Armando Socarrás: El polizón cubano que regresó de la muerte.-a

Scherezada Jacqueline Alvear Godoy


Han transcurrido ya 50 años desde que el cubano Armando Socarrás Ramírez sorprendió al mundo con su hazaña de audacia personal y resistencia física, pero todavía hoy no puede evitar un nudo en la garganta cada vez que las noticias alertan que un ser humano -compatriota suyo o ciudadano de cualquier procedencia- protagonizó la desesperada aventura de escapar metido en el tren de aterrizaje o en la bodega de un avión comercial.
Le volvió a suceder la mañana del pasado viernes, cuando conoció los reportes sobre el joven cubano Yunier García Duarte, quien llegó al Aeropuerto Internacional de Miami oculto en el compartimento de carga de un vuelo de Swift Air desde La Habana. El teléfono de Socarrás no paró de sonar para hablarle del caso del polizón recién llegado, que recordaba su insólita historia de sobreviviente entre las ruedas de un avión DC-8 de Iberia con destino a Madrid, el 3 de junio de 1969.
Socarrás no ha podido menos que movilizarse en favor de la permanencia y concesión de asilo a García Duarte en Estados Unidos. Desde el pueblito montañoso de Chilhowie, en el estado de Virginia, se ha sumado con su firma a una petición al presidente Donald Trump y al senador Marco Rubio para impedir la repatriación del joven, y está dispuesto a ofrecer su testimonio ante cualquier autoridad estadounidense sobre la urgencia de ofrecerle refugio y protegerlo de una severa sentencia de prisión si es devuelto a la Isla.
"Cuando sucede algo así, siento una mezcla de regocijo y tristeza. Me alegro por los que pueden llegar a salvo como este muchacho, pero a la vez me vienen a la mente los que murieron tratando de conquistar el sueño... El hecho de ser sobreviviente de un acto semejante puede quizás dar esperanzas a quienes se arriesgan a hacerlo, y eso llega a afectarme porque las posibilidades de llegar con vida son mínimas, un verdadero milagro", confiesa Socarrás, quien experimentó un rarísimo caso de hibernación humana tras las nueve horas de vuelo desde La Habana.
El cuerpo se le congeló y dejó de funcionarle en la travesía. Cayó como un trozo de hielo sobre la pista cuando el avión se detuvo. Solo el cerebro y el corazón permanecieron activos a baja intensidad, pero el pulso no marcaba cuando le llevaron a la enfermería del aeropuerto de Barajas. Socarrás fue internado de urgencia en el Hospital General de Madrid con un pronóstico incierto acerca de su sobrevivencia. Quedó sordo y las funciones de sus órganos vitales estaban afectadas. Pero la recuperación sorprendió a los propios médicos que atendieron su caso.

Vencer la muerte

Fue así como Socarrás logró vencer la muerte y rehacer su vida fuera del encierro de una sociedad que le resultaba irrespirable. Dice sentirse bendecido y orgulloso de poder contribuir con su aporte a los necesitados, por lo que se formó y ejerce voluntariamente como bombero y paramédico en la localidad donde vive retirado con su esposa, Mary Jane Osborne.
Su salud y su suerte es algo que agradece a Dios "cada amanecer, al acostarme y también al mediodía", dice con un regusto de alegría y certeza. Este domingo, cuando el pionero de los polizontes cubanos arribó a los 68 años, lo hizo con la convicción de que su fuga exitosa de Cuba y su realización como hombre libre son inseparables de la historia de desarraigos, separaciones familiares y esperanzas truncas de la Cuba natal que dejó atrás para siempre.

¿Cómo se llega a la decisión de meterse en el tren de aterrizaje de un avión sin pensar en el acecho de la muerte?

Estaba en plena juventud y harto de la vigilancia y la persecución por lo que pensabas, la ropa que te ponías o el pelo largo que querías dejarte. Me iban a mandar para el Servicio Militar Obligatorio y opté por una carrera técnica de soldador, pero no vi nunca una antorcha de soldadura. Me enviaron al Central Cuba de Pedro Betancourt, en Matanzas, a cortar caña. Me escapaba del campamento todos los fines de semana para La Habana. Si seguía allí iba a terminar preso como les pasó a muchos de mis amigos, y a los 17 años nadie piensa en la muerte. Fue cuando me dije: "Aquí hay que irse, no hay futuro".

¿Fue suya la idea de escapar hacia España? ¿Cómo surgió el plan?

Mi amigo de juventud Jorge Pérez Blanco y yo habíamos leído de un hombre que intentó hacer un viaje en las ruedas de un avión en Francia, en 1947, pero que fracasó. Pensamos que en un avión más grande y con un mejor fuselaje podíamos sobrevivir en una fuga. Jorge vivía en La Habana y comenzó a estudiar planos de aviones, los itinerarios de las líneas aéreas y las vías para llegar hasta la pista. Veíamos todos los fines de semana. Nos decidimos por un avión de Iberia y se fijó el día.

¿Qué recuerda del momento de saltar al avión? ¿No tuvo dudas de último minuto?

Cuando llegó ese día estaba muy nervioso, pero te confieso que desde entonces soy un hombre que no tengo nervios. Cruzamos una cerca para entrar al área del aeropuerto por la parte trasera y un guardia nos detuvo para preguntarnos qué hacíamos allí. Le dijimos que íbamos para Rancho Boyeros y estábamos cortando camino. Aguardamos escondidos hasta que el avión comenzó a moverse. Brincamos la cerca y corrimos por la pista.
Yo debía subirme al tren de la izquierda del avión y Jorge al de la derecha, pero algo le pasó. Yo llevaba una linterna, una soga y algodones para los oídos, pero cuando tú te encaras al ruido de ese monstruo que va a despegar, el sonido te taladra el cuerpo, te vuelves parte de ese sonido atronador. Es algo inmenso, inconmensurable. A las dos horas perdí el conocimiento y creo que fue mejor, o me hubiera vuelto loco.


¿Qué fue realmente lo que sucedió con su compañero de fuga? La versión de su cuerpo sin vida en un terreno cerca de Barajas apareció en la prensa de la época, pero en años recientes se ha reportado que está vivo y nunca hizo la travesía en las ruedas del avión?

Lo que sucede es que mi llegada coincidió con la aparición del cadáver de un campesino español sin identificación, muy cerca del aeropuerto de Barajas. Y pensaron que era Jorge. La verdad es que él no hizo el trayecto. Lo detuvieron con unas costillas fracturadas camino al Wajay y lo mantuvieron incomunicado por 30 días, sin comunicárselo a la familia. Estuvo preso y luego vino para Estados Unidos por el Mariel, en 1980. Nos hemos encontrado varias veces en Miami, pero él nunca ha querido hablar de ese asunto. Es algo que ha bloqueado en su mente y yo respeto su opción.

¿Cómo fue que pudo recuperarse tan rápido después de estar en la antesala de la muerte

Creo que me ayudó mucho que yo era muy activo, hacía ejercicios, practicaba deportes, siempre cuidaba lo que comía... Los médicos no podían creer que al cabo del mes recuperé la audición y los órganos vitales fueron poco a poco volviendo a la normalidad. Ni siquiera tuve afectaciones mentales, que era una posible secuela, porque yo estuve horas inconsciente, en un letargo de congelación que me permitió sobrevivir sin oxígeno suficiente en la sangre. Yo llegué moribundo a Madrid.

Pero tengo entendido que la recuperación estuvo también favorecida por un soplo de amor...

Así fue. Me enamoré de una enfermera que se llamaba Sonsoles Lázaro. Ella me dio mucho apoyo sicológico y me alegró en los momentos más difíciles. Me sentí muy feliz en España, pero todo cambió en un abrir y cerrar de ojos. Nunca supe más de esa mujer, pero me gustaría conocer qué fue de ella.

¿Por qué se fue de España entonces?

Mi caso se había convertido en un escándalo internacional y tenía el acoso permanente de la prensa. Fidel Castro le pidió a Franco mi repatriación a Cuba. Una mañana, agentes del servicio secreto español me dijeron que debía salir de España o corría peligro de ser enviado a Cuba. Dos meses después de mi aterrizaje en Madrid estaba levantando vuelo hacia Estados Unidos.

¿No ha vuelto a España?

Sí. Era una deuda pendiente y la cumplí el pasado diciembre. Viajé con mi familia, pero de incógnito. No quería bullicios de prensa. Fue maravilloso.

¿Cómo fue su adaptación a Estados Unidos?

No tengo quejas. La gente me acogió como si fuera un familiar cercano, me enviaban dinero de todas partes, fue un respaldo grandioso que no puedo olvidar. Tuve un negocio de cristales y espejos en Miami por 22 años. Después trabajé otros 20 años manejando una rastra recorriendo los lugares más remotos de este país. Me mudé para acá arriba [estado de Virginia] y me retiré. Me siento encantado viviendo en este pueblito de apenas dos mil habitantes,  rodeado de montañas, como en Sancti Spíritus, donde nací y viví hasta 1960.

¿Qué pasó con la familia que quedó en Cuba? ¿Pudo ver nuevamente a sus padres?

No pude verlos nunca más. Yo venía de una familia integrada a la revolución. Mi padre, que se llamaba igual que yo, trabajaba en el Palacio de la Revolución, era militante del Partido Comunista y conocía a Fidel Castro. Mi madre, Aracelys Ramírez, era una funcionaria estatal. Mi hermano Alexis se sumó a la columna del Che Guevara al paso por Las Villas y se convirtió en su guardaespaldas.  Cuando se supo de mi fuga, mi padre fue a ver a Fidel Castro para decirle que entregaba el carné del Partido. No se lo aceptó y le dijo que no se preocupara, que él sabía que era un hombre integrado. Pero mi casa estuvo vigilada de manera permanente por los próximos dos años.

¿Hablaba con ellos?

Sí. Te digo que yo sigo pensando en mis padres como si estuviesen vivos. Sucede que no los vi envejecer, no los vi enfermarse, no estuve junto al lecho de muerte como otros de mis hermanos.  Pero eso me permite seguir con un recuerdo intacto de ellos. Es un mecanismo que uno adopta para superar el dolor de la separación familiar. Tuve que reajustar mi vida, sin poder contar con ellos en una edad que los necesitaba. Los extrañé y los extraño enormemente hasta el día de hoy.



¿Has pensado alguna vez regresar a Cuba?

Nunca. No voy a Cuba, porque el problema no es entrar, sino cómo salir. [SONRÍE]

¿Pensó alguna vez escribir un libro testimonial o vender el argumento de su historia para una película?

He tenido proposiciones pero no me acabo de decidir.
El valor de la libertad

Aunque deben habérselo preguntado muchas veces ya, me arriesgo a repetirle la pregunta ahora que va entrando en una edad de sabiduría. Piense que tiene otra vez 17 años y que tiene delante el DC-8 de Iberia en la pista. ¿Volvería a correr el riesgo?

Estando en la situación que yo estaba entonces en Cuba, no lo pensaría dos veces. Es una disyuntiva que tiene dos desenlaces posibles: una muerte rápida o una sobrevivencia rápida en la que está en juego la libertad. Cuando no se tiene libertad, el ser humano está de cierta manera muerto.

¿Le quedó a remolque algún trauma con los aviones?

En lo más mínimo. Disfruto muchísimo viajar en avión. Me encantan los aviones.

¿Qué le diría al joven que acaba de sumarse a la lista de polizones cubanos?

Que confíe en Dios y tenga fe en que todo se va a resolver si se mantiene fuerte y con firmeza. Sus compatriotas estamos apoyándolo, como hace 50 años hicieron conmigo.

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