La primera guerra mundial, que cambió a Barcelona.-a

Soledad  Garcia  Nannig; Maria Veronica Rossi Valenzuela; Francia Vera Valdes


El cabaret Lion d'Or de Barcelona, en un dibujo Ricard Opisso de 1924.

Cuando el 11 de noviembre llegó a Barcelona la noticia del armisticio, la ciudad aún no lo sabía pero estaba a punto de despertar de una ensoñación. “La noticia corrió como un reguero de pólvora y en muchos talleres y fábricas se abandonó el trabajo”, recordaría en sus memorias el anarquista Adolfo Bueso. Miles de personas se agolparon en la plaza de Cataluña portando pancartas como una que decía:
“¡Viva la Paz!”. 
Un tono festivo inundó la ciudad. “Fue una gran noche”, describiría el periodista Lluís Capdevila, “con la Rambla llena de gente, abrazándose y cantando Tipperary y La Madelon”. Barcelona, la ciudad española que experimentó un cambio más radical como consecuencia del conflicto, cerraba así un capítulo clave de su historia.
A esa Ciudad Condal no le faltó de nada. La exposición temporal Llamas en la frontera, organizada por el Museu de Historia de Cataluña y abierta al público hasta el 18 de noviembre, constata esa metamorfosis. Bendecida por un tejido industrial recio y una privilegiada posición en el Mediterráneo, llegarían pronto los contratos millonarios que los industriales catalanes recibieron de Francia y que inundarían de dinero todos los rincones de la ciudad. Todos.
“Debió ponerse una lápida luminosa, presidiendo aquellas noches, que dijera: 'A la guerra, el Paralelo agradecido”, escribió el periodista Rafael Moragas en su libro Biografía del Paralelo al referirse a la entronización de la principal artería de cultura popular barcelonesa durante la guerra.
Era solo el principio. “Antes de que en Francia se inventara el género y la palabra, nació en Barcelona el nuevo rico, engendrado por las especulaciones de la guerra”, escribió también Moragas en aquel mismo libro. 
Por su parte, el abogado Amadeu Hurtado recordaría en sus memorias la relación profesional que tuvo, “cuando el río de oro se convirtió en riada”, con un ejemplo de esa nueva hornada de poderosos: Antoni Tayà, dueño de la naviera del mismo nombre, tras amasar una fortuna quiso lograr proyección política y social, primero comprando el diario La Publicidad y luego presentándose a las elecciones del Barça.
Justo un siglo después de la celebración del armisticio, grupos de turistas deambulan sin rumbo fijo por la Rambla y sin saber que pisan el kilómetro cero de la Barcelona jaranera y epicúrea —“con aire de depravación enjoyada”, como la definiría el escritor Josep Maria de Sagarra— de la Gran Guerra. Una familia de turistas se agolpa frente al caballete de uno de los caricaturistas situados frente al Teatro Principal, allí donde hace cien años, como una suerte de cueva de Alí Babá, abrían sus puertas los dos grandes cabarets de la ciudad: el Lion d’Or y el Excelsior. En ellos se daba cita, cada noche, con el tango como banda sonora, el variopinto pelaje humano que recaló en este oasis mediterráneo: celebrities de la época como el ex sultán de Marruecos, Muley Hafid; el boxeador afroamericano y campeón mundial de los pesos pesados, Jack Johnson, el falso barón de Köenig…

 Celebración de carreras de caballos en Barcelona en 1917.

No se quedaba atrás en relumbrón el Edén Concert, el gran music-hall barcelonés, situado al final de la calle Nou de la Rambla. Un grupo de japoneses se hace selfies sin parar frente a la fachada del Palau Güell, en la otra acera, sin reparar que lo único que queda de aquel local mítico es el vientre de un aparcamiento. Un fósil de esa época. Eso sí, de nombre Edén Parking. Peor trato le ha dado la posteridad al que fuera otro de los iconos de esa Barcelona carnal y psicalíptica, el prostíbulo Madame Petit. Situado en la calle Arc del Teatre, donde antaño se alzaba este mítico (y lujoso) burdel solo hay un solar lleno de basura y desmemoria. El desenfreno con el que la ciudad se enroló en la vida descocada se tradujo en otras estampas locales. Miles de prostitutas de toda Europa recalaron en Barcelona huyendo de la guerra, al mismo tiempo que se entronizaba la locura por el juego y los paraísos artificiales. Especial predicamento tuvieron la cocaína y la morfina. “No había ningún impedimento para vender cocaína. Y en las farmacias de entonces se despachaba cocaína como si fuesen pastillas de goma para la tos”, recordaría décadas más tarde el periodista Paco Madrid, conocedor como pocos de los bajos fondos del Barrio Chino.
Pero la Barcelona de la guerra europea tuvo otros rostros, mucho menos luminosos, de su transformación. Un ejemplo fue la revolución protagonizada por las miles de barcelonesas que, entre febrero y marzo de 1918, con los precios de los productos básicos (pan, carbón, bacalao...) por las nubes, conquistaron las calles con sus proclamas y exigencias al gobernador de turno.
"¡Mujeres a la calle para defendernos del hambre!" o "¡En nombre de la humanidad, todas las mujeres a la calle!" fueron algunas de sus consignas mientras se enfrentaban al ejército, por ejemplo, apostado frente al mercado de la Boqueria para evitar el asalto a los almacenes y la venta de los comestibles a un precio justo.

No hay desfase sin resaca y la de Barcelona fue mayúscula.
“Se ha acabado la guerra. Estábamos tan acostumbrados que parece mentira. Ahora empezará la de aquí”, escribió un jovencísimo Josep Pla en su Cuaderno gris el 13 de noviembre de 1918. 
Una premonición que no tardaría en confirmarse. El 9 de febrero de 1919, apenas un par de meses después del enmudecimiento de los cañones en las trincheras del continente, estallaba la huelga de La Canadiense, la principal industria eléctrica de la ciudad, y, de la mano, la intensificación del diálogo macabro de las pistolas a sueldo de la patronal barcelonesa y de la CNT. La fiesta vivida durante la Gran Guerra era ya cosa del pasado. Empezaba otra historia barcelonesa.

Reportaje en 'Mundo Gráfico' del asesinato de Bravo Portillo.


En la Babilonia en la que se convirtió Barcelona durante la guerra apareció, desde el inicio del conflicto, una horda de espías de todos los países en liza. Y en el lodazal de esa trinchera en la que abundaba el dinero fácil, pocos se movieron con tanta soltura como el comisario de la policía Manuel Bravo Portillo. Desde esa posición de privilegio y gracias a su extensa red de soplones e infiltrados, Bravo Portillo tuvo acceso a todo tipo de informaciones —desde la aristocracia industrial barcelonesa hasta el último burdel del Raval— que, en plena guerra, valían un potosí. Fue entonces cuando este Villarejo avant la lettre entró en nómina de los servicios de espionaje de Alemania. Hasta que, en verano de 1918, la Solidaridad Obrera, la voz del anarquismo, publicó unas cartas manuscritas del policía. Su último servicio a los Imperios Centrales propició el hundimiento del barco Joaquín Mumbrú por un submarino germano.
 Pero Bravo Portillo era hombre de recursos. Así fue como tras su fugaz paso por la cárcel y su cese como comisario, se convertiría en el líder de la banda negra, una red de pistoleros a sueldo de la patronal que sembraría de muerte las calles de la ciudad. Hasta que un grupo de sicarios del bando obrero, a finales de 1919, lo acribillara a balazos tras salir de la vivienda de su amante.

Comentarios

Publicaciones por meses I

Mostrar más

Publicaciones por meses II

Mostrar más

Publicaciones por meses III

Mostrar más

Publicaciones por meses IV

Entradas populares de este blog

El Club de los 400 millonarios de nueva york; y la Familia Astor.-a

Reina consorte María de Teck(I) a

Las siete puertas de Madrid.-a

Five Points o los cinco puntos de nueva york.-a

El juicio por el accidente de Chernóbil​.-a

Las autopistas urbanas de Santiago.-a

Nobleza rusa.-a

La nobleza Catalana.-a

El imperio colonial portugués.-a

Isla de Long Island (Nueva york).-a