Paris, ciudad inolvidable (Opiniones sobre ciudad de las luces).-a

Soledad  Garcia  Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes




Introducción 

Al cruzar por las arterias y venas de la capital francesa la piel se eriza y el corazón remonta vuelo, cual un moderno dron, por plazas, parques, avenidas, monumentos y cuanto paraje existe por allá. Todo luce esplendoroso, la luminosidad que París despliega al desperezarse el día y la vista del gentío, a paso apresurado, caminando en dirección a su fuente laboral o empresa propia, o ajena, convoca la atención del simple observador. 
En definitiva, el rumor pausado de los turistas, en pequeños grupos fácilmente reconocibles, gana el entusiasmo citadino mediante voces en los más disímiles idiomas y curiosos dialectos, cuyas expresiones verbales se me antojan de procedencia extraterrestre, ininteligibles al oído del común de los mortales. 

¿O será que nos estamos rodeando de seres mimetizados, camuflados bajo apariencia humanoide? 

Ojalá fuese así para mejorar la especie que más parece mirar hacia abajo que a lontananza, a la fría realidad que conturba y desespera en los excesos que la prensa y redes sociales informan cada jornada, no al cielo azul donde navegan los astros y titilan las estrellas.
Después de merodear y escudriñarlo todo durante varias horas de caminata, tal vez ocho o nueve al día, nada más placentero que tomar asiento en un café, bar o restaurante y poder elegir entre la variedad de opciones que uno encuentra a su paso, dentro del preciosismo del entorno que asombra al extranjero en la ciudad antañona y dulce. Otro tanto sucede con los puentes que se abren como brazos, largos y prolongados, prietos de afecto que emociona en señal de bienvenida a los turistas.
Qué decir del castillo y museo Versalles, que encierra tres siglos de historia, de la catedral de Notre Dame, la basílica del Sagrado Corazón, los Campos Elíseos, la torre Eiffel a la que es preciso contemplarla en distintos horarios, como a una bella dama, en la mañana, tarde o noche, sin que uno se canse de observarla aún a varias cuadras de distancia. El Panteón donde descansan los restos de escritores notables y personalidades de renombre, en las proximidades de La Sorbona. Y el río Sena, arteria vital, acuosa de la urbe, que otorga el sello definitivo a la visita de quien retornará a su país de origen con las pupilas impregnadas de admiración y cariño por la Ciudad Luz.
Montmatre, la plaza atestada de pintores procedentes de varias naciones, asentados por años en el lugar, cautivan la atención al verlos efectuar sus trabajos a vista y paciencia de los turistas, alternando en amenas conversaciones con quien se asoma por allá para formular preguntas sobre estilos y formas, o el porqué de cada color o detalle llamativo en la temática de los cuadros. ¡Vana actitud! El secreto está en observar, analizar o sentir el olor, al igual que ratón frente al queso, paladeando las obras. Y admirar, admirar y admirar, como en otras épocas y a su turno se lo hiciera con las pinturas de Monet, Dalí, Picasso, van Gogh.

Como en toda ciudad grande es preciso tomar medidas precautorias contra los dueños de lo ajeno, quienes en la fila del metro, o en la aglomeración de las iglesias, en las puertas de teatros y museos, o de lo que fuere, tratan de arrebatar billeteras o joyas a los turistas. Vimos incluso a algunas mujeres en tentativa o ejecutoria del cuento del tío en diversas modalidades, tratando de sorprender a los desprevenidos que nunca faltan en tierra extraña y aún en la propia. En todas partes se cuecen habas.
Por lo demás, la felicidad –en todo acto humano- lleva uno entre pecho y espalda. Conocí a una persona ya cansada debido al peso de los años, a quien la ciencia médica la declaró enferma terminal; pero luego de haber conocido París se sentía menos agobiada, tal vez aferrada a cierta mueca de paz y resignación, dibujada en su rostro a la espera del último suspiro. Posiblemente, a estas alturas, tras algunos meses, esa almita se regodeé en una tarde púrpura en los predios del camposanto: Adiós París, inolvidable.

A los que todavía no cerramos los ojos y tuvimos la suerte de conocer la capital francesa, nos queda la promesa de volver algún momento en la esperanza de que se cumpla tan caro anhelo, con vestigios de ensoñación y fantasía, a modo de último regalo de la existencia.





PRESENTA SU NUEVO LIBRO 
Màxim Huerta: "París es una ciudad que se quiere, nosotros no nos queremos"
Lucía Márquez
LITERATURA MAXIM HUERTA

El escritor y exministro (Màxim Huerta Hernández (Utiel, Valencia, 26 de enero de 1971) es un periodista y escritor español. En junio de 2018 desempeñó el cargo de ministro de Cultura y Deporte durante siete días hasta su dimisión al darse a conocer una antigua infracción tributaria de doce años atrás) publica junto a Maria Herreros Paris sera toujours Paris, una recorrido por la bohemia que inundó la capital gala en los años 20

1/11/2018 - 

VALÈNCIA. La literatura francesa de finales del siglo XIX acuñó el término flâneur para definir a quienes deambulaban sin rumbo por la capital gala tratando de asomarse a los fenómenos cotidianos que las calles tenían que ofrecerles. Paseantes abiertos a dejarse maravillar por aquello que saliera a su paso. Ahora el periodista, escritor y ex-ministro Màxim Huerta (Utiel, 1971) y la ilustradora Maria Herreros (València, 1983) recuperan ese espíritu en Paris será toujours Paris (Lunwerg, 2018), un libro que, a modo de evocadora guía literaria se adentra en los ambientes bohemios que inundaron la capital durante la década de 1920. Un singular itinerario de ese París perdido que ha quedado convertido en un emblema universal.  

“Hemos creado una cápsula del tiempo”, explicó Huerta este martes durante la presentación del volumen en el MuVIM.  Él ha sido el encargado de las palabras mientras que los trazos pictóricos corresponden a Herreros. “Es tan libre el zigzag que ha surgido entre los dos que el resultado ha sido maravilloso. Es un libro sin prejuicios, que transmite ganas por vivir la vida”, señaló Javier Ortega, editor de Lunwerg y para quien “el París colorista y vital que ellos retratan es el que sale de las sombras, de los grises”. “Después de una época de grises, yo también estoy esperando que salga el color “, apostilló jocoso Huerta. “Hemos conseguido hacer el libro que imaginábamos”, comentó Herreros.

Los dos autores se conocieron a partir de un retrato que ella le realizó y de ahí surgió la química creativa. “Sus trabajos son auténticas obras de arte. Estoy enamorado de ella, hicimos match, como en Tinder”, explicó Huerta, antes de aclarar que no participa en esa app “para que no digan, «uy, el exministro en Tinder». De hecho, ambos resaltan que la buena sintonía entre ellos fue uno de los factores clave a la hora de confeccionar esta publicación: “tenemos los mismos gustos, no hemos hecho un París oscuro, pero tampoco el típico París de llavero, de souvenir”
“El nuestro es el París de las calles, del jazz manouche y las tabernas. El París canalla de la suela gastada de andar y manchada de ron y de pintura. Ahora la gente dice «Qué bonito París» y se compra una sudadera con ‘brilli brilli’, pero no, eso no tiene nada que ver con el París de verdad”, apunta el escritor. 
“No somos unos románticos, porque nos gusta el realismo, sino unos nostálgicos de esa época”. De esa mirada en consonancia sobre el Sena y sus periferias nació la idea de poner en marcha este proyecto, que se ha alargado durante más de un año. “En este tiempo María ha tenido un hijo y yo un Ministerio”, comentó al respecto Huerta en modo socarrón. En cuanto al proceso creativo, el escritor iba investigando y seleccionando relatos, flashes narrativos que iba enviando a la creadora. 

"París decidió qué ciudad quería ser"

Herreros y Huerta (que declinaron conceder entrevistas sobre esta nueva publicación) podrían haber optado por un echar un vistazo superficial y facilón sobre la urbe. Por el contrario, han decidido radiografiarla extrayendo de ella aquellas cuestiones que más llamaban su atención, un carrusel en el que la capital gala queda plasmada en un buen puñado de instantes rescatados del olvido. Supervivientes de las marabuntas del tiempo. Así, el libro recoge desde los planes urbanísticos del barón de Haussman hasta el triunfo del jazz en la ciudad. También enclaves míticos como la librería Shakespeare and Company o Chez Rosalie “un local que sería una especie de Casa Paco, un lugar muy cutre y sencillo, lleno de pintores que bebían sopa de cebolla y ahora son célebres”. 

En sus páginas caben por igual archiconocidos iconos como el Moulin Rouge o la Torre Eiffel “que entonces la odiaban, les parecía un monstruo de hierro” y pequeños detalles que configuran la personalidad de la ciudad: las fuentes Wallace, las sillas de los jardines de Luxemburgo o los bouquinistes son algunos de ellos. De hecho, para la legión de enamorados de París, la villa existe sobre todo en sus pequeñas idiosincrasias que pasan inadvertidas al visitante fugaz. “Los franceses saben convertir en icono la normalidad, desde las placas de las calles hasta las farolas. París decidió en un momento dado qué ciudad quería ser, nosotros todavía no lo hemos decidido. París es una ciudad que se quiere, nosotros no nos queremos, no hemos sabido querernos”, señaló respecto a la relación de los valencianos con su urbe. “Tenemos el material, pero nos falta darnos esa entidad”, añadió Herreros. Por cierto, como no podía ser de otra manera, la ruta también incluye una lista de sugerencias con los mejores croissants de aquellos lares. “Incluso detrás de cosas tan cotidianas hemos descubierto historias muy interesantes”, apuntó Huerta.

También se hace un repaso por distintos personajes míticos de la urbe francesa: Balzac, Zola, Boris Vian, Proust (y su magdalena), Brassäi o Robert Capa… Nombres propios que dejaron su impronta en una villa que estaba construyendo su propia leyenda con cada jornada, “había una ebullición de creatividad”, señala Huerta. “Durante muchos años, París fue mujer, una mujer inteligente, creativa, fascinante”, se asegura en un capítulo del libro. De hecho, el volumen alberga una amplia presencia femenina, con nombres que van desde Anaïs Nin a Gertrude Stein, pasando por Sylvia Beach, Colette, Tamara de Lempicka o la inclasificable Kiki de Montparnasse. Una suerte de homenaje a esas figuras femeninas que tanto contribuyeron a la configuración del imaginario colectivo de la metrópoli tal y como lo conocemos. Cuando en la mayor parte del mapamundi ser mujer implicaba escoger entre una limitadísima gama de opciones, la capital gala se erigía como un paréntesis de libertad en el que ellas también podían aspirar a brillar y vibrar. “Las mujeres que aparecen en nuestro libro son mucho más potentes que los hombres porque como no podían acceder a las vías oficiales, pero quería estar en la escena, tenían que desarrollar otros recursos. Por ejemplo, apostar por una estética tan rompedora como cortarse el pelo y empezar a llevar zapato bajo”, señala Herreros.

En su novela No me dejes, Huerta hablaba de París “como un refugio”. Algo de ese espíritu hay aquí también: la ciudad abre sus puertas invisibles a modo de destino al que escapar cuando la vida nos coloca en un lugar incierto. A veces, como recoge el libro de Lunwerg, ese refugio adopta la forma de las terrazas comerciales que pueblan la capital: “La vida pasa en esas mesitas pequeñas (…) allí cerraban tratos, tomaban café, hablaban de arte y transmitían mensajes”, narra el periodista.  A veces la existencia rima en francés y cabe dentro de una taza caliente bebida con calma mientras se observa a los transeúntes.



Huir del preciosismo 

Nos hallamos ante una de las ciudades más retratadas del mundo, acercarse a ella supone por tanto todo un reto a nivel creativo. Para salir triunfante, Maria Herreros ha apostado por ser fiel a sí misma. No esperen encontrar aquí imágenes idealizadas o cursis sobre los escenarios por los que transitaron Foujita, Josephine Baker o Man Ray. La ilustradora plasma en este libro una nueva muestra de su singularísima estética: un estilo que huye del preciosismo y encuentra la belleza en las pequeñas imperfecciones, en los quiebros de la comodidad visual. Logra así escapar de ese París cliché que se vende en las postales y los calendarios. “A mí me gusta hacer retratos interesantes, no idealizados, me incomoda que tengamos que caber todos en ese molde de guapos y guapas”, apunta. En ese sentido, Huerta señala que en las ilustraciones de su compañera “se ve la actitud del personaje, su postura ante la vida, sus emociones”. El París de Herreros es intenso, profundo y rebosa matices. No nos encontramos ante una urbe fácil, obvia y ñoña: la auténtica hermosura de sus calles reside precisamente en las complejidades expresivas que alberga.





Es cierto que al viajero que aterrice ahora en la ciudad, le costará quizás percibir en un primer vistazo rápido ese París bohemio en el que todo parecía posible. Los barrios que acogieron a escritores en busca de inspiración, pintores malditos y fotógrafos a la caza de la instantánea que les hiciera trascender han sido ahora sustituidos por masas de turistas que buscan completar su maratón de monumentos avistados y clichés acometidos con éxito o se han convertido en barrios de lujo solo aptos para los bolsillos más pudientes. El bulevar Saint Germaine es un claro ejemplo de ello. Y sin embargo, entre puestos de souvenirs y precios exorbitantes, la esencia parisina sigue viva, solamente hay que rebuscar un poco bajo sus adoquines y empaparse de la atmósfera evocadora que todavía flota en sus cafés. Es a ese París estimulante y sugerente al que regresan Huerta y Herreros en este libro, un intento por revindicar ese París que no es de usar y tirar, esa ciudad que se te cuela bajo la piel y va contigo adonde quiera que vayas.


Y como cualquier buena guía que se precie, Paris será toujours Paris dedica sus últimas páginas a compilar una serie de mapas ilustrados que invitan a deambular sin rumbo por las calles de la Cité, Montmartre u Odéon. “Cuando uno visita Paris tiene que dejarse llevar, recorrer los espacios que quiera. Caminar y pasear como hacían los personajes que retratamos en este libro”, apunta Huerta. El objetivo es, página a página, convertirse en ese flâneur que ansía transitar por la ciudad por simple placer de colmar las pupilas y el espíritu. París es ayer, es hoy, es siempre.

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