Motín en la fragata Numancia.-a


El motín en la fragata Numancia se produjo la noche del 1 al 2 de agosto de 1911 cuando un fogonero, Antonio Sánchez Moya,1​2​ un artillero y otros doce miembros de la tripulación de la fragata Numancia se amotinaron cuando realizaban labores como acorazado guardacosta en aguas de Tánger.

Introducción 

Los amotinados pretendían declarar la República y amenazaron con bombardear Málaga,y esperaban allí el levantamiento de las fuerzas republicanas, para luego navegar hasta Valencia o Barcelona, donde se esperaba un levantamiento popular que llevara a la república. La actuación del condestable de guardia de la Numancia, el 9 de agosto, fue decisiva para sofocar el motín.
Con posterioridad, en juicio sumarísimo,​ el cabecilla del mismo, Antonio Sánchez Moya, fue condenado a muerte por fusilamiento,​ que se efectuó el 9 de agosto de 1911 a bordo del mismo buque fuera del puerto de Cádiz, en presencia del ministro de marina, mientras se producían tumultos en Cádiz y Barcelona por la actitud de indiferencia del Rey. Otros seis marineros amotinados, Vicente Díaz Rey, Francisco Camus, Gonzalo Moreira, Francisco Beas, Eduardo Gutiérrez y Jesús Ara,​ fueron condenados a cadena perpetua.
La documentación intervenida a los sublevados, provocó el registro de la vivienda del concejal republicano Pedro Román de la Cruz para comprobar si estaba relacionado con el motín.

El fogonero Antonio Sánchez Moya (Mula, Murcia, 1880- Rota, Cádiz, 1911), líder de la sublevación de la tripulación de la fragata Numancia, fusilado el 9 de agosto de 1911 en cumplimiento del veredicto dictado en un juicio sumarísimo celebrado el día anterior.
El 2 de agosto, en la rada de Tánger, un grupo de insurgentes de este buque pretendieron hacerse con el mando del mismo. Su objetivo era encerrar a los oficiales, hacerse con el mando de la nave y marchar rumbo a Málaga para que el resto de la flota se sumase a la revuelta. En caso de que la ciudad no quisiese sumarse a la causa republicana, estaban dispuestos a bombardearla.
Tras ser informado de los acontecimientos por radiograma, el entonces presidente del Consejo y líder del Partido Liberal José Canalejas Méndez (El Ferrol, 1854- Madrid, 1912) ordenó el regreso de la nave mientras que el ministro de Marina José Pidal Rebollo (San Fernando, Cádiz, 1849- Madrid, 1920) partía urgentemente hacia la zona donde se encontraba la corbeta. En público, sin embargo, tanto el uno como el otro de esforzaban en minimizar el alcance del suceso el cual tildaban de hecho aislado protagonizado por “tres o cuatro desgraciados”

Hechos 

“Nuestro corresponsal en Cádiz depositó en San Fernando, el día 4, a media tarde, un telegrama interesantísimo. Ese despacho no llegó a nuestra Redacción: fue interceptado íntegramente…
El Gobierno se impuso una reserva tan extraordinaria en todo lo referente a lo ocurrido en la Numancia, que ni permitió circular los telegramas de Prensa, ni los reporteros que a Gobernación acuden habitualmente encontraron allí el informe más insignificante, ni se sospechó, en fin, que el viaje del ministro de Marina a San Fernando pudiera guardar relación con un grave suceso que nadie, ni remotamente, podía sospechar.
Anoche la censura, si no del todo, abrió algo la mano y les fue permitido a los corresponsales de Cádiz referirse al suceso de la Numancia, no con mucha amplitud, pues más parece que se les ha exigido atenerse a lo que el ministro de Marina tuviera por conveniente contarles” (La Correspondencia de España, 6.8.1911, p. 1).
En efecto, el señor Pidal, ministro de Marina, había viajado en el expreso hasta San Fernando, con el loable deseo de visitar, en su casa de la calle Real, a su hijo enfermo. Pero, sin descartar tal atención, resultó finalmente evidente que marchó para interesarse en primera persona por los graves sucesos de la fragata.
 Así, en la tarde del día 5 permaneció dos horas a bordo de la Numancia, bajando de la nave a las seis y media de la tarde, acompañado por el general Camargo, jefe del Estado mayor de la Armada, y el gobernador civil de la provincia, Luis López. Sin duda, el comandante de la Numancia, Ricardo Fernández de la Fuente, ayudante honorario del rey, le expuso los hechos acaecidos. Presente debía estar también Carlos González Llanos, el segundo comandante, a quien supuestamente los marineros habían tratado de agredir.
 No se entienda por esto que el ministro llegaba dispuesto a tomar las riendas del proceso. Los militares tenían su propia justicia, que era autónoma a las órdenes que pudieran dimanar incluso de la presidencia del Consejo. Se trataba, en cambio, de enterarse de los hechos y atajar cualquier consecuencia negativa para el orden de la nación.

         Así que las preguntas claves para el ministro eran: ¿la insubordinación era un hecho puntual o tenía naturaleza política y podía extenderse a otros barcos de la Armada? Además de los marineros implicados, cuya responsabilidad dirimiría el alto tribunal militar, ¿había civiles formando parte de alguna conspiración republicana?
         La consigna, en todo caso, era restar importancia a lo sucedido. De ahí que sus declaraciones al bajar del barco y ser abordado por un periodista conocido, fueran tranquilizadoras:

“He comprobado cuanto suponía. En la Numancia sigue reinando el gran espíritu de disciplina de siempre. Respecto de los superiores, he apreciado que esa disciplina es inmejorable; pudiera decir brillantísima.
Lo ocurrido encontrándose la Numancia en Tánger fue un incidente que hubieron de provocar tres o cuatro desgraciados. A estos les serán impuestas, por el Tribunal llamado a juzgarles, graves penas.
Digo graves no prejuzgando la cuestión, sino porque las leyes militares son, como es sabido, muy severas” (Idem).

Durante ese período de verano, muchos ministros se encontraban dispersos por lugares diferentes pero, al menos, el señor Canalejas permanecía en su puesto recibiendo cada noche a los periodistas que quisieran alguna información. De ahí que el día 5, tras las primeras noticias que alcanzaron las redacciones, un grupo numeroso de reporteros esperara para ser recibido por el presidente del Consejo.
Éste mostró una actitud colaboradora, negando cualquier forma de secretismo en cuanto a la información. Indudablemente, tranquilizado por no enfrentarse a un movimiento revolucionario a la portuguesa y confiado en la fidelidad de la Marina a la monarquía, quiso restar importancia a lo sucedido. Para ello enarboló un telegrama del ministro de Marina, que le había dirigido aquella misma tarde.

Se hablaba en él de “un delito militar de disciplina interior del buque” carente de importancia y protagonizado por un fogonero, un artillero y doce marineros, que serían castigados con arreglo a las leyes. A continuación se mencionaba el “absoluto y perfecto estado de disciplina en todos los buques de la Marina” añadiendo incluso, con cierto atrevimiento, que la opinión pública no daba importancia al suceso.

“El hecho no tiene conexión ninguna con partido político, ni obedece a tendencia de propaganda determinada. Es sólo una insubordinación de carácter militar, sin que hasta ahora se sepa la causa que la motivó. No tiene lo ocurrido ninguna importancia, añadió el Jefe de Gobierno” (El País, 6.8.1911, p. 1).
 No era, como se temían, el comienzo de una insurrección generalizada de la Marina, no había ningún partido político detrás ni elementos civiles que alentaran el motín. Bien era conocido que la Conjunción Republicano-Socialista, que había nacido dos años atrás, resultaba un elemento importante dentro del agitado mundo político de la época. Canalejas había encabezado el partido liberal como la mejor opción de la monarquía tras la caída del gobierno Maura, su mala gestión de la Semana Trágica de Barcelona, y el intermedio de un Segismundo Moret desacreditado para encabezar las fuerzas liberales.

El problema de los republicanos hasta 1909 era que habían constituido una amalgama de fuerzas y tendencias muy heterogéneas. Los terribles sucesos de Barcelona habían conducido a que Solidaridad Catalana ascendiera firmemente en la política, defendiendo un federalismo en sintonía con la clase burguesa y empresarial catalana.

 Una parte del republicanismo optó por aliarse con esa nueva fuerza, pero los republicanos más a la izquierda prefirieron buscar a un partido socialista que, pese a la tradición marxista encarnada por Pablo Iglesias, trataba de adaptarse a los nuevos tiempos aliándose con fuerzas no estrictamente proletarias, intentando ampliar su poder y su presencia en la arena política.
En ese sentido, Canalejas encabezaba el partido liberal pero, al tiempo, y entre fuertes críticas del conservadurismo e incluso algunos grupos dentro de sus filas, tendía puentes hacia esta Conjunción republicano-socialista. En esas circunstancias y con el ejemplo portugués tan cercano no era de extrañar que existiera algún tipo de movimiento republicano en relación con la Armada.
En ese mes de agosto, por ejemplo, volvían las manifestaciones obreras a las calles de Lisboa, reclamando que se contemplase en la Constitución que entonces se discutía, el derecho de huelga. El malestar era acusado porque la izquierda temía que la nueva República se aliase con los poderes de la burguesía en detrimento del proletariado. De ahí que, ante el tumulto frente al Parlamento, el mismo Machado dos Santos, de considerable prestigio, se viera obligado a refugiarse en el interior del edificio cuando intentó tomar la palabra para calmar los ánimos de los manifestantes.
Canalejas procuraba no verse implicado en ningún movimiento subversivo de raíz monárquica, algo que se había constatado claramente en la frontera con Galicia y en la existente en Badajoz. Se hablaba de contrabando de armas para un levantamiento que restaurase el régimen tras un año de convulso republicanismo, algo desmentido por el gobierno español, que se cuidó mucho de relacionarse con estos intentos.
 En esas circunstancias, no tendría nada de excepcional que las fuerzas republicanas españolas, con el diario “El País” como órgano de expresión, se mantuvieran alertas frente a la acción gubernamental, al tiempo que elementos radicales se sintiesen tentados de dar un paso más inmediato hacia la instauración de un régimen republicano en España.
El Señor Pidal, ministro de Marina, al día siguiente de su llegada a San Fernando, revistó las fuerzas del Pelayo y del crucero Cataluña. Se quería asegurar del control político de la situación y la ausencia de nuevos incidentes. Para ello, tras escuchar vítores al rey en cada tripulación, las reunió para arengarlas.

“Ha elogiado la disciplina y el valor demostrados siempre por la Marina española y su excelente comportamiento… Luego ha dicho el señor Pidal que se complacía en reconocer la inquebrantable adhesión de la Marina al Rey y la gratitud que aquella guarda al Jefe de Gobierno por cuantas resoluciones han sido adoptadas a favor de la Marina [el día anterior había mencionado nuevos planes de construcción naval en San Fernando].
En sus arengas ha aludido el señor Pidal al suceso de la Numancia, calificándolo de ‘obra de cuatro locos, de cuatro desgraciados ilusos, que sufrirán todo el rigor de la ley’…
Las frases del ministro, según me dicen, han entusiasmado a las tripulaciones del Pelayo y el Cataluña” (La Correspondencia de España, 7.8.1911, p. 1)

 Ese “según me dicen” revela que a bordo de estos barcos no había ningún reportero presente para dar cuenta de la arenga y las actitudes tomadas por las dos tripulaciones. En todo caso, el ministro parecía satisfecho tras reconocer la lealtad de los restantes barcos de la escuadra. A fin de cuentas, él había sido comandante de la Numancia durante dos años y sentía como algo propio, como una traición a su pasado glorioso, lo que había sucedido.
De manera que sólo quedaba encarar el juicio sumarísimo contra los acusados que permanecían en el Castillo de las Cuatro Torres. Pero antes habremos de abordar los hechos que se juzgarían, tal como fueron manifestándose a lo largo de los días de forma parcial y, en ocasiones, interesadamente equivocada.

La información fue confusa y parcial sobre los hechos que habían desencadenado la alarma del gobierno y la Armada. Se calificaron de insubordinación, es decir, de no acatamiento de órdenes, de indisciplina, en suma. Era un intento de minimizar el conato de motín, una acción armada contra la autoridad del barco.
 Si lo sucedido resultaba confuso para los periodistas, el número de implicados aumentaba su desorientación. Como luego quedaría claro, había un inductor, el fogonero Antonio Sánchez Moya, y varios cómplices, hasta un número de seis. Sin embargo, casi veinte más serían acusados de haber colaborado más o menos activamente en el motín. Esos fueron los datos finales, aunque en principio se llegó a hablar de hasta 80 implicados dentro de una tripulación de 350 hombres en la Numancia.
 El secretismo de la Marina, con el que colaboraron el ministro señor Pidal y el jefe del Gobierno, la falta de publicidad de lo desarrollado durante el juicio, causaron auténticas dificultades a los reporteros en el momento de explicar los hechos acaecidos valorando su gravedad.
Aquel era un incidente enojoso para todas las autoridades, que se aliaron para silenciarlo y liquidarlo en el menor tiempo posible. Canalejas sólo reconoció el abierto carácter republicano del motín cuando el fusilamiento fue dado a conocer y hacía falta justificar una sentencia tan severa de los implicados.
Antes de eso, el presidente del Consejo se rodeó de ambigüedades aduciendo un desconocimiento del que estaba lejos. Era preferible minimizar lo sucedido, reducirlo a un mero acto de insubordinación frente a la autoridad del barco “por tres o cuatro locos”. De hecho, las primeras informaciones que se vio obligado a filtrar se relacionaban con el malestar de algunos marineros porque el segundo comandante, algo severamente, les había impedido bajar a tierra desde hacía tiempo.
Aquello fue cosa de cinco minutos, seguían manifestando las autoridades. Unos marineros que se enfrentan a un suboficial, por supuesto sin agresiones ni empleo de armamento, y éste les reduce con ayuda del oficial de guardia. Con estas explicaciones no resultaba extraño que el diario republicano por excelencia saliera al paso de los rumores existentes sobre las severas penas que anunciaba el ministro:

La insurrección ocurrida a bordo del Numancia ha carecido de importancia, pero dentro de horas se fusilará en Cádiz a unos hombres. ¿A cuántos? A un alto personaje se le fue ayer una cifra: ¡A cinco! El suceso, por lo demás, ha carecido de importancia…
No entendemos cómo de un hecho sin carácter político, que no produjo lucha, ni causó víctimas y que, según dicen y repiten el presidente del Consejo y el ministro de Marina, careció en absoluto (así, en absoluto) de importancia, se derivan penas tan terribles. No lo entendemos. ¿A qué el misterio sobre las causas originarias del suceso?” (El País, 7.8.1911, p. 1)

         Como decimos, el decidido carácter republicano del motín no sería reconocido por Canalejas hasta el mismo día del fusilamiento, cuando los reporteros le requerían sobre la gravedad de los sucesos y cómo un presidente que abogaba por la abolición de la pena de muerte, se había conformado con el dictamen de los jueces militares.

Fue entonces cuando se supo que Antonio Sánchez y sus seis compañeros tenían reuniones clandestinas en el sollado de la nave, que bajaban con la mayor frecuencia posible a tierra para ponerse en contacto con elementos republicanos y asistir a comités del mismo carácter político. Precisamente, durante la estancia de la Numancia en Lisboa, la actividad entre los implicados se había acrecentado.
 Sin embargo, puede que las primeras informaciones, que mencionaban un cierto malestar con el segundo comandante, Carlos González Llanos, tuvieran parte de razón. Se dio la información de que la nave permanecía desde hacía un mes en la bahía de Tánger sin que la marinería hubiera podido bajar a tierra. ¿Fue un exceso de severidad por parte del mencionado comandante?
“Si se ahondara en todos estos delitos contra la disciplina y la debida obediencia, quizá se dedujera que en no pocos de ellos, el abuso del mando, la falta de don para ejercerlo enérgica, pero prudentemente, la de no dar el ejemplo, las intemperancias e inoportunidades, el exceso de celo, el de hacer méritos, etc… etc… pueden ser origen de faltas o delitos que aún cuando deben ser severamente castigados, también exigen que se ponga el correspondiente remedio para evitar su repetición y los severísimos castigos que son consecuencia de aquellos” (El País, 9.8.1911, p. 1).
Sin embargo, un exceso de severidad por parte del segundo comandante no habría motivado ese levantamiento si no existiera un caldo de cultivo, un ambiente republicano entre algunos de los integrantes de la tripulación. El proyecto de insurrección armada existía, pero la prohibición de bajar a tierra tal vez sirviera simplemente de detonante de una situación que habría de manifestarse por algún lado.

De esa manera, sobre las doce y media de la noche, cuando gran parte de la marinería dormía plácidamente y sólo quedaba un oficial de guardia, el alférez de navío Joaquín Alfonso de Luna, y dos condestables a cargo del barco, Antonio Sánchez y seis compañeros abrieron el pañol de municiones y se hicieron con fusiles y munición.

 Su propósito evidente era apoderarse del barco pero sin disparar un solo tiro y sin agresión alguna. Lo primero que hicieron fue bajar al sollado donde dormían los demás y despertar a un grupo numeroso de ellos, unos veinte, diciéndoles: “¡Levantaos, coged los fusiles, que vienen los moros!”. Saliendo de su sueño los marineros, espantados, cogieron sus armas y subieron confusos a cubierta, preguntándose unos a otros qué sucedía. Ésa fue al menos la versión oficial de los hechos para disculparles de su acción. El ministro, sin embargo, dejó escapar la existencia de marineros “ingenuos, soliviantados por otros” que parece sugerir algún conocimiento acerca de lo que estaba sucediendo.

 En todo caso, a cubierta acudió el condestable Francisco Fernández Pastoriza, de San Fernando, que les preguntó qué hacían armados allí: “¿Qué es eso? ¿Dónde vais armados a estas horas?”.

Uno de los amotinados le respondió:

- Déjenos usted que vamos arriba…, con usted no va nada.

Hubo un duro intercambio de palabras y el condestable, finalmente, fue a avisar al oficial de guardia, un joven alférez llamado Alonso Luna, de Cartagena, hijo que era de un contador de navío fallecido en Cuba. Éste actuó con energía sembrando la desorientación entre los marineros que se habían visto implicados en el motín.
Las informaciones insistían en que el enfrentamiento se había resuelto en cinco o diez minutos. Puede que fuera breve, efectivamente, pero no dejó de ser duro. Bastante tiempo después, el 19 de agosto, se mencionó en el diario conservador “La Época” que el teniente coronel Silvestre, desde el Alcázar de Toledo, había hecho una colecta para sufragar la imposición de la laureada de San Fernando a dos marineros del Numancia: Domingo Díaz Navalta, por haber luchado contra el instigador del motín, Antonio Sánchez, desarmándole al amenazarle con una bayoneta; también Elías Bernal Fernández, por luchar contra el marinero Gabriel Gálvez, quitándole el fusil que éste se resistía a entregar.
Hubo pues, forcejeos y enfrentamientos. El condestable Francisco Pérez Tejerina, de un pueblo de Granada, fue condecorado también por su acción frente a los veintitantos marineros que se encontraban, indecisos, frente a él. La clave del asunto es que no se disparó un solo tiro. A los amotinados les faltó el valor para hacerlo y llevar su insurrección hasta las últimas consecuencias. A ello se unía la indecisión del resto de los marineros que supuestamente habían despertado alarmados y que, ante los enérgicos requerimientos de sus oficiales y suboficiales, entregaron los fusiles que llevaban.
Indudablemente, fue un grave suceso de insurrección armada frente a las autoridades del barco. Los instigadores hubieron de ser, en algún caso, desarmados. No sería hasta el juicio cuando los planes de la célula anarquista y republicana inicial quedaron desvelados. El propósito de los amotinados consistía en apoderarse del barco sin empleo de violencia.
Con ellos al mando llegarían a Málaga, conminando al resto de los barcos de la escuadra a proclamar la República, sometiéndose las autoridades civiles de la capital andaluza ante la amenaza de bombardear la ciudad. A partir de ahí, el Numancia viajaría a Barcelona provocando el levantamiento de las fuerzas republicanas cuyo empuje causaría el cambio de Régimen.
 ¿Qué sentiría Antonio Sánchez aquella oscura noche del tres de agosto?
Se vería invadido por la exaltación de una acción que ya no tenía vuelta atrás. Me la juego, debió decirse, es ahora o nunca, vamos a volver todo del revés. Pensaría en los compañeros con los que se deslizara hasta el pañol de armamento, ya que los fogoneros no podían ir armados; el descerrajar el candado para acceder a un fusil cada uno, marchar hasta el sollado, donde se escucharía la respiración de los marineros. ¿O algunos permanecían despiertos en espera de una acción inmediata?
Recordaría la aparición del condestable, la amenaza de que no avisara al oficial de guardia, la indecisión de si dispararle para que no lo hiciera. Antonio Sánchez era un soñador, alguien alocado e imprudente, que quiso hacer un sueño realidad, por encima de unas condiciones que no se lo permitían. Pero no era un asesino, nunca lo fue. Ni siquiera en ese momento decisivo, cuando había de disparar para traspasar una barrera que no admitía el retroceso, se decidió a romper con su naturaleza de hombre incapaz de violencia.
Luego la llegada de otros oficiales en medio de la oscuridad, sólo atenuada por las luces del puerto cercano. Preguntas incrédulas primero, órdenes tajantes después. Ver a los demás que iban entregando las armas, acobardados, confusos. La sensación de que él, el instigador de esta revuelta, no había sido capaz de ir más allá de la agitación del primer momento. Finalmente un marinero que le conmina a que entregue su fusil y él se resiste, el primero le amenaza colocándole la bayoneta en el pecho y Antonio que sigue resistiéndose a disparar, sabiéndose vencido, su sueño abortado, la ilusión de ser un nuevo Machado dos Santos, caída por la cubierta del navío del que ni siquiera supo apoderarse. El autor del levantamiento republicano que iba a galvanizar a la nación entera, entregando su arma, derrotado, a un simple marinero que continuaba amenazándole.
Si el señor Canalejas temía un levantamiento republicano, mayor era su temor a interferir la acción del Ejército o la Armada. El mismo día que se celebró el juicio sumarísimo contra los veinticinco implicados, salían en el periódico unas manifestaciones del presidente del Consejo donde, materialmente, se lavaba las manos de lo que pudiera suceder en aquel tribunal.
Ha dicho… que no tiene más noticias que las facilitadas a la Prensa, y que él solamente, por estimarlo obligación suya, preguntó si el suceso tenía trascendencia para el orden público, o si podía haber alguna conexión entre sus promovedores y otros elementos armados. Que se le contestó por el ministro de Marina que ninguna, y sí solamente se limitaba la importancia del suceso a la que en sí tenía como un acto de insubordinación militar” (La Correspondencia de España, 8.8.1911, p. 1).
 Tras delimitar con claridad cuál era su interés (el orden público, la posibilidad de una conspiración política) y, comprobando que estos hechos no se ajustaban a tales extremos, se declaraba incompetente:
“Ha hecho constar que a esa parquedad del ministro de Marina estaba reconocidísimo, y que él no tenía para qué hacer otras preguntas, porque sería inmiscuirse en las funciones de los Tribunales, confundiendo con ello los poderes y olvidando la independencia que en su funcionamiento deben tener, sobre todo tratándose de un procedimiento sumarísimo.
‘Proceder de otra manera sería en mí faccioso y contribuiría a una perturbación en la vida pública. Incurriría en una verdadera temeridad. Háblase –añadió- de fusilamientos. Yo nada sé en estos momentos ni nada tengo que preguntar’” (Idem).
 Ante tal actitud resultaba inútil cualquier petición de indulto, perdón y hasta de piedad, como clamaban diversas instituciones y periódicos. Ante la constancia de que varios de los máximos implicados eran de una determinada región, el presidente del Centro gallego acudió a entrevistarse con Canalejas, al igual que los concejales republicanos de la capital española. Las peticiones de indulto de los posibles condenados se estrellaban ante el convencimiento personal del presidente de que resultaba adecuada la abolición de la pena de muerte pero no en los casos de insubordinación militar. En todo caso, se estaba a la espera de presentar un proyecto en tal sentido en el Parlamento, algo que no llegaría a hacer en el año que le quedaba de vida y de gobierno.

 La razón de esta actitud hay que buscarla en unos sucesos ocurridos a finales de noviembre de 1905 en Barcelona. La arriesgada visita del año anterior de un joven rey Alfonso XIII a la capital catalana había sido un inesperado éxito pero lo cierto es que, en las elecciones municipales de noviembre del año siguiente, la Lliga había triunfado sin paliativos.
 Los concejales electos fueron a celebrar su victoria con un banquete en el Frontón Central, circunstancia que fue aprovechada al día siguiente por el diario satírico Cu-cut! para mofarse de un oficial de caballería que asistía desde fuera a la celebración.
Dos días después trescientos oficiales marcharon desde la plaza de Cataluña hasta la imprenta y redacción de la revista para destrozar la puerta a hachazos, las máquinas y todo el material contenido en ambos lugares. El rechazo militar a los sentimientos catalanistas se traducía en un claro atentado a la libertad de expresión. El intento canovista de que el Ejército decimonónico, protagonista de tantas asonadas, se quedara en los cuarteles, se revelaba fracasado.
 El gobierno de Montero Ríos se vio desbordado por el movimiento simpatizante que comenzaba a presidir los distintos acuartelamientos del país. Tras suspender las garantías constitucionales en Cataluña, incapaz de contener esa marea que amenazaba claramente con un golpe de estado, presentó su dimisión al rey.
 El gabinete liberal de Segismundo Moret, que le sucedió, adoptó una posición prudente y conciliadora, a instancias del monarca. El general Luque, nuevo ministro de Guerra, fue visitando los principales cuarteles pidiendo calma y prometiendo satisfacción a los militares. Esta promesa se tradujo en la que sería ampliamente criticada Ley de Jurisdicciones.
Según ella, un sector social, el Ejército, se hacía garante jurídico del patriotismo, pudiendo juzgar por vía militar a todo aquel civil que, por sus actos, atentara contra tal concepto. La oposición republicana, un vibrante artículo en contra de Unamuno, no fueron capaces de cambiar la situación. Pocos años después, en 1909, la Semana Trágica de Barcelona sería el escenario de una rigurosa aplicación de la ley de Jurisdicciones, con el fusilamiento en el castillo de Montjuich de cinco personas consideradas responsables por los tribunales militares, entre ellos Ferrer Guardia.
Desde entonces, los gobiernos conservadores y liberales tuvieron un gran cuidado de no inmiscuirse en los tribunales militares, máxime cuando la falta tenía lugar dentro del ámbito castrense. Ésta es la explicación de la actitud de Canalejas ante el suceso de la Numancia.
 En todo caso, habría de celebrarse el juicio sumarísimo que permitía el Código militar.

“Según el 365, la sentencia que el Consejo pronuncie en juicio sumarísimo será firme si la aprueba la autoridad jurisdiccional con su auditor… La sentencia se ejecutará sin dilación…
Según el artículo 44, ha de ponerse en conocimiento del Gobierno la sentencia; pero podrá ejecutarse desde luego cuando la pena de muerte recaiga sobre el delito de rebelión o sedición cometida por individuos de la Armada o del Ejército” (La Correspondencia de España, 8.8.1911, p. 2).
 En estas circunstancias vuelve a cobrar protagonismo el principal acusado como instigador de la revuelta: Antonio Sánchez Moya. Se localizaron diversas cartas que había enviado a otros miembros de la Armada en barcos diferentes instándoles a realizar acciones conducentes a la proclamación de la República. Curiosamente, al saberse de su detención, los que habían recibido tales cartas se precipitaron a ponerlas en manos de sus mandos más inmediatos. Se hablaba incluso de alguna correspondencia establecida entre el fogonero y algún diputado republicano del Parlamento nacional, pero el comentario no pasó de un rumor.

         Junto al fogonero se alineaban otros acusados como él de haber protagonizado el motín:

- Gonzalo Toreira, marinero gallego, de 26 años, soltero. Por diversas faltas en el servicio, se había prolongado su servicio durante dos años.

- Jesús Ara, marinero gallego, de 23 años, casado y con dos hijos.

- Antonio Abad, marinero calafate original de Galicia, como los anteriores, también con recargo en el servicio por diversas faltas que había tenido que purgar en el Castillo de las Cuatro Torres.

- Francisco Baeza, fogonero de 23 años, natural de la población onubense de Ayamonte, a punto de terminar su servicio en la Armada.

- Francisco Gálvez, fogonero de segunda clase, también de Ayamonte, y de la misma edad que el anterior, 23 años, del que tal vez fuera compañero de juventud.

Todos ellos buscaron subterfugios durante el juicio para eludir su responsabilidad, algo que molestó a Antonio Sánchez, llegando a reprocharles su cobardía y el no defender con gallardía las ideas que les habían llevado hasta allí. Aquellos compañeros fogoneros, los marineros tan jóvenes, alguno con mujer e hijos, debieron agachar la cabeza y procurar el perdón del tribunal aduciendo haber estado equivocados, no tener claras las intenciones del amotinamiento, desconocer en qué consistía.
La situación también era dudosa entre los casi veinte marineros que habían tomado sus armas y subieron a cubierta. La excusa de que pensaban ser atacados por los moros les permitió disponer de una salida airosa. Según el tribunal, podía sospecharse que entre ellos hubiera miembros que habían colaborado con mayor conocimiento del que decían tener. En todo caso, se les exculpó no sin obligarles, como a toda la tripulación del Numancia, a presenciar el fusilamiento que habría de tener lugar.
Finalmente, los cinco implicados fueron condenados a cadena perpetua. Nada más se sabrá de ellos, posiblemente liberados veinte años después, al proclamarse la República. La condena a muerte recayó solo en Antonio Sánchez Moya, que había rechazado cualquier atenuante y no se había cansado de defender sus ideas republicanas ante el tribunal.

Al decir de las crónicas, recibió la sentencia sin inmutarse, firmándola al tiempo que manifestaba no tener nada que reclamar ante la justicia militar. Sí pidió hablar con el comandante de la nave en la privacidad de su celda. Allí, una vez solos, le pidió perdón “por los malos ratos que le había causado”. Ricardo Fernández de la Puente le estrechó la mano respondiéndole: “Que Dios te perdone, como te perdono yo”.
Tras cenar durmió unas horas hasta que a las dos de la mañana le trasladaron a una capilla provisional instalada en la batería de popa. Junto a él transcurrieron sus últimas horas su defensor, el teniente Ristori, el juez del tribunal Francisco Márquez y el capellán de la nave, Alberto Pella. Es de imaginar que su mujer, en Cartagena, estaría enterada de lo que esperaba a su marido pero su pobreza y lo hermético de la Armada, le impidieron trasladarse allí para estar las últimas horas con él.
Cuando ya se había hecho de día, el Numancia salió al mar desde la Carraca, llegando junto al resto de la escuadra que aguardaba en la bahía gaditana. Hasta la antigua fragata no llegaba la expectación del pueblo de Cádiz asomado a las murallas, oteando aquella trágica reunión de los barcos de la escuadra.
Antonio Sánchez salió de la capilla esposado, con evidentes signos de flaqueza de ánimo. Los periódicos guardan un discreto silencio sobre cualquier otra circunstancia, pero sí dejan entrever un derrumbamiento del condenado en su última hora, frente al piquete de ejecución que esperaba en la cubierta del Numancia.

¿Qué vio el condenado poco antes de morir?

Deslumbrado por el fuerte sol del mediodía en un día de agosto, cuando sus ojos se acostumbraran al brillo vería, junto a la nave, varias otras reunidas, a la espera de que se consumara la ejecución. Los veinticinco procesados, cinco de los cuales habían sido sus compañeros durante año y medio en el día a día de la vida a bordo, permanecían firmes a un lado, mirándole. El resto de la tripulación se alineaba detrás, la oficialidad en la cubierta superior.
¿Quién no sentiría su ánimo flaquear en tales circunstancias? Quedaba atrás la valentía en la defensa de sus ideas, la gallardía con que reprochaba a sus antiguos compañeros no estar a su lado en aquel momento, haberse acobardado ante la inminencia del castigo. Frente a él sólo quedaba un grupo de cinco marineros que ya le apuntaban, esperando la orden de abrir fuego.
El público que a miles se arracimaba en el parque Genovés, en la Alameda Apodaca, creyeron escuchar una salva de disparos desde la cubierta del Numancia. En ese momento, Antonio Sánchez entraba en la historia para quedarse en ella para siempre. El anarquista que leía febrilmente en Cartagena, junto a su esposa, el republicano que bajaba en cuanto tenía ocasión, sobre todo en Lisboa, para escuchar con ánimo inflamado de esperanza el advenimiento de un nuevo régimen de libertad, caía sobre la cubierta del Numancia con cuatro disparos en la cabeza y uno en el cuello, fulminado.
Se hizo el silencio. Tal vez cinco compañeros sintieran el ánimo roto, como si alguno de esos disparos hubiera sido para ellos, pensando seguramente en que de buena se habían librado, pese a la severa condena impuesta.
Alguien mandó arriar la bandera de proa, otro oficial ordenó recoger el cadáver y trasladarlo bajo la cubierta, a la espera de que pudiera ser enterrado inmediatamente en el cementerio del Arsenal de la Carraca.
Ahora es muy difícil llegar hasta donde pueda reposar su cuerpo. La Marina permite las visitas a la Carraca pero en grupo, con un guía externo y a través del Patronato de Turismo de San Fernando. Se puede visitar el antiguo Parque de Artillería, el Castillo de las Cuatro Torres. De continuar en aquel lugar, y no tenemos constancia de ello, nadie visita la tumba de Antonio Sánchez Moya. Ha pasado un siglo de aquel desgraciado suceso de la Numancia, tiempo pasa...


 Fragata blindada

La Numancia fue una fragata blindada de la Armada Española construida por la compañía francesa Forges et Chantiers de la Mediterranée en los astilleros de La Seyne, Tolón. Supuso el primer intento de devolver a España al círculo de las principales potencias navales a nivel mundial, a mediados del siglo XIX tras la debacle de Trafalgar. Recibió su nombre en recuerdo de la gesta de los habitantes celtíberos de Numancia, en las cercanías de la actual Soria, frente al invasor romano.1​ Fue el segundo de los tres buques de la Armada Española en portar dicho nombre.
La idea de la protección de los buques de guerra ya se tomó en 1782 por parte de España durante el sitio de Gibraltar. Posteriormente fue secundada con no demasiado éxito hasta que se construyó la primera fragata blindada del mundo en 1859: La Gloire, la cual abrió paso a la carrera armamentística de las naciones dominantes del momento y significó el golpe de gracia para los navíos de línea como punta de lanza en las flotas.
La renovación naval fue global y España vio una oportunidad de oro para recuperar su prestigio y lugar en los mares tras la batalla de Trafalgar en 1805. Una ocasión sintetizada en la imagen de una imponente flota de fragatas que la convertiría en la cuarta potencia naval del mundo. Sin embargo, la necesidad gubernamental de armarse rápidamente cogió a los astilleros españoles todavía anclados en la construcción naval tradicional y por ello la construcción de la mayoría de las unidades blindadas se encargó a astilleros situados fuera de España.
La Numancia tuvo su origen en abril de 18622​ tras la firma en Madrid de un contrato con la Sociedad Forges et Chantiers de la Mediterranée, encargándose su construcción a los astilleros La Seyne de Tolón.2​ Se empezó a trabajar en ella en septiembre de ese mismo año, y el 19 de noviembre de 18632​ el obispo de aquella localidad bendjo su botadura.3​ Las pruebas de navegación y el ensayo de su armamento se llevaron a cabo durante la travesía desde el astillero francés hasta Cartagena, donde arribó el 20 de diciembre de 1864,3​ considerándose excelentes, recorriendo las 472 millas náuticas que les separan en 43 horas.4​ El coste de su construcción ascendió a 8 322 252 pesetas, una cantidad fabulosa para la época.

Características

Su casco, que estaba completamente construido con planchas de hierro unidas por dos millones de remaches,5​ tenía una eslora de 96,8 m, una manga de 17,34 m, un puntal de 8,7 m, y para un desplazamiento en carga de 7500 t, presentaba un calado medio de 7,90 m.5​ Su casco finalizaba a proa en un agudo espolón.
La coraza, de 1355 t, estaba asentada sobre un almohadillado de madera de teca y estaba formada por planchas de hierro que cubrían desde 2,3 m bajo la línea de flotación hasta la altura de la cubierta alta, con un espesor de 130 mm en la parte inferior, 120 mm en la superior. Tanto las superiores como las inferiores tenían 10 mm menos de espesor en los extremos de popa y proa.7​ Asimismo, contaba con dos torres elípticas de madera, una a proa y otra a popa, reforzadas con planchas de hierro de 120 mm para el timonel y el comandante.
Su propulsión corría a cargo de una máquina de vapor de biela en retorno de M. Dupuy de Lôme, con dos cilindros horizontales de ø2,14 m y una carrera de 1,5 m, alimentada por 8 calderas. Con un una potencia de 1000 caballos, esta máquina accionaba una hélice de bronce de cuatro palas de ø6,35 m y un paso de 8,5 m,8​ que transmitía una potencia total de 3700 cv indicados.
Asimismo, la Numancia disponía de un aparejo de fragata con una superficie vélica de 1846 m², quedando por tanto a medio camino entre los escasos 1100 m² de La Gloire y los excesivos 4497 m² de velamen del HMS Warrior.

Historia 

Fue un buque con una dilatadísima vida, que participó en prácticamente todos los hechos navales reseñables de la historia de España del último tercio de siglo.
El 8 de enero de 1865 zarpó desde Cartagena con rumbo a Cádiz, a donde arribó el día 11 del mismo mes.10​ Allí tomó el mando el capitán de navío Casto Méndez Núñez.​ Fue destinada inmediatamente a la escuadra del Pacífico, en un viaje que presagiaba lo peor debido a las negativas experiencias de franceses e ingleses con sus novísimos buques acorazados en viajes largos. Se inició la expedición el 4 de febrero de 1865, desde el puerto de Cádiz.
Tras carbonear en San Vicente el 13 de febrero arribó a Montevideo el 13 de marzo,​ de donde partió el 2 de abril con rumbo al estrecho de Magallanes acompañado del vapor de ruedas Marqués de la Victoria, que debía acompañar a la Numancia hasta el estrecho para proveerla de carbón. Llegó a Valparaíso el 28 de abril 16​ y encontró en dicho puerto a la corbeta Vencedora, que le indicó que la escuadra española se encontraba en el Callao, puerto al que arribó el 5 de mayo de 1865.
El 17 de febrero de 1866 zarpó junto a la Blanca desde Valparaíso con rumbo a las islas Chiloé,18​ donde fondearon el 27 del mismo mes en Puerto Low, el 1 de marzo en Puerto Oscuro​ y el 9 en la bahía de Arauco,​ La Blanca apresó esa misma tarde un vapor de ruedas Paquete del Maule.​ y, al día siguiente, otras dos barcazas de carbón, tras lo cual, el 12 de marzo, los cinco buques emprendieron retorno a Valparaíso, llegando la Numancia y el Paquete Maule el 14 de marzo y el resto de buques al día siguiente.
La fragata blindada estuvo presente en el bombardeo de Valparaíso (Chile) del 31 de marzo de 1866,donde dio la señal de que faltaba una hora para iniciar el cañoneo con ocho disparos sin bala.24​ Pasada esa hora, se izó en la Numancia la señal de iniciar el bombardeo, tras lo cual, la Villa de Madrid y la Blanca se dirigieron contra los almacenes fiscales, la Resolución contra el Ferrocarril y la Vencedora contra la intendencia y la bolsa.​ El bombardeo duró una hora y cincuenta minutos.
El 14 de marzo zarpó junto al resto de la escuadra española en el Pacífico para dirigise a El Callao​ y arribó el 25 de abril a la Isla de San Lorenzo.​ Participó en la batalla de El Callao, combate en el que abrió el fuego de la escuadra del Pacífico y soportó gran parte del peso de la batalla, durante la que recibió 52 impactos.​ Asimismo, al aproximarse a la costa para efectuar el bombardeo, cortó con la hélice sin saberlo los cables eléctricos que accionaban las minas marinas dispuestas en el Callao.
Tras batir el Callao, la flota se dirigió a la Isla San Lorenzo donde se efectuaron reparaciones, se dio sepultura a los 43 caídos​ y se procedió a quemar los buques capturados que no pudieran hacer el viaje de vuelta. El 10 de mayo la escuadra abandonó la zona. Las fragatas Villa de Madrid, Blanca, Resolución y Almansa partieron rumbo Río de Janeiro cruzando el cabo de Hornos​ con Casto Méndez Núñez a bordo de la Villa de Madrid.
No se quiso exponer a la Berenguela a una navegación tan peligrosa en esa época del año, ya que aunque había sido reparada, tenía graves averías por el combate.Igualmente, no quiso exponerse a la Numancia por el mismo peligro, además de haber agotado su carbón. Este segundo grupo quedó al mando del capitán de navío Manuel de la Pezuela y Lobo-Cabrilla.
Al disponer de la brisa del Pacífico en su popa, ambos buques pudieron navegar a vela rumbo a Filipinas junto con la goleta Vencedora, los vapores Marqués de la Victoria, Uncle Sam y el transporte de vela Matauara.35​ La Numancia, con todas sus velas desplegadas, retrasaba por su escasa velocidad al resto de la escuadra, hasta tal punto que la Berenguela, para no adelantarse, debía usar solo la gavia.

Finalmente, la Berenguela hubo de separarse el día 15 de mayo al aparecer varios casos de escorbuto entre sus tripulantes, llevándose consigo al vapor Uncle Sam. Por el mismo motivo se separó la Vencedora el 19 del mismo mes.38​ Esperaron a la Numancia en la Isla de Otaiti, a donde arribó el 22 de mayo de 1866 con 110 afectados por el escorbuto a bordo. En dicho fondeadero permanecieron hasta el día 17 de julio y se aprovechó para limpiar fondos, momento en el que se encontraron en la hélice los cables de las minas dispuestas en el Callao.​ La Numancia arribó a Manila el 8 de septiembre de 1866,42​ tras haber adelantado a la Berenguela el 29 de agosto.
Pintura de Rafael Monleón que representa el bombardeo de El Callao. En el centro, la Numancia.

Zarparon las dos fragatas el 19 de enero de 1867 con rumbo a Batavia, en la isla de Java, a donde llegaron el 30 de enero.​ Desde allí, la Numancia zarpó el 19 de febrero​ con rumbo al Cabo de Buena Esperanza, en el sur de África, a donde arribó el 5 de abril.​ Salió de allí el 17 de abril y recaló en la isla de Santa Elena el 29 del mismo mes, para continuar viaje el 2 de mayo​ con rumbo a Río de Janeiro, Brasil, a donde arribó el 18 de mayo.​ Tras un primer intento de zarpar el 2 de junio con rumbo a Montevideo,​ se decidió su retorno inmediato a la Península Ibérica y por ello zarpó el 15 de agosto con rumbo a Cádiz, a donde arribó el 20 de septiembre de 1867.​ Duró así el primer viaje de circunnavegación de un buque blindado 2 años, 7 meses y 6 días. Quedó instituido el siguiente lema en su honor y fue fijado en la cámara del comandante:

In loricata navis quae primo terram circuivit.

El sábado, 26 de noviembre de 1870, zarpó de Cartagena junto a la fragata de hélice Villa de Madrid y a la fragata blindada Vitoria con rumbo a Génova con la misión de trasladar al nuevo rey de España Amadeo I, con la Villa de Madrid al frente y cada una de las fragatas blidadas siguiéndola en sus aletas, arribando al puerto italiano escoltados por la corbeta italiana Príncipe Humberto, trasladándose posteriormente la flota hasta el puerto de La Spezia, donde el Rey embarcó en la Numancia, que zarpó, escoltada por los dos buques españoles y por la corbeta italiana Príncipe Humberto y la goleta de hélice de la misma nacionalidad Vedetta, uno de cada nacionalidad en cada aleta, arribando la flota a Cartagena con el nuevo rey de España el 30 de diciembre de 1870.
El 13 de julio de 1873, al día siguiente de constituirse definitivamente en Cartagena la junta revolucionaria, Antonio Gálvez Arce se dirigió hacia la fragata Almansa,54​ arengó a los tripulantes, que se unieron a la sublevación —con la excepción de los jefes y oficiales—, y tras ella, arriaron la bandera española y se sumaron al cantón los buques Numancia,  Tetuán (1863), Vitoria y Méndez Núñez, cuatro de las siete fragatas blindadas que poseía en ese momento España, y el vapor Fernando el Católico, rebautizado como Despertador del Cantón.55​ Tanto los buques como las tripulaciones que se unieron a la escuadra cantonal fueron declarados piratas el 20 de julio mediante un decreto del gobierno de Nicolás Salmerón.
El 15 de septiembre, zarpó de Cartagena junto a la Méndez Núñez y el vapor de ruedas Fernando el Católico bajo las órdenes del general Carreras, seguidas de los buques ingleses HMS Swiftsure, HMS Invincible, HMS Torch y la corbeta italiana Venecia, para transportar tropas hasta Águilas y recaudar fondos y víveres, arribando a la citada localidad el día 16 del mismo mes, retornando a Cartagena el 17 de septiembre.El 21 de septiembre realizó una incursión sobre Alicante para intentar sumar la ciudad a la causa cantonal, amenazando con bombardear la ciudad tras no conseguirlo y retirándose el día 22 con rumbo a Cartagena tras comprobarse los preparativos para la defensa de la plaza, arribando a la capital cantonal el 23 de septiembre.Al día siguiente volvió acompañada de la Méndez Núñez y el Fernando el Católico,bombardeando la ciudad el 27 de septiembre de 1873 entre cinco y siete horas.
Participó como buque insignia de la escuadra cantonal de Cartagena en el combate naval de Portmán, el 11 de octubre de 1873, entre la escuadra cantonal y la gubernamental, en la que un adelantamiento excesivo de la fragata Numancia con respecto al resto de las unidades,​ provocó que la escuadra cantonal se viera obligada a retirarse.
Igualmente, participó en la salida efectuada dos días después. Con una buena disposición de combate y manteniendo la Numancia su velocidad acorde a la de las otras dos fragatas, que eran más lentas, la flota gubernamental optó por retirarse y abandonar el pretendido bloqueo de Cartagena.
El 17 de octubre de 1873, zarpó de Cartagena con rumbo a Valencia y Barcelona acompañado de las fragatas Tetuán, Méndez Núñez y el vapor de ruedas Fernando el Católico con el general Juan Contreras, Roque Barcia, Tomaset, varios dirigentes federales valencianos y catalanes, y un nutrido número de tropas a bordo de los buques cantonales, que eran vigilados por tres fragatas británicas. Tenían como misión principal sumar ambas ciudades a la sublevación cantonal. Hacia las cuatro de la madrugada del 20 de octubre, la fragata Numancia embistió accidentalmente al Fernando el Católico y lo echó a pique en escasos minutos con gran pérdida de vidas​. En esta expedición se capturaron los vapores Darro, Victoria, Bilbao y Extremadura.
Tras la capitulación de Cartagena, el 12 de enero de 1874 zarpó con rumbo a Mazalquivir para llevar al exilio de Orán a unas quinientas personas, entre las que se encontraban los líderes cantonalistas Antonio Gálvez Arce y Juan Contreras y San Román. Fue perseguida por la Vitoria y la fragata de hélice Carmen, pero pudo escapar por su mayor velocidad. La Numancia fue devuelta a los tripulantes de la Vitoria el 17 de enero
En 1883, formó parte de la escuadra que rindió honores en el puerto de Valencia al que sería Federico III de Alemania, que llegaba en devolución a la visita de Alfonso XII a Alemania, a bordo de la corbeta blindada SMS Prinz Adalbert procedente de Génova.
En 1877, junto con la Vitoria, se le dotó en Barcelona de instalación eléctrica, estas dos fragatas blindadas, se convirtieron en las dos primeras unidades de la marina española en incorporar la citada instalación.
Con motivo de la inauguración de la Exposición Universal de Barcelona, el 20 de mayo de 1888 se reunieron en el puerto varios buques de la escuadra española, la fragata blindada Numancia, las fragata de hélice Gerona y Blanca, los cruceros Castilla y Navarra, Isla de Luzón e Isla de Cuba, el Destructor, los cañoneros Pilar y Cóndor y el transporte Legazpi. Poco después partió en viaje por puertos italianos y franceses hasta Tolón, donde asistió a la entrega del acorazado Pelayo, construido en los mismos astilleros que la Numancia, y que tomaba el relevo como buque principal de la flota.
En 1896, al igual que su compañera la fragata Vitoria, fue enviada a Tolón para ser transformada en acorazado guardacostas, recibiendo nuevas calderas y artillería y perdiendo su arboladura, sustituida por dos pequeños mástiles con cofas. Durante el conflicto con los Estados Unidos no pudo ser alistada a tiempo, al encontrarse aún en reformas. Una vez acabada la guerra, y ante la escasez de unidades de la Armada, tuvo que recuperar su olvidado protagonismo, formando parte de la Escuadra de Instrucción, junto con la Vitoria, el acorazado Pelayo y el crucero Carlos V.
En diciembre de 1909, durante la guerra de Melilla, debido a un periodo de reparaciones del crucero acorazado Carlos V el Ministerio de Marina designó al acorazado guardacostas Numancia como buque almirante de la segunda división de la escuadra destinada en aguas de Marruecos.
En 1910, su valor militar era totalmente nulo, pasando a utilizarse como estación flotante en Tánger hasta 1912. Tras el motín de Tánger de 1911, en el que sus marineros amenazaron con bombardear Málaga si esta no se declaraba republicana,fue dada de baja en 1912, y durante un periodo fue asilo de huérfanos de la Armada. Hubo un movimiento popular para que fuese preservada como monumento histórico, pero no llegó a buen puerto.
La nave fue vendida como chatarra a una empresa de Bilbao. Hasta veces se intentó hacer el viaje entre Cádiz y Bilbao. Durante la tercera tentativa, encalló en la costa de Sesimbra, en Portugal, el 17 de diciembre de 1916, donde fue parcialmente desguazada in situ, quedando unos pocos restos a entre 5 y 6 m de profundidad

Comentarios

Publicaciones por meses I

Mostrar más

Publicaciones por meses II

Mostrar más

Publicaciones por meses III

Mostrar más

Publicaciones por meses IV

Entradas populares de este blog

El Club de los 400 millonarios de nueva york; y la Familia Astor.-a

Reina consorte María de Teck(I) a

Las siete puertas de Madrid.-a

Five Points o los cinco puntos de nueva york.-a

El juicio por el accidente de Chernóbil​.-a

Las autopistas urbanas de Santiago.-a

Nobleza rusa.-a

La nobleza Catalana.-a

El imperio colonial portugués.-a

Isla de Long Island (Nueva york).-a