El macartismo II a
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El Senado de EE UU abre los archivos de la 'caza de brujas'
Washington 6 MAY 2003
El Senado de Estados Unidos abrió ayer a la luz pública uno de los pasajes más oscuros de su historia. Las transcripciones de los interrogatorios a puerta cerrada efectuados por el senador Joseph McCarthy, que en 1953 y 1954 dirigió una caza de brujas contra supuestos comunistas en el gobierno y el mundo de la cultura, fueron entregadas a la prensa en la misma sala donde se vivió el marcartismo.
Dos senadores, la republicana Susan Collins y el demócrata Carl Levin, y un historiador, Donald Ritchie, se encargaron durante meses de recopilar las transcripciones con el objetivo de que, una vez publicadas, sirvieran, en palabras de Collins, como "advertencia a futuras generaciones" sobre los excesos del poder.
Los documentos revelados ayer demostraban que McCarthy utilizaba las sesiones a puerta cerrada como ensayo de los reuniones públicas del Subcomité Permanente de Investigaciones. Quienes plantaban cara al senador republicano de Wisconsin no eran generalmente convocados posteriormente a las sesiones abiertas a la prensa. "McCarthy sólo estaba interesado en las personas a las que podía vapulear públicamente", comentó Donald Ritchie. Entre los interrogados en secreto estaban el periodista de The New York Times James Scotty Reston, el compositor Aaron Copland, y Eslanda Goode Robeson, esposa del actor y cantante Paul Robeson, uno de los incluidos en las listas negras de presuntos comunistas de Hollywood.
Desde su posición, presidente del subcomité de investigaciones, McCarthy lanzó una amplia campaña contra miles de supuestos implicados en "actividades antiamericanas". Fue una cruzada que se cebó especialmente con actores, directores y guionistas de cine: McCarthy buscaba, sobre todo, satisfacer su ego, y acusar a figuras populares le proporcionaba notoriedad. "Utilizó su posición para amenazar, intimidar y destruir vidas", dijo ayer Norm Coleman, el senador que preside actualmente el subcomité de investigaciones.
La campaña de Joseph McCarthy acabó en cuanto el senador quiso buscar comunistas en el gobierno federal y el ejército. El presidente Dwight Eisenhower hizo que McCarthy se arruinara a sí mismo ordenando que las sesiones públicas del subcomité fueran retransmitidas por televisión. Todo el público pudo comprobar el estilo del personaje, y su habitual estado de ebriedad. El Senado censuró a McCarthy en 1954. Murió, alcoholizado y paranoico, tres años más tarde.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 6 de mayo de 2003
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30 minutos de TV y valentía
1 FEB 2017
En todo relato del siglo XX estadounidense que se respete hay siempre un sastrecillo valiente, un Juanito Habichuela matador de gigantes: alguien como Edgar R. Murrow.
Se atribuye a Murrow, junto con William L. Shirer, la “invención” del periodismo radial estadounidense. A comienzos de los 50, su prestigio se remontaba a los años de anteguerra, cuando el joven Murrow transmitía desde Praga clarividentes reportes sobre la crisis de Múnich que desembocaría en la Segunda Guerra Mundial.
Culto y cosmopolita, para 1953 Murrow era el “ancla” de un programa pionero del telereportaje “en profundidad”: See it now (Véalo ahora), de la red CBS. Los valores políticos de Murrow eran los del demócrata liberal estadounidense, pluralista y tolerante. Con ese perfil, era un verdadero milagro que Murrow no figurase todavía en la lista negra del senador Joe McCarthy, cazador de critpocomunistas.
Murrow sabía inevitable que el protervo subcomité investigador de “actividades antiamericanas”, presidido por McCarthy, se fijase en él y hurgase maliciosamente en su trayectoria de independencia intelectual.
Con el tiempo acortándose cada día, la noche del 9 de marzo de 1954 la emisión de Véalo ahora estuvo por completo dedicada al senador McCarthy y sus métodos.
El efecto de aquella única transmisión de sólo media hora fue devastador para McCarthy y la caza de brujas. Antes de salir al aire, Murrow debió ponerse los guantes con la gerencia ante la amenaza de los patrocinadores de retirar la publicidad, pero esa historia nos llevaría muy lejos.
Más de 80 millones de estadounidenses presenciaron lo que, en rigor, fue una magistral pieza de revelación de una personalidad psicopática, al tiempo que una oportuna y contundente vindicación de los derechos constitucionales de los estadounidenses. Al día siguiente, uno de los impresionados televidentes, el mismísimo presidente Eisenhower, declaró que Joe McCarthy era “un peligro para el partido republicano”.
Semanas más tarde, ABC inició la transmisión televisada de las audiencias del “comité McCarthy”. Cada tarde, los televidentes confirmaban los asertos de Murrow al ver los arrebatos, las desmesuras, los abusos verbales, las triquiñuelas de abogado fullero y “aporreador” del senador McCarthy en el curso de sus interrogatorios.
En 2005, George Clooney dirigió un meritorio film sobre el papel de Murrow en la derrota del macartismo. El extraordinario David Strathairn, encarnando a Murrow, fue postulado para el Oscar como mejor actor.
La transcripción de la emisión en vivo del Véalo ahora del 9 de marzo del 1954 se lee, todavía hoy, como modelo de equidad informativa en tiempos de gran crispación política. En diciembre de aquel año, a menos de siete meses de haber salido al aire el reportaje sobre el comité McCarthy, el Senado de los Estados Unidos aprobó, por 65 votos contra 22, la censura a McCarthy por su “conducta indigna del senado”. Era el final del comienzo para el macartismo.
En el texto de despedida del programa, leído por Murrow aquella noche, hay resonancias de Thomas Jefferson:
“ No debemos confundir la disidencia con la deslealtad. No caminemos atemorizados los unos de los otros. Si hurgamos en nuestra historia […] veremos que no descendemos de hombres temerarios.Pero tampoco de hombres que temiesen escribir, hablar y asociarse para defender causas momentáneamente impopulares.”
La alocución de Murrow finalizaba con una pregunta retórica, extraída del Julio César de William Shakespare: “¿De quién ha sido la culpa? Ciertamente no suya [de McCarthy ]. El no creó esta situación de temor: simplemente la explotó exitosamente. Casio [el personaje shakesperiano] tenía razón: ‘La culpa de nuestras desdichas, querido Bruto, no la tienen los astros, sino nosotros mismos’”. |
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