Los terroristas croatas que sembraron el pánico en Nueva York el 11-S de 1976.-a
Soledad Garcia Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes
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Imagen de los terroristas ustachas que secuestraron un avión y pusieron la bomba en Nueva York, en 1976 |
Un grupo de nacionalistas croatas seguidores de Hitler y el dictador fascista Ante Pavelic secuestraron un avión en el aeropuerto de La Guardia y detonaron una bomba en la Gran Estación Central en protesta por la «cruel represión» de Tito en Yugoslavia.
Ocurrió un 11 de septiembre. Un grupo de terroristas con chalecos bomba secuestró un avión en el aeropuerto de La Guardia, en Nueva York. A la misma hora, un explosivo colocado en la Gran Estación Central provocaba la muerte de un policía y varios heridos graves. «Uno de los testigos aseguró que fue un espectáculo infernal, con miembros saltando por todas partes», escribía José María Carrascal, corresponsal de ABC en la ciudad. La escena parece sacada de los atentados contra el World Trade Center, en 2001, pero lo cierto es que este 11-S protagonizado por una serie de nacionalistas croatas simpatizantes de Hitler tuvo lugar 25 años antes... y hoy está prácticamente olvidado.
Los autores eran seguidores de la Organización Revolucionaria Croata Insurgente, conocida como la Ustacha, un pequeño grupo terrorista creado por Ante Pavelic, en 1929, durante su exilio en la Italia de Mussolini. Fue el «Duce» quien le acogió en aquel primer régimen fascista de la historia y lo puso bajo su protección, incluso cuando se enteró de que este nacionalista había ordenado y organizado el asesinato del Rey Alejandro I de Yugoslavia en 1934. Un magnicidio para el que formó un comando de soldados ustachas, con el objetivo de que nada saliera mal.
Después de aquel atentado, Pavelic adoptó un discurso mucho más antisemita, al tiempo que comenzó a establecer lazos más sólidos con los fascistas italianos y a difundir su idea de un estado croata independiente, nacionalista y católico. Exactamente la misma consigna por la que estos terroristas secuestraron el avión y atentaron en Estados Unidos treinta años después: «El mundo nunca conocerá la paz si Croacia no goza de todos los derechos que se les reconoce a los demás pueblos y naciones», amenazaban los ustacha en pleno vuelo y con la tripulación raptada aquel 11 de septiembre de 1976.
Pavelic, el genocida
La espiral de terror de Pavelic no se quedó en aquel atentado contra el Alejandro I. Se intensificó hasta convertirse en uno de los fascistas más sanguinarios de la historia. Uno cuyas atrocidades en la Segunda Guerra Mundial horrorizaron incluso a Hitler, que le había colocado al frente de una Croacia tras su invasión de Yugoslavia en marzo de 1941. Aquella conquista hizo realidad el sueño de este antiguo abogado que, inmediatamente, se autonombró «Poglavnik», algo así como la versión autóctona del «Duce» o el «Führer».
Poco después de subir al poder, Pavelic recibió toda la autonomía de los nazis para organizar un Estado totalitario a su antojo. Impuso leyes antijudías y antiserbias e inició una persecución brutal contra estos dos pueblos para eliminar, al menos, a una tercera parte de ellos. Según apunta el historiador británico Michael Burleigh en «Causas sagradas: Religión y política en Europa» (Taurus, 2013), el mandatario tenía entre sus dirigentes a una importante representación de terroristas cuyo blanco preferidos fueron las mujeres y los niños.
Aquellos primeros ustachas fueron más allá en sus métodos de exterminio que sus mentores los nazis. En 1941, el obispo de Mostar ya informó del asesinato de mujeres y niños serbios, que eran arrojados vivos por despeñaderos o ejecutados al borde de grandes pozos. También denunció que algunos frailes franciscanos estaban participando en las atrocidades que se perpetraban en el recién creado campo de concentración de Jasenovac, donde fueron masacrados 700.000 inocentes en cuatro años. Muchos de ellos eran niños de entre uno y 13 años que, según el relato de algunos supervivientes, fueron quemados vivos en presencia de sus padres, ahogados en el río Sava y violados delante de sus familiares.
Algunos bebés, según apunta también el investigador Dragoje Lukic, fueron acribillados o asesinados a hachazos. Tanto los mandos nazis enviados a Croacia como el propio Hitler expresaron su horror ante unos métodos que consideraron «excesivos y poco eficaces», con los que se eliminó a más de un millón de serbios, judíos y gitanos entre 1941 y 1945.
Algunos bebés, según apunta también el investigador Dragoje Lukic, fueron acribillados o asesinados a hachazos. Tanto los mandos nazis enviados a Croacia como el propio Hitler expresaron su horror ante unos métodos que consideraron «excesivos y poco eficaces», con los que se eliminó a más de un millón de serbios, judíos y gitanos entre 1941 y 1945.
«Un espectáculo infernal»
Durante este tiempo, Pavelic también copió el culto a la personalidad y la parafernalia propagandística propia de los regímenes fascistas. Lo hizo con tanta intensidad que, como se pudo constatar en el atentado de Nueva York el 11-S de 1976, su figura seguía siendo reivindicada por un sector de la población croata décadas después. Como recordaba ABC en 1991, el dictador era todavía un mito en su país:
«El responsable de la mayor matanza de serbios de la historia es aún cantado en himnos patrióticos entonados con las armas en la mano. Su tumba en Madrid, donde murió en secreto, es considerada hoy un símbolo mítico, una “tumba de oro” de la que el temido caudillo debe levantarse algún día».
En 1998, este diario recordaba también la anécdota de la entrevista realizada en Zagreb por el escritor italiano Curzio Malaparte (1898-1957), donde este le preguntó al líder fascista por una copa que tenía sobre la mesa rebosando de algo que parecían ostras: «No son ostras, son los ojos de mis enemigos que me mandan mis ustachas», respondió.
«El responsable de la mayor matanza de serbios de la historia es aún cantado en himnos patrióticos entonados con las armas en la mano. Su tumba en Madrid, donde murió en secreto, es considerada hoy un símbolo mítico, una “tumba de oro” de la que el temido caudillo debe levantarse algún día».
En 1998, este diario recordaba también la anécdota de la entrevista realizada en Zagreb por el escritor italiano Curzio Malaparte (1898-1957), donde este le preguntó al líder fascista por una copa que tenía sobre la mesa rebosando de algo que parecían ostras: «No son ostras, son los ojos de mis enemigos que me mandan mis ustachas», respondió.
Este era el hombre al que idolatraban los terroristas de 1976, los cuales, tras secuestrar el avión de la compañía TWA con 92 pasajeros, declararon haber actuado así para mostrar su oposición a la ayuda que Estados Unidos prestaba al Gobierno de Tito en Yugoslavia –«millones de dólares», decían–, con la que se está produciendo «una brutal represión» contra la población. El dictador socialista llevaba quince años rigiendo el destino del país con una disciplina de hierro, inspirado por el régimen comunista de la URSS. Los ustachas no podían soportar que lo hiciera, encima, con la ayuda del presidente Gerald Ford.
El grupo de ustachas exigía que su comunicado fuera difundido por «The New York Times», «Washington Post» y otros prestigiosos diarios estadounidenses. De no ser así, amenazaban con hacer estallar otra bomba «en un lugar muy frecuentado» de la Gran Manzana. Cuando el artefacto fue encontrado en la Gran Estación Central, un miembro de la Brigada Especial de Explosivos murió al intentar desactivarlo por la explosión. «El periodista no necesita echar mano de adjetivos alarmantes para subrayar la gravedad de la situación», apuntaba Carrascal.
Mientras tanto, el avión despegaba de Nueva York y se dirigía –en vez de a Chicago– a Montreal, a la isla de Terranova y a Islandia, para aterrizar finalmente en París. Los periódicos informaban al día siguiente que el grupo estaba formado por cinco terroristas: un matrimonio y otras tres personas más de origen croata. Desde que Tito fundó la República Federal Socialista de Yugoslavia en 1961, los actos de violencia por parte de este grupo nacionalista se recrudecían siempre que el Gobierno daba señales de debilidad. En 1976, además, se sumaba el hecho de que el presidente no pasaba por un buen momento de salud.
Por su parte, el Gobierno de Belgrado llevaba décadas acusando a los ustachas de todos los actos de violencia acaecidos en el país desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo, de la bomba colocada en un cine de Belgrado en 1968 que ocasionó un muerto y 60 heridos. Del asesinato del embajador yugoslavo en Suecia, en 1971. Y de la explosión de un avión también yugoslavo que sobrevolaba Checoslovaquia en enero de 1972, donde fallecieron 27 personas, así como de otros muchos atentados perpetrados contra funcionarios yugoslavos en suelo extranjero.
Fue en París donde los terroristas se entregaron, después de negociar con el embajador norteamericano en la capital francesa y comprobar que, efectivamente, su comunicado había sido publicado por varios periódicos importantes de Estados Unidos. El jefe del FBI informó que los cinco ustachas podrían ser condenados a veinte años de prisión por el secuestro del avión y acusados, también, de la muerte del policía que falleció al intentar desactivar la bomba que habían colocado en la Gran estación Central.
Tras sembrar el pánico durante horas en Gran Manzana y superar pánico del secuestro y el largo periplo por medio mundo con estos «cinco locos irracionales», uno de los pasajeros liberados declaró a «La Vanguardia» con cierto humor: «Nos parece maravilloso estar en París, pero nos hubiese parecido igual de maravilloso estar en Afganistán».
La red terrorista estaba formada por los «ustashas» («rebeldes» en croata), los seguidores del dictador Ante Pavelic que gobernaron Croacia y Bosnia Herzegovina desde abril de 1941 a mayo de 1945 bajo la protección de las huestes de Hitler y Mussolini. Fanáticos, sanguinarios y despiadados, asesinaron a cerca de un millón de serbios, judíos, gitanos y croatas disidentes, antes de verse obligados a huir al exilio tras ser desalojados del poder por las tropas de Tito y los tanques del Ejército Rojo.
Pavelic reorganizó a los ustashas dispersos por el mundo. Además de la comunidad Argentina, existían importantes cantidades de exiliados en EE.UU., en varios países de Europa occidental y Australia. Esa fue la base para organizar la red terrorista. Con el dinero que enviaba Pavelic desde Buenos Aires, comenzó el reclutamiento de ustashas dispuestos a seguir el combate contra el gobierno yugoslavo de Tito, que para ese momento ejercía el control sobre el territorio croata.
Con el comienzo de la década de 1950, llegó a Yugoslavia el servicio secreto soviético para entrenar y apoyar a la policía política de Tito, la UDB (Unutrasnja Drzavna Bezebednost). Esta estrategia funcionó y logró frenar la ofensiva ordenada por Pavelic y Luburic en Croacia tras una década de lucha. Pero no pudo hacer lo mismo con una campaña de asesinatos de funcionarios yugoslavos en el exterior y el ataque contra embajadas, empresas y aviones de Belgrado. Los ustashas iban a engrosar su prontuario con decenas de ataques terroristas: el derribo o secuestro de al menos cuatro aviones, la colocación de bombas en embajadas o empresas yugoslavas en varias ciudades europeas, una brutal campaña de asesinatos de croatas exiliados que se negaban a aportar dinero para la causa y, por supuesto, la muerte de decenas de funcionarios yugoslavos dentro y fuera de Croacia. Hacia 1970, las células ustashas funcionaban de manera autónoma y suponían un grave problema para los servicios de seguridad de los países en donde operaban.
Los primeros en hacer estallar un avión
La letalidad de los croatas era tan alta que llegaron a lanzar sus ataques en el corazón mismo las potencias occidentales. Atacaron las embajadas y consulados yugoslavos en Bad Goldberg, Munich, Frankfurt, Berlín, Goteborg en Alemania y realizaron operaciones similares en Nueva York, Melbourne, en las ciudades suecas de Gotemburgo y Estocolmo. En esta última, cinco terroristas liderados por el ustasha Andelko Brajkovic fueron capturados tras asesinar al embajador Vladimir Rolovic el 7 de enero de 1971. Al año siguiente, otra célula secuestro un vuelo de la empresa sueca SAS y obtuvo su liberación del grupo de Brajkovic tras desviar el vuelo a España. Los secuestradores del vuelo sueco lograron escapar gracias a un salvoconducto negociado con el gobierno español.
Los ustashas fueron los primeros en hacer volar un avión de línea en vuelo. Fue el 26 de enero de 1972, cuando hicieron detonar una bomba en el vuelo 367 de la línea estatal yugoslava que partió desde Hermsdorf, Alemania. Solo sobrevivió una azafata, Vesna Vulovic, que tiene el récord de supervivencia por haber salido viva de una caída de 10.000 metros. Tal era la eficacia de los terroristas ustashas, que el 29 de diciembre de 1975 burlaron toda vigilancia de los servicios de inteligencia que los tenían en la mira e hicieron detonar una bomba en el aeropuerto de La Guardia, causando la muerte de once personas y heridas a otras sesenta. Su efectividad terrorista, hizo que la policía de Nueva York no dudara en atribuirles un atentado con explosivos, aparentemente anónimo, contra la Estatua de la Libertad el 3 de junio de 1980.
La captura del avión del vuelo 355 de TWA el 11 de septiembre de 1976 fue liderada por el ustasha Zvenko Busic y su esposa, la estadounidense Julienne Eden Schultz, que desde meses atrás se habían integrado a la célula terrorista del Otpor Croatian Party de la ciudad de Cleveland. Tomaron el control del avión exhibiendo un paquete en el que decían habían colocado una bomba, pero que luego se descubrió que era solamente una olla a presión. Antes de rendirse y entregar la olla junto a los cautivos, desviaron el avión a Europa y se contentaron con lanzar panfletos independentistas sobre Londres.
Aquel 11 de septiembre fue apenas otro rosario de la campaña terrorista ustasha, que tuvo un giro dramático cuando muchos de sus miembros acudieron a pelear en la guerra de independencia croata que concluyó en 1995. Las filiales de la red fuera de Croacia quedaron como agencias de propaganda a favor de la independencia y algunas de ellas tuvieron un rol protagónico en el contrabando de armas para sus partidarios, como fue el desvío de armas polacas operado desde España y el contrabando de varias toneladas de armas argentinas hacia el conflicto que hicieron antiguos seguidores de Pavelic en Buenos Aires, pese al embargo internacional decretado por la ONU y la presencia de cascos azules argentinos como fuerzas de paz dentro del conflicto.
Ustashas», la organización terrorista
Zvenko Busic y su esposa, la estadounidense Julienne Eden Schultz |
La red terrorista estaba formada por los «ustashas» («rebeldes» en croata), los seguidores del dictador Ante Pavelic que gobernaron Croacia y Bosnia Herzegovina desde abril de 1941 a mayo de 1945 bajo la protección de las huestes de Hitler y Mussolini. Fanáticos, sanguinarios y despiadados, asesinaron a cerca de un millón de serbios, judíos, gitanos y croatas disidentes, antes de verse obligados a huir al exilio tras ser desalojados del poder por las tropas de Tito y los tanques del Ejército Rojo.
Pavelic reorganizó a los ustashas dispersos por el mundo. Además de la comunidad Argentina, existían importantes cantidades de exiliados en EE.UU., en varios países de Europa occidental y Australia. Esa fue la base para organizar la red terrorista. Con el dinero que enviaba Pavelic desde Buenos Aires, comenzó el reclutamiento de ustashas dispuestos a seguir el combate contra el gobierno yugoslavo de Tito, que para ese momento ejercía el control sobre el territorio croata.
Con el comienzo de la década de 1950, llegó a Yugoslavia el servicio secreto soviético para entrenar y apoyar a la policía política de Tito, la UDB (Unutrasnja Drzavna Bezebednost). Esta estrategia funcionó y logró frenar la ofensiva ordenada por Pavelic y Luburic en Croacia tras una década de lucha. Pero no pudo hacer lo mismo con una campaña de asesinatos de funcionarios yugoslavos en el exterior y el ataque contra embajadas, empresas y aviones de Belgrado. Los ustashas iban a engrosar su prontuario con decenas de ataques terroristas: el derribo o secuestro de al menos cuatro aviones, la colocación de bombas en embajadas o empresas yugoslavas en varias ciudades europeas, una brutal campaña de asesinatos de croatas exiliados que se negaban a aportar dinero para la causa y, por supuesto, la muerte de decenas de funcionarios yugoslavos dentro y fuera de Croacia. Hacia 1970, las células ustashas funcionaban de manera autónoma y suponían un grave problema para los servicios de seguridad de los países en donde operaban.
Los primeros en hacer estallar un avión
La letalidad de los croatas era tan alta que llegaron a lanzar sus ataques en el corazón mismo las potencias occidentales. Atacaron las embajadas y consulados yugoslavos en Bad Goldberg, Munich, Frankfurt, Berlín, Goteborg en Alemania y realizaron operaciones similares en Nueva York, Melbourne, en las ciudades suecas de Gotemburgo y Estocolmo. En esta última, cinco terroristas liderados por el ustasha Andelko Brajkovic fueron capturados tras asesinar al embajador Vladimir Rolovic el 7 de enero de 1971. Al año siguiente, otra célula secuestro un vuelo de la empresa sueca SAS y obtuvo su liberación del grupo de Brajkovic tras desviar el vuelo a España. Los secuestradores del vuelo sueco lograron escapar gracias a un salvoconducto negociado con el gobierno español.
Los ustashas fueron los primeros en hacer volar un avión de línea en vuelo. Fue el 26 de enero de 1972, cuando hicieron detonar una bomba en el vuelo 367 de la línea estatal yugoslava que partió desde Hermsdorf, Alemania. Solo sobrevivió una azafata, Vesna Vulovic, que tiene el récord de supervivencia por haber salido viva de una caída de 10.000 metros. Tal era la eficacia de los terroristas ustashas, que el 29 de diciembre de 1975 burlaron toda vigilancia de los servicios de inteligencia que los tenían en la mira e hicieron detonar una bomba en el aeropuerto de La Guardia, causando la muerte de once personas y heridas a otras sesenta. Su efectividad terrorista, hizo que la policía de Nueva York no dudara en atribuirles un atentado con explosivos, aparentemente anónimo, contra la Estatua de la Libertad el 3 de junio de 1980.
La captura del avión del vuelo 355 de TWA el 11 de septiembre de 1976 fue liderada por el ustasha Zvenko Busic y su esposa, la estadounidense Julienne Eden Schultz, que desde meses atrás se habían integrado a la célula terrorista del Otpor Croatian Party de la ciudad de Cleveland. Tomaron el control del avión exhibiendo un paquete en el que decían habían colocado una bomba, pero que luego se descubrió que era solamente una olla a presión. Antes de rendirse y entregar la olla junto a los cautivos, desviaron el avión a Europa y se contentaron con lanzar panfletos independentistas sobre Londres.
Aquel 11 de septiembre fue apenas otro rosario de la campaña terrorista ustasha, que tuvo un giro dramático cuando muchos de sus miembros acudieron a pelear en la guerra de independencia croata que concluyó en 1995. Las filiales de la red fuera de Croacia quedaron como agencias de propaganda a favor de la independencia y algunas de ellas tuvieron un rol protagónico en el contrabando de armas para sus partidarios, como fue el desvío de armas polacas operado desde España y el contrabando de varias toneladas de armas argentinas hacia el conflicto que hicieron antiguos seguidores de Pavelic en Buenos Aires, pese al embargo internacional decretado por la ONU y la presencia de cascos azules argentinos como fuerzas de paz dentro del conflicto.
Este grupo fue el preámbulo de la guerra de Yugoslavia en la década del 90 del siglo pasad, lleno de sangre y destrucción
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