julio de 2015)
2.-Nota
El exilio republicano de la Guerra Civil sigue contando con algunos representantes en diversos países del mundo y también en aquellos que pertenecieron al denominado campo socialista de Europa. Miles de españoles encontraron refugio en la URSS, Polonia, Checoslovaquia o Hungría. La mayoría de estos exiliados eran comunistas o simpatizantes. Algunos refugiados, o sus hijos, acabaron cuestionando los fundamentos del sistema autoritario construido por el estalinismo y en países como Polonia engrosaron las filas de la oposición democrática. La mayoría de los refugiados regresaron a España después de la muerte de Franco o han fallecido. Pero aún quedan algunas voces del exilio dispuestas a hablar.
Por Paco Soto (Varsovia)
Consuelo Casas Godessart es una de ellas. Vive en Varsovia desde hace 56 años. Quiere hablar de su vida, de su familia, de la dureza del exilio, y lo hace con orgullo y dignidad durante esta entrevista con EL SIGLO, celebrada en su domicilio del barrio varsoviano de Mokotów. Ha aceptado esta entrevista, porque, según sus palabras, "quiero explicar lo mucho que sufrimos los españoles que tuvimos que abandonar nuestra patria después de la guerra; quiero hablar de calamidades, pero también de momentos de alegría y esperanza". Consuelo Casas nació hace 85 años en Ayera (Huesca). Su padre era maestro de escuela, republicano y de izquierda.
La localidad leridana de AlmaceIles fue el segundo destino de su progenitor. Cuando estalló la Guerra Civil toda la familia escogió el bando republicano. Consuelo tenía 13 años y no entendía mucho de política, pero le gustaban las ideas progresistas de sus padres. No sabía que lo iba a pagar muy caro. Al acabar la guerra, la familia Casas escogió el camino del exilio, en 1939. Llegar a Francia no fue tarea fácil. Las tropas nacionales avanzaban sin piedad por territorio catalán. Barcelona había sido bombardeada por la aviación franquista y pueblos y ciudades iban cayendo en manos de los sublevados.
La hermana mayor de Consuelo, Carmen, se encontraba en Figueres con la intención de seguir empuñando las armas contra los franquistas. El resto de la familia Casas y 82 niños que el padre de Consuelo consiguió evacuar de Cataluña, intentaban desesperadamente cruzar la frontera. "Un niño se perdió en la montaña. También se perdió mi hermana Montserrat, pero por suerte la encontramos en Camprodon (Girona). Fue terrible. Finalmente, conseguimos cruzar la frontera", recuerda Consuelo Casas.
Consuelo Casas, su hermana Montserrat y sus padres llegaron a la ciudad catalanofrancesa de Prats-de-Mollo. Después, según explica, "las autoridades francesas nos mandaron al Macizo Central, al departamento de la Lozére", una de las zonas más pobres y despobladas del centro de Francia. Fueron tiempos duros en que los franceses enviaron a miles de republicanos españoles a campos de concentración. El de Argelés, cerca de Perpiñán, fue uno de los más terribles. La familia Casas fue trasladada al campo de refugiados de Langogne. Sus captores les decían: "Qué vengan los rusos a liberaros", recuerda Consuelo con cierto punto de ira. Estalló la II Guerra Mundial y la situación de los refugiados españoles en Francia se complicó, sobre todo después de que todo el país quedara en manos de los nazis y del régimen colaboracionista del mariscal Pétain. Miles de españoles optaron por la resistencia, y fueron decisivos en la liberación de varios departamentos franceses y ciudades como París.
El padre de Consuelo, que entre tanto se había hecho comunista, estuvo luchando en las barricadas parisinas contra los nazis. En 1941 había nacido Miguel, el hermano pequeño de Consuelo, que vive en Toulouse (sur de Francia). Montserrat, que tiene 78 años, también vive en Francia y Carmen, de 87, en Tarragona. Durante la II Guerra Mundial la familia Casas se trasladó a un pueblo del departamento del Gard, cerca de Nimes (suroeste de Francia). Carmen estaba luchando en el maquis y Consuelo, con sólo 19 años, servía de enlace entre los diversos grupos de resistentes comunistas. Cuenta que "viajaba desde Perpiñán a una zona minera cerca de Marsella, donde trabajaban muchos españoles, con maletas cargadas de propaganda antifascista". "Era una inconsciente. Nunca llegué a calibrar del todo lo peligroso que era lo que hacía. Ahora, cuando pienso en todo esto, se me ponen los pelos de punta", señala esta aragonesa valiente.
Consuelo Casas conoció al que iba a ser su marido, el comunista y resistente antinazi Carlos Marrogán, en su etapa de luchadora antifascista. Acabada la II Guerra Mundial, Consuelo Casas siguió con su actividad política antifranquista en Toulouse, donde se reencontró con Carlos Marrogán. En 1949 se casaron. Consuelo tenía 26 años. "Me enamoré de Carlos. Me sentía terriblemente sola y él me dio el cariño y la amistad que yo necesitaba. Era un hombre inteligente, culto y modesto", destaca Consuelo. Estuvieron casados 49 años.
El esposo de Consuelo murió hace 15 años de un cáncer. Tenía 73 años. De este matrimonio nacieron dos hijos: Carlos, que tiene 60 años, y es uno de los mejores traductores de polaco al castellano en Polonia, y Miguel, de 55 años, que durante casi dos décadas trabajó como locutor de las emisoras en español de la radio pública polaca. Carlos nació en Toulouse y Miguel en Varsovia. El matrimonio Marrogán-Casas se trasladó a París en el año 1949. El gobierno galo quería "quitarse de en medio a estos comunistas españoles que consideraba molestos y peligrosos", piensa Consuelo. Está convencida de que París les dio el siguiente ultimátum a muchos refugiados: "O regresáis a España u os largáis de Francia".
Un nuevo país. El esposo de Consuelo Casas no tuvo elección. Fue expulsado de territorio francés en 1951. Antes lo habían deportado a Córcega y luego pudo irse a Polonia, en 1951. Su familia llegaría un año después a Varsovia. Consuelo explica con todo lujo de detalles la situación de Varsovia en 1952.
La capital polaca había sido arrasada por los nazis, la pobreza era tremenda, pero "los polacos nos acogieron con los brazos abiertos. En lugar de hacer como Francia, que nos utilizó y luego nos echó a la basura, el pueblo polaco, bueno y generoso, nos abrió las puertas de su corazón" dice esta mujer menuda y de pelo blanco. Se emociona cuando recuerda aquellos años y recalca con énfasis que "sería una desagradecida si no reconociera lo que hizo Polonia con los refugiados españoles".
En la primera etapa de su vida varsoviana, el matrimonio Marrogán-Casas trabajó en la fábrica de coches FSO. Luego, Carlos se fue como locutor para las emisoras en lengua española de la radio pública y Consuelo, a una fábrica de vodka, en el distrito varsoviano de Praga. Ella prefiere llamar este lugar "la fábrica de borrachos", donde estuvo empleada once años. Después, la contrató una editorial como correctora y mecanógrafa.
Consuelo Casas afirma sin ningún género de dudas que "Polonia es mi segunda patria y Varsovia mi casa". No ha podido olvidar el primer viaje que hizo a España durante el franquismo, en 1958. Estuvo en Madrid con sus dos hijos pequeños, quizá con la intención de regresar definitivamente al país de origen. Pero la familia de su marido le quitó esta idea de la cabeza. "El país está fatal, sólo hay miseria y miedo. Dicen que Franco durará poco, pero ya sabéis lo que os espera si volvéis a España", recuerda Consuelo que le dijo un pariente de su esposo. Y no regresaron a España, excepto después de la muerte del cruel dictador, de vacaciones. Lo hicieron en varias ocasiones, y pudieron constatar que España había cambiado mucho y se vivía mejor que en Polonia. El último viaje fue "hace casi 20 años", señala Consuelo Casas. Después murió su esposo. Echa de menos España, sobre todo, apunta esta aragonesa con sentido del humor, "el ambiente y la alegría de la gente".
"En los años 50 llegamos a ser unos 200 españoles en Varsovia. En toda Polonia éramos más o menos 300. La mayoría vivíamos en Varsovia, donde el Gobierno polaco nos facilitó casa y trabajo, y en las zonas mineras de Silesia (sur del país). A pesar de la dureza del exilio, éramos bastante felices; había una gran amistad entre todos nosotros", explica Consuelo. Además de Consuelo, en Varsovia sólo quedan cuatro antiguos refugiados españoles. Son personas mayores y enfermas, pero siguen agarrándose a la vida y no han olvidado a su país de origen. María San Sebastián es la decana del grupo: tiene 100 años y quiere seguir viviendo mientras el cuerpo aguante.
Es aragonesa y lleva más de la mitad de su vida en Polonia. Francisca Sacristán es castellana y cumplió recientemente 90 años. No llegó a Polonia como refugiada, pero estaba casada con un comunista español que tuvo que escapar de las garras del franquismo. Jaime Boyé es catalán y tiene 85 años. Está muy enfermo y prácticamente ya no se levanta de la cama. Ni siquiera pudo acudir al cumpleaños de su amiga Francisca. Enriqueta Roca también es aragonesa, como Consuelo y María. Nadie sabe con certeza la edad de esta mujer. Ella, coqueta, la oculta.
Los últimos cinco refugiados españoles de la Guerra Civil en Varsovia sólo piden que España se acuerde de ellos. Es el mejor homenaje que la democracia española les puede rendir.
12/1/2009
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