Asalto del cuartel de la montaña; y juicio al general Funjul; biografía -a


El  asalto al madrileño Cuartel de la Montaña (ubicado en las cercanías
de la actual estación de Príncipe Pío) el 20 de julio de 1936.

ana karina gonzalez huenchuñir
Durante el mismo asalto al cuartel de la montaña de madrid, las tropas leales a la Segunda República lograron acabar con el alzamiento en la capital y evitar que el bando nacional extendiera su influencia por la ciudad. Para el gobierno fue una victoria clave. Y no dudaron en utilizarla como tal a nivel publicitario. No obstante, cayó en el absoluto olvido.
Para luchar contra esta desmemoria, el escritor y divulgador histórico José Luis Hernández Garvi ha publicado «La Guerra Civil española en 50 lugares» (Cydonia, 2019), una guía histórica en la que se incluye el asalto al Cuartel de la Montaña y que traslada al lector hasta los emplazamientos más determinantes de la contienda. Siempre desde la objetividad y sin ningún tipo de sesgo político. La obra fue presentada la semana pasada en Madrid junto a «La Segunda República española en 50 lugares» (Cydonia, 2019), de Alberto de Frutos. Ambas tienen el objetivo de relanzar con energías renovadas la colección «Viajes por la historia» de la editorial; y lo cierto es que apuntan maneras, pues se zambullen de lleno en emplazamientos hasta ahora olvidados, pero claves para el desarrollo del conflicto fraticida.

Tal y como explica Garvi, en las páginas de «La Guerra Civil española en 50 lugares» conviven, «con un sentido didáctico y de recuperación del pasado», grandes batallas, episodios destacados del enfrentamiento, contiendas que han sido olvidadas por la sociedad, personajes clave de la lucha y héroes que han quedado reducidos a lo ínfimo tras haber sido pasados por alto en las páginas de los libros.

Cuartel clave

Aunque, entre toda esta amalgama, resaltan los hechos acaecidos el 20 de julio de 1936 en la montaña de Príncipe Pío. 
«Las imágenes de las fuerzas gubernamentales, integradas por miembros de la Guardia de Asalto y de la Benemérita, junto a milicianos y apoyados por vehículos blindados, tomando posiciones en el entorno de la Plaza de España y todos preparados para el asalto del cuartel forman parte de la memoria iconográfica de los primeros compases de la Guerra Civil en Madrid», explica el autor a ABC.

En palabras de Garvi, la conquista del Cuartel de la Montaña fue determinante para el devenir de la República. Tan solo hace falta plantearse una cuestión para entender a lo que se refiere: ¿Podría haber caído Madrid si el Alzamiento no hubiera sido aplastado aquel 20 de julio? El autor lo tiene claro: «A la hora de contestar a esta pregunta debemos hacer un ejercicio de política-ficción. Si nos dejamos llevar por el sendero trazado por una realidad distópica no resulta exagerado pensar que, si el Cuartel de la Montaña hubiera resistido hasta la llegada de refuerzos de los sublevados, lo más probable es que la intentona hubiera triunfado en Madrid al ser ocupada por las tropas rebeldes, provocando a su vez la caída del Gobierno de la República. De ahí la importancia de este episodio que muchas veces pasa desapercibido a la hora de hablar de los primeros compases de la contienda».

Y es que, además de ser un enclave determinante por su situación, el Cuartel de la Montaña custodiaba un pequeño tesoro determinante para la Segunda República. «Además de su importancia como instalación militar situada en una zona estratégica de la capital, el cuartel guardaba en su interior miles de cerrojos de fusil sin los cuales las armas que el Gobierno había almacenado en el Parque de Artillería no podían disparar. Esas armas podían servir para armar a los milicianos y hacer frente a la sublevación militar», desvela el autor a este diario.

Por todo ello, «la rendición de las tropas atrincheradas tras sus muros supuso una victoria para la República» desde el punto de vista militar y estratégico. «Impidió que la sublevación pudiera extenderse por la capital y fue símbolo del fracaso del golpe en Madrid. Al mismo tiempo, supuso una demostración de fuerza de los milicianos de las formaciones políticas que apoyaban al Gobierno republicano», completa.

¡Al asalto!


Pero empecemos por el principio. Nuestra historia comenzó apenas dos jornadas después de que se produjera la sublevación en el norte de África. Por entonces el caos cundía en la capital. «En los compases iniciales de la Guerra Civil reinaba una gran confusión en Madrid», explica en la obra Garvi.

No le falta razón. A nivel oficial es cierto que los sublevados se habían organizado para hacerse con la urbe.
 «Según lo previsto en los planes, el general Rafael Villegas debía asumir el mando […] con el apoyo del general Joaquín Fanjul Goñi, destacado miembro de la Unión Militar Española», explica. 
Sin embargo, aunque sobre el papel estaba todo pensado, la realidad era que los oficiales carecían de órdenes y muchos desconocían si, finalmente, las tropas de la urbe se alzarían en contra del gobierno de la Segunda República.
El 19 de julio empezó el baile, como diría aquel. Por la mañana, Fanjul cambió a última hora sus planes de viajar a Burgos y se presentó vestido de paisano en el cuartel, sede del Regimiento de Infantería Covadonga número 4. Allí se encontró con un grupo de falangistas y oficiales. El militar se topó además con el coronel Moisés Serra, que se había negado a repartir los cerrojos de las armas a los milicianos. Tras saludar a los presentes, llamó a los hombres a tomar las armas mediante una efusiva arenga.

Pero, según Garvi, se entretuvo demasiado.
«Cuando el general se disponía a dejar el Cuartel de la Montaña para desplegarse por las calles de Madrid, se encontró con que estaba rodeado por miles de milicianos movilizados por las organizaciones de izquierdas», desvela. 
Junto a ellos formaban miles de miembros de la Guardia de Asalto y de la Guardia Civil que habían sido enviados para sofocar la revuelta. Visto lo visto, Fanjul no podía hacer otra cosa que atrincherarse en el cuartel y esperar refuerzos. Había comenzado el asedio, y para luchar, contaba con unos 1.500 hombres de todo tipo de unidades.

Según explica el autor a ABC, los defensores actuaron a toda prisa. Cerraron las ventanas con sacos terrero, levantaron barricadas y bloquearon las puertas. Fuera se desató el caos cuando cientos de curiosos se acercaron al edificio para ver qué diantres pasaba y se bloquearon la línea de fuego de ambos bandos. Con todo, la noche fue tranquila. La batalla comenzó a la mañana siguiente, cuando «las fuerzas leales al Gobierno situaron dos cañones en la cercana Plaza de España» y la Guardia de Asalto ubicó varias ametralladoras en la calle Ferraz para acosar al enemigo y evitar una posible retirada.
A lo largo de la mañana comenzó la contienda a golpe de cañonazo republicano. Por su parte, los sublevados poco podían hacer más allá de devolver el fuego con algún que otro disparo de mortero poco eficaz. El fuego de artillería se extendió por toda la zona hasta que la confusión produjo una situación tan desconcertante como desafortunada. De improviso, y ante el continuo martilleo de las ametralladoras, alguien ondeó una bandera blanca en la puerta más cercana a la calle Ferraz.
Algunos madrileños creyeron entonces que los defensores se rendían y se acercaron a los muros del Cuartel de la Montaña. El desastre estaba servido
«En ese momento varias decenas de ellos resultaron muertos y heridos por los disparos de fusilería desde el interior del edificio. Sus cuerpos quedaron expuestos al sol en la explanada que se abría frente al cuartel», completa el autor en su obra. 
En aquellos momentos, Fanjul todavía barruntaba, ingenuo, que recibiría ayuda de las guarniciones cercanas. No sabía que habían capitulado sin luchar.

Derrota final


Todo acabó en cuestión de unas pocas horas. Sin refuerzos, aislados y escasos de provisiones, los defensores capitularon después de que un avión republicano capitaneado por el famoso Antonio Rexach les lanzara octavillas (primero) y bombas (después). Una vez que los explosivos cayeron sobre el emplazamiento, una nueva bandera blanca volvió a ondear en el muro del Cuartel de la Montaña.

«En esta ocasión la Guardia de Asalto tomó posiciones antes de que un buen número de soldados de reemplazo […] se rindieran con las manos en alto», añade el autor. 
Las tropas gubernamentales entraron entonces en el edificio acompañadas por decenas de milicianos. Ya solo quedaba asegurar las diferentes habitaciones a golpe de fusil.
El destino de los defensores fue variado. Algunos oficiales, por ejemplo, prefirieron no enfrentarse a la República. 
«Al llegar al cuarto de banderas se encontraron con los cuerpos sin vida de varios oficiales que habían preferido suicidarse antes que rendirse», desvela Garvi. 
Otros huyeron disfrazados por las calles de la capital. La peor parte se la llevaron aquellos que no pudieron escapar de aquellos muros. 
«Algunos incontrolados asesinaron a sangre fría a cadetes, falangistas y militares desarmados antes de que los disciplinados y bien entrenados guardias de asalto restablecieran el orden en el interior del cuartel», añade el escritor.


Fanjul, por su parte, fue capturado poco antes de que le lincharan. Su destino fue, a la larga, el pelotón de fusilamiento. El número de bajas fue escalofriante. 
«La cifra total de muertos que se cobró la lucha varía entre los 500 y los 900», finaliza el divulgador histórico en las páginas de su libro.


Juicio 
Juicio al general Fanjul
ana karina gonzalez huenchuñir


ALEGATO DEL GENERAL FANJUL SOBRE LA ILEGALIDAD DEL GOBIERNO DEL FRENTE POPULAR
EL GENERAL AFIRMÓ ANTE EL TRIBUNAL QUE ÉL NO SE SUBLEVÓ, SINO QUE RECHAZÓ ÓRDENES ILEGALES DE ARMAR A LAS MILICIAS QUE DIO EL GOBIERNO DEL FRENTE POPULAR
29 JUNIO, 2011

En este escrito, hasta ahora no publicado en la red, Joaquín Fanjul argumenta ante el Tribunal que le condenará a muerte, que el Gobierno se puso al margen de la ley al exigir entregar armas a las milicias de partido, y al atacar a los militares que, como él, se negaron a cumplir esa orden ilegal. El 20 de julio de 1936, después de que los militares se rindieron a los revolucionarios, los oficiales fueron en su mayoría asesinados en el patio del cuartel, una vez que la prensa había sido desalojada.
El texto se encuentra en la Causa General, legajo 1515, expediente 11, folios 52 a 67.

Excelentísimo Señor Juez Instructor Delegado de la Sala Sexta del Tribunal Supremo.

Don Joaquín Fanjul y Goñi, General de División, en el sumario que se instruye por el supuesto delito de alzamiento en armas contra el Régimen y su Gobierno legítimo, por unidades del Ejército y otros militares, en los días 19 y 20 de Julio último, como mejor proceda en derecho, comparezco y digo: Que me ha causado verdadero asombro el auto de procesamiento y prisión e incomunicación notificado el día 26 del mes próximo pasado y mucho más la ratificación del mismo en juicio sumarísimo por la jurisdicción de la Sala sexta, cuando lo sucedido es ya de dominio público y no puede disimularse el desconocimiento de los hechos por la enorme trascendencia de la situación de España y los acontecimientos desarrollados en Madrid.

Por la lectura del auto en que V.E. me procesa se ve, dicho sea con todo respeto, que aparenta desconocer por completo lo ocurrido, pues solo así, cabe sentar el resultado (folio 53) de su provecho que me permito trascribir literalmente. Resultando: que en los días 19 y 20 de Julio del corriente año, se desarrolló en esta Capital un alzamiento en armas contra el Régimen y su Gobierno legítimo por unidades del Ejército y otros militares, y en su preparación o ejecución tomó parte destacada el acusado Don Joaquín Fanjul y Goñi, contribuyendo a la lucha de numerosas fuerzas militares o militarmente organizadas contra los leales a la República y su Gobierno legalmente constituido, habiendo sido estas hostilizadas en combates y agresiones con empleo de las armas y de los que resultaron gran número de víctimas, sin que terminara la lucha hasta que los insurrectos fueron reducidos.

Ante semejante e injustificada declaración judicial, las causas de cuya singularidad no voy a analizar ahora, las circunstancias y gravedad del momento histórico reclaman que al Juez instructor se le muestren los hechos concretos con toda precisión y claridad para que una vez comprobados y ante el delito monstruoso cometido por el Gobierno de Madrid se pase el tanto de culpa correspondiente o al menos que la recta administración de Justicia se refugie en su alcázar conservando la plena independencia en estos momentos trascendentales para el porvenir y para la salvación de España. Y consciente con estos deberes asiento en este escrito los siguientes

Hechos.

Primero.- Que es público y notorio que las guarniciones de Cataluña, Marruecos, Galicia, Navarra, Zaragoza y Burgos en cumplimiento riguroso del artículo segundo de la(Folio 54) Ley constitutiva del Ejército, que impone a éste como misión fundamental y deber básico la defensa de la Patria contra sus enemigos interiores y exteriores dieron virilmente al Gobierno de Madrid el alto en su desenfrenada empresa de desangrar y arruinar a España al dictado de Rusia, persiguiendo a la fe de nuestros mayores, organizando el incendio de nuestros monumentos religiosos y artísticos de valor inigualable y apelando incluso en su vértigo sectario al medio criminal de alentar el odio de clases y partidos convirtiendo el suelo de la Patria en campo de desolación y lucha fratricida.

Segundo.- Que en Madrid quizás los únicos que conocíamos la actitud salvadora de las guarniciones mencionadas éramos el General Villegas y yo, que solo aguardábamos instrucciones concretas del mando para actuar, instrucciones que no llegaron, porque sin duda en los planes entraba que se conservara quieta y sin intervención la guarnición de esta plaza y sus cantones.

Tercero– Que después del trágico asesinato del Sr. Calvo Sotelo por la fuerza pública anunciado desde el banco azul por el entonces presidente del Consejo, Sr. Casares Quiroga, hecho harto significativo, puesto que no se destituyó a ninguna autoridad, el Gobierno de Madrid veíase impotente, sin fuerzas ni resortes y sin la asistencia de la opinión pública para sofocar el magno movimiento de salvación nacional al que presta todo valor y entusiasmo el pueblo español, agotado por su propia política, no titubeó, digo, el Gobierno de Madrid en manejar resortes inadmisibles

(Folio 55) y hacer maniobras criminales de las que se gloría, acudiendo a la falacia para que con un golpe trágico y teatral poder producir la desmoralización de las guarniciones que son honra, orgullo y esperanza de España, aun a costa de los asesinatos sin cuento de que ha sido testigo la Capital de la República. ¡Qué importaba! Lo que interesaba era conservar el Poder, aun a costa de arruinar a España.

La incalificable maniobra se hace a costa de la Primera División Orgánica, ordenando el día 17 de Julio a los Comandantes militares de los Cantones y a los Coroneles de los regimientos para que acuartelasen a todos los Jefes, Oficiales, Clases y Tropa, extremasen la vigilancia y se aumentaran los retenes. Medida que, como es natural, puso en alarma a la guarnición, puesto que para tal medida era de suponer que existía peligro serio que el mando quería al menos prevenir.

Cuarto.- Que el día 18 por la noche el Sr. Comandante militar del cantón de Getafe puso en conocimiento del General de la División que por la carretera e inmediaciones del cuartel existían numerosos grupos de paisanos armados que cacheaban y detenían a su antojo a coches y peatones, por lo que pedía concretas instrucciones, contestándosele que no hiciese nada mientras los grupos no atacasen al cuartel, en cuyo caso repeliera la agresión defendiéndose del ataque. Órdenes que contravenían abiertamente los preceptos de los reglamentos y la ordenanza.

Quinto.- Que entretanto, en el batallón de Zapadores minadores número uno del Campamento su Teniente Coronel,

(Folio 56) Sr. Carratalá, transmitió la orden de acuartelamiento; pero no quiso admitir, y es un hecho irregular, ni a los oficiales que tenían permiso ni a los oficiales de complemento que se presentaron en el cuartel, cumpliendo la orden dada por la Superioridad de que se acuartelasen a todos los Jefes, Oficiales, Suboficiales, etcétera. Este hecho significativo y sospechoso, unido a la orden del Teniente Coronel de que siguieran sin armamento todos, a excepción de la guardia de prevención, prohibiendo incluso a todos los oficiales que llevasen armas y a otro hecho también significativo de no existir retén, hizo que los oficiales de servicio, recelosos de alguna emboscada, extremasen todas las precauciones y medidas para evitar una sorpresa y así efectivamente ocurrió.

El día 19, domingo, de Julio, a la una y media de la madrugada, estando de cuartel el Capitán de Ingenieros, Don Antonio Álvarez Paz, oyó al centinela dar la voz de “oficial de guardia” en cuyo instante y con gran nerviosismo el Teniente Coronel que estaba con dicho Capitán hablando salió precipitadamente hacia la puerta, siguiéndole el Capitán de cuartel, Sr. Álvarez Paz, quien pudo ver perfectamente cómo su Teniente Coronel se acercaba a una camioneta particular, grande, de transportes, en cuyo interior pudo ver a unos veinte individuos de p aisano y de cuyo asiento delantero descendió uno de ellos, conferenciando durante un cuarto de hora con el Teniente Coronel, a quien oyó la guardia(Folio 57) de prevención decir al despedirse “hasta luego”.

Que al poco rato de lo referido, el mencionado Teniente Coronel, de filiación comunista por cierto, dio la orden de preparar una camioneta para llevar armamento y a continuación, llamando a los capitanes de compañía, ordenándoles entregaran todos el armamento que tuvieran en ellas, a cuyo requerimiento el capitán de cuartel, Sr. Álvarez Paz, como más antiguo y en voz alta y delante de todos los oficiales y suboficiales contestó que esa orden era subversiva y no se podía cumplimentar. En cuyo instante, el Comandante Mayor, González Amador, afiliado también al partido comunista, encañonando al capitán Álvarez Paz, disparó sobre él, en cuyo momento el expresado capitán de cuartel se dirigió a su Compañía corriendo, al tiempo que a grandes voces dijo: “que nos traicionan”. “Que nos asesinan”. “Tocad generala”, “a formar todo el mundo”, momento en que se apagaron las luces del cuartel. Y cuando la Compañía del Capitán, Sr. Álvarez Paz, se estaba armando vieron venir hacia ellos al brigada López Leal, de filiación comunista, que pistola en mano y avanzando empezó a disparar, por lo que se hizo fuego sobre él, matándole y saliendo el mencionado Capitán con ocho números se situó fuera en la calle a la altura del Hogar del soldado, advirtiendo que el alférez Gil, también comunista, que prestaba servicio de Secretario del Teniente Coronel, empezó a hacer fuego contra la fuerza, la que repelió la agresión, matándole también; practicando después una inspección por todo el cuartel y al llegar al cuerpo de guardia encontraron al Capitán, Sr. Álvarez Paz, que mientras él había ido a su Compañía para armarla, el Comandante Mayor, Sr. González Amador,

(Folio 58) después de disparar contra el Capitán Becerril, al que hirió gravemente, y de hacer otros dos disparos contra el centinela, había escapado del cuartel. Que desde allí, el Capitán de cuartel, Sr. Álvarez Paz, seguido de una escuadra, se dirigió al cuarto de banderas donde halló al Teniente Coronel muerto junto al teléfono, por lo que se hizo cargo del mando del cuartel preparando la defensa del mismo para repeler los ataques de que pudiera ser objeto.

Sexto.- Que el Comandante militar del campamento, Coronel de Artillería, Sr. Español, llamó al Capitán, Sr. Álvarez Paz, y delante de los Jefes y Oficiales de la Escuela Central de Tiro, que expresaron haber observado hasta el último de los detalles de lo ocurrido, le felicitó efusivamente. Felicitación que a las nueve de la mañana del domingo recibió también del General Inspector de Ingenieros, Sr. García Antúnez, quien, acompañado de su Ayudante, se presentó en el cuartel, ordenando que se reunieran todos los oficiales y suboficiales en el despacho del Teniente Coronel, felicitando en ellos al batallón por su comportamiento y aprobando las medidas adoptadas y las precauciones prevenidas por el Capitán Álvarez Paz.

Séptimo.- Que el día 19, domingo, recibí encargo del General Villegas para que fuera a la División a hacerme cargo de ella, a lo que contesté que como no se me daban instrucciones concretas no iría; pero que pensaba ir al grupo de alumbrado del cuartel de la Montaña, donde tenía a un hijo mío sirviendo y que allí me enteraría de lo que pasaba.

Octavo.- Que al mediodía del referido domingo, 19, me personé en el cuartel del grupo de alumbrado y recibido por el Jefe y Oficiales, me refirieron cuanto queda relatado relativo al batallón de Zapadores Minadores de Campamento. Hechos que tenían sublevado el ánimo de todos, por presentir la indefensión en que les colocaba la complicidad del Ministro de la Guerra.

Noveno.- Que del grupo del alumbrado pasé al cuartel del Regimiento número cuatro de Infantería, a saludar al Coronel que era compañero de promoción, con el que hablé de lo que me habían contado en el grupo de alumbrado y entonces me refirió que el General de la División, Sr. Miaja, le había dado orden el día anterior de entregar los 58.000 cerrojos que tenía en depósito de otros tantos fusiles que había en el parque, a lo que rotundamente se había negado, por razones que el General Miaja conoce y podrá decir. También me contó el Coronel del Regimiento número cuatro que poco después de negarse a entregar los cerrojos al General Miaja, le llamó por teléfono personalmente el Ministro de la Guerra y Presidente del Consejo, Sr. Casares Quiroga, ordenándole entregase los cerrojos, a lo que le respondió que fuera por ellos. Este relato que me hizo el Coronel de Infantería en su despacho me lo hacía movido de la natural y lógica indignación que semejante orden le había producido, diciéndome que mientras él alentara

(Folio 60) no se entregarían esos cerrojos, pues tenía la convicción de que eran para armar a las milicias socialistas que asesinarían a sus hermanos.

Décimo.- Que por la radio se transmitió la noticia de la formación de un Gobierno Martínez Barrios con el General Miaja en Guerra, cuyo Gabinete dimitió a las pocas horas, según parece por negarse a contraer la responsabilidad de armar a las milicias socialistas, siendo sustituido por otro que preside precisamente un amigo político del Jefe del Estado.

Undécimo.- Que en la noche del domingo, 19, encendió los proyectores el grupo de alumbrado del cuartel de la Montaña, sorprendiendo con verdadero asombro a guardias de asalto en las azoteas y balcones de las casas fronterizas, recibiéndose en el cuartel de la Montaña al poco rato un recado del Teniente Coronel Jefe de los guardias de asalto, advirtiendo que no fuesen a disparar contra ellos, porque si estaban allí era para que las turbas no les hostilizasen; cuya noticia tranquilizó algo, pues circulaban con insistencia rumores de que el cuartel sería asaltado aquella noche y que es precisamente lo que me movió a mí a tomar la determinación de quedarme cerca de mi hijo y para correr la suerte de todos los que ocupaban el edificio.

Duodécimo.- Que durante la madrugada del lunes, 20, y aprovechándose del abominable engaño de que

(Folio 61) hiciera a la fuerza objeto el Jefe de las fuerzas de asalto, las milicias socialistas armadas tuvieron tranquilidad y tiempo para parapetarse con colchones, emplazando ametralladoras en azoteas y balcones frente al cuartel, rompiendo nutrido fuego sobre el mismo a las cuatro y media de la mañana con ametralladoras y cañón sin previo aviso, para que al menos las familias que habitaban los pabellones pudieran salir. A las agresiones se respondió con fuego de fusil, ametralladora y mortero.

Decimotercero.- Que a las seis de la mañana del indicado día 20, lunes, tres aparatos civiles de aviación bombardearon el edificio del cuartel de la Montaña, ocasionando grandes daños y la desmoralización de parte de la tropa del Regimiento de Infantería número cuatro, a la que pretendió reducir su Coronel sin conseguirlo, porque muy avanzada la mañana un Capitán había salido ya a parlamentar con el enemigo e izado bandera blanca.

Decimocuarto.- Que mientras ocurrían estos sucesos en el cuartel de la Montaña, las milicias socialistas y fuerzas de aviación atacaron al Regimiento ligero de Artillería de Getafe y a las fuerzas del Campamento, arrojando bombas hasta de cien quilos.

Decimoquinto.- Que una vez rendido el cuartel de la Montaña, las milicias socialistas asesinaron cafremente a ciento y pico de Jefes y oficiales y a crecido número de soldados, faltando a las leyes del honor y de la guerra y comportándose como salvajes y cobardes, pues para asegurar más la indefensión de sus víctimas y matarlas a mansalva les habían previamente cacheado y despojado de sus

(Folio 62) guerreras con carteras, relojes y efectos. El Capitán de Ingenieros del grupo de alumbrado, Don Arturo Ureña Escario, ha referido cómo entraron las milicias socialistas y formados los prisioneros, delante los soldados y detrás los oficiales, al hacer el recorrido para salir se les separó y a empujones y culatazos, con el trato más soez y bestial, les hicieron recorrer doscientos metros, echándose el fusil a la cara y diciendo “hay que matarlos de una vez”, a lo que el que hacía de Jefe respondía “no, todavía no” para hacerles sufrir más y agravar la humillación y la afrenta. Cuando ya iban a salir por la puerta de uno en uno, según se les ordenaba, se detuvieron ante los reporteros gráficos de la Prensa, que tiraron varias placas de los oficiales prisioneros y en cuyo instante el Capitán Don Arturo Ureña fue salvado providencialmente por un guardia de asalto que había sido su asistente y que al reconocerle le sacó del cuartel, llevándole a la acera de enfrente desde donde pudo presenciar con horror y espanto cómo al salir de uno en uno sus quince compañeros se les hacía descargas cerradas por las milicias socialistas, cayendo muertos unos encima de otros y algunos con espantosas contorsiones. También pudo presenciar el referido Capitán, Don Arturo Ureña, cómo el Comandante de Artillería, Flores, Jefe del Parque, vestido de mono azul, vendado el cuello y con la gorra de uniforme puesta, dando grandes gritos a las milicias socialistas que le vapuleaban creyéndole del cuartel de la Montaña, les decía ¿pero no sabéis quién soy? Soy el Comandante Flores, el que os ha organizado y preparado la destrucción de los cuarteles y comparte con vosotros

(Folio 63) la gloria de este día.

Decimo sexto.- Que inmediatamente después de estos sucesos, el Gobierno de Madrid terminó de armar a las masas socialistas, dejándolas en libertad durante 72 horas para que se dedicasen al saqueo, al pillaje y al robo de las casas y al asesinato de crecido número de ciudadanos, consumando así la brava hazaña ofrecida por Casares Quiroga en su campaña electoral, de un Gobierno que permanecería sordo y ciego durante 48 horas, dando suelta a la plebe para que saciaran sus odios y apetitos.

El mismo relato de estos hechos, que facilmente comprobará V.E., lleva a las siguientes

Conclusiones.

Primera.- En España se ha desencadenado una guerra civil, en la que un bando compuesto por la casi totalidad del Ejército, con los Generales, Jefes y Oficiales más distinguidos por su historia de heroísmo, sacrificio y pericia; los más estimados valores nacionales en una extensión territorial que abarca casi toda España y con un volumen ingente de ciudadanos, los más escogidos, los más leales a las tradiciones y a la creencia del españolismo, vierten su sangre generosamente con espontaneidad y entusiasmo, sin esperar otra recompensa que la de ver para siempre a su amada Patria libertada de una política sectaria y anárquica que, además de despedazarla, la aniquila y la envilece, desprestigiando su glorioso nombre ante el mundo y la Historia. Son el honor, la dignidad y el espiritualismo de la raza los que se levantan justicieros y purificadores para legar a las gene-

(Folio 64) raciones futuras, el seguro camino de los destinos soberanos de España.

Es el otro bando el Gobierno del Frente popular con las masas que le ensalzaron, todas laicas, perseguidoras de la fe de Cristo arraigada en el corazón de España, en su mayoría marxistas con concepto materialista de la vida, que sigue una política anti-española al dictado de Rusia, para lograr la implantación del comunismo, Gobierno que no vaciló en armar a masas envenenadas e inconscientes para que asolasen la ciudad con un tipo de crímenes en sus formas sin precedente en nuestra historia, emulando a los primeros tiempos de la barbarie soviética de Rusia. Gobierno que faltando a todas las leyes, incluso al derecho de gentes, respetado hasta por las sociedades semisalvajes, frente al único poder coactivo del Estado, que es el Ejército, tuvo que armar a los que ha llamado sus milicias, por lo que hoy no puede ya sacudir la responsabilidad criminal y política que le alcanza, como autor de los asesinatos, robos y desmanes que aquellas hicieron con las armas que les entregó.

Son dos concepciones de Estado y de Gobierno, pues, frente a frente, que se han lanzado a una lucha. Los dos bandos se aprestan a guerrear con sus ejércitos; en ambos, al lado de fuerzas militares, hay contingentes civiles, y todo parece anunciar que la lucha será larga, como suelen serlo todas las intestinas de los pueblos,

(Folio 65) Segunda.- En Madrid no había nada preparado ni sabían sus guarniciones cuando, cómo y donde se romperían las hostilidades. Estando todo el mundo quieto y sumiso a la División, cuyas órdenes obedecieron, incluso para aprestarse a la defensa y repeler la agresión si lo necesitasen.

Tercera.- Que el Gobierno aprovechó la calma y el acuartelamiento de la guarnición de Madrid para, con toda clase de engaños, atacarla, inesperadamente, con aviación, socialistas armados, guardia de asalto y guardia civil, permitiendo el asesinato libre de Jefes y Oficiales indefensos hechos prisioneros.

Cuarta.- Que el Gobierno de Madrid es responsable como autor de los delitos cometidos por los que llama sus milicias, puesto que sin haberlos armado no habrían podido cometer los mencionados asesinatos.

Quinta.- Que el Gobierno de Madrid está incurso en las penalidades señaladas en los artículos 134-135 y 136 del Código penal.

Sexta.- Que tengo por todas las razones expuestas la condición de prisionero, puesto que las fuerzas de ambos bandos contendientes son ejércitos beligerantes y los individuos de uno de ellos que están en poder del otro tienen el carácter de prisioneros, estando exentos de la jurisdicción militar y judicial del contrario y solo sometidos al derecho de gentes, a las reglas de carácter internacional y a las leyes de la guerra y del honor. Este comportamiento, con exquisita observancia, vienen adoptando los Generales Franco y Mola, a cuyas fuerzas me honro en pertenecer; y hasta el propio Gobierno

(Folio 66) de Madrid lo tiene así sancionado cuando me dio de baja en el Estado Mayor General de su Ejército, considerándome enemigo. Conducta ratificada no solo ya con el personal sino también con el material, toda vez que ha declarado oficialmente haber sido baja en la lista de buques de la Marina de guerra del Gobierno el crucero Almirante Cervera, sometiéndole a las disposiciones del Derecho internacional. Por todo lo cual, no cabe jurisdicción de la Sala ni del Gobierno sobre mí, a no ser que el Tribunal Supremo conserve su independencia y carácter nacional, en cuyo caso y en cumplimiento de su deber, habrá de declarar faccioso y fuera de la Ley al Gobierno de Madrid, que patrocina el desorden, el asesinato, el más enorme de los delitos de lesa humanidad y lesa Patria y el de insulto a centinela y fuerza armada.

Séptima.- Que el juicio sumarísimo por el que se me persigue solo es apropiado según disposición del artículo 649 del Código de Justicia Militar, para los reos de flagrante delito que tengan señalada pena de muerte o perpetua y solo se considera flagrante el delito, por prescripción del artículo 650, que se estuviera cometiendo o se acabara de cometer cuando el delincuente sea sorprendido.

Es decir, el sumarísimo es un procedimiento en el que se priva al procesado de todas las garantías de defensa, buscando la rápida e inmediata ejemplaridad, a fin de intimidar con ella a los que en la misma jurisdicción

(Folio 67) estuvieran cometiendo igual figura de delito. Y ni he cometido acto delictivo ni aunque lo fuera el estar en relación y encuadrado en el Ejército contrario del Gobierno, no tendría señalada pena de muerte ni de reclusión ni la ejemplaridad puede invocarse en este instante cuando los sucesos que se enjuician distan ya trece días y además no fui sorprendido, sino que me entregué voluntariamente.

Si no fueren suficientes estas razones para justificar la improcedencia del juicio sumarísimo que se instruye, añadiré además que la Sala sexta no podría entender de él por falta de jurisdicción, puesto que no tiene otra que la revertida del suprimido Consejo Supremo de Guerra y Marina que jamás entendió en un sumarísimo, propio por su naturaleza de las Divisiones o del General en Jefe en campaña. Por el contrario la propia ley articula el juicio ordinario y otro especial para determinadas jerarquías y rangos.

Por lo que procede y

Suplico a V.E. que teniendo por presentado este escrito y por hechas las manifestaciones que en él se contienen se digne acordar: Primero.- Suspender el procedimiento sumarísimo incoado, por ser improcedente, y, en su lugar, tramitar las diligencias de todos los sucesos militares ocurridos en la División de Madrid los días 19 y 20 en un solo sumario, para no romper la continencia de la causa y evitar el quebranto de la recta y buena administración de Justicia, prosiguiendo las actuaciones por los trámites marcados en la Ley para el juicio ordinario o especial ante el Consejo Supremo de Guerra y Marina, hoy Sala sexta del Tribunal Supremo de(Folio 68) Justicia.

Segundo.- Que se me declare prisionero de guerra con todas las garantías que el derecho de gentes, los preceptos del Derecho internacional y las leyes del honor y de la guerra prescriben.

Tercero.- Que en el caso de que el Tribunal Supremo de Justicia mantenga su absoluta independencia de Poder, conservando el rango de Supremo tribunal de la Nación Española, declare faccioso y fuera de la Ley al Gobierno de Madrid, que armó a los partidos marxistas, infringiendo la ley constitutiva del Ejército y lanzando a las masas, pletóricas de odio, al asesinato de gran número de jefes y oficiales y de ciudadanos pacíficos, y al declito de lesa Patria, de atacar con engaños y maniobras condenables a las fuerzas de la guarnición de Madrid; injuria y afrenta hechas a la Nación en el honor y en la carne viva de sus soldados, pues así es de hacer en justicia que pido.

Otro sí digo: Que a los efectos de comprobar debidamente los hechos que transcribo en este escrito procede y

Suplico a V.E. se digne acordar la práctica de todas las diligencias pertinentes, citando y tomando declaración a todos y cada uno de los señores y autoridades que se mencionan en este escrito para el debido esclarecimiento de los hechos sobre los que la Sala habrá de basar su fallo; pues también es así de hacer

(Folio 69) en Justicia que pido en Madrid, cárcel modelo, a 2 de Agosto de 1936.

(Rúbrica) JFanjul


ana karina gonzalez huenchuñir

El juicio por delito de rebelión militar contra el general Fanjul y el coronel Fernández Quintana se celebró ante la Sala Sexta (o de lo Militar) del Tribunal Supremo, en la sala de Justicia de la Cárcel Modelo de Madrid, entre las ocho treinta y las veintitrés treinta horas del día 15 de agosto de 1936.
 Aunque Fanjul compareció con sus atributos de abogado (traje civil y toga), finalmente parece que también asumió su defensa en la práctica el Letrado Sr. Cobián, que llevaba la postulación de Fernández Quintana.



Fernando González Barón.

Magistrado integrante de la Sala VI del Tribunal Supremo, que juzgó y condenó a muerte al general Fanjul, por la sublevación en Madrid, vencida en el Cuartel de la Montaña. Se exilió a México, donde se acercó al entorno prietista de la JARE (La Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles). El gobierno mejicano le reconoció el título de Viceconsul de España en México (de la España del exilio)


Joaquín Fanjul Goñi.

Biografía

Fanjul Goñi, Joaquín. Vitoria (Álava), 30.V.1880 – Madrid, 17.VIII.1936. General de división, diputado a Cortes, abogado.

Su formación estuvo muy condicionada por el peso de una larga tradición militar en su familia. Con dieciséis años ingresó en la Academia de Infantería, donde desarrolló una rápida carrera que le llevó a convertirse, después de su paso por la Escuela Superior de Guerra, en capitán del Estado Mayor del Ejército a partir del 27 de febrero de 1905. Durante los tres años siguientes continuó sumando méritos en una exitosa carrera militar que compaginó con los estudios de Derecho, si bien estos no los culminaría hasta años más tarde. En 1906 publicó la obra: Sociología Militar. Misión social del Ejército.
A partir de agosto de 1909, después de su paso por el Estado Mayor Central del Ejército, fue destinado al Cuartel General del ejército en Melilla. Allí desempeñó diversos cargos y participó directamente en varias operaciones militares, logrando ver recompensados sus esfuerzos con el ascenso a comandante del Estado Mayor por mérito de guerra el 4 de mayo de 1910. Para entonces había obtenido algunas condecoraciones por su participación en varias campañas y combates, destacando la Cruz de Primera Clase de Mérito Militar con distintivo rojo y la Cruz de Primera Clase de María Cristina.

A partir de junio de 1910, una vez creada la Capitanía General de Melilla, fue destinado a esta misma y continuó, desde allí, su labor al frente de los efectivos españoles, participando directamente en campañas sobre el terreno. Durante el siguiente quinquenio cosechó diversos reconocimientos militares, como la Cruz de Segunda Clase del Mérito Militar con distintivo rojo por su comportamiento en la ocupación de Monte Arruit en 1912, o las medallas de Melilla y de África al año siguiente. Y resultó herido leve en las operaciones militares desarrolladas para ocupar la meseta de Tikermin y las posiciones de Tauriat (Uchua) y Sidi-Salem en mayo de 1915; lo que no impidió, al contrario, que siguiera acumulando méritos y el 6 de abril de 1916 fuera nombrado teniente coronel de Estado Mayor, desempeñando al año siguiente el cargo de segundo jefe del Estado Mayor del ejército español en África y volviendo a distinguirse por su labor en campaña, hasta pasar a responsabilizarse de la Secretaría del Gabinete Militar del Alto Comisario de España en Marruecos en enero de 1917. Poco después, desde agosto de este mismo año, ejerció como ayudante de campo del general en jefe Francisco Gómez Jordana. No estuvo mucho tiempo, pues en febrero de 1918 se convirtió en ayudante de campo del general Francisco Fernández Llano, segundo jefe del Estado Mayor Central del Ejército, trasladándose así a Madrid.
Esa carrera militar, vinculada a la acción de las tropas españolas en la guerra de África, no debería llamar a engaño sobre la figura de Fanjul. Porque no fue sólo un militar de éxito, sino que a partir de 1919, una vez establecido en Madrid, inició su participación en la vida política, terreno al que dedicó, primero cuatro años, hasta el comienzo de la dictadura de Primo de Rivera en septiembre de 1923, y luego también, como se verá, durante toda la Segunda República.
Fanjul fue diputado en el Congreso en los últimos años de normalidad constitucional del reinado de Alfonso XIII, tras ser elegido de forma consecutiva por el distrito de Cuenca en las elecciones de junio de 1919, diciembre de 1920 y abril de 1923. Lo logró presentándose como candidato conservador, vinculado al maurismo, el grupo heterogéneo de seguidores del líder conservador Antonio Maura. Estos mantuvieron en Cuenca, a diferencia de otras provincias, una fuerza considerable hasta la ruptura de 1923, si bien dentro de patrones clásicos de movilización clientelar y no en la línea de la modernización competitiva que preconizaban los partidarios de Maura. Por otro lado, la adscripción de Fanjul a estos últimos fue variable, más ligada a una estrategia de oportunidades que de principios, en tanto que en las elecciones de 1920 apareció como candidato electo de los ciervistas, cambiando así la adscripción maurista del año anterior. 

Durante esos cuatro años, en los que estuvo en situación de disponible en cuanto a su condición militar, amén de terminar sus estudios de derecho y empezar a ejercer la abogacía, tuvo la oportunidad de participar directamente en los grandes debates de la política nacional, empezando por los que hacían referencia a la regeneración de la política constitucional y, a partir de 1921, a la depuración de responsabilidades por el desastre militar en Annual. En una conferencia que impartió en el Centro de las Juventudes Mauristas de Madrid el 24 de febrero de 1923, medio año antes del golpe de Primo de Rivera, explicó su posición frente a la cuestión candente en ese momento. El ya experimentado diputado conservador, y por entonces teniente coronel del Estado Mayor, justificó como indispensable la acción española en Marruecos, según él por la misma razón que otros países occidentales velaban por controlar los puntos estratégicos de las rutas comerciales. Pensaba que España, quisiera o no, estaba condenada a verse envuelta en problemas provocados por potencias externas por razón de su situación geográfica. Y ese había sido el caso de Annual, visto por esas potencias con cierto agrado, según su opinión. El problema, para él, consistía primeramente en que los gobiernos españoles no se habían tomado en serio la constitución de un protectorado, limitándose a apoyar la destrucción de las instituciones de la zona pero no poniendo nada en su lugar.
Fanjul, como otros mauristas, explicaba la realidad política con los ojos de un populismo conservador en virtud del cual consideraba la política española enferma. Como advirtió ese mismo día, pensaba que tarde o temprano la “esfera de la realidad nacional” chocaría con la “esfera política” y la destruiría “violentamente”. Lo que demostraba Annual, a su juicio, es que había un problema político no resuelto desde 1898, por no haberse exigido entonces responsabilidades políticas por el “desastre colonial”. Y fruto del mismo era una política militar en la que sólo se luchaba para evitar las bajas, una política cobarde cuyos responsables no eran los altos mandos castrenses sino los políticos. Lo peor, en su opinión, era que liberales y conservadores acabarían pactando una política de “impunidades” que impediría la regeneración nacional. En la línea de otros mauristas que le eran cercanos, el sector de Gabriel Maura y Antonio Goicoechea, Fanjul consideraba que el pueblo demandaba responsabilidades políticas, pero que estas sólo llegarían por una vía revolucionaria, no la de la “revolución demagógica”, decía, sino la de un gran “movimiento” encabezado por el Rey, el ejército y Maura, “en una acción común”.
Esa revolución desde arriba no llegaría, pero en su lugar sí se produciría un pronunciamiento militar que acabaría con la legalidad constitucional y daría paso a más de seis años de dictadura militar. En esas nuevas circunstancias, con las Cortes cerradas, Fanjul se reincorporó a la vida militar. En mayo del año siguiente promocionó a coronel del Cuerpo de Estado Mayor, y pocos meses después volvió a ser destinado al ejército de África. De este modo, en el bienio 1924-26 desempeñó una labor directa como responsable de algunas operaciones militares españolas en la zona. Estuvo presente, por ejemplo, en la liberación de Xauen en el otoño de 1924 o la ocupación de diversos puestos durante el invierno de ese mismo año. A lo largo del año 1925 estuvo al mando de diversas operaciones cuya finalidad principal era agrandar el territorio controlado por las tropas españolas y debilitar la posición de los rebeldes que ponían en peligro las líneas propias. Y durante el conocido desembarco de Alhucemas actuó como director de los servicios de retaguardia, pasando a ocupar desde finales de septiembre de 1925 la jefatura del estado Mayor de la Comandancia General de Ceuta. Esta nueva etapa africanista culminó en el ascenso a general de brigada en febrero de 1926 y nuevas condecoraciones.

Durante los últimos años de la dictadura, ya en la península, se hizo cargo primero de la jefatura del Gobierno Militar de Cartagena, desde comienzos de 1927, y, después, a partir de la primavera de 1928, de tareas relacionadas con la industria militar. Cuando el 12 de abril de 1931 se celebraron elecciones locales e, inesperadamente, se proclamó la Segunda República, se ocupaba de la Dirección General de Preparación de Campaña, cargo en el que estuvo hasta su cese en el verano de ese año. Pero con la llegada de la República y la recuperación de la competencia partidista para la elección de una nueva asamblea parlamentaria, revivió el interés del general Fanjul por la política. Este, haciendo gala de su experiencia previa, no se apartó de la vida pública. En un contexto difícil para la movilización de la derechas, se presentó a las elecciones constituyentes convocadas para el 28 de junio de 1931. Lo hizo bajo la etiqueta de agrario independiente. Pudo capitalizar todavía su influencia y redes de movilización en algunas comarcas de la circunscripción de Cuenca, y logró el acta de diputado, siendo uno de los pocos candidatos agrarios que consiguió buenos resultados en las provincias de Castilla La Nueva, a diferencia de los casos de Toledo o Ciudad Real. De hecho, quedó en el quinto puesto, logrando prácticamente el cuarenta por ciento de los votos (25387 sufragios) y asegurando así uno de los dos puestos de las minorías.
Una vez constituidas las nuevas Cortes, cuya primera misión era elaborar una Constitución, Fanjul se adscribió a la minoría agraria. Era este un grupo muy heterogéneo, formado tanto por antiguos diputados liberales y conservadores de la etapa anterior a 1923, como por representantes del nuevo catolicismo posibilista que en pocos meses pasaría a liderar José María Gil-Robles, monárquicos alfonsinos como Pedro Sainz Rodríguez o incluso integrantes del tradicionalismo carlista como José María Lamamié de Clairac. Presidía la minoría José Martínez de Velasco y la principal función de ésta fue la de actuar como grupo de oposición a la amplia mayoría que formaban los partidos fundadores del régimen, en la que poco a poco fue cobrando más fuerza una entente entre las izquierdas republicanas y los socialistas. Aparte de cuestiones como la religiosa o la educativa, que alcanzaron notable repercusión en el debate constituyente, los agrarios, y por tanto Fanjul, tenía como principal punto en común la defensa de los intereses agrícolas y los derechos de propiedad en el campo, si bien esto chocaba con la doctrina social de la Iglesia que defendían otros integrantes de ese mismo grupo.

Fanjul tuvo una destacada actividad como diputado agrario durante el primer bienio, en un contexto de reorganización de la oposición conservadora frente a la coalición de izquierdas que dejó una fuerte impronta en la nueva Constitución y sus leyes de desarrollo. Intervino a menudo en debates parlamentarios con motivo de cuestiones relacionadas con la propiedad agraria y el mercado laboral, pero también acompañó a otros diputados de su grupo, especialmente Antonio Royo Villanova, en su crítica frontal al proyecto de estatuto de autonomía de Cataluña, una oposición que, en este punto, compartía también con otros diputados republicanos. Entre otros, uno de los puntos que justificaban esa negativa era el relacionado con las implicaciones que tendría la cesión de la competencia de educación a un gobierno autonómico catalán, aspecto en el que los agrarios, como señaló Royo Villanova, estaban convencidos de que se sentarían las bases para educar a los niños en un “separatismo espiritual” que consideraban más peligroso incluso que el “político”. Por lo que hace a Fanjul, el momento más delicado se vivió en la sesión parlamentaria del 6 de julio de 1932 cuando, tras recibir Royo Villanova un insulto por parte del diputado de la izquierda republicana catalana Juan Puig Ferrater, se formó una gran lío en el que algunos diputados socialistas y radical-socialistas se levantaron con la intención de enfrentarse violentamente a Royo y Fanjul -quien había salido en su defensa, según algunos diputados llamando “traidores” a los de la minoría catalana-. La calma se restableció sin que tuvieran que lamentarse males mayores, pero Fanjul, pese a consumir un breve turno en su defensa, fue reprobado por el presidente de la Cámara.
No fue aquella la única ocasión en que el general y ahora diputado agrario hizo gala de un apasionamiento proclive a la acción dentro del hemiciclo. El 7 de diciembre, mientras intervenía en una discusión relacionada con la gestión militar, el diputado socialista Tomás Álvarez Angulo le acusó de haber “explotado el Ejército” en tiempos pasados. Fanjul no dudó entonces en levantarse de su asiento y dirigirse al asiento del anterior, con la intención de vengar la ofensa con las manos. Aunque otros mediaron, no se pudo evitar el enfrentamiento físico, incluso que un diputado socialista, Enrique Botana Pérez, se lanzara a agredir a su vez al agrario.

La política desarrollada por los gobiernos de coalición de las izquierdas republicanas y los socialistas alentó una gran movilización de clases medias y sectores conservadores y católicos del país, sobre la que se desenvolvió una campaña a favor de la revisión constitucional y se instrumentalizó la oposición a la política agraria. Fruto de esa actividad se reorganizó el mundo conservador, fundándose a comienzos de 1933 un nuevo partido católico posibilista, la CEDA, al que Fanjul no se sumó. Pero sí aprovechó la articulación de esa gran oposición al que ellos llamaban bienio “socializante”, para mantener activados a sus amigos políticos en la circunscripción de Cuenca. De este modo, Fanjul, como tantos otros candidatos independientes o cercanos al mundo católico-agrario, pudo cosechar los réditos de la denuncia de la política del primer bienio, especialmente la llevada a cabo por el socialista Francisco Largo Caballero en el ministerio de Trabajo. No obstante, también mantuvo una cierta actividad como abogado en ejercicio. De hecho, tras el fracasado intento de golpe de Estado en agosto de 1932, se hizo cargo de la defensa del teniente general Cavalcanti en el proceso abierto en el Tribunal Supremo contra éste y otros militares implicados en la “sanjurjada”.
A primeros de septiembre de 1933 el gobierno de coalición de las izquierdas, presidido por Manuel Azaña, llegó a su fin. Pero el intento de conseguir la confianza de la Cámara por parte de un gabinete alternativo, presidido por el republicano centrista Alejandro Lerroux, fracasó el 3 de octubre. El presidente de la República disolvió las Cortes y se convocaron elecciones para el 19 de noviembre. Fanjul decidió entonces revalidar su acta por la circunscripción de Cuenca, presentándose como independiente aunque dentro de la candidatura de unidad conservadora, junto con otros dirigentes agrarios, cedistas y monárquicos. En esta ocasión consiguió un resultado mejor que el de 1931, logrando el primer puesto de las mayorías con casi el 64% del voto y superando en cuatro puntos porcentuales al segundo, el conservador Modesto Gosálvez.
Tras las elecciones, se adscribió a la nueva minoría agraria, formada inicialmente por treinta y cuatro diputados, y que buscaba una mayor homogeneidad que en las Cortes anteriores, incluso servir de plataforma para un nuevo Partido Agrario Español. Algunos como el propio Fanjul o Martínez de Velasco, repetían en esa adscripción, a la que ahora se sumaban nuevos diputados, la mayoría de los cuales habían pertenecido a los partidos conservador o liberal durante la Restauración, como Álvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones, o Luis Rodríguez de Viguri.

Sin embargo, el 25 de enero de 1934, al poco de echar a andar las nuevas Cortes, Fanjul anunció su renuncia al acta de diputado. El motivo era la discrepancia con sus compañeros de grupo en la cuestión del régimen. La minoría agraria acababa de hacer pública una nota en la que manifestaba su voluntad de “aceptar el régimen legalmente constituido como expresión de la voluntad nacional” y, si bien seguía sosteniendo la necesidad de revisar algunos preceptos de la Constitución, se mostraba favorable “a prestar su leal colaboración a los Gobiernos de la República que coincidan con sus postulados esenciales, e incluso gobernar si las necesidades nacionales lo exigieran”. Fanjul disentía de ese criterio y arguyó que él no se había presentado ante sus electores sosteniendo esa postura, por lo que no podía seguir como tal si no renovaba su confianza en las urnas. El fondo era la discrepancia interna con quienes, encabezados por los diputados Royo Villanova, Cid o Martínez de Velasco, habían sostenido ese nuevo rumbo que implicaba colaborar con el nuevo gobierno radical antes de comprobar si se rectificaba o no el rumbo del primer bienio -motivo este último en el que residía buena parte del problema-.
Bajo esta nueva situación política y habiendo causado baja como diputado, Fanjul desempeñó, entre agosto de 1934 y abril de 1935, la jefatura del Estado Mayor de la Segunda Inspección General del Ejército. Y a partir de mayo de 1935, la llegada al ministerio de la Guerra del líder de la CEDA, José María Gil-Robles, deparó a Fanjul nuevas oportunidades. El nuevo ministro contó con él para un puesto de confianza, el de subsecretario del ministerio. Desde allí Fanjul acompañó al jefe cedista en su propósito de rectificar lo que consideraba consecuencias nefastas tanto de la reforma militar de Azaña como de la infiltración de las ideas izquierdistas entre la tropa. Gil-Robles conocía su labor parlamentaria y consideraba que no era, según sus propias palabras, una persona con una “postura monárquica a ultranza”. No obstante, Fanjul había entrado en contacto con la Unión Militar Española (UME), una organización fundada inicialmente para la defensa de intereses corporativos, sin un perfil ideológico homogéneo y que no logró sumar a más del diez por ciento de los oficiales, pero que acabaría actuando como plataforma para atraer y conectar a los partidarios de la conspiración en 1936.
Su puesto como subsecretario del departamento de Guerra no significó la parálisis de su actividad política. Así, durante esos meses estuvo pendiente de los electores de su circunscripción y participó en varios actos públicos, como el banquete homenaje que se le tributó el 15 de julio de 1935 en Cuenca con motivo de su ascenso a general de división, Allí expresó su compromiso con la defensa de los intereses comarcales, asunto muy importante en aquella época para mantener movilizados a sus amigos políticos, y se reafirmó en que colaboraba con el ministerio “para salvar a España dentro del régimen”. Antes, el propio ministro, Gil-Robles, también presente, le había agradecido su colaboración para “salvar a España” y “formar un buen ejército”.

En diciembre de 1935 el presidente de la República intentó sacar partido de la crisis del Partido Republicano Radical, que había sido el sustento de todas las combinaciones de gobierno desde diciembre de 1933. Dimitido el gobierno que presidía el independiente Joaquín Chapaprieta, el Presidente se negó a confiar la formación de uno nuevo a Gil-Robles, jefe de la minoría parlamentaria más numerosa. Ambos tuvieron entonces una tensa reunión, tras la cual, Fanjul se puso a disposición del todavía ministro de la Guerra para impedir lo que consideraban un golpe de Estado de Alcalá-Zamora, esto es, la formación de un gobierno sin apoyo parlamentario. En tono “alarmadísimo”, a juzgar por el testimonio de Gil-Robles, Fanjul le aseguró apoyo de las tropas de Madrid para presionar al Presidente. Nada de eso ocurrió porque las consultas con otros mandos no resultaron fructíferas; al parecer, el mismo general Franco se negó a una acción que, sin apoyos suficiente, convirtiera al ejército en árbitro de la política nacional.
Pocas semanas después, Alcalá-Zamora entregó el decreto de convocatoria de elecciones al nuevo presidente del gobierno, Manuel Portela Valladares. Éstas se celebraron el 16 de febrero tras una larga e intensa campaña en la que se puso de manifiesto la polarización de la política partidista después de dos años de gobiernos de centro-derecha y del fracaso de la revolución de octubre de 1934. Fanjul decidió presentarse nuevamente a la lucha electoral. Según algunos indicios, Portela habría intentado apartarle de la candidatura conquense para facilitar la tarea de sus candidatos, especialmente el ministro Álvarez Mendizábal, motivo que, entre otros, explicaría el traslado de Fanjul a la Comandancia militar de Canarias en enero de 1936. Pese a las dificultades, éste último decidió presentarse porque, como aseguró en una carta dirigida a sus electores, no podía negarse al “requerimiento” de formar parte de un “Frente nacional para salvar a España”. Se integró como independiente de la lista conservadora que en Cuenca consiguió derrotar tanto a los candidatos del gobierno como a los del Frente Popular. En esta ocasión quedó tercero, con 53277 votos, por detrás del líder monárquico Antonio Goicoechea y del cedista y antiguo diputado liberal Manuel Casanova.

Tres días después de las votaciones se produjo la inesperada renuncia de Portela al frente del gobierno. Todavía en pleno recuento, el día 19 de febrero se formó un nuevo gabinete presidido por Azaña que rápidamente se dispuso a modificar la composición del alto mando militar. El general Franco fue destituido como jefe del Estado Mayor y enviado a Canarias como comandante militar. De este modo, Fanjul fue a su vez destituido y quedó en Madrid en la situación de disponible forzoso. Aunque presentó su credencial de diputado en el Congreso tras revalidar su puesto, la mayoría formada por los diputados del Frente Popular decidió anular las elecciones en la provincia de Cuenca, alegando tener la “convicción moral” de que se habían producido amaños y coacciones en número suficiente. De este modo, Fanjul perdió el acta.
Antes de eso, su nombre apareció entre los militares que durante las tensas jornadas del recuento, entre el 16 y el 19 de febrero, presionaron al presidente del Consejo para que se declarara el estado de guerra. Al igual que otros altos mandos, pero también el líder conservador Gil-Robles o el monárquico Calvo-Sotelo, Fanjul se mostró alarmado por lo que consideraba una revuelta violenta para alterar los resultados electorales. La iniciativa llegó a ser aceptada por Portela pero chocó de plano con la negativa del presidente de la Republica. Además, según algunas versiones, una vez fracasada la tentativa constitucional de declarar el estado de guerra, Fanjul y el también general Rodríguez Barrio presionaron a Franco el día 18 para la realización de un acto de fuerza. Este último se habría negado tras comprobar los anteriores que no contaban con respaldo suficiente en las guarniciones.
De lo que no cabe duda, en todo caso, es de que Fanjul estuvo implicado en las conspiraciones posteriores. Esta actividad se inició al poco de formarse el nuevo gobierno de  Azaña. La primera reunión importante en la que participó tuvo lugar el 8 de marzo en Madrid. A ella acudieron otros altos mandos del ejército como los generales Mola, Franco, Rodríguez del Barrio, Varela, Orgaz, Villegas, Ponte, Villegas, Saliquet y Kindelan. Se produjo en un contexto de creciente animadversión contra el nuevo gobierno de la izquierda republicana, al que estos identificaban cada vez más como un títere de una ofensiva de las izquierdas obreras que se creía revolucionaria. Aunque hay más de una versión de esa reunión, parece que durante la misma se eligió una junta directora de la que formó parte Fanjul.

Éste tenía entonces su residencia en Madrid y desde la capital desempeñó un papel importante en ese grupo de generales dispuestos a apoyar un movimiento militar, inicialmente comandado por el general Sanjurjo, que vivía en Estoril desde abril de 1934. No compartían una misma idea sobre la finalidad política de esa acción y tampoco estaba claro, desde esa primera reunión, en qué momento y bajo qué condiciones políticas debía producirse, como muestran, entre otros, el testimonio del general Franco. Quizás por eso y porque todavía no habían madurado del todo las opiniones favorables al golpe entre algunos oficiales, su actividad conspirativa durante los meses de marzo y abril resultó poco exitosa. Una primera acción prevista para la tercera semana de abril, y en la que Fanjul se haría cargo de sublevar la plaza de Burgos, no se llevó a cabo, suspendida en el último momento por decisión de su principal responsable, el general Rodríguez del Barrio. No obstante, a partir de ese momento, bajo la dirección más eficaz y decidida del general Mola desde Pamplona -donde este era gobernador militar de Navarra-, la actividad conspirativa se intensificó. Fue en ese momento cuando Fanjul, junto con el general Villlegas, cobró un mayor protagonismo en el desarrollo de la trama en Madrid, si bien el propio Sanjurjo, a juzgar por su correspondencia personal, no tenía mucha confianza en el liderazgo de estos últimos.
Finalmente, el golpe de Estado se inició el 17 de julio. Aunque tuvo éxito en varias provincias, no ocurrió lo mismo en zonas de capital importancia como Madrid o Barcelona, donde los militares rebeldes y quienes les apoyaron fueron derrotados. El general Fanjul protagonizó el levantamiento militar en la ciudad de Madrid. El 19 de julio se presentó en el cuartel de la Montaña, donde estaban concentradas fuerzas y oficiales contrarias al gobierno y donde estaban almacenados varios miles de cerrojos necesarios para utilizar otros tantos fusiles depositados en otros puntos de Madrid, un armamento decisivo en aquellas horas. Allí se hizo con el mando y preparó el bando con el que pensaba proceder a declarar el estado de guerra en la capital. Sin embargo, pronto se vieron rodeados y el cuartel quedó bajo el asedio de milicianos y fuerzas leales al gobierno de la República. Las tropas que los sublevados esperaban en su apoyo, especialmente una columna procedente del campamento de Carabanchel, no llegaron, lo que sumado al inicio del fuego de artillería desde el exterior, se tradujo en la derrota y la rendición en la mañana del día 20. Aunque más de un centenar de los sublevados murieron allí mismo, no fue el caso del general Fanjul, que fue detenido y recluido. A mediados de agosto fue sometido a un Consejo de Guerra, un proceso que alcanzó notable difusión en la prensa republicana. Fanjul se defendió a sí mismo y, a decir de las crónicas periodísticas de la zona republicana, a duras penas aguantó la presión e incurrió en varias contradicciones. Fue condenado a muerte y fusilado a primera hora del día 17 de agosto de 1936 en el patio de la cárcel Modelo.

 

Obras de ~: Sociología militar. Misión social del Ejército, Madrid, Eduardo Arias, 1907.

 

Bibl.: B. F. Maíz, Alzamiento en España. De un diario de la conspiración, Pamplona, Gómez, 1952; M. García Venero, El general Fanjul. Madrid en el Alzamiento Nacional, Madrid, Cid, 1967; J. M. Gil Robles, No fue posible la paz, Barcelona, Ariel, 1968; R.A.H. Robinson, Los orígenes de la España de Franco. Derecha, República Revolución, 1931-1936, Barcelona, Grijalbo, 1973; F. Franco Salgado-Araujo, Mis conversaciones privadas con Franco, Barcelona, Planeta, 1976; M. Alpert, La Reforma militar de Azaña (1931-1933), Madrid, Siglo XXI, 1982; J. Tusell, Historia de la Democracia Cristiana en España, Madrid, Sarpe, 1986, 2 vols.; J. Tusell y J. Avilés, La derecha española contemporánea. Sus orígenes: el maurismo, Madrid, Espasa, 1986; A. Lizarza, Memorias de la conspiración (1931- 1936), Madrid, Dyrsa, 1986; S.G. Payne, Los militares y la política en la España contemporánea, Madrid, Sarpe, 1986; J. M. Martínez Bande, Los años críticos. República, conspiración, revolución y Alzamiento, Madrid, Encuentro, 2003; J. Salas Larrazábal, Historia del ejército popular de la República. Vol I. De los comienzos de la guerra al fracaso del ataque sobre Madrid (noviembre de 1936), Madrid, Esfera de los Libros, 2006; L. T. Gil Cuadrado, El Partido Agrario Español (1934-1936): una alternativa conservadora y republicana, Madrid, Tesis doctoral UCM, 2006; G. Cardona, “El golpe de los generales”, en M. Ballarín y J. L. Ledesma (eds.), La República del Frente Popular, Zaragoza, Fundación Rey del Corral, 2010, págs. 149-163; F. Alía Miranda, Julio de 1936. Conspiración y alzamiento contra la Segunda República, Barcelona, Crítica, 2011; N. Alcalá-Zamora, Asalto a la República. Enero-Abril de 1936, Madrid, Esfera de los Libros, 2011; F. Puell de la Villa, “La trama militar de la conspiración”, en VV. AA., Los mitos del 18 de julio, Barcelona, Crítica, 2013; M. Álvarez Tardío, Gil-Robles. Un conservador en la República, Madrid, Gota a Gota, 2017; M. Álvarez Tardío y R. Villa García, 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular, Madrid, Espasa, 2017.



Comentarios

  1. Se caso con una viuda, doña Manuela Carmena Castrillo, antes de ser fusilado

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