En la fiesta de Todos los Santos de 1700.-a
Soledad Garcia Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes
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En la fiesta de Todos los Santos de 1700, que conmemora la gloria de los servidores de Dios, el rey Carlos II murió y con él se extinguió en España la más leal familia a la Iglesia católica. Su lugar lo ocupó la Casa de Borbón.
Carlos II nació en 1661, hijo de Felipe IV y de la archiduquesa Mariana de Austria, y empezó su reinado en 1665. El primer heredero varón del Rey Planeta, el príncipe Baltasar Carlos, falleció en 1646 y entonces Felipe, que no tenía más hijos varones casó con la prometida de su hijo. De una boda entre primos se pasó a otra entre tío y sobrina.
Un rey enfermo e impotente
Mariana tuvo tres hijos varones, de los que dos murieron siendo niños (uno de éstos, Felipe Próspero, fue pintado por Velázquez con menos de cuatro años de edad) y sólo el último llegó a la edad adulta.
Carlos padeció raquitismo, envejecimiento prematuro, debilidad mental y esterilidad. Su decrepitud alarmó a los españoles y sorprendió a las cortes europeas. Aunque el rey casó dos veces, no fue capaz de engendrar hijos y se planteó el problema de la sucesión. Un sector de la corte defendía que la decisión correspondiese a unas Cortes convocadas para ello y otro, el triunfador, que fuese prerrogativa del monarca. Los embajadores del emperador Leopoldo I y de Luis XIV de Francia pugnaban por los derechos de sus señores.
El año 1700 mostró la decadencia de Carlos, que no había cumplido los 40 años. La Gaceta de Madrid, periódico de la corte, anunció que el soberano había otorgado testamento el 2 de octubre. A pesar de la fama de indiscretos de los españoles, nada se supo de su contenido.
Un abrazo de despedida a la Casa de Austria
El 1 de noviembre de 1700, Carlos expiró en el alcázar de Madrid. El anciano duque de Abrantes, conocido francófilo, salió de la cámara donde yacía el débil cuerpo aún caliente del último de los Austrias. En la antecámara aguardaban expectantes cortesanos y embajadores. Sin mirar al embajador francés, el duque se dirigió al austriaco, el conde de Harrach, le abrazó y, cuando todo el mundo tomaba el gesto como una felicitación, le dijo las siguientes palabras:
Con la mayor alegría de mi vida, despido en vos a la Augusta Casa de Austria.
Semejante muestra de ingenio cruel de haberla realizado un inglés o un francés sería conocida en todo el mundo.
Carlos II se pronunció así en su célebre testamento:
...arreglándome a dichas leyes, declaro ser mi sucesor, en caso de que Dios me lleve sin dejar hijos, al Duque de Anjou, hijo segundo del Delfín, y como tal le llamo a la sucesión de todos mis Reinos y dominios, sin excepción de ninguna parte de ellos. Y mando y ordeno a todos mis súbditos y vasallos de todos mis Reinos y señoríos que (…) le tengan y reconozcan por su rey y señor natural.
Tanto el rey como sus consejeros más íntimos, entre los que destacó el cardenal Portocarrero, arzobispo de Toledo, optaron por un Borbón porque creían que era la mejor manera de mantener la integridad de España y su imperio. Luis XIV pasaba de esta manera de ser el mayor enemigo de España a su principal aliado.
Luego Felipe V apartó a Portocarrero y lo desterró de Madrid a Toledo, donde murió en 1709. El cardenal fue el primer español víctima del borboneo.
Como dijo el vizconde de Chateaubriand:
La ingratitud es oficio de reyes. Pero los Borbones exageran.
La imprudencia de Luis XIV
Es cierto que la elección de Carlos creó malestar en España entre parte de la aristocracia y de la naciente burguesía que prefería a otro Habsburgo y, por supuesto, en Viena, donde el emperador se quedó con un chasco de narices. Pero quizás la sucesión española no habría provocado una guerra europea de no ser por el imprudente y soberbio Luis XIV.
El monarca francés era un belicista y un liante, comido además por la envidia hacia la Casa de Austria. Militarizó su país hasta el extremo de que en 1696, con un ejército formado por 395.000 militares, los militares eran más abundantes que los clérigos y cerca de la cuarta parte de los varones adultos estaba alistado. También provocó numerosas guerras para agrandar su reino y no vaciló en aliarse con calvinistas, anglicanos y luteranos. Al final del siglo XVII, toda Europa (España, Inglaterra, Portugal, Escocia, Austria, Holanda, Baviera, Suecia…) se unió contra Francia en la guerra de los Nueve Años (1688-1697).
Además, Luis había acumulado leña que su imprudencia encendió, ya que desde 1668 negoció con otras potencias varios tratados secretos para repartirse España y su imperio, el último de los cuales se firmó en marzo de 1700.
La llama fue la imprudente declaración de Luis al despedir a su nieto Felipe de que "ya no había Pirineos". La unión de las dos coronas más poderosas de Europa en una sola dinastía y quizás en una sola cabeza era demasiado para los demás países. La demografía y el ejército franceses con el oro y la inmensidad territorial españoles. Y una España, además, que empezaba a recuperar su economía después de las reformas financieras de los ministros de Carlos, en especial del conde de Oropesa, que llegó a bajar los impuestos en Castilla por primera vez desde el siglo XVI.
Felipe V penetró en España por Irún en enero de 1701 y llegó a Madrid el 18 de febrero. En mayo le juraron las Cortes de Castilla en el Monasterio de los Jerónimos y a fin de año marchó a Cataluña, dondelas Cortes le juraron como rey y él les concedió nuevos privilegios.
Sin embargo, el emperador Leopoldo acordó una alianza con Inglaterra y las Provincias Unidas, que querían apoderarse del comerio y las riquezas americanas. La guerra comenzó en mayo de 1702 y cuando concluyó los dos reinos gobernados por la Casa de Borbón dejaron de ser las potencias rectoras de Europa.
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