Rey Juan Carlos I de España.-a
(Juan Carlos I de Borbón; Roma, 1938) Rey de España (1975-2014). Figura fundamental, junto con el presidente Adolfo Suárez, de la llamada transición española, el rey Juan Carlos I renunció a los poderes que había recibido del dictador Francisco Franco para impulsar el proceso que llevó pacíficamente de la dictadura a la democracia y que culminó con la aprobación de la Constitución de 1978, por la cual España se convertía en un estado democrático moderno y el rey pasaba a desempeñar funciones meramente representativas. La transición convirtió a Juan Carlos I en el personaje público más valorado del país: partidos políticos y personajes de ideología republicana acataron la monarquía constitucional gracias a la acción del titular de la Corona, hasta el punto de acuñarse la recurrente frase de "Yo no soy monárquico, sino juancarlista". Su intervención en favor de la legalidad democrática en la intentona golpista del 23 de febrero de 1981 acabó de apuntalar un prestigio que mantuvo durante casi todo su reinado.
Biografía
Hijo de don Juan de Borbón y Battenberg y nieto, por tanto, del rey Alfonso XIII, Juan Carlos nació en Roma, ciudad en la que se había exiliado su abuelo Alfonso XIII, depuesto al instaurarse la Segunda República española (abril de 1931). En 1938, el año en que nació Juan Carlos, la Guerra Civil española estaba en su punto álgido, con notoria ventaja militar a favor del bando rebelde, encabezado por el general Francisco Franco, y los monárquicos españoles confiaban en la restauración dinástica una vez concluyera el conflicto. Pero al terminar la guerra (abril de 1939), Franco se mantuvo en el poder, iniciando un régimen dictatorial que perduraría hasta su muerte (noviembre de 1975) y que mantuvo a la familia real apartada del trono y del país.
En 1941 falleció Alfonso XIII. La renuncia de sus hijos Alfonso y Jaime a los derechos dinásticos de la casa de Borbón había convertido a su hijo menor, don Juan de Borbón y Battenberg, en el heredero del trono. En 1948 tuvo lugar una primera entrevista entre el general Francisco Franco y don Juan de Borbón. El hijo de Alfonso XIII y padre de Juan Carlos pretendía conservar los derechos dinásticos de su familia, mientras que Franco buscaba legitimar la continuidad de su régimen, engarzándolo con la legalidad anterior a la República. Tras varias entrevistas celebradas en años posteriores (1954, 1960), se acordó que el príncipe Juan Carlos recibiría formación académica y militar en España, bajo la tutela del régimen, y que sucedería a Franco en la Jefatura del Estado.
Tras vivir con su familia en Italia, Suiza y Portugal, Juan Carlos pasó a España, donde recibió una formación amplia, que incluyó como componente fundamental el paso por las academias militares. En 1962 se casó en Atenas con la princesa Sofía de Grecia, perteneciente a la casa real de Grecia, con la que tendría tres hijos: las infantas Elena y Cristina y el que luego sería príncipe de Asturias, Felipe.
Las negociaciones de Francisco Franco con don Juan de Borbón, y la importante renuncia personal que hizo el padre al dejar en manos del dictador la educación de su hijo, dieron el fruto apetecido al designar Franco a Juan Carlos como sucesor en la Jefatura del Estado (1969). A partir de ese momento, Juan Carlos empezó a participar en las tareas de gobierno.
Desde 1971 las funciones del príncipe se completaron con la previsión de que sustituyera temporalmente a Franco en situaciones de ausencia o enfermedad. Tal situación se produjo en dos ocasiones (julio de 1974 y noviembre de 1975), en las que Juan Carlos asumió interinamente la Jefatura del Estado por enfermedad de Franco. Durante su segundo interinato viajó a la colonia española de Sahara Occidental, amenazada por la Marcha Verde que había organizado el Rey de Marruecos, Hassan II; su intervención resultó decisiva para evitar la guerra con el reino alauita, al que más tarde fue transferida la soberanía sobre el territorio saharaui.
La muerte de Francisco Franco en 1975 conllevó, según las previsiones legales, la coronación de Juan Carlos como rey, restableciéndose así en España la monarquía de la Casa de Borbón. El nuevo rey sorprendió al mundo impulsando entonces una transición pacífica de la dictadura a la democracia desde la legalidad vigente. Tan pronto como pudo se deshizo del último presidente del gobierno nombrado por Franco (Carlos Arias Navarro) y nombró en su lugar a un joven más abierto y liberal: Adolfo Suárez (1976).
Con el apoyo continuo del rey, Adolfo Suárez llevó adelante la reforma política (1977) y reunió unas Cortes constituyentes democráticas, de las que salió consensuada la Constitución que el pueblo español aprobó en referéndum en 1978. En tal proceso, Juan Carlos I renunció a la mayor parte de los poderes que había heredado de la dictadura, quedando convertido en un monarca parlamentario con poderes meramente simbólicos y representativos, similares a los que poseen los demás reyes de Europa occidental. Con ello adquirió un gran prestigio internacional y una popularidad generalizada entre los españoles, pilares que aseguraron la continuidad de la monarquía que encarnaba.
Su última intervención pública decisiva para consolidar el régimen democrático tuvo lugar en 1981, cuando un intento de golpe de Estado protagonizado por Tejero y Miláns del Bosch le obligó a salir públicamente en defensa de la legalidad, desautorizando a los golpistas y utilizando su ascendiente sobre los militares para llamarles a la disciplina; con ello contribuyó a desbaratar el golpe y acabó de ganarse el respeto general dentro y fuera de España.
Juan Carlos I desempeñó fielmente las tareas que le atribuye la Constitución, interviniendo mediante consultas con los líderes parlamentarios en la designación del candidato a presidente del gobierno después de cada consulta electoral. Su función de representación del Estado le llevaría a viajar incesantemente por el extranjero, en apoyo de la política exterior decidida por sus gobiernos; cabe destacar en este aspecto su liderazgo simbólico sobre la Comunidad Iberoamericana de naciones, así como el apoyo a la integración española en las organizaciones occidentales (OTAN y Unión Europea), que se produjeron durante su reinado.
También viajó frecuentemente para visitar las distintas comunidades autónomas que componen el Estado español: en ese aspecto, la actitud relativamente abierta que demostró hacia la pluralidad cultural y lingüística, la descentralización política y administrativa y la idiosincrasia de las diferentes regiones facilitó el mantenimiento del frágil equilibrio entre unidad y diversidad que diseñó la Constitución de 1978. Sin que por ello faltasen esporádicamente voces críticas, puede afirmarse que Juan Carlos I mantuvo intacto su prestigio y el de la institución durante la mayor parte de su reinado.
Los últimos años, sin embargo, fueron difíciles. Los problemas matrimoniales de la Infanta Elena (divorciada en 2009 de su marido, Jaime de Marichalar) turbaron la paz de la Familia Real, si bien no dejaba de tratarse de un asunto privado. Pero en 2011 estalló el llamado caso Nóos, un escándalo de corrupción protagonizado por el yerno del rey, Iñaki Urdangarín: al parecer, el marido de la Infanta Cristina había aprovechado durante años su vinculación con la monarquía para desviar fondos públicos hacia el Instituto Nóos, una fundación teóricamente sin ánimo de lucro que él mismo presidía. Aunque Urdangarín eximió a su esposa de toda responsabilidad, la imagen de la Casa Real quedó empañada, y la lentitud del proceso judicial (durante el cual se llegó a imputar a la misma Infanta Cristina, que hubo de comparecer ante el juez) no contribuía precisamente a olvidar el asunto.
A raíz de estos percances, tanto los de popularidad como los de salud, se intensificaron los rumores que apuntaban a una posible abdicación; se decía que el príncipe Felipe, casado con la periodista Letizia Ortiz, ofrecía una imagen más moderna de la institución monárquica, y que por tanto sería bien recibido por la ciudadanía. El rey se negó a abdicar en los momentos de peor estado de salud, tal vez para no dar la impresión de que se rendía ante la adversidad, pero finalmente, el 2 de junio de 2014, anunció su decisión de transferir la Corona al príncipe Felipe de Borbón (destinado a reinar como Felipe VI de España), esgrimiendo como motivos su avanzada edad y la necesidad de un relevo generacional para hacer frente a los retos del futuro.
Un buen rey, incluso un gran rey
Biografía
Hijo de don Juan de Borbón y Battenberg y nieto, por tanto, del rey Alfonso XIII, Juan Carlos nació en Roma, ciudad en la que se había exiliado su abuelo Alfonso XIII, depuesto al instaurarse la Segunda República española (abril de 1931). En 1938, el año en que nació Juan Carlos, la Guerra Civil española estaba en su punto álgido, con notoria ventaja militar a favor del bando rebelde, encabezado por el general Francisco Franco, y los monárquicos españoles confiaban en la restauración dinástica una vez concluyera el conflicto. Pero al terminar la guerra (abril de 1939), Franco se mantuvo en el poder, iniciando un régimen dictatorial que perduraría hasta su muerte (noviembre de 1975) y que mantuvo a la familia real apartada del trono y del país.
En 1941 falleció Alfonso XIII. La renuncia de sus hijos Alfonso y Jaime a los derechos dinásticos de la casa de Borbón había convertido a su hijo menor, don Juan de Borbón y Battenberg, en el heredero del trono. En 1948 tuvo lugar una primera entrevista entre el general Francisco Franco y don Juan de Borbón. El hijo de Alfonso XIII y padre de Juan Carlos pretendía conservar los derechos dinásticos de su familia, mientras que Franco buscaba legitimar la continuidad de su régimen, engarzándolo con la legalidad anterior a la República. Tras varias entrevistas celebradas en años posteriores (1954, 1960), se acordó que el príncipe Juan Carlos recibiría formación académica y militar en España, bajo la tutela del régimen, y que sucedería a Franco en la Jefatura del Estado.
Tras vivir con su familia en Italia, Suiza y Portugal, Juan Carlos pasó a España, donde recibió una formación amplia, que incluyó como componente fundamental el paso por las academias militares. En 1962 se casó en Atenas con la princesa Sofía de Grecia, perteneciente a la casa real de Grecia, con la que tendría tres hijos: las infantas Elena y Cristina y el que luego sería príncipe de Asturias, Felipe.
Las negociaciones de Francisco Franco con don Juan de Borbón, y la importante renuncia personal que hizo el padre al dejar en manos del dictador la educación de su hijo, dieron el fruto apetecido al designar Franco a Juan Carlos como sucesor en la Jefatura del Estado (1969). A partir de ese momento, Juan Carlos empezó a participar en las tareas de gobierno.
Desde 1971 las funciones del príncipe se completaron con la previsión de que sustituyera temporalmente a Franco en situaciones de ausencia o enfermedad. Tal situación se produjo en dos ocasiones (julio de 1974 y noviembre de 1975), en las que Juan Carlos asumió interinamente la Jefatura del Estado por enfermedad de Franco. Durante su segundo interinato viajó a la colonia española de Sahara Occidental, amenazada por la Marcha Verde que había organizado el Rey de Marruecos, Hassan II; su intervención resultó decisiva para evitar la guerra con el reino alauita, al que más tarde fue transferida la soberanía sobre el territorio saharaui.
La muerte de Francisco Franco en 1975 conllevó, según las previsiones legales, la coronación de Juan Carlos como rey, restableciéndose así en España la monarquía de la Casa de Borbón. El nuevo rey sorprendió al mundo impulsando entonces una transición pacífica de la dictadura a la democracia desde la legalidad vigente. Tan pronto como pudo se deshizo del último presidente del gobierno nombrado por Franco (Carlos Arias Navarro) y nombró en su lugar a un joven más abierto y liberal: Adolfo Suárez (1976).
Con el apoyo continuo del rey, Adolfo Suárez llevó adelante la reforma política (1977) y reunió unas Cortes constituyentes democráticas, de las que salió consensuada la Constitución que el pueblo español aprobó en referéndum en 1978. En tal proceso, Juan Carlos I renunció a la mayor parte de los poderes que había heredado de la dictadura, quedando convertido en un monarca parlamentario con poderes meramente simbólicos y representativos, similares a los que poseen los demás reyes de Europa occidental. Con ello adquirió un gran prestigio internacional y una popularidad generalizada entre los españoles, pilares que aseguraron la continuidad de la monarquía que encarnaba.
Su última intervención pública decisiva para consolidar el régimen democrático tuvo lugar en 1981, cuando un intento de golpe de Estado protagonizado por Tejero y Miláns del Bosch le obligó a salir públicamente en defensa de la legalidad, desautorizando a los golpistas y utilizando su ascendiente sobre los militares para llamarles a la disciplina; con ello contribuyó a desbaratar el golpe y acabó de ganarse el respeto general dentro y fuera de España.
Juan Carlos I desempeñó fielmente las tareas que le atribuye la Constitución, interviniendo mediante consultas con los líderes parlamentarios en la designación del candidato a presidente del gobierno después de cada consulta electoral. Su función de representación del Estado le llevaría a viajar incesantemente por el extranjero, en apoyo de la política exterior decidida por sus gobiernos; cabe destacar en este aspecto su liderazgo simbólico sobre la Comunidad Iberoamericana de naciones, así como el apoyo a la integración española en las organizaciones occidentales (OTAN y Unión Europea), que se produjeron durante su reinado.
También viajó frecuentemente para visitar las distintas comunidades autónomas que componen el Estado español: en ese aspecto, la actitud relativamente abierta que demostró hacia la pluralidad cultural y lingüística, la descentralización política y administrativa y la idiosincrasia de las diferentes regiones facilitó el mantenimiento del frágil equilibrio entre unidad y diversidad que diseñó la Constitución de 1978. Sin que por ello faltasen esporádicamente voces críticas, puede afirmarse que Juan Carlos I mantuvo intacto su prestigio y el de la institución durante la mayor parte de su reinado.
Los últimos años, sin embargo, fueron difíciles. Los problemas matrimoniales de la Infanta Elena (divorciada en 2009 de su marido, Jaime de Marichalar) turbaron la paz de la Familia Real, si bien no dejaba de tratarse de un asunto privado. Pero en 2011 estalló el llamado caso Nóos, un escándalo de corrupción protagonizado por el yerno del rey, Iñaki Urdangarín: al parecer, el marido de la Infanta Cristina había aprovechado durante años su vinculación con la monarquía para desviar fondos públicos hacia el Instituto Nóos, una fundación teóricamente sin ánimo de lucro que él mismo presidía. Aunque Urdangarín eximió a su esposa de toda responsabilidad, la imagen de la Casa Real quedó empañada, y la lentitud del proceso judicial (durante el cual se llegó a imputar a la misma Infanta Cristina, que hubo de comparecer ante el juez) no contribuía precisamente a olvidar el asunto.
A raíz de estos percances, tanto los de popularidad como los de salud, se intensificaron los rumores que apuntaban a una posible abdicación; se decía que el príncipe Felipe, casado con la periodista Letizia Ortiz, ofrecía una imagen más moderna de la institución monárquica, y que por tanto sería bien recibido por la ciudadanía. El rey se negó a abdicar en los momentos de peor estado de salud, tal vez para no dar la impresión de que se rendía ante la adversidad, pero finalmente, el 2 de junio de 2014, anunció su decisión de transferir la Corona al príncipe Felipe de Borbón (destinado a reinar como Felipe VI de España), esgrimiendo como motivos su avanzada edad y la necesidad de un relevo generacional para hacer frente a los retos del futuro.
Un buen rey, incluso un gran rey
JAVIER GODÓ
Conde de Godó, Presidente-editor de La Vanguardia
JAVIER GODÓ
04/06/2019
Mi buen amigo Fernando Ónega, columnista de La Vanguardia, escribió un libro titulado Juan Carlos I: El hombre que pudo reinar, donde dice algo que es justo recordar a las pocas horas de que haya abandonado la vida oficial, por expreso deseo: “Como jefe del Estado fue un rey popular, no sólo en España, sino en el mundo. Supo arbitrar y moderar, como le encomienda la Constitución. No encontré en él un solo reproche en el cumplimiento de sus deberes y limitaciones constitucionales. Fue capaz de ceder el poder absoluto que heredó y que resultó fundamental para el éxito de la transición, para ejercer las funciones que corresponden a una monarquía parlamentaria”.
Tuve el honor de estar presente en la tribuna de invitados el 6 de diciembre pasado, cuando las Cortes celebraron el 40.º aniversario de la Constitución, que quiso ser también un homenaje a don Juan Carlos y doña Sofía. El pueblo español, a través de sus legítimos representantes, testimonió aquel día públicamente su respeto, gratitud y afecto con los anteriores reyes por el compromiso que adquirieron desde su proclamación para convertir España en un país democrático y próspero. En ese viaje, no faltaron las dificultades, ni los intentos de hacer descarrilar el proyecto de convivencia emprendido por la sociedad española. Pero si volvemos la vista atrás, hemos de reconocer que todo el mundo supo aceptar renuncias para alcanzar acuerdos. El resultado final fue un éxito de la convivencia colectiva, de la transversalidad en la política.
El diálogo, la negociación y el pacto se impusieron como receta magistral no sólo para redactar una Constitución, sino también para solucionar los problemas de un país que apostaba por un sistema de respeto a las libertades, que fuera capaz de formular el Estado de bienestar y que aspiraba a construir una Europa unida. Acompañando este proceso estuvo el rey Juan Carlos, que allanó el camino y se impuso a quienes querían poner obstáculos en la ruta. En los pasillos del Congreso, recuerdo que me comentó ese día que le dolía escuchar algunas consideraciones injustas sobre la transición, porque estaba convencido de que los españoles lo hicimos aceptablemente bien, sobre todo porque los peligros eran tantos como las oportunidades de salir airosos. Le respondí que tenía toda la razón y que la historia iba a estar agradecida al papel crucial que desempeñaron el rey, Torcuato Fernández-Miranda como presidente de las Cortes y del Consejo del Reino y Adolfo Suárez como presidente del Gobierno. Y, por extensión, al pueblo español.
En efecto, estos tres personajes fueron clave porque supieron alcanzar la complicidad necesaria para que la nave llegara a buen puerto: aprendieron de los errores del pasado, entendieron la sociedad que les tocaba vivir en su momento y fueron capaces de crear un escenario de futuro en paz y convivencia. Sin duda que el día en que ganó las elecciones el PSOE con Felipe González la monarquía dio un salto adelante en su legitimación democrática y popular. La izquierda, de tradición republicana, demostraba que la Corona estaba por encima de ideologías y podía arbitrar y moderar con imparcialidad, mandara quien mandara. Al mismo tiempo, el rey supo aprovechar su autoridad al desmontar el intento de golpe de Estado del 23-F para modernizar las fuerzas armadas. Y tuvo el acierto de convertirse, en connivencia con González, en el mejor embajador de la marca España, especialmente en Latinoamérica, donde fue elegido presidente de las cumbres iberoamericanas iniciadas en 1991, sin que ningún otro dirigente le disputara tan alta responsabilidad. Casi al mismo tiempo, con la caída del Muro, la transición española pasó a ser el modelo a seguir por muchos países del Este que aspiraban a integrarse en la Unión Europea.
Juan Carlos de Borbón reinó en una España sin apenas monárquicos, lo que tiene un gran mérito. El profesor Jordi Canal lo subraya en el reciente libro La monarquía en el siglo XXI, pero añade que no ha habido demasiados monárquicos aunque sí monarquistas, término que se inventa para incluir en él a mucha gente –los juancarlistas– que ha puesto en valor el papel decisivo de la institución en la historia contemporánea del país. La Corona ha pasado a ser un elemento imprescindible de estabilidad del sistema democrático.
El rey Juan Carlos abdicó hace cinco años, en lo que fue, sin duda, un último servicio. Fue un acto de generosidad, en momentos complejos para la institución. Con su abdicación se cerraba una larga etapa y empezaba una nueva época, que encarnaba Felipe VI, con nuevos retos y desafíos por delante. En su primer parlamento como rey, Felipe de Borbón anunció su voluntad de dar un paso más en la transparencia de la institución, reforzando la ejemplaridad en la vida pública. Se trataba de ajustar la Corona con las demandas de los nuevos tiempos. En este sentido, afirmó que “el rey, a la cabeza del Estado, tiene que ser no sólo un referente sino también un servidor de esa justa y legítima exigencia de los ciudadanos”.
El domingo pasado, tal como le comunicó en carta a su hijo, Juan Carlos de Borbón se retiró definitivamente de la vida pública, al considerar que había llegado el momento de pasar una nueva página en su biografía. En el libro citado al principio de este artículo, Ónega hacía una valoración que en esta hora hago mía: “Ha sido un buen rey; incluso un gran rey. No tengo que pedirle más”.
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